revista libertador o`higgins

Transcripción

revista libertador o`higgins
Revista
Libertador O’Higgins
Órgano del Instituto O’Higginiano de Chile
Edición conmemorativa del Bicentenario
Santiago de Chile
2010
REVISTA
LIBERTADOR O’HIGGINS
ÓRGANO DEL INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE
Edición conmemorativa del Bicentenario
SANTIAGO DE CHILE
2010
REVISTA LIBERTADOR O’HIGGINS
Fundada el 20 de agosto de 1953
CONSEJO DE REDACCIÓN
Washington Carrasco Fernández
Presidente
Jorge Ibáñez Vergara
Director-Editor
Directores
Jorge Iturriaga Moreira
Juan Guillermo Toro Dávila
Hosmán Pérez Sepúlveda
Yerko Torrejón Koscina
Omar Letelier Ramírez
INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE
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Registrada en el International Serial Standard Number bajo el código ISSN 0716-4211
de la International Serials Data System. Programa Mundial de Información (UNISIST)
de UNESCO, Paris, Francia.
Información iconográfica: Sello utilizado por el Libertador Bernardo O’Higgins en
documentos oficiales emanados de su autoridad directorial, Museo Histórico Nacional,
Santiago de Chile, propiedad del Instituto O’Higginiano de Chile.
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EDITORIAL ATENAS LTDA.
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INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE
FUNDADO EL 20 DE AGOSTO DE 1953
PRESIDENTE HONORARIO
Excmo. Presidente de la República
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Presidenta de la Cámara de Diputados
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CONSEJO DIRECTIVO NACIONAL
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Vicepresidente
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Vicepresidente
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Tesorero Nacional
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Don Washington Carrasco Fernández Don Fernando Otayza Carrazola
Don Guillermo Toro Dávila
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Don Hosmán Pérez Sepúlveda
Don Jorge Vidal Stuardo
Don Omar Letelier Ramírez
Don Miguel Luis Alfonso Doren
Don Yerko Torrejón Koscina
Don Marcelo Alberto Elissalde Martel
Presidenta de Damas O’Higginianas
Srta. Norma Salas Carrasco
INFORMACIÓN ICONOGRÁFICA
Sello utilizado por el
Libertador don Bernardo O’Higgins
en documentos oficiales emanados
de su autoridad directorial.
E dición conmemorativa del B icentenario
Índice
11 Editorial
13 VISIÓN DE DON AMBROSIO O’HIGGINS
Jorge Ibáñez Vergara
61 LOS ANTEPASADOS MATERNOS DEL LIBERTADOR O’HIGGINS
Juan Guillermo Muñoz Correa
87 TRAS LA HUELLA DE BERNARDO RIQUELME EN INGLATERRA (1795-1799)
Roberto Arancibia Clavel
119 O’Higgins Y MIRANDA
Miguel Castillo Didier
129 INFLUENCIA DEL MAESTRO SOBRE EL DISCÍPULO: EL PAPEL DE MIRANDA
Y O’HIGGINS EN LA SINGULARIDAD DEL CASO CHILENO Y DE SU
GOBERNABILIDAD
Christian Ghymers
165 MIRANDA Y O’HIGGINS
Sergio Martínez Baeza
171 LOS REVOLUCIONARIOS DE LONDRES Y CÁDIZ
Germán Arciniegas
175 DON BERNARDO O’HIGGINS: APELLIDO Y LEGITIMACIÓN
Jorge Ibáñez Vergara
199 SAN MARTÍN SIN MITOS: BREVE BIOGRAFÍA DEL AMIGO DE O’Higgins,
CRUCIAL EN LA LIBERACIÓN DE TRES PAÍSES
Yerko Torrejón Koscina
237 LA VERDAD SOBRE LA BATALLA DE CHACABUCO
Luis Valencia Avaria
251 VOCACIÓN AMERICANISTA DEL LIBERTADOR DON BERNARDO O’HIGGINS
Julio Heise González
263 O’HIGGINS Y EL IDEÓLOGO DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE
Fernando Otayza Carrazola
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R evista L ibertador O’ higgins
277 O’Higgins Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA
Cristián Guerrero Lira
285 EL PARLAMENTARIO BERNARDO O’HIGGINS
Juan de Dios Carmona Peralta
299 O’HIGGINS, EL PRIMER CIUDADANO DE CHILE
Miguel Cruchaga Tocornal
303 EL LIBERTADOR O’HIGGINS ORGANIZADOR DE LA REPÚBLICA
Julio Heise González
311 INFLUENCIAS DE LAS IDEAS FRANCESAS EN LA EMANCIPACIÓN
HISPANO-AMERICANA
Omar Letelier Ramírez
329 O’HIGGINS Y EL ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL CHILENO
Jaime Antonio Etchepare Jensen
345 JOSÉ IGNACIO ZENTENO DEL POZO.
MINISTRO DE GUERRA Y MARINA DE BERNARDO O’HIGGINS
Hosmán Pérez Sepúlveda
355 BERNARDO O’HIGGINS, LORD COCHRANE Y “EL MAR DE CHILE”
Jorge Iturriaga Moreira
361 O’HIGGINS Y LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ
Washington Carrasco Fernández
369 O’HIGGINS Y EL PODER NAVAL
Francisco Le Dantec Gallardo
373 EMPRESAS DE CORSO EN EL GOBIERNO DE O’HIGGINS
Mario Cárdenas Gueudinot
381 LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ
Andrés Medina Aravena
391 LA VIDA MILITAR DE BERNARDO O’Higgins RIQUELME
Juan Carlos Escala Castro
407 LORD COCHRANE Y LA ARMADA DE CHILE
Cdte. Gustavo Jordán A.
419 BERNARDO O’HIGGINS FORJADOR DEL PODERÍO MARÍTIMO DE CHILE
Enrique Larrañaga Martín
8
E dición conmemorativa del B icentenario
427 EL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL LIBERTADOR: PERSPECTIVA Y VIGENCIA
Jaime Antonio Etchepare Jensen
443 EL PENSAMIENTO GEOPOLÍTICO DEL LIBERTADOR O’HIGGINS
Agustín Toro Dávila
455 PROYECCIÓN GEOPOLÍTICA Y ESTRATÉGICA DE BERNARDO O’HIGGINS
Juan Carlos Vega Manríquez
473 LAS RELACIONES EXTERIORES DEL GOBIERNO DE DON BERNARDO
O’HIGGINS
Mario Barros Van Buren
479 O’HIGGINS Y EL CAMBIO DE ESTRUCTURA SOCIAL Y POLíTICA DE CHILE
Fernando Figueroa Villán
493 EL SENTIDO CONTINENTAL DE LA ACCIÓN LIBERTADORA DE BERNARDO
O’HIGGINS
Germán Sepúlveda Durán
513 PROYECCIÓN HISTÓRICA DE BERNARDO O’HIGGINSEN CHILE Y EL PERÚ
Percy Cayo Córdova
527 LA MUJER EN LA VIDA DEL LIBERTADOR DON BERNARDO O’HIGGINS
RIQUELME
Graciela Toro de Zañartu
545 EL LIBERTADOR GENERAL BERNARDO O’HIGGINS A TRAVÉS
DE LA HISTORIA
Humberto Aguirre Doolan
569 EL ESTRECHO DE MAGALLANES, CONCEPCIÓN GEOPOLÍTICA
DEL LIBERTADOR O’HIGGINS
Juan Guillermo Toro Dávila
573 LA FIGURA DE O’HIGGINS COMO SÍMBOLO DEL BICENTENARIO
Waldo Zauritz Sepúlveda
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E dición conmemorativa del B icentenario
EDITORIAL
El Instituto O´Higginiano de Chile ha querido contribuir a las celebraciones del
Bicentenario editando este volumen de la Revista Libertador O’Higgins, que reúne
una selección de trabajos publicados en sus últimos 24 números.
Esta selección procura un ordenamiento cronológico de los principales hechos
considerados en los ensayos escritos en torno a la figura del Padre de la Patria.
La Comisión designada para la realizar esta tarea, de acuerdo a un esquema
previamente aprobado, ha debido sortear las dificultades propias de la preparación
de una antología, seleccionando, entre numerosos y excelentes trabajos de
colaboradores frecuentes de la revista, los que componen esta publicación.
En esta labor se ha tenido presente la vigencia de los valores encarnados en
la figura del Libertador y su valioso legado como ciudadano, militar, gobernante,
estadista y prócer americano.
Tanto la personalidad de O´Higgins como la de los demás próceres de la
Independencia, que giran en torno a su figura, son estudiados en estos ensayos
objetiva y desapasionadamente, como constructores de la Independencia
o colaboradores de la gran empresa que nos llevó a la creación de un estado
republicano, modelo en la emancipación de América.
El celebrar, a través de este número conmemorativo de la Revista El Libertador
O’Higgins, el segundo Bicentenario de nuestra independencia cumplimos, en
pequeña parte, con el reconocimiento que señaló don Simon Bolívar, en carta a
O’Higgins:
“V.E., colocado al frente de Chile, está llamado por una suerte afortunada a
sellar con su nombre la libertad eterna y la salud de América. Es V.E. el hombre
a quien esa bella nación deberá en su más remota posteridad, no solamente su
creación política, sino su estabilidad social y su reposo doméstico”.
Consejo de Redacción
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E dición conmemorativa del B icentenario
VISIÓN DE DON AMBROSIO O’HIGGINS
Jorge Ibáñez Vergara
1. Los ORÍGENES
El origen y los primeros años de don Ambrosio son tan difícilmente,
pesquisables como la etapa similar en la vida de su hijo. Don Ricardo Donoso,
a quien se considera con legitimidad como el más competente investigador de la
vida y obra del aventajado irlandés, hace una afirmación incontrovertible:
“Hay una gran oscuridad sobre el origen, la fecha de nacimiento, la juventud de don
Ambrosio O’Higgins, y lo poco que sabemos de su vida nos ha sido referido por él
mismo”1.
Lo “referido por él mismo” se reduce, sin duda, al Memorial que don Ambrosio
presentó al Consejo de Indias, el año 1761, solicitando su naturalización española.
Allí proporciona informaciones sobre el lugar de su nacimiento, sus padres,
religión, año en que llegó a Cádiz y fecha de su primer viaje a América:
“MEMORIAL. SEÑOR: Don Ambrosio Higgins, vecino de la ciudad de Cádiz, y natural
de la Villa de Villenarry, Diócesis Elphininse, en el reino de Irlanda, puesto a los
reales pies de Vuestra Majestad, dice: es hijo legítimo de don Carlos Higgins y doña
Margarita Higgins, naturales de dicha Villa, y que así el suplicante como sus padres y
demás descendientes, han sido y son cristianos católicos romanos, sin mezcla de raíz
infecta,...”2.
De acuerdo al estudio genealógico encargado a Chichester Fortescue, para la
obtención del título de Barón, el año 1788, Villenary o Vallenary sería un lugar del
Condado de Sligo. Pero Barros Arana agrega que “hay en el Condado de Sligo
más de cuarenta lugares cuyos nombres comienzan por la radical Balli o Bally,
que hemos hallado Ballingari, Ballinamore, pero no Ballinary”3.
El General O’Connor, en una conversación sostenida en Potosí, el año 1825,
con el General Miller, proporcionó a éste algunos antecedentes sobre el origen del
Virrey. El General Miller, a su vez, vació estas informaciones en una declaración
firmada que entregó a Vicuña Mackenna. En ella sostiene que don Ambrosio nació
en la aldea de Summerhill, Condado de Meath.
1 Ricardo Donoso: El Marqués de Osorno. Ed. Publicaciones de la U. de Chile, 1941, p. 146.
2 Archivo General de Indias, Sevilla. Expedientes. Años 1761 a 1762. Estante 138, Cajón 3°, legajo Publicado
por primera vez en la Revista Chilena de Historia y Geografía N° 31 de 1918, p. 81.
3 Diego Barros Arana: Historia General de Chile. Rafael Jover, 1884-1902. Tomo VI, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 6.
13
R evista L ibertador O’ higgins
Don Francisco Antonio Encina simplifica el problema: “Lo poco que conocemos
a este respecto proviene de él mismo; y se reduce a saber que nació en la Villa
de Ballenary (Irlanda) hacia 1720...”4.
Nuestro historiador no intenta dilucidar si la Villa de Ballenary corresponde al
Condado de Sligo o al Condado de Meath.
Vicuña Mackenna no encontró datos suficientes sobre don Ambrosio en el
Archivo de don Bernando “porque alguien los recibió para escribir la vida de
éste”5.
Este “alguien” fue, con toda certeza, John Thomas, quien efectivamente escribió
una biografía del Virrey, hasta ahora inédita. En la biblioteca de don Luis Valencia
Avaria, rematada el año 1991, se mantenía un ejemplar en copia fotográfica6.
Veintitrés años después de la muerte del Virrey, en el inicio de su exilio limeño,
don Bernardo pidió a John Thomas, amigo de intimidad de don Ambrosio, como
lo sería después de nuestro prócer, informaciones sobre su “venerado padre”.
Parte del legajo informativo de Thomas, incompleto y referido a los Proyectos del
Virrey O’Higgins, se encontraba entre los antecedentes del Archivo que Vicuña
Mackenna trajo a Chile desde Perú, mal clasificado y absurdamente titulado
como “Apuntes de don José Tomas sobre navegación de los ríos en el Perú”. El
documento fue redescubierto por don Carlos Vicuña Mackenna y publicado en la
Revista Chilena de Historia y Geografía7.
En general, los autores usan indistintamente la información del propio don
Ambrosio, contenida en el Memorial aludido, en que declara ser natural de la Villa
de Ballenary (Villenarry según el documento), Diócesis Elphininse; la versión de
Chichester Fortescue que menciona la Villa de Ballenary, del Condado de Sligo y
la de los Generales O’Connor y Miller, que indica como lugar de su nacimiento la
Aldea de Summerhill, Condado (le Meath).
2. EL LINAJE
Las estimaciones sobre el linaje, la condición social y los orígenes de don
Ambrosio son diversas, variadas y aún opuestas. Encina atribuye el origen de
estas versiones controvertidas a la “prodigiosa ascensión”, de simple ingeniero
delineador a Virrey, que “era por sí solo estímulo para forjar fantasías sobre su
origen, su niñez y su mocedad”8.
Vicuña Mackenna, según Donoso, seducido por la atrayente personalidad del
Mandatario Colonial, “en dos páginas de aquella obra (El Ostracismo de O’Higgins)
acumuló tal cantidad de inexactitudes, reunió tan desautorizadas consejas,
4 Francisco A. Encina: Historia de Chile. Ed. Ercilla, 1983, Tomo 8, p. 52.
5 Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del Capitán General don Bernardo O’Higgins. Ed. del Pacífico, 1976, p. 51.
6 Luis Valencia Avaria: Catálogo de remate de su biblioteca, 1991.
7 John Thomas: Los Proyectos del Virrey O’Higgins. Revista Chilena de Historia y Geografía Nº15, 1914,
pp. 128-149.
8 Francisco A. Encina: Historia... Tomo 8, p. 51.
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E dición conmemorativa del B icentenario
que podemos considerarlo con razón como el más autorizado fomentador de la
leyenda”9. Y cita al efecto un párrafo clave de la obra mencionada:
“El año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años, de nación irlandés
y que venía a servir en aquel país con el título “capitán delineador” de las fortalezas
de Valdivia. Este ingeniero era don Ambrosio O’Higgins, o Higgins, como se firmaba
entonces. Contaba en esa época con 53 años de edad y su vida anterior era tan
desconocida, que hoy mismo pasa en cierto modo como un misterio. Pero sábese si,
con evidencia, que había nacido en la Aldea de Summerhill, Condado de Meath, en
Irlanda; que su niñez fue tan pobre y destituida hasta obligarle a servir de postillón a la
vieja condesa de Bective, señora feudal, de Summerhill; que muy joven todavía pasó
a España y bajo la protección de un pariente clérigo, que más tarde fue uno de los
confesores de Carlos III, hizo algunos estudios en Cádiz y trabajó con mediana suerte
en el comercio; que ya en una edad madura pasó al Perú, donde, según una tradición
perfectamente autorizada, ejerció el oficio de buhonero, y pagó como extranjero,
su tributo a la Inquisición, siendo encerrado en sus sótanos por sospecha de secta,
aunque él siempre fue un católico acendrado; que después de algunos años se dirigió
a Concepción con ciertas especulaciones que terminaron mal; y que por último tomó
servicio en las armas reales como oficial científico, el año 1773, época de que data su
primer despacho auténtico”10.
Sin embargo, Vicuña Mackenna pareció tener, posteriormente, el año 1861,
algunas dudas sobre estas afirmaciones hechas en el “Ostracismo de O’Higgins”.
En una obra posterior plantea los mismos hechos en términos de inseguridad:
“El origen, la familia, la infancia, la juventud de don Ambrosio O’Higgins es todavía
una duda de la historia y la biografía porque en este hombre singular todo lo que no
es extraordinario es un misterio calculado a dar mayor realce a su imponente figura.
Algunos le suponen hijo de un aldeano, otros de la ilustre casa de Ballenary, otros
aseguran que su primer ejercicio fue el de postillón de una antigua marquesa (en el
Ostracismo era la Condesa de Bective), otros, alumno del Colegio de Cádiz, donde le
puso en su niñez un tío eclesiásticos”11.
Las dudas sobre el linaje de don Ambrosio se plantean, pues, entre dos
extremos posibles: su familia estaba constituida por pobres aldeanos o
pertenecía a la nobleza, al integrar una ilustre casa nobiliario, aun cuando sus
padres estuvieran empobrecidos. El origen rústico toma forma con la relación
del General O’Connor, escrita el año 1849, en Tarija y repetida después por el
historiador peruano José Antonio Lavalle: Los padres de don Ambrosio habrían
sido labradores en la heredad de la condesa de Bective; el joven Ambrosio tenía
a su cargo el acarreo de leña para la cocina de su patrona, ascendiendo después
a postillón, con la responsabilidad de llevar la correspondencia desde la Aldea de
Summerhill al castillo de la condesa.
Lavalle rectificó posteriormente esta versión pero la fuerza de la leyenda siguió
su curso hasta nuestros días.
Barros Arana concilia estas diferentes estimaciones:
9 Ricardo Donoso: El Marqués... p. 3.
10Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... pp. 51 y 52.
11 Benjamín Vicuña Mackenna: Historia de Santiago. Imprenta de El Mercurio, Valparaíso, 1869, Tomo II, p. 271.
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R evista L ibertador O’ higgins
“Don Ambrosio era el hijo menor de una familia de modesta fortuna, pero que creía
descender de la más alta aristocracia del país y que se decía empobrecida y decaída
en su antigua grandeza por las persecuciones políticas y religiosas”.
Luego debilita la leyenda de la juventud ignara, que habría empleado en
servicios de postillón:
“En su niñez hizo buenos estudios i adquirió el hábito de la lectura. Por más que sus
detractores se hayan empeñado en presentarlo como un aventurero oscuro i ordinario,
elevado repentinamente casi sin méritos propios, es lo cierto que poseía buenos
conocimientos clásicos, que traducía y entendía corrientemente el latín, i que si
probablemente no era ingeniero perfecto, había adquirido la preparación para serlo”12.
John Thomas, en carta que envió a don Bernardo O’Higgins el año 1824,
proporcionándole informaciones sobre su padre, señalaba que era “el ingeniero
práctico más hábil que hubiera llegado jamás a la América Española” y que “tenía
vastos conocimientos científicos”13.
Don Miguel Luis Amunátegui descarta, en cambio, el presunto origen noble:
“No llevando un nombre ilustre se había impuesto a las familias aristocráticas
cuya escrupulosidad en punto a nobleza ya se sabe cuan exagerada era”14.
Carlos Vicuña Mackenna acentúa todavía más la contradicción entre la juventud
pobre y desasistido que se le atribuye y la excelente preparación intelectual que
poseía:
“Además de las nociones concernientes a su profesión de ingeniero, de las excelentes
dotes literarias que se revelan en los escritos hechos en su lengua natal, don
Ambrosio sabía el griego y el latín. La amplitud de su mira y la forma que resolvía los
problemas generales de buen gobierno, revelan que también había hecho bastante
provisión de ideas por medio de la lectura, ya que sería necesario suponerle un genio
de extraordinario poder para que, sin preparación alguna, hubiera llegado a tales
resultados”15.
Don Casimiro Albano, cuya “Memoria del Exemo. Señor don Bernando
O’Higgins” fue descalificada por Vicuña Mackenna, nos ha dejado numerosas
noticias interesantes tanto del Virrey como de su hijo. Refiriéndose a don
Ambrosio señala “que es preciso no equivocarse y confesar que al noble irlandés
le adornaban talentos y conocimientos nada comunes, debidos a su constante
aplicación al estudio y experiencia. Poseía profundamente las matemáticas, varios
idiomas, y entre ellos la lengua griega de un modo tan perfecto que asombró al
doctor Unanue, tenido entonces como el primer literato de Sur América”16.
12Diego Barros Arana: Historia..., Tomo IV, Parte quinta, Capítulo XVI, pp. 6-7.
13John Thomas: Proyectos... pp. 135-136.
14Miguel Luis Amunátegui: La Dictadura de O’Higgins. 3 Ed. Rafael Jover, 1882, p. 27.
15Carlos Vicuña Mackenna: El origen de don Ambrosio O’Higgins y sus primeros años en América. Revista
Chilena de Historia y Geografía Nº21, 1916, p. 128.
16Casimiro Albano: Memoria del Excmo. Señor don Bernando O’Higgins, Capitán General de la República de
Chile, Brigadier en la de Buenos Aires, Gran Mariscal en la del Perú y Socio Protector de la Sociedad de
Agricultura, Imprenta de la Opinión, 1884, p. 140.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Don Vicente Carvallo y Goyeneche, a pesar de su enconada malquerencia con
don Ambrosio, debió reconocer que era “hombre de instruida educación”17.
El dominio de dos idiomas, como el latín y el griego, además del francés;
disciplinas como las matemáticas y la geografía, en que también se le consideraba
experto, pueden dominarse o conocerse aceptablemente sólo mediante estudios
sistemáticos, que suponen una educación superior bien asentada. Y ella debió
desarrollarse sólo en la mocedad, etapa de su vida en que se le ha dado el
carácter subalterno de postillón.
La relación hecha por don Ambrosio en el Memorial de 1761 no menciona
ninguna posible conexión con la nobleza de su país de origen. En otra declaración
hecha el año 1756, en Lima, por “Antonio Higgins”, citada por Luis Valencia Avaria,
señalando que se trata de don Ambrosio, tampoco hay mención a sus ancestros
nobiliarios18.
El propio don Bernardo omito esa referencia al proporcionar una información
del navegante La Perouse, donde se afirma que su padre “había nacido en el
seno de una familia perseguida en Inglaterra a causa de su religión y de sus
viejos lazos de fidelidad a la Casa de los Estuardos”19.
El padre ni el hijo, en las oportunidades propicias, aluden a este origen noble.
Ello puede ser comprensible en don Bernardo, quien, como gobernante, había
suprimido los títulos nobiliarios; pero no lo es necesariamente en un hombre de la
sagacidad política de su padre, que conocía de sobra la importancia y proyección
de estos abolengos en la sociedad colonial.
Sin embargo, ya en el año 1769 aparece el intento de una pequeña variación
a la forma usual como escribía su nombre. Con motivo del levantamiento de
los indios de la Frontera, solicitó que se le enviara a la zona del conflicto y en
el petitorio se identifica como “Ambrosio de Higgins, comisario de guerra y del
ejército de este Reino”20.
El mismo año, anota Carlos Vicuña Mackenna, en un poder de Ambrosio
Higgins, ingeniero delineador de los Ejércitos y plazas de su Magestad, “a pesar
de aparecer en el encabezamiento el nombre Higgins, la firma tiene el apellido en
su integridad: O’Higgins”21.
Don Ernesto de la Cruz, en el “Epistolario de don Bernardo O’Higgins”, se
refiere a este mismo asunto:
“Hemos tenido a la vista más de trescientos autógrafos de don Ambrosio y en todos
se lee Higgins. Últimamente el eruditísimo paleógrafo, don Tomás Thayer Ojeda, de
la Biblioteca Nacional, nos ha señalado uno en que aparece la firma O’Higgins; pero
17Vicente Carvallo y Goyeneche: Descripción histórico-geográfica del Reino de Chile. Colección de historiadores
de Chile y documentos relativos a la historia nacional, Imprenta de la Librería del Mercurio, Tomo 1, 1873, p. 434.
18Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins, buen genio de América. Ed. Universitaria, 1980, p. 18.
19Patricio Estellé Méndez: Epistolário de don Bernardo O’Higgins con autoridades y corresponsales ingleses
(1871-1831). Revista Historia Nº11, 1972-73 del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile, p. 445.
20Ricardo Donoso: El Marqués... p. 94.
21Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 143.
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R evista L ibertador O’ higgins
la O es pequeñísima, vergonzante. El documento a que nos referimos es un poder
entregado ante el escribano Santibáñez, el 16 de agosto de 1769”22.
Las inquietudes de don Ambrosio para acreditar su origen noble comienzan
cuando parece afianzada su condición militar. El año 1784, en su Hoja de
Servicios extendida en Concepción por el Sargento Mayor, don Domingo Álvarez
y Ramírez, hay otra aproximación hacia el objetivo tan levemente insinuado varios
años antes:
“El Brigadier de Caballería don Ambrosio Higgins de Ballenary, Comandante del
Cuerpo de Dragones de Chile, su edad de 52 años, su país Irlanda, su calidad noble,
su salud mediana, sus servicios y circunstancias los que expresa”23.
El Sargento Mayor, subalterno devoto e incondicional, elaboró la Hoja de
Servicios según los términos que quiso don Ambrosio, restándole a lo menos diez
años de su edad efectiva y atribuyéndole “calidad noble”.
Progresiva y metódicamente siguen estos afanes, colocando cada vez mayor
énfasis en el propósito previsto. El año 1788 pudo lograr un árbol genealógico
elaborado por el Rey de Armas de Ulster, Sir Chichester Fortescue, que lo ligaba
a la nobleza. Ese mismo año y después que recibió el trabajo de Fortescue, don
Ambrosio comienza a agregar al apellido Higgins, en todas sus firmas, la fórmula
“de Ballenary”, que ya había hecho emplear cuatro años antes en su Hoja de
Servicios.
Estaba, así, a medio camino de la nobleza.
Después de asumir como Gobernador y Presidente de Chile, encargó a don
Demetrio O’Higgins, residente en Madrid, miembro, entonces, de los Guardias de
Corps, que gestionara la rehabilitación del título de Barón de Ballenary, que había
pertenecido, según Fortescue, a uno de sus abuelos irlandeses. La gestión de
don Demetrio resultó exitosa, ya que la merced fue concedida por Real Decreto.
Este importante servicio de don Demetrio elevó el aprecio que en adelante le tuvo
el ya poderoso Presidente de Chile, quien lo traería al Perú pocos años después
nombrándolo, por resolución de la Corte, Intendente de Huamanga, luego de
destinatario a algunas actividades militares y administrativas en Lima.
En la solicitud de don Demetrio a las Cortes, el 17 de enero de 1795, “en
virtud, de especial encargo de mi tío”, sólo acompañó el árbol genealógico, en
copia, “firmado y sellado por Chichester Fortescue, Caballero de la ilustre Orden
de San Patricio y Rey de Armas de Ultonia y toda Irlanda, autorizado por el Lord
Teniente General, Gobernador y Virrey de dicho Reino, Hugo Buchingham y por
Fray Juan Tomás Troy, Arzobispo Católico de Dublín, Primado y Metropolitano
de Irlanda, y corroborado todo por vuestro Embajador en la Corte de Londres,
Marqués del Campo, y por vuestro Secretario y de la interpretación de lenguas
don Felipe Samaniego”.
El solicitante se excusa de no acompañar otros documentos, “por faltar los
libros parroquiales y los archivos de las Iglesias, por no permitirlos el Gobierno
22Ernesto de la Cruz: Epistolario de O’Higgins. Imprenta Universitaria, Santiago, 1916, Tomo I, p. 13
23Manuscritos de Medina, Vol. 326.
18
E dición conmemorativa del B icentenario
protestante, como es notorio, y en la consideración asimismo de los dilatados
méritos que tiene contraídos el exponente en el real Servicio”24.
Los árboles genealógicos confeccionados por los Reyes de Armas tenían
una dudosa validez. Muchos de estos instrumentos sólo eran el resultado de un
trabajo de imaginación, que se estimulaba por el pago de honorarios elevados.
Como puede apreciarse en el caso de don Ambrosio, su expediente de nobleza
no tiene más elementos probatorios que la certificación de Chichester Fortescue
y la mediación de un poder no acreditado, haciéndose plena fe en el mérito de la
solicitud de don Demetrio O’Higgins como representante de su “tío”.
Un valioso estudio de don Luis Lira Montt nos aproxima al conocimiento de los
mecanismos usados para la obtención de estos documentos y las exageraciones
de los árboles genealógicos. La genealogía de las familias Cortés y Lastra enviada
a Chile el año 1791 es un caso típico:
“El desaprensivo Rey de Armas, de quien emanan (dichas genealogías), asegura
allí que el origen y nobleza de los Cortés deriva del romano Silio Cortés, cuyos
descendientes llegaron a Zaragoza veinticinco años antes de nuestro redentor; y que
el origen del linaje De la Lastra viene de uno de, los tres Reyes Magos que pasaron a
Belén a la adoración de Nuestro Señor”25.
A pesar de este descrédito y de los pocos elementos probatorios en que se
sustentaba la petición del reconocimiento nobiliario, ella fue acogida plenamente,
regenerando el título nobiliario con la indiscutida aprobación de la Corona
española:
“Habiéndome hecho constar en debida forma el Teniente General de mis Reales
Ejércitos, don Ambrosio O’Higgins, lo antiguo e ilustre de su familia, como descendiente
que es legítimo de Juan Duff O’Higgins, Barón de Ballenary, en el Condado de Sligo,
en el Reino de Irlanda, de la distinguida Casa de O’Neil en el mismo Reino, enlazada
con la de O’Connor, de la real de Bailintober, en esa atención, y a la de sus dilatados
méritos e importantes servicios que ha hecho en la carrera de las Armas, y continúa
haciendo en los empleos de Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, y
Presidente de su real Audiencia, he venido en concederle la merced del propio título
de Barón de Ballenary en estos mis reinos, para sí, sus hijos, herederos y sucesores
legítimos”26.
“Desde entonces, dice Ricardo Donoso, don Ambrosio y toda la familia
antepuso la ‘O’ a su apellido”27.
A pesar de que don Ambrosio después de los 60 años tuvo un efectivo interés
por estos títulos nobiliarios, nos parece acertado el siguiente comentario de don
Ricardo Donoso.
“Tengo para mí que Higgins, como hombre inteligente, se reía para sus adentros
de todas esas majaderías, pues ningún título más preclaro podía ostentar que sus
dilatados servicios a la Corona, pero no dejaba sin duda de comprender la importancia
24Ricardo Donoso: El Marqués... p. 278.
25Luis Lira Montt: El Fuero Nobiliario de Indias. Boletín de la Academia Chilena de Historia Nº89, pp. 49-50.
26Ricardo Donoso: El Marqués... pp. 278 y 279.
27Ricardo Donoso: El Marqués... p. 278.
19
R evista L ibertador O’ higgins
que tenía, ante los ojos del mundo ignaro y de unos señorones que reverenciaban
mucho esas fruslerías, el decorar su personalidad con una placa de esa especie”28.
3. LA EDAD
Don Ambrosio nunca declaró su edad. En los documentos donde puede
parecer necesaria la consignación de este dato, lo omite cuidadosamente. Y la
única vez que alude a ella, recurre a una suerte de acertijo: “Hallarme en el último
tercio de mi vida”29.
Don Benjamín Vicuña Mackenna afirma que don Ambrosio nació en el año
1720. “En el año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años...
Contaba en aquella época cincuenta y tres años de edad”30.
Barros Arana cree también que nació en el año 1720: “Nacido en 1720, en el
lugar de Ballinary”. Y anota una importante información que no hace más que
acentuar la sospecha de que el silencio sobre su edad es deliberado:
“En el Archivo de Simancas, encontramos una Hoja de Servicios del Brigadier O’Higgins
fechada en Concepción el 31 de diciembre de 1787; pero aunque es un documento
útil para la biografía de este personaje, no contiene más que una reseña muy rápida
y sumaria. En este documento se ha dejado en blanco la edad que entonces tenía
O’Higgins, que era 67 años, probablemente para que en la Corte no se le creyera en
cierto modo inútil por la ancianidad”31.
Encina señala, en dos ocasiones, que nació en 1720: “Ingeniero Delineador
al servicio de España en 1761 cuando ya contaba 41 años”. “Lo poco que
conocemos a este respecto proviene de él mismo; y se reduce a saber que nació
en la Villa de Ballenary (Irlanda) alrededor de 1720”32.
Gustavo Opazo dice que “Había nacido en la Villa de Ballenary en 1722”33.
Valencia Avaria utilizaba un mecanismo indirecto para fijar esta fecha: Al
nacimiento de don Bernardo, año 1778, don Ambrosio “bordeaba los sesenta
años”. Habría nacido, entonces, alrededor de 1718. En otro acápite señala que
llegó a América el año 1756, a los 36 años, fijando, así, el nacimiento en el año
172034.
John Thomas aporta una referencia valiosa por ser contemporáneo, amigo
y confidente de don Ambrosio: “Cuando el Virrey hubo decidido este viaje
(desde Lima al Cuzco el año 1800), ochenta inviernos habían pasado ya sobre
su venerable cabeza”. Por consiguiente, si don Ambrosio tenía ochenta años
cumplidos, el año 1800, debió haber nacido el año 172035.
28Ricardo Donoso: El Marqués... pp. 277-278.
29Ricardo Donoso: El Marqués... p. 413.
30Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del..., p. 5.
31Diego Barros Arana: Historia..., Tomo IV, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 10.
32Francisco A. Encina: Historia..., Tomo 8, pp. 51 y 52.
33Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo. Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nº23, 1942, p. 7.
34Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., pp. 12 y 17.
35John Thomas: Los Proyectos..., p. 136.
20
E dición conmemorativa del B icentenario
Don Carlos Vicuña Mackenna puntualiza que: “Don Ambrosio O’Higgins,
descendiente de una noble familia arruinada por las guerras religiosas, nació en
Irlanda, en el Condado de Sligo el año 1722”.
En una nota referida a esta afirmación y que sin duda le sirve de fundamento
para la determinación del año de nacimiento indicado, dice:
“Diferentes fechas se han fijado para el nacimiento de O’Higgins y hasta su Hoja de
Servicios, en la cual hay probablemente un error de copia, le da diez años menos;
tenemos sin embargo un testimonio fehaciente: John Thomas, en su biografía inédita
del Virrey, que se refiere sólo a sus últimos años, dice que tenía ochenta años en
1802”36.
Carlos Vicuña cita mal a Thomas. De ningún modo don Ambrosio podía tener
80 años en 1802, ya que había fallecido un año antes. Thomas sólo señaló que
“ochenta inviernos habían pasado ya sobre su venerable cabeza” cuando decidió
hacer el viaje de Lima al Cuzco, un año antes de su muerte, acaecida a principios
de 1801. Si seguimos a Thomas, en su exacto testimonio, sólo podemos concluir
que, según lo plantea, el nacimiento ocurrió el año 1720.
Ricardo Donoso reconoce que “Hay una gran oscuridad sobre el origen, la
fecha de nacimento...”; pero agrega que “Hay motivos para creer que nació: en
Irlanda, en 1720”37.
Don Ambrosio mantuvo celosamente el secreto de la fecha de su nacimiento.
En el Memoria presentado al Consejo de Indias el año 1761, que proporciona los
datos relativos a sus padres, lugar de nacimiento y religión, omite toda referencia
a su edad. En una declaración hecha en Luna el año 1757, que Valencia Avaria
atribuye a don Ambrosio, tampoco hay datos relativos a la fecha de su nacimiento.
En cambio, en la Hoja de Servicios, extendida el 31 de diciembre de 1784, por el
Sargento Mayor don Domingo Álvarez, se precisa, como hemos visto, un dato
hasta entonces desconocido: “Su edad 52 años”. La fijación de esta edad lo hace
nacer, entonces, en 1732. Don Ambrosio no podía caer en una inadvertencia
o cometer un error en la data que contiene el documento, a menos que así lo
deseara. Si fue un error del copista o del otorgante del documento, don Ambrosio
no hizo el menor amago de rectificación.
Opazo ofrece otra explicación, siguiendo a Barros Arana:
“Se cree que se quitó diez años, para no aparecer con tanta edad ante el Consejo de
Indias y ser considerado un militar sin energías”38.
El 11 de noviembre de 1794, diez años después, al proponer a su sobrino
Tomás O’Higgins y Welch para llenar una vacante en el empleo de Teniente en el
Cuerpo de Dragones de la Frontera, expresa:
“Me obliga a esta solicitud hallarme en el último tercio de mi vida”.
36Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 127.
37Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46.
38Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 7.
21
R evista L ibertador O’ higgins
Estas palabras, que han dado origen a numerosas especulaciones, son de una
vaguedad extrema y por completo inútiles para la determinación de su edad. En
cualquier caso no miente: se halla en el último tercio de su vida, entre los 60 y los
90 años39.
El médico limeño encargado de embalsamar su cadáver, ajustándose a los
rituales funerarios establecidos para la muerte de los Virreyes, después de colgar
el cuerpo, vaciar las vísceras y examinarlas, estampó en su informe el siguiente
testimonio: “el corazón era de dilatadas proporciones y la edad del fallecido sería
de unos ochenta y cinco años”40.
4. LLEGADA A ESPAÑA
Es éste otro de los tantos aspectos oscuros en la vida de don Ambrosio.
En las dos páginas donde Vicuña Mackenna “acumuló inexactitudes y
desautorizadas consejas”, según Donoso, se sostiene “que sábese, con evidencia,
que muy joven todavía pasó a España y bajo la protección de un pariente clérigo,
que más tarde fue uno de los confesores de Carlos III, hizo algunos estudios en
Cádiz y trabajó con mediana suerte en el comercio…41.
En este párrafo sólo es advertible, a primera vista como inexactitud probada
muchos años después que don Benjamín publicara el “Ostracismo de O’Higgins”,
la referencia al pariente clérigo, que ha sido desvirtuada por las prolijas
investigaciones de don Carlos Vicuña Mackenna.
Don Aurelio González Santis sostiene que “Don Ambrosio, buscando una
oportunidad llegó a Cádiz en 1749”42.
Carlos Miró Quezada, sin citar su fuente de consulta, da a conocer una versión
que contraría todos los juicios más o menos autorizados que conocemos sobre
los orígenes del Virrey: “Al cumplir los diez años fue enviado a Cádiz, al lado de
un tío suyo, sacerdote jesuita, que lo hizo educar en el Colegio de la Compañía
de ese lugar”43.
En el memorial ya citado, del año 1761, don Ambrosio inicia su estilo de decir,
cuando quiere, las cosas a medias. En él declara estar, ”viviendo en dicha ciudad
de Cádiz desde el año mil setecientos cincuenta y uno (1751)”, lo que no significa,
necesariamente que haya vivido en España desde el año indicado. Su llegada a
la Península, a Madrid por ejemplo, pudo ocurrir mucho antes.
La declaración hecha en Lima el año 1756, ante el Tribunal del Consulado,
por don Antonio O’Higgins, que sería el mismo don Ambrosio, mencionada por
Valencia Avaria, contiene una versión diferente: “Ambrosio O’Higgins, que era el
citado, declaró que residía en Cádiz más tiempo de veinte años”44.
39Ricardo Donoso: El Marqués...p. 413.
40Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 41.
41Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del..., p. 52.
42Aurelio González Santis: El Gobernador Ambrosio O’Higgins. Ed. Salesiana, 1980, p, 5.
43Carlos Miró Quezada: De Santa Rosa a la Perricholi. Talleres P.L. Villanueva S.A., Lima, Perú, 1958, p.154.
44Luis Valencia Avaria: Berizardo O’Higgins..., p. 18.
22
E dición conmemorativa del B icentenario
Si la información dada en el Memorial del año 1761, en que declara haber
llegado a Cádiz en 1751, es verdadera, tal hecho ocurrió cuando ya tenía 31 años
de edad.
De acuerdo con la declaración de Lima, el año 1756, habría residido en Cádiz
“más tiempo de veinte años”. En este caso, su edad, a la época de su llegada allí,
fue de 16 años.
Naturalmente, y en el supuesto de que don “Ambrosio” y don “Antonio” sean
una misma persona, se falsea una de las dos declaraciones.
Las discrepancias entre los autores existen desde la primera época en
que comenzó a estudiarse la juventud de don Ambrosio y no hay razón para
suponer que ellas estén terminadas, a menos que aparezcan pruebas históricas
irredargüibles que diriman las cuestiones relativas a esta etapa de su vida.
La opinión mayoritaria y más autorizada, a la que nos sumamos, fija el año
1720 como fecha en que el aventajado irlandés nació y 1751 como el año en que
habría llegado a España.
5. EL ITINERARIO AMERICANO DE DON AMBROSIO
En el Memorial del año 1761 don Ambrosio declara que vivió en Cádíz desde
1751 a 1756, “en cuyo año pasó a la América Española, en donde se mantuvo
hasta junio de 1760”.
Don Benjamín Vicuña Mackenna, que no conoció el Memorial citado, señala
que “En el año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años, de nación
irlandés, y que venía a servir en aquel país con el título de Capitán delineador de
la fortaleza de Valdivia”45.
Don Benjamín yerra en el año y en el grado militar con que se le contrató
como ingeniero delineador. Ignora igualmente la primera residencia del irlandés
en América, desde 1756 hasta el año 1760.
A la fecha señalada por el autor citado, 1773, don Ambrosio ya era Teniente
Coronel y Comandante de Caballería, después de haber iniciado la carrera
administrativa y militar efectiva a fines de 1763, en el rango de Subteniente, el
más bajo de la clase de Ingenieros, ingresando por primera vez al Continente
americano el año 1756.
Todo parece indicar que la declaración de don Ambrosio, en el Memorial, en
cuanto al año 1756 “en que pasó a la América Española”, es verídica.
Carlos Vicuña Mackenna, refiriéndose a una versión del navegante inglés
Vancouver, da una fecha distinta para la llegada de don Ambrosio a nuestro
Continente:
“Otra información que da Vancouver es la época de la llegada a América de don
Ambrosio, que sería el año de 1771. Tenemos entre tanto la comprobación de que ya
estaba en Chile en noviembre de 1764”46.
45Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del... p. 51.
46Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 152.
23
R evista L ibertador O’ higgins
Sin embargo, como está suficientemente probado, llegó por segunda vez a
América en agosto de 1763, por Buenos Aires, y el 13 de diciembre de ese mismo
año a Santiago.
Otorgamos categoría de verdad a la declaración del propio don Ambrosio
respecto de su “paso a la América Española”, dando por confirmada la fecha que
indica, 1756, porque es también una versión que aparece sostenida con mayores
pruebas documentales.
Donoso agrega “que en mayo de 1757 don Ambrosio se hallaba en Buenos
Aires, pues el 8 de ese mes aparece recibiendo la suma de trescientos cincuenta
pesos, de manos de don Domingo de Basabilbaso, para pagarlos a don Juan
Albano Pereira en Santiago de Chile”.
En carta de 26 de mayo, prosigue nuestro autor, escribía Basabilbaso a don
Patricio Martín: “Don Ambrosio Higgins, dependiente de la Casa de don Jacinto
Butler, que se conducía en Dho. Navío, se vino por tierra a ésta, en donde le di
providencia para que pasase a Chile”47.
Si encontramos vaguedades sobre la fecha de su llegada a América, mucho
más imprecisas son las huellas de su itinerario entre Argentina, Chile y Perú,
antes de 1763, época en que regresa con un destino definido a nuestro país,
acompañando al ingeniero Juan Garland.
Sólo a partir de ese año las investigaciones se facilitan, por la sujeción a la
carrera militar y administrativa, que culminarará en el solio del Virreynato más
importante de las colonias españolas. Utilizando las pruebas documentales
existentes se logra, sin embargo, un trazado bastante aceptable de sus
desplazamientos en América, antes de 1763. El 8 de mayo de 1757, como hemos
visto, recibe $ 350 del Oidor Domingo Basabilbaso, para entregarlos a don Juan
Albano, en Santiago de Chile. Es de toda evidencia que don Ambrosio ha debido
ocupar un tiempo prudente en Buenos Aires para el establecimiento de relaciones
de confianza, como la indicada. No podían escapar, tampoco, a la despierta
inteligencia que unánimemente se le reconoce, las peligrosas consecuencias de
la alteración de los datos proporcionados a las autoridades españolas, relativos a
su llegada a Cádiz y su paso a América, lo que refuerza la afirmación de Barros
Arana en el sentido de que don Ambrosio llegó efectivamente a América el año
1756, fecha en la cual coinciden Encina, Donoso, Eyzaguirre y otros.
Valencia Avaria sostiene que:
“Llegó a América por primera vez en el año 1756 y con 36 años de edad: ‘Aventuraba
independizarse en el comercio, pero en Lima, al año siguiente, le sorprendió una
corrida a los comerciantes extranjeros’”48.
El Oidor don José Tagle y Bracho resolvió que siete comerciantes extranjeros,
incluido don Ambrosio, debían volver a Cádiz. Pero el Procurador, según lo
consignado por Valencia Avaria, denunció después que “don Ambrosio Higgins,
47Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46.
48Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p.17.
24
E dición conmemorativa del B icentenario
inglés, que vino de Capitán de Gallinas (segundo repostero) ha pocos días se
embarcó para Panamá en el Navío San josé...49.
Indudablemente don Ambrosio había llegado a Lima por vía marítima después
de hacer la travesía terrestre hasta Valparaíso desde Buenos Aires, pasando por
Santiago como lo señala la carta de Basabilbaso a don Patricio Martín, en Cádiz:
“le di providencia para que pasase a Chile, que tiene bastante duda que lo pueda
lograr, por haber una Serranía que llaman Cordillera...” (26 de mayo de 1757 )50.
La versión recogida por Valencia Avaria sobre el embarque a Panamá, el año
1757, es dudosa, ya que también existe prueba documental de que en mayo de
1759 Higgins se encontraba recibiendo un poder de Juan Albailo en Valparaíso,
antecedente que constituye otro hito de su primer andar americano.
La publicación hecha por don Horacio Aránguiz en el Boletín de la Academia
Chilena de la Historia, reproduciendo siete cartas inéditas del irlandés dirigidas
al comerciante vasco, en Santiago, don Salvador Trucíos, permite conocer con
precisión la fecha y recorrido de su regreso a España el año 175951.
La segunda de estas cartas, I’ecliada el 16 de julio de 1760, da término a
muchas afirmaciones meramente conjeturales sobre esta etapa de la vida de don
Ambrosio:
“Querido amigo y muy señor mío, el día de embarcarme en el Callao, dejé ahí escrita
una cartita para ud. fechada veintiocho de noviembre pasado, ( 1759) luego después
de arribada a Paita, le escribí otra y mi última fue desde Portobello, el 20 de enero
de este año (1760). Ahora particípale de mi feliz llegada a ésta mi deseada Cádiz, la
semana pasada, desde La Habana”52.
6. INGRESO AL SERVICIO IMPERIAL
En mayo de 1763, de regreso a América, desembarca en Buenos Aires con
quienes constituirá el círculo de amigos que le serían sorprendentemente fieles,
leales y devotos hasta el fin de sus días. Don Juan Garland hace de cabeza de
grupo como ingeniero designado. Don Tomás Delphin y don Lorenzo Arrau, que
integran el grupo de viajeros, no traen designación oficial alguna. Higgins viene
comprometido como ayudante de Garland, para ocupar el cargo de Ingeniero
Delineador, asimilado al grado de Subteniente53. La nota enviada al Gobernador,
el 26 de enero de 1762, es explícita en cuanto al origen de este cargo y constituye
una novedad administrativa y advierte que ella no debe constituir precedente:
“A instancia de don Juan Garland, ingeniero en Segundo destinado a servir en ese
Reino, se ha dignado el Rey conceder por gracia particular, y sin que sirva de exemplar,
quinientos pesos para un delineador mediante ser sólo en él, y se le ha librado la
49Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p.18.
50Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46.
51Horacio Aránguiz: El Itinerario ignorado de don Ambrosio O’Higgins. Boletín de la Academia Chilena de la
Historia Nº199, pp. 122 a 129.
52Horacio Aránguiz: Ob. cit., p. 122 y ss.
53Gustavo Opazo: Dopi Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 12.
25
R evista L ibertador O’ higgins
cédula correspondiente que presentará a U.S. lo que de orden de S.M. le participo a
fin de que, disponga se le satisfagan por esas Caxas, siempre que mantenga el dicho
delineador”54.
La contratación de un delineador dependía de Garland, que ejerció sus
atribuciones convirtiendo a Higgins en funcionario de la Corona.
Hay también otra versión recogida por Opazo, sin referencia bibliográfica,
indicando que Higgins “el 21 de noviembre de 1761 obtuvo el nombramiento
de ‘Ingeniero delineador’ con la destinación de pasar a Chile en la Comitiva del
Coronel Garland”55.
En la Hoja de Servicios de Higgins, extendida el año de 1784, se da como
fecha inicial de su designación el 20 de noviembre de 1761.
En la Relación de méritos y servicios que se encuentra en los Manuscritos
de J.T. Medina, se menciona una fecha distinta para la Real Cédula, pero muy
próxima a la ya citada:
“Que aunque parece ser que se origina el nombramiento de Higgins en vista de Real
Cédula de fecha 16 de enero de 1762, pasó a servir en el Reino de Chile en calidad de
delineador, acompañando al Teniente Coronel de Ingenieros don Juan Garland”56.
Las dudas que pudieran existir acerca del origen del nombramiento de Higgins
desaparecen, en buena medida, como se verá, al conocer la comunicación del
Gobernador de Chile, el 1º de julio de 1766, al bailío Fray Julián de Arriaga:
“Habiendo venido a este Reino el año 1763 el Ingeniero en Segundo don Juan
Garland, trajo en su compañía nombrado de delineador a don Ambrosio Higgins,
en virtud de la facultad que S.M. le concedió y reconociendo su juiciosa conducta
se le aprobó a dicho Garland, y para el goce del sueldo de quinientos pesos
anuales que se le asignaron...”57.
7. EL COMERCIANTE EXTRANJERO
El experimentado dependiente de la Casa Butler Joyes y Cía., advirtió muy
rápidamente que la fórmula ideal para hacer fortuna en América, era ejercer las
actividades comerciales al amparo de influencias administrativas o militares. Los
ejemplos exitosos de esta asociación, tolerada sin objeciones por la Corona, eran
muy evidentes en toda la geografía colonial y en los distintos niveles jerárquicos
de su administración.
Su primer viaje a América, mirado con rigor mercantil, fue evidentemente
provechoso. Llevó de regreso a España una cartera de clientes que cubría un
amplio territorio comercial: Argentina, Chile y Perú quedaban unidos por una
red de conexiones personales que representaban mercado y clientela segura.
Bástenos señalar el compromiso de adquirir, por cuenta del vasco Salvador de
54Ricardo Donoso: El Marqués…, p. 55. Capitanía General, Vol. 724, Hoja 20.
55Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 12.
56J.T. Medina: Biblioteca Hispano Americana, 11, p. 597.
57Manuscritos de Medina, Vol. 192, Capitanía General, Vol. 795,
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E dición conmemorativa del B icentenario
Trucíos, 15 mil pesos en mercaderías y otro contrato similar con Juan Albano
Pereira, por $12.000. Es también probable que haya interesado en negocios
parecidos a don Diego de Armida.
En Perú, según la denuncia del Procurador, como consecuencia de la “corrida”
de los comerciantes que no contaban con licencia, los resultados no podían ser
más halagüeños para el irlandés:
“Don Ambrosio Higgins, inglés, que vino de Capitán de Gallinas, ha pocos días se
embarcó para Panamá en el navío San José, sin licencia de este superior Gobierno,
acompañándole don Juan de Miramón, francés, que vino por Buenos Aires y recibió
por endoso más de 100.000 pesos del mismo Navío San Martín, y entre estos dos
embarcaron en él, a nombre de españoles, más de 200.000 pesos que produjo su
comercio”58.
El manejo de estas elevadas cantidades de dinero, ridiculiza en buena medida
la historia del “falte” o buhonero desamparado que, supuestamente, recorría Lima
y sus alrededores, en un comercio de menudeo. El crédito y la confianza que
suponían estas importantes intermediaciones comerciales, hace descartable la
imagen del comerciante fallido o del condenado a los calabozos de la Inquisición
limeña.
El cumplimiento de la generosa legislación de extranjería española, respecto
de los irlandeses e ingleses católicos, era bastante irregular en América,
por ignorancia funcionaria. Higgins ya lo había probado en Lima y, después,
cuando ejercía las funciones de Gobernador de Chile, debió instruir a más de
un empleado sobre la correcta aplicación de estas normas de excepción. Barros
Arana recuerda que “tuvo que luchar en Chile y en el Perú con las dificultades
que le creaba su nacionalidad. Siendo Presidente de Chile se vio en el caso de
comunicar al Subdelegado de Coquimbo, el 10 de diciembre de 1795, las cédulas
reales que amparaban a los irlandeses para favorecer a uno o varios individuos
de esa nacionalidad que se hallaban en ese Distrito”59.
Don Ambrosio siempre evitó referirse a su nacionalidad, como lo hizo con su
edad, cuando debía individualizarse.
“Si había un hombre, dice don Miguel Luis Amunátegui, llamado por sus antecedentes
a manifestar simpatías a los extranjeros, era don Ambrosio O’Higgíns”.
Sin embargo, como apunta el autor citado, “Era particularmente notable la
excesiva desconfianza que el irlandés Presidente-Gobernador de Chile mostraba
a todos los que no eran legítimos y añejos españoles”60.
8. LOS ALTIBAJOS ADMINISTRATIVOS
La destinación de un ingeniero, como don Juan Garland, a la Capitanía
General de Chile correspondió a una de las tantas decisiones administrativas
58Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p. 18.
59Diego Barros Arana: Historia..., Tomo VI, Parte quinta, p. 9.
60Miguel Luis Amunátegui: Los precursores de la Independencia de Chile. Ed. Imprenta la República, 1870,
Tomo 1, pp. 295 y 296.
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R evista L ibertador O’ higgins
programadas por la Corona, para reforzar las defensas de los puntos claves del
litoral americano expuestos a las agresiones inglesas, en caso de guerra.
Nada sabemos sobre el surgimiento de la amistad de Garland con Higgins.
Opazo avanza una opinión harto discutible:
“Seguramente fueron condiscípulos en más de un estudio, pues no se explica de otra
manera esta amistad, que no pudo nacer de estos cortos años de estada en Cádiz. En
la lejana y querida Irlanda estrecháronse estos vínculos de amistad, que se prolongaron
larga y sólidamente por toda la vida”61.
El interés de Garland en Higgins se entiende por ser connacional suyo y
apreciar su experiencia sobre el lugar de su nueva destinación. Parece evidente
que una vez instruido sobre las nuevas tareas que se le encomendaban, Garland
señaló la necesidad de que se le designara un ayudante como delineador, con la
explícita intención de contratar en ese cargo a don Ambrosio.
Las actividades de Garland en España eran exclusivamente profesionales,
pero las facultades de persuasión de Higgins lo hicieron invertir sus caudales
“en un valioso cargamento de mercaderías, que transportó a Chile”62. Este
antecedente abona la idea de una estrecha amistad y una más grande confianza
entre ambos.
Reunidos en Santiago, y habiéndose puesto a disposición del Gobernador,
Garland e Higgins recibieron la orden de viajar sin dilación a Valdivia, creando a
don Ambrosio un serio contratiempo. Las mercaderías enviadas al comerciante
Trucíos no fueron aceptadas por éste, aduciendo que tenían un valor muy
elevado. Sin saber la fecha de su retorno a Santiago, Higgins decide, sólo en
la víspera de zarpar a Valdivia desde Valparaíso, el 6 de enero de 1764, en la
fragata “La Begoña”, encomendar a don Diego de Armida la liquidación de estas
mercaderías. Según Opazo, “Esta negociación le reportó a O’Higgins una fuerte
utilidad que dejó perplejo al astuto Trucíos”63.
En marzo, la comitiva de Garland, integrada por Higgins, Delfín y Arrau, regresó
a Santiago. Higgins, con rango de Subteniente, como Ingeniero Delineador,
procuraba manejar alternativamente las funciones administrativas a que estaba
obligado y sus asuntos mercantiles pendientes.
Ese mismo año, 1764, comenzó a elaborar el proyecto de construir las llamadas
casetas, casillas, casuchas, casamatas o refugios, en los tramos estratégicamente
elegidos y de más necesidad, en el camino cordillerano a Mendoza. Acompañando
a Garland, integra el séquito de Guill y Gonzaga en su viaje a Concepción. Desde
allí los ingenieros proyectan una nueva excursión a Valdivia para continuar los
estudios sobre las fortificaciones. En abril del año siguiente están en Santiago,
preparando el informe sobre el traslado de la ciudad de Concepción a un sitio
más adecuado. Es entonces cuando se le encarga la ejecución de las obras en la
ruta trasandina, que inicia a fines de ese año.
61Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 11.
62Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 13.
63Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 13.
28
E dición conmemorativa del B icentenario
La Corona había previsto, como una necesidad estratégica para el resguardo
de las Colonias, el mejoramiento de su red de comunicaciones. Chile aparecía
notoriamente vulnerable frente a un eventual conflicto bélico con Inglaterra,
enemigo siempre potencial. La habilitación de los refugios cordilleranos, según el
proyecto de Higgins, hacía viable en toda época el tránsito entre Chile y Argentina.
Seis casamatas, distribuidas a lo largo de la ruta andina, podían superar las
consecuencias de los bloqueos frecuentes producidos por las nevazones y los
temporales, sirviendo de refugios abastecidos a los viajeros y correos. Y aun
cuando Higgins no dio término al proyecto completo, en esta primera etapa, su
pronóstico sobre la utilidad de estas construcciones resultó exacto.
No olvidará, en el Memorial que prepara al efecto, la detallada referencia
a estas obras, su importancia y, obviamente, al mérito personal de haberlas
propuesto y ejecutado.
El aislamiento, los rigores del clima, las penurias de las incomodidades,
trabajando con presidiarios puestos al servicio de las obras, sólo daban tiempo,
en las horas de descanso, a la reflexión sobre un futuro impredecible. Sus
meditaciones, en las noches inclementes sobre los Andes, han podido llevarlo a
examinar, una y otra vez, sus expectativas en el nuevo mundo. Ellas eran, desde
luego, completamente nulas si las dejaba entregadas a la simple providencia. Las
actividades comerciales sólo podían representar esperanzas de fortuna, ejercidas
con regularidad. La alianza de las tareas mercantiles con un cargo público era
buena; pero su empleo subalterno, sin una residencia estable, no permitía el
desarrollo armónico de ambas funciones, una de las cuales, la mercantil, requería
una atención preferente y continua.
Solamente gracias a la diligencia, corrección y habilidad comercial de don
Diego de Armida, tanto él como Garland habían logrado utilidades significativas
que, en todo caso, no representaban un caudal garantizador del buen pasar
futuro.
Tenía ya cuarenta y cinco años y se encontraba en el escalón más bajo de la
rama los Ingenieros, como Ingeniero Delineador, en el grado de Subteniente Los
tramos jerárquicos que seguían eran los de Ingeniero Extraordinario, Teniente;
Ingeniero Ordinario, Capitán; Ingeniero en Segundo, Teniente Coronel; Ingeniero
en Jefe, Coronel64.
Su amigo Garland, con todos sus talentos y méritos, había permanecido 16
años en el grado de Capitán y después de 23 años de empleo se hallaba en
el grado de Teniente Coronel. En el desempeño de una carrera administrativa
destacada podría igualar, entonces, la jerarquía de su amigo a los 68 años de
edad, si los vivía. Y no era esa, definitivamente, la suerte que anhelaba.
Es posible que a estos oscuros cálculos, se sumara una enfermedad real, como
consecuencia de la dureza climática, que contrajo en las alturas cordilleranas.
El 1º de julio de 1766, el Gobernador informa al bailío Fray Julián de Arriaga:
64Capitanía General. Vol. 723, Nº 20.
29
R evista L ibertador O’ higgins
“que habiéndole sobrevenido (a Higgins) con este motivo un fuerte afecto de pecho,
originado en la sequedad de aquel paraje, en que subsistió más de cuatro meses, fue
de dictamen el protomédico del Reino, peligraba su vida en él y que convenía pasase
su curación a España, con cuyo motivo me pidió licencia por término de dos años y
para ejecutarlo con retención de su empleo y le negué esto porque se elija aquí otro,
por la falta que hará a las obras, concediéndole que en caso de sanar y regresando le
atendería en proporción a su mérito”65.
Los viajes a Valdivia, su asistencia al Parlamento de Nacimiento y los estudios
para el traslado de la devastada ciudad de Concepción, acompañando a Garland,
enriquecieron notablemente los conocimientos de Higgins sobre Chile, su territorio
y su gente, lo que demostraría en sus escritos elaborados en España, dos de los
cuales son conocidos. Por otra parte, el trabajo junto a un ingeniero tan calificado
como Garland, le permitió el aprendizaje, en la práctica, de conocimientos en
tareas de ingeniería y construcción.
En el mes de mayo inició su viaje a la Península llegando a Buenos Aires
el 24 de julio de 1766, donde encuentra a su amigo don Juan Albano Pereyra,
expulsado de Chile por su condición de extranjero. Cumple algunos encargos de
Arillida y el 2 de noviembre se embarca rumbo a España.
Como se recordará, el permiso que se le concedió por el Gobernador Guill
y Gonzaga fue “sin goce de sueldo” y sin la conservación de la titularidad del
cargo que desempeñaba. Así, los gastos de su viaje fueron costeados con sus
ahorros y las utilidades de su comercio. Los márgenes de la ganancia han debido
ser de algún valor significativo, en particular la negociación de las especies
primitivamente destinadas a don Salvador Trucíos, para permitir el pago de su
pasaje y su mantención durante dos años en España. Todo induce a pensar que
consumió buena parte de los dineros ganados en sus afanes comerciales en
América, aun cuando había sido “restituido con inexpresable amor” a su antiguo
sitio en la casa de los señores Butler Joyes y Cía. No obstante, el trabajo en esta
firma debió ser muy irregular por sus viajes o residencia frecuente en Madrid.
Existe, además, una opinión generalizada para estimar que, más importante que
el restablecimiento de su salud era, para Higgins, reubicarse administrativamente
en la Península. Pero sus esfuerzos terminaban en repetidos fracasos. La
confianza en los resultados de la mediación de su compatriota Ricardo Wall,
irlandés, ex Ministro de Carlos III, debió desaparecer tan pronto como reparó en
que la dedicación puesta en sus peticiones no tenía la intensidad necesaria o
que la influencia del ex Ministro era nimia. Decidió, entonces, enfrentar directa y
personalmente un pronunciamiento oficial acerca de sus pretensiones. En junio
de 1767 y ante la imposibilidad de obtener una audiencia con el bailío Fray Julián
de Arriaga, presentó un memorial solicitando se le otorgara un corregimiento,
mencionado entre los posibles los de Guanta, Jauja, Tarma o Chucuito.
Representó en el Memorial sus servicios a la Corona, en especial la construcción
de las casillas, en los Andes; su experiencia y conocimiento sobre el territorio
americano, señalando que había caminado en él más de 2.500 leguas, además
de otros argumentos menores.
65Manuscritos de J. T Medina, Vol. 192, Capitanía General, Vol. 795.
30
E dición conmemorativa del B icentenario
Esta gestión fue negativa, aunque se le sugiere el retorno a Chile, sin ascenso
ni ayuda económica y sin otra posibilidad que la de recurrir al Presidente de este
reino. Al mes siguiente insiste. Donoso transcribe esta segunda solicitud, en que
requiere algunos de los cargos citados u otro cualquiera en la frontera del Perú.
Como se ve, Higgins no advertía ni remotamente alguna posibilidad de mejorar
su suerte sirviendo en Chile. La solicitud no hace más que impetrar, sin nuevos
argumentos, una reconsideración de la petición primitiva, señalando la alternativa
de un cargo en el Perú.
“Yo, señor excelentísimo, siempre estuve y estoy pronto a sacrificar mi vida en Cualquier
destino que se me dé, creyendo que los servicios hechos hasta aquí, tuviesen algún
lugar en la real atención, tomé la determinación de venir a introducir mi instancia,
que me ha constituido en el mayor conflicto, pues cuando esperaba algún alivio con
que disimular sus costos, trabajos e intereses, después de los de un largo viaje y
navegación, se me mande volver a mi destino sin otro ascenso, ayuda de costa ni
esperanza de acomodo que la remota de la que se le proporcione a aquel Presidente.
Este, señor Excelentísimo, no puede darme alguno que sufrague los empeños que
tengo contraídos en servicio de S.M. mediante lo cual y que mi pretensión en nada
es incompatible a la continuación de mi actual servicio, antes sí de mucha utilidad su
logro, espero de la piedad de S.M. se me destine en uno de los empleos que señalo
en el citado Memorial u otro cualesquiera de frontera del Reino del Perú, y la V.E.
coadyuve a ello para que pueda seguir mi carrera en el real servicio sin apartarme de
la en que hoy me hallo”66.
La resolución del Consejo fue similar a la ya adoptada frente a las pretensiones
iniciales del postulante.
“NO HA LUGAR a los empleos que pide; en los que tocan a su profesión, se encargue
al Presidente le atienda y proponga”67.
Ambas resoluciones eran, en verdad, concordantes con el objeto confesado
por Higgins para viajar a España y la notificación que en su oportunidad le hiciera
Guill y Gonzaga, al concederle el permiso que había solicitado el año 1766.
Higgins no se resignó a este fracaso y prosiguió, tenaz y esperanzadamente,
sin dar muestras de desaliento, en las antesalas de algunos influyentes personajes
madrileños, hasta que, por fin, recibió el encargo de evacuar un informe sobre
Chile. Era la oportunidad esperada para dar una muestra de su real capacidad y
conocimiento sobre esta parte de América. El encargo del trabajo indicado pudo
ser, para las autoridades españolas, un simple pretexto destinado a terminar
con las porfías del irlandés, y su majadera insistencia. Pocos hombres de la
época, en Chile, podían tener la pretensión de abordar un trabajo de naturaleza
semejante. Sin apuntes, con poquísima o ninguna bibliografía que consultar, el
empeño requería una amplia cultura, sentido de observación sobresaliente, vasta
experiencia y un acertado juicio político. En brevísimo tiempo probó que reunía
tales condiciones con exceso. El 2 de septiembre presentó su informe bajo el
título de “Descripción del Reyno de Chile, sus productos, comercio y habitantes;
reflexiones sobre su estado actual con algunas proposiciones relativas a la
66Ricardo Donoso: El Marqués... p. 82.
67J.T. Medina: Biblioteca Hispano-Americana, II, p. 599.
31
R evista L ibertador O’ higgins
reducción de los indios infieles y adelantamiento de aquellos Dominios de su
Majestad”68.
El desarrollo de esta “Descripción” es revelador de una indubitable y selecta
formación educacional, que avala cuanto se ha dicho de la excelente preparación
que pudo recibir en su juventud. Naturalmente no todo el contenido del informe
es el resultado de sus personales observaciones. Don Ricardo Donoso cree que
las referencias geográficas fueron tomadas de los cartógrafos y geógrafos de los
siglos XVII y XVIII, lo que no disminuye su mérito. Es además una concluyente,
objetiva y excepcional prueba de sus aptitudes funcionarias, muy superiores a la
evidenciada por la mayor parte de los españoles destinados al servicio imperial
en América.
Este informe ha debido llamar la atención de sus primeros lectores, llegando
probablemente a conocimiento de algunos jerarcas madrileños.
Sin embargo, las resoluciones ya conocidas no variaron de manera sustancial,
aun cuando la nota que, el 22 de noviembre de 1767, despachó el bailío Fray
Julián de Arriaga al Presidente de Chile, contiene, como se apreciará, algunos
beneficios no considerados anteriormente. Al concederle permiso, el Gobernador
y Presidente de Chile se reservaba la facultad de recontratarlo o no, “según su
mérito”. Junto con rechazarle “la retención del empleo” le había negado, también,
el derecho a gozar de algún beneficio económico, mientras durara el permiso:
“En carta del 1º de julio de 1766 hizo U.S. presente con testimonio haber concedido
licencia a don Ambrosio Higgins, delineador del Ingeniero en Segundo, don Juan
Garland, destinado a ese Reino para que pudiese regresar a éste a recuperarse de los
accidentes que contrajo en la Comisión de dirigir la fábrica de las casas de la Cordillera
para facilitar en todos tiempos su tránsito, y mediante a hallarse ya restablecido
de su quebrantada salud ha resuelto el Rey que vuelva a ese paraje en primera
proporcionada ocasión para servir a las órdenes de LJ.S. con su antigua asignación de
quinientos pesos al año hasta que U.S. le dé otro destino, y proponga el sueldo que le
parezca debido; y manda S.M. que al referido don Ambrosio Higgins se le abone por
esas cajas su haber correspondiente a los expresados quinientos pesos anuales por
todo el tiempo del intermedio desde que le cesó el goce de ellos para usar de la citada
licencia, hasta el día en que sin culpable retardo se presente en esa ciudad a continuar
su mérito en el real servicio”69.
No ha sido mucho consuelo para don Ambrosio el conocimiento de esta
comunicación oficial. Después de dos años debía volver a Chile, sin ninguna
de las destinaciones apetecidas y sin ascenso en la clase de ingenieros. Pero,
al menos, no llegaría a solicitar un cargo, ya que se disponía retornarlo a sus
antiguas labores, recibiendo la gracia simultánea del derecho a percibir, a su
llegada a Chile, a lo menos $ 1.000 por la asignación del cargo de delineador
correspondiente a sus dos años de permanencia en España. Había ganado
algo más. Su primer nombramiento se debía a la decisión de su amigo Juan
68Ambrosio O’Higgins: “Descripción del Reyno de Chile, sus productos, comercio y habitantes; reflexiones sobre
su estado actual, con algunas proposiciones relativas a la reducción de los indios infieles y adelantamiento de
aquellos Dominios de su majestad”, reproducido en El Marqués de Osorno, pp. 430 a 444. Copia fotográfica
en el Archivo Nacional.
69Capitanía General. Vol. 694, Pieza 2ª.
32
E dición conmemorativa del B icentenario
Garland. En cambio esta redesignación emanaba directamente de don Julián de
Arriaga. Además, se sugería al Capitán General darle otro “destino y sueldo que
le parezca debido”. Para la consideración de los funcionarios del Reyno, este
cambio implicaba, como única explicación posible, que el irlandés había logrado
asirse a buenas aldabas en la Corte, colocándose a la sombra protectora de un
poderoso.
Resignado forzadamente a seguir intentando suerte en su antiguo destino,
prepara el regreso y elabora un complemento informativo de su “Descripción del
Reyno de Chile”. Se trata de un trabajo cartográfico sobre el país y las tierras
australes, con indicación de las propiedades y misiones de los jesuitas ya
expulsados de España y sus Colonias, realizado con la pretensión de una mejor
calificación de su competencia y aptitudes, incluso en materias especializadas
como la Geografía y la Cartografía.
A su regreso a Chile, en abril de 1769, ejercía la Presidencia, interinamente, el
Oidor Juan de Balmaceda, por fallecimiento del Presidente Guill y Gonzaga, ante
quien se le acreditaba por la Corona. Para satisfacer la orden recibida, Balmaceda
procedió a nombrarlo Comisario de guerra. Pero el pago de las asignaciones
atrasadas tardó bastante en hacerse efectivo.
La idea, de proseguir la construcción de las casillas en la Cordillera adquirió
para él un nuevo interés.
Mientras desarrollaba un programa centrado en la continuación de estas obras,
se mantuvo atento a los acontecimientos políticos. Con audacia y buenas razones,
sin respetar ningún conducto regular, aludiendo a su informe sobre Chile, se dirige
al Ministro Campomanes, abundando en sugerencias y recomendando al Mapa
Geográfico de Mr. D’Auville, como el menos defectuoso para el conocimiento de
la América Meridional70. Inicia de esta manera un sistema de comunicación directa
con los jerarcas administrativos y políticos de España, colocando su nombre en el
conocimiento de los niveles decisorios de la Corona, en relación a Chile.
9. LA CARRERA MILITAR
Mientras hacía los preparativos para reiniciar las construcciones en el camino a
Mendoza se produjo un alzamiento de los indígenas en la Frontera. De inmediato,
con intuición y habilidad política notables, vio la oportunidad del cambio propicio
para su anhelante deseo de prosperidad militar.
Los dos documentos, cuyo texto transcribimos, marcan definitivamente el
comienzo de su carrera militar y administrativa, única en la historia colonial de
América:
“Don Ambrosio Higgins, Comisario de Guerra y del Ejército de este Reino, puesto
a la obediencia de U.S. con mayor veneración, dice que por noticias que parece
tiene V.S. de haberse sublevado los indios de las fronteras del Bío-Bío y cordilleras
inmediatas, cometiendo hostilidades e invadiendo con atrevimiento aquellos Estados
de S.M. se ha servido su notorio celo librar sin pérdida de tiempo las más acertadas
70Carlos Morla Vicuña: Estudio Histórico sobre el descubrimiento y conquista de la Patagonia y de la Tierra del
Fuego. Leipzig, 1903, p. 32.
33
R evista L ibertador O’ higgins
providencias para su defensa, mandando como en el día lo ha ejecutado salgan luego
de esta ciudad los oficiales que en ella se hallan de dotación de aquellas plazas a
sus respectivos destinos, y aunque V.S. tenía determinado que el suplicante pasase a
dirigir la construcción de las últimas casas que en este verano se debían levantar en
la Sierra Nevada, le parece más propio de su obligación y amor al Soberano en estas
circunstancias que si V.S. es servido le despache o señale puesto en dicho Ejército y
expedición que al presente se ha resuelto para el socorro de dicha frontera, donde por
el conocimiento anterior que le asiste con el motivo de haber acompañado al señor
antecesor de V.S. y el haber transitado las tierras de los indios puede considerarse de
más atención su persona y pronta voluntad la cual sin reparar en trabajos ni peligros
ofrece muy rendidamente a la disposición de V.S. para que le ocupe en lo que juzgare
útil al servicio de su Majestad, por tanto a V.S. pide y suplica rendidamente se sirva
señalarle puesto y ocupación en que pueda acreditar su inclinación y aplicación al real
servicio que es gracia que espera alcanzar de la poderosa mano de U.S. Ambrosio
Higgins”71.
La resolución favorable, recaída en esta solicitud, tiene como fecha el 11 de
diciembre de 1769 y es del tenor siguiente:
“Sin embargo, de tener destinado al suplicante, para la dirección de las casas que
se restan construir en la Sierra Nevada, para facilitar en la estación de invierno la
comunicación con las Provincias de la otra banda de dicha sierra: en las presentes
circunstancias pasará en diligencia a la frontera de este Reino, donde continuará su
mérito en el real servicio, en calidad de Capitán de Dragones, bajo las órdenes del
Maestre de Campo General del Ejército de este Reino de que se le expedirá título,
Balmaceda - Ugarte”72.
Higgins era hombre de finezas y gratitudes. A mediados de 1769 se conoció
en Santiago la designación del brigadier Francisco Javier de Morales como
Presidente y Gobernador de Chile. Poco antes de la asunción del mando de su
nuevo superior, envía a Balmaceda desde la frontera una carta de reconocimiento
por las distinciones que le confiriera, solicitándole al mismo tiempo permiso para
retornar a Santiago con el objeto de reponer su salud quebrantada. Previamente,
había tenido la buena inteligencia de pedir a su amigo Basabilbaso que lo afianzara
cuanto pudiera ante el nuevo Gobernador, que procedía de Buenos Aires.
Sin embargo, más eficaz como padrino resultó ser don Juan José de Vértiz,
Mariscal de Campo en Buenos Aires, a quien agradece, el 15 de marzo de 1770,
las recomendaciones hechas al nuevo Capitán General por “cuya fineza le viviré
a U.S. siempre reconocido...”. El Gobernador Francisco Javier de Morales había
dado respuesta a una carta de Higgins, expresándole “tener encargo particular de
Vértiz para atenderlo”.
Su primer mando en la Frontera fue afortunado, encontrando, como era de
esperar, un decidido respaldo del nuevo Capitán General. Su desempeño le valió
una calurosa recomendación, fundada en sus merecimientos, para ascenderle a
Teniente Coronel.
71Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 94.
72Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 94
34
E dición conmemorativa del B icentenario
Tan pronto como conoció esta proposición, utilizando conexiones que no
conocemos, pidió ayuda al Gobernador de las Provincias del Río de la Plata, para
los apoyos necesarios ante la Corte con el fin de afianzar su ascenso.
Autorizado para trasladarse a Santiago, después de la celebración del
Parlamento de Negrete al cual asistió acompañando al Capitán General de
Morales, reinicia los preparativos para concluir finalmente el proyecto de las seis
casas de protección en la Sierra Nevada. Concluye esta tarea en el verano de
1772 y, en agosto de ese mismo año, el Marqués de Grimaldi hacía llegar las
congratulaciones del Rey al Gobernador de Morales y aprobada las sugerencias
del “Capitán de Caballos, don Ambrosio Higgins”.
La estrella del tenaz funcionario comenzaba a brillar. En el mes de marzo de
1771 se instruye al Virrey del Perú “para que coloque a don Ambrosio Higgins
con la graduación y sueldo que le parezca, puesto en el destino que crea más
conveniente”.
Preocupado de que la facultad conferida al Virrey para “colocarlo” en
una graduación y sueldo justo, no se ejerciera debidamente en proporción
a sus méritos, quiso viajar a Lima con la manifiesta intención de asegurar sus
pretensiones. Probablemente aconsejado por el propio Capitán General, que
alababa generosamente sus virtudes, aceleró la construcción de los tres refugios
que aún faltaban para completar el proyecto, postergando la idea de este viaje y
aportando un antecedente más para la favorable resolución del Virrey73.
Luego, obtuvo una licencia de seis meses y una recomendación del Gobernador
para el Virrey del Perú, reiterándole que sus antecedentes lo hacían “acreedor
a que la justificación de V.E. le tenga presente en los referidos asuntos de su
acomodo”.
Morales, guiado por alguna sutil insinuación del propio Higgins, informa al
Virrey que encomendó a don Ambrosio darle amplios detalles sobre la situación
del Reino en la Frontera y el Parlamento recién celebrado, “cuyas particularidades
y circunstancias de todo lo ocurrido en dicha Junta encargo a este Oficial exponga
a V.E. muy por menor”74.
Además, si le creemos a Carvallo y Goyeneche, habría conseguido muy
buenas recomendaciones de don Baltasar Sematnat, poco después Maestre de
Campo y Gobernador de Concepción, para el Virrey Amat y don Antonio Amat,
parientes suyos75.
Higgins conoció ahora las interioridades del palacio Virreinal en Lima. Gran
impresión debió causarle el lujo y la solemnidad principesca de Amat. Como
buscador de fortuna, por tantos años, mucho más ha golpeado su sensibilidad
la comprobación fehaciente del éxito económico de los altos funcionarios. La
riqueza del Virrey era impresionante y no menor la fortuna de su Asesor, don José
Perfecto Salas.
73Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 103.
74Manuscritos de J.T. Medina, Vol. 193, Capitanía General, Vol. 794.
75Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 120.
35
R evista L ibertador O’ higgins
Sus entrevistas con el Virrey Amat produjeron un resultado parcialmente
satisfactorio. Higgins siempre deseó servir primero en España y, con interés
secundario, en Perú. Así lo expresó durante sus gestiones en la Península y lo
reiteró a Besabilbaso, poco antes que asumiera Francisco Javier de Morales
como Gobernador de Chile.
Sin embargo, paradójicamente, la misma insistencia en poner de relevancia sus
méritos legítimos, profundizaba su afincamiento en Chile. Cuanto más destacaba
su labor o demostraba sus conocimientos, sugiriendo soluciones a los problemas
del Reino o formulando notables y modernas apreciaciones políticas, más
necesaria parecía a los jerarcas madrileños su permanencia en este territorio.
Debió, pues, regresar directamente a Concepción, con un ascenso que estaba
lejos de satisfacer sus pretensiones y que hace decir a Donoso: “Con atribulado
corazón tomó el camino del obscuro y triste rincón que le había deparado el
destino”76.
El despacho correspondiente se le expidió el 18 de noviembre de 1773 y por
él se le concede “el empleo de Capitán Comandante del Cuerpo de Caballería
Reglada de la Frontera del Reino de Chile, con grado y sueldo de Teniente
Coronel de Caballería”.
Su primera misión importante, en el nuevo cargo, fue lograr el apaciguamiento
de los naturales, que consintieron en nombrar “Embajadores” ante la Capitanía
General. Realizó luego una inspección y evacuó el consiguiente informe sobre el
estado de las Plazas Fuertes de la Frontera.
El nuevo Capitán General de Chile, don Agustín de Jáuregui, había asumido
el mando mientras Higgins permanecía en Lima. Del mismo modo que sus
antecesores, apreció rápidamente las virtudes del Teniente Coronel y su
competencia militar y funcionaria. En brevísimo tiempo destaca ante la Corona,
en términos elogiosos, los trabajos de Higgins, llamando la atención sobre la
conveniencia de concederle un ascenso.
Para afianzar su crédito con el Gobernador Jáuregui viajó a Santiago, donde
permaneció brevemente. Jáuregui, como ya era tradicional en todos los nuevos
Gobernadores, preparaba el Parlamento con los indígenas. El lugar elegido fue
Tapihue, cerca de Yumbel. Higgins colaboró con gran actividad y, eficacia en la
celebración de esta reunión, dejando a Jáuregui “vivamente satisfecho”. Pero si
Jáuregui estaba satisfecho no ocurría lo mismo con don Ambrosio, quien seguía
abrigando la esperanza de otra destinación fuera de Chile.
10. INICIO DE LAS RESPONSABILIDADES POLÍTICAS
El 20 de marzo de 1776 don Ambrosio fue designado Gobernador Interino
de Concepción, reemplazando a don Baltasar Sematnat, que viajó con permiso
al Perú. Aunque transitoriamente, se había convertido, al cabo de 13 años de
servicios, en el segundo hombre en el mando del Reino de Chile. No le causó, en
apariencia, mayor entusiasmo asumir por primera vez una jefatura administrativa
76Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 105.
36
E dición conmemorativa del B icentenario
y política de tanta importancia. El reconocimiento de sus méritos no era, desde
luego, concordante con su jerarquía efectiva en el ejército. El 21 de marzo de
1776 solicitaba, con mayor razón que nunca, su ascenso merecido a Coronel.
El Capitán General no mezquino los elogios, apoyando lealmente esta
petición. Pero don Julián de Arriaga había muerto y era necesario actualizar sus
méritos ante el nuevo Ministro, José de Gálvez. Preparó, entonces, un memorial,
cuya última parte estaba destinada, como lo había hecho en otras ocasiones, a
destacar sus trabajos y a legitimar sus protestas por mejores destinaciones. Este
memorial está fechado el 20 de febrero de 1777, en Los Atigeles, y en él vuelve
a aparecer, como una fijación irrenunciable de sus pensamientos, el anhelo de
pasar a España. Ahora pedía que se le permitiera participar en la guerra contra los
portugueses, bajo las órdenes de su admirado Comandante General, don Pedro
Ceballos, y se le concediera luego el “real permiso de seguir desde Buenos Aires a
España a continuar allá su mérito, favor que tendrá en la memoria perfectamente
mi reconocimiento y si consigo el honor de presentarme a V.S., y siendo en esta
vida lo que más deseo, expondré entonces algunas de las circunstancias de los
motivos para desear salir de este país, sin embargo de las muchas satisfacciones
que merezco a este Caballero Presidente, uno de los Jefes excelentes, que me
favorece como V.S.I., por los mismos oficios, con la más distinguida confianza”77.
En este memorial no menciona ninguna de las peticiones insatisfechas. Le
pareció innecesario, ya que cambiaba de proposición y deseaba dejar el país.
Era una manera de decir que, si no se consideraban suficientes los méritos y
trabajos hechos en Chile en favor de la Corona, esperaba lograr esos títulos en
otro campo de servicio en España.
Al analizar esta última carta al Ministro Gálvez, la especulación salta de nuevo,
si se quiere penetrar en el verdadero sentido de sus palabras. ¿Cuáles son “las
circunstancias de los motivos” para desear salir de este país? ¿De qué naturaleza
son ellas que no puedan señalarse en un documento oficial? Tiene enemigos,
¿pero quién no los tiene cuando se llega a las alturas?
Esos “motivos para salir del país”, que sólo podían ser dados a conocer
personalmente “si consigo el honor de presentarme a V.S.I.”, no tienen las
características de un problema político ni burocrático.
¿Quería eludir, yéndose del país, un compromiso matrimonial inadecuado?
La procedencia de un traslado por razones sentimentales era de muy difícil
justificación; pero la habilidad del recurso utilizado por don Ambrosio consistía
en que la revelación de los fundamentos sería hecha sólo “si consigo el honor
de presentarme ante V.S.I.”, lo que únicamente podía ocurrir después de
perfeccionada su destinación a España.
Si en algunas de las “circunstancias de los motivos para desear salir del país”
no estaba involucrado el matrimonio, es un hecho conocido y cierto que en esta
época vivía la vecindad de este problema.
Antes de conocer el pronunciamiento sobre su petición de ascenso militar, dos
comunicaciones del Ministro Gálvez pusieron una nota amable a su impaciencia.
77Manuscritos de J.T. Medina, Diego Barros Arana. Historia.... Tomo TV, Parte quinta, Capítulo XV 1, pp. 12 y 13
37
R evista L ibertador O’ higgins
En mayo de ese año el Ministro había pedido al Capitán General que diera a
Higgins, a nombre del Rey, los agradecimientos por sus sobresalientes servicios
prestados a la Corona, aprobando, luego, en julio, su conducta militar y
administrativa.
Poco después de estos halagadores testimonios, viajó a Santiago, con
permiso, para restablecer su salud y se reincorporó en sus funciones en el mes
de diciembre.
Pero en el intertanto, el 7 de septiembre de 1777, dos oficios importantísimos
del Ministro Gálvez habían salido con rumbo a Chile. Uno para el Capitán General
y otro para Higgins. Del primero se conoce el original, transcrito en la obra de
Donoso, y del segundo sólo una traducción al inglés, de John Thomas, el notable
personaje que fuera su colaborador en el Perú y que continuara esta amistad,
posteriormente, en su hijo.
La comunicación que conocemos, gracias a John Thomas, confirma la
estrategia implícita en la petición de don Ambrosio para abandonar Chile, forzando
un pronunciamiento sobre el ascenso solicitado:
“S.M., dice el Ministro Gálvez, ha creído por muchos motivos que no era
conveniente separamos del cargo de Comandante de Caballería de la Frontera
de ese Reino, que servís al presente, en que habéis prestado útiles y valiosos
servicios y en que podréis prestar en lo futuro otros más importantes. S.M., al
mismo tiempo, deseando datos una prueba de la satisfacción que le merece
vuestra conducta y de cuanto aprecia vuestros servicios, se ha dignado elevaros
al rango de Coronel con sueldo entero”78.
En el mes de marzo siguiente, 1778, el año del nacimiento de su único hijo,
recibió el título de Coronel, mientras se hallaba en la Plaza de Los Ángeles.
La nota enviada por el Ministro Gálvez al Capitán General venía acompañada
por el real despacho de este importante nombramiento, “para que disponiendo
el cumplimiento de lo que en él se manda dirija U.S. al interesado para su
satisfacción”.
11. EL GALÁN PONDERADO
A la época de recibir esta halagüeña noticia de su ascenso a Coronel, don
Ambrosio ya tenía 58 años. En septiembre de 1777 había obtenido permiso para
trasladarse a Santiago con el pretexto de reponer su salud y con el reservado
propósito de afianzar sus relaciones con el Presidente Jáuregui, de reciente
nombramiento. Su exitosa actividad como reemplazante de Sematnat lo había
obligado a un desplazamiento continuo entre Concepción, Los Ángeles y Chillán.
Así, en sus primeras visitas a Chillán pudo conocer a la familia Riquelme, de
ancestros nobiliarios, regularmente acomodada, con dos hijas casaderas, muy
jóvenes, siendo una de ellas particularmente atractiva.
Don Bernardo O’Higgins es quien deja constancia de estas ocurrencias, en
los trámites que inició en Chillán para obtener la legitimación: “cuando este señor
78Diego Barros Arana: Historia..... Tomo VI, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 13.
38
E dición conmemorativa del B icentenario
era Maestre de Campo General de este reino y Comandante de las Plazas y
Tropas de la Frontera, siempre que pasaba por esta ciudad a los asuntos del Real
Servicio alojaba y posaba en casa de mis abuelos, como vecinos distinguidos y
de los de mayor representación del lugar”79.
Don Ambrosio, aunque interino, era la primera autoridad de la Provincia
de Concepción, la mitad administrativa de Chile. Su paso, su llegada o su
permanencia en Chillán, estaban revestidos por las formalidades ordinarias que
se observaban con las autoridades, no exentas de regulaciones protocolares y
amenizadas por reuniones sociales, que el maduro irlandés no despreciaba. Al
conocer a la más joven de las hijas de don Simón Riquelme, se removieron en él,
agitada y descontroladamente, sus antiguas y ahora desequilibradas pasiones de
galán.
Toda la vida del irlandés parece un modelo de juicioso equilibrio, de completo
dominio y control sobre sus impulsos y sentimientos. En todas las direcciones
posibles en que se quiera examinar su existencia, se hallará siempre su carácter
calculador, de impecable ponderación en sus actos sociales. Según se aproximaba
a la meta que se había fijado, con razón, para sus méritos indisputables, mayor
era la vulnerabilidad que ofrecía a sus enemigos en constante vigilia, y mucho
más cuidadosas, naturalmente, las precauciones que regían su conducta. Un
desliz pequeño e insignificante podía ser manejado, como sospechaba, por el
sinnúmero de sus desafectos, con malicia y felonía, perturbando su inigualada y
rápida ascensión.
A la edad de 58 años la soltería de don Ambrosio no significaba insensibilidad
y mucho menos indiferencia ante los encantos de las bellezas coloniales. El
pelambre institución colonial ejercitada con pocas sobre los lances amorosos del
maduro irlandés menudeaban y habían colmado su imagen de hombre galante,
cortesano, además de particularmente cuidadoso en el mantenimiento del secreto
en sus episodios de alcoba. Los relatos picarescos sobre sus aventuras corrían,
sin embargo, de boca en boca, incluyendo el comentario sobre las sanciones que
aplicaba a los murmuradores.
Estas informaciones, como otras semejantes, proceden, aunque levemente
deformadas, de Vicente Carvallo y Goyeneche80.
En esta materia no podía estar ajena la filosa pluma del enconado enemigo de
don Ambrosio, afirmando que había obtenido los ascensos y distinciones “desde
su Gabinete y sin dejar el dulce trato de las señoras que es más suave que el de
los enemigos”81.
La escasa iconografía de don Ambrosio nos muestra imágenes tan diversas
que es imposible hallar una remota semejanza entre ellas. Donoso cree que
el retrato que más se aproxima al modelo es el que se conserva en el Museo
de Lima y que reproduce en las primeras páginas de “El marqués de Osorno”.
79Archivo Nacional de Chile. Fondos varios, Vol. 556. Archivo de don Bernardo O’Higgins. Ed. Nascimento,
1946, Tomo 1, pp. 48-49. Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera: Algunas piezas fundamentales para el estudio de
la vida del Libertador don Bernardo O’Higgins. “Revista Libertador O’Higgins”, Nº2, 1986, p. 215.
80Vicente Carvallo y Goyeneche: ob. cit., p. 405.
81Vicente Carvallo y Goyeneche: ob. cit., p. 435.
39
R evista L ibertador O’ higgins
Durante algunos años la imagen más difundida del Virrey fue una acuarela que
poseyó don Demetrio O’Higgins y que Vicuña Mackenna hizo grabar en París, con
un perfil consolar a todas luces idealizado. Se conoce un tercer retrato, también
hecho en Lima, sin mérito artístico alguno.
Existe, sin embargo, una prolija información sobre el físico del Virrey, debida
a la pluma, muy desacreditada en otros aspectos, de don José Rodríguez
Ballesteros.
“Don Ambrosio O’Higgins y Ballenar, natural de Irlanda, cuerpo mediano,
pero grueso, cara redonda, nariz regular, ojos pardos, pobladas de cejas, rostro
colorado, por lo que en Chile lo nombraron el camarón, amable, político, cortesano,
pero recto y justiciero, constante en sus amistades, de fibra, ánimo, disposición y
grande emprendedor de obras en beneficio público, celoso realista y muy amante
de los soberanos españoles”82.
12. DOÑA MARÍA ISABEL, SEÑORA PRINCIPAL
Al caminar sus relaciones con D. Ambrosio, María Isabel tenía 19 años, en
el esplendor de la juventud, acentuado por la gracia de las bellezas criollas.
Ella, sin quererlo, se transforma en la fascinación que abate todas las barreras
y contenciones de don Ambrosio, llevándolo a descuidar los temores, y la
sistemática elusión de los riesgos y peligros en sus aventuras galantes.
Los hechos demuestran, también, que don Ambrosio olvidó por completo,
aunque de modo transitorio, el real servicio, subyugado por la gracia de la joven
Riquelme y desarticulado en su compostura, al extremo de jugar su destino
funcionario, de tan celoso cultivo, en una incontrolada pasión amorosa.
Doña María Isabel ha sido uniformemente elogiada en su belleza. El retrato
que se conserva, hecho por el mulato Gil, no revela, en cambio, el menor
asomo de tal hermosura, para los cánones estéticos actuales. La carencia de
atributos que muestra doña Isabel en la figura de este retrato puede explicarse
por los sufrimientos derivados de sus desilusiones amorosas y las desventuras
económicas, además de la edad. Sus 61 años han debido borrar, por cierto, gran
parte las bondades físicas que la adornaron en su Juventud.
Sin embargo, el juicio de María Graham, siempre muy objetivo, adquiere un
valor especial, por ser ella una observadora válida y reconocidamente acertada
en su relato:
“Doña Isabel, dice, representa mucho menos edad de la que tiene y aunque de
baja estatura, es muy hermosa”83.
Quien primero señala la edad de doña Isabel a la época en que pudo conocer
a don Ambrosio, es el hijo que progenitaron. Don Bernardo, en la presentación
que elevara al Alcalde de Vecinos del Ilustre Cabildo de San Bartolomé de Chillán,
el año 1806, solicitando que se tomaran declaraciones sobre sus padres, como
82José Rodríguez Ballesteros: Historia de la Revolución y Guerra de la Independencia del Perú. Archivo
Nacional, Fondo Antiguo, Vol, 104, pp. 191 a 195.
83María Grahm: Diario de mi residencia en Chile. Ed. Francisco de Aguirre, 1972, p. 119.
40
E dición conmemorativa del B icentenario
trámite para impetrar de la Real piedad del Soberano la gracia de su legitimación,
pide que los testigos declaren “si conocieron, vieron y trataron en aquel tiempo a
doña Isabel Riquelme, niña de 13 a 14 años de edad”84.
Probablemente, a partir de este documento, se han derivado después las
fijaciones caprichosas sobre la edad que doña Isabel tenía al culminar sus
relaciones con Higgins.
Palma Zúñiga señala que, entonces, tenía 14 años85. Vicuña Mackenna fija su
edad en 15 años86.
En general, la edad de la joven chillaneja, al conocer a don Ambrosio, se
aprecia en un tramo que va de los 14 años hasta los 19 años y seis meses.
Sin embargo, en la solicitud presentada por don Bernardo ante el Cabildo de
Chillán, que hemos transcrito parcialmente, se advierte un hecho que apreciamos
como posible. Según don Bernardo, “cuando este señor era Maestre de Campo
General de este Reyno y Comandante de las Plazas Y Tropas de la Frontera,
siempre que pasaba por esta ciudad a los asuntos del Real Servicio, se alojaba
y posaba en la casa de mis abuelos”. Es, entonces, de natural ocurrencia que
don Ambrosio haya estado alojando repetidamente en la casa de la familia
Riquelme, de tal modo que el asedio amoroso a doña Isabel pudo ser un proceso
bastante más largo que el que se ha supuesto hasta ahora, como un encuentro
circunstancial.
Parece, así, más probable la existencia de un conocimiento y una relación de
más lento y prolongado desarrollo.
La edad de doña Isabel podrá seguir siendo motivo de controversia; pero
tomando como base la fecha de bautizo de la joven y el nacimiento de don Bernardo,
don Sergio Fernández Larraín ha determinado con bastante aproximación que la
madre del Libertador tenía a lo menos 20 años al darlo a luz:
“Si se considera que doña María Mercedes de Mesa y Ulloa (la madre de
Isabel) falleció el 6 de marzo de 1758, cabe presumir que su hija tendría, al
menos, algunos días de vida, digamos 15, ya que su madre murió poco después
de darla a luz. Por lo demás, consta que Isabel fue bautizada en Chillán, el 19 de
agosto de 1759, de más de un año de edad. Sin temor a equivocarnos podemos
fijar la fecha del nacimiento de doña Isabel, en torno al 19 de febrero de 1758.
Balbontín y Opazo la precisan el día 6 de marzo. En todo caso, la correlación
de estas fechas da a doña Isabel diez y nueve años y seis meses de edad, a lo
menos, cuando perdió su doncellez en la relación con don Ambrosio O’Higgins, y
veinte años y tres meses el día del alumbramiento de don Bernardo”87.
Si efectivamente el trato afectivo entre don Ambrosio y doña María Isabel
comenzó el año 1776 o principios de 1777, se han ido acentuando en el alto
84Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera: ob. cit., pp. 214-215. Archivo Nacional, Fondos Varios, Vol. 556. Archivo de
don Bernardo O’Higgins, Tomo 1, pp. 48-49.
85Luis Palma Zúñiga: O’Higgins, Ciudadano de América. Ed. Universitaria, 1956, p. 9.
86Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... p. 54.
87Sergio Fernández Larraín: O’Higgins, Ed. Orbe, 1974, p. 17.
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R evista L ibertador O’ higgins
funcionario las preocupaciones por las consecuencias que esta irregular
vinculación podía traer a su promisorio ascenso castrense.
La relación establecida con una jovencita y la permanente amenaza de un
embarazo comprometedor, caen dentro de estas explicaciones que la prudencia y
la caballerosidad no autorizaban confiar por escrito.
Una manera de dar término, en forma impecable, por fuerza mayor, al romance
iniciado, era su destinación a las acciones bélicas en el Atlántico, aunque su
objetivo final confesado fuera servir en España.
La edad de doña Isabel nos permite medir la responsabilidad de don Ambrosio,
mirado como seductor. No es lo mismo el consentimiento de una niña de 14
ó 15 años, que el de una joven de 19 ó 20, necesariamente más reflexiva y
conocedora de los previsibles efectos de sus actos. Alivia, aunque no excusa
de modo alguno la culpa del conquistador, el conocimiento de estas precisiones.
También lo sustraen, en buena medida, de las áreas que lindan con la amoralidad
y corrupción en que debería colocarse a don Ambrosio si doña Isabel, a la época
en que perdió su doncellez, hubiera sido una niña de 13, 14 ó 15 años.
En cada ciudad los vecinos de más rango siempre disponían en sus casas de
“piezas de alojados”, con las acomodaciones y alhajamientos necesarios propios
de su nivel social. No existiendo posadas o siendo éstas de mala muerte, las
autoridades y principales vecinos solían disputarse la recepción de las autoridades
en tránsito, para que se hospedaran en sus casas. Don Simón Riquelme, de
un carácter más bien abúlico, no rivalizaba en estos privilegios lugareños; pero
debía, cuando menos, poner su casa a disposición de la máxima autoridad
provincial, para estos requerimientos sociales. Siguiendo esta costumbre, don
Ambrosio Higgins posaba y alojaba en ella cada vez que el real servicio lo llevaba
a Chillán. Y probablemente, como hombre sin malicia y buena fe, el honrado
chillanejo no pudo imaginar que los intereses del militar apuntarían hacia una de
sus hijas mayores. La diferencia de edad entre doña Isabel y don Ambrosio era
objetivamente tan marcada, que todos los halagos y atenciones dirigidos a la joven
sólo podían interpretarse por terceros, y aun por ella misma, como afectos tiernos
y paternalmente admirativos. No eran esos, sin embargo, los secretos matices
que dominaban las palabras y sentimientos del destacado militar. Doña Isabel
descubriría muy luego que estas finezas tenían una intención que sobrepasaba
los lindes de la mera cortesía. Junto a ella el duro, arisco y grave Comandante se
transformaba en un hombre gentil y rejuvenecido, de fino galanteo y cortesanía.
La joven Isabel fue advirtiendo, así, cada vez con mayor certeza, las intenciones
que mortificaban con desenfreno al visitante.
Sin embargo, un funcionario que había llegado a las altas cumbres del
escalafón militar en la proximidad de los sesenta años, perdería gran parte de
la credibilidad en su cordura y juicio para el mando, casándose con una mujer
desproporcionadamente joven para su edad, como doña Isabel. El casamiento,
concebido como posibilidad, habría ofrecido un espectáculo permanentemente
desdoroso en el ejercicio de las relaciones sociales del jerarca militar. Una
esposa de 19 años podía pasar por hija, por sobrina o nieta y muy difícilmente
como consorte. La diferencia de edades a la luz de salones, sería siempre el
42
E dición conmemorativa del B icentenario
comentario picaresco y regocijado de los chismes subidos de tono. El efecto
negativo de tal matrimonio fluye de la soterrada animadversión que su carrera
meteórica alimentaba en los funcionarios y militares del Obispado de Concepción.
En su caso, el hecho se magnificaría por su condición siempre descalificada
de extranjero, su calidad de hombre público y por el misterio, para muchos
indescifrable, de sus poderes ante la Corte Española.
Después de abandonar su tierra natal y su familia pasó a España y siguió luego
la incierta aventura americana. Había renunciado, en las épocas propicias, a la
constitución de un hogar. Y ahora, en los momentos del triunfo tan cuidadosamente
preparado, enfrentaba el riesgo de volver a la oscuridad, a cambio de responder
al compromiso derivado de un hecho que, siendo de honor, era también de
tan ordinaria frecuencia que a nadie podía asombrar. No obstante, en su caso,
ello equivalía a cortar las alas de su legítima ambición y volver a una mediana
tenebrosa, de la cual se había desprendido gracias a sacrificios innumerables.
Se acusa repetidamente a don Ambrosio por haber faltado a su palabra de
matrimonio, si la dio, o por no haber cumplido su pleno rol de padre. Pudo, es cierto,
renunciar a su condición funcionaria, dedicándose a administrar con éxito sus
cuantiosos bienes ya acumulados, para contraer el matrimonio comprometido.
Sin embargo, había probado el sabor de los halagos del poder y a estas alturas
no erraba en la autocalificación de sus capacidades administrativas y militares,
que le garantizaban una segura prosperidad al servicio del Rey. El matrimonio con
doña Isabel era, como se mirara, una traba peligrosa en la proyección y planes
para alcanzar los tramos superiores de las jerarquías coloniales previstas.
13. EL HIJO
Don Ambrosio abandonó Chillán en diciembre de 1777, después de permanecer
algunos días en la casa de don Simon Riquelme, durante su viaje de retorno a
Concepción, desde Santiago, en el seno de doña Isabel comenzaba a gestarse,
entonces, una criatura marcada por la adversidad y que, no obstante, debía
alcanzar, como pocas, gloria, gratitud y veneración en la historia de los pueblos
que libertó.
Las dos comunicaciones venidas de España sobre su ascenso a Coronel,
fechadas el 7 de septiembre de 1777, una dirigida al Capitán General don Agustín
de Jáuregui y otra a él, mas los despachos del grado, llegaron a Santiago sólo el
30 de enero de 1778, por el lento proceso de las comunicaciones postales con
España. Como se comprenderá, por los empeños que en esta promoción le cupo
emplear, el Presidente envió rápidamente las noticias a Concepción.
La alegría de su nombramiento como Coronel no pudo ser gozada en plenitud.
Pero no demora en utilizar, otra vez, el experimentado sistema de manifestar su
gratitud, aprovechando cada comunicación a España para fortalecer los conceptos
que en la Corte habían logrado acentuar su valía y sobresaliente desempeño
funcionario.
Entretanto el éxito de Higgins en sus relaciones con los araucanos, su equilibrada
política de fuerza y persuasión, ha debido impresionar satisfactoriamente a las
43
R evista L ibertador O’ higgins
autoridades españolas de Madrid. La imagen del pueblo araucano, belicoso,
libertario, indomable, se había estampado como un símbolo en la mentalidad
hispana, gracias a la obra de Ercilla. Mucho más que otros hechos meritorios y
los doblones o las “rarezas”, este aspecto de su desempeño tiene una importancia
definitiva en la valoración hecha en España sobre sus méritos.
En Chillán, en cambio, la familia de don Simón vivía la oculta vergüenza de la
deshonra de doña Isabel.
El nacimiento del niño y las decisiones sobre su crianza y educación, en cuanto
son acatados por doña Isabel y su padre, nos llevan a la conclusión de que se ha
establecido entre don Ambrosio y don Simón, o entre éste y algún hombre de
confianza del Coronel, como pudo serlo el Teniente Tirapegui, su ayudante, una
suerte de pacto con alcances que están delimitados por soluciones advertibles en
sucesos posteriores muy concretos. La existencia de un acuerdo de conciliación,
que fue respetado celosa y secretamente por las partes, está sostenida por
circunstancias que sólo pudieron ocurrir gracias a este consensual asentimiento.
En las distintas posibilidades que ofrece el desarrollo de estos hechos hay a lo
menos estos propósitos comunes que debieron estudiarse de consuno: evitar que
en Chillán se conociera el embarazo de doña Isabel; asegurar el alumbramiento
secreto de la criatura que estaba por nacer; separar al niño de la madre y definir,
finalmente, las responsabilidades en los cuidados de su crecimiento, sustento y
educación.
Todos estos puntos de acuerdo tienen el primordial objetivo de salvaguardar el
honor de la joven, preservando a la vez, para el futuro, su derecho a constituir un
hogar, mediante el ocultamiento del baldón de una maternidad ilegítima.
De este modo, con el sacrificio del niño a una definitiva orfandad y bastardía,
quedaban protegidos el futuro de la joven madre y el prestigio de la familia. Como
contrapartida, se amparaba también la estabilidad y proyección funcionaria del
nuevo Coronel.
14. EL PODER
El Virrey, don Agustín Jáuregui, aplicando las resoluciones de la Corona,
dispuso en 1786 dividir la Capitanía General de Chile en dos Intendencias: la de
Santiago, a cargo del Brigadier Benavides, con la Superintendencia sobre todo el
Reino, y la de Concepción, nombrando al Brigadier Higgins en el cargo titular de
Gobernador Intendente de Concepción.
El régimen de Intendencias y el nuevo nombramiento dio a Higgins mayor
autonomía en las determinaciones administrativas y fijó geográficamente su área
jurisdiccional desde el Maule de la Frontera.
A principios de 1787, la debilitada salud del Capitán General Benavides hace
sospechar su muerte cercana. No lo ignora, naturalmente, don Ambrosio. Y sabe,
además, que ya se mueven las influencias en apoyo de distintos postulantes al
reemplazo.
44
E dición conmemorativa del B icentenario
Es, por cierto, muy difícil pedir el nombramiento en un cargo que aún no ha
vacado y que está, además, servido por un hombre enfermo a quien se deben
favores numerosos.
Sin embargo, con la confianza asentada en tantos reconocimientos por su
desempeño, escribe al Ministro Gálvez destacando, desde la primera línea de su
carta, el significado del apoyo que solicita: “Excmo. Señor y mi venerado único
protector”.
Tenía méritos sobrados para ocupar la presidencia de chile y un “único venerado
protector”, de quien dependía su suerte. Pero este protector era, también, el más
poderoso jerarca imperial en el manejo de las Colonias.
No es su ánimo, como lo dice, desplazar Benavides, “que excede con mucho
a sus predecesores en todas las virtudes que deben concurrir a un Gobernador
completo”. En su petitorio agregará, sin embargo, que: “aunque en su perjuicio
no es regular que yo jamás desee ascenso alguno, sí provido alguno de los
inmediatos Virreynatos según se merece y anuncian las noticias públicas en
curso, de tantos pretendientes que se presentarán para la Presidencia, no debo
omitir hacer presente a V.E. mis cortos servicios”88.
La mención al Virreynato, como posible ascenso de Benavides, es un pretexto
demasiado irreal; pero al menos permite, utilizando esa falsa presunción, hacer
comprensible y legítimos los deseo de Higgins.
La intervención del Ministro era tan indispensable como fundamental, ya que,
según afirmaba Higgins, no tenía otro protector a quien recurrir en demanda de
ayuda: “no tengo más apoyo para completar mi carrera que la protección de
V.E.”.
Reserva los términos más finamente estudiados y convincentes para el párrafo
final:
“Repito a V.E. infinitas gracias por las distinguidas expresiones que siempre he
merecido en su superior aprecio, Vivo confiado que en esta crítica circunstancia de
tener que proveer los puestos altos de estos dominios decidiendo precisamente un
magnánimo rasgo de su favor toda la suerte de mi fortuna, no permitirá V.E. quede
desairada mi esperanza única, que ciegamente deposito en la noble resolución
de V.E. por cuya vida ruego constantemente a Nuestro Señor la prospere por
muchos años.
Besa las manos de V.E. su más obligado afectísimo, apasionado y rendido
servidor”89.
El 23 de marzo cuando la enfermedad de Benavides se agravó, envía una
segunda carta al Ministro Gálvez, reiterándole su petición de apoyo en la sucesión
de la Capitanía General.
El 27 de abril muere Benavides y la noticia corre a Concepción con gran
velocidad. El 2 de mayo, apenas cinco días después de la defunción, don
Ambrosio insiste ante Gálvez:
88J.T. Medina: Manscritos, Vol. 200.
89J.T. Medina: Manuscritos, Vol. 200.
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R evista L ibertador O’ higgins
“Con su muerte queda vacante el empleo de Presidente y Capitán General y
si para este cargo tuviere V.E. a bien recomendar a S.M. mi corto mérito, le seré
eternamente agradecido.
Sobre todo confío en que mientras V.E. se halle (Dios lo guarde) a la parte del
ejército y mando de los pueblos de América no quedarán desairados mis servicios
y única esperanza que invariablemente he tenido siempre en el favor de V.E...”90.
Los aspirantes al cargo eran otros tres militares y funcionarios de acreditado
prestigio; pero ninguno alcanzaba a igualar los méritos sobresalientes de Higgins.
Don Tomás Álvarez de Acevedo había sido designado por la Audiencia como
reemplazante interino del Presidente fallecido. Y, de modo casi simultáneo, el
Cabildo lo recomendó para su nombramiento en propiedad. Muy luego aparecieron
otros dos pretendientes: don José Antonio Eslava, antiguo Teniente Coronel, y
don Francisco de la Mata Linares, Coronel de talento reconocido.
Si creyéramos a don Ambrosio que el único protector que le amparaba era el
Ministro Gálvez, deberíamos aceptar también que sólo los destacables méritos
personales, que indudablemente tenía, hicieron posible su nombramiento como
Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, Presidente de la Audiencia de
Santiago, Superintendente Subdelegado de la Real Hacienda e Intendente de la
Provincia de Santiago, designación acordada por el Rey el 10 de agosto de 1787,
y luego consignado por decreto del 27 de octubre.
El Ministro Gálvez había fallecido inesperadamente el 17 de julio, un mes y
veintitrés días antes de aprobarse la nueva designación. Desaparecido su “único
protector y apoyo” se habrían esfumado las posibilidades de culminar su carrera
en Chile, ocupando la Capitanía General del Reino. Pero, como está señalado, su
nombramiento prosperó con aparente facilidad.
El nuevo Capitán General era diestro conocedor de los manejos administrativos
practicados en España respecto de las Colonias. Desde sus primeras
designaciones fue cultivando, además, pacientemente, amigos y protectores,
tanto en la Península como en América. Algunos autores sospechan que utilizó
parte de sus riquezas en el cultivo de estas simpatías gubernamentales. Don Luis
Montt expresa, en efecto, lo siguiente:
“Aparte de su indisputable mérito, ¿cuántos doblones costaría al extranjero
don Ambrosio Higgins adormecer la suspicacia de la metrópoli, para elevarse de
modesto Capitán de Dragones de la Frontera de Chile hasta Virrey del Perú?”91.
Don Miguel Luis Amunátegui es todavía más incisivo y mordaz. Después de
sostener que “don Ambrosio fue uno de los Presidentes más distinguidos que
gobernaron este reino, i uno de los hombres más extraordinarios que aparecieron
en los últimos tiempos de la dominación española”, agrega que “siendo pobre,
había tenido que proporcionarse dinero para ganarse los favores de una corte
venal”.
El señor Amunátegui continúa acentuando progresivamente los, tonos
negativos que lo aproximan a don Vicente Carvallo:
90J.T. Medina: Manuscritos, Vol. 20,0.
91Luis Montt: Revista Chilena, Tomo VII, p. 295.
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E dición conmemorativa del B icentenario
“Pero si don Ambrosio O’Higgins hubiera contado sólo con su mérito personal,
con sus disposiciones para el mando, se habría quedado de sobrestante toda la
vida. Necesitábanse en aquellos tiempos otros apoyos para medrar”.
“O’Higgins, que conocía la época i la tierra, no lo ignoraba, i por eso se
encumbró con tanta rapidez. Ese irlandés sabía como maestro la ciencia del
cortesano; parecía que hubiera nacido de algún palaciego, i que se hubiera
educado en las antecámaras. A fuerza de las insinuaciones y de obsequios, se
proporcionó padrinos en Chile i en Madrid; y empujado por ellos, subió hasta
donde quiso. Ese fue el secreto de su elevación”.
“Ese fue el talismán que le dio la Presidencia de Chile, el Virreynato del Perú.
El oro y la intriga del aspirante abrieron de par en par a su presencia las puertas
del poder y los honores. Los manejos encubiertos, más que sus servicios, más
que sus brillantes cualidades, le valieron el grado de General, el título de barón, el
título de marqués”92.
Es preciso reconocer, cuando menos en parte, que don Miguel Luis Amunátegui
y don Luis Montt no están descaminados, ya que numerosas piezas históricas
prueban que el Ministro Gálvez era uno, entre muchos otros, de los protectores
que don Ambrosio mantenía en España. La noticia del fallecimiento del Ministro
sólo pudo llegar a Chile al cabo de tres meses, a mediados de septiembre de
1787. A esa fecha le habría sido imposible buscar nuevos apoyos, en reemplazo
de su “único protector”.
Estas opiniones no están basadas en elementos probatorios específicos; pero
los autores citados no se equivocan en sus afirmaciones. Una carta de don Nicolás
de la Cruz, dirigida a don Ambrosio el año 1795, revela uno de los mecanismos
utilizados por el astuto irlandés para el cultivo de estas amistades protectoras y
tutelares, en los más altos niveles de la Corte.
Don Nicolás le acusa recibo de “una caja con rarezas” que don Ambrosio envía
al señor Príncipe de la Paz y que le sería entregada en Madrid por “el guardián
don Demetrio” (Don Demetrio O’Higgins)93.
Su correspondencia revela lo que Amunátegui estima como los “manejos
encubiertos” de los cuales se valió en esta ocasión, como en otras, para asegurar
sus objetivos. Impresionan los nombres y el rango de las personas a quienes
agradece su contribución a este nombramiento: Don Manuel de Néstares,
Secretario del Consejo; Conde de Floridablanca; Conde de Campones; Duque
de San Carlos; Marqués del Campo; Conde de Lacy; don Almérico Pini; a los
Directores de Correos y Oficiales de las Secretarías de Estado, a los Ministros
de Indias y de Marina, a los miembros del Consejo Supremo de Indias, Areche y
Escobedo, a don Juan José de Vértiz y al Marqués de Guirior94.
Don Horacio Arangua agrega otro nombre importante a los variados apoyos
que don Ambrosio recibió para lograr el nombramiento de Presidente de Chile:
92Miguel Luis Amunátegui: La Dictadura... p.28
93Nicolás de la Cruz:
94Ricardo Donoso: El Marqués.... p.135.
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R evista L ibertador O’ higgins
“La condesa de Balliincoult lo favoreció mucho ante la reina de España...”95.
15. EL VIRREYNATO
La labor de don Ambrosio como jerarca superior de la Capitanía General se
manifiesta en el ordenamiento presupuestario y en reformas trascendentales de
la hacienda pública; en la aplicación de nuevas normas administrativas y de buen
gobierno; fiscalización personal de todo el territorio bajo su jurisdicción; medidas
para el mejoramiento económico; el estímulo y la producción, el comercio de
exportación y la introducción de cultivos de la caña de azúcar, algodón y arroz;
obras de progreso como los tajamares del Mapocho, edificios importantes, caminos
de Uspallata y Valparaíso, mejoramiento de obras urbanas; fortalecimiento de las
defensas mililitares, afianzamientos de la pacificación de la Araucanía, atajo al
contrabando y a la penetración de las ideas revolucionarias; creación del Tribunal
del Consulado, el tercero en América, después del de Méjico y del Perú; fundación
de nuevas ciudades y la apertura de comunicaciones por tierra entre Valdivia y
Chiloé; repoblación de Osorno y supresión de las encomiendas.
En un alarde de sorprendente vitalidad, para sus mortificados 68 años de
edad, había iniciado el mandato superior del reino emprendiendo una fatigosa
gira de seis meses y medio por el norte del país, hasta Copiapó. De esta manera
podía decir, con autoridad, que conocía bien toda la jurisdicción territorial bajo
su mando, mérito que sólo muy parcialmente pudieron señalar sus antecesores.
El programa de visitas del nuevo Presidente a los distritos del norte del país se
inició el 21 de octubre de 1788. Entre los miembros de la comitiva anotamos a
personajes siempre vinculados a la intimidad de don Ambrosio: don Ramón
Martínez de Rozas, asesor de visita; capitán don Domingo Tirapegui, amanuense
del Presidente; don José María Botarro, ayudante mayor de órdenes y oficial de
la Secretaría96.
A partir de 1788 don Ambrosio desarrolla todo su talento político, aplicándose
con extraordinario éxito funcionario al cuidado de los intereses de la Corona.
Fue, sin la menor duda, el más competente de todos los Gobernadores que le
precedieron. Esa era la imagen que había logrado conformar ante las autoridades,
de la metrópoli. La continua y fluida correspondencia mantenida regularmente, a
lo largo de su carrera administrativa, con los Ministros José de Gálvez, Conde de
Aranda, Conde de Floridablanca o el Conde del Campo de Alange y otros, revela
en términos indubitables la confianza que por sus méritos había ganado.
Las inteligentes medidas administrativas, las obras públicas emprendidas,
la pacificación lograda en la Frontera, las armónicas relaciones que estableció
entre los distintos organismos coloniales vinculados a la marcha política del
país, acentuaron su prestigioso desempeño. Estas iniciativas, pudieron ser
diversamente juzgadas por el recelo colonial del reino; pero tenían el sostenido e
invariable apoyo de Madrid, donde gozaba de las más óptimas consideraciones.
95Guillermo Feliú Cruz: Conservaciones históricas de Cláudio Gay Ed. Andrés Bello, 1965, p. 2.
96Diego Barros Arana: Obra citada, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 20.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Había llegado a Santiago premunido de una experiencia prolongada para
asumir la gobernación. Ahora, sin mandos jerárquicos superiores en Chile que
entrabaran sus expansiones renovadoras, proseguía la penúltima etapa de su
brillante carrera, con una autoridad robustecida y amplia. Era el mejor conocedor
de las situaciones difíciles que planteaba el cuidado de la Frontera. A ello se
debe, probablemente por estimarlo innecesario, el retardo, por varios años, del
Parlamento con los indígenas, institucionalizado como inicio de cada nuevo
mando en la Capitanía General. Había salido desde la Frontera para asumir
la Presidencia y Gobernación de Chile, después de un largo tiempo en que el
manejo de las cuestiones indias constituyera una de sus preocupaciones diarias.
Sólo el año 1792 estimó que debía satisfacer los deseos muy reiteradamente
expresados por los naturales, disponiendo la realización del Parlamento de
Negrete.
Entretanto, la perspicacia del Capitán General miraba con inquietud el
desarrollo de los acontecimientos internacionales. Sus corresponsales en España,
entre ellos el padre Alejandro García, “su agente confidencial en Madrid”, como
lo llama Gustavo Opazo, lo informaban con regularidad de los sucesos políticos
de importancia, de tal modo que muchos de sus juicios se amparaban en el
conocimiento fundado de las tendencias predominantes en la Península97.
Las nuevas ideas se proyectaban principalmente desde Francia y Norteamérica
hacia las colonias, intercaladas en el comercio de contrabando. Don Ambrosio fue
uno de los primeros en advertir este potencial peligro para la Corona, más fuerte y
de mayor penetración y poderío que las armas o el dinero.
El problema creado por los barcos no españoles, que algunos autores han
llamado los “navíos de la libertad”, dedicados al comercio ilegal en las costas de
América y las continuas acechanzas enemigas que derivaban de los conflictos
internacionales en que se involucraba la metrópoli, permitieron a don Ambrosio
renovar la vigencia de sus opiniones ante la Corte, para el mejor resguardo de los
intereses imperiales en América, mientras seguía cultivando, con igual sagacidad
que en el pasado, sólidas relaciones de confianza y amistad con numerosos e
importantes jerarcas españoles.
Todo parecía indicar que la carrera de don Ambrosio concluiría como Capitán
General; pero, durante los años que gobernó Chile, su personalidad “en vez de
agotarse, no cesó de ascender”98.
Encina cree que su nombramiento como Virrey fue un reconocimiento
inesperado, al sostener que “No es, pues, extraña la profunda impresión que
experimentó al imponerse en Valdivia de la real orden que lo ascendía al Virreynato
de Lima en reemplazo de Francisco Gil y Lemos, con $ 65.000 de sueldo”99.
Una de sus cartas de agradecimiento repite, sin embargo, el mismo estilo que
conocimos en la correspondencia originada en la búsqueda de apoyos para su
designación como Gobernador de Chile. La aparente inexistencia de acciones
97Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 39.
98Francisco A. Encina: Historia..., Tomo 8, p. 84.
99Francisco A. Encina: Historia.... Tomo 8, p. 96.
49
R evista L ibertador O’ higgins
destinadas a promover su nombre para el cargo de Virrey y la creencia en una
decisión superior fundada exclusivamente en el mérito, colocan a don Ambrosio
en un nivel superlativo de calificación. Revelan, además, un notable e infrecuente
sentido de justicia de la Corona que posponía otras pretensiones, amparadas por
influencias palaciegas, para reconocer las virtudes de un servidor leal y designarlo
Virrey, no obstante su edad avanzada y su condición de extranjero.
Con todo, no es posible aceptar, sin beneficio de duda, la idea de que no
mediaran, esta vez, los mecanismos utilizados con ocasión de su nombramiento
de Gobernador. El conocía suficientemente la altísima consideración y estima
que se le tenía en la Corte. No había en América otro funcionario que hubiera
logrado tanto respeto por su capacidad y competencia de gobernante. Pero tales
antecedentes no eran suficientes, por sí solos, para garantizar un nombramiento
de esta categoría. Sus enemigos, la edad y su extranjería, eran elementos
favorecedores de las crecientes fuerzas conspirativas en su contra.
El paso de algunos Gobernadores de Chile a Virreyes del Perú se había
repetido bajo los Borbones. Manso de Velasco, Amat y Jáuregui desempeñaron la
Gobernación de Chile antes de asumir el Virreynato del Perú. Estos precedentes
carecían, sin embargo, de valor frente a las influencias puestas en juego para
designaciones de tan alta importancia y que determinaban la decisión final.
Todo nombramiento en un cargo de relevancia en la jerarquía americana
originaba una lucha sin cuartel en la Corte española. Don Ambrosio era un
postulante con poderosos “favorecedores”, cultivados en la esplendidez de
las rarezas que enviaba regularmente a los potentados del imperio. Pero otros
candidatos tenían el recurso de la nobleza, el parentesco cortesano y también la
influencia del dinero.
Un hombre bien informado, como don Nicolás de la Cruz, que seguía con avidez
el proceso para el nombramiento del Virrey, vio pocas expectativas favorables
para su amigo y así lo dice sin rodeos:
“Días pasados corrió que había dado al señor Alvárez el Virreynato de
Lima…”
“Si no fuera por sus respetos y conexiones seguramente Vuestra Excelencia
ocuparía aquel lugar”100.
El futuro Conde del Maule se ha llevado, poco después, una buena sorpresa
con el resultado final. En carta que remite a su hermano Juan Esteban de la
Cruz, dice: “Acaba de nombrar S..M Virrey de, Lima a nuestro don Ambrosio
Higgins”101.
Sin embargo, en febrero de ese mismo año 1795, al felicitarle por el
otorgamiento del título de Barón de Ballenary y al destacar que éste fue logrado
gracias a la influencia del Duque de Alcudia, afirma que éste “será el único que
podrá obtener el Virreynato del Perú”102.
100 Nicolás de la Cruz: EI Epistolário, p. 44.
101 Nicolás de la Cruz: Epistolario, p. 72.
102 Sergio Martínez Baeza: El Epistolario de don Nicolás de la Cruz (1794-1798). Boletín de la Academia Chilena
de la Historia Nº100, 1989, p. 250.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Algunos meses antes, don Ambrosio había enviado al Príncipe de la Paz y
Duque de Alcudia, el favorito José Godoy, que concentraba en sus manos el
poder de la Corona, “una caja con rarezas”103. Las “rarezas” probablemente fueron
valiosas piezas de orfebrería.
16. LOS TRABAJOS DEL VIRREY
Don Ambrosio había asumido el Virreynato con el beneplácito de la Iglesia, el
ejército y la jerarquía imperial. Pero no fue parecida la reacción de los sectores
mayoritarios de la aristocracia limeña, que acumularon progresivamente
resentimientos inmodificables en su contra. A la condición de extranjero, el
antecedente supuesto de sus comienzos mercantiles subalternos en Lima,
el desplazamiento de españoles de los cargos elevados que ocupaba, las
designaciones recaídas en don Ramón de Rozas, como su Asesor, y en don
Demetrio O’Higgins en cargos de confianza, fueron sumándose otros hechos
derivados de sus medidas administrativas destinadas a la corrección de los vicios,
irregularidades y delitos que caracterizaban a la capital del Virreynato.
Este sostenido rechazo no logró minar, en los primeros años, el prestigio
alcanzado por don Ambrosio ante la Corte que, además, le confirió el título de
Marqués de Osorno, el 27 de enero de l796, después de su nombramiento como
Virrey104.
El título de Marqués lo nivelaba en el rango a los más encumbrados personajes
limeños, blasonados con orgullosas jerarquías nobiliarias. Era notoriamente una
medida estratégica de la Corona, que adornaba con un nuevo título su condición
virreinal.
“En atención a el mérito y servicios de don Ambrosio O’Higgins, Barón de Ballenary,
Virrey y Capitán General del Reyno del Perú, contraídos en varios destinos que ha
servido en América y especialmente en el tiempo que desempeñó la Capitanía
General del Reyno de Chile y Presidencia de la Real Audiencia del mismo, ha venido
en hacerle merced del título de Castilla, para sí, sus hijos, herederos y sucesores, con
la denominación de Marqués de Osorno, libre de Lanzas y Medias Anatas durante su
vida. Tendráse entendido en las Cámaras de Indias y se le expedirán los despachos
correspondientes. En Badajoz, a 27 de enero de 1796. El Gobernador del Consejo de
Castilla”105.
El Virrey inicia, entonces, en los mejores términos y auspiciosamente su
mandato. Sin perjuicio de la dictación de los primeros bandos para la aplicación de
medidas correctivas, como la referida a las sanciones del delito de contrabando,
estudia los variados problemas generales, de solución pendiente. El análisis
es riguroso y concluye, a los seis meses, con el Bando de Buen Gobierno, que
contiene 47 artículos con normas que van desde el respeto a Dios, la vestidura
de las mujeres, regulaciones municipales para el alumbrado público, tránsito de
carretas, mulas y caballos, juegos de azar, etc.
103 Nicolás de la Cruz: Epistolario, p. 74.
104 Ricardo Donoso: El Marqués.... pp. 341-342.
105 Ricardo Donoso: El Marqués.... pp. 341-342.
51
R evista L ibertador O’ higgins
Una de sus primeras decisiones fue construir el camino entre el puerto de
Callao y la capital. Así fundamenta el decreto con que inicia las medidas para
llevar a cabo este proyecto:
“Lima, 3 de agosto de 1796
Por cuanto desde el día de mi ingreso a esta capital se me ha insinuado repetidamente
por varios sujetos amantes del bien público la conveniencia y necesidad de construir
un camino desde esta capital al Puerto de Callao, por donde se hace todo su tráfico y
comercio, y aún casi todo el del Perú, que revelando a los traficantes de los daños que
experimentan por la aspereza del actual suelo, pantanos y otras incomodidades que
dificultan, atrasan y encarecen el acarreo diario de cargas, tercios y fardos con perjuicio
del abasto y progreso del comercio, cuyo adelantamiento consiste esencialmente en el
ahorro de gastos en el transporte y comunicación de efectos”106.
Luego el decreto continúa estableciendo las normas para asegurar la
construcción de dicha obra, la que no podía ser entorpecida por oposición de los
dueños de tierras afectadas por su trazado, la distancia de los materiales precisos
o el gasto en que se incurriera.
John Thomas destaca, en un documento dirigido a don Bernardo O’Higgins,
que se conoce con el título de “Los Proyectos del Virrey O’Higgins”, la preferencia
que daba a las vías de comunicación.
Así como en Chile la construcción del camino de Santiago a Valparaíso fue
su obra vial más importante, el camino de Lima al Callao sería, en el Perú, una
de sus realizaciones de adelanto más significativas. La ditirámbica elocuencia de
don José Arriz da su testimonio elogioso:
“El Virrey O’Higgins manda, y a su voz se rómpen las murallas, se levantan los planos.
Ingenieros, arquitectos, albañiles, carpinteros, mil personas se ponen en movimiento.
Resuenan los carros a la exploración de la pólvora y corte de las canteras. La atmósfera
se ilumina, y purifica con el fuego de los hornos encendidos. Aquí se aprontan las
primeras materias; acá se labran; por allá se acarrean, y cual las abejas se derraman y
vuelan por los campos a recoger en las cálices hermosos de las flores el meloso licor,
que después vacian en las colmenas para su alimento y el de sus compañeras; tal a
la salida del astro del día se ve el camino sembrado de hombres, que en el duro cáliz
de la tierra van regando el precioso sudor de sus rostros, y recogiendo la miel de sus
trabajos para vaciarla después en el seno de sus pobres familias”107.
Don Hipólito Unanue le dedica, también, un “Discurso Histórico sobre el nuevo
camino del Callao, construido de orden del ilustrísimo señor Marqués de Osorno,
Virrey Gobernador y Capitán General del Perú”108.
John Thomas da cuenta, además, de otras obras viales consideradas por el
Virrey.
106 Manuel de Odriozola: Documentos literarios del Perú. Tomo 1, Imprenta del Estado, Lima, 1874, p. 362.
107 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 1, pp. 361-362.
108 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 1, pp. 360-361.
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E dición conmemorativa del B icentenario
“Proyectaba una carretera que habría ido por la Quebrada de Viñac a la ciudad del
Cuzco y a Huánuco y Tarma por el Valle de Jauja, para volver de allí a Lima a través de
la provincia de Canta”109.
No todo debía ser elogio para la tarea del Virrey. El resentimiento afloraría en
términos irónicos. La siguiente afirmación del historiador peruano José Antonio de
Lavalle y Arias de Saavedra revela la mezquindad con que algunos sectores de la
opinión limeña miraban la tarea del Virrey:
“Puso gran cuidado el Marqués de Osorno en el arreglo de la policía y arreglo de
la ciudad. Como había experimentado los inconvenientes del mal piso de las calles
cuando las recorría como mercachifle, les hizo poner aceras”110.
La guerra con Inglaterra, declarada en 1796, concentraría gran parte de sus
preocupaciones en la adopción de medidas destinadas a evitar la penetración del
enemigo en las extensas costas e islas del Sur.
Dedica también su atención al repoblamiento de Osorno, contribuyendo con
recursos personales para la creación de estímulos y nombrando, en diciembre de
1796, a don Juan Mackenna como Superintendente de la ciudad.
El desempeño del Virrey transcurre sin alteraciones. Hombres importantes y
respetados en Lima son leales colaboradores suyos. La más destacada figura,
intelectual y científica del Perú colonial, don Hipólito Unanue, que prolongaría su
presencia de hombre público hasta los primeros años de la Independencia, es
uno de sus amigos.
Las obras públicas, el ordenamiento administrativo, sus medidas para
resguardar las costas del Pacífico de las incursiones inglesas, el éxito de la
Colonia de Osorno, no fueron, sin embargo, factores eficientes para contrarrestar
los estragos de la edad que se ponían de relevancia ante la Corte, con otros
aditamentos negativos que propagaban Avilés y los grupos Limeños adversos al
Virrey.
17. EL RELEVO
A mediados de 1800 se había consumado sigilosamente en Madrid el relevo
de don Ambrosio O’Higgins como Virrey del Perú. La sorda confabulación de
la aristocracia Limeña en contra del “Virrey Inglés” y los empeños tenaces del
Marqués de Avilés, Gobernador de Chile primero y luego Virrey de las Provincias
del Río de la Plata, por desplazarlo, habían logrado vencer las astutas y eficaces
defensas cultivadas por don Ambrosio en la Corte española. Es lo que sostiene
casi uniformemente la literatura histórica sobre la destitución del Virrey y sus
causas principales.
La remoción se acordó por real decreto de 19 de junio de 1800. Don Ricardo
Donoso dice lo siguiente sobre tal documento:
109 John Thomas: Los Proyectos del Virrey O’Higgins, p. 136.
110 Carlos Miró Quezada: ob. cit., p. 160.
53
R evista L ibertador O’ higgins
“Cuantos esfuerzos se han hecho en el Archivo de Indias de Sevilla para
encontrar el texto del Decreto de 19 de junio, han resultado infructuosos”111.
Sin embargo, en el mismo Archivo se halla la real Cédula de nombramiento, en
su remplazo, del Marqués de Avilés, fechada el 14 de julio, que parece reiterar las
razones en que se fundamentó aquella resolución.
“Don Carlos, etc. Por cuanto en consideración a la quebrantada salud que
experimenta el Teniente General, de mis reales ejércitos, Marqués de Osorno,
a su avanzada edad y hallarse ya en el quinto año de servir los empleos de
Virrey, Gobernador y Capitán General del Reino del Perú y Presidente de mi Real
Audiencia de Lima, he tenido a bien, por mi real decreto de 19 de junio próximo
pasado, relevarle de ellos”112.
Para don Ricardo Donoso las justificaciones del relevo son “formalidades
diplomáticas de estilo”, ya que, como otros historiadores, cree que la causa real
del cambio fue la entrega hecha por el cubano Caro de los planes revolucionarios
de Miranda, incluyendo los nombres de los conspiradores, entre los cuales habría
estado el hijo bastardo de don Ambrosio.
Sin embargo, “las formalidades diplomáticas” son, en este caso, auténticas,
bien asentadas y precisas razones para el cambio.
La quebrantada salud del Virrey era un hecho conocido en la Corte y
corresponde a los achaques propios de sus largos años de mortificaciones en
los trabajos en que empeñó su juventud y madurez. La avanzada edad, aunque
nadie la conocía con certeza, era inocultable y estaba directamente asociada a los
quebrantos de su salud. Y, finalmente, se hallaba en el quinto año de su empleo
como Virrey y demás cargos anexos.
El hecho de entrar al quinto año ejerciendo el más alto cargo de las Colonias,
causa aparentemente injustificada para su relevo, tiene un importante antecedente
justificatorio de la resolución de la Corona: desde 1776, los cuatro últimos Virreyes,
anteriores a don Ambrosio O’Higgins habían permanecido en sus cargos entre
cuatro y seis años, y, con la única excepción de don José Fernando de Abascal,
Marqués de la Concordia, todos los Virreyes posteriores al Marqués de Osorno
no sobrepasaron los cinco años en el ejercicio del mando113.
A la par de su edad avanzada, el Virrey había disminuido sus habilidades en
el halago palaciego. Además, nuevos jerarcas formaban sus propias y personales
estructuras de poder administrativo en América. A sus cansancios físicos es
posible que haya agregado la secreta frustración espiritual del hombre sin reales
afectos y ternuras de familia, sólo fiado y confiado en la validez de la amistad, en
el respeto y el temor reverencial que infundía su rango.
La noticia del “relevo”, expresión que se ha entendido como destitución por
la mayoría de los autores, circuló entre los pocos amigos que en España aún se
interesaban en su suerte. Por intermedio de ellos, su sobrino don Tomás O’Higgins
y Welch, y con mucha certeza el franciscano don Alejandro García, conocieron la
111 Ricardo Donoso: El Marqués..., p. 411.
112 Ricardo Donoso: El Marqués..., p. 408.
113 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 11, pp. 17-18.
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E dición conmemorativa del B icentenario
resolución real que significaba la cesación de don Ambrosio en el ejercicio del
cargo de Virrey.
Veinticinco días después de la destitución, el 14 de julio, es nombrado el nuevo
Virrey. Estas medidas constituían noticias de rápida difusión; pero por alguna
razón que desconocemos, ambas resoluciones demoraron en cursarse, dando
origen a rumores sobre un nuevo destino para el Virrey O’Higgins.
Su destitución como Virrey era suavizada por otras expectativas, basadas en
el cambio del Virreynato por la Presidencia del Consejo de Indias. Esa posibilidad
había llegado a ser tan consistente que el propio don Bernardo sostiene que su
padre alcanzó a conocer esta designación, ignorando, en cambio, la desgraciada
variación de su suerte, que terminaría con el relevo.
En carta que desde Lima envió a Sir John Doyle, don Bernardo O’Higgins
afirma que su padre supo antes de fallecer que “se le llevaría a la Presidencia del
Consejo de Indias”; “Mi padre vivió lo suficiente para recibir la noticia de su nuevo
nombramiento”; “la Providencia Divina le libró de saber que su suerte nuevamente
había variado, y que se le removía de esa designación y que debía trasladarse a
España en calidad de prisionero”114.
La noticia del cambio del Virrey sólo trascendió después de su muerte, al día
siguiente del deceso, ocurrido el 18 de marzo de 1801. Don Manuel Arredondo,
que estaba ejerciendo como Subrogante desde los primeros días de febrero, no
se había percatado del cambio de Virrey hasta la “apertura” del primer pliego de
providencia, como lo deja señalado de manera expresa en su informe al Tribunal
del Consulado:
“Ayer a las doce y cuarto falleció el Exmo. señor Virrey Marqués de Osorno, y abierto
en el Real (acuerdo) el primer pliego de providencia se halló nombrado para Virrey
interino de este Reino al Exmo. Marqués de Avilés”115.
Por su parte, el más interesado personaje en la resolución real, el Marqués de
Avilés, sólo tomó conocimiento oficial de su nombramiento a mediados de marzo
de 1801, casi coincidentemente con la muerte de D. Ambrosio O’Higgins.
A pesar de las muchas y precisas razones conocidas, que habrían determinado
la caída del Virrey, repetidamente se menciona como su causa principal la relación
del joven Riquelme con D. Francisco Miranda.
Don Benjamín Vicuña Mackenna menciona esta circunstancia. entre otras,
como motivadora de la medida, aunque no le dé un carácter decisorio:
“El hecho fatal fue el de que sus relaciones con Miranda durante su residencia
en Londres habían sido denunciadas al Gabinete de Madrid por los espías
españoles que acechaban a aquel caudillo.
El Ministerio de Indias, en su recelosa política, añadió luego tan extraño
descubrimiento a las quejas y acusaciones que venían haciéndose a don Ambrosio
O’Higgins, desde que se sentara bajo el dosel de los virreyes”116.
114 Luis Valencia Avaria: Don Bernardo O’Higgins, p. 39. Patricio Estellé: ob. cit., p. 435.
115 Ricardo Donoso: El Marqués.... p.410.
116 Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... p. 93.
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R evista L ibertador O’ higgins
El origen de este argumento, que circula en numerosas obras, se encuentra en
la carta que el Coronel Mackenna envió a D. Bernardo el 20 de febrero de 1811:
“desde el momento en que se descubrieron sus relaciones con Miranda y
fueron comunicadas al ministerio español por sus espías, Ud. sabe las atroces
medidas que se tomaron por esto en contra de su venerado padre”117.
El conocimiento de las autoridades españolas sobre los contactos de Miranda
y su discípulo chileno, una de las supuestas causas ocultas de la destitución de
su padre, se atribuye a la delación del cubano Caro que, por varios años, participó
en las actividades revolucionarias hizo la dirección del Precursor. La inclusión del
nombre de don Bernardo en el grupo de los conjurados por la liberación de las
Colonias que el traidor Caro habría entregado a las autoridades españolas, no
está probada documentalmente. El supuesto histórico atenúa su mérito discutible
al revisar el itinerario seguido por Caro, hasta la consumición de su traición y luego
se debilita, todavía más, perdiendo toda consistencia, frente a la comprobación
indubitada de no existir hechos de hostigamiento, vigilancia policial, seguimiento
de actividades, normas policiales diligentemente aplicadas a los sospechosos de
herejía revolucionaria, que afectaran al joven amigo de Miranda.
Don Bernardo pudo regresar a España, salir y retornar de nuevo a su territorio,
después del desastre marítimo provocado por la escuadra inglesa en el convoy
de barcos españoles que lo traía a América. La asociación de su nombre al del
Virrey no era posible, ya que nunca usó, ni pretendió hacerlo, el apellido O’Higgins
mientras estuvo en Europa. El vínculo de sangre, o la relación ilegítima podía
ser sospechada, incluso divulgada, como uno de los muchos secretos del Virrey,
por don Nicolás de la Cruz, u otros pocos conocedores de su filiación. El único
documento probatorio de tal parentesco se hallaba en el libro de Bautizos de la
Parroquia de Talca y, eventualmente, en copia mantenida en el Archivo de don
Nicolás. Sin prueba alguna del vínculo familiar, sin haberse incoado ni la más
pequeña investigación sumaria, inculpándole de conspiración contra la Corona, es
descabellado suponer que tal hecho incomprobado sirviera de fundamento para
remover de su cargo al más importante funcionario de la Corona en América.
Una leve sospecha de los servicios policiales habría centrado su interés en
la vigilancia del joven americano. En tal caso se habría investigado también a
los visitantes criollos que frecuentaban la casa de don Nicolás, tales como don
José Cortés Madariaga, don Juan Pablo Fretes, que oficiaba de Capellán en el
Regimiento de Cádiz, o el Capitán Florencio Terrada. Para los servicios policiales
y de inteligencia españoles la sospecha sobre la permanencia en Cádiz de un
cómplice de Miranda, de tanta importancia como para aparecer en su listado de
conspiradores, habría desatado medidas de investigación inmediatas, en que el
apresamiento y el interrogatorio exhaustivo eran trámites indispensables.
Sin embargo, nada, de esto ocurrió durante su residencia en España, por tres
años, después de su regreso de Londres.
Valencia Avaria hace, con acierto, el siguiente comentario:
117 Carlos Vicuña Mackenna: O’Higgins y Mackena íntimos..., p. 15. Revista Chilena de Historia y Geografía
Nº20, 1915.
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“No se adoptó medida alguna de orden policial contra Bernardo en Cádiz, pese a que
se perseguía sañudamente a los prosélitos del venezolano”118.
La clave para dilucidar el problema que plantea esta inseguridad histórica está
en los pasos del cubano Pedro Caro.
A principios de 1799 el cubano aún se encontraba en Trinidad, desde donde
fue deportado a Inglaterra. Su llegada a Londres ocurrió en noviembre de 1799,
cuando ya D. Bernardo había retornado a Cádiz, en abril de ese mismo año119.
Caro no conoció, pues, al joven chileno y lo podía medir, para el caso de haber
oído su nombre, la intensidad de sus relaciones con Miranda. Aun sabiendo de
su existencia, carecía de antecedentes precisos que asociaran al joven Riquelme
con el Virrey del Perú, hecho que pudo ignorar el propio Miranda. Don Bernardo
conoció, en cambio, la condición de Caro como agente de Miranda.
El protegido del Precursor, por tantos años, aparece en Hamburgo en mayo
de 1800, pretendiendo comprar el perdón de la Corona española, mediante la
abjuración de su vida revolucionaria. Es, dice Mariano Picón Salas, “uno de esos
seres untuosos, resbaladizos” que va “a confiar sus secretos y a mendigar dinero
a José de Ocáriz, Ministro residente de España en Hamburgo”120.
El 31 de mayo de 1800 se consuma la traición de Caro, mediante el envío
al Ministro de Estado español de “una relación completa de los planes de
conspiración para la independencia de América, que preparaban en Londres
Miranda y Vargas, y del estado en que se hallaban las negociaciones seguidas
con el Gabinete británico”121.
Encina precisa aún más estas fechas, que son claves para entender
precisamente lo contrario de lo que afirma el autor:
“Uno de los ad láteres de Miranda, el cubano Pedro José Caro, lo traicionó, y el
31 de mayo de 1800 puso en manos del gobierno español una relación completa
de los planes fraguados en Londres para provocar la insurrección de América...
En la lista de los afiliados aparecía el nombre de Bernardo Riquelme, hijo bastardo
del marqués de Osorno, Virrey del Perú. El 19 de junio de 1800, un real decreto
exoneró de su puesto a Ambrosio O’Higgins”122.
Barros Arana, sin embargo, refiriéndose a las razones que motivaron la orden
que el Virrey dio al apoderado de don Bernardo para que lo echara de su casa,
dice lo siguiente:
“Se ha creído, además, ver en esa resolución del Virrey el resultado de una
reconvención que le habría dirigido la Corte por las relaciones que su hijo habría
mantenido en Londres con Miranda y con los otros hispanoamericanos que
118 Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins, p, 39.
119 Williain Spence Roberston: Miranda.... p. 169.
120 Mariano Picón Salas: ob. cit., p. 82.
121 Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 407.
122 Francisco A. Encina: Historia.... Tomo 8, p. 87.
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trataban de revolucionar las colonias; pero no hemos podido hallar nada que
justifique esta suposición, que por lo demás nos parece inaceptable”123.
La distancia temporal de los dos hechos torna inocua, y cuando menos
discutible, la afirmación que convierte la delación de Caro en una de las causas
determinantes del relevo del Virrey. La confección de un informe del Embajador;
su despacho a Madrid en los lentos correos de la época; su tramitación interna
en la burocracia imperial; el indispensable análisis de los servicios policiales; un
informe final a la autoridad superior; el tiempo requerido para las consultas y la
elección del reemplazante, para un cargo en que debían jugarse las más poderosas
influencias, comprometen un tiempo muy superior a 19 días, transcurridos entre
el 31 de mayo y el 19 de junio de 1800.
La información adquirida por el Ministro Ocáriz, como en cualquier otro caso
de espionaje, debió seguir un procesamiento de verificación indispensable,
particularmente cuando provenía de un delator dudoso, prontuariado como traidor
por la propia policía española. El cotejo de la fecha en que Caro dio a conocer
los planes de Miranda y la fecha de la resolución real de la destitución de don
Ambrosio, descartan por completo toda relación entre ambos hechos.
Caro entregó documentación importante, pero incompleta, entre la cual
no podía registrarse el nombre de Bernardo Riquelme, que conoció a Miranda
probablemente en el mes de octubre de 1798, meses después que Caro abandonó
Londres. Las informaciones entregadas por el cubano al Ministro español fueron
hechas, además, con reserva y cautela, terminando por rechazar una entrevista
con los agentes peninsulares.
Don Bernardo ignoró absolutamente la traición de Caro, a quien debió conocer
sólo por referencias de Miranda, ya que lo menciona junto a Bejarano en las
“Memorias útiles para la historia de la Revolución Americana”. En cambio, no
lo incluye entre las centellas lanzadas hacia América, para su liberación, por el
Precursor124.
18. MUERTE DEL VIRREY
El “insulto” padecido en la salud de don Ambrosio fue “una hemorragia, causada
por la rotura de una arteria inmediata a la úlcera que tenía en la cabeza...”125.
El 2 de febrero permitió que lo sacramentaran, acto que fue repetido el 15 del
mismo mes. El 14 de marzo, presintiendo la cercanía de su muerte, procedió a
otorgar su testamento.
Donoso transcribe el siguiente comentario de un testigo que no individualiza:
“Su fatiga era fuerte y tan continua, que en treinta y ocho días de enfermedad
apenas ha podido dormir. Sus piernas, muslos y manos hinchadas, la úlcera en la
cabeza muy extendida y el esputo teñido”126.
123 Diego Barros Arana: Historia.... Tomo VII, 2ª Ed., pp. 391 y 392.
124 Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo 1, p. 29. Ernesto de la Cruz: ob. cit., p. 30.
125 Ricardo Donoso: El Marqués p. 411.
126 Ricardo Donoso: El Marqués p. 409.
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Ramón de Rozas, su asesor en Lima, el mejor calificado en la confianza de
don Ambrosio y por quien el Virrey revelaba una gran amistad, dice en una carta
que dirige a sus hijas, en Santiago:
“Escribí a ustedes la noche del día en que murió el señor Virrey. No se lo que diría
entonces, porque la cabeza no podía estar en aquel momento para nada. Creía
enfermar por resultas de CUARENTA DIAS DE AFLICCIÓN I MALAS NOCHES...”127.
En los 40 días de aflicción y malas noches se fue acentuando el irreversible
proceso de decadencia física del enfermo que, a pesar de su extremo
debilitamiento, seguía “despachando por sí mismo y firmando cuanto era
menester, hasta la noche del 17 de marzo, la víspera de su muerte”128.
En Lima, la muerte de D. Ambrosio moviliza todo el aparato ceremonial
establecido para el sepelio de un Virrey, sin apartarse del ritual macabro de colgar
su cadáver, y hacerle una suerte de autopsia, incluido el levantamiento del acta
por el tanatólogo, después de embalsamar el cuerpo, etc.
La curiosidad de don José Rodríguez Ballesteros nos ha dejado una
información, que coincide con el protocolo del vaciamiento de las vísceras del
difunto. Rodríguez sostiene que “Su cuerpo fue embalsamado y a cuantos
concurrieron a presenciar la operación les sorprendió la extraordinaria grandeza
de su corazón”. Para don Ricardo Donoso esta es una observación que equivale
a descubrir un acertado símbolo de la personalidad del Virrey”129.
“Al día siguiente, dice Gustavo Opazo, fue colocado, revestido con todos los
paramentos de Virrey en el solio del Palacio. En esta situación estuvo tres días,
exhibiéndose al público de Lima. Al tercer día, reunidas todas las autoridades
en la Sala del Trono, con sus uniformes de gala, en el más profundo silencio,
recibieron al Escribano Real, que venía a constatar oficialmente su muerte.
“Un gentil hombre abrió de par en par la puerta principal de la Sala y con paso
ceremonioso entró por ella el señor escribano don José de Herrera y Sematnat.
Dirigiéndose hacia el Trono y acercándose al oído del cadáver le grito por tres
veces: ¡Excelentísimo señor Marqués de Osorno!”
Después de un rato se volvió al público y dijo:
“Señores, no responde. ¡Falleció! ¡Falleció!
Así quedó constancia de su fallecimiento, según el ritual de las Cortes, que se
aplicaba a los Virreyes”130.
Una vez cumplidos estos actos ceremoniales y con la pompa y honores usados
en los pocos casos de muerte de Virreyes, se procedió a su entierro a los pies del
Altar Mayor de la Catedral de Lima131.
127 Domingo Amunátegui Solar: Don José María de Rozas. Anales de la U. de Chile, p. 91.
128 Ricardo Donoso: El Marqués p. 409.
129 Ricardo Donoso: El Marqués p. 9.
130 Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p 42.
131 Idem.
59
R evista L ibertador O’ higgins
60
E dición conmemorativa del B icentenario
LOS ANTEPASADOS MATERNOS
DEL LIBERTADOR O’HIGGINS
Juan Guillermo Muñoz Correa
En el apacible hogar chillanejo, formado por el capitán don Simón Riquelme y
doña María Mercedes Meza, nacieron dos hijas: Lucía y María Isabel. La última
habría de ser madre del Libertador don Bernardo O’Higgins.
Eran aún muy pequeñas cuando, en marzo de 1758, perdieron a su madre,
contrayendo su padre segundas nupcias doce años después.
¿Quiénes fueron sus abuelos y los abuelos de éstos? Es la pregunta que se ha
tratado de responder en este trabajo, determinando en definitiva los antepasados
del Libertador, viendo para cada uno de ellos algunos antecedentes de su vida en
el contexto histórico en el que les correspondió vivir.
Han sido agrupadas en once líneas agnaticias, fuera de la de O’Higgins, que
partiendo del fundador de la familia señalan el miembro de cada generación hasta
concluir en la dama que entronca con otra principal. Riquelme y Meza cuentan
con seis generaciones, Bravo de Villalba con cuatro, Candia y Lagos con tres, Del
Pino, Herrera, Toledo y Robles con dos, y Goycoechea y Opazo con una.
La varonía del prócer corresponde a un alto funcionario público, nacido en
Irlanda, y la de su madre a un conquistador, como también la de su abuela materna.
Muchas son las ramas que se remontan a aquellos pobladores que construyeron
el reino de Chile a lo largo del siglo XVI y a las mujeres que los acompañaron en
la empresa, no estando ausentes algunas indígenas que vinculan al héroe con la
ancestral sangre araucana.
La revisión en diversos archivos ha permitido allegar nueva y valiosa información
a la ya conocida, quedando siempre algunos vacíos o dudas por resolver, pues a
lo largo de los siglos mucha documentación se ha perdido y otra mal clasificada
dificulta su acceso. De tres damas no se pudieron establecer sus padres, como
de algunos varones sus mujeres, españolas, criollas o indígenas que la historia
no ha consignado y cuyos nombres tal vez ya sea imposible conocer o esperan
en documentos dormidos su descubrimiento.
Los descendientes se desenvolvieron en el ámbito provinciano, sirviendo en
la guerra de Arauco y en las milicias, dedicados a las labores agroganaderas,
encomenderos y estancieros que combinaban sus actividades económicas con el
servicio público en los cargos de corregidores y en los del cabildo. A ellos se agrega
uno solo venido a Chile en el siglo XVII, el capitán Bernardo Goycoechea.
61
R evista L ibertador O’ higgins
O’HIGGINS1
I. SHEAN DUFF O’HIGGINS
Nacido en Sligo, Irlanda, a fines del siglo XV. Fue barón de Ballenary y
descendía de la Casa de O’Neil, y su esposa de la de O’Connor.
Su hijo:
II. ROGER O’HIGGINS
Squirre de Balienary. Contrajo matrimonio con Margarel Breham (o Brehon).
Sus hijos:
1. Charles (sigue en III)
2. Abuelo (cuyo nombre desconocemos) de Demetrio O’Higgins, alférez del
regimiento de Irlanda en España, 1782, y su teniente dos años después.
En 1789 pasó al Real Cuerpo de Guardias de Corps, donde permaneció
hasta que en 1796 le llamó a su lado el virrey del Perú, tío suyo. Al año
siguiente era comandante de la Guardia Virreinal y coronel comandante del
regimiento Dragones de la Reina Luisa. Durante doce años, 1799-1811,
ocupó el cargo de intendente de Huamanga.
El año 1812 viajó a España y allí murió en 1816. Casó con doña Mariana de
Echeverría y Santiago de Ulloa, sin descendencia.
III. CHARLES O’HIGGINS
Squirre de Balienary. Se trasladó con su familia a Summerhili, en el condado
de Meath.
Contrajo matrimonio con Margaret O’Higgins, hija de Williams O’Higgins de
Lancarough Bardwe y de Winifred O’Fallon.
Sus hijos:
1. Ambrosio (sigue en IV).
2. Michael, padre de:
1) Thomas, pasó al Perú y más tarde a Cádiz. Falleció el 19 de septiembre
de 1800.
Se ha seguido en esta filiación el trabajo de don Rafael Reyes Reyes
“Linajes del General Bemardo O’Higgins”, publicado en Revista
de Estudios Históricos Nº23, quien realizó un exhaustivo estudio
historiográfico, compulsando entre otras las obras de Vicuña Mackenna,
Donoso, Espejo, Eyzaguirre y Opazo.
2) Ambrose, pasó a América por 1824. En 1840 se le daba por muerto.
1 Se ha seguido en esta filiación el trabajo de don Rafael Reyes Reyes “Linajes del General Bernardo O’Higgins”,
publicado en Revista de Estudios Históricos Nº23, quien realizó un exhaustivo estudio historiográfico,
compulsando entre otras las obras de Vicuña Mackenna, Donoso, Espejo, Eyzaguirre y Opazo.
62
E dición conmemorativa del B icentenario
3) Charles, con descendencia muy empobrecida en Summerhill, que recibió
algunos legados de su tío Ambrosio.
4) Peter, cadete del regimiento de Irlanda, fallecido joven.
3. Thomas, casó con Agnes Welch (o Walsh), padres de:
1) William, militar.
2) Charles, en Chile fue teniente de granaderos y capitán graduado en
1803.
3) Thomas, nació en Irlanda en 1773. Soldado del regimiento de Irlanda.
En Chile fue capitán de Dragones de la Frontera en 1795. Luego de una
estadía en Lima pasó a España en 1799, volviendo más tarde a Chile.
En 1804 fue gobernador interino de las islas y presidió de Juan
Fernández, se inclinó por la causa patriota de la Independencia y en 1811
fue ascendido a sargento mayor del ejército y nombrado gobernador de
La Serena y puerto de Coquimbo.
En 1822, alcalde de Santiago. Por muerte de los demás herederos quedó
único de los bienes del virrey, entre los que estaban una hacienda en
Cauquenes, otra en Puchacay y la isla Quiriquina que vendió en 1826.
Falleció en 1827. Casó en 1807 con doña Josefa de Aldunate Larraín,
hija de don Juan Miguel y doña Ana María, sin descendencia.
4) Patrick, subteniente del regimiento de Irlanda, murió en el asalto de
Figueras.
4. William, venido a América en 1753, comerciante en Asunción, Paraguay,
falleció en 1772. Casó con doña Bernardina Franco Torres, padres de:
1) María Joaquina, casó con Francisco de Avezada, con descendencia.
2) Matías, sacerdote.
3) Lorenzo, casó con doña Juana de Gamarra y Domínguez Yegros.
4) Blas, casó con doña Juana Pabla del Portillo, con descendencia.
IV.AMBROSIO O’HIGGINS
Nació en la villa de Ballenary, condado de Sligo, diócesis de Elphininse, Irlanda,
el año 1722.
Pasó a España, donde en 1751 era empleado en una casa comercial de Cádiz.
Pasó a América en 1756, estuvo en Asunción, Buenos Aires y Santiago y en 1760
se encontraba en Cádiz, por asuntos comerciales.
El 20 de noviembre de 1761 fue designado ingeniero delineador. Volvió a Chile
en 1763, donde actuó con don Juan Garland en la fortificación de la plaza de
Valdivia. Trabajó en la construcción de refugios cordilleranos y en 1766 volvió a
viajar a España, para retornar luego a nuestro país.
El año 1785 compró la hacienda Las Canteras, próxima a Los Ángeles, con
16.689 cuadras, y la Isla Quiriquina; al año siguiente la estancia Tembladerillas
63
R evista L ibertador O’ higgins
o Pajonales en el corregimiento de Cauquenes, con 1.070 cuadras; y, en remate
público, Quinel en el partido de Puchacay.
Fue maestre de campo general y gobernador interino de Concepción en
1776, brigadier general en 1783, gobernador intendente de Concepción en 1786,
gobernador del reino de Chile de 1788 a 1795, año en que fundó Osorno, y virrey
del Perú de 1796 a 1801. Falleció el 18 de marzo de 1801. Desde 1795 fue barón
de Ballenary y desde 1796 Marqués de Osorno.
Con doña Isabel Riquelme fue padre en 1778 de Bernardo, que sería el
Libertador de Chile en el proceso de emancipación de los pueblos americanos de
su metrópoli peninsular (ver familia Riquelme de la Barrera).
RIQUELME DE LA BARRERA2
I. FRANCISCO RIQUELME DE LA BARRERA
Nació en Sevilla en 1550, pasando al reino de Chile a los veinte años, sirviendo
en la guerra por más de cuarenta años. Fue vecino fundador de Chillán en 1580,
capitán en 1608, alcalde en 1620.
Fue administrador de las Bulas de la Santa Cruzada en Chillán, razón por la
que aparece efectuando un pago de 292 pesos y seis reales el 26 de marzo de
1623.
Falleció antes de 1627.
Contrajo matrimonio en Chillán por 1593 con doña Leonor de Toledo, nacida
en Angol por 1577, hija legítima de don Alonso de Toledo y de doña Isabel de
Alfaro (ver familia Toledo).
Sus hijos:
1. Alonso (sigue en II).
2. Francisco, licenciado, cura doctrinero de Malloa en 1661, de la catedral de
Concepción y visitador general de ese obispado. Dueño de la estancia de
San Antonio de Puchacay. Falleció en Concepción en 1686, bajo disposición
testamentaria otorgada el 4 de abril de 1681.
Varios tratadistas de esta familia señalan que era pariente del maestre de
campo don Gaspar de la Barrera.
II. ALONSO RIQUELME DE LA BARRERA TOLEDO
Capitán, nacido en Chillán en 1595, heredó allí tierras, dedicadas principalmente
a la ganadería. En 1657 Juan de Vilches le debía 350 ovejas y el padre Córdova
2 Para esta familia se recopilaron antecedentes en las colecciones de Real Audiencia, Notarial de Chillán,
Capitanía General y archivos parroquiales. En algunos trabajos genealógicos se señala que el fundador era
pariente directo del conquistador Gaspar de la Barrera, de la Casa de los Duques de Arcos. En la tercera
generación se da un primer entronque con la familia Meza, lo que la hace aparecer dos veces en la genealogía
del Libertador.
64
E dición conmemorativa del B icentenario
otras cuatrocientas. En esa fecha don Francisco de Pineda Bascuñán le debía
816 pesos.
Militó en la guerra de Arauco. Fue alcalde de primer voto en Chillán los años
1640, 1644 y 1650. Después de la destrucción de esa ciudad en 1655 se trasladó
a Santiago, donde testó el 30 de enero de 1657, ante Rodrigo Chacón. Dejó por
sus albaceas a su hermano Francisco, a don Pedro Lillo, al maestre de campo don
Gerónimo Chirinos y a su esposa. Dejó legados de indios al licenciado Francisco
Riquelme y a sus hijas Javiera y Andrea y mulatillos a Sebastiana y a Melchora.
Contrajo primer matrimonio con doña Melchora Robles, hija legítima de don
Alonso de Candia y de doña Catalina de Robles (ver familia Candia), y segundo
con doña María de Cabrera, hija de don Miguel Jerónimo Venegas de Toledo y de
doña María de Cabrera.
Doña María de Cabrera fue tenedora de bienes de su marido. Viuda puso parte
de sus bienes a censo. Casó en segundas nupcias con el capitán don Ramón
Toro Mazotte.
De su primera mujer quedaron seis hijos y dos de la segunda, a los que en
su testamento apellida Riquelme de la Barrera, Robles y Cabrera, pero que no
aparecen en uso en otros documentos.
Ellos fueron:
1. Alonso. Natural de Chillán, 1639, sargento mayor, alcalde de Chillán en
1670, fallecido después de 1680. Casó con doña Paula Gajardo Fernández
de Soto, también llamada Paula de Sierra, hija de don Juan y doña Paula,
con descendencia.
2. Francisco. Nacido en 1640 y bautizado en 1643, Chillán, capitán agrimensor
general 1685. Casó con doña Ana Zavala Camilo, hija de don Antonio y doña
Magdalena, de la doctrina de Malloa en Colchagua, con descendencia.
3. Catalina, casó con el capitán Juan de Humaña, con descendencia.
4. Pedro (sigue en III).
5. Melchora, compró unas casas en Santiago el 15 de enero de 1687 en 450
pesos. Falleció antes de 1712. Casó con el capitán Victorino Gallegos de
Rubias (hijo de Juan, agraciado con 600 cuadras en Palpal), vecino de
Chillán, con descendencia en esa ciudad.
6. Sebastiana, casó con don José Román Centeno, dueño de la estancia
Pelequén, con descendencia en Malloa.
7. Javiera, apellidada de Cabrera por su padre.
8. Andrea, dotada el 22.6.1673 con 6.398 pesos en propiedades, esclavos,
censos y muebles, casó con don Nicolás Donoso Alarcón, hijo de don
Francisco y doña María, quien le dio otros mil pesos en arras. Se adjudicó la
estancia de Santa Cruz de Unco con 3.700 cuadras y viñas en remate de los
bienes de su marido por corridos de un censo, vendiendo para ello a algunos
de sus esclavos. Testó en Santiago el 6.4.1715, con descendencia.
65
R evista L ibertador O’ higgins
III. PEDRO RIQUELME DE LA BARRERA ROBLES
Nació en Chillán en 1654. Militar reformado toda su vida y capitán en 1724.
Dueño de la estancia Palpal, junto al estero de su nombre, a seis leguas de
Chillán.
Contrajo matrimonio con doña Inés de Mesa Herrera, nacida en Chillán, hija
legítima de don Juan de Mesa y de doña Juana de Herrera (ver familia Meza).
Sus hijos:
1. Pedro, nacido en Chillán en 1678, capitán en 1718, alcalde de Chillán en
1729, testó dejando por albacea a don José Godoy y falleció el 22 de abril
de 1744. Casó con doña Martina Oyarzún y Díaz de Moncada, fallecida en
Chillán en 1771, con descendencia.
2. Diego (sigue en IV).
3. Juan, bautizado en Chillán en 1680, capitán en 1722, fallecido el 14 de
octubre de 1745. Casó con doña Baltasara Canales de la Cerda Sepúlveda,
con descendencia.
4. Gabriel, nace por 1676, capitán en 1721, alcalde de Chillán en 1729, maestre
de campo, fallece el 17.3.1757. Casó en primeras nupcias con doña María
Rosa Hernández y en segundas con doña Narcisa Fonseca-Lobo Castro, y
en terceras con Rafaela Rivas, con descendencia de las dos primeras.
5. María, casó primero con Gaspar de los Reyes y segundo en febrero de
1720 con don Gerónimo de Pietas Garcés, con descendencia.
6. Pablo, capitán en 1725, alcalde de Chillán en 1738, maestre de campo en
1742, es enterrado el 28 de septiembre de 1751. Casó primero con doña
Josefa Goycoechea del Pino, nacida en 1703 y fallecida en noviembre de
1743 y segundo con doña Jerónima Canales de la Cerda Fonseca-Lobo,
que falleció en marzo de 1756, con descendencia.
7. Francisco, alcalde de vecinos de Chillán en 1727, maestre de campo, casó
primero con doña Baltasara Garrido y segundo con doña Margarita Venegas,
con descendencia de ambas.
8. Aldonza, casó con el capitán Juan de Elgueta Santa Cruz, hijo de don Juan
y doña Juana, alcalde de Chillán en 1719, con descendencia.
9. Pabla, nacida en Chillán en 1685, casó con don Nicolás de la Rosa.
IV.DIEGO RIQUELME DE LA BARRERA MEZA
Nació en Chillán en 1690, capitán, maestre de campo en 1742, trabajó su
estancia de Palpal. Fue regidor de Chillán en 1726, alcalde de moradores en
1740. Falleció el 8 de septiembre de 1750.
Contrajo matrimonio con doña Juana Luisa Goycoechea del Pino, hija legítima
de Bernardo de Goycoechea y de doña María del Pino (ver familia Goycoechea).
Falleció doña Luisa el 4 de junio de 1738, siendo enterrada en la iglesia de la
Compañía de Chillán, había nombrado a su marido por albacea.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Sus hijos:
1. Simón José (sigue en V).
2. Fernando, bautizado en Chillán en 1725, fue capitán. Casó con doña
Teresa Acuña Carrasco, hija legítima de don Carlos y de doña Catalina, con
descendencia radicada en Nirivilo, Maute.
3. Rosa, bautizada en 1738, casó el 26.7.1773 con don Pablo Sotomayor
Molina.
4. Josefa, bautizada en 1723, casó el 3.10.1742 con don Alejo Zapata
Sanhueza.
5. Pastora, bautizada en 1729, casó en Chillán en 1751 con don Gregorio de
Acuña Sepúlveda, hijo de don Fernando y doña Narcisa.
6. María Inés, bautizada en 1720, casó con don Lorenzo Rodríguez, fallecido
en abril de 1758.
7. Juan Antonio, bautizado en octubre de 1726, regidor de Chillán.
8. Santiago, bautizado en enero de 1738.
9. José María, nacido en 1735, capitán, alcalde de Perquilauquén en 1774,
fallecido en Chillán 1.9.1808, casó en 1775 con doña Josefa de Acuña
Ulloa.
10. Loreto, nacida en 1737 y fallecida en mayo de 1798, casó con don
Francisco Javier Riquelme Hernández, hijo de don Gabriel y doña Rosa.
11. Ignacio Santiago, bautizado en 1733.
Fue padre con María de la Jara de: 12) Mariano, que contrae matrimonio en
Chillán en 1764 con Magdalena; y con otra dama de: 13) Pedro José, que casó
en Chillán el 2 de septiembre de 1760 con Francisca Guzmán Chaves.
V. SIMÓN JOSÉ RIQUELME DE LA BARRERA GOYCOECHEA
Fue bautizado en Chillán el 7 de noviembre de 1729. Heredó trescientas
cuadras en la estancia de Palpal, que deslindaban por el norte con las de don
Manuel y por el sur con las de don Apolinario de Puga Figueroa.
Remató la recaudación del diezmo de Arauco en 1758.
Fue capitán de caballería, alférez real de Chillán en 1758, su regidor en 1771 y
alcalde de vecinos en 1780. Falleció en 1801.
Contrajo primer matrimonio con doña María Mercedes de Meza Ulloa, fallecida
el 6 de marzo de 1758, hija de don José Fermín de Meza y de doña Agustina
Ulloa (ver familia Meza).
Contrajo segundo matrimonio el 24 de julio de 1770 con doña Manuela Vargas
Machuca y del Bao, hija de don Julián y de doña María Rita.
Hijos del primero:
67
R evista L ibertador O’ higgins
1. Lucía, casó en Chillán 27.11.1796 con don Gaspar Flores Vivanco, hijo de
don Ignacio y doña Eugenia, fallecido 23.12.1807. Sus hijos: 1) Dolores,
vecina de Santiago en 1823, 2) Juan, 3) Javiera, fallecida Parral 1848, casó
con el capitán Domingo Urrutia Vivanco, ayudante del Libertador, en 1876
general de división, con descendencia.
2. María Isabel (sigue en VI).
Del segundo matrimonio:
3. Manuel, bautizado en Chillán en 1772, general de ejército, casó en Los
Ángeles 19.4.1813 con doña María del Carmen del Río Mier, fallece en
Concepción bajo disposición testamentaria 4.10.1857. Sus hijos: 1) Isabel,
2) José, 3) Mercedes, 4) Ciorinda casó con don José María de la Maza
Mier.
4. Gregorio, nacido en 1773, casó con doña Luisa Sepúlveda, su hijo Pedro,
nacido en 1796.
5. Petronila, casó con don Tomás García.
6. Estanislao, casó con doña Carmen Stuardo.
7. Francisco Javier, bautizado en Chillán el 28.10.1780, con sucesión unida a
Meza.
8. Antonia, casó con don Luis Rodríguez Arriagada, con descendencia.
9. Manuela, casó con don José Ruiz de Berecedo López del Alcázar, sus hijos:
1) Gaspar, 2) Carmen, 3) Mercedes, 4) Ignacio, 5) Antonio y 6) Petronila.
10.Simón, bautizado en Los Ángeles en 1786, se radicó en Curicó en 1818,
testó en 1848 y falleció el 5 de julio de 1854. Casó con doña Fermina de
Roa y Burgoa, con descendencia.
Con doña Rosa de Acuña tuvieron por hijo a
11.Pedro, casó en Chillán en 1797 con doña Juana García de Lamas y San
Martín, con descendencia.
VI. MARÍA ISABEL RIQUELME MEZA
Fue bautizada en Chillán de un año de edad el 19 de agosto de 1759, habiendo
ya fallecido su madre. Murió en Lima el 21 de abril de 1839. En 1778 tuvo su
primer hijo, Bernardo, con don Ambrosio O’Higgins (ver familia O’Higgins).
Contrajo matrimonio el primero de junio de 1780 con don Félix Rodríguez
Rojas, viudo de doña María Pascuala Zenteno Zavala, nacido en 1740, hijo
legítimo de don Marcos Rodríguez Arambie y de doña Agustina de Rojas Morales
de Albornoz, había sido alguacil mayor de Mendoza y se dedicaba a actividades
agrarias. Falleció en Chillán en 1782.
Fueron padres de doña Rosa, quien acompañó a su hermano Bernardo hasta
su muerte, siendo su albacea y tenedora de bienes. Falleció en Lima el 17 de
diciembre de 1850.
68
E dición conmemorativa del B icentenario
Con don Manuel de Puga y Figueroa fueron padres en 1793 de doña Nieves,
casada en Concepción el 31 de mayo de 1808 con don Juan Agustín Borne
Anderson, natural de Sterling, hijo de David y Margarita, con descendencia.
MEZA3
I. ESTEBAN HERNANDEZ DE CONTRERAS
Hay datos de, su presencia en Chile desde 1556, año en que vivía en Santiago.
Hay referencias de que se desempeñaba como comerciante. En 1569 cobró
veinte pesos en la Caja Real por cierta ropa que había vendido para proveer a
los soldados que iban a la guerra de Arauco. En algunas libranzas de pago es
anotado como Esteban de Contreras. Tenía solar en la traza de Santiago. Falleció
entre 1589 y 1590.
Casó con Magdalena Leonor de Mesa, hija del conquistador Juan de Mesa,
quien vino a Chile en 1543; en 1565 vivía en Santiago en el solar otorgado por
merced que había solicitado al cabildo en el año 1558. Era viuda del herrero
Andrés Esteban, quien por 1568 había comprado elementos de fragua.
Sus hijos:
1. Andrés (sigue en 11).
2. Bartolomé Esteban nació en 1576, casó con doña Baltasara de los Reyes,
con descendencia en Santiago con los apellidos Meza y Contreras.
3. Gerónima casó en 1618 con Pedro Ramiriáñez.
4. Catalina casó en 1592 con Antonio de Guillonda.
5. Leonor casó con Andrés Jiménez Mazuelas.
6. Mariana casó con Lope de Castro.
II. ANDRES DE CONTRERAS
Fue bautizado en Santiago en 1568, militó en Arauco, capitán, pasó a radicarse
a Chillán, donde tuvo solar y casa, ocupando el cargo de alcalde ordinario.
Desarrolló actividades agrarias en su estancia de Queupín, de quinientas cuadras
de tierra, con vacunos, ovejas y once mil plantas de viña, iglesia, molino y casa
3 De Juan de Meza, Thayer en Fornoción de la Sociedad Chilena y censo de la Población de Chile en los años
de 1540 a 1565, señala que pudo ser mestizo, nacido en Indias. Esto no sería raro dado que su llegada
a Chile. 1543, es medio siglo posterior al descubrimiento de América. Con seguridad era rnestiza su hija
Magdalena, como también Juana Gómez de Yévenes, suegra de II Andrés de Contreras Meza.
En la generación VI, en el matrimonio de Fermín el 8.8.1738 se lo dice hijo de José Meza y de Ana Bravo.
Puede ser que su padre se llamara Juan José, hermano de otro de nombre Juan, al que se le han atribuido
dos matrimonios, uno con Josefa Opazo y otro con Juana Bravo y que éste sólo sea efectivamente esposo
de la Opazo y el llamado José lo sea en otras Juan José y que Juana y Ana Bravo sean una sola persona.
Llama la atención que entre los supuestos hijos de los dos hermanos casados con Bravo se repiten varios
nombres.
Sea cual sea la verdad, los abuelos son los mismos, y por lo tanto la filiación se puede continuar igual en
ambos casos.
Como doña Antonia menciona por padres a José Amador Ulloa Cabrera y a María Palma creemos que son los
mismos de la primera esposa de don Fermín, que es la antepasado del Libertador.
69
R evista L ibertador O’ higgins
de adobes de cienpies. En 1624 impuso un censo con 286 pesos de principal,
sobre sus bienes. Testó el 27 de agosto de 1635, en Chillán, donde falleció.
Casó con doña María de Contreras, dueíla de Coipin, dedicada a la crianza de
ganado y a la siembra de trigo y maíz.
Sabía firmar, falleció en 1646, dejando a algunos de sus hijos aún menores de
edad. Era hija legítima de Juan de Contreras. Este Conquistador había nacido en
1529. Luego de una permanencia en Santiago pasó en el año 1561 a la conquista
de Cuyo, circunstancia en la que puede haber conocido al que sería su suegro.
Fundada la ciudad de Mendoza, fue su escribano público y de cabildo hasta
1578. Llegó a ser regidor en los años 1574 y 1583. Ya había fallecido en 1591.
Su venida a Chile puede haberse debido a que habría sido partidario de Pizarro
en las revueltas del Perú, y como tal desterrado a España con pérdida de sus
bienes. Muchos de ellos consiguieron que se les conmutara la pena a cambio de
su venida a Chile, y otros, simplemente se fugaron, viniéndose a nuestro país.
Su madre, la mestiza Juana Gómez de Yévenes, era hija de Juan Gómez de
Yévenes, quien había nacido en 1508, y venido a Chile en 1540, siendo doce
años más tarde vecino de Imperial. Luego de una corta estadía en Santiago se
fue a la provincia de Cuyo en 1561, donde tuvo una encomienda de indios desde
el año siguiente hasta el de su muerte. Fue regidor del cabildo de San Juan en
1573 y falleció al año siguiente.
Juan de Contreras y Juana Gómez también fueron padres de doña Leonor de
Contreras que casó con Juan de Lagos Maldonado (ver familia Lagos), pues en
un pleito en 1646 es llamado cuñado de doña María de Contreras.
De sus hijos:
1. Diego (sigue en 111).
2. María casó con don Diego de Castro-Castilla Gutiérrez, hijo del sevillano
don Luis y doña Beatriz, con descendencia.
3. Andrés, en 1646 administraba los bienes de su madre, en 1673 ya había
fallecido, con descendencia.
4. Francisco, bautizado en 1621, vecino de Chillán, teniente en 1671 y capitán
en 1719. Casó con doña Juana Henríquez, con descendencia.
5. Esteban, tuvo sementeras en Queupín, difunto en 1673. Casó con doña
Isabel Godoy-Figueroa Toledo, hija de don Juan Bautista y de doña Beatriz,
con descendencia.
III. DIEGO DE MESA Y CONTRERAS
Nació en Chillán. Fue alférez real, dueño de un molino. Murió en el alzamiento
general de los indios en 1655.
Casó con doña Ana Ortiz de Valdivia, descendiente de Antonio Ortiz de Valdivia,
regidor del cabildo de Chillán, firma como tal el 8 de abril de 1634 y 5 de enero de
1650.
70
E dición conmemorativa del B icentenario
Sus hijos:
1. Diego, alférez real de Chillán. Casó con doña Leonor de Villalobos Donoso,
hija legítima de don Domingo y doña Inés, con descendencia.
2. Juan (sigue en IV).
3. Bartolomé, capitán, tesorero de Cruzada en Maule. Casó con doña Constanza
Opazo Amaya, hija legítima del gallego Domingo Lorenzo y de doña Leonor,
dueños de la estancia San José de Lagunillas, con descendencia natural.
4. María, en Chillán en 1663, madrina de Nicolás de Meza Opazo en 1703.
IV.JUAN DE MESA VALDIVIA
Nacio en Chillán, capitán en 1663. Casó con doña Juana de Herrera Opazo,
hija legítima de don Marcos de Herrera Cetina y doña Isabel Opazo (ver familia
Herrera).
Sus hijos:
1. Inés, casó con don Pedro Riquelme de la Barrera Robles (ver familia
Riquelme de la Barrera).
2. Juan (sigue en V).
3. José nació en Chillán. alférez en 1673, capitán en 1693. Casó con doña
Ana Bravo
De Villalba, los que serían padres de José Fermin Meza Bravo, según su
partida matrimonial de ocho de agosto de 1738.
V. JUAN DE MESA HERRERA CETINA
Fue vecino de San Bartolomé de Gamboa, Chillán, ciudad donde había
nacido.
Capitán, dueño de tierras en el valle de Perquilauquén. Casó primero con doña
Josefa de Opazo Castro, hija legítima de Antonio Lorenzo de Opazo Fernández
de Villalobos, bautizado en Name en 1665, corregidor de Maule en 1707, y Josefa
de Castro Núfíez de Céspedes.
Casó por segunda vez con doña Juana Bravo de Villalba Correa, hija legítima
de don Juan Bravo de Villalba y doña Inés Correa (ver familia Bravo de Villalba).
Fue enterrada en Chillán, habiendo testado, el 3 de septiembre de 1737.
Sus hijos del primero:
1. Josefa, nació en diciembre de 1701, fue bautizada el 3.5.1703 en Unihue.
Dueña de tierras en Truquilemu, Name, casó con el capitán don Jacinto de
la Vega Montero de Amaya, nacido en Concepción en 1694, hijo de don
Alejo y de doña Josefa. Falleció el 6.3.1780, habiendo testado el 28.8.1777,
dejando descendencia.
2. Nicolás, bautizado en Unihue el 4.10.1703. Comisario de Maule. En 1740
arrendó la estancia Nibue a los franciscanos, comprándola posteriomente.
71
R evista L ibertador O’ higgins
En estas tierras y en La Bodega, tuvo viñas, molino y curtiembre. Testó el
9.4.1775. Casó con doña María Josefa Pinochet de la Vega, hija legítima
de don Guillermo, fundador de su familia en Chile, y de doña Ursula, con
descendencia.
3. Antonio, bautizado en Unihue 3.5.1703.
4. Tomás, en Chillán en 1787.
Del segundo:
5. Lucas, nombre que se repite también entre los hijos de don José y doña Ana
Bravo. Nació en Perquilauquén en 1722. Dueño de la estancia Pullaully,
en la costa de Maute. Falleció en Cauquenes el 1.6.1772. Casó en Name
el 28.3.1751, con doña Manuela Pinochet de la Vega, nacida en Chanco
en 1733, y fallecida el 13.8.1768, hija del francés don Guillermo y de doña
Ursula, con descendencia. Contrajo segundo matrimonio en Cauquenes el
15.8.1770, con doña Feliciana Navarrete Olmedo, hija de don José y doña
Tomasa, sin descendencia.
6. Fermín (sigue en VI).
7. Juan José, nacido en Perquilauquén, casó el 3.12.1742 con doña Agustina
de Guzmán Palma, hija de don Juan y de doña Juana, con descendencia.
8. Rosa, casó con don Francisco Troncoso.
VI.FERMIN DE MEZA BRAVO DE VILLALBA
Nació en Chillán, ciudad de la que fue alcalde. Capitán y maestre de campo.
Remató la recaudación de los diezmos del partido de Itata para los años de
1755 en 3.440 pesos y 1756 en 3.550. El obispo de Concepción don José de Toro
Zanbrano le fio en una oportunidad una partida de ponchos evaluados en 179
pesos, cantidad que se suma a la parte correspondiente a la cuarta episcopal del
diezmo, que por su fallecimiento no alcanzó a pagar don Fermín. Doña Antonia,
su viuda, efectuó por esto varios pagos en dinero y en especie, sumados al que
por ella hizo su yerno don Simón Riquelme, superaron en mucho lo adeudado,
por lo que debió sostener un pleito en el año 1770 con don Mateo de Toro y
Zambrano, en cuyo poder paraban los bienes del obispo.
Don Fermín también había prestado más de 700 pesos a tres vecinos de
Chillán, cuyos pagarés traspasó a don Juan Antonio Hernández, cuya viuda,
doña Rosa del Pino, años más tarde exige a la de don Fermín que le pague,
pidiendo que entretanto se embarguen unos cuartos que doña Antonia alquilaba
en su casa. En este pleito fue representada por el doctor don Ramón Martínez de
Rozas, quien consiguió para ella juicio favorable.
Contrajo primer matrimonio con doña Agustina de Ulloa, y segundo en Chillán
el ocho de agosto de 1738 con doña Antonia de Ulloa, falleciendo en 1756. Fue su
padre don José Anwdor de Ulloa y Cabrera, fallecido antes de 1744 y doña María
Palma, nacida en Chillán, donde falleció el primero de abril de 1744, habiendo
testado dejando por albaceas a su yerno don Alejo Sepúlveda y a don Carlos
Sepúlveda.
72
E dición conmemorativa del B icentenario
Sus hijos del primero:
1. María Mercedes, casó con don Simón José Riquelme Goycoechea (ver
familia Riquelme).
2. Fermina casó en Chillán el 16.12.1767 con don José María Soto Aguilar y
Ayarza, hijo de don Fernando y de doña Mercedes.
Del segundo:
3. María Manuela, bautizada en Chillán, 12.10.1743, fallecida allí 21.11.1774,
casó en Chillán, 8.6.1769, con el maestre de campo don Victorino Sotomayor
Molina, hijo de don Carlos y de doña Teresa.
4. Juliana, bautizada en Chillán, 26.6.1744.
5. María Josefa, bautizada en Chillán, 8.9.1745.
6. Juan Manuel, bautizado el 6.10.1747, fallecido antes de 1776.
7. Fermín, bautizado en Chillán, 2.11.1750.
8. María Dorotea, nació en 1.1.1750, bautizada 4.1.1752, fallecida 30.10.1774.
GOYCOECHEA4
I. BERNARDO DE GOYCOECHEA
Vasco, venido a Chile por 1670. Capitán. Fue regidor en el cabildo de
Concepción, trasladando más tarde su vecindad a la ciudad de Chillán.
En la elección efectuada en el cabildo de Chillán en enero de 1699, salió
elegido de alcalde ordinario de moradores, cargo que debía servir por primera
vez. Un grupo de electores objetó que no podía serlo por no haber sido nunca
regidor, lo cual era cierto sólo en cuanto al cabildo chillanejo, pues lo había sido
en otro cabildo. El pleito se complicó porque el corregidor tomó activo partido por
el bando contrario, habiéndose incluso negado el derecho a voto a don Juan de
Godoy Figueroa, alcalde anterior, y a don Agustín de Contreras, regidor, fervientes
partidarios de Goycoechea.
El caso terminó en los estrados de la Real Audiencia, declarando los oidores
en junio de 1699 por nula la elección y restituyendo al capitán Bernardo de
Goycoechea la vara de alcalde de moradores.
Contrajo matrimonio con doña María del Pino Lagos, hija de don Martín del
Pino y de doña María de Lagos Contreras (ver familia Del Pino).
Sus hijos:
1. Juana Luisa, casó con el capitán Diego Riquelme de la Barrera Meza (ver
familia Riquelme de la Barrera).
4 En los documentos que se han tenido a la vista el apellido aparece escrito de diferentes maneras, se ha
optado por la forma en que él mismo lo pone en su firma que puede verse en el pleito de 1699 (Real Audiencia,
vol. 551 pieza 3). No anteponía el don a su nombre, por lo que no debe haber sido hidalgo.
73
R evista L ibertador O’ higgins
2. Josefa, nació en 1703 y falleció en 1743, casó con el capitán Pa lo Riquelme
de la Barrera Meza, hijo de don Pedro y doña Inés, con descendencia.
3. María Josefa, casó con don Diego García Maldonado, que fallece en Chillán
en 1734.
BRAVO DE VILLALBA5
I.
HERNANDO BRAVO DE VILLALBA
Hijo del bachiller Alonso González de Villalba, graduado en leyes en la
Universidad de Salamanca, y de Teresa Gutiérrez de Peñafiel, y nieto del
licenciado Miguel de Villalba. Fue bautizado en Villanueva de La Serena el 11 de
agosto de 1527. Pasó a Indias en 1553, Nao de Mondragón.
Vino a Chile con la familia de Pedro de Valdivia en 1555 en el navío La
Concepción. Fue uno de los primeros abogados que vinieron a este país. Asesor
del cabildo de Santiago en 1557 y luego del gobernador don García de Mendoza,
corregidor de Santiago en 1563, 1566 y 1567; fiscal de la Real Audiencia de
Concepción desde el 5 de julio de 1574, por título dado por el gobernador Bravo
de Saravia por fallecimiento del fiscal Navia, hasta el 28 de junio de 1575 en que
se suspendió el Tribunal, tenía un sueldo de tres mil pesos anuales. En 1577
fue corregidor de Valdivia; cayó prisionero y pereció a manos de los indios en
la destrucción de esa ciudad en 1599. Dio poder para testar ante Peña el 12 de
noviembre de 1565.
Casó en España por 1550 con doña Leonor de Caravantes y Morales, hija de
Cristóbal Ortiz y de doña Catalina de Caravantes, la que era natural de Villanueva
de La Serena en Extremadura, que también lo fueron de doña Catalina Ortiz de
Caravantes, que casó con el capitán Gaspar de Robles Calderón (ver familia
Robles).
Cristóbal Ortiz era hijo de Francisco Ortiz y de Leonor González de Gaete y
hermano de doña Marina Ortiz de Gaete, la esposa de Pedro de Valdivia, con
quien llegó a Chile en 1555. Militó en la conquista de México; en 1556 el cabildo
de Santiago escribió a los de La Imperial y Valdivia una carta de recomendación
a favor de Ortiz, lo que permite suponer que deseaba avecindarse en alguna de
esas ciudades; sin embargo, un año más tarde solicitó un solar en la Cañada de
Santiago, linde con el de doña Marina Ortiz de Gaete. Finalmente se radicó en
Osorno, donde era alcalde ordinario en 1561 y regidor en 1567.
El licenciado Bravo de Villalba contrajo segundo matrimonio con la heroína
doña Mencía de los Nidos, viuda de Cristóbal Ruiz de la Rivera, nacida en
5 La segunda generación se entronca con doiia Beatriz, la cual usó su apellido también como Redondo. La
filiación la tomamos de Thayer.
En la tercera generación no se ha podido establecer la de doña Polonia de la Torre Almonacid. La familia
Almonacid la fundó Juan de Almonacid, madrileño, hijo de Juan de Almonacid y de Aldonza Ruiz. Fue uno de
los primeros siete soldados que partieron con Valdivia desde el Cuzco, encomendero en Villablanca, regidor
en 1565 y tesorero real. Pereció ahogado en 1592. Tuvo doce hijos, de los cuales sólo cinco son conocidos.
Abuelo de los cónyuges Alonso Ortega Almonacid y Leonor de la Torre Almonacid. Es evidentemente
antepasado del Libertador, pero faltan las pruebas documentales.
74
E dición conmemorativa del B icentenario
Cáceres, hija de don Francisco y de doña Beatriz Álvarez Copete, venida a Chile
en 1544, en la que no dejó descendencia.
Sus hijos:
1. Teresa, bautizada en Villanueva, casó con el capitán Mauricio de Naveda
Vásquez, encomendero en Villarrica; hijo de don Juan y doña María, con
descendencia.
2. Hernando, bautizado en Villanueva 9.12.1550. Fallecido niño.
3. Alonso, capitán, vecino de Santiago, casó con doña María de Arce, hija del
capitán Toribio de Cuevas y de doña Catalina Redondo. Testó ante Toro
Mazotte el 15 de marzo de 1600, con descendencia.
4. Fernando (sigue en II).
5. Diego.
6. Juan casó con doña Fabiana de Rojas Pliego, hija del capitán Diego y doña
Isabel. Viuda casó con el capitán Antonio Galleguillos Villegas.
7. Manuel, dueño de tierras en Pelarco, Maule, con descendencia legítima.
II. FERNANDO (HERNANDO) BRAVO DE VILLALBA
Capitán, vecino encomendero de Valdivia, ciudad que abandonó luego de su
destrucción. Se avecindó en Maule, donde recibió el 6 de diciembre de 1613 una
merced de seiscientas cuadras de tierras en Ruñalón, Estero de los Puercos. En
1622 era vecino de Concepción.
Contrajo matrimonio con doña Beatriz Arredondo, hija de Francisco Hernández
Redondo (o de la Puente Redondo), nacido en 1521 y venido a Chile con don
García de Mendoza, vecino de Valdivia, donde vivía en 1565 y de doña Inés de
Guzmán, dos de cuyos hijos murieron a manos de los indios, uno en 1578 y otro
en 1581.
Sus hijos:
1. Fernando, nacido en Concepción, vecino de Rauquén en 1660, capitán en
1674. Casó con doña Isabel de la Cámara, hija de Antonio Méndez Pinel y
de doña Francisca Malo de Molina, con descendencia.
2. Diego, vecino de Rauquén en 1660. casó con doña Magdalena de la
Cámara, hermana de doña Isabel.
3. Juan (sigue en III).
III. JUAN BRAVO DE VILLALBA ARREDONDO
Nació en Concepción, trabajó su estancia de Quequel en Chillán. Murió en la
guerra con los indios.
Contrajo matrimonio con doña Polonia de la Torre Almonacid, natural de
Concepción.
75
R evista L ibertador O’ higgins
Sus hijos:
1. Alonso, capitán, vecino de Chillán, dueño de diez mil cuadras en
Huechuquito, Perquilauquén. Sirvió cincuenta años en la guerra, asistiendo
a poblar los fuertes de Purén, Imperial y Lincopé. Falleció después de 1719.
Casó con doña Juana de Contreras Salazar, hija de don Agustín y de doña
Marcela, con descendencia.
2. Juan (sigue en IV).
3. Beatriz.
4. Leonor.
IV.JUAN BRAVO DE VILLALBA Y DE LA TORRE
Nació en 1655, capitán, dueño de tierras en Huechuquito, vecino de Concepción
en 1719.
Contrajo matrimonio con doña Inés Correa. Sus hijos:
1. Juana, casó con Juan de Mesa Herrera (ver familia Meza).
2. Alvaro, nacido en Chillán, capitán, comisario, dueño de Hucchuquito, en
Parral, falleció antes de 1745. Casó con doña Bernardina de Opazo Castro,
hija del capitán don Juan y de doña Leonor, con descendencia.
3. Josefa, nacida en 1700 y fallecida en Chillán el 7.8.1729, casó con don
José Correa.
4. Isabel, monja trinitaria.
DEL PINO6
I. MARTÍN DEL PINO
Nació en La Mancha, pasó a Chile donde participó en las guerras de Arauco,
estando presente en las campañas de 1600. Capitán, se radicó en la ciudad de
Chillán. Sus hijos:
1. Sebastián, heredero de San José de Robles.
2. Juan, con descendencia unida a Bascur.
3. Pedro, con descendencia en Córdoba de Tucumán.
4. Bartolina, casada con Martín de Lagos y Contreras.
5. Martín (sigue en II).
6 Roa en El Reyno de Chile, agrega entre los hijos a Benito, escribano de cabildo en Chillán en 1695.
Opazo en Familias del antiguo Obispado de Concepción, no lo consigna, como tampoco a su yerno Martín de
Lagos Contreras, cuya esposa falleció en Chillán 14.6.1740. Tampoco anota a Martín, aunque al poner a su
hermana Bartolina agrega c.m.c. María de Lagos, por lo que debe tratarse de un error de imprenta.
76
E dición conmemorativa del B icentenario
II. MARTÍN DEL PINO
Fue vecino de Chillán. Obtuvo una encomienda de indios en 1698. Capitán,
sirvió y peleó en el alzamiento indígena de 1655. Contrajo matrimonio con doña
María de Lagos Contreras, hija de don Juan de Lagos y de doña Leonor de
Contreras (ver familia Lagos).
Su hija:
1. María, casó con el capitán Bernardo de Goycoechea (ver familia
Goycoechea).
CANDIA7
I. JUAN MARTÍN DE CANDIA
Nacido en la isla de Candia, en el Mediterráneo oriental, en 1497 o en 1516,
según declara en dos ocasiones. Vino con Pedro de Valdivia en 1540 a la
conquista de Chile. Vecino de Los Confines en 1548, fundador de La Imperial,
encomendero en 1556, en Angol en 1565 y en Chillán desde su fundación en
1580, ciudad de la que fue vecino encomendero y en la que aún residía en 1597.
Fue casado, firmaba Martín de Candia. Testigo en La Imperial en 1558 en el
proceso a Francisco de Villagra y en 1583 en la información de servicios de Pedro
Gómez de las Montañas.
Su hijo:
II. MIGUEL DE CANDIA
En Santiago en 1557, en Valdivia en 1565, encomendero de La Imperial en
1591, sucesor de su padre.
Sus hijos:
1. Alonso, capitán, nació por 1572, vivo en 1669, casó con doña María de
la Fuente Manrique de Lara, hija de don Alejo y de doña Petronila, con
descendencia.
2. Martín, nacido por 1579, puede ser el suegro de Alonso de Herrera Celina,
pues su esposa era sobrina de Alonso (ver familia Herrera).
3. Alejandro (sigue en III).
III. ALEJANDRO DE CANDIA PROTAEDO
Nacido por 1588, por lo que es poco probable que fuera hijo de Juan Martín,
nacido por 1514 y por lo tanto hermano de Miguel, que lo era mucho antes de
1557. Capitán, vecino de Concepción en 1619, encomendero de Hualqui en 1629,
vivo en 1640.
7 Alejandro de Candia es el que casado con doña Catalina de Robles, fueron padres de Melchora, y no Alonso
de Candia, como se ha sostenido por diversos autores que han utilizado la obra de Opazo ya citada, en la que
hay un error que es posiblemente de imprenta. Puede haber sido hijo del fundador cuando éste tenía ochenta
años, como lo han filiado otros autores, pero es más probable que sea su nieto, según lo sugiere Thayer.
77
R evista L ibertador O’ higgins
Contrajo matrimonio con doña Catalina de Robles, natural de Angol, hija del
capitán Alonso de Robles, con quien pasó a radicarse en Chillán en 1602, y de
doña Catalina Cancino (ver familia Robles).
Sus hijos se apellidaron Candia, Creta, Robles y Cancino:
1. Melchora, casó con don Alonso Riquelme de la Barrera (ver familia
Riquelme).
2. Catalina, casó con don Martín de Arandia.
3. Agustina, casó con don Gaspar López, con descendencia.
4. Lorenza, casó con don Juan Rubio Veloso, con descendencia.
5. Tomasa, casó con don Manuel Ochoa Gárnica.
6. Francisco.
7. Antonia, casó con don Laureano Vera.
HERRERA8
I. ALONSO DE HERRERA
Nació por 1584, militó en Chile en las campañas de 1600, capitán en 1640.
Contrajo matrimonio con una sobrina del capitán Alonso de Candia (ver familia
Candia).
II. MARCOS DE HERRERA CETINA CANDIA
Nació por 1619, militó en las campañas de 1655. Castellano de Catentoa en
1665, capitán. Tuvo una encomienda de indios. En 1685 era vecino de Chillán.
Contrajo matrimonio con doña Isabel de Tronao (u Opazo de Amaya), nacida
en Maule, hija de don Domingo Lorenzo y de doña Leonor de Amaya (ver familia
Opazo).
Sus hijos:
1. Luisa, nació en Chillán, casó con don Francisco Mardones Lagos, hijo de
don Pedro y doña Juana, con descendencia.
2. Juana, casó con don Juan de Meza Ortiz de Valdivia (ver familia Meza).
3. Alonso, capitán, en Chillán en 1700.
4. Luciana, casó con don Domingo Gutiérrez de Arce, español, con
descendencia.
8 A través de este linaje vuelve a entroncarse con los Candia Protaedo. Lo más probable es que el suegro de
Alonso de Herrera sea Martín Candia.
78
E dición conmemorativa del B icentenario
LAGOS9
I. GOME DE LAGOS
Nacido en Villafranca de Maestrazgo de Santiago por 1523, hijo legítimo del
hidalgo Gonzalo de Lagos, vecino de ese lugar, y de Isabel Sánchez. Pasó a
Indias en el año 1546, y estaba en Panamá en 1547. Más tarde sirvió en Perú
contra Gonzalo Pizarro, hallándose presente en la batalla de Jaquijahuana en
1548, participando también contra Hemández Girón en 1553.
Desde Arica vino a Chile en compañía de don García Hurtado en 1557.
Participó en la guerra de Arauco, actuó en Purén, Cañete, Lincoya y Mareguano
y fue a Chiloé en la expedición de Ruiz de Gamboa. En Concepción fue alguacil
mayor en 1558, corregidor en 1565, regidor en 1569 y 1571. Corregidor de Castro
en 1568. Vecino de Caflete en 1563 y de La Imperial en 1576.
Falleció en un naufragio, viajando a Valparaíso en el mes de julio de 1576. Su
hijo:
1. Esteban (sigue en II).
II. ESTEBAN DE LAGOS
Nacido antes de 1546, probablemente en Jerez de la Frontera. Vino a Chile
llamado por su padre. Capitán, participó en la guerra de Arauco. Estante en
Santiago en 1574 y en Concepción en 1577. Vecino encomendero y fundador de
Chillán en 1580. Fue regidor de su primer cabildo y en otros períodos. El 23 de
julio de 1583 recibió merced de tierras en Chillán. Falleció antes de 1608.
Casó por 1580 con Ana Maldonado, la que vivía en Chillán en 1614.
Se presume que era hija del conquistador Arias Pardo Maldonado, nacido en
Ledesma, Salamanca, en 1535, hijo del doctor Buendía. Pasó a Indias en 1550;
peleó bajo el estandarte real en la batalla de Pucará contra Hemández Girón. Vino
a Chile con don García de Hurtado y después de militar en la guerra de Arauco
regresó al Perú por 1559; se embarcó de nuevo para Chile con el gobernador
Villagra, quien lo nombró alférez general suyo en 1561. A consecuencia de la
guerra quedó herido y paralítico. En 1563 fue nombrado alguacil mayor de la
gobernación, y en 1575, corregidor de Villarrica, donde en 1586 aún era vecino y
vivía en 1590. Había casado con doña Ana de Sarría, hija natural de Francisco de
Villagra, gobernador de Chile y de Bernardina Vásquez de Tobar.
9 En esta familia se ha podido establecer la filiación de Leonor de Contreras c.c. III Juan de Lagos, gracias a
que en un pleito sostenido por María de Contreras, c.c. 11 Andrés de Contreras Meza, señala que es cuñada
de Lagos. Efectivamente entre los hijos de Juan Contreras y Juana Gómez se anota una Leonor en el libro de
Thayer.
El padre del fundador sería identificable con el que obtuvo ejecutoria de hidalguía en 1535.
Este, a su vez, era hijo de Arias de Lagos, nacido en Medina de las Torres, 1460-90, casado en Villafranca
de los Barros 1475-15 10. Pasó a Indias por 1530 y murió en el viaje de vuelta de 40 años, antes de 1535.
Sus padres eran Gonzalo de Lagos y María González, nacido el primero en la Puebla de Sancho Pérez y
avecindado en Medina de las Torres, donde fue mayordomo de la iglesia mayor, fallecido en la Puebla por
1508. (Datos proporcionados por don Carlos Ruiz, de acuerdo a sus investigaciones realizadas en España).
79
R evista L ibertador O’ higgins
Francisco de Villagra nació en Santervas en 1511, hijo natural de Alvaro
de Sarría, caballero de San Juan, hijo a su vez de un Villacreces y de Leonor
Gómez de Sarría, y de Ana de Villagra, que lo era de Pedro de Villagra y de Isabel
Mudarra. Vino a Indias en 1537 y a Chile en la expedición de Pedro de Valdivia en
1540. Fue vecino fundador de la ciudad de Santiago y su regidor en 1541, 1546
y 1547. Teniente General del reino de 1547 a 1549; descubridor de las provincias
de Cuyo, 1551; mariscal de los reales ejércitos en 1554 y gobernador de Chile
entre 1561 y 1563. Caballero de la Orden de Santiago.
Sus hijos:
1. Diego, fallecido antes de 1617.
2. Gonzalo, nació en Chillán por 1586, capitán de Real Ejército. Regidor del
cabildo de Chillán en 1621 y 1634, alcalde en 1623. Falleció por 1655. Casó
con doña Juana de Marchán y Toledo, nacida en Chillán, hija legítima de
don Francisco y de doña Isabel, con descendencia.
3. Pedro.
4. García, con descendencia.
5. Juan (sigue en III).
6. María, casó primero con don Alonso Guerrero Zambrano y segundo con
don Agustín Hércules de la Bella.
7. Constanza, nacida en 1594, casó con don Juan López de Aguirre, regidor
de Chillán 1614, con descendencia.
8. Inés casó con don Alonso de Herrera.
III. JUAN DE LAGOS MALDONADO
Bautizado en Chillán en 1585. Capitán soldado Arauco en 1602, recibió merced
de tierras en Chillán en 1622, alcalde de Chillán en 1623. Falleció después de
1646.
Contrajo matrimonio con doña Leonor de Contreras, hija de Juan de Contreras
y de Juana Gómez (tratados en la familia Meza, generación II).
Sus hijos:
1. Alejo, alférez en 1655, casado con doña Antonia Ramírez de León y
Montaña, con descendencia.
2. Leonor, casada con don Luis Godoy Figueroa y Toledo, hijo de don Juan
Bautista y doña Beatriz, con descendencia.
3. Juana, casada con don Pedro Mardones Valdivia, hijo de don Pedro y doña
Francisca, con descendencia.
4. Tomás, casado con doña María Escobar, con descendencia.
5. Juan, alférez, con descendencia.
6. Martín, alcalde de Chillán en 1678.
7. María, casada con el capitán Martín del Pino (ver familia Del Pino).
80
E dición conmemorativa del B icentenario
TOLEDO10
I. LUIS DE TOLEDO
Su padre, Alonso de Toledo, pasó a Indias en 1539, desempeñándose como
mercader en la ciudad de Los Reyes, Perú. Fue partidario de Gonzalo Pizarro
en las contiendas de ese reino, siendo condenado a la pérdida de sus bienes y
destierro, lo que no se llevó a efecto por su muerte. Era hijo de García de Toledo
y de Inés de la Fuente. Su madre era doña Leonor de Toledo.
Nació por 1517 en Sevilla, desde Perú vino a Chile en 1540 y asistió a las
fundaciones de Santiago y La Serena. Fue vecino fundador y encomendero de
Concepción, alférez real el año del repueble, 1555; regidor perpetuo del cabildo,
que servía en 1569. Reemplazó durante seis meses al licenciado Bravo de Villalba
en el cargo de corregidor de Valdivia.
En 1561 se encontraba en España, y el 10 de octubre de ese año el rey le hizo
merced de escudo de armas. Sostuvo juicio con Julián de Bastidas sobre mejor
derecho a la encomienda de Guachumávida, que le había sido otorgada por don
García de Mendoza en 1557 y retirada en 1559. Falleció entre 1579 y 1580.
Contrajo matrimonio en 1554 con Isabel Mexta Navarrete, hija mestiza de un
conquistador y viuda del piloto Francisco Rodríguez de Zamora, del que tuvo un
hijo.
Sus hijos:
1. Luis, nació en 1555, sargento mayor 1605, alcalde de Chillán en 1613,
recibió varias mercedes de tierra.
2. Alonso (sigue en II).
3. Bernardina, casó con el capitán Gómez Bravo de Laguna, cautiva de los
indios en 1599, con descendencia.
4. Ana María, muerta en 1599 en el sitio de Chillán a manos de los indios.
5. Aldonza, con igual muerte que la anterior.
6. Catalina, casó en Chillán con Pedro de las Roelas y Sandoval.
7. Agustín, clérigo de órdenes menores en 1598.
8. Isabel, nació por 1572, casó con el capitán Diego Arias.
9. Juan, nació en 1574, capitán, teniente de corregidor en Nancagua, casó con
doña María de Sierra Ronquillo Cabrera, hija de don Juan y doña Isabel,
con descendencia.
10Según Espejo en Nobiliario de la Capitanía General de Chile, Alonso de Toledo era hijo de García Álvarez
de Toledo y de Inés de la Fuente, éste hijo de Alonso de Toledo y de Catalina de Salcedo, éste de Femando
Álvares de Toledo, IV señor de Higares, hijo de García Álvarez de Toledo y de Leonor de Guzrnán, hijo de
Femando Álvarez de Toledo y de Leonor de Toledo y Ayala, hijo de Hemando Álvarez de Toledo, I señor del
castillo de Higares y de Teresa de Toledo, señora de Pinto.
81
R evista L ibertador O’ higgins
10. Leonor, nació en 1576, malherida durante el sitio de Chillán, celebrada por
su actuación en el poema El Purén Indómito, junto con sus hermanas. Casó
con el capitán José de Castro, sin descendencia.
11. Luis, apellidado Toledo Navarrete, nació en 1578, vecino de Chillán en
1580, corregidor de Maule en 1624, casó con doña Ana Gutiérrez de Miers
y Rasura, hija de don Pedro y doña Mencía, con descendencia.
12. Beatriz, casó primero con don Nicolás de Sierra Cabrera, hijo de don
Juan y doña Isabel, y segundo en 1605 con don Juan Bautista de Godoy
Figueroa, hijo del licenciado Rodrigo y de doña María, con descendencia.
Il. ALONSO DE TOLEDO MEXIA
Nació en Angol, donde fue encomendero, capitán de las guerras de Arauco,
trasladó su vecindad a Chillán. Murió en la guerra antes de 1637. Contrajo
matrimonio con doña Isabel de Alfaro, a la que se presume hija de Alonso de
Avaro.
El conquistador Alonso de Alfaro nació por 1530 y pasó a Chile en 1549 con
Valdivia, asistió a las fundaciones de Concepción y La Imperial. Fue al repueble
de la primera en 1555, en Concepción en 1571.
Hijos del matrimonio Toledo Alfaro:
1. Luis, nació en Concepción en 1577, casó en 1620 con doña Luisa de
Castañeda Cabrera, hija de don Antonio y doña Inés, con descendencia.
2. Juan, sacerdote.
3. Leonor, casó con el capitán Francisco Riquelme de la Barrera (ver familia
Riquelme).
4. María, casó en Chillán con el capitán Bartolomé Bustos de Lara Florez de
Valdés, asturiano, hijo de don Pedro y doña María, con descendencia.
ROBLES
I. GASPAR DE ROBLES CALDERON
Nació en la villa de Priego en 1527. Vino a Chile con Jufré en 1549, vecino
fundador de Valdivia, se estableció más tarde en Osorno, siendo regidor del
cabildo en 1571. Capitán en 1588, vivía en 1591.
Contrajo matrimonio con doña Catalina Ortiz de Caraventes, de Villanueva de
La Serena, venida a Chile en 1555 con sus padres y su tía doña Marina Ortiz de
Gaete, viuda a la fecha del gobernador Valdivia. En mayo llegó a Coquimbo en el
navío La Concepción, era hija de Cristóbal Ortiz y doña Catalina de Caravantes
(tratados en la familia Bravo de Villalba).
Sus hijos:
1. Catalina, casó con don Rodrigo de Rojas Priego, vecino de Osorno.
82
E dición conmemorativa del B icentenario
2. Cristóbal, capitán, alcalde de Osorno en 1590.
3. Alonso (sigue en II).
Posiblemente también lo fueron:
4. Francisca, casó con el capitán Francisco de Castañeda.
5. Mariana.
6. Blas, vivió en Osorno antes de 1599.
7. Miguel, capitán, encomendero de Angol, casó con doña Juana de la
Cueva.
II. ALONSO DE ROBLES
Fue vecino de las ciudades de Angol en 1600 y de Chillán en 1602. Contrajo
matrimonio con doña Catalina Cancino, hija de Hernando Alonso Cancino,
encomendero de Villarrica en 1562, oficial real de esa ciudad en 1575, participó
en la compañía organizada por el gobernador Rodrigo de Quiroga en 1576, en
Angol al año siguiente.
Su hija:
1. Catalina, casó con don Alejandro de Candia (ver familia Candia).
OPAZO
I. DOMINGO LORENZO
Nació en el puerto de Bayona por 1580, en el reino de Galicia, hijo legítimo de
Pedro Lorenzo de Opazo, nacido también en Bayona, y de doña Margarita
Fernández Chacón, nacida en Ibeas, de familia gallega.
Entró al real servicio en 1595 y vino a Chile en el refuerzo de 1599. En Valdivia
fue soldado arcabucero, como tal peleó bajo Francisco del Campo, entre treinta,
en 1602 defensor del fuerte de la Trinidad de Valdivia. Militó Arauco y fuertes de
Maule.
En 1608 fue teniente de corregidor en Maule, en 1625 recibió merced de
seiscientas cuadras de tierra en Mataquito y posteriormente otra por mil cuadras
en Libún.
En 1642 era terrateniente y encomendero en Maule. Una de sus estancias
la había comprado a Diego Medel, la que tomó el nombre de Santo Domingo
de Name, por su dueño y por el cerro del mismo nombre, tenía capilla. Testó
el primero de enero de 1644, apellidando a sus hijos Opazo, Lira, Lorenzo,
Fernández Chacón, Tronao, Fernández de Burgeira, y Amaya. Falleció en 1650,
siendo enterrado en la capilla de su estancia de Name.
Casó con doña Leonor de Amaya, cuya dote fue extendida el 28 de diciembre
1622, la que falleció en Maule, habiendo testado en 1655, y fue enterrada en
el convento de San Agustín de Talca. Era hija del capitán Cristóbal de Amaya y
83
R evista L ibertador O’ higgins
doña Isabel de Ródenas, la que era natural de Chillán, probablemente hija del
escribano público y de cabildo, de esa ciudad, Francisco de Ródenas.
Cristóbal de Amaya era natural de la ciudad de Ronda en Andalucía, hijo de
Cosme de Platas y de doña Leonor Montero de Amaya. Pasó a Chile en el refuerzo
de soldados venidos en los últimos años del siglo XVI. En 1602 era soldado en
Concepción. En 1628 estaba en Chillán, trasladándose más tarde a Maule, de
cuyo partido fue dos veces corregidor, en 1642 y 1646. Encomendero de indios,
testó en 1657 en su estancia de San Cristóbal de Peuflo.
De las mercedes de tierra que recibió, trescientas cuadras a orillas de los
ríos Reloca y Loanco, en que tenía casa, capilla, y ocho mil plantas de viña; mil
cuadras contiguas a las anteriores; doscientas cuadras en Curanipe, a las que
agregó otras cuatrocientas compradas a un vecino, ochocientas en Las Cañas y
seiscientas en Mingre y otras mercedes de seiscientas y de mil cuadras. Completó
sus ricas propiedades agrícolas con la compra de dos títulos, uno de quinientas
y otro de seiscientas cuadras, todas ubicadas al sur del río Maule, las que se
dividieron entre sus dos hijos varones y siete hijas.
Sus hijos, que finalmente optaron por apellidarse Opazo, fueron:
1. Rafael, capitán en 1659, encomendero en 1641, casó con doña Inés de
Castro Castilla, sin descendencia legítima.
2. Juan, agustino, prior en Talca en 1650 y en Concepción en 1659.
3. Pedro, religioso de San Juan de Dios, pintor.
4. Antonio, bautizado en Maule en 1625, soldado en Catentoa en 1655,
capitán 1663, encomendero en 1656, falleció en 1683. Casó en 1663 con
doña Feliciana Fernández de Villalobos y de la Fuente Manrique de Lara,
hija de don Pedro y doña Leonor, con descendencia.
5. Domingo, bautizado en Concepción en 1708, corregidor de Hualqui en
1685, dueño estancia Calquimávida, Puchacay. Casó con doña Juana de
Lara Mimenza y Quero, hija de don Luis y doña Mariana, con descendencia
en Concepción.
fue soldado arcabucero, como tal peleó bajo Francisco del Campo, entre
treinta, en 1602 defensor del fuerte de la Trinidad de Valdivia. Militó Arauco y
fuertes de Maule.
En 1608 fue teniente de corregidor en Maule, en 1625 recibió merced de
seiscientas cuadras de tierra en Mataquito y posteriormente otra por mil cuadras
en Libún.
En 1642 era terrateniente y encomendero en Maule. Una de sus estancias
la había comprado a Diego Medel, la que tomó el nombre de Santo Domingo
de Name, por su dueño y por el cerro del mismo nombre, tenía capilla. Testó
el primero de enero de 1644, apellidando a sus hijos Opazo, Lira, Lorenzo,
Fernández Chacón, Tronao, Fernández de Burgeira, y Amaya. Falleció en 1650,
siendo enterrado en la capilla de su estancia de Name.
Casó con doña Leonor de Amaya, cuya dote fue extendida el 28 de diciembre
1622, la que falleció en Maule, habiendo testado en 1655, y fue enterrada en
84
E dición conmemorativa del B icentenario
el convento de San Agustín de Talca. Era hija del capitán Cristóbal de Amaya y
doña Isabel de Ródenas, la que era natural de Chillán, probablemente hija del
escribano público y de cabildo, de esa ciudad, Francisco de Ródenas.
Cristóbal de Amaya era natural de la ciudad de Ronda en Andalucía, hijo de
Cosme de Platas y de doña Leonor Montero de Ainaya. Pasó a Chile en el refuerzo
de soldados venidos en los últimos años del siglo XVI. En 1602 era soldado en
Concepción. En 1628 estaba en Chillán, trasladándose más tarde a Maule, de
cuyo partido fue dos veces corregidor, en 1642 y 1646. Encomendero de indios,
testó en 1657 en su estancia de San Cristóbal de Peuílo.
De las mercedes de tierra que recibió, trescientas cuadras a orillas de los
ríos Reloca y Loanco, en que tenía casa, capilla, y ocho mil plantas de viña; mil
cuadras contiguas a las anteriores; doscientas cuadras en Curanipe, a las que
agregó otras cuatrocientas compradas a un vecino, ochocientas en Las Cañas y
seiscientas en Mingre y otras mercedes de seiscientas y de mil cuadras. Completó
sus ricas propiedades agrícolas con la compra de dos títulos, uno de quinientas
y otro de seiscientas cuadras, todas ubicadas al sur del río Maule, las que se
dividieron entre sus dos hijos varones y siete hijas.
Sus hijos, que finalmente optaron por apellidarse Opazo, fueron:
1. Rafael, capitán en 1659, encomendero en 1641, casó con doña Inés de
Castro Castilla, sin descendencia legítima.
2. Juan, agustino, prior en Talca en 1650 y en Concepción en 1659.
3. Pedro, religioso de San Juan de Dios, pintor.
4. Antonio, bautizado en Maule en 1625, soldado en Catentoa en 1655,
capitán 1663, encomendero en 1656, falleció en 1683. Casó en 1663 con
doña Feliciana Fernández de Villalobos y de la Fuente Manrique de Lara,
hija de don Pedro y doña Leonor, con descendencia.
5. Domingo, bautizado en Concepción en 1708, corregidor de Hualqui en
1685, dueño estancia Calquimávida, Puchacay. Casó con doña Juana de
Lara Mimenza y Quero, hija de don Luis y doña Mariana, con descendencia
en Concepción.
6. Ana, casó con el alférez Andrés de Acuña Oliveira, hijo del portugués don
Cristóbal, con descendencia.
7. Isabel, casó con el capitán Marcos de Herrera Cetina (ver familia Herrera).
8. Francisca.
9. Ursula, casó con el capitán Juan de la Cueva, natural del Perú.
10.Constanza, casó con el capitán Bartolomé de Mesa y Ortiz de Valdivia, hijo
de don Diego y doña Ana, sin descendencia.
11.Leonor, casó con el alférez Alejo Fernández de Villalobos y de la Fuente,
hijo de don Pedro y doña Leonor, con descendencia.
12.Gerónima, casó con el capitán Miguel Méndez de Aro, hijo de don Juan,
con descendencia.
13.Bartolina, casó con el capitán Antonio Méndez de Aro, hermano de don
Miguel, con descendencia.
85
R evista L ibertador O’ higgins
86
E dición conmemorativa del B icentenario
TRAS LA HUELLA DE BERNARDO RIQUELME
EN INGLATERRA (1795-1799)
Roberto Arancibia Clavel
EL NACIMIENTO DE LA IDEA
En enero de 1991, por disposición del mando del Ejército, asumí el puesto de
Agregado Militar a la Embajada de Chile en el Reino Unido.
Mis primeras experiencias en la capital del Reino no fueron muy gratas, un
invierno muy duro un idioma diferente y muy difícil de entender al comienzo, una
ciudad enorme donde era muy fácil perderse, gran cantidad de gente en todas
partes, un ruidoso tráfico y una sensación de no pertenencia al lugar.
Caminando por las calles de la histórica ciudad de Londres, entre antiguos y
tradicionales edificios, me llamó la atención que en algunos de ellos, empotradas
en sus murallas, aparecían de vez en cuando unas placas azules circulares, dentro
de las cuales estaban grabados nombres de personas famosas que habían vivido
en esos lugares. Entre ellas grandes escritores como Charles Dickens, eminentes
políticos como Gladstone y Disraelí; conocidos científicos como Faraday y Newton,
y también algunos precursores de la Independencia de los países de la América
del Sur, como Francisco de Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín. Al ver
estos últimos, el recuerdo de don Bernardo O’Higgins vino a mi mente y nació una
profunda inquietud de saber dónde había vivido éste en Londres y si existía en
alguna parte una placa que lo recordara.
Diariamente en mi camino al trabajo, y sintiendo las sensaciones descritas, me
vino nuevamente a la mente el recuerdo de don Bernardo. Si en pleno siglo XX,
con toda la información que se recibe en Chile a través de la TV y otros medios,
con la experiencia de haber visitado Europa otras veces, uno se sentía tan
extraño, cómo habría sido para Bernardo en el siglo XVIII. Pensé, qué fuerte tiene
que haber sido el impacto para un joven de diecisiete años viniendo de nuestra
América colonial, tan ajeno todavía a los adelantos de una Inglaterra pujante en
plena Revolución Industrial, el llegar aquí e insertarse en una sociedad totalmente
nueva y extraña.
Estos dos aspectos creo han sido la motivación del trabajo de investigación
histórica que he desarrollado durante mi estadía en Inglaterra y el que me permito
entregar, ya que creo contiene algunos antecedentes inéditos y que permitirán
completar la biografía de uno de los padres de nuestra querida patria y conseguir,
87
R evista L ibertador O’ higgins
por otro lado, la colocación de una placa recordatorio en los lugares en que vivió
y estudió en el Reino Unido.
LOS ANTECEDENTES CONOCIDOS
Con la idea en la mente, inicié la búsqueda de los antecedentes conocidos a la
fecha según la bibliografía tradicional. Para ello las obras de Luis Valencia Avaria,
de Jaime Eyzaguirre y de Sergio Fernández Larraín fueron de mucha utilidad.
En síntesis, estas obras señalan lo siguiente sobre el período de O’Higgins en
Inglaterra:
- Llegada a Londres desde Cádiz enviado por Nicolás de la Cruz en 1795.
- Alojamiento y tutoría en Londres por los relojeros Spencer y Perkins.
- Estudios de Historia, Música, Geografía, Francés, Pintura y Esgrima en
Richmond, localidad cercana a Londres.
- Recibía 1.500 pesos de renta anual, muy recortada por los relojeros.
- Pagaba 60 libras de pensión en casa de un señor Eeles, en Richmond.
- Recuerdos de un verano en el balneario de Margate y un posible romance
con Miss Charlotte Eels, hija de Mr. Eeles.
- Regreso a Londres en 1798 y conflicto con Mr. Perkins.
- Refugio en casa de don Bernabé Murphy.
- Refugio en casa de un señor Morini, capellán de la Legación de Nápoles,
calle York 38, durante cinco meses.
- Contacto con Francisco de Miranda en la casa de éste, en Great Pulteney
Street.
- 25 de abril de 1799, abandona Londres destino a Cádiz.
Como se puede ver, los antecedentes eran muy insuficientes y me decidí
a escribir a Chile a una serie de personas y organismos que podrían aportar
algunas novedades sobre el tema. En las cartas enviadas se hace referencia a
los aspectos ya citados y agregando que las palabras de Valencia Avaria en su
libro “O’Higgins, el Buen Genio de América”, en cuanto a la vida de O’Higgins en
Inglaterra, sobre que la investigación más tenaz se estrella aquí con lo irreparable:
no hay datos, “las pistas se pierden casi al momento de hallarlas”, constituían un
fuerte desafío que había que enfrentar (Carta inicial en Anexo l).
Las respuestas a casi todas las cartas se demoraron, pero llegaron. Todas
ellas conteniendo algún dato interesante, una pista, un nuevo contacto. Una de
las cartas iba dirigida a don Luis Valencia Avaria; después supe que nunca tendría
respuesta, porque lamentablemente había fallecido.
Con los antecedentes recogidos y las pistas recibidas, comencé la tarea.
Visitas a museos, bibliotecas, universidades, centros de estudios, organizaciones,
embajadas, contactos con historiadores de la zona, estudio de textos, archivos y
memorias, correspondencia activa con Chile y en el Reino Unido, para llegar a un
resultado positivo. (Textos, organismos y personas consultadas en Anexo 2.)
88
E dición conmemorativa del B icentenario
Sí, han aparecido huellas que permiten completar en parte este oscuro período
de la vida de don Bernardo, y que creo son inéditas. Quedan muchos vacíos
todavía, pero hay un poco más de luz ahora donde no había nada.
Se hace necesario destacar que la búsqueda fue dirigida inicialmente a
documentos originales, los que son muy escasos, ya que la mayoría se perdieron,
ya sea en los tiempos del propio O’Higgins, por descuido de su secretario e
incluso por pérdidas en los archivos posteriores.
Don Benjamín Vicuña Mackenna, que tuvo la gran suerte de recibir el archivo de
O’Higgins de manos de su hijo Demetrio en el Perú, cuenta lo sucedido con parte
de la copiosa documentación. “El archivo del Jeneral conservado Por él y por su
hijo. Sufrió serios menoscabos, primeramente por haber perdido en Rancagua la
mayor parte de sus papeles relativos a los acontecimientos anteriores a 1814, de
los que recobró unos pocos en Lima gracias a las dádivas que le hizo su hermana,
mientras ella fué heredera, i particularmente por la confusión que introdujo en él
un extranjero especie de secretario que tuvo el Jeneral O’Higgins, durante los
veinte años de su destierro, llamado Juán Thomas, hombre notable en cierto
sentido, pero excéntrico i versátil. Tuvo aquel caballero, respecto a la Historia
de Chile, la, desgraciada manía de verter en inglés sus principales documentos,
extraviando por descuido sus originales, así es que nos ha sido necesario traducir
algunos de ellos...”1.
Parte importante de la documentación, también nos cuenta don Benjamín, fue
entregada por el señor Thomas a don Casimiro Albano, quien escribió en 1844 la
conocida Memoria de don Bernardo por encargo de la Sociedad de Agricultura, y
quien, además, era hijo de don Juan Albano, en casa del cual vivió O’Higgins sus
primeros años de vida.
También Vicuña Mackenna se refiere a un cuaderno copiador de
correspondencia de don Bernardo, que tuvo a la vista y que luego se perdió. “Un
cuaderno precioso en que el joven Bernardo acostumbraba a copiar sus cartas,
i que da principio en Octubre de 1798, va a abrirnos el corazón i la inteligencia
de nuestro joven compatriota i a contarnos en su propio lenguaje sus alegrías y
sus cuitas de juventud i. colegio.”... “Esta interesantísima colección, que consta
sólo de un par de docenas de cartas dirigidas por don Bernardo al virrei, a su
madre i a sus apoderados de Cádiz i Londres, está contenida en un pequeño
cuaderno de cién páginas en 4 con tapas de pergamino. Ellas abrazan un período
de tres años, desde Octubre de 1798 a Junio de 1801, i están escritas con aquel
descuido infantil del estilo i de la forma, propios de la edad, pero por lo mismo
respiran todo el perfume del alnw desnuda i casi virginal. La mayor parte fueron
escritas en español; pero las que dirijió a los judíos relojeros, en inglés, tienen
mejor ortografía y quizás mejor lenguaje, pues en cuatro años i medio que residió
en Inglaterra era natural que don Bernardo algo olvidara de su lengua nativa.
En jeneral esta correspondencia se resiente con la dificultad con que el Jeneral
O’Higgins vertió siempre su pensamiento de palabra o por escrito. Todas estas
1 Vicuña Mackenna, Benjamín: Vida del Capitán General de Chile, don Bernardo O’Higgins Riquelme, Brigadier
de la República Argentina y Gran Mariscal del Perú. Santiago de Chile, Rafael Jover Editor, Calle del Puente
Núm. 17, 1882, p. 11.
89
R evista L ibertador O’ higgins
cartas llevan la firma de Bernardo Riquelme, i la primera que escribió a su padre,
como más adelante veremos, tiene la fecha de 28 de Febrero de 1799.”...2
Este cuaderno está desaparecido pero su contenido ha llegado hasta nosotros
gracias al propio don Benjamín, que lo usó para escribir sus obras de O’Higgins,
y gracias a don Ernesto de la Cruz en su Epistolario de O’Higgins, y al paciente
trabajo del archivo de O’Higgins efectuado por una comisión especial, dándole
por lo tanto el valor de originales.
Fácil se hace entender ahora lo difícil que es encontrar más detalles sobre este
oscuro período de la vida de don Bernardo. Así, el camino recorrido ha seguido
una serie de fuentes secundarias que han permitido conformar una idea más
clara de lo que le sucedió a don Bernardo en esos años en Inglaterra. Fácil es
inventar en historia, y es por ello que los hechos que se relatan a continuación, se
ha buscado respaldarlos o en obras de destacados autores o en documentación
histórica registrada en Londres.
LLEGADA DE BERNARDO RIQUELME A LONDRES Y EL PAPEL DE LOS
RELOJEROS SPENCER Y PERKINS EN SU INCORPORACIÓN AL COLEGIO
No se conoce la fecha exacta de la llegada de Bernardo Riquelme a Londres,
y de la firma de sus cartas de la época ya sabemos que durante su estadía en
Europa usó el apellido de su madre. Vicuña Mackenna señala 1795 como el año
de la llegada.
Don Nicolás de la Cruz, como es sabido, fue el apoderado de don Bernardo
durante su estadía en Londres, fue a su casa en Cádiz desde donde, partió a
Inglaterra. Don Nicolás era yerno de don Juan Albano, casa en la cual, como
sabemos, se educó O’Higgins en Chillán, y era un adinerado comerciante. El
contacto en Londres de don Nicolás era un señor Romero, quien a su vez contactó
a los relojeros judíos Spencer y Perkins para que actuaran de apoderados de
don Bernardo durante su estadía en Inglaterra. Estos, o el propio señor Romero,
fueron los que contactaron a Bernardo con su colegio y pensión en Richmond.
La existencia de estos personajes ha llegado a nosotros a través de las propias
cartas del joven a su apoderado en Cádiz.
En carta fechada el primero de octubre de 1798 don Bernardo le cuenta a
su apoderado en Cádiz los problemas que debe enfrentar en Londres con los
relojeros.
...“Le dije que agradecía su atención, pero que no podía absolutamente hacerlo
(se refería a un cambio de pensión que le ofrecía Mr. Perkins), y ahí tiene usted
que comenzó a maldecirme y a decirme mil indignidades, en una tienda en donde
vende pedazos de fierro viejo, que éste es su oficio, y delante de todo el mundo
me dijo que me fuese de su casa, que no quería tener más cuidado de mí, y en
fin, que el señor Romero le debía una gran cantidad de dinero y que esto era lo
bastante para que él no me avanzase dinero alguno...”. En otro trozo de la misma
2 Vicuña Mackenna, Benjamín: El Ostracismo del Jeneral Bernardo O’Higgins. Escrito sobre documentos
inéditos y noticias auténticas, Valparaíso, Imprenta y Librería del Mercurio de Santos Tomero, 1860, p. 31.
90
E dición conmemorativa del B icentenario
carta decía: “Al día siguiente fui otra vez a casa de Mr. Perkins, y me dijo que
escribiese a España, que no quería tener más cuidado de mí, que en primer lugar,
no recibía ningún beneficio, y que el señor Romero le debía mucho dinero...”3.
Los judíos relojeros Spencer y Perkins no eran cualquiera en el Londres de la
época. Su tienda estaba ubicada en el corazón de Londres, en la City, en la calle
Snow Hill 44, frente a la iglesia del Santo Sepulcro. Los registros de la época los
califican como fabricantes de relojes y como vendedores de piezas y partes de
relojes y otros4.
Documentos originales que prueben la relación de los Spencer y Perkins con
Bernardo, que aparezcan en la documentación de la biblioteca del Guildhall de
Londres, no hay; sin embargo, existen grandes posibilidades que hayan sido los
mismos, por las razones que se explican a continuación.
La biblioteca del Guildhall de Londres es una institución que fue fundada en
1420, y cuyo objetivo es mantener un completo archivo de referencias de todos los
aspectos referidos a la City (barrio de Londres donde se desarrollaba la principal
actividad comercial y financiera en la época de O’Higgins). En esta institución se
han concentrado los estudios e investigaciones sobre todo tipo de actividades
comerciales efectuadas por lo más selecto de los historiadores británicos en los
diferentes campos. Vale decir, que puede establecerse como fuente confiable.
En el campo de los relojes existe una gran cantidad de información, la que se
encontró especialmente reunida en la enciclopedia de G.H. Baillie, publicada por
primera vez en 1929, y en la Britten, publicada por primera vez en 1894. En estas
enciclopedias figuran todos los fabricantes y comerciantes de relojes de Gran
Bretaña y especialmente de Londres. Fue en éstas donde aparecen los nombres
de Spencer y Perkins como conocidos relojeros justo en la época de O’Higgins en
Londres.
La información dice que mantuvieron una tienda entre 1765 y 1806, donde
fabricaban y reparaban relojes. Los relojes eran de los que daban la hora cada
cuarto de hora y cada media hora. Normalmente se trataba de relojes de oro.
Además se agrega que vendían herramientas y diferentes materiales. En la misma
enciclopedia se encontró un aviso de la tienda donde se ofrecen los materiales. La
tienda estaba ubicada en Snow Hill 44, al frente de la iglesia del Santo Sepulcro,
en la City de Londres. (En Anexo 3, aviso de la tienda de relojes de la época, de
Spencer and Perkins.)
Se agrega a lo anterior, según nuestras fuentes, que Spencer and Perkins
fueron inventores de un Pedometer (medidor de distancias) que se encuentra en
exposición en el museo del Guildhall de Londres.
3 De la Cruz, Emesto: Epistolario de don Bernardo O’Higgins, Capitán General y Director Supremo de Chile,
Gran Mariscal del Perú y Brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Tomo I, 1798-1819, Ed.
América, Madrid, 1920, pp. 13-14.
4 Baillie, G.H.: Fellow of the Institute of Physics, Watchmakers and Ciockmakers of the Worid, Wag Press
Ltd. Finnel House, 26 Finsbury Square, London, E.C.2, First Edition, 1929-1963, pp. 248, 299, Baillie, G.H.,
Britten’s Old Ciocks and Walches and their Makers, Courtnay Ilbert, Cecil Clutton, FirsL Edition, 1894-1982
(9ª), Melhuen London Ltd., pp. 327, 565, 609.
91
R evista L ibertador O’ higgins
No existen otros relojeros Spencer and Perkins, sólo éstos; figura además el
nombre de pila del señor Spencer como Emmanuel, nombre judío, lo que coincide
con el origen de los apoderados de don Bernardo.
Otro aspecto que permite una relación es el hecho que los relojeros se
dedicaban al negocio de exportación, lo que aparece en el aviso de la tienda,
por lo que seguramente este fue el nexo por el cual se hicieron conocidos de don
Nicolás de la Cruz, el apoderado de Cádiz.
La relación que hace el propio Bernardo con respecto a sus visitas al lugar,
coincide con un sitio donde se vendían materiales y otros elementos.
En consultas hechas al curador del museo del Guildhall, Sir George White,
éste responde que no tiene mayores antecedentes sobre estos relojeros, ya que
no eran miembros de la Compañía de Fabricantes de Relojes de Londres, la
más antigua y de la cual se tienden todos sus registros desde el siglo XVIII. Sin
embargo, Sir George considera que Spencer y Perkins fueron prolíficos fabricantes
y quizás también revendedores. Agrega que ha encontrado información de una
serie de relojes fabricados por ellos, especialmente de mesa. Gentilmente envía
las instrucciones del Pedometer (medidor de distancias) inventado por ellos y
que fue propiedad de la reina Charlotte, esposa de Jorge III, el cual reinaba en
Inglaterra en los tiempos de Bernardo. (Carta e instrucciones en Anexo 4.)
Las relaciones del joven Bernardo fueron muy malas con sus apoderados y
esto se debió fundamentalmente a problemas referidos a la administración de los
dineros que le enviaba su padre a través de don Nicolás de la Cruz.
En sus cartas a don Nicolás, a su padre y a los propios apoderados de Londres,
queda en evidencia la precaria situación que debe enfrentar a partir de octubre de
1798, cuando sus apoderados se niegan a seguir pagando por sus estudios.
La renta anual asignada a Bernardo era de 1.500 pesos fuertes, lo que
equivalía en esa época a unas 300 libras esterlinas5. La pensión que debía pagar
en el colegio era de sesenta libras, y se sabe por algunas notas al margen de su
cuaderno copiador de correspondencia que por concepto sólo de calzado se le
descontaban 12 libras, 7 chelines y 6 peniques. Por lo tanto, quedaban disponibles
por lo menos 200 libras para otros gastos6.
Los relojeros acusaron a Bernardo de haber vendido sus libros para pasarlo
bien, cuenta Vicuña Mackenna, a lo que el joven replica en una carta en inglés,
indignado: “Si no me encontrase en la situación que me hallo, yo os haría
ofrecerme una explicación de esas acusaciones indignas de las palabras i del
oído de un caballero”7.
A su apoderado en Cádiz le pide auxilio: “Ud. me envió a Londres, Sr. Don
Nicolás para que aprendiese i me educase i me hiciese hombre con la ayuda de
5 Clissold, Stephen: Bernardo O’Higgins and the Independence of Chile, Rupen Hart-Davis London, 1968, p. 55;
Vicuña Mackenna, Benjamín, La Corona del Héroe. Recopilación de datos y documentos para perpetuar la
memoria del Gral. don Bemardo O’Higgins, mandaba a publicar por el ex Ministro de la Guerra Dn. Francisco
Echaurren, Santiago, Chile. Imprenta Nacional Calle de La Moneda, Núm. 46, 1872, p. 229.
6 Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo I, Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1946, p.5
7 Ibídem, p. 7.
92
E dición conmemorativa del B icentenario
Ud., i no para pasar bochornos i miserias que con mucha facilidad se podían haber
remediado, a lo que yo me veo ya casi acostumbrado, i de esto son testigos en
Londres comerciantes de mucho respeto, quienes han sido bastante generosos
para hacer una corta suscripción de dos guineas (2 libras y 10 peniques) al mes,
al haber sido informados de mi vida ¡país i al verme a tantas leguas de mis padres
i amigos, lo cual les es mui raro, pues aquí no creo que hayan conocido otro de
Chile que yo…”8.
A su padre le escribe desde Cádiz, refiriéndose a sus apoderados de Londres:
“...Si en tiempos pasados, mal informado por los correspondientes de Londres,
dos judíos relojeros, quienes corrían conmigo, había escrito (se refiere a don
Nicolás) que me había exedido en dichos mis gastos, pero después de enterado
quienes eran dichos correspondientes, ha variado pues todavía no han dado
cuenta de como se ha gastado el dinero que han recibido y de los últimos 3000
pesos no han dado aún recibido, ni se han dado por entendidos, pues ya va para
dos años que estoy aquí (Cádiz) i no quieren responder a las cartas que se les
escriben. Yo de mi parte no he recibido más que una guinea mensualmente para
pagar mis gastos menudos, para lo cual tuve orden de Don Nicolás, i ha habido
tiempos que no me han dado ni aún para comer…”9.
Finalmente, con fecha 9 de julio de 1801, escribe una última carta a los
relojeros, cobrándoles lo que debían y recriminándoles sobre sus iniquidades
judaicas10.
La calle Snow Hill y la iglesia del Santo Sepulcro existen; el panorama de hoy
por supuesto es muy diferente a los tiempos de Bernardo. Una serie de placas
en la calle recuerdan los edificios que allí hubo, la mayoría destruidos durante los
bombardeos aéreos de la Segunda Guerra Mundial. (En mapa de la época, en
Anexo 5, se identifica el lugar de la tienda.)
BERNARDO RIQUELME ESTUDIANDO EN RICHMOND, SURREY
Richmond, en la época de Bernardo
Fue solamente a partir de 1690 que Richmond empezó a transformarse de
un pequeño pueblo, en los alrededores del Palacio Real, a una pequeña pero
próspera ciudad. El mayor ímpetu se lo entregó el dinero de Londres: ricos
comerciantes buscando ya sea inversiones o casas de veraneo comenzaron
arrendando casas, las que posteriormente compraron y mejoraron, dándole así
otra cara a la naciente ciudad. Entre los dueños de estas casas se contaban
comerciantes judíos a quienes se les hacía más fácil encontrar un adecuado
lugar en la sociedad, en la relajada atmósfera de Richmond. Estas casas se
construyeron a orillas del río Támesis que cruza la ciudad y también sobre una
pequeña colina que domina el paisaje circundante. A fines del siglo XVIII el interés
se hizo mayor, construyéndose grandes mansiones, muchas de las cuales han
8 Ibídem, pp. 15-16.
9 Ibídem, pp. 15-16.
10Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 80.
93
R evista L ibertador O’ higgins
sobrevivido hasta hoy. La belleza del paisaje, la cercanía de la capital y también
la proximidad del Palacio Real de Kew ayudaron mucho en este proceso11.
La comunidad católica de Richmond
Bernardo Riquelme fue a un colegio católico durante su estadía en la pequeña
ciudad, y antes de entrar en detalles con respecto a su educación, es necesario
detenerse un instante para recordar cómo era la situación de los católicos en
Inglaterra y particularmente en Richmond, ya que ello permitirá constatar la
reducida presencia de éstos, lo que limitará nuestra búsqueda.
La expresión de la fe católica era prohibida en Inglaterra, y sólo a fines del
siglo XVIII se tomaron algunas medidas para remediar esta situación. Recién en
1791 se aprobó una ley a través de la cual fue aceptado que se dijera misa en
una capilla, pero, para ello, ésta debía estar debidamente registrada y además
no se podía tocar campana. Agregaba la autorización que durante el desarrollo
de la misa las puertas debían estar sin seguros de ningún tipo12. Los católicos no
estuvieron ajenos a sangrientas persecuciones, y la historia de Inglaterra recuerda
vívidamente los incidentes ocurridos en Londres en 1780, en los llamados
Gordon Riots, en los cuales entre muertos y heridos se contaron 438 personas,
en su mayoría católicas. Los incidentes se iniciaron apoyando la negativa a
que se diera cualquier tipo de facilidad a los católicos, y fueron incitados por el
duque de Gordon. Un huella de muerte y destrucción quedó como prueba del
odio a los papistas. Se quemaron varias capillas católicas que funcionaban en
las embajadas y una gran cantidad de casas que habitaban católicos quedaron
en ruinas13. La discriminación con éstos siguió por mucho tiempo en Inglaterra;
solamente en 1829 pudo haber un miembro del parlamento católico y recién en
1871 los católicos pudieron obtener un título universitario o conseguir un trabajo
en la universidad14.
La situación descrita hizo que la mantención de registros y archivos católicos
fuera muy escasa. Se mantuvieron registros no oficiales de nacimientos, muertes,
matrimonios y otros, pero la mayoría de ellos son solamente a partir de 1778 y
muy incompletos. En 1837 parte de estos registros se incorporaron al Registro
General, pero hay muchos todavía que están en poder de la Iglesia Católica,
donde se han consultado15.
Según antecedentes recogidos recientemente, se sabe que los católicos
tuvieron presencia organizada en Richmond solamente a partir de 1791, vale decir,
unos pocos años antes que Bernardo llegara. La historia de la Misión Católica de
Richmond, 17911826, editada en 1991, escrita por Mr. Noel Hughes, abunda en
detalles sobre la vida de los católicos en Richmond en esos años y ha sido de
mucha utilidad para el desarrollo de esta investigación. Asimismo, la oportunidad
11 Cioake, John: Richmond Pasi, A visual history of Richmond, Kew, Petersham and Ham. Historical Publications
Ltd. Hong Kong, 1991, pp. 22-61.
12Hughes, Noel: The Richmond Catholic Mission, 1791-1826, Kingston Printers Limited, Richmond on Thames,
1991, p. 9.
13Oxford History of Britain.
14Richardson, John: The Loca Historian’s Encyclopedia, London, 1986.
15Ibídem.
94
E dición conmemorativa del B icentenario
de haber conocido al autor ha permitido saber, en forma directa, la gran cantidad
de fuentes consultadas por éste, con las que se han logrado reencontrar algunas
de las huellas de don Bernardo.
Don Bernardo recordando Richmond
Que Bernardo vivió en Richmond, ya no cabe la menor duda. Existen
testimonios de personas que estuvieron con él, y además cartas que escribió él
mismo desde diferentes lugares, en las que recuerda su estadía. Este aspecto
es muy importante, ya que permite asegurar su permanencia en el colegio en el
mismo lugar.
María Graham, por ejemplo, recuerda en su “Diario de mi Residencia en Chile”,
una entrevista con don Bernardo el 26 de agosto de 1822, “...El recibimiento
del Director, fue de lo más halagador para mí y mi joven amigo De Roos. Su
Excelencia había residido varios años en Inglaterra, la mayor parte del tiempo en
una academia, en Richmond. Luego inquirió si yo conocía Surrey (condado donde
se encuentra Richmond); preguntó con mucho interés por mi tío Sir David Dundas
y varios amigos y parientes míos, y muy especialmente por sus viejos maestros
de música y otras artes...”16.
En cartas de don Bernardo a Sir John Doyle, militar de sólida reputación en
Inglaterra, le cuenta... “esperaré unos cuantos meses para tantear si es posible
mi ayuda sin que se abandonen las medidas que a mi juicio son la única solución
para la regeneración de mi desgraciado país, que es lo único que podrá inducirme
a dejar el deleitoso retiro de la vida campestre, que aprendí a gozar en el paisaje
de Richmond, y que se torna más precioso para mí a medida que pasan los
años... Lima, 2 Octubre 1826”17.
La carta que su amigo O’Brien le envía desde Londres, también aporta
interesantes antecedentes con respecto a lo que nos preocupa... “I have been
lo Richmond where you first recieved your education... Inquired particularly After
the preprocter of the college Mr. Eells... London April 1823...”18. ... (“He estado en
Richmond donde Usted primero recibió su educación. Pregunté particularmente
por el antiguo inspector del colegio Mr. Eells...” ) (sic). También la carta de la
señora Eeles, de 1823, recordando el tiempo en que Bernardo vivió bajo su techo
y la amistad con su hija Charlotte, aseguran su estadía en el lugar19.
Diferentes versiones con respecto al colegio donde estudió Bernardo
Existen al menos tres diferentes versiones con respecto al lugar donde
desarrolló sus estudios el joven Bernardo. La primera de ellas basada en un artículo
escrito en la revista peruana “El Faro Militar”, escrito por el coronel Plascencia, y
publicado bajo los auspicios del Supremo Gobierno por una Asociación de Jefes
16Graham, María: Diario de mi residencia en Chile en 1822, Ed. del Pacífico, Santiago de Chile, 1956, p.110.
17Estellé Méndez, Patricio: Epistolario de don Bernardo O’Higgins con autoridades y corresponsales ingleses,
1817-1831, publicado por la revista Historia N°11, 1972-1973, de la Universidad Católica de Chile, p. 433.
18Carta de John O’Brien a don Bernardo O’Higgins, de fecha abril 1823 a la vista, gentileza Archivo Nacional.
19Balbontín, M.; Opazo, Gustavo: Cinco mujeres en la vida de O’Higgins, Ed. Arancibia Hnos. Santiago de Chile,
pp. 104 y 105.
95
R evista L ibertador O’ higgins
del Ejército en Lima (1846). En ella se asegura que don Bernardo estudió algunos
años en el colegio de los jesuitas en Stoneyhurst, en el condado de Lancaster.
También Valencia Avaria nos cuenta que don Antonio José de Irisarri le habría
oído contar a don Bernardo de sus estudios en ese lugar20.
Gracias a los archivos que mantiene la Iglesia Católica en Londres, se pudo
avanzar bastante para demostrar que don Bernardo definitivamente no estudió
allí. El colegio de los jesuitas de Stoneyhurst efectivamente existía en los tiempos
en que Bernardo estudió en Inglaterra. A partir de 1791 se empezó a publicar para
la comunidad de Londres y alrededores una guía para los católicos, conocida
por el nombre de Laity Directory (Guía para Laicos), en la cual se publicaban
informaciones sobre el calendario de misas para las diferentes festividades de la
Iglesia, los registros de fallecidos, ya sea sacerdotes o laicos, las capillas donde se
desarrollaban las misas, las listas de colegios católicos para varones y señoritas
y otras informaciones varias. Los originales de estas guías han sobrevivido hasta
hoy, y en ellas figura el colegio de Stoneyhurst. El aviso que anunciaba el colegio
es bastante extenso, incluyendo, entre otros detalles, los precios de matrícula,
los niveles de estudios, las exigencias del régimen interno, las obligaciones en
cuanto a moral y buenas costumbres21. (En Anexo 6, detalle del aviso que es muy
interesante para conocer las exigencias escolares de la época).
Conocida la existencia del colegio en tiempos de Bernardo, se consiguió el
acceso a los archivos con los listados de alumnos. Este archivo se encontró en
la Sociedad de Archivos Católicos en Londres, y su director, el padre Holt, muy
atentamente accedió a mostrarlos. Y no solamente ello, sino también obsequió
una copia de las páginas donde debió haber aparecido Bernardo Riquelme. El
colegio fue fundado en 1794, y en su registro de alumnos, en la letra “R” de
Riquelme o en la “O” de O’Higgins, definitivamente no figura don Bernardo. (En
Anexo 7, listado original de alumnos de Stoneyhurst, letras “R” y “O”, publicado
por el propio colegio en 1886.)
Como es sabido, los jesuitas tuvieron una activa participación en el movimiento
por la independencia de los países sudamericanos. Donoso nos recuerda al
respecto... la expulsión de los jesuitas ejerció una influencia más directa en la
revolución sudamericana. Los ocho a diez mil religiosos de la Compañía habían
sido destinados al nuevo mundo, de los cuales muchos habían nacido en
Sudamérica y se refugiaron en Inglaterra, Rusia, Alemania y Estados Pontificios.
Echaban de menos su hogar y las comodidades... Fueron los más ardientes
propagandistas de la revolución...”22. Quizás esta ha sido la razón para inferir
la educación de Bernardo en Stoneyhurst, como asimismo los antecedentes
religiosos de su educación anterior en Lima.
Otra de las versiones recibidas con respecto a la educación de Bernardo
se refiere a su supuesta estadía en Harrow. Esta información es de terceras
20Valencia Avaria, Luis: Bernardo O’Higgins: El buen genio de América, Ed. Universitaria, Santiago de Chile,
1980, p. 25.
21The Laity Directoryfor the Church Service, Printed and Published by J. P. Coghlan, Nº37, Duke Sircet,
Grosvenor Square, London 1799-1800, pp. 10-12.
22Donoso, Ricardo: El marqués de Osorno don Ambrosio O’Higgins. Publicaciones de la Universidad de Chile,
1941, p. 389.
96
E dición conmemorativa del B icentenario
personas y corresponde a lo escrito en su diario de viaje por el cirujano del
Cambridge, buque que en 1824 trajo a Chile los primeros cónsules ingleses. John
Cunningham, el cirujano, escribió...”El Sr. Houstour ha sido su amigo y le conoció
cuando tomó refugio en la costa, después de persecuciones políticas... Me
informó que el General fue educado en Harrow, donde seguramente adquirió las
primeras nociones de libertad política... Habla el inglés muy bien, aunque tiene un
marcado acento extranjero. Es muy afable, de modo muy cortés y muy liberal en
sus puntos de vista...”23. Este diario se encuentra actualmente en el Museo Naval
de Greenwich bajo el título de “Remarks during a voyage in the Pacific... surgeon
R. N. in H. M. S. Cambridge, 1823-1825”.
Por las investigaciones desarrolladas, se considera muy poco probable que
Bernardo haya estudiado en Harrow. No existe ninguna mención a este lugar en
sus cartas ni en sus escritos. En los Laity Directories que se han mencionado no
aparece ningún colegio católico en Harrow durante los tiempos de don Bernardo,
localidad aproximadamente a unos dieciséis kilómetros de Londres. Sólo en 1805
empieza a aparecer un pequeño colegio que ofrece mezclar las ventajas de la
educación pública con la privada en ese lugar24. Es posible, sin embargo, que
el lugar se haya mencionado alguna vez, ya que es muy conocido en Inglaterra
como asiento universitario, al nivel de Eton y de algunos colegios de Cambridge y
Oxford. Pero, como hemos visto anteriormente, estos establecimientos eran sólo
para protestantes y estaba vedado su ingreso a los católicos.
Las huellas más claras conducen a Richmond, y es en esta ciudad donde
hemos encontrado importantes evidencias sobre el colegio de Bernardo.
Como hemos visto anteriormente, Richmond, en los tiempos de Bernardo,
estaba en pleno desarrollo, transformándose cada vez más en una elegante
localidad de vacaciones. En cuanto a los colegios que existían en esa época,
sabemos que eran muy pocos y en su mayoría de la Iglesia de Inglaterra. El
panorama con respecto a este tema que nos describe Mr. John Cloake en su libro
sobre el pasado de Richmond, es muy interesante, el cual, este gentil caballero
lo ha ampliado especialmente en la correspondencia y contactos que hemos
mantenido durante mi estadía en Londres.
En tiempos de Bernardo existían los siguientes colegios de la Iglesia
Anglicana:
- La Escuela Parroquial de St. Mary, fundada en 1713, ubicada en la calle
George esquina con Brcwer’s Lane.
- La Escuela de St. John en la calle Clarence.
- La Escuela de la Reina en Kew.
Había también colegios particulares en Richmond, el más antiguo era la
Academia de Richmond, que funcionó a partir de 1764 dirigida por una sucesión
de clérigos de la familia Delafosse en una mansión ubicada en la esquina de Little
Green y Duke Street. El colegio era anglicano y conforme nos explica Mr. Cloake,
Presidente de la Sociedad de Historia Local de Richmond, no sobrevivieron
23Ob. cit., Estellé, 1973, p. 402.
24Laity Directory, 1799 (Guía para Laicos).
97
R evista L ibertador O’ higgins
archivos del colegio que se terminó en 1838. Es interesante este antecedente,
ya que hay autores que han sostenido que Bernardo estudió en la Academia de
Richmond, la que no pudo ser ésta, ya que sabemos que sus estudios los realizó
en un colegio católico25. El fragmento de una de sus cartas a su apoderado explica
su disgusto cuando los relojeros quieren colocarlo en una escuela protestante,
“... le dije que era una contradicción muy grande de lo que me ofrecía por ir a
la escuela protestante. Me contestó que no le hablase y que me fuera en hora
mala...”26.
Otro aspecto que ayuda a desvirtuar el hecho que Bernardo haya ido a esta
academia, es que en ese tiempo, fines del siglo XVIII, era de uso común la palabra
“academia” para designar un colegio o una escuela, por lo que “el haber estudiado
en una academia” puede haberse referido a cualquiera de los colegios existentes
en Richmond27.
Colegios católicos que se recuerden de esa época, son muy escasos,
especialmente por las condiciones especiales que existían todavía en esos
tiempos para la gente que profesaba la religión católica, aspecto que ya ha sido
comentado.
Los colegios católicos de Richmond que se han podido identificar corresponden
al colegio para jóvenes, dirigido por el seílor Timothy Eeles, y un colegio para
señoritas que era dirigido por las misses Havers y Nicols, el cual funcionaba en
la calle Kew Foot. Esta información que nos entrega el seflor Noel Hughes en su
libro sobre estos establecimientos en Richmond, justamente en la época de don
Bernardo, está basada en documentos originales que corresponden a dos fuentes
principales. La primera, es la correspondencia del obispo Douglass, quien fuera
el Vicario Apostólico de Londres y sus alrededores, entre 1790 y 1812, y cuyos
originales han sobrevivido y se encuentran guardados en los Archivos Diocesanos
de Westminster, y tienen directa relación con los colegios católicos mencionados,
los cuales no dejaron de tener problemas en esa época. La segunda fuente
utilizada por Mr. Hughes corresponde a los Laity Directories, cuyo contenido ya
se ha explicado, en el cual figuran los avisos que los colegios colocaban para
atraer alumnos28. Esta información también ha sido confirmada por Mr. Cloake de
la Sociedad de Historia Local en carta al autor de este trabajo29.
El colegio católico del señor Timothy Eeles
La fecha en que empezó a funcionar este colegio no la sabemos con certeza,
sólo sabemos que el primer aviso publicado para atraer alumnos apareció en el
Laity
25Ob. cit., Cloake, 1991, p. 82, con antecedentes ampliados en carta del autor del libro al autor del presente
trabajo.
26Ob. cit., Archivo de O’Higgins. Carta dc don Bemardo a don Nicolás de la Cruz, de fecha 1º de octubre de
1798, p. 3.
27Carta de Mr. John Cloake, Presidente de la Sociedad de Historia Local de Richmond, al autor de este trabajo,
de fecha 8 de enero de 1992.
28Ob. cit., Hughes, 1991. Diario del obispo Dougíass y Laity Directory, ruentes principales utilizadas.
29Carta de Mr. Cloake confirmando la información de Mr. Hughes, de fecha 8 de enero de 1992.
98
E dición conmemorativa del B icentenario
Directory, de 1794. El aviso decía lo siguiente:
“Mr. Eeles y sus asistentes, en Tije Vineyard, Richmond, Surry, junto a la
capilla, enseña a jóvenes los idiomas latín, griego, inglés y francés; y también
a escribirlos, aritmética, contabilidad, geografía, historia, navegación, el uso
de los mapa mundi, y cualquiera otra materia útil de matemáticas; por lo cual,
incluyendo alimentación, lavado de ropa y alojamiento, no se cobrará más
de treinta guineas por año. No se requiere dinero para el ingreso; pero se
espera que cada alumno traiga una cuchara de plata y seis toallas, peinetas,
escobillas, etc. Dibujo, danza, esgrima y música se pagarán separados. El
mayor cuidado se tomará con la religión y la moral de los jóvenes caballeros,
quienes, en las horas de recreo, estarán permanentemente controlados por
uno de sus maestros. Los jóvenes caballeros comerán con sus maestros. No
se permitirán otras mesas”30. (En Anexo 8, original del aviso aparecido en el
Laity Directory, de 1794.)
El levantamiento de las prohibiciones a los católicos de mantener colegios, lo
que podía significar la prisión de por vida a los que fueran descubiertos, permitió
que empezaran a abrirse colegios católicos en los alrededores de Londres. Mr.
Eeles vio una gran oportunidad en este negocio, ya que existía un mercado
inexplotado, especialmente debido a la gran cantidad de franceses que habían
llegado huyendo de las persecuciones producto de la Revolución. Estos franceses
especialmente eran clérigos y también nobles y comerciantes que huían del
peligroso régimen de su país31.
El colegio, como dice el aviso transcrito, estaba ubicado en la calle The
Vineyard, al lado de la capilla católica que allí existía. La construcción todavía
existe y se llama Clarence House. Esta casa fue construida en 1696, por el señor
Nathaniel Rawlins, y se cuenta como una de las pocas casas sobrevivientes de
ese período. Sabemos que la casa fue vendida por la señora Ross, que la había
heredado de su marido en 1805, al reverendo Edward Patterson. Este, a su vez,
se la vendió a Mrs. Doughty en 1821, muy conocida en la zona por ser quien
hizo construir la iglesia católica más grande en Richmond. Actualmente la casa
es ocupada por Mr. R. David Barnfather, y acaba de ser refaccionada. El nombre
de Clarence House lo obtuvo después de la visita que, según se dice, hizo a ella
el duque de Clarence (futuro rey de Inglaterra con el nombre de Guillermo IV),
oportunidad que fue inmediatamente posterior al término del funcionamiento del
colegio en el lugar, y así se llama hasta hoy. Se sabe también que el colegio tenía
una entrada separada del resto de la casa, lo que permitía mayor independencia
en las actividades32.
Se sabe que en el colegio funcionaba una capilla, la que era atendida por un
sacerdote. De la correspondencia que mantuvo Mr. Ecles con el obispo Dougiass,
sabemos que mantener esta capilla produjo una serie de problemas y, como
30Laity Direciory, 1796, p. 12.
31Ob. cit., Hughes, 1991, p. 38.
32Archivos de Richmond. H.C.A./158/M89/6/1041/1042/1046/1047/. Biblioteca.
99
R evista L ibertador O’ higgins
veremos, la mayoría de los sacerdotes que trabajaron en ella, al parecer, tuvieron
algún tipo de conflicto con Mr. Eeles y su familia.
Gracias a la gentileza del padre lan Dickie, curador de los Archivos Diocesanos
de Westminster –en los cuales existe una valiosa colección de documentos que
permiten seguir muy de cerca la apasionante y a veces muy trágica vida de los
católicos en Inglaterra– se tuvo acceso a la correspondencia del obispo Douglass.
Esta correspondencia nos permite verificar de primera fuente lo que pasaba en el
colegio en los tiempos de Bernardo.
A comienzos de 1793 Eeles escribía al obispo solicitándole que retirara de su
capilla al padre St. Yves, a quien, después de un juicio, se le habían descubierto
irregularidades. Se solicitaba su reemplazo por un sacerdote inglés, al cual se
le pagarían treinta libras por año y se le daría comida cuando no tuviera que
comer afuera33. (En Anexo 9, originales de las cartas entre Mr. Eeles y el obispo
Douglass).
El obispo trató de mediar en esta situación y quiso convencer al padre St. Yves
que se arreglara por la buena con Mr. Ecles y su familia, con la cual parece que
había tenido problemas, según consta en una carta que le envía en la misma
época34. A su vez, el obispo le escribe a Mr. Ecles diciéndole que es decisión
suya solamente, si quiere deshacerse de St. Yves, y que él no tendría mayor
inconveniente en enviarle un sacerdote inglés, siempre y cuando la comunidad
católica de Richmond juntara el dinero necesario para cancelarle al sacerdote un
salario anual lo más adecuado posible a sus necesidades35. (El obispo Douglass
escribió los borradores de estas cartas, en el mismo papel de la carta que le
había escrito Mr. Eeles, como puede verificarse en Anexo 9).
Mr. Eeles, sintiéndose apoyado por el obispo, le escribió al padre St. Yves
prohibiéndole que usara la capilla del colegio36. (Copia del original en Anexo 9a.)
Los antecedentes hasta aquí permiten deducir la real existencia de una capilla
en el colegio, la que seguramente debe haber sido una de las piezas de la casa
que era bastante grande. Además, Mr. Hughes, a la luz de estos antecedentes
y otros que agrega en su libro, determina un alejamiento del colegio con la
Misión Católica en Richmond. Queda en evidencia que a Mr. Eeles lo que más le
interesaba era tener un capellán para el colegio, para así mantener el prestigio de
éste, junto con atraer más alumnos. Así es que la proposición del obispo de juntar
un fondo para tener un sacerdote inglés en Richmond, no fructificó37.
Dos años después, en 1795, Mr. Eeles nuevamente le escribe a su obispo,
esta vez quejándose de la mala propaganda que malintencionados hacen sobre
su colegio...”se dice que mi colegio debe acabarse, que mis alumnos se están
yendo, que éstos son irregulares. Le puedo asegurar a Su Señoría, lo contrario...
Pero si estos informes escandalosos se esparcen con impunidad no le puedo
decir qué consecuencias pueden tener, pronto puedo ser privado de mi propia
33Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Ecles, del 2 de febrero de 1793.
34Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Douglass a St. Yves, del 8 de febrero de 1793.
35Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Douglass a Mr. Eeles, del 8 de febrero de 1793.
36Ibídem. Carta de Eeles a St. Yves.
37Ob. cit., Hughes, 1991, p. 35.
100
E dición conmemorativa del B icentenario
existencia y la de mi familia que puede ser obligada a tener que pedir por su
pan. San Pablo le decía a Timoteo, si un hombre no se cuida a sí mismo, y
especialmente a aquellos de su propia casa, significa que ha renegado de su fe y
eso es peor que ser un infiel’. Puedo decirle que ningún hombre pasa más dolores
para vivir que yo, y puedo, si es necesario, entregar pruebas para testificar que
mi colegio es conducido con gran cuidado y atención. La religión de los niños es
estricta y escrupulosamente atendida. Ellos van regularmente cada mes a sus
deberes. El Reverendo Mr. Barnes puede testificar qué tipo de jóvenes ellos son.
He escuchado de la intención de Su Señoría de cerrar la pequeña capilla que he
construido. Si esto es cierto no estoy menos sorprendido de lo que estoy del resto
después que Su Señoría me ha dado su última palabra, que si Mr. Busby y yo
podemos llegar a un acuerdo, Su Señoría lo asignaría al colegio... Siento mucho
que Su Señoría pueda ser influenciado por alguna persona o grupo de personas
cuyas intenciones no son otras que distraer e imponer en su bien conocida buena
disposición, el peor de los propósitos que es una respuesta a sus malvados
fines...”38. (Copia del original en Anexo 10).
De esta carta también pueden sacarse algunas conclusiones interesantes.
Después de St. Yves hubo otros capellanes cuyos nombres aparecen en esta
carta, como el caso del reverendo Barnes y el padre Busby. El hecho que se
refiera a ambos en ésta pudo significar, como aventura Mr. Hughes, que Barnes
estaba pronto a irse del colegio. De la capilla que Mr. Eeles asegura haber
construido, no hay huella en Clarence House, por lo que puede mantenerse lo
dicho anteriormente en el sentido que ella era una de las piezas de la casa. Del
tenor de la carta, se deduce que Richmond no era ajeno en esos tiempos a los
rumores y comidillas, tan típicos de los pueblos chicos. Puede deducirse también
que Mr. Eeles no era un hombre muy popular, ni su señora parece que tampoco,
como lo veremos a continuación.
Una carta del reverendo Busby a su obispo, fechada en 1796, que se guarda
en la correspondencia de este último, nos da más luces de lo que pasaba en
el colegio... Su Señoría no podrá imaginarse, pese a todo lo que pueda haber
escuchado... Yo he tenido suficiente experiencia en esto, lo que me permite
contarle lo que sigue... El trabajo y los problemas que he tenido con los niños
yo por ningún motivo los objeto: Yo prefiero la vida activa y soy particularmente
aficionado al trabajo. El señor (refiriéndose a Eeles) comprometió su palabra
en la última Navidad que todas las obligaciones con respecto a los niños se
dejarían a cargo mío, sabiéndose él mismo incompetente ya que nunca recibió
una educación liberal y consecuentemente debe ser totalmente ignorante en
el método; así no es posible observar el orden y la regularidad (que son tan
necesarios cuando hay niños) hasta tres días juntos. Algunas veces los estudios,
otras veces las oraciones (a las cuales ni el señor ni la señora asistían ni en la
mañana ni en la tarde) hasta las no menos importantes obligaciones de los niños
como la comida, almuerzo y desayuno están totalmente descuidadas, de todo lo
cual se responsabilizaba a la Sra. Eeles y a sus sirvientes... He prometido a mi
conciencia de hacer justicia a los niños y a sus padres: pero entre esta gente esto
no es en absoluto posible y como hombre honesto, ha cumplido con doblarme
38Diario del obispo Douglass. Carta de Mr. Eeles a Douglass, 1795.
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R evista L ibertador O’ higgins
la pensión desde que me contrató, pero no puedo quedarme con ellos mientras
actúen con tales principios... El hecho de abandonar a Mr. Eeles puede herirlo
excesivamente.... y si le sigue dejando todo lo que hay que hacer a Mrs. Eeles no
tiene que esperar otra cosa que sus asuntos irán de mal en peor...”39. (Copia del
original de la carta en Anexo 11.)
Sin embargo, el autor de esta carta, que tan mal deja a la familia Eeles, no
había dejado de tener problemas en su destinación anterior como capellán
en la localidad de Witham, desde donde fue trasladado a Ciarence House en
Richmond. En el mismo archivo del obispo Douglass se encuentra una carta de
su antecesor en Witham, que lo acusa...”un mentiroso infame, un borracho, un
grosero, un molestoso, un peleador, un fornicador. Se sabe también que en 1797
se le retiraron sus facultades para dar los sacramentos40.
Estos testimonios de la época tienen, sin lugar a dudas, los sesgos de rencillas,
lo que los hacen muy poco objetivos, pero que obviamente nos entregan algunas
luces sobre el colegio que nos interesa y la personalidad de quienes lo tenían a
cargo. Además nos permiten asomarnos a la secreta intimidad de las rutinas de
éste.
El colegio de Mr. Timothy Eeles desapareció en las sombras: la última vez que
salió un aviso de éste en el Laity Directory fue en 1799, diciendo... “Mr. Eeles,
Richmond, Surry. As usual (Sr. Eeles, Richmond, Surry. Como siempre.)41
Bernardo en el colegio del señor Timothy Eeles
De los antecedentes reunidos se puede concluir que Bernardo asistió a clases
en este mismo colegio, lo que se puede asegurar por la suma de las siguientes
evidencias:
- Los únicos colegios católicos en Richmond, en la época de Bernardo, fueron
el de las señoritas Havers and Nicols y el de Mr. Eeles, según consta en las
Guías para Laicos citadas, y los antecedentes entregados por los Archivos
Diocesanos de Westminster, la Sociedad de Archivos Católicos de Mount
St. y la Sociedad de Historia Local de Richmond.
- No existe ningún antecedente concreto que Bernardo haya estudiado en otro
colegio católico, para lo cual se han entregado los antecedentes necesarios,
que permiten afirmar que no estudió ni en Harrow ni en Stoneyhurst.
- Existe evidencia escrita, en cartas del propio O’Higgins, de su permanencia
en Richmond, junto con los testimonios escritos de otras personas, como
María Graham y John O’Brien citadas en detalle anteriormente. Las
memorias de Albano en este sentido, que datan de 1844, son una evidencia
39Ibídem. Carta del Rvdo. Busby al obispo Douglass.
40Ibídem. Carta del Rvdo. Richard Antrobus quejándose al obispo sobre comportamiento de Busby. Abril de
1794.
41Laity Directory, 1799 (Guía para Laicos), p. 17.
102
E dición conmemorativa del B icentenario
más cuando éste se refiere a la Academia de Richmond como el lugar donde
estudió Bernardo42.
- En carta de Bernardo a su padre, con fecha 28 de febrero de 1799, le
cuenta...”le haré a V.E. una corta relación del mediano progreso de mis
estudios en este país, cual es el inglés, francés, geografía, historia antigua
y moderna, etc., música, dibujo, el manejo de las armas, cuyas dos últimas,
sin lisonja las poseo con particularidad...”43.
La especificación que hace Bernardo de los ramos que ha estudiado nos
sirven para compararlos con los aparecidos en el aviso colocado por Mr.
Eeles en el Laity Directory, ya transcrito, y concluir que son prácticamente
los mismos.
- La carta escrita por John O’Brien es uno de los testimonios más importantes
para probar los estudios de Bernardo en el colegio de Mr. Eeles, en ella
expresa textualmente... “I have been lo Richmond where you first recieved
your education I inquiered particularly after the preprocter of the college
Mr. Eells (sic) -he is long since died at the Island of Madeira...”. (En Anexo
12 original de las cartas de O’Brien.) La traducción de este trozo es muy
importante, ya que prueba la calidad de director-inspector del colegio de
Mr. Eeles. “He estado en Richmond donde usted recibió su educación
inicialmente, pregunté especialmente por el antiguo director-inspector Mr.
Eeles.” El diccionario entrega el significado de la palabra “proctor” como
persona encargada de la disciplina de los alumnos. El prefijo “pre” significa,
en este caso, “el ex”. Como sabemos por la correspondencia encontrada,
Mr. Eeles no solamente era el inspector sino también tenía a cargo el
colegio. Podemos afirmar entonces que Mr. Eeles no solamente era el
dueño de casa donde Bernardo recibía su pensión, sino también el director
del colegio.
- La relación más directa entre la familia Eeles y Bernardo, que se conoce,
es una carta que envió la señora Eeles a don Bernardo O’Higgins en ese
entonces en el Perú (1823). La carta es citada especialmente por Valencia
Avaria y por Balbontín y Opazo, y debería encontrarse en el volumen 651,
en el Archivo de O’Higgins. Lamentablemente., no ha sido posible encontrar
el original. En esta carta la señora Eeles le comunica a don Bernardo el
fallecimiento de su esposo y de su hija, lo que veremos más adelante,
y recuerda en una parte de ella lo siguiente...”El coronel O’Brien tuvo la
amabilidad de visitarme. Sentí una gran satisfacción por el honor que S.E.
me confirió al recordarnos y manifestar que había estado alojado bajo mi
techo...”44. Otro trozo de la carta de O’Brien a don Bernardo nos recuerda el
traslado de la señora Eeles desde Richmond a Londres,... “sobre Mr. Eeles,
éste ha muerto, hace tiempo en la Isla Madeira, su señora esta viviendo
42Albano, Casimiro: Memoria del Excmo. señor don Bernardo O’Higgins, Capitán General en la República de
Chile, Brigadier en la de Buenos Aires, Gran Mariscal en la del Perú y Socio Protector en la Sociedad de
Agricultura. Imprenta de la Opinión, Santiago de Chile, 1844, p. 5.
43Archivo de O’Higgins, pp. 6 y 7.
44Ob. cit., Balbontín y Opazo, p. 104.
103
R evista L ibertador O’ higgins
ahora en Londres, en la calle Crawford 100, está muy vieja, pero lo recuerda
a usted muy bien…”. (Copia original de la carta en Anexo 12.)
- Otra evidencia de la relación directa entre Bernardo y Mr. Eeles la recuerda
Vicuña Mackenna en cartas que él dice haber visto y se refieren a una
relación sentimental entre Bernardo y su hija Charlotte... “Habitaba al
estudiante de Richtwnd por el año 1798, cuando ya había cumplido 18 de
su edad, en la casa de un honrado vecino de aquel pueblo, llamado Mr.
Eeles, que recibía huéspedes de distinción, proporcionándoles profesores,
además de los que existían en la Academia de aquella ciudad, tan pequeña
como culta i pintoresca. En medio de una alegre compañía de jóvenes
franteses, alemanes i americanos del Norte, el alumno tenía, al juzgar
por una carta del dueño de casa que tenemos a la vista, de fecha 11 de
septiembre de 1798, un lugar de preferencia... Comprendido así al parecer
el propio padre de la joven cuando en la primera ausencia de su alumno le
reconviene porque no le escribía a él directamente, pues ya lo había hecho
dos veces a alguien de su familia…”45.
- Relaciones de alumnos del colegio u otros detalles de la estadía de Bernardo
en él, lamentablemente no existen. El colegio tuvo una vida efímera, como
hemos visto, entre 1792 y 1799. Después sabemos que Mr. Eeles falleció
en 1810 en las Isla Madeira y que su señora se trasladó a Londres.
De todos estos antecedentes podemos decir entonces que el colegio en
que estudió Bernardo no estuvo ajeno a una serie de vicisitudes, de las que
hemos sido testigos a través de los testimonios escritos de quienes fueron
actores principales. Es interesante destacar que el edificio en que funcionó
el colegio existe todavía, con el nombre de Clarence House, y actualmente es
una casa particular habitada por el señor y la señora Bamfather. Esta casa,
después de los tiempos de Mr. Eeles, siguió siendo usada como colegio en otras
oportunidades, según nos cuenta el Presidente de la Sociedad de Historia Local
de Richmond. Así debe haber sido cuando John O’Brien fue de visita por encargo
de don Bernardo en 1823. Hoy, después de casi doscientos años, hemos tenido
oportunidad de ingresar nuevamente a este edificio por la gentileza de su actual
dueño. (En Anexo 13 se acompaña una serie de fotografías que ilustran en fonna
más clara cómo era la casa y su distribución. También se agregan en este anexo
interesantes aspectos de la historia de la casa hasta hoy, los sucesivos colegios
que en ella hubo, su condición de bodega durante la Segunda Guerra Mundial
de la famosa tienda Fortum and Mason, reclamos de la iglesia, avisos de venta
y propaganda de corredores de propiedades y la copia del original del libro del
pago de contribuciones de 1790, donde a un costado figura el nombre de Eeles,
mal escrito. Esto último nos permite deducir que la casa la empezó a arrendar
aproximadamente en ese año.
En Anexo 14 se acompaña un mapa de Richmond de 1840 y un mapa actual
del mismo sector con la ubicación del colegio y algunas vistas de los alrededores
que nos permiten imaginar los paseos que don Bernardo tuvo que haber hecho
durante sus años escolares). El famoso parque de Richmond está muy cerca, lo
45Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 32.
104
E dición conmemorativa del B icentenario
mismo el centro de la ciudad. La vista desde las cercanías del colegio permite
dominar el río Támesis y gran parte parte de la ciudad, ya que el lugar está en el
llamado Richmond Hill (colina de...).
Otras experiencias de Bernardo en Richmond
Nuestra búsqueda de huellas de Bernardo Riquelme en Richmond no terminó
aquí. Casimiro Albano, autor de la Memoria sobre Bernardo O’Higgins, su más
temprana biografía, sostiene... La aristocracia inglesa tan singular en el mundo
por la sencillez de sus maneras, le admitió en su círculo. En suma las amistades
del joven a esa fecha eran ya en una extensión extraordinaria, cuando una
oportunidad le hizo también participar de la benignidad y conocimiento de Jorje III
y su real familia. Mister Builer, director distinguido del jardín botánico del Palacio
Real de Keut (sic) (se refiere a Kew), cerca de Richmond, era a un mismo tiempo
un respetuoso admirador y paisano del Marqués de Osorno. Este eminente
profesor tuvo noticia que el joven O’Higgins, hijo de su noble paisano se hallaba de
alumno en la Academia de Richmond y fue a visitarle, en cuya entrevista le invitó
para que en los ratos libres de la Academia se fuese a pasear al jardín botánico
donde añadiría placer de ver un establecimiento magnífico, adquirir nociones
científicas sobre las plantas. El joven O’Higgins como era de esperar, aceptó con
gratitud una invitación tan conforme a sus deseos de saber; y con este motivo iba
a él con frecuencia... En una de las muchas veces que el Rey Jorge y real farrúlia
visitaban aquel establecimiento tuvo lugar la introducción del joven Bernardo a
presencia de sus Majestades, que no sólo lo trataron con dulzura sino que fueron
complacidos de sus juiciosas y acertadas contestaciones en las cuestiones sobre
Hispanoamérica...”. Albano agrega que a raíz de esta presentación, Bernardo
siguió asistiendo con regularidad a reuniones sociales que se hacían con motivos
piadosos donde asistía la familia real, recibiendo consideraciones especiales del
rey Jorge IV y del duque de Sussex...46.
No es mi intención decir como Vicuña Mackenna que este relato no es más
que un “cuentecillo de canónigo”, por el contrario, en base a esta evidencia se
hizo una serie de consultas para verificar lo afirmado por Casimiro Albano. Los
resultados son muy escasos pero permiten dar algunas luces.
La primera búsqueda se dirigió a Mr. Butler, al que se menciona como director
o como profesor en los jardines del palacio de Kew, a unos dos kilómetros al
noroeste de Richmond. El rey Jorge III y su esposa la reina Charlotte se fueron
a vivir al palacio en 1772, y a partir de 1776 comenzaron a preferir el castillo
de Windsor. Sin embargo, las visitas de la pareja real a los Kew Gardens eran
muy frecuentes. El jardín botánico estuvo dirigido primero por Lord Bute, que
falleció en 1792, y luego por Sir Joseph Banks. Esta información fue entregada
por la biblioteca de los Kew Gardens, en la cual se agrega que en los registros
de personas relacionadas con los jardines botánicos de Kew no figura nadie de
apellido Butler como director. La biblioteca confiesa que sus antecedentes con
46Ob. cit., Albano, 1844. p. 6.
105
R evista L ibertador O’ higgins
respecto a este período no están completos, pero de lo que hay seguridad es que
Mr. Butler no fue el director en los tiempos de Bernardo47.
Un poco antes que llegara don Bernardo a Richmond, Jorge III sufrió el
primer ataque de locura en 1788, y fue trasladado desde Windsor a Kew para su
convalecencia. Después de esto, la pareja real se alejó de este palacio que les
traía malos recuerdos48.
Los jardines de Kew en esos años funcionaban en conjunto con los de la
casa de Richmond. Las plantas eran coleccionadas en todas partes del mundo
y traídas a estos jardines para su cultivo y estudio. Por la cercanía de Richmond
y su amistad con el señor Butler, que nos relata Albano, es muy posible que se
haya encontrado con el rey en alguno de sus paseos a Kew, ya que el ingreso
al público era restringido en esos años. Los Kew se transformaron en un parque
nacional recién en 184149.
Con respecto a las reuniones sociales a que alude Albano, se hicieron las
consultas en la biblioteca de Richmond y en las fuentes bibliográficas que se
encontraron de la época. Lamentablemente, no existen mayores antecedentes
que nos den más detalles sobre estas reuniones sociales con fines de caridad
a las que pudo haber asistido Bernardo50. (En Anexo 15, escenas de los Kew
Gardens en tiempos de don Bernardo)
TIEMPOS DIFÍCILES PARA BERNARDO DE VUELTA EN LONDRES
Conflicto con los relojeros
No sabemos exactamente cuándo abandonó don Bernardo sus estudios en
Richmond, podemos sólo aventurar, por la fecha de sus cartas, que fue a fines
de 1798. A comienzos de octubre, le escribía a su apoderado en Cádiz, ya
desde Londres...”Me hallo absolutamente sin la ayuda de un maestro: lo siento
mucho, principalmente, que ya comenzaba a tirar retratos. No hay más que tener
paciencia, hasta tener órdenes de usted...”51. En marzo de 1799, nuevamente
le escribía a don Nicolás a Cádiz, siempre desde Londres... “Usted me envió a
Londres, señor don Nicolás, para que aprendiese y me educase y me hiciese
hombre con la ayuda de usted, y no para pasar bochornos y miserias que con
mucha facilidad se podían haber remediado... Mi situación es tal que en lugar de
aprender y adelantar en las varias cosas a que me he aplicado, las comienzo a
olvidar por falta de instrucciones, y todo se vuelve distracción y disgusto al verme
tan maltratado por aquellos que creo mis mayores amígos”...52. Como vimos en
la primera parte de este trabajo, a estas fechas los relojeros habían dejado de
pagarle su pensión y educación, por lo que se vio obligado a trasladarse desde
47Carta respuesta de la Biblioteca de los Jardínes Botánicos de Kew al autor, de fecha 22 de Enero de 1992
(Londres).
48pendiente
49pendiente
50pendiente
51Archivo de O’Higgins, p. 6.
52Ibídem, p. 7.
106
E dición conmemorativa del B icentenario
Richmond. Sólo recibía una guinea al mes, de parte de los relojeros, por expresas
instrucciones de su apoderado de Cádiz, como le cuenta a su padre en carta de
enero de 1801...”Yo de mi parte no he recibido más una guinea mensualmente
para pagar de mis gastos menudos, para lo cual tuve orden de don Nicolás, y
ha habido tiempos que no me han dado ni aún para comer...”53. Su situación
debe haber sido muy desesperada, por lo que intuimos del tenor de sus cartas.
Sabemos que don Diego Duff y Bernabé Murphy, comerciantes en Londres,
alguna ayuda le proporcionaron de acuerdo con lo que le informa a su padre en
la misma carta anterior. Pero su tono se hace desesperado cuando le escribe a
un amigo de su edad, sobrino del conde de Maule, diciéndole... “a un hombre sin
dinero, en Inglaterra ni un perro le mira a la cara”...54.
Bernardo alojado en York Street Nº38 en Londres
Habiendo dejado el colegio de Richmond, como hemos visto, tuvo Bernardo
que buscar alojamiento en Londres. Sabemos que los relojeros no le dieron
auxilio y que alojó una noche en casa de Bernabé Murphy, como se lo cuenta
a su apoderado en carta de octubre de 1798... Salí y me refugié en casa del Sr.
Murphy, a quien conozco bien, donde pasé el día sin decirle nada de lo que me
había sucedido (incidente relojeros). Al día siguiente fui otra vez a casa de Mr.
Perkins...”55.
De una nota que le envía don Bernardo a Francisco de Miranda, el famoso
patriota venezolano que conoció en Londres, sabemos que alojaba en una casa
ubicada en la calle York Street Nº 38. La nota dice textualmente: “...Querido
paisano y señor mío: En respuesta a la nota de vuestra merced debo decirle
que con mucho gusto me hallaré con vuestra merced a la hora citada... Su
más afectísimo servidor q.b.s.m...Bernardo Riquelme... York Street N!2 38 A M.
de Miranda Great Pulteney Street”13. Esta nota, cuyo original se encuentra en
el archivo de Miranda, es una fuente de información original para ir tras de esa
dirección56. Vicuña Mackenna nos dice...”el desventurado joven se vio obligado
entonces a ir a llamar a una puerta ajena i caritativa demandando en ella albergue
i sustento, que afortunadamente encontró en la casa del capellán de la legación
de Nápoles que según parece era un Sr. Morini, residente en Londres, Calle York
Nº38...”57.
En conformidad a estos datos se envió una carta al embajador de Italia en
el Reino Unido, para inquirir antecedentes sobre la legación de Nápoles a fines
del siglo XVIII en Londres. El embajador italiano solicitó información al Archivo
Nacional Italiano en Roma, organismo que, a su vez, derivó la petición al Archivo
del Stato de Napoli. Este organismo finalmente envió la información al autor de
este trabajo. Lamentablemente, los antecedentes enviados no mencionan al
capellán Morini ni tampoco la dirección que se buscaba. Supimos, sin embargo,
53Ibídem, p. 16.
54Ob. cit., La corona del héroe, p, 233.
55Archivo de O’Higgins, p. 7.
56Archivo del General Francisco de Miranda, Negociaciones, 1770-1810. Tomo XV, Tipografía Americana.
Caracas, 1838, Junta Directiva de la Academia Nacional de la Historia, p. 169.
57Ob. cit., La corona del héroe, p. 233.
107
R evista L ibertador O’ higgins
que la capilla católica de la legación funcionaba en la residencia de la legación,
la cual se cambió de casa en 1793 en busca de mayor espacio.58 (En Anexo 16,
carta respuesta del Archivo di Stato di Napoli.)
Después de conocido este antecedente, se inició la búsqueda del capellán
Morini en los Archivos Católicos de Londres y en los Diocesanos de Westminster,
sin resultados. Sin embargo, buscando en los Laity Directories (Guías para Laicos,
publicadas en la época), se encontraron dos antecedentes importantes que dan
luces para continuar la investigación. En la Guía para Laicos, de 1805, aparece
un señor Morini como director de un colegio católico en el barrio londinense de
Hammersmith, y en el mismo documento, pero en los correspondientes a 1796,
1798 y 1799, aparece en la lista de capillas donde se puede ir a misa, una capilla
ubicada en York Street Nº 38, Queen Square, Westminster.
Investigando esta capilla de York Street Nº38, se pudo averiguar que en el
Laity Directory de 1979 aparece anunciada de la siguiente manera: “... N°38 York
Street, Queen Square, Westminster.- ‘La necesidad de dar el apoyo suficiente a
esta muy útil institución, debido a que la comunidad católica es muy pobre, ha
inducido al rev. Mr. Flynn a abrir una academia para la educación de un limitado
número de jóvenes caballeros. Los costos son 24 guineas al año y una guinea de
entrada. Pensión completa 40 guineas al año’”58. (En Anexo 17, listado de capillas
original con el aviso).
Con estos antecedentes se buscaron en los Archivos Diocesanos más detalles
sobre la capilla. Así, se encontraron libros escritos sobre los católicos en tiempos
de don Bernardo, y en ellos se pudo encontrar algunos. Mr. Bernard Ward, canon
de Westminister, escribía en 1905...”Ahora cruzamos el Támesis de nuevo, esta
vez por el puente de Wevtminster, y nos encontramos en un barrio muy poblado,
en el cual por mucho tiempo no había habido una capilla permanente, aunque se
habían hecho muchos intentos para instalar una. En 1792, una capilla fue abierta
en York Street, Queen Square, la cual duró siete años y fue cerrada en 1799...”59.
Por su parte, el mismo autor en una obra de 1909, recuerda... “alrededor de
1792, se hizo un esfuerzo para establecer una capilla en Westminster: se arrendó
una casa en York Street, y se arregló una pieza para la celebración de la misa.
Continuó allí por varios años hasta que probó no ser permanente...”60.
Con todos estos antecedentes se visitó la biblioteca del Guildhall de Londres,
en busca de los mapas de la época para ubicar exactamente la dirección. En la
sección especial de mapas y planos se tuvo acceso al plano de Londres publicado
en 1805 y que recoge todos los detalles de las calles de Londres desde 1796,
incluso la numeración de éstas. En este plano se ubicaron 17 calles con el nombre
de York Street, pero solamente una con el N° 38, justamente la que corresponde
a Queen Square en el barrio de Westminster. Actualmente la calle no existe con
el mismo nombre, hoy se llama Petty France. La zona ha sido remodelada y de la
58Laily Directory, 1799 (Guía para Laicos), p. 7.
59Ward, Bemard: Calholic London a Century Ago, London, Catholic Truth Society, 69 Southwark Bridge Road,
S.E. 1905, p. 115.
60Ward, Bemard: The Dawn of the Catholic Revival in England, 1781-1803. Longmans Greenand Co. 39 Pater
Noster Row, London, New York, Bombay and Calcula, 1909, p. 303.
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E dición conmemorativa del B icentenario
época queda solamente un antiguo pub que data de 1760, llamado Adán y Eva61.
(En Anexo 18, copia del plano original con la ubicación de la casa en el N°38.)
De nuestra investigación hasta aquí, puede asumirse que don Bernardo vivió en
York Street Nº 38, ante la existencia de las siguientes evidencias y coincidencias:
- La nota enviada por don Bernardo a Francisco de Miranda, cuyo original
se encuentra en el archivo de Miranda, en Venezuela, en la que establece
claramente su dirección en York Street N°38.
- La existencia de una capilla católica en la misma dirección, y el
funcionamiento de una incipiente academia en el lugar.
- La posibilidad que el señor Morini, que aparece dirigiendo un colegio en
1805, en el barrio de Hammersmith, haya hecho clases o haya dicho misa
en el lugar, o simplemente haya vivido allí como hogar católico.
- La no existencia de ninguna otra calle York con el N°38 en la época.
Esta información se confirmó en la lista del pago de contribuciones en
Westminster, entre 1795-1805, las que se encuentran microfilmadas en la
biblioteca de Marylebone en Westminster, Londres. Además en el propio
plano de Londres de la época.
De estas informaciones podemos deducir que la situación de don Bernardo en
Londres no fue feliz en lo absoluto. Vivía, como hemos podido ver, de la buena
voluntad de los capellanes que hacían misa en la capilla y, como él mismo recuerda
en sus cartas ya citadas, la guinea que recibía apenas le alcanzaba para comer.
Sin embargo, el lugar de la capilla estaba bien ubicado y desde allí podía caminar
sin problemas a las reuniones que mantenía con Francisco de Miranda, en Great
Putieney Street. Sólo tenía que atravesar el Parque St. James y caminar un par
de cuadras para llegar a la casa de Miranda. La buena voluntad de comerciantes
irlandeses le permitieron sobrevivir, como él lo recuerda poco antes de abandonar
Londres: “... y no para pasar bochornos y miserias que con mucha facilidad se
podían haber remediado, a lo que me veo ya casi acostumbrado, y de esto son
testigos en Londres comerciantes de mucho respeto, quienes han sido bastante
generosos para hacer una corta suscripción de dos guineas al mes, al haber sido
informados de mi vida y país y al verme a tantas leguas de mis padres y amigos,
lo cual les es muy raro, pues aquí no creo que hayan conocido otro de Chile que
yo...”. (Carta a su apoderado en Cádiz, del 19 de marzo de 1799.)62.
BERNARDO RIQUELME Y FRANCISCO DE MIRANDA EN LONDRES
Conocida es la relación que hubo entre don Bernardo y el general Miranda,
ampliamente reconocido en los círculos políticos de la época. El detallado
archivo que mantenía Miranda, y que ha llegado hasta nosotros, y las menciones
continuas a éste de don Bernardo, ha hecho que exista una amplia y variada
información sobre este tema. Para los efectos de este trabajo se ha ubicado la
calle donde vivía el general Miranda: Great Pulteney Street. Esta calle existe hoy
61Richard Horwood’s Map and The Face of London, 1799-1819, St. Margaret Westminster. London.
62Archivo de O’Higgins, p. 7.
109
R evista L ibertador O’ higgins
día en el mismo lugar, en el barrio del Soho en Londres. Las características de la
calle han cambiado totalmente y hay nuevos y grandes edificios. De un detallado
análisis de la correspondencia de Miranda entre 1798 y 1808, se pudo constatar
que Miranda vivió en tres lugares diferentes en la misma calle. En el Nº1, en el
N°5 y en el N°13. Asimismo, de esta misma fuente, se pudo establecer que poco
antes que don Bernardo viajara de vuelta a Cádiz, Miranda se cambió de casa a
Queen Charlotte Street Row N°9, Marylebone New Road63. El documento más
importante de este período corresponde a un intento de Memoria que empezó a
escribir don Bernardo y que tituló Memorias Útiles para la Historia de la Revolución
Sud Americana. Este documento fue publicado en el Epistolario de O’Higgins, de
Ernesto de la Cruz, y Vicuña Mackenna se refiere a éste... “en esta frase termina
este interesante trozo histórico, que como dijimos, sólo consta de un pliego de
letra del General O’Higgins...”64.
Don Bernardo nos entrega así interesantes antecedentes de su vida en
Londres en compañía del general Miranda. Escribiendo en tercera persona dice...
“Eran muy pocos los jóvenes de América que en aquella época se educaban
en Inglaterra. El general Miranda se contrae exclusivamente a buscarlos para
instruirlos y probarlos en el gusto del dulce fruto del árbol de la libertad. Elige
entre ellos a su más predilecto discípulo, a O’Higgins, que para su educación
había sido mandado por su padre a una Academia en Inglaterra desde los 14
años de su edad...”. Más adelante continúa, ‘no perdió tiempo Miranda en iniciar
a su discípulo en los secretos de los gabinetes de Europa y de Washington con
respecto a los asuntos de América... Una librería valiosa era el lugar donde se
estudiaba la política de las naciones, dedicando la mayor parte del tiempo en el
arte de la guerra. Y en las largas noches de invierno relataba a sus discípulos
anécdotas de los héroes de la Revolución Francesa, reflexiones sabias para que
ellos recordasen las defecciones que ensangrentaron y sofocaron en la cuna de la
libertad de que debía participar el mundo entero. El general Miranda dio a conocer
a O’Higgins, a los 17 años de su edad, al Embajador de Rusia, al Encargado de
Negocios de Norte América, a la casa poderosa de Turnbull, y varios otros de sus
importantes amigos”65.
De esta evidencia, llaman la atención los datos que da don Bernardo de su
edad, los que, según los antecedentes que se tienen, no estarían correctos. Don
Bernardo a los 14 años aún no había llegado a Inglaterra, y se encontraba en el
colegio en Lima cuando corría el año 179166. Asimismo, la relación con Miranda
se habría iniciado en 1798, año en el cual don Bernardo ya tenía, al menos, 19
años. Antes no pudo haber conocido a Miranda ya que éste se encontraba en
Francia. El propio don Bernardo, al hacer su Memoria, reconoce que el contacto
con los sudamericanos se efectúa después que Miranda regresa de Francia, lo
63Archivo de Miranda, tomos XV y XVII.
64Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 49.
65Archivo de O’Higgins, p. 29.
66Que don Bemardo estaba en Lima en 1792, todos los historiadores que se han dedicado al estudio de su vida
concuerdan. No hay seguridad si llegó a Londres en 1795 ó 1796.
110
E dición conmemorativa del B icentenario
que es a comienzos del año 1798. El archivo de O’Higgins así también lo anota,
cuando en 1811 don Bernardo le escribe a Juan Mackenna67.
El lugar de reunión con Miranda, para escuchar de sus verdaderas lecciones
de historia, era Great Pulteney Street, en los números ya señalados.
Con respecto a los contactos que tiene don Bernardo con importantes
personajes de la época, hay algunos que pueden comprobarse fácilmente. Por
ejemplo, la visita a la poderosa casa Turnbuil. En el archivo de Miranda puede
encontrarse una nota sin fecha, en la que Mr. Turnbull invita a comer al general
Miranda y en ella le agrega que lleve al caballero de Chile, para poder conversar
con él y establecer acaso alguna vinculación comercial. La nota dice lo siguiente...
“My Dear Sir... I was sorry at not having been favord with your company yesterday
to dinner & as we are engaged to dine from home on Tuesday, I will fully expect
to have that Pleasure On Monday, & that you will bring with you the young
Gentleman From Chilli- I wish to have some Conversations, that may be useful in
all Respects. A Mailfrom New York has arrived this morning, so that I fiatter myself
you cannot be kept longer in a State Of Uncertainty- I am always & Sincerely... My
Dr. Sr... Yours... J. Turnbull... Saturday68. La firma Turnbull y Forbes Co. era una
importante y respetable casa comercial, ubicada en el mismo centro de la City
en el Nº 5 de la calle Devonshire Square, Bishopsgate, EC1. Esta información
aparece en el Universal British Directory de 1791. Sin embargo, la comida
sabemos que se realizó en la casa de Mr. Tumbull, de la cual era asiduo Miranda
y que se encontraba ubicada en Broad Strect Nº 42, como consta en una serie de
otras invitaciones en el mismo archivo.
Que don Bernardo era el único chileno del grupo de sudamericanos, no cabe
la menor duda. El propio Miranda lo reconoce en la conocida carta que le escribe
cuando parte de vuelta a España... ignorando enteramente su región, no puedo
formarse una idea sobre la educación, conocimientos y sentimientos de sus
compatriotas; pero por tener menos relaciones con el Viejo Mundo que con las
demás provincias, se me ocurre que son ignorantes y fanáticos. En mis largas
relaciones con sudamericanos, Ud. es el único con que me he encontrado de allá;
no tengo por consiguiente ninguna base para juzgarlos...”69.
Otro interesante documento del archivo de Miranda, que comprueba la
importancia que éste le da a don Bernardo, es la relación de nombres de algunos
comisarios de la América del Sur, venidos a Europa en diferentes épocas, en la
que figura en el Nº 1 “... D. Riquelme - de Santiago de Chile”. Esta lista aparece
en tres partes diferentes del archivo. Junto a don Bernardo aparecen nombres
conocidos en la lucha por la independencia de sus países como Pedro José Caro
de Cuba y el canónigo Vitoria de México, entre otros70.
Las visitas al embajador de Rusia, conde Michel Woronzow, que nos relata
don Bernardo en su intento de Memoria, se realizaron en Harley Street, donde
67Archivo de O’Higgins, pp. 27 y 63 en Memorias útiles a la revolución Sud Americana y Carta a Dn. Juan
Mackenna en 1811.
68Archivo de Miranda, MSS. Tomo XXII
69Archivo de O’Higgins, p. 23
70Archivo de Miranda, p. 104, la información también aparece en folios, 121, 202 y 205
111
R evista L ibertador O’ higgins
estaba ubicada la embajada, conforme a lo publicado en el London Directory de
1792 y a la correspondencia que sostenía el conde con Miranda71. La entrevista
con el duque de Portland, Ministro de Relaciones Exteriores del Reino, que nos
relata Albano, se realizó en Whitehall, donde funcionaba ya desde esa época y
hasta hoy el Foreign Office72.
Don Bernardo también recuerda su presentación al Encargado de Negocios
de Estados Unidos en Inglaterra, Mr. Ruphus King. Esta presentación tiene que
haberse llevado a efecto en la casa que habitaba Mr. King, sede de su país en
Londres. Esta residencia estaba ubicada en la calle Great Cumberiand Place en
el N°1, antecedente que fue posible extractar de las invitaciones y cartas que
muchas veces mandó Mr. King a Miranda en esa época73.
Como hemos visto hasta aquí, pese a los graves problemas económicos
que sufría don Bernardo en esos tiempos, gracias a su relación con el general
Miranda, tuvo la oportunidad de tener una activa vida en contacto con personajes
de alto nivel.
Es interesante destacar el importante papel que cumplía Miranda en Inglaterra
para la causa americana y el acceso fácil que tenía a las autoridades de la
época. Su forma de presentarse nos da una idea de lo que proyectaba. En su
correspondencia a Jefes de Estado, Primeros Ministros y otros se titulaba
“Comisario y Comandante General en lo Militar de las Provincias, Villas y
Ciudades del Continente Hispanoamericano”74. Sabemos que los contactos de
Miranda con don Bernardo duraron casi un año y medio y terminaron cuando
éste abandonó definitivamente Inglaterra. La famosa carta de Miranda a su
pupilo ha sido publicada muchas veces bajo el título de “Consejos de un viejo
sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la Inglaterra para
volver a su propio país”75. Esta carta es una demostración de su influencia en el
joven Bernardo. Sabemos también, por una nota de puño y letra de Miranda en
una carta al, Primer Ministro británico Mr. Pitt, que don Bernardo se ofreció para
ser emisario y comunicar a sus compatriotas la decisión de Inglaterra en cuanto
a su apoyo a la causa de la independencia americana, cuando ya se aprestaba a
abandonar el país75a.
Un mapa de Londres actual (en Anexo 19) nos ayudará a recorrer todos los
lugares que visitó don Bernardo acompañando al general Miranda. No queda
más que reflexionar que este joven chileno debe haber demostrado una especial
capacidad, preparación y entusiasmo, para haber sido considerado, como lo fue a
su escasa edad, por tan importantes personajes.
71Archivo de Miranda, Tomo VI, p. 272.
72Ob. cit., Albano, 1844. pp. 7 y 8.
73Archivo de Miranda, Tomo VI. Cartas de R. King a Miranda, p. 329.
74Archivo de Miranda, Tomo XV, p. 226.
75 Archivo de O’Higgins, Tomo I, p. 23.
75ª Archivo de Miranda, Tomo XV, p. 351.
75b Ob. cit., Balbontín y Opazo, 1964, pp. 104-105.
112
E dición conmemorativa del B icentenario
BERNARDO RIQUELME Y CHARLOTTE EELES
Las fuentes históricas de esta relación
Existen tres antecedenes históricos que nos permiten afirmar una relación
sentimental entre Charlotte Eeles y don Bernardo. El más importante es una carta
que la señora Eeles, esposa de Mr. Timothy Eeles, le envía a don Bernardo en
1823. En esta carta, que estaba depositada en el Archivo Nacional y que no hemos
podido encontrar su original en inglés, la señora M.J. v. de Eeles le decía a don
Bernardo entre otras cosas... “El coronel O’Brien tuvo la amabilidad de visitarme.
Sentí una gran satisfacción por el honor que S. E. me confirió al recordarnos
y manifestar que había estado alojado bajo mi techo... Esta cortesía tendrá mi
gratitud eterna en consideración a ella, me permito suministrarle un retrato breve
de todos nosotros, el que se presenta bastante sombrío, muchos acontecimientos
me han afectado profundamente... Mi inolvidable esposo falleció a la 1.10 P.M.
del día 29 de mayo, pero me queda el consuelo que durante su vida, él logró
actos de gran distinción... Esta crisis fue seguida con la muerte de mi más querida
hija Charlotte, quien no pudo nunca soportar el rudo golpe; el fallecimiento de
su señor padre, agotó su cerebro, y se le declaró en consecuencia una fiebre
nerviosa... Ella rechazó todo ofrecimiento de matrimonio y retuvo hasta el último,
un gran cariño hacia Ud.... Deseándole toda clase de felicidades, quedo de Su
Excelencia su obediente M. J. v. de Eeles. P. D. El coronel O’Brien tomó la pintura
de mi hija (Q.E.P.D.).75b Valencia Avaria, con el documento a la vista, recuerda
un trozo de la misma carta de modo diferente... “Mi muy respetado esposo falleció
en 1810. Su muerte afectó profundamente a Carlota y le causó una fiebre que a
los pocos meses, en Octubre, la llevó también al sepulcro. Siempre rechazó todos
los ofrecimientos de matrimonio, murió soltera en esta ciudad de Londres y hasta
el último momento conservó gran afecto por Ud...”76.
El segundo antecedente son las cartas de O’Brien a don Bernardo, a las
cuales ya nos hemos referido y que se encuentran en el Anexo 12 del presente
trabajo. En estas cartas hay dos menciones a Charlotte que son importantes...
“Mr. Eells (sic) he is long since died at the Iland (sic) of Madeira -his wife is now
living in London Nº100 Crawford Street. -She is very old -bui remembers you
very well- her Daughter Miss Charlotta Eells is also dead very soon after you left
this country. She never married. The nwther said it was her last requesi lo be
remembered lo you-. She was entered at Richmond hill-. I have sent you by the
Ship Sesostros her likeness wich very probably you may remember when you
see ii... (Carta fechada en Londres, abril de 1823.) (... Mr. Eells -hace tiempo que
murió en la Isla de Madeira –su mujer vive ahora en Londres Nº 100 Crawford
Streel. Está muy vieja pero lo recuerda a usted muy bien –su hija Miss Charlotta
Eells también murió muy luego después que usted se fue del país –nunca se casó
y su madre dice que su última petición fue que usted la recordara y fue enterrada
en el cerro de Richmond –le he enviado en el buque Sesostros su retrato que
muy probablemente usted recordará cuando lo vea... ) En una segunda carta,
fechada el 6 de mayo de 1823, le agrega... “I wrote you a few days back by the
ship Sesostros –when I enclosed you in a small case the likeness of your sweet
76Cartas Originales, gentileza Archivo Nacional.
113
R evista L ibertador O’ higgins
heart Miss Charlotte Eels (sic)...” (...Le escribí hace pocos días atrás por el buque
Sesostros –donde le envío en una pequeña caja el retrato de su enamorada Miss
Charlotte Eels... )76.
Finalmente, el otro antecedente es un documento al que se refiere Vicuña
Mackenna y al cual también nos hemos remitido anterionnente. Se trata de una
carta que Vicuña Mackenna dice haber visto en que Mr. Eeles le escribe a don
Bernardo recriminándole por no haberle escrito a él, siendo que ya lo había hecho
dos veces a alguien de la familia77.
Estos antecedentes, que no son del todo congruentes, nos permitieron seguir
algunas huellas, a base de los datos consignados en los documentos. El primer
intento fue la búsqueda de la tumba de Charlotte y los registros de ella. Según la
carta de la señora Eeles, Charlotte fue enterrada en Richmond Hill. Sobre esta
base se hicieron las consultas en Richmond acerca de los lugares en los que se
sepultaba a la gente. Estos eran el patio de la parroquia y una ampliación de éste
en la subida del cerro, que, se deduce, sería el lugar mencionado por la señora
Eeles.
En la Biblioteca de Referencias de Richmond se encontraron los registros
de las tumbas de la parroquia anglicana llamada de Santa Magdalena, donde
también se enterraban católicos, ya que éstos no tenían un lugar especial. En
estos registros se encontraron seis personas de apellido Eeles, Ann, Elizabeth,
Jane, John, Sarah y Thomas. Estas personas fallecieron todas antes de 1788 y
nos permiten deducir que pueden haber estado emparentadas con Charlotte y
también que el apellido era conocido en la zona.
Cuando el espacio se hizo insuficiente en el patio de la parroquia, como hemos
dicho, fue necesario extender el lugar para efectuar los entierros. Este lugar
existe hasta el día de hoy y se denomina Vineyard Passage. Consiste en una
angosta franja de terreno donde se ubicaron las tumbas en tres hileras. Desde
1791 se empezó a enterrar gente en el lugar y hasta aproximadamente 1823.
Lamentablemente el tiempo ha borrado las inscripciones de más de treinta y cinco
de las tumbas, cualquiera de ellas pudiendo ser la de Charlotte78. (En Anexo 20,
copia de los registros de las tumbas de la parroquia de Richmond y plano con la
extensión del cementerio).
Los archivos completos de los bautizos y entierros de las parroquias
anglicanas se encuentran en los archivos de Surrey, en la ciudad de Kingston
upon Thames. En visita a este lugar se inspeccionaron, en detalle, todos los
archivos correspondientes a las sepultaciones en Richmond, sin encontrar huellas
de Charlotte. Se revisó desde el año 1803 hasta el año 1819 y no figura Charlotte.
Ante esta situación, y considerando los antecedentes contradictorios que existen
entre las versiones de la carta de la señora Eeles, de Opazo y de Valencia Avaria,
pueden darse los siguientes casos. Que Charlotte, que murió en Londres, haya
sido enterrada en la misma capital. Que haya sido enterrada en Richmond, sin
que haya sido registrada su tumba en los archivos anglicanos. Que haya sido
77Ob. cit., Vicuila Mackenna, 1860, p. 32.
78Registro de las twnbas de la parroquia de Richmond, facilitado por la Biblioteca de Richmond, correspondiente
a la Parroquia de Santa María Magdalena.
114
E dición conmemorativa del B icentenario
sepultada en Richmond y que su tumba corresponda a alguna de las treinta y
cinco tumbas cuya inscripción el tiempo ha borrado. Nuestra búsqueda en los
pocos registros católicos que han sobrevivido de la época ha sido infructuosa
también.
Poco sabemos de esta joven que murió teniendo en su recuerdo a este
estudiante de Chile. Sólo podemos imaginar, por el paisaje, los paseos que
pudieron hacer los enarnorados. El parque de Richmond a escasos diez minutos
de la casa donde funcionaba el colegio en la calle The Vineyard, y la Terreza de
Richmond, camino hacia el parque donde existía un paseo en pleno Richmond Hill
que dominaba la ciudad y con una excelente vista sobre el curso del río Támesis.
(En Anexo 21, lugares de paseo de Richmond, seguramente visitados por don
Bernardo.)
Sabemos que a la muerte de Mr. Eeles, su mujer y Charlotte se trasladaron a
Londres a la calle Crawford Nº 100. Esta calle existe todavía con el mismo nombre
y el barrio se empezó a desarrollar recién en el año 1770. Todo este sector de
Londres, cercano a nuestra Embajada en el Reino Unido, pertenecía a la rica
familia Portman y específicamente la calle Crawford alcanzó su pleno desarrollo
el año 1820, aproximadamente la misma época en que O’Brien encontró a la
señora Ecles en Londres79. (En Anexo 22, mapa de la época con la ubicación de
la casa de Mrs. Eeles.)
BERNARDO RIQUELME ABANDONA INGLATERRA
Es nuevamente Vicuña Mackenna quien nos recuerda exactamente los
detalles de la partida de don Bernardo desde Inglaterra, país, como sabemos, al
que ya no volvería. “...Su porte era algo menos que mediano, pues su estatura
no pasaba de cinco pies y seis pulgadas, medida inglesa...”. Este dato, agrega
Vicuña, ‘Vué sacado del pasaporte que fué otorgado a O’Higgins por el Duque de
Portland el 25 de Abril de 1799 i que su original tenemos a la vista”80. Fernández
Larraín, en el análisis de las once navegaciones de O’Higgins, asegura que partió
en dirección a Lisboa desde el puerto de Falmouth81. Este puerto se encuentra a
600 kilómetros aproximadamente de Londres, en la costa sur inglesa y a orillas
del Canal de la Mancha.
Toda una experiencia de vida dejó atrás don Bernardo al iniciar su regreso al
continente. Lo vivido no lo olvidaría nunca. El maravilloso paisaje de Richmond, su
relación sentimental con Charlotte, sus amigos del colegio de Timothy Eeles, las
villanías de sus apoderados, sus contactos con Miranda, sus visitas a importantes
personajes del Londres de la época, la nostalgia del hogar lejano, su hogar
temporal en York Street Nº 38, la imponente gran ciudad y a quienes le tendieron
la mano, Mr. Murphy y Mr. Duff. Otros desafíos enfrentaría don Bernardo en el
futuro próximo y su ansiado regreso a Chile lo vería retrasado casi por dos años.
Pero sólo hasta aquí hemos seguido sus huellas... (En Anexo 22a, un mapa de
Londres actual, con la indicación de todos los lugares relacionados con su vida
79Atlas de Londres del Times, 1991.
80Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 54.
81Fernández Larraín, Sergio: O’Higgins, Editorial Orbe, Santiago, Chile, 1974, p. 180.
115
R evista L ibertador O’ higgins
en esta histórica ciudad, ayudará al lector a seguir sus huellas cuando visite
Londres.)
PALABRAS FINALES
Después de más de un año, y ante la eminencia de mi partida de Londres
de vuelta a Chile, este trabajo se termina. Han sido largas horas dedicadas a
seguir las huellas de don Bernardo Riquelme durante su estadía en Londres y en
Richmond. Los resultados serán juzgados por los que tengan la paciencia de leer
este escrito que cumple con difundir, con la mayor rigurosidad posible, las huellas
encontradas.
Las huellas siguen siendo difusas, pero estoy seguro que permitirán a otros
que visiten estos lugares continuar en esta apasionante tarea. Las relaciones
comerciales de Mr. Emmanuelle Spencer y de Mr. Perkins con Nicolás de la Cruz
y el señor Romero son un tema interesante. Sabemos, por lo que hemos dicho,
que eran conocidos fabricantes de relojes y quizás por allí se pueda encontrar su
archivo y saber qué hicieron con las platas que nunca llegaron a manos de don
Bernardo.
Conocemos ahora dónde estaba el colegio de don Bernardo y algunos detalles
de su funcionamiento. Más antecedentes de la familia Eeles pueden estar ocultos
en algún oscuro archivo en espera de ser encontrados.
Sabemos qué pasaba en York Street N° 38 y es posible que en alguna
memoria de la Iglesia Católica, desconocida para nosotros hasta hoy, puedan
haber algunas luces del capellán Morini y más antecedentes de la difícil vida de
los católicos en Inglaterra.
Por los diferentes lugares que hemos podido reconocer a través de las
diferentes fuentes consultadas, podemos caminar hoy por Londres y Richmond
e imaginar los recorridos que hizo don Bernardo en su época. En Londres, sus
visitas a Miranda en Great Pulteney Street, su estadía en el hogar católico de York
Street N° 38, sus entrevistas en la embajada rusa en Harley Street, sus contactos
con la firma Thurnbull y Forbes en el N° 5 de Devonshire Square, las reuniones
en el Ministerio de Relaciones Exteriores en White Hall y sus obligados contactos
con los relojeros en Snow Hill N° 44. También pasar por la calle Crawford NI 100
y recordar el lugar del solitario retiro de la señora Eeles. En Richmond, visitar el
colegio de Mr. Timothy Eeles en la calle The Vineyard, la actual Clarence House
y, desde allí, recorrer el paseo de la terraza en Richmond Hill, luego alcanzar
el parque de Richmond y maravillarse con los cientos de ciervos y venados.
Bajar el cerro y en sus laderas encontrarse con la extensión del cementerio de la
parroquia de Santa María Magdalena y, quizás, encontrar allí la tumba escondida
de Charlotte Eeles. Más allá, reconocer el antiguo embarcadero a orillas del
Támesis, donde seguramente llegó Bernardo por primera vez y luego continuar al
norte y recorrer los Kew Gardens e imaginarse a don Bernardo conversando con
el rey.
116
E dición conmemorativa del B icentenario
Quizás podremos agregar en el futuro, a nuestro paseo, las casas de Bernabé
Murphy y de Diego Duff, ambos irlandeses, que tendieron su mano a don Bernardo
durante su estadía en Londres.
Un profundo sentimiento de admiración hacia la persona de don Bernardo
Riquelme, posteriormente don Bernardo O’Higgins, se despierta al conocer más
de cerca su vida. Solo, lejos de sus seres queridos, en un país extraño, con un
idioma diferente, lleno de peligros, sin los medios mínimos para subsistir, salió
adelante, con voluntad y entereza. Sin lugar a dudas, esta rica y fuerte experiencia
que vivió en Inglaterra lo marcó para siempre y le permitió alcanzar ese lugar
único que tiene en la Historia de Chile.
Los trámites para conseguir la colocación de una placa que recuerde los
lugares donde estuvo, se han iniciado. Con fecha 3 de enero de 1992 se escribió
al jefe de la Oficina de Investigación de la organización denominada English
Heritage. Esta organización es la que autoriza la colocación de las placas;
para ello se debe probar que la persona a la que se intenta conmemorar haya
efectivamente efectuado una importante contribución a la felicidad y al bienestar
de la humanidad y que haya sido tal que merezca ser recordado para siempre. La
organización cuenta con un grupo de investigadores e historiadores que estudian,
en detalle, las solicitudes. Una vez aceptadas, se debe contar con la autorización
de los dueños de la casa para poder instalar la placa. (El modelo de las placas,
que son de cerámica, se encuentra en Anexo 23.) Con fecha 9 de enero de 1992
Mr. Victor Belcher, Head of Sijrvey and General Branch of English Heritage,
contesta una carta diciendo que su organización está muy interesada para que
esta situación se haga efectiva, solicitando a su vez más detalles sobre la vida de
don Bernardo. (En Anexo 24, copia de la carta de Mr. Belcher.) Con fecha 3 de
febrero de 1992 se envía a Mr. Belcher una completa biografía en inglés de don
Bernardo, y algunos de los antecedentes de los dados a conocer en el presente
trabajo.
En conjunto con lo anterior, se ha estado en contacto con los actuales dueños
de Clarence House, en Richmond, lugar donde funcionó el colegio de Mr. Eeles,
quienes han sido muy amables y han dado su aprobación a la colocación de una
placa en su casa recordando a nuestro héroe si English Heritage así lo acepta.
(En Anexo 25, copia de la carta de Mr. Barnfather.)
Esta interesante investigación me ha permitido conocer muy de cerca los
sistemas de bibliotecas, archivos y museos que tiene el Reino Unido. Estos
sistemas, abiertos al público y a los investigadores de todo el mundo, facilitan el
trabajo y permiten preservar en excelente forma un patrimonio histórico mundial
de incalculable valor. Estos sistemas son dignos de ser imitados para, a su vez,
preservar nuestra maravillosa historia.
Al terminar este trabajo, sólo resta agradecer a todas las personas e
instituciones que se dan a conocer en el Anexo 2, las que, en forma absolutamente
desinteresada, entregaron su invaluable ayuda para seguir después de casi
doscientos años las huellas de Bernardo Riquelme...
117
R evista L ibertador O’ higgins
118
E dición conmemorativa del B icentenario
O’Higgins Y MIRANDA
Miguel Castillo Didier1
El joven discípulo de Londres
El tema de las relaciones de Miranda con O’Higgins está presentado, en sus
líneas esenciales, por los dos grandes historiadores chilenos del siglo XIX. Vicuña
Mackenna, en su vida del Capitán General de Chile con el Precursor. Dice del
primero: “Fue él alumno del general Miranda, ese faro casi divino por su altura,
que brilló entre los dos mundos de la América, cuando sumergida la una en las
profundas tinieblas, alzábase la otra en espléndida alborada, reflejando al mediodía
luces de redención i de esperanza”. El historiador dedica a Francisco de Miranda
dos apartados del capítulo II de su obra. Su semblanza biográfica del Precursor
contiene algunos datos que el descubrimiento y publicación de Colombeia han
venido a rectificar. Pero lo importante es que el destacado historiador presenta la
personalidad y la obra de Miranda en sus verdaderas dimensiones y perspectivas.
Al escribir sobre la participación del joven militar caraqueño en la Revolución de
la Independencia de Estados Unidos, como soldado español, expresa: “l en esos
campamentos de la rebelión angloamericana, asaltaron el pensamiento del joven
soldado aquellas magníficas visiones en que contemplaba a su patria alzándose
a su vez i rompiendo sus cadenas. Un siglo no ha pasado todavía; aquel primer
ensueño es ya un hecho inmenso e indestructible; i la América independiente
puede llamarse ahora políticamente el Mundo de Miranda, como llamóse el
Mundo de Colón, cuando fue descubierta y conquistada”.
La amistad de Miranda con el joven Bernardo Riquelme en Londres es
presentada por el historiador, primero como una relación de profesor y alumno y
luego como de maestro y discípulo. “En efecto, el Precursor no tardó en descubrir
que aquel joven, al parecer oscuro, era hijo de un hombre eminente i que además
desempeñaba el empleo más alto en el sistema colonial de España. La activa
mente del patriota venezolano comprendió lo que aquel encuentro podía valer
para sus planes, i como su adolescente discípulo fuera de una índole afable i
de un modesto comporte, tomólo en afección i le prestó desde luego toda su
deferencia i casi su amistad”.
Vicuña Mackenna describe a continuación la escena en que el joven Riquelme
conoció los hechos de Miranda y sus planes independentistas para toda la
1 Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades. Textos del libro “Grecia y Francisco de Miranda”,
pp. 265-274, cuyo autor es el señor Castillo Didier.
119
R evista L ibertador O’ higgins
América española, escena que el propio Libertador de Chile recordó en un escrito:
“Cuando el patriota caraqueño estuvo persuadido de que su amigo era digno de
ser confidente, i cuando había pasado cerca de una año i medio desde su primer
conocimiento personal, resolvióse a contarle los azares de su vida revolucionaria,
los pasos para lo futuro, descorriendo así delante de los ojos deslumbrados de
su entusiasta amigo el panorama de los magníficos destinos de esa América,
patria común de una sola familia que llevaba entonces apellidos diferentes. No es
fácil imaginarse el gozo de aquella alma expansivo i capaz de las más generosas
impresiones. Cuando yo oí, nos dice él mismo en su fragmento citado, aquellas
revelaciones i me posesioné del cuadro de aquellas operaciones, me arrojé en
los brazos de Miranda bañado en lágrimas i besé sus manos. Y luego añade
que, estrechándole aquél con efusión contra su pecho, le dijo estas palabras que
copiamos textualmente: “Si hijo mío, la Providencia Divina querrá que se cumplan
nuestros votos por la libertad de nuestra patria común. Así está decretado en el
libro de los destinos. Mucho secreto, valor i constancia son las égidas que os
escudarán de los lazos de los tiranos”.
El historiador reproduce después el documento que Miranda entregó a
O’Higgins cuando éste en 1799, a los 21 años edad, dejó Londres, escrito que
tituló: “Consejos de un viejo sud-americano a un joven compatriota a regresar de
Inglaterra a su país”. Copiaremos nosotros también más adelante esas páginas,
que debíamos conocer bien todos los chilenos para cobrar más conciencia de
la grande y especial deuda que tenemos con el Precursor, no sólo en calidad
de latinoamericanos, sino por el hecho de que aquél fue el mentor directo del
Libertador de Chile. Veremos cómo el propio O’Higgins afirma esto último en
forma expresa.
Cuando termina la cita completa de aquellos “Consejos...”, añade Vicuña
Mackenna: “Tal fue el pasaporte verdaderamente profético, con que, a la edad
de 21 años, el hijo del virrey del Perú. entró en el asta revolución que se tramaba
contra la monarquía española en las colonias, i en las que él (aquél) por el espacio
de 40 años fue a la vez soldado, caudillo i mártir”
Por su parte, Barros Arana, en el tomo XII de su Historia General de Chile
se refiere así al encuentro de los dos hombres en Londres. “El famoso General
venezolano don Francisco de Miranda que después de una vida llena de
sorprendentes y brillantes aventuras, se hallaba en Inglaterra solicitando el apoyo
de los ministros de Jorge III, para revolucionar la América española, era el centro
y alma de ese movimiento (para independizar al Nuevo Mundo). En torno a él
se juntaban algunos americanos de diversas provincias que recibían de aquel
impetuoso y tenaz propagandista palabras de aliento y consejo sobre la conducta
que debían observar en la revolución que creían cercana, y que por medio de
sus relaciones de amistad, propagaban en las colonias las ideas revolucionarias.
Don Bernardo O’Higgins fue iniciado en esos proyectos. Presentado a Miranda, y
tratado por éste con particular afecto, mereció su confianza, oyó sus consejos y
recibió de él un pliego de instrucciones en que estaba trazado el plan de conducta
que debía seguir en las emergencias políticas próximas a desarrollarse”.
Y comentando los positivos conceptos sobre O’Higgins que estampa Miranda
en ese escrito, añade Barros Arana: “Los acontecimientos posteriores revelan
120
E dición conmemorativa del B icentenario
que las previsiones de Miranda eran por demás fundadas, y que su confianza
en el joven a quien daba esos consejos no iba a ser engañada. O’Higgins, en
efecto, por su perseverancia, por su abnegación, por su patriotismo severo e
incontrastable, por su heroísmo y por su juicio tranquilo y claro, fue sin disputa el
más ilustre a la vez que el más glorioso de los discípulos de Miranda”.
Orrego Vicuña ha evocado también la escena de la revelación de los planes
del Precursor a su discípulo: “Veíanse O’Higgins y Miranda en casa de éste y
allí, al amparo de los libros, debieron franquearse sus almas, sellando entre
ellos un pacto de acero que sería ampliamente cumplido. Durante el invierno
de 1798 prolongáronse esas entrevistas al amor de la lumbre, y mientras en la
chimenea chisporroteaban los leños, el corazón de ambos ardía de esperanza”.
En página testimonial ha contado el prócer chileno el deslumbramiento de la
primera revelación, cuando Miranda descorrió ante el joven el velo de sus grandes
proyectos. “Al oír de labios del Precursor el cuadro de operaciones que traía entre
manos, arrojase en sus brazos bañado de lágrimas”.
Jaime Eyzaguirre, por su parte, recuerda asimismo esta escena y evoca la
cautivante presencia del prócer venezolano. “Desde un principio, Bernardo se ha
sentido subyugado por este hombre de ojos fuertes y mentón fino y puntiagudo,
que más que maestro, parece jefe, caudillo. Y lo halaga verse distinguido por
Miranda ante todos sus compañeros de estudio. Un día el venezolano le habla a
solas y le franquea su secreto: todo un admirable plan de libertad de las tierras de
América. Su voz es persuasiva. Tiene algo de mística y sacerdotal. Y el alma de
Bernardo queda cogida de inmediato como en un puño. Lo que Washington había
hecho en las colonias inglesas era preciso realizarlo en los extensos dominios que
ahora vegetaban bajo la opresión de la dinastía borbónica”. Y añade: “Miranda,
con la ternura propia de un apóstol que ha salvado y conquistado una inteligencia
para la más grande de las causas, le estrecha junto a sí”.
O’Higgins recuerda a su mentor
Posiblemente, al momento de partir a su patria, vía España, O’Higgins era el
más joven de los asociados al vasto plan mirandino. En un documento titulado
“Nombres de algunos Comisarios de Sudamérica”, figura en el número 13 de la
lista: “D... Riquelme, de Santiago de Chile”.
Orrego Vicuña destaca en ambos próceres la consecuencia con los principios
libertarios: “De pocos hombres –dice, refiriéndose al Precursor– podría afirmarse
que supieron ser tan leales a la finalidad de su destino”. Y cuando sigue el curso
de los acontecimientos de 1810, el historiador comenta la difusión en Chile, de
las noticias relativas a la jornada del 25 de mayo en Buenos Aires. “Cuando la
noticia de acontecimientos tan trascendentales llegó a Concepción, el corazón
de O’Higgins debió estremecerse de gozo. Palpitaría en sus venas la fiebre de
nuevas acciones, y su pensamiento hubo de comulgar con el de Miranda. Muy
pronto el discípulo alcanzaría la altura del maestro”.
Sobre el carácter de mentor directo de O’Higgins que tuvo el prócer venezolano,
las palabras de aquél son precisas. El 1º de septiembre de 1828, escribe desde
Montalbán al Almirante Hardy: “A Miranda debí la primera inspiración que me lanzó
121
R evista L ibertador O’ higgins
en la carrera de la revolución para salvar a mi patria”. Con expresiones igualmente
rotundas, O’Higgins había expresado esa idea al Coronel Juan Mackenna,
diecisiete años antes, el 5 de enero de 1811. En carta a su amigo irlandés, le
confiaba que había tenido el temor de verse apresado y enviado al Perú, lo que lo
había sustraído a la acción por la independencia de su país: “No puedo ocultar a
V., sin embargo, cuan doloroso me habría sido el yacer impotente tras las rejas de
los calabozos de Lima, sin haber podido hacer un solo esfuerzo por la libertad de
mi patria, objeto esencial de mi pensamiento y que forma el primer anhelo de mi
alma, desde que en el año de 1799 me lo inspiró el General Miranda. Como tengo
la esperanza de abraza a V. muy pronto, reservo para entonces el referirle cómo
obtuve la amistad de Miranda, y cómo me hice el resuelto recluta de la doctrina
de aquel infatigable apóstol de la independencia de la América española”.
En cuanto al concepto que el Libertador de Chile tuvo del Precursor, las
palabras que hemos citado son elocuentes al respecto. Se ha dicho, incluso, que
quiso escribir una biografía de Miranda, pero que las peripecias de su vida no le
dieron la oportunidad de dedicarse a tal empeño. “Nunca olvidó el discípulo a su
maestro y en los días de ostracismo, cuando sus ojos fatigados por la obra hecha,
que alguna vez debíó parecerle estéril, buceaban en las sombras del recuerdo,
la imagen del Precursor volvería muchas veces a la retina de su espíritu. Y hasta
intentó escribir su vida, según afirma el doctor Albano, pero diversas circunstancias
le malograron el propósito. No importaba. ¿Por ventura no la llevaba escrita en su
propio corazón?”, escribe Orrego Vicuña.
El historiador Jorge lbáñez valoriza el juicio de O’Higgins sobre Miranda,
considerando la época temprana –difícil y turbulenta– en que fue formulado.
Escribe al respecto: “La visión de O’Higgins sobre Miranda adquiere, por ello, la
categoría de un sorprendente juicio, medular y esencial, anticipando por décadas
el marco histórico que valoraría con ponderación al incuestionable padre de la
liberación americana”. Y cita lbáñez a continuación estas palabras del Libertador
de Chile. “Él fue un hombre de extraordinario talento y, a mi humilde juicio, el
llamado a tener el primer lugar en la independencia de América. Miranda fue el
primero que se rebeló a la opresión que había en nuestro continente y el que me
abrió los ojos a la contemplación del degradante estado de mi patria que me hizo
tomar la firme resolución de dedicar mi vida y mí fortuna a la gloriosa tarea de
liberarla de duro yugo bajo el cual estuvo sometida por tantos siglos”.
En lo tocante a la opinión de los grandes historiadores chilenos sobre el
Preculsor, podemos decir que ella ha sido por lo general ajustada a la realidad.
Una desafortunada excepción la constituye Encina, quien en su magna obra
Bolívar y la Independencia de América Española repite, sin documentación,
opiniones negativas hace tiempo superadas y muestra un insistente empeño por
disminuir cualquier mérito del Precursor.
En las expresiones de Vicuña Mackenna, Barros Arana, Orrego Vicuña, Jaime
Eyzaguirre, se refleja sincera admiración por la noble y heroica misión que cumplió
el Precursor. Vimos cómo el primero propone que se llame al continente el Mundo
de Miranda, como antes se le llamó el Mundo de Colón. Orrego Vicuña, por su
parte, a propósito del Pacto de París, de 1797, “dice que la fecha de su firma, el
22 de diciembre, debía ser declarada Día de América Latina”
122
E dición conmemorativa del B icentenario
Este autor valoriza la expedición libertador del “Leandro”. Ella no pudo
conseguir su objetivo pero tuvo una gran significación moral e histórica. Expresa
el historiador: “Pero los tiempos no estaban tan maduros como sus anhelos le
hicieron consentir, y los recursos eran muy insuficientes. Derrotado, se reembarcó,
tornando al centro de su acción sin abatirse. ¿No es admirable esa fe en el
acerado espíritu de lucha, con los atributos de símbolo y modelo sin par?”.
Todos los historiadores citados concuerdan en aquello que resume Orrego
Vicuña cuando escribe. “Fue decisivo en la vida del Libertador chileno su
encuentro con el General Miranda”.
Antes de reproducir los “Consejos...”, queríamos hacer una observación
acerca de la referencia a las lecturas del joven O’Higgins en Londres que hace
Barros Arana. Dice el historiador. “Como recuerdo de su patria, O’Higgins leía
y releía esos dos únicos libros referentes a ella que estaban a su alcance. La
Araucana, de Ercilla, y la Historia de Chile, del abate Molina. Podemos suponer
que el adolescente halló esos libros en la biblioteca mirandina. Allí había dos
ediciones de La Araucana, la de 1586, entonces muy escasa, y la “reciente”
de 1776; allí estaban el Compendio della storia geográfica, naturale e civile del
regno de chíli, 1776, y el saggio sulla storia naturale del chisi, 1782, obras que
el Precursor había leído y hasta citado en documentos suyos. La suposición
que hacemos puede relacionarse con el hecho, conocido positivamente, de que
gracias a la biblioteca mirandina, aprendió Andrés Bello la lengua griega. Y como
tendremos oportunidad de exponerlo más adelante, también en el caso del sabio
venezolano-chileno, podemos pensar que sus primeros contactos con el Poema
del Cid se produjeron en la casa de Miranda y que las ideas iniciales de lo que
serían sus pioneros estudios sobre esa obra y sobre la épica castellana surgieron
cuando leyó la edición que el Precursor tenía de la Colección de poesías
castellanas anteriores al siglo XV de Tomás Antonio Sánchez, 1779.
Gonzalo Bulnes dedica bellos capítulos a Miranda y a Nariño en la sección
sobre los precursores de su obra 1810: Nacimiento de las repúblicas americanas.
A pesar de que no alcanzó a conocer el Archivo antes de escribir su libro, sus
juicios sobre Miranda son justicieros. Reconoce que “su gran personalidad está
lejos de ser bien conocida todavía y los rasgos de mayor interés de su vida
para la historia de este continente, permanecen en la oscuridad”. Lo primero,
desafortunadamente, sigue siendo cierto en buena medida; lo segundo ha
sido superado con la abundancia documental abrumadora proporcionada por
Colombeia, que se empezó a publicar en 1929, el año en que editó la obra Bulnes.
El historiador habla sobre la unidad hispanoamericana propiciada tempranamente
por el Precursor. “La nueva nación que Miranda concebía era toda la América
hispana, desde California hasta el estrecho de Magallanes, formando un solo
Estado. Los abrazaba a todos con el nombre de Colombia, en su inmenso amor
por la libertad”. El “Pacto de París” lo considera como una fantasía llevada al
delirio, pero no creemos que lo hace dando a este término su peor sentido, pues
dice de aquel documento: “pliego extraño que es la ilusión, inconmensurable de un
gran patriota, de un proscrito, de un aventurero de la libertad que vivía soñando,
de un hombre que no pisaba la realidad cuando pensaba en estas patrias libres
de Sudamérica ocupando un lugar soberano a la luz del sol en el concierto del
123
R evista L ibertador O’ higgins
mundo”. Es lo que ha sucedido con los más nobles sueños concebidos para
elevar la condición de la humanidad.
Y hermosas son las palabras que dedica Bulnes al sentido de la vida de
Miranda y a su trágico final: “Lo que domina en la de Miranda es la perseverancia,
la fe blindada contra todas las decepciones, que también es la nota saliente en la
carrera de Bolívar. Fue un gran visionario ‘. Su pensamiento vagaba en las alas
de la fantasía, contemplando entusiasmado los espacios infinitos de una América
ennoblecida por la libertad. A este anhelo lo sacrificó todo, y esto que resulta en
la primera parte de su carrera, culmina en el resto de ella y en su fin, cuando cae
en La Guaira en 1812, rendido por el destino adverso, y muere tres años (cuatro)
después atado a una cadena en una hórrida prisión española”.
Los consejos a un joven amigo
He aquí el texto de los “Consejos...”:
Mi joven amigo:
“El ardiente interés que torno en vuestra felicidad me induce a ofrecemos
algunas palabras de advertencia al entrar en ese gran mundo en cuyas olas yo he
sido arrastrado por tantos años. Conocéis la historia de mi vida, y podéis juzgar si
mis consejos merecen o no ser oídos”.
“Al manifestaras una confianza hasta aquí ilimitada, os he dado pruebas de
que aprecio altamente vuestro honor y vuestra discreción, y al trasmitimos estas
reflexiones os demuestro la convicción que abrigo de vuestro buen sentido, porque
nada puede ser más insano, y a veces más peligroso que hacer advertencia a un
necio”.
“Al dejar la Inglaterra, no olvidéis por un solo instante que fuera de este país,
no hay en toda la Tierra sino otra nación en la que se pueda hablar de política,
fuera del corazón probado de un amigo, y que esa nación es la de los Estados
Unidos”.
“Elegid, pues, un amigo, pero elegidie con el mayor cuidado, porque si os
equivocáis sois perdido. Varias veces os he indicado los nombres de varios
sud-americanos en quienes podrías reposar vuestra confianza, si llegarais a
encontrarlos en vuestro camino, lo que dudo porque habitáis una zona diferente”.
“No teniendo sino muy imperfectas Ideas del país que habitáis, no puedo daros
mi opinión sobre la educación conocimientos y carácter de vuestros compatriotas,
pero a juzgar por su mayor distancia del Viejo Mundo, los creería los más
ignorantes y los más preocupados. En mi larga conexión con Sud-América, sois
el único chileno que he tratado, y por consiguiente no conozco más de aquel
país que lo que dice su historia, poco publicada, y que la presenta bajo luces tan
favorables”.
“Por los hechos referidos en esa historia, esperaría mucho de vuestros
campesinos, particularmente del Sur, donde, si no me engaño, intentáis establecer
vuestra residencia. Sus guerras con sus vecinos deben hacerlos aptos para las
124
E dición conmemorativa del B icentenario
armas, mientras que la cercanía de un pueblo libre debe traer a sus espíritus la
idea de la libertad y de la independencia”.
“Volviendo al punto de vuestros futuros confidentes, desconfiad de todo hombre
que haya pasado de la edad de 40 años, a menos que os conste el que sea amigo
de la lectura y particularmente de aquellos libros que hayan sido prohibidos por
la Inquisición. En los otros, las preocupaciones están demasiado arraigadas para
que pueda haber esperanza de que cambien y por que el remedio es peligroso”.
“La juventud es la edad de los ardientes y generosos sentimientos. Entre los
jóvenes de vuestra edad encontraréis fácilmente muchos, prontos a escuchar y
fáciles de convencerse. Pero, por otra parte, la juventud es también la época de
las indiscreción y de los actos temerarios: así es que debéis tener estos defectos
en los jóvenes, tanto como la timidez y las preocupaciones en los viejos”.
“Es también un error creer que todo hombre porque tiene una corona en la
cabeza o se sienta en poltrona de un canónigo, es un fanático intolerante y un
enemigo decidido de los derechos del hombre. Conozco por experiencia que en
esta clase existen los hombres más ilustrados y liberales de SudAmérica; pero
la dificultad está en descubrirlos. Ellos saben lo que es la Inquisición y que las
menores palabras y hechos son pesados en su balanza, en la que, así como se
concede fácilmente indulgencia por los pecados de una conducta irregular, nunca
se otorga al liberalismo en las opiniones.
“El orgullo y fanatismo de los españoles son invencibles. Ellos os despreciarán
por haber nacido en América y os aborrecerán por ser educado en Inglaterra.
Manteneos, pues, siempre a larga distancia de ellos”.
“Los americanos impacientes y comunicativos os exigirán con avidez la
relación de vuestros viajes y aventuras, y de la naturaleza de sus preguntas
podréis formaros una regla a fin de descubrir el carácter de las personas que os
interpelen. Concediendo la debida indulgencia a su profunda ignorancia, debéis
valorizar su carácter, el grado de atención que os presten y la mayor o menor
inteligencia que manifiesten en comprendemos, concediéndoles o no vuestra
confianza en consecuencia”.
“Nos permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la
desesperación, pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis
en la impotencia de servir a vuestra patria”.
“Al contrario, fortaleced vuestro espíritu con la convicción de que no pasará
un solo día, desde que volváis a vuestro país, sin que ocurran sucesos que os
llenen de desconsolantes ideas sobre la dignidad y el juicio de los hombres,
aumentándose el abatimiento con la dificultad aparente de poner remedio a
aquellos males”.
“He tratado siempre de imbuirle principalmente este principio en nuestras
conversaciones y es uno de aquellos objetos que yo desearía recordamos, no
sólo todos los días sino en cada una de sus horas”.
“¡Amáis a vuestra patria! Acariciad ese sentimiento constantemente, fortifícadlo
por todos los medios posibles, porque sólo a su duración y a su energía deberéis
el hacer el bien”.
125
R evista L ibertador O’ higgins
“Los obstáculos para servir a vuestro país son tan numerosos, tan formidables,
tan invencibles, llegaré a decir que sólo el más ardiente amor por vuestra patria
podrá sostenemos en vuestro esfuerzos por su felicidad”.
“Respecto del probable destino de vuestro país ya conocéis mis ideas, y aun
en el caso de que las ignoréis, no será éste el lugar a propósito para discutirlo”.
“Leed este papel todos los días durante vuestra navegación y destruido
en seguida. No olvidéis ni la Inquisición, ni sus espías, ni sus sotanas, ni sus
suplicios”.
Francisco de Miranda
Comentando los consejos dados por el Precursor a O’Higgins, escribe Orrego
Vicuña “Llama la atención en esta página, el espíritu hondamente realista mostrado
por Miranda, y se advierte el afecto casi paternal que lo animaba hacia el joven
discípulo. Llevólo éste junto al corazón y, según se cuenta, lo conservó toda su
vida pública. A sus directivas se conformó en el tiempo que permaneció en España
en contacto secreto con los afiliados a la Gran Reunión, especialmente con los
canónigos Cortés de Madariaga y Fretes. Y los principios fueron observados, en
lo medular, hasta la hora última”.
El Precursor y el Abate Molina
Antes de cerrar esta sección, quisiéramos recordar que la obra del Abate
Molina fue leída, citada y hasta regalada en ocasión importante por el Precursor.
En mayo de 1790, en una exposición presentada al gobierno inglés en la
persona del Ministro William Pitt, colocó Miranda diversas notas con el objeto de
reforzar sus argumentos a favor de la acogida por parte de Gran Bretaña de su
plan independentista. Una de las notas consiste en una cita del libro del Abate
Molina, identificado así “Historia naturale del Chile, Bologna, 1782, página 333”.
Este es el párrafo que transcribe el Precursor, fragmento que resulta emocionante
leer. Con las palabras del sabio sacerdote desterrado, quería el General de la
Revolución Francesa hablar de la población de uno de los países de su “amada
Colombia”, el más lejano, el cual –no lo dudaba– entraría en la revolución por la
independencia.
“El hombre goza de todo el vigor que pueden suministrarle las bondades
de un clima inalterable. Una tardía muerte viene, en general, a cortar el largo
discurrir de sus días. Los de origen europeo son en su mayoría de bella estampa,
especialmente las mujeres muchas de las cuales se encuentran dotadas de una
singular belleza”.
Con esas palabras presentaba Miranda a los chilenos ante las pragmáticas
autoridades inglesas, que más de una vez sonreirían ante los argumentos del
prócer, como más de una vez desmintieron las esperanzas que habían dado
de ayudar a la causa hispanoamericana. En el mismo documento a que nos
referimos, Miranda utiliza expresiones de Feijoo para ponderar las cualidades de
los habitantes del continente colombiano. “La cultura en todo género de letras
126
E dición conmemorativa del B icentenario
humanas, entre los que no son profesores por destino, florece más en la América
que en España”.
Volviendo al libro del ilustre sacerdote chileno, éste reaparece en los papeles
mirandinos en un momento muy importante para la lucha por la libertad de
América. En los días de enero de 1806, el Precursor vive agitadas y febriles
jornadas en Estados Unidos. Están finalizados los preparativos para el zarpe
de su expedición libertadora. El 13 de diciembre de 1805 se ha entrevistado
con el Presidente Jefferson, el cual ha mostrado cierta disposición favorable.
De hecho las autoridades norteamericanas no han puesto mayores obstáculos
a los preparativos de Miranda. Este quiere hacer una especie de constancia
autoconstancia de que el mandatario aprueba en cierto modo su actuación. Para
eso, le envía un regalo y una carta en la que alude a la entrevista. La edad de
oro soñada por los antiguos y el lejano Chile son menciones que hallamos en
este texto. Aquella estará presente, pocos días después, en las disertaciones
que dirigirá Miranda a los bisoños reclutas de su “ejército sudamericano”. En sus
lecciones a los jóvenes soldados no faltan las alusiones a los pueblos antiguos, a
la gloria de los griegos, y la visión de una futura grandeza. Biggs nos cuenta algo
sobre aquellas conferencias. “Para usar su propio lenguaje –nos dice el marino–,
él abomína de la tiranía; detesta a los truhanes; aborrece a los aduladores, odia
el engreimiento y se lamenta de la diabólica corrupción de los tiempos modernos.
Ama la libertad, admira el candor y la sinceridad, estima a los sabios y sensatos,
respeta la humanidad y se deleita en aquella noble y hermosa integridad y buena
fe que distinguió la edad de oro de la antigüedad”.
El relato de Biggs sobre las enseñanzas de Miranda y sus discursos ante los
rudos seres reclutados como marinos de la libertad, no puede dejar de traer a
la memoria aquel discurso famoso de Don Quijote ante los cabreros: “¡Dichosa
edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombres de
dorados...!”
Pero el visionario Precursor no sólo habla de “Edad dorada” a hombres rudos
y rústicos. Tratando de conseguir apoyo y esforzándose por dejar constancia en
una carta suya de una opinión del Presidente de Estados Unidos, que pueda servir
para sus propósitos, escribe a Jefferson, como decíamos a comienzo de 1806,
poco antes de partir. La misiva tiene dos partes. La primera, destinada a hacer
llegar un obsequio. ¡Un libro! Un libro sobre un país de América, de la Colombia
a la que anhela ver libre. En la segunda parte, se trata de recordar y dejar escrita
una actitud del Presidente: el deseo que había expresado en reunión con Miranda
de que el empeño libertador tuviera éxito. La idea de la “edad dorada” –que
volverá a vivirse en Colombia libre– aparece con elocuencia breve, pero exaltada,
y se expresa con los mismos clásicos versos de Virgilio.
Conmueve leer este texto y meditar sobre él. ¡Cuánta pasión cuánto amor
por la patria americana hay tras esas líneas; cuántos años de esfuerzos! Y
observamos detenidamente es verdad que el revolucionario busca apoyo del país
a cuya libertad él también contribuyó; pero no deja de hacer constar que “el futuro
luminoso de Colombia surgirá por los generosos esfuerzos de sus propios hijos”.
Pero releamos ya esta carta a Tomás Jefferson.
127
R evista L ibertador O’ higgins
“Nueva York, enero 22,1806. Señor Presidente tengo el honor de enviarle la
Historia Natural y Civil de Chile, sobre la cual conversamos en Washington; Usted
quizás podrá encontrar más interesantes hechos y más grandes conocimientos
en este pequeño volumen, que en aquellos que han sido publicados antes sobre
el mismo tema concerniente a este bello país.
Si alguna vez la feliz predicción que usted ha hecho sobre el futuro de nuestra
querida Colombia se cumple en nuestro día, quiera la Providencia conceder que
fue bajo los auspicios de usted y por los generosos esfuerzos de sus propios
hijos. Podremos, entonces, en alguna forma contemplar la llegada de aquella
edad cuyo retorno invocaba el bardo romano a favor de la raza humana:
Última Cumaei venid iam carminis aetas, magnas ab integro saeclorum
mascitur ordo. Iam redid et virgo, redeunt Saturnia regna, lam nova progenies
caelo demittitur alto. Llegada es ya la postrera edad que anunció la Sibila de
Cumas, renace la serie toda de los siglos, ya retorna la Virgen y vuelve el reinado
de Saturno, ya desciende del alto cielo una nueva generación.
Con mi mayor consideración y profundo respeto, etc.
Así, en un libro, escrito por un desterrado chileno en la lengua hermana, la del
país que le dio hospitalidad –libro entonces reciente– y en cuatro versos del mayor
poeta clásico latino, quiere el Precursor comunicar su fe y su pasión en el destino
de América. La majestad de la lengua virgiliano en los proféticos acentos de su
IV Egloga quiere referirse sobre la descripción que en italiano hace un escritor
criollo de su país, el más remoto de América. Lo antiguo y lo nuevo; lo clásico
y lo actual: todo al servicio de la libertad para América. Como en sus anteriores
conversaciones con el futuro libertador O’Higgins, siete u ocho años antes,
también ahora, en el momento decisivo en que se lanzaba Miranda a desafiar al
Imperio español, estuvo presente en Chile.
128
E dición conmemorativa del B icentenario
INFLUENCIA DEL MAESTRO SOBRE EL DISCÍPULO:
EL PAPEL DE MIRANDA Y O’HIGGINS
EN LA SINGULARIDAD DEL CASO CHILENO
Y DE SU GOBERNABILIDAD
Christian Ghymers1
INTRODUCCIÓN
Para lograr plenamente sus metas, el bicentenario de Chile tiene que apuntar a
ser también un gran esfuerzo colectivo de entendimiento crítico de su pasado. En
Chile, como en los otros países hispanoamericanos, la historia de la emancipación
colonial está envuelta en las epopeyas militares que sirvieron para mitificar a unos
personajes identificados con la emergencia de los nuevos países y que forman
parte de las componentes fundamentales de las culturas e identidades de los
países latinoamericanos.
Dado este hecho cultural y sociopolítico que pesa tanto en la psicología
colectiva de los pueblos latinoamericanos, es sumamente difícil (y arriesgado)
destapar el púdico velo que oculta o sesga el análisis del papel más decisivo
de los libertadores en las características de gobernabilidad de los países.
La presente contribución trata, sin embargo, de abrir un debate sobre esta
problemática de las relaciones entre el tipo de gobernabilidad y el ideario político
de los próceres, al localizar la atención sobre dos personalidades que según
nuestras hipótesis, desempeñaron un papel decisivo en la explicación de la
singularidad del caso chileno. Lo interesante en este caso, es que la, mayor parte
de los países hispanoamericanos lograron su independencia y se crearon como
Estado en forma casi simultánea y a partir de la misma herencia institucional y
cultural. Eso confiere un alto grado de comparabilidad entre países, al limitar las
posibles explicaciones de la singularidad del caso chileno en relación a los otros
países creados a partir de la emancipación. La muestra considerada prescinde
de muchos factores que interfieren en comparaciones internacionales cuando los
países son de origen y formación mucho más diferentes.
1 Economista, Consejero de la Comisión Europea, en comisión de servicio en la CEPAL, Naciones Unidas.
Profesor del Institut Catholique des Hautes Etudes Comerciales (ICHEC) de Bruselas, Miembro de número del
Instituto O’Higginiano de Chile. El autor se expresa a título exclusivamente personal y las ideas expresadas
no involucran de ninguna manera a las instituciones por las cuales trabaja.
129
R evista L ibertador O’ higgins
Nuestra tesis acerca de la existencia de un nexo importante entre los
Libertadores y el funcionamiento institucional de un país puede sintetizarse
mediante el silogismo siguiente, cuya conclusión tiene un grado de validez
directamente proporcional a la de sus premisas:
1. El éxito económico de un país y su desarrollo dependen estrechamente de
la calidad de su gobernabilidad, que a su vez depende de su cultura política
y de las instituciones básicas que dan cohesión a su sociedad.
2. Los Libertadores contribuyeron profundamente a la formación de las
identidades nacionales y de la cultura política, de las cuales emergieron las
instituciones básicas de sus países.
3. Por lo tanto, debería existir un nexo indirecto significativo entre los
Libertadores y el modo de gobernabilidad o de desarrollo de un país, lo que
implica que sea imprescindible analizar más a fondo el pensamiento político
y constitucional de estos fundadores.
Un índice a priori significativo de la pertinencia de nuestro silogismo, está dado
meramente por el hecho de que los próceres han sido y siguen siendo usados
con fines políticos en Hispanoamérica. En el caso chileno, llama especialmente
la atención el conflicto que se mantiene, incluso hoy día, entre o’higginianos y
carrerinos para reivindicar para su héroe el papel de Libertador.
El presente trabajo se limita al caso chileno que presenta precisamente
el interés de ser diferente de los otros casos latinoamericanos, lo que merece
una explicación. Para eso, proponemos poner en evidencia el papel crucial que
O’Higgins desempeñó en la construcción de la institucionalidad democrática
chilena y relacionar este papel con algunos aspectos del ideario mirandino y de la
capacitación que el primero recibió en Londres del precursor de la emancipación
latinoamericana. De tal manera tratamos de participar en el proceso de
interrogación y reexamen del pasado nacional y latinoamericano que podría
útilmente contribuir al progreso de la cohesión social.
EL CASO CHILENO: DOS SIGLOS DE PECULIARIDADES,
UN RECORRIDO SINGULAR QUE REQUIERE UNA EXPLICACIÓN
Chile inició su recorrido independiente partiendo con un atraso importante en
comparación con las otras regiones o capitanías. Era el reflejo de su aislamiento
geográfico, de sus insuficiencias en materia de infraestructura, de una guerra
permanente contra los araucanos, de la ausencia de riqueza concentrada y de
centros urbanos o intelectuales mayores, siendo la capital una ciudad con carácter
provinciano, casi “rural”. También la expulsión de los 360 jesuitas en 17672 privó a
Chile de un importante capital humano propio que no se había podido reconstituir
cuando estalló la independencia y los conflictos internos que agravaron su
handicap inicial.
2 Sobre los 2.617 jesuitas expulsados de Hispanoamérica se da una proporción mayor en Chile, según Vicens
Vives, citado por Jocelyn-Holt en La Independencia de Chile, Planeta, 2ª edición, Santiago 1999, p. 69.
130
E dición conmemorativa del B icentenario
Sin embargo, en reacción a estas condiciones adversas se nota, desde el fin
del siglo XVIII, la emergencia de una conciencia creciente de la necesidad de una
política de desarrollo autónomo. La administración borbónica concibió “al Estado
como un agente activo estimulador y creador de riqueza”3. Este “voluntarismo”
local para organizar el desarrollo de una región marginal y encaminarla hacia
el progreso, se nota, por ejemplo, en los esfuerzos de creación de instituciones
básicas propias, como los tribunales consulares que fomentaban las actividades
económicas, la Universidad de San Felipe y la Academia San Luis, que dieron a
la Capitanía unas herramientas de formación de su identidad.
Para dar una idea sintética de la posición relativa de Chile en América Latina,
desde el punto de vista de su nivel de desarrollo económico y de su recorrido
histórico en dos siglos de independencia, construí tres índices nivel de producción
por habitante en Chile, comparado respectivamente América Latina, Europa y las
nuevas economías emergentes anglosajonas (EE.UU., Canadá, Australia, Nueva
Zelanda)4. Partiendo de los datos reconstruidos por Rolf Lüders y su equipo de
la Pontificia Universidad Católica para Chile5, y empalmándolos con los niveles
de poder adquisitivo estimados a fines de comparación internacional por Angus
Maddison6, dividí el nivel del PIB por habitante en Chile por los niveles del PIB por
habitante de las tres regiones de referencia (calculados también por Maddison).
Los indicadores sintéticos así obtenidos nos dan la posición de desarrollo relativo
de Chile durante los dos siglos observables desde la independencia, como
aparecen en el gráfico.
El examen del indicador de la posición relativa de Chile en América Latina
permite distinguir cuatro grandes períodos en los dos siglos así representados.
1. La emergencia: 1817-1880.
Partiendo con un retraso del orden del 25% con respecto al promedio del
imperio colonial, Chile logra un despegue espectacular que le permite adelantar
al resto de la región a partir de 1840 y acumular un avance del orden del 75%
a fines del período. Este despegue corresponde también a una reducción de
su retraso respecto a Europa y las economías anglosajonas. Eso resulta de la
implementación en Chile de instituciones estables, favorables al desarrollo de los
mercados y a la apertura progresiva, con un Estado emprendedor y apoyando a
las empresas.
2. La economía de renta y el estancamiento: 1890-1920
La importancia de las rentas mineras (salitre) después de la Guerra del Pacífico
se tradujo en el llamado “síndrome holandés”, es decir, una sobre evaluación
monetaria. Además, el fenómeno de pérdida de competitividad se vio empeorado
3 Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit. pp. 66-67.
4 Christian Ghymers, “Le modèle économique chilien”, mimeo, curso del “Master in Intercultural Management,
MIME”, ICHEC, Bruselas, 1997.
5 Para los datos chilenos, usé las series creadas por el equipo de Rolf Lüders y Gert Wagner, Pontificia
Universidad Católica, Santiago, 1997.
6 Para la mayoría de los datos internacionales utilizados ver Angus Maddison, “Monitoring the Worid Economy
1820-1992” Development Centre Studies, OECD, 1995.
131
R evista L ibertador O’ higgins
por la inflación, resultado del proteccionismo y del intervencionismo creciente
que respondía a las dificultades, creando más distorsiones potenciales. Chile
no progresa más respecto a la región y empieza a perder terreno en relación a
las economías más avanzadas, salvo respecto a Europa, que es afectada por el
impacto de la Primera Guerra Mundial.
3. El populismo y la divergencia: 1920-1973
El círculo vicioso del crecimiento insuficiente que induce más intervencionismo,
creando más distorsiones y más desequilibrios macroeconómicos lleva a Chile al
camino de respuestas políticas aún más radicales. La crisis mundial de los años
treinta fomenta el proteccionismo y los experimentos de políticas. En las décadas
siguientes diversos intentos de políticas alternativas fracasan o no permiten
revertir la caída relativa de la economía chilena. El experimento socialista de la
Unidad Popular cierra el proceso, con la posición relativa de Chile alcanzando un
nivel inferior a su punto de partida en 1920. Eso atrapa a Chile en una profunda
crisis política y social que divide el país y acaba con la democracia y el orden
constitucional.
4. La recuperación: 1984-2000
Bajo un régimen militar y después de diez años de ajuste difícil (1974-1983)
Y con reformas drásticas y errores, una economía social de mercado, regulada
según normas anglosajonas, emerge y permite una espectacular recuperación de
los niveles anteriores.
LA TESIS DE LA SINGULARIDAD DE LA Emancipación CHILENA
Esta digresión macroeconómica permite evaluar el significante despegue de
la economía chilena, a partir de su emancipación política en relación al resto de
América Latina. Lo interesante en el caso, es que la mayor parte de los países
lograron su independencia y se crearon como Estado en forma casi simultánea, a
partir de la misma herencia institucional y cultural y siguiendo procesos semejantes.
Si bien es obvio, para los historiadores y economistas, que el despegue chileno
está relacionado con la temprana y singular estabilidad política que Chile había
logrado, las explicaciones de las razones de este doble fenómeno de adelanto
son menos obvias, o, por lo menos, escasas.
Nuestra tesis consiste en aplicar el silogismo presentado en la introducción: en
la medida en que podamos identificar diferencias significativas en los aportes de
los próceres Miranda y O’Higgins en relación a los otros próceres, y en la medida
en que estos aportes pudieron traducirse en las instituciones chilenas, la tesis de
una deuda de Chile hacía el dúo Miranda-O’Higgins, que hubiera orientado desde
el inicio las instituciones chilenas en la dirección favorable al desarrollo, tomaría
sentido.
La independencia de Hispanoamérica se realizó en un contexto de
superposición de guerras: una guerra externa para lograr la emancipación de
la Madre Patria, y otras internas a la sociedad criolla americana para llegar a
132
E dición conmemorativa del B icentenario
una organización institucional sustentable, es decir, fijar los nuevos Estados y
sus opciones de gobernabilidad. Además de una guerra de descolonización, la
emancipación hispanoamericana fue también una serie de guerras civiles, sobre
todo entre liberales y absolutistas, pero también entre caudillos o entre diferentes
tendencias para ejercer el poder. Es importante recalcar que la emancipación
no se puede reducir a una guerra de “criollos liberales” frente a “españoles
realistas”, como lo presenta la versión mítica popular, sino que, en ambos lados
del Atlántico, fue sobre todo la lucha entre el deseo emancipador de democracia
contra el poder aplastante de la tiranía del régimen absolutista. La Junta de
Sevilla y el movimiento de resistencia a la usurpación del trono por Bonaparte
fueron dirigidos por el liberalismo peninsular que llamó a los criollos a unirse al
movimiento (diciembre de 1808 y enero de 1809). Lo que implicaba una ruptura
del régimen político, con la aplicación del concepto de soberanía popular y las
elecciones de representantes al Congreso Constituyente de Cádiz y a las Cortes.
El trabajo constitucional que produjo el Código Político de 1812 (la Constitución
liberal de Cádiz) fue el resultado tanto de peninsulares como de criollos, que
juntos defendieron la introducción de principios democráticos fundamentales. A
esta lucha entre liberales y absolutistas se agregó, desde 1809, un debate político
entre liberales peninsulares y liberales criollos. Los representantes americanos
sostenían, con razón, que eran jurídicamente súbditos de Fernando VII y no de
los españoles peninsulares, sus reinos estando vinculados a la monarquía y no al
gobierno de España, en tanto que la Junta Central, el Consejo de Regencia y las
Cortes pretendían gobernar y legislar para ambos lados del Atlántico.
La revolución de los criollos americanos fue así una consecuencia de la guerra
en España, que ofrecía la ocasión “forzada” de asumir el absoluto control político
y económico de sus provincias. Los criollos no podían obedecer a un usurpador
extranjero (José Bonaparte), ni a un rey prisionero (Fernando VII), ni tampoco a
los españoles en lucha (la Junta Central y el Consejo de Regencia). Esta última
opción hubiera significado, en los territorios americanos, reforzar el poder de
la clase minoritaria de los funcionarios españoles sobre la aristocracia criolla, y
agudizar así el problema de desigualdad entre peninsulares y americanos que
daba origen al afán autonomista. Sin embargo, la fórmula generalmente elegida
de ruptura con la metrópoli, mediante juntas de gobierno autónomas pero súbditas
del rey cautivo, quitaba el poder a los residentes peninsulares, agudizando el
conflicto de intereses entre estos dos componentes de la clase dominante. Eso
explica que, en varios casos, la guerra de emancipación fue una guerra civil entre
estos dos bandos.
Además, esta guerra de independencia política tomó distintas orientaciones.
Con la autonomía, los ricos criollos de las provincias con mayoría de mestizos,
indios, pardos y esclavos enfrentaban el riesgo de perder sus privilegios, al
no poder contener las crecientes demandas de participación de otros grupos
sociales. Los ejemplos de los excesos de la Revolución Francesa y de las más
cercanas experiencias de Coro (1795) y de Haití (1802) ejercen sobre ciertas
provincias (México, América Central, Venezuela, Perú y Alto Perú), un efecto de
cohesión en los dos bandos por temor al cambio social. En La Paz, en 1809, y
sobre todo en México, de 1810 hasta 1815, fue una revolución social y racial de
los indios y mestizos en contra de los terratenientes blancos. En otras partes fue
133
R evista L ibertador O’ higgins
más bien esta lucha para aprovecharse del poder entre dos facciones de la clase
dominante, y no siempre los criollos independentistas fueron liberales, sino que
a veces obedecieron a tendencias conservadoras por temor a perder su dominio
social. Tanto se trataba de acabar con la explotación colonial, como a oponerse a
las opciones políticas tomadas por el régimen español en la península, sea porque
ésta volvió al absolutismo (Chile, Venezuela, Río de la Plata, 1814-1820), sea
para impedir el cambio social cuando España se volvía liberal y demócrata (1820,
México y Centroamérica). En España, esta vuelta en 1820 a la Constitución de
1812 estuvo ligada al rechazo, por parte del Ejército, de las órdenes de marchar
a aplastar las revoluciones americanas (Rafael de Riego), quien encabezó la
revolución liberal. Pues pertenecía a las fuerzas que el Rey había destinado a
reconquistar las colonias americanas. Además, el ejemplo de la revolución liberal
de España de 1820 fue seguido por otros países en Europa, donde la lucha era
también entre liberales y absolutistas: tanto en Portugal como en Nápoles y Sicilia.
La emancipación fue –en un sentido insuficientemente reconocido– igualmente un
fenómeno español. Incluso, España lideró durante un breve período el movimiento
liberal en Europa, cuando las restauraciones monárquicas se tradujeron en un
retroceso de la democracia (Santa Alianza).
En Chile, y al contrario de los otros virreinatos o capitanías, la emancipación
se caracteriza por la simultaneidad de una epopeya militar y la organización de un
Estado moderno con la invención de una nueva gobernabilidad. La independencia
colonial coincidió con la construcción republicana. Mediante ensayos propios del
ejercicio de una vida civil regular desde los primeros momentos, un aprendizaje
progresivo condujo a estructurar una nueva identidad y gobernabilidad en forma
más pacífica y civil, antes que los países vecinos, e incluso antes que la mayoría
de los países europeos. En el resto de Hispanoamérica la lucha armada opacó
otros ámbitos del quehacer social. No hubo el mismo entusiasmo para luchar
por darle un curso regular estable a las instituciones políticas y a las actividades
económicas. Las arcaicas estructuras sociales no fueron en general alteradas por
el proceso de independencia. Así, el fin de los combates militares fue seguido
por un largo período de desgobierno, de anarquía y de guerras civiles, dado que
las fuerzas desbordadas de las revoluciones emancipadoras no encontraron un
cauce institucional adecuado.
Ahora bien, la famosa excepción chilena de una estabilidad política rápida y
precursora no resultó de una mera casualidad o de una suerte accidental. En
Chile, la independencia ocurrió en una sociedad hispano-colonial incluso más
atrasada y conoció los mismos tipos de conflictos internos, fue expuesta a los
mismos riesgos de anarquía y de caudillismo que en el resto de los países que
salían del sistema absolutista. Recorrió las mismas etapas y enfrentó los mismos
retos en el mismo tipo de contexto sociocultural y, sin embargo, el método fue
diferente y cada una de estas etapas sirvieron de algo para fortalecer el orden
republicano. Por lo tanto, la explicación debe encontrarse en este método y en
sus orígenes.
Chile fue el único caso de intento concreto de una emancipación completa, es
decir, que asociaba su autonomía política a reformas socioeconómicas simultáneas.
Se trataba de lanzar una organización institucional democrática en plena guerra de
independencia, lo que significaba enfrentar una triple guerra: (i) la guerra contra la
134
E dición conmemorativa del B icentenario
Madre Patria, y una doble guerra interna, o la “emancipación mental”; con (ii) una
guerra en contra de su propio pasado colonial y (iii) otra que oponía los esfuerzos
de implementación de las ideas nuevas de una gobernabilidad republicana y
racional, a los intereses potentes del nuevo caudillismo local independentista
emergido del derrumbe del imperio. Cinco constituciones en plena guerra con una
administración decapitada y en quiebra financiera, los conceptos republicanos de
soberanía popular, de representatividad, de separación de los tres poderes, de
“habeas corpus” firmemente establecidos antes que la gran mayoría de los países
latinoamericanos y europeos.
Explicar estos adelantos representa una tarea casi imposible en términos
científicos o si uno busca pruebas definitivas. Sin embargo –y en la óptica y límites
de nuestro silogismo de partida– nos atrevemos a proponer algunas pistas a los
historiadores y a los especialistas en ciencias políticas, con muchas reservas y
con la intención de lanzar un debate a futuro. Así, una serie de acciones políticas
tomadas por las primeras administraciones independientes chilenas, al perfilarse
en una dirección más coherente que en los otros países permiten fundamentar
la hipótesis del papel decisivo de las opciones tomadas deliberadamente desde
el inicio por los fundadores del Estado chileno. Al lograr imponer una orientación
más favorable al desarrollo económico desde el inicio, los próceres chilenos
actuaron como generadores de una institucionalidad más adaptada al cambio en
una sociedad hispano-colonial. Reconociendo que paternidad se reparte en más
de un solo prócer y varios colaboradores, si por naturaleza una obra colegiada y
sucesiva, sostenemos la posición de que el más determinante, tanto por su ideario
como por la continuidad de sus acciones concretas en momentos oportunos, fue
Bernardo O’Higgins.
EL PAPEL DE O’HIGGINS EN LA FORMACIÓN
DE LA INSTITUCIONALIDAD CHILENA
1) La emancipación O’higginiana o la imprescindible asociación de la
independencia política con una democracia republicana
Desde el inicio efectivo en 1810 del movimiento autonomista en Chile, O’Higgins
se manifestó como uno de los muy escasos protagonistas de una independencia
absoluta y revolucionaria. Eso significa que, para O’Higgins, independencia
absoluta y democracia republicana eran las dos caras de la misma medalla. Una
no podía ser útil sin la otra. Esta doble dimensión de la emancipación o’higginiana
era un legado directo de su maestro Miranda (ver sección 4) que fue el primero
en manifestar “de manera explícita esa doble necesidad de alcanzar tanto la
independencia política como la emancipación mental”7. Esta necesidad de asociar
la independencia política del Reino de Chile a la de la metrópoli con un cambio
radical del régimen político interno para sustituir el absolutismo por una república
democrática, es una característica fundamental del aporte del Padre de la Patria
7 Bohórquez, Carmen, “La tradición republicana: Desde los planes monárquicos hasta la consolidación del ideal
y la práctica republicana en Iberoamérica”, publicado en: El pensamiento social y político iberoamericano
del siglo XIX. Edición de Arturo Andrés Roig. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, 22. Editorial Trotta /
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 2000, pp. 65-86.
135
R evista L ibertador O’ higgins
chilena. Si bien hubo en Chile un precursor de esta postura, Juan Antonio de Rojas
en 1780, esta estrategia era compartida al principio por muy escasas personas en
Chile y se diferenciaba claramente de las de los otros patriotas.
El movimiento autonomista del 18 de septiembre carecía de plan político...
Los principales actores de la Junta del 18 septiembre de 1810 y la gran mayoría
de los partidarios de la autonomía en 1810-11 apuntaban a una mera autonomía
administrativa, al reconocer al Rey Fernando VII como soberano legítimo8, y
aprovechando su alejamiento (considerado progresivamente como durable) del
poder. Si bien es cierto que esta corriente patriótica era significativa en 1810,
el grupo carecía de ideas políticas y planes estructurados y no aspiraba a otra
revolución que a suplantar la burocracia peninsular para hacer prevalecer sus
intereses de clase: “mayor poder político, supresión de impuestos, desaparición
de los privilegios de que gozaban los peninsulares, libertad de comercio y otras
medidas tendientes a lograr que los recursos se queden y reproduzcan en
Améríca... “9.
Como lo expuesto por Alberto Edwards Vives, Chile no tenía burguesía en el
sentido europeo sino que “un tipo de excepción, una especie de accidente social...
una aristocracia mixta, burguesa por su formación, debida al triunfo del dinero...
pero por cuyas venas corría también la sangre de algunas de las viejas familias
feudales... empapadas en sentimientos de superioridad y jerarquía... El origen
étnico (vascos y navarros) y la formación de nuestra antigua clase dirigente
explican de sobra sus características... su especial idiosincrasia en que se mezcla
el buen sentido burgués con la soberbia aristocrática, la vigorosa cohesión de sus
familias... hicieron de ella un grupo social... único en la confusa historia del primer
siglo de la América española independiente...”10.
En Chile, la vida política estaba exclusivamente en manos de una fracción muy
limitada de la población. Según Heise, el número de habitantes políticamente
activos estuvo “limitado a una élite que en todo el país llegó a 150.000 almas”11,
y la lucha por la emancipación resultó de un movimiento puramente aristocrático.
La mayoría estadística de la población no participó en la oposición al gobierno
del Virrey y del Gobernador, y la emancipación no tuvo un carácter social. Sólo el
grupo social dominante y los intelectuales, incluyendo el clero, fueron protagonistas
efectivos de una guerra interna a la clase dominante, la aristocracia criolla dueña
de la fortuna y de la tierra que quería apoderarse de la administración ocupada
8 El hecho de reconocer al Rey preso como soberano no era un criterio para distinguir a los realistas de
los patriotas, dado que los patriotas lo hicieron por razones tácticas para no provocar la represión por
parte del Virrey de Lima, mientras la gran mayoría de los otros lo hacía por inercia colonial y monarquista.
Paulatinamente, al tomar conciencia de las ventajas de la autonomía y del libre comercio, este reconocimiento
de un soberano ficticio se volvió una excusa muy cómoda para los intereses de los criollos (argumento de la
“máscara de Fernando”).
9 Bohórquez, Carmen, “La tradición republicana”, ob. cit
10Edwards Vives, Alberto. La Fronda aristocrática en Chile, Editorial Universitaria, Santiago, (1925), 1993, pp.
33-39.
11 Incluyendo a mujeres y niños, sobre un millón de habitantes; Heise, Julio, Años de formación y aprendizaje
políticos 1810-1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978, p. 110.
136
E dición conmemorativa del B icentenario
por los funcionarios peninsulares residentes. Por esta razón, el movimiento “de
1810 tuvo todos los caracteres de una fronda aristocrática”12. y
...excepto en un muy reducido número de personas que planteaban una
verdadera revolución...
Este grupo social dominante que se volvía opositor se componía de tres
tendencias: 1) la mayoría eran reformadores moderados, perteneciendo a
las familias tradicionales y poderosas; 2) un grupo reducido más liberal quería
reformas administrativas más explícitas a favor de sus intereses directos, pero sin
sentido doctrinario preciso; 3) una pequeña docena de criollos revolucionarios13
que aspiraban, como O’Higgins, a terminar en forma absoluta con el régimen
español para construir un nuevo régimen político. Todos habían estado en Europa
o puesto en contacto con el Viejo Mundo y las ideas de la Ilustración.
...cuyas tendencias principales son representadas por los tres mayores
autores de la revolución chilena...
Del grupo reducido de los radicales, tres fueron sin duda los más influyentes:
Camilo Henríquez, el ideólogo radical y primer periodista, por su incansable
acción verdaderamente revolucionaria y pedagógica, fundada en una potente
combinación de republicanismo moderno y de principios cristianos; José Miguel
Carrera, el militar, por su empuje de caudillo impaciente para imponer por la fuerza
la separación respecto a España, y Bernardo O’Higgíns, el estadista pragmático,
por su ideal republicano estructurado y su visión política a futuro, basada en su
educación y formación en Londres.
Estos tres grandes personajes constituyen, sin duda, los autores principales
de la revolución chilena y representan los tres componentes políticos relevantes
12La Fronda aristocrática, ob. cit., p. 51.
13José Antonio de Rojas (1743-1816), quien ya en 1780 había fomentado una tentativa emancipadora de
inspiración francesa, republicana, conocida como la “Conspiración de los tres Antonios”. Juan Martínez de
Rozas (1759-1813) funcionario del régimen español, ligado a O’Higgins y a Belgrano (Buenos Aires), logró
en 1808 introducir a los criollos en el gobierno colonial e hizo que el Cabildo tuviera derecho a desconocer la
autoridad del Consejo de Regencia, encabezó el movimiento autonomista de Concepción y el bando radical
en Santiago, fue considerado (erróneamente) como autor anónimo del “catecismo político cristiano” de agosto
1810, integró la Primera Junta del 18 de septiembre como vocal, asumió como Presidente cuando falleció
Toro y Zambrano en febrero 1811 y lideró el bando radical en el primer Congreso. Bernardo Vera y Pintado
(1780-1827), argentino, abogado doctorado en la Universidad de San Felipe, ligado a los revolucionarios de
las Provincias de la Plata, conspiraba en Santiago para fomentar una verdadera independencia, fue arrestado
en forma preventiva en julio 1810. Juan Pablo Fretes, religioso, discípulo de Miranda, y con el cual O’Higgins
mantenía correspondencia secreta entre 1805 y 1810, cuando el canónigo radicaba en Buenos Aires. Pedro
Ramón Arriagada de Chillán, discípulo de O’Higgins, arrestado en 1809 por sus ideas, así como Rosario
Acuña, religioso también del sur, ambos miembros del círculo conspirador organizado por O’Higgins desde
1805. Felipe Gómez de Vidaurre, jesuita expulsado de Chile en 1767 y que volvió a Chile con un grupo
de otros cinco miembros de su disuelta congregación, podría ser el autor del “catecismo político cristiano”
exhortando a la formación de juntas de independencia. Javier Caldera, otro jesuita expulsado y que había
llegado a Chile, también posible autor del catecismo. Camilo Henríquez (1769-1825), Fray de la Orden de
la Buena Muerte, republicano liberal, participó en la junta revolucionaria de Quito de 1809, regresó a Chile a
fines de 1810 para abogar por la independencia absoluta de Chile, publicando el 6 de enero 1811 la primera
proclama llamando al pueblo a la independencia de la Corona española. José Miguel Carrera (1785-1821),
quien regresó también del extranjero (España) para ayudar a la emancipación completa de Chile. Llegó el 25
de julio y de inmediato actuó para tomar el liderazgo del partido separatista.
137
R evista L ibertador O’ higgins
que se unieron al principio: el idealismo radical de Fray Camilo, el caudillismo del
militar Carrera y el republicanismo democrático de O’Higgins.
...que se unieron al comienzo, logrando impulsar un cambio de régimen...
El examen de las acciones ulteriores de estos tres actores de peso y de sus
pensamientos políticos, muestra claramente la oposición fundamental entre el
caudillismo de Carrera y el republicanismo democrático de los otros dos. Camilo
Henríquez denunció en su diario que Carrera optaba por “someterse al interés
conservador y retrógrado de los contrarrevolucionarios”14. Sin embargo, al
principio, esta oposición entre dos concepciones de la emancipación y del Estado,
no impidió la cooperación entre estos tres personajes. Al contrario, hubo durante
un breve momento una complementariedad entre ellos, que permitió enfrentar
al inmovilismo de los criollos cuya cultura seguía dominada por tres siglos de
estructuras coloniales.
Mientras O’Higgins impulsaba el separatismo y la construcción institucional
(al influir sobre Martínez de Rozas y las familias dominantes) con el apoyo de
la propaganda amplificada por la autoridad clerical de Fray Camilo, Carrera
organizaba su primer golpe de estado el 4 de septiembre 1811. Esta iniciativa
correspondía a un consenso general de los radicales y lo beneficiaba el apoyo
directo del bando “rocista” del sur y de los “ochocientos”15 en Santiago, permitía
saltar el bloqueo conservador organizado por la oligarquía en el primer Congreso.
Antes, es decir, durante los dos primeros meses (del 4 de julio, fecha de la apertura
del Congreso, al 4 de septiembre), el grupo patriótico separatista de Martínez de
Rozas y O’Higgins no había podido legislar en el sentido de romper con el pasado
colonial, pues el Congreso se encontraba paralizado por la mayoría más cauta
de la oligarquía conservadora. El proyecto de constitución no había podido ser
elaborado16.
Con el golpe del 4 de septiembre, el Congreso y la administración son
depurados y se nombra una nueva Junta, a la cual los Carrera no son convidados.
Así empieza, de septiembre a diciembre 1811, una verdadera política de cambios
institucíonales y las autoridades actúan con una clara voluntad de independencia
y de progreso, como lo ilustran las decisiones siguientes17:
- Redactar actas de las sesiones, publicarlas (Manuel de Salas, secretario
del Congreso) y dar carácter público a los debates;
14Citado por Rodríguez Mendoza, E. Edición de la Universidad de Chile, Santiago, 1951, p. 270. Después, durante
la “Patria Vieja” por idealismo revolucionario, Henríquez estará más cerca de Carrera que de O’Higgins. En su
exilio en Buenos Aires, Henríquez optó por el bando de Carrera. Incluso redactó un increíble texto que entregó
en secreto a José Miguel Carrera sobre el fracaso de la revolución chilena, donde profesa ideas monárquicas
y antiparlamentarias que contradicen tanto su obra anterior como posterior cuando O’Higgins lo llamó a su
servicio en Chile. Sin embargo, su acción al lado de O’Higgins hasta su caída, demuestra su ideal republicano
y representativo. Ver comentarios de Silva Castro, Raúl, en Escritos políticos de Camilo Henríquez, edición
Universidad de Chile, Santiago, 1960, p. 191.
15Nombre del bando de “los Larraín” que era el conjunto de familias aristocráticas que controlaban la capital. Lo
integraban también extranjeros radicados y apacentados como Juan Mackenna y Antonio de Irisarri.
16El 14 de agosto un reglamento del ejecutivo había sido proclamado, ver Galdames, Luis, p. 199.
17Estas decisiones son a menudo –en la hagiografía popular– atribuidas a Carrera, quien no había participado
en el gobierno antes del 15 de noviembre 1811, sino que había organizado el primer golpe en contra de la
Primera Junta.
138
E dición conmemorativa del B icentenario
- Comisionar a cinco diputados para que redacten un proyecto de
constitución;
- Abolir los derechos parroquiales y los envíos de fondos para el sostenimiento
de la Real Inquisición de Lima;
- Limitar la influencia del clero en materia política;
- Prohibir las inhumaciones en las iglesias y establecer un cementerio general
en las ciudades;
- Crear un medio de expresión de los ciudadanos dirigido al Congreso para
suplir la falta de prensa;
- Prohibir la venta de cargos públicos;
- Lanzamiento de un plan educacional;
- Acordar el acceso de los indígenas a los colegios nacionales;
- Comunicar mensualmente el presupuesto de los servicios públicos y
obligar a los funcionarios a rendir cuentas (Manifiesto de la Junta del 15 de
octubre);
- Encargar un proyecto de ordenanza para crear juzgados de paz;
- Decretar el servicio militar, fundar una fábrica de armas y comprar las armas
existentes;
- Levantar un censo general de la población;
- Abolir la esclavitud (prohibir la introducción de nuevos esclavos y proclamar
la “libertad de vientre”);
- Recibir la primera imprenta importada de EE.UU., y
- Reanudar el acercamiento con las provincias de La Plata.
... pero llevando a un conflicto por la toma del poder…
Sin embargo, apenas emprendidos estos verdaderos cambios institucionales, la
profunda diferencia de concepción y método entre el caudillo y los dos demócratas,
empieza a entorpecer el proceso emancipador. José Miguel Carrera, cuyo golpe
no le había dado más poder que el militar, no pudo soportar el desprecio personal
de quedar excluido del gobierno que llevaba a cabo el proceso de cambios18.
En particular, no soportaba el dominio de la familia Larraín en Santiago, ni de
Martínez de Rozas en Concepción, además de tener concepciones políticas
diferentes a las de O’Higgins. Valiéndose del prestigio de su familia y el apoyo que
eso le daba en los círculos conservadores y españoles19, dio el 15 de noviembre
de 1811 un segundo golpe de estado –puramente militar y no político– para
apoderarse de la presidencia del Ejecutivo, seguido un mes y medio después
de un tercer golpe a fin de concentrar en sus manos la totalidad de los poderes,
18Galdames, Luis, Historia de Chile, La Evolución Constitucional 1810-1925, Universidad de Chile, Santiago,
1926, p. 310.
19Galdames, Luis, ob. cit. p. 320.
139
R evista L ibertador O’ higgins
cerrando el Congreso y preparando la guerra civil con la Provincia de Concepción,
para someter al bando de Martínez de Rozas a su dictadura total. O’Higgins, que
seguía solicitado por Carrera para que participara en su gobierno, desaprobó
esta dictadura y tomó distancia al renunciar sin romper con él. El proyecto de
constitución, reclamado por la Junta formada el 5 de septiembre de 1811 en un
oficio del 19 del mismo mes, no pudo ver la luz. La comisión a cargo había sido
formada el 13 de noviembre, dos días antes del segundo golpe y tres semanas
antes de ser disuelto el Congreso20.
...entre el caudillismo personal de Carrera...
¿Qué había pasado? Aunque este terreno sigue minado hasta hoy día por las
pasiones y las peleas entre familias chilenas, el observador ajeno no puede resistir
en hacer observar que la profunda diferencia de concepción política y de método fue
sobre todo una excusa para el afán de poder del caudillo Carrera. Como lo explica
Jocelyn-Holt, “Carrera no fue revolucionario; más bien hizo uso de un lenguaje
revolucionario. Su manejo fue altamente manipulador, en ningún momento, por
ejemplo, intentó asegurar la completa independencia de Chile... Carrera fue a lo
sumo un caudillo militar que aprovechó una coyuntura favorable a su personalismo
político... La radícalizacíón de Carrera... no era el fruto de un proyecto radical
propiamente tal sino de un esfuerzo por legitimar un poder militar creciente”21.
Los argumentos para justificar su dictadura eran la prioridad que debía darse a la
lucha por la independencia absoluta y la inutilidad de un Congreso en Chile, dado
que los pueblos de habla española adolecían de práctica en el ejercicio de los
derechos ciudadanos. Como consideraba que la independencia podía solamente
conseguirse en los campos de batalla, y que el modo de gobernar o el régimen
político era una preocupación posterior al establecimiento de la soberanía, decretó
que un poder dictatorial era la forma más segura de consolidar a la independencia,
lo que implicaba reducir previamente a los enemigos internos. Si bien es cierto
que este argumento tenía sentido para el primer golpe, cuando los conservadores
y reaccionarios impedían el cambio, eso ya no valía en noviembre o diciembre
del 1811 cuando las reformas radicales caminaban a un ritmo creciente. Además,
la guerra civil que él prepara muy activamente22 era abiertamente en contra del
bando patriota de Concepción y no en contra de los reaccionarios. “Los realistas
se habían hecho más de una vez la ilusión de contar con el caudillo patriota para
el restablecimiento del régimen caído; por eso lo toleraron y hasta lo halagaron”23.
Carrera, incluso, acogió como una buena noticia para Chile la sublevación realista
de Valdivia24 y estos contrarrevolucionarios, le hicieron una oferta de alianza y
sumisión en contra de Concepción25. Al contrario, O’Higgins actuaba en busca de
20Galdames, Luis, ob. cit. p. 200. Juan Egaña, uno de sus miembros, empezó su trabajo jurídico y preparó los
textos que sirvieron más tarde a partir del año 1813.
21Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit., pp. 174-175 y 182.
22Envío de las tropas a Talca, retiro de las canoas de los ríos limítrofes, controles del tráfico desde Concepción,
etc.; ver Galdames, Luis, ob. cit. p. e Iglesias, Augusto pp. 133, 135.
23Opinión de Galdames, ob. cit., p. 320, compartida por otros historiadores, por ejemplo ver Jocelyn-Holt, ob.
cit., p. 169 y pp. 174-175.
24Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Santiago, 1887, T. VIII, pp. 544 a 553.
25Le ofrecen la presidencia interina del Reino de Chile, Iglesias, Augusto, p. 135.
140
E dición conmemorativa del B icentenario
una conciliación para proponer, el 12 de enero 1812, un Proyecto de Convención
Provisional26 que las tres provincias hubieran debido ratificar, y que ofrecía una
salida favorable a la independencia del país (de hecho este texto aparece como
la primera prociamación de independencia de Chile, como “una especie de reino
autónomo”27, antes del Reglamento Constitucional provisorio de Carrera).
...y la voluntad de implementar Instituciones educativas desde el principio...
Para O’Higgins y Henríquez la emancipación exigía avanzar en los dos
frentes al mismo tiempo si quería ser irreversible y legítima, por lo que había que
empezar lo antes posible el imprescindible aprendizaje democrático. Sabían que
no bastaba con vencer a los ejércitos del Rey, sino que era necesario vencer a
la sociedad vieja y crear una nueva, cuya legitimidad tenía que venir del pueblo,
de manera que se pudiera sustituir la autoridad de un Estado republicano a la
autoridad violenta del absolutismo. Sin esta construcción republicana no sería
posible preservar la sociabilidad americana, evitar la anarquía, y crear una nueva
identidad cultural; ambos presentían que requería un tiempo de preparación, pero
lo creían factible, al contrario de Carrera.
Veamos de más cerca, en el propio estilo de los tres actores, como
fundamentaron sus posiciones respectivas.
Camilo Henríquez, en su proclama del 6 de enero 1811, expresa: “Qué dicha
para el género humano si en vez de perder el tiempo en cuestiones oscuras e
inútiles, hubieran los eclesiásticos leído en aquel gran fílósofo los derechos del
hombre y la necesidad de separar los tres poderes: legislativo, gubernativo y
judicial, para conservar la libertad de los pueblos”28.
O’Higgins, en su carta a Juan Mackenna del 5 de enero 1811, insistía sobre la
necesidad de elegir un Congreso legislativo: “me parece indudable que el Primer
Congreso de Chile va a dar muestra de la más pueril ignorancia y a hacerse reo
de toda clase de insensateces. Tales consecuencias son inevitables en nuestra
actual situación, careciendo como carecemos de toda clase de conocimientos y
experiencias. Pero es preciso comenzar alguna vez, y mientras más pronto sea,
mayores ventajas obtendremos”.
Carrera, en su manifiesto para justificar su dictadura del 2 de diciembre 1811,
dice “Chile donde nunca llegaron publicistas ni autores de derecho,... no pudo
tener las nociones políticas indispensables en la mutación de un sistema radicado
desde trescientos años... se adelantó a instalar Congreso, Asamblea que sólo
puede principiar cuando llegue el tiempo de... una independencia absoluta”.
Y hablando del poder legislativo chileno, “un cuerpo nulo desde el plan de su
instalación no podía corresponder en sus obras sino con vicios intolerables. Los
pueblos eligieron diputados antes de contar el número de sus habitantes y antes
de saber el de los que les correspondía... todos empezaban cerca del mediodía
y duraban muy poco tiempo, que gastado en injurias personales y articulaciones
26Galdames, Luis, ob. cit., pp. 300-305.
27Galdames, Luis, ob. cit., p. 326.
28Proclama de Quirino Lemáchez, seudónimo de Camilo Henríquez, 6 de enero 1811, en Silva Castro, Raúl
Escritos políticos de Camilo Henríquez, Universidad de Chile, 1960, p. 49.
141
R evista L ibertador O’ higgins
indecentes, mejor hubiera sido evitarlas... Si es de riesgo en los estados la división
de la soberanía por las competencias que motiva la diversidad de pensamientos y
sistema en la restricción de jurisdicciones, ¿cuántos males traería a la capital de
Chile el Cuerpo Legislativo en los términos que se halla expuesto?... estaba en
peligro la seguridad del Reino. Sus provincias iban infelices e inocentemente a su
ruina”29.
...ilustrando la oposición fundamental entre dos modos de gobernabilidad:
los principios democráticos de corte anglosajón y el típico caudillismo
latinoamericano...
La posición política que traduce este texto de Carrera se encuentra
claramente confirmada por las acciones repetidas del caudillo, que van a dividir
sistemáticamente a los patriotas desde fines de 1811 hasta provocar el desastre
de la Patria Vieja y la reconquista española30. En ella se puede ya distinguir una
división que sigue vigente hoy en día y que trasciende al caso chileno: se trata de
la oposición entre dos modos de gobernabilidad y de institucionalidad política, la
democracia republicana anglosajona y el caudillismo latinoamericano.
Partiendo de un diagnóstico común a los tres: el peso de las estructuras
coloniales y la falta de educación del pueblo, O’Higgins y Henríquez proponen
asociar la independencia inmediatamente a la construcción institucional
democrática, mientras Carrera prefiere la concentración de los poderes en manos
militares en nombre del pueblo, pero sin mecanismo legal de contrapoderes.
Esta última línea es la orientación que dominó en América Latina, excepto en
Chile, donde la tendencia o’higginiana ganó y logró insertar las raíces de una
institucionalidad moderna de tipo anglosajón en una cultura colonial latina y
rural. En cuanto a las diferencias entre Henríquez y O’Higgins consisten en una
diferencia entre el idealismo y el pragmatismo: el primero defendía principios
puros, sin compromisos; el segundo trataba de gobernar abriendo un camino
práctico en una sociedad atrasada y en plena guerra, lo que imponía una dosis de
autoritarismo personal contrario a los principios ideales.
...que en el solo caso de Chile se resolvió a favor del aprendizaje
democrático...
Esta orientación diferente del resto de la región que O’Higgins fue capaz
de dar a Chile desde el inicio, y en la que se combinaban ideario y tenacidad,
introdujo una diferencia esencial entre Chile y el resto de América Latina. En los
otros países la emancipación se hizo según el mismo tipo de pauta: el caudillismo
propiciado por José Miguel Carrera. La importancia de esta diferencia proviene
del efecto de la orientación dada al inicio del proceso, tal como la diferencia en
el ángulo de lanzamiento de un cohete se traduce en una creciente diferencia
en el recorrido, que se vuelve muy difícil de corregir después. En los otros
29Iglesias, Augusto, “José Miguel Carrera”, ob. cit., pp. 128 y 129.
30Es revelador que los realistas españoles no respetaron la cláusula secreta del Tratado de Lircay y dieron
ocasión a Carrera de “fugarse, calculando precisamente que su actuación traería perturbaciones de
importancia” en los rangos patriotas. Ver Galdames, Luis, ob. cit., p. 366.
142
E dición conmemorativa del B icentenario
países, el caudillismo hizo que la organización del Estado fuera generalmente
postergada hasta después de la guerra de emancipación y/o sin clara orientación
republicana democrática, de manera que la nueva cultura política no marcó una
ruptura suficiente con la cultura y el pasado colonial y gremial. En Chile, merced
a la orientación impulsada por O’Higgins, los conceptos nuevos se identificaron
más con la emancipación que en otros países: las bases ideológicas y culturales
se impusieron por la práctica desde el inicio, impulsando un adelanto en el
aprendizaje.
...logrando así un anclaje legalista de la cultura política chilena...
Este adelanto consiste, primero, en sustituir la supremacía del derecho a la
fuerza de la conquista y la superioridad de la razón a la fanática intolerancia.
Se nota en la adopción precoz de referentes jurídicos y constitucionales, y en
que la clase política es desde el principio “aculturada” para darle legitimidad al
poder y usar los mecanismos legales creados. Los propios errores autoritarios de
O’Higgins fueron utilizados por la oposición, esto es, la oligarquía colonial, para
reforzar desde el principio el uso de los contrapoderes creados por el aprendizaje
democrático. Eso llevó, en Chile, al contrario de los otros países, a una sustitución
de las instituciones coloniales por nuevas estructuras –y no solamente a la
destrucción– protegiendo así a la sociedad de la anarquía.
Eso fue muy importante en esta etapa germinal de una cultura institucional
a partir de un contexto social desorientado y maleable. La independencia
provocó una orfandad que daba a los dirigentes nuevos un impacto orientador
considerable. Este fenómeno común a todos los nuevos países de América Latina
explica el alto riesgo de caer en el caudillismo como reacción a la anarquía, pero
también explica la importancia del impacto del primer Director.Supremo y de su
“autoritarismo legal” para emprender un proceso democrático y una búsqueda de
fórmulas de gobernabilidad en el respeto de la juridicidad. Sólo O’Higgins logró
encauzar las fuerzas liberadas por la independencia y canalizar las resistencias
coloniales mediante un autoritarismo ubicado en un marco democrático.
Este proceso de aprendizaje se extiende durante un período más amplio que
los 6 años del régimen de O’Higgins, y abarca su abdicación, los 8 gobiernos y 5
constituciones entre 1823 y 1830, así como a Portales y su Constitución de 1833,
como queda demostrado por Julio Heise31 y Jocelynt-Holt32. Llama la atención
que a pesar de la caída de O’Higgins en 1823 y de las numerosas dificultades del
momento, el proceso de intentos para organizar institucionalmente al país sigue
en el mismo espíritu cívico y de pleno respeto a la juridicidad implementado por el
primer Director Supremo. De 1823 a 1830 se suceden 8 gobiernos y presidentes,
lo que llevó a los historiadores chilenos tradicionales a calificar erróneamente33 de
“anarquía política” esta fase de inestabilidad. Este período difícil constituye más
bien una extensión de los ensayos iniciados por O’Higgins de búsqueda de un
régimen jurídico apropiado a la realidad chilena. A pesar del contexto inestable, la
31Heise, Julio, Años de formación y aprendizaje políticos 1810-1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978.
32Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., capítulo VIII.
33Vea Heise, Julio, así como Jocelynt-Holt, Alfredo.
143
R evista L ibertador O’ higgins
clase política chilena siguió en forma pacífica y con un excepcional espíritu cívico
el respeto de la juridicidad impulsado por O’Higgins y muestra un tenaz propósito
de legitimar los cambios de gobierno: “la trayectoria ensayístico-constitucional
de los últimos años había ido asentando el principio de legalidad como criterio
relevante”34. En definitiva, la mayor victoria de O’Higgins fue más bien su renuncia
al poder y la forma con la cual la negoció de manera de asegurar la regularidad y
continuidad jurídica de la república.
...que explica el éxito ulterior de la emergencia de Diego Portales con una
fórmula de Estado legal autoritario superior a los partidos y a los prestigios
personales.
Es extraño que muchos historiadores consideren el aporte portaliano como un
fenómeno resultante sea del azar o del genio individual, sea de una “reacción
colonial” de restauración de un orden secular casi-monarquista35, cuando parece
claro que se trata de una estabilización institucional “derivado del esfuerzo
ensayístico anterior36, en la línea directa del intento o’higginiano de fundar un
Estado moderno, republicano y anticaudillo sobre principios de corte anglosajón.
Si bien es cierto que la síntesis portaliana al ser netamente conservadora y
durablemente autoritaria redujo fuertemente el ideario progresista y democrático
o’higginiano y de los “pipiolos”37, principios motores de una gobernabilidad fundada
en la ley y el aprendizaje progresivo fueron similares. Cuando se dice que Portales
fue el verdadero padre del Estado chileno y de su gobernalidad se comete una
injusticia al no asociar más a los dos personajes que cierren el episodio histórico
1810-1830 de la creación del Estado de derecho y de la república. La Constitución
del 1833 no era tan diferente de los principios que implantó O’Higgins, y la famosa
frase de Portales “queremos ser los ingleses de América del Sur” es una confesión
indirecta de su deuda con el aporte o’higginiano.
2) El orden constitucional o’higginiano o la paradoja del
autoritarismo legal educador
El papel político del Director Supremo debe analizarse en su contexto
de guerra como un proceso dinámico de “andar a tientas” mediante
constituciones provisorias...
La particularidad del caso chileno resulta probablemente de una combinación
de muchos factores y actores, incluyendo parte de la herencia hispano-colonial en
un entorno peculiar. Sin embargo, la tarea constitucional de O’Higgins nos parece
fundamental tanto por haber logrado organizar simultáneamente la independencia
militar y la independencia política, como por haber encontrado una manera original
de “imponer” unos principios básicos de la democracia en una sociedad atrasada.
34Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 278.
35Edwards, Alberto, ob. cit., pp. 62-63
36Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 288.
37Calificativo despectivo que designaba, a partir de 1823, al grupo político radical progresista formado de
jóvenes idealistas inspirados por el ideario revolucionario francés, y opositor a los conservadores llamados
“pelucones”.
144
E dición conmemorativa del B icentenario
Su peculiar mezcla de autoritarismo y de legalismo, incentivó el aprendizaje
democrático al canalizar los conflictos políticos internos hacia el uso institucional
de principios democráticos y modernistas, a pesar de la falta de cultura política,
del alejamiento y retraso chileno y de las tentaciones del caudillaje.
La paradoja está en que el aporte democrático o’higginiano radica más en
su talento político de combinar un cierto autoritarismo benevolente con el juego
de contrapoderes que en la calidad teórica de sus constituciones o incluso en
ciertos de sus actos, pertenecen todavía al mundo de la Ilustración despótica.
Sin embargo fue su método el más exitoso en comparación con los otros países.
Los principios fundamentales implementados por O’Higgins lograron proteger a
los chilenos del caudillaje y de la anarquía, mientras los empujaban en una vía
de progreso institucional. Por lo tanto, no se pueden juzgar sus aportes sólo en
el puro contenido de los principios constitucionales utilizados provisoriamente.
Aunque estos eran embrionarios, y conscientemente incompletos y transitorios,
contenían las ideas fundamentales necesarias para avanzar paso a paso y
fomentar el progreso.
Por lo tanto conviene enfocar el proceso dinámico y evaluar los aportes
o’higginianos en función del contexto político y de los riesgos del momento, tal
como el estadista lo concebía, “también es necesario, a la vez, obrar con arreglo a
las circunstancias”38. En su Manifiesto de agosto 182039, explicita con gran lucidez
el método de hacer camino al andar: “Un pueblo naciente no debe establecer
desde un principio un gobierno demasiado perfecto; su constitución, sus leyes
deben ser provisionales, reservándose la facultad de examinarlas para la época
de tranquilidad, y de mudar y modificar cuando la república se halle sólidamente
establecida, los nuevos reglamentos que quizás sólo son buenos para formarla”.
...que instituyeron un autoritarismo fuerte permitiendo a Chile ser el único
país lanzado en el aprendizaje republicano...
Todos los próceres latinoamericanos se enfrentaron a la anarquía política que
sucedió al régimen colonial y casi todos llegaron a la conclusión de que la única
fórmula política posible era volver a la monarquía o a una forma de dictadura o
de república vitalicias40. O’Higgins es una de las más claras excepciones. Él abrió
un camino propio que fue el republicanismo democrático mediante un ejecutivo
fuerte pero provisorio y dentro de un marco de control legal. Todos los países
latinoamericanos cayeron en el caudillismo salvo Chile, que merced a O’Higgins y
a su heredero indirecto Portales, logró emprender con una firmeza sin vacilación
un ejercicio práctico de educación institucional y republicana. La constante de su
actitud fue siempre la de evitar la anarquía sin caer en la tiranía ni en el dominio del
corporativismo. “Ya que hemos conseguido vencer y destruir a los tiranos, sólo me
ocupo en preparar aquellas medidas que aseguren la libertad de los chilenos, sin
38Como lo cuenta un testigo, el General de la Cruz, citado por Feliú Cruz, Guillermo, El Pensamiento político de
O’Higgins, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1954, p. 27.
39Manifiesto del Capitán General de Ejército don Bernardo O’Higgins a los Pueblos que dirige reproducido en
Feliú Cruz, Guillermo, El Pensamiento político..., pp. 43-51.
40Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit.
145
R evista L ibertador O’ higgins
introducir la licencia, en que escoltaron otros estados nacientes”41. Para impedir
estos riesgos que estallaban en los países vecinos, O’Higgins impuso un ejecutivo
fuerte pero compensado al “circunscribir útilmente la autoridad dentro de ciertos y
seguros límites, que sean otras tantas garantías de los derechos civiles y den al
poder público todas las facilidades de hacer el bien sin poder dañar jamás”42.
Una de las pruebas más convincentes e indiscutibles –pero insuficientemente
conocida–43 de la preocupación por una construcción democrática de parte del
primer Director Supremo, es su “Plan de hacienda y administración pública”,
empezado en junio 1817 y aprobado por decreto del 2 de septiembre 181744.
Con este acto jurídico fundamental, O’Higgins –que recibió unos meses antes los
plenos poderes dictatoriales por votos populares– abandona por iniciativa propia
el poder judicial y establece el “Habeas Corpus”, proclamando el derecho de los
individuos a ser juzgados sólo por los tribunales de justicia unifica todas las recetas
fiscales, reglamenta los organismos de control de estos ingresos y establece el
Tribunal de Cuentas con autoridad sin excepción sobre las cuentas públicas,
decreta la inamovilidad de los funcionarios públicos y delínea las funciones de las
autoridades políticas y administrativas. Eyzaguirre lo califica de “primer ensayo
(de nuestra historia republicana) de un código de régimen interior, de un estatuto
administrativo, y hasta de una constitución política”45. Fue elaborado en menos de
un mes, en junio de 1817, principalmente por el Ministro-Contador de la Tesorería
General, Rafael Correa de Saa, bajo la dirección de Hipólito. de Villegas, y
revisado por el jurista Egaña y el fiscal Argomedo. Fue sometido a San Martín,
quien consultó a Bernardo Vera y a Tomás Guido en Buenos Aires, y su rápida
aprobación final indica la importancia que se le daba en la naciente república.
También cabe resaltar el parágrafo introductor que fundamenta este acto sobre
lo que hoy en día es calificado de “good govemance”: O’Higgins hace en tres
frases un nexo explícito entre su elección por los votos del pueblo (democracia),
la obligación en contraparte de buscar la prosperidad (desarrollo), lo que requiere
la mejor administración del erario mediante el mayor alivio del contribuyente
(transparencia y sustentabilidad fiscal). Este simple parágrafo testimonia del alto
grado de conciencia que tenía de que la construcción de la democracia pasa por
una fiscalidad transparente y moderada mediante unas instituciones básicas.
No existen otros casos de tal prioridad, dada en plena guerra a los principios
democráticos y a la construcción institucional sólo unos meses después de
hacerse cargo del poder ejecutivo.
Por lo tanto la acusación de dictador indica sobre todo que la acción del
Prócer, al demoler privilegios e intereses de ciertos grupos y al enfrentar el
41Decreto del 18 de mayo 1818 que nombraba a la comisión redactora del proyecto de constitución provisoria,
citado por Orrego Vicuña, El Espíritu constitucional de la administración O’Higgins, p. 34, Santiago, 1924.
42O’Higgins, Bernardo, convocatoria del Gobierno para la Convención Preparatoria del Congreso de 1822,
citado por Guillermo Feliú Cruz, ob. cit., p. 54.
43Se publica por primera vez en 1951 en el T. VIII del Archivo, Eyzaguirre calificándolo en su introducción de
“documento de extraordinaria importancia”. Ni Barros Arana, ni Galdames, ni Lastarria se refieren a esta pieza
constitucional que estaba disponible en el Archivo Nacional.
44Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. VIII, pp. 388-432.
45Eyzaguirre, Jaime, Historia Constitucional de Chile, Editorial Universitaria, Santiago 1966, p. 63.
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E dición conmemorativa del B icentenario
idealismo exaltado de unos y otros, molestó al punto de crear una confusión entre
autoritarismo legal justificado por las circunstancias y tiranía.
...que logró encauzar la fronda aristocrática para que consolidara el estado
de derecho...
Cabe recordar que el mando personal y omnipotente que recibió el Primer
Director Supremo en febrero de 1817 correspondía a la voluntad de la aristocracia
chilena46 y de la clientela que ella controlaba, por temor a la anarquía y a las
conspiraciones de los Carrera47. O’Higgins había mostrado que representaba a
la tendencia más respetuosa del consenso nacional y de fórmulas negociadas y
representativas. Sin embargo, el apoyo prestado a O’Higgins estaba condicionado
a la situación de guerra y al contenido de su política.
A pesar de que O’Higgins se desprendió muy rápidamente y en forma
espontánea de parte de sus poderes personales, la oligarquía quiso apoderarse
de prerrogativas del ejecutivo y recuperar el poder que le parecía constituía su
legítima herencia de la colonia, apenas se alejaba la amenaza realista. Antes de la
victoria de Maipú y de la eliminación de los hermanos Carrera en abril de 1818, el
poder otorgado por la oligarquía a O’Higgins por razones militares, había también
servido para lanzar profundas reformas sociales, tales como la abolición de los
títulos de nobleza, de los mayorazgos, las promociones sociales al mérito, el
pluralismo religioso y el sometimiento del clero a sanas reglas cívicas, implantación
de escuelas ajenas a la influencia eclesiástica, contribuciones fiscales directas, el
apoyo solidario a los otros pueblos americanos, etc... Pasados los temores, “el
elemento tradicional sintióse incómodo con el régimen”48 que no controlaba y que
no servía a sus intereses directos. Su panamericanismo, los nexos con argentinos,
el peso de la Logia Lautarina, la eliminación de conspiradores aristocráticos, el
enfrentamiento con la iglesia reaccionaria, etc., le parecieron a la clase dominante
como hechos dictatoriales, dado que se imponía a los que consideraban que
gobernar era un derecho natural de su clase social.
Sin embargo, este grupo reaccionario que hubiera perdido mucho más en caso
de volver bajo el dominio español tenía interés en tomar en cuenta las nuevas
instituciones creadas con su apoyo. Por lo tanto, la solución más adecuada
consistía en buscar un camino legal para recuperar y ampliar su poder oligárquico:
pocos días después de Maipú, un Cabildo abierto exigía una constitución para
reducir el poder del brazo del héroe que dejaba de ser imprescindible y se volvía
contrario a sus planes. Sin embargo, cabe reconocer que esta clase alta demostró
una marcada tendencia a la moderación y al orden, a pesar de estar molesta por
las reformas sociales. Desde el principio –con la sola excepción de los Carrera–
adoptó una actitud legalista, en contraste neto con la turbulencia de casi todos los
hermanos hispanoamericanos que seguían con una tendencia al desdén por la
ley y a la impaciencia frente a las contrariedades de la autoridad.
46El bando de la familia Larraín.
47Jocelyn-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 252.
48Feliú Cruz, Guillermo, ob. cit., p. 30.
147
R evista L ibertador O’ higgins
Dado que O’Higgins respondió parcial y progresivamente a sus demandas, la
oligarquía fue atraída por el juego democrático y asimiló los principios del nuevo
sistema para poder usarlo en su beneficio. Así partió el original camino chileno de
aprendizaje dirigido por el Ejecutivo (y que seguirá con los sucesores de O’Higgins
y los distintos sistemas intentados) mediante el cual, la aristocracia –que captaba
las ventajas y desventajas de los diferentes sistemas de gobierno– demostró una
capacidad de absorción de los cambios. Como lo demuestra Julio Heise49, esta
capacidad desempeñó un papel significativo en la singular estabilidad política
chilena: “la aristocracia chilena, sin darse clara cuenta, estructuró lo que la ciencia
política contemporánea denomina Estado de Derecho”.
...sin caer en la trampa del asambleísmo controlado por la aristocracia...
O’Higgins no estaba dispuesto a caer en la trampa de la oligarquía que pensaba
controlar las asambleas como ocurrió con el primer Congreso Nacional. Aunque
convencido de la importancia del carácter representativo que debía tener el poder
legislativo y constitucional, sus experiencias de la falta de cultura política de los
chilenos, llevaron al Prócer a desconfiar del espíritu gremíal y del poder de las
corporaciones que vulneraba el principio democrático de la soberanía popular.
En particular, los consejos de Miranda comprobados en vivo con su experiencia
de la Patria Vieja, le habían permitido tomar plena conciencia, antes que otros, de
que el asambleísmo o el Cabildo no bastaban para garantizar la representatividad
y la emancipación del espíritu de cuerpo de las corporaciones. La Colonia había
producido una sociedad sencilla, sin otra estructura política que la sumisión a la
Corona y el juego de las corporaciones. La representación popular y la ciudadanía
eran conceptos desconocidos por los criollos, quienes sobre todo se preocupaban
de sus intereses gremiales. Tal como había anunciado Miranda dos décadas
antes, la única respuesta que podía generar la sociedad hispano-colonial a la
acefalía era el fortalecimiento de la municipalidad o Cabildo, lo que exigía un
marco constitucional más amplio.
Si bien es cierto que este asambleísmo era una etapa necesaria y permitía el
aprendizaje de ciertas expresiones democráticas, no bastaba para que emergiera
de ello un orden institucional estable. Al contrario, la falta de marco general y de
constitución conllevaba riesgos de confusión de poder y de luchas anárquicas.
Este tipo de asambleísmo municipal espontáneo tendía a fomentar conflictos
con el ejecutivo nacional, sea por razones locales, sea por interés sectorial o de
facción. De hecho, fue lo que pasó en toda Hispanoamérica, donde las primeras
asambleas legislativas fueron muy poderosas y se atribuyeron prerrogativas
propiamente ejecutivas. Para superar la anarquía, la típica salida era que la
asamblea delegara el poder a un caudillo.
La superioridad de O’Higgins estuvo en que –una vez investido por el
asambleísmo de este poder dictatorial, como todos los otros libertadores– lo
usó para imponer modalidades nuevas formadoras de una conciencia nacional,
y de ejercerlo mientras el pueblo llegaba a adquirir la aptitud para gobernarse.
49Heise, Julio, Años de Formación y Aprendizaje Políticos 1810/1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978,
ver Tercera Parte, Capítulo 11, p. 121.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Así le fue posible escaparse del patriciado y del corporativismo tradicional. El
caso más visible fue su rechazo al procedimiento de aprobación del proyecto de
constitución provisoria de 1818. La comisión de juristas que lo había elaborado
proponía legitimarlo mediante la aprobación de la “Junta de Corporaciones de
Santiago”. O’Higgins lo rechazó y por decreto decidió someter el proyecto a una
consulta popular individual.
...para ganar el tiempo que consideraba necesario para asegurar el cambio
social en una sociedad colonial que no reunía las condiciones de ejercicio
de una plena democracia...
Varios historiadores consideran que O’Higgins fue antiparlamentario o que
cambió de opinión en materia de representatividad, al darse cuenta de la falta de
cultura política de sus ciudadanos. Un examen cronológico lleva, sin embargo, a
constatar la importancia permanente que el prócer daba al carácter representativo
que debía tener el poder legislativo y constitucional una vez que las condiciones
lo permitieran.
La evolución del pensamiento del Prócer en materia de representatividad
merece un examen más detallado. Ya vimos que desde los primeros momentos
del movimiento autonomista, O’Higgins influyó decisivamente en la orientación
de la primera Junta de Gobierno para que decidiera la convocatoria del primer
Congreso representativo que sabía de antemano sería arriesgado.
También al inicio del trabajo del primer Congreso, cuando se planteó la
necesidad de elegir una Junta Ejecutiva de Gobierno, O’Higgins defendió una
elección directa, mientras la mayoría conservadora proponía una elección
indirecta. El mismo sentido de la representatividad se manifiesta cuando Carrera
le ofrece integrar la Junta de Gobierno del 4 de noviembre de 1811, y el diputado
de Concepción exige el respaldo previo de su circunscripción. Durante la caída
hacia el caudillismo dictatorial de Carrera, O’Higgins intenta una conciliación
entre la Junta de Carrera y Martínez de Rozas mediante un Proyecto de
Convención Provisional, fechado el 12 de enero de 1812 y que constituye el
esbozo de un reglamento constitucional50. Aparecen allí las bases democráticas
del ideario o’higginiano: soberanía popular, representatividad, contrapoderes
“para precaver los abusos del despotismo y la arbitrariedad y para el mejor
acierto de las resoluciones importantes”. En conformidad con estos principios y
el respeto de la representatividad, O’Higgins renuncia como miembro de la Junta
nombrada por Carrera, cuando éste disuelve el Congreso: “desde mi ingreso en el
Congreso había movido y sostenido incesantemente una decisión por el sistema
representativo, conforme a la voluntad de mi provincia, y que no pudiendo el
pueblo de Santiago tener derecho para elegir representante al gobierno general,
por otras provincias, no me conformaba con esta convención ilegal y suplicaba se
me eximiese de tal representación”51.
50Galdames, Historia Constitucional, p. 300.
51O’Higgins, Bernardo, Oficio al Presidente de la Junta Provincial de Concepción del 21 de noviembre 1811,
Archivo de Don Bemardo O’Higgins, T. 1, Santiago, 1946, pp. 154-157.
149
R evista L ibertador O’ higgins
También en otro oficio de noviembre 1813, dirigido a la Junta52, sigue
convencido de la necesidad de convocar a un Congreso Nacional una vez vencido
el enemigo. En 1814, escribe a Mackenna que aprueba la idea de convocar a los
diputados del Congreso clausurado por Carrera53. En el Acta de la proclamación de
la Independencia de Chile, en 1818, justifica el plebiscito de ratificación diciendo:
“no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la convocación de un
Congreso Nacional que sancione el voto público, hemos mandado abrir un Gran
Registro...54”. “El mismo argumento se repite en el Manifiesto a las Naciones el
mismo año, y no es extraño que después de Maipú, el Cabildo abierto de Santiago
del 17 de abril 1818, que pide el fin de la dictadura, entre en el juego y exija del
Director una Constitución mediante un Congreso. Además de pedir un congreso
constituyente, exigía también nombrar los ministros, en una confusión reveladora
del riesgo de desgobierno.
El Director Supremo consideraba que las condiciones para que un Congreso
fuera representativo no estaban dadas todavía, dado que las pobladas provincias
del sur seguían en manos de los realistas. Sin embargo, contestó a las
preocupaciones de la ciudadanía con una rendición de cuentas y la limitación
de sus poderes, ofreciendo un proceso prudente de democratización en dos
etapas: un mes después nombraba una comisión legisladora de siete expertos,
para proponer una constitución provisoria, mientras se organizaran con calma
los censos necesarios a la convocatoria de un cuerpo constituyente que fuera
representativo y por lo tanto legítimo, para recuperar el mando presidencial y
establecer la constitución definitiva. Cuando el proyecto de constitución estuvo
listo, el 8 de agosto de 1818, O’Higgins se opuso a someterlo, como lo proponía la
comisión legisladora, a las corporaciones, proponiendo, por el contrario, que fuera
sometido a plebiscito popular o a una votación general. Aunque esta votación por
parte de un pueblo, que en un 85% era campesino, y cuya mayoría era analfabeta,
se tradujo en una aprobación unánime, la misma marcó una ruptura con la cultura
corporativista colonial en beneficio de la formación de una conciencia nacional.
A pesar de estas posiciones claras, varios historiadores opinan que O’Higgins
era antiparlamentario, confundiendo sus temores a repetir los errores de la Patria
Vieja o de los países vecinos, con una actitud de poder personal. Si bien es
cierto que O’Higgins se resistía a someterse a ciertas exigencias del Cabildo y
de la oligarquía, eso no implica una oposición al principio representativo, sino una
oposición razonable a las estructuras coloniales y al asambleísmo, cuando sólo
una oligarquía las domina.
3) La llamada “dictadura de O’Higgins” o la paradoja del “éxíto de un
fracaso”
Paradójicamente, la llamada dictadura de O’Higgins, así como la famosa
renuncia de 1823, se transformaron en una victoria del proceso democrático.
52O’Higgins, Bernardo, Oficio a la Junta Gubernativa del 29 de noviembre 1813, Archivo de Don Bemardo
O’Higgins, T. 1, Santiago, 1946, pp. 313-314.
53De la Cruz, Ernesto, Epistolario de O’Higgins, Santiago 1916, carta 12, p. 45.
54Valencia, Luis, Anales de la República, T. 1, Santiago, 1951, pp. 13-14.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Y así como el triunfo ex pos de su método para impulsar una robusta tradición
legalista, éste fue respetado por todos los gobernantes que le siguieron.
El indiscutible autoritarismo del régimen de O’Higgins...
La calificación de dictadura para la administración de O’Higgins, no corresponde
al concepto corriente de un poder impuesto por la violencia sobre el orden legal.
Sin embargo, su despotismo o “autoritarismo educador” fue real y plantea un
problema de fondo a la filosofía política, dado que fue exitoso. Si bien es cierto que
el poder personal del Director Supremo era excesivo con respecto a un régimen
democrático moderno, correspondía a un proceso temporal y legal resultante del
consenso logrado en un contexto de guerra, cuando la independencia no estaba
afianzada, y cuya meta era una república representativa55. Si bien es cierto que
el comando militar le había concedido esta facultad autoritaria, el Prócer ejerció
el poder como un simple mandato del Ejército y careció de contornos cesáreos.
Ahora bien, la separación de los tres poderes no estaba conforme con una
verdadera democracia, siempre el déspota se autoimpuso los contrapoderes que
permitieron las correcciones. Si bien es cierto que esta concentración de poder
personal era peligrosa y llevó inevitablemente a ciertos errores, siempre el diálogo
y la legalidad acabaron por ser respetados y echaron raíces, como lo comprueba
la renuncia y la continuidad jurídica de 1823. Como lo expresa Jocelyn-Holt,
“es una dictadura ilegal que anticipa una constitucionalidad republicana aún
por perfeccionar, no obstante utilizar medios de gobierno que la retrotraen a un
autoritarismo progresista dieciochesco”56.
¿Fue eso pura suerte debido a la sola benevolencia y calidad humana del
personaje? En cuyo caso sería peligroso y engañoso referirse al ejemplo chileno
que hubiera resultado de un superhombre, es decir, de un accidente de la
historia. O bien ¿se trataría de una forma de equilibrio institucional dinámico cuyo
valor trasciende las contingencias chilenas? Nuestro análisis tiende más bien a
concluir en favor de esta segunda interpretación; una dinámica institucional de
construcción progresiva del estado de derecho mediante un ejecutivo fuerte pero
con contrapeso. En todo caso, el tema de la dictadura de O’Higgins merece mayor
análisis y nuevos enfoques. Sobre todo, necesita encontrar una explicación de
sus orígenes a fin de disipar la duda acerca del carácter de nuestra pregunta
sobre el valor de extrapolación del caso chileno.
...fue resistido no por el pueblo sino por la aristocracia y la Iglesia porque
imponía el cambio social y amenazaba a sus privilegios...
Además del carácter legal de su despotismo, cabe señalar que varios factores
sociohistóricos explican el sesgo analítico que llevó a muchos historiadores a
calificar peyorativamente su autoritarismo de dictadura. Por sus orígenes sociales
(hijo natural), su formación europea, su tolerancia filosófica y su reformismo
social, O’Higgins tenía poca aceptación por parte de la oligarquía y de la Iglesia
Católica. Sus tentativas de modernizar a Chile lo convirtieron en un elemento
55Ver análisis de Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit. pp. 250-258.
56Jocelyn-Holt, ob. cit., p. 256.
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ajeno a la clase alta que lo consideró dictador. Después de su destierro no tuvo el
apoyo familiar y social local para defender su memoria en Chile, dejando que se
desarrollaran leyendas sesgadas.
Llama especialmente la atención del observador extranjero el desequilibrio de
criterios que subsisten en la hagiografía y memoria colectiva chilena en cuanto
a la evaluación de los papeles respectivos de O’Higgins y de Carrera, incluso
hoy en día. En particular, el nivel de “exigencia” que muchos de los historiadores
chilenos57 aplican a posteriori a O’Higgins, frente a la complacencia que tienen por
Carrera en materia de conducta política y patriótica, revela un sesgo sorprendente.
Es un sesgo inexplicable presentar en términos peyorativos el autoritarismo legal
del primero, cuando los mismos consideran como heroísmo la dictadura ilegal del
segundo. El primero sostuvo lealmente todas las juntas de gobierno legalmente
constituidas, y después como Director Supremo actuó en forma poco común en el
marco constitucional y respetó generalmente a los poderes legislativo y jurídico58,
el segundo, en cambio, conspiró contra todas las juntas o gobiernos que no
estaban bajo su mando directo y violó sistemáticamente los poderes legislativo
y judicial. El primero, promotor de la representatividad popular, queda manchado
por haber postergado elecciones y por su intervención en ellas, en tanto que los
cuatro golpes sucesivos del segundo pasan por idealismo cívico. La preocupación
panamericanista y las alianzas con Argentina y San Martín del primero, fueron
criticadas como falta de patriotismo, en tanto que las atrocidades, las montoneras
y las repetidas conspiraciones del segundo en contra de las autoridades legítimas
de los independentistas no son reconocidas o son absueltas.
Como lo subraya Julio Heise, “en los seis años de gobierno, jamás pasó por
la mente de O’Híggíns la idea de aprovechar su inmensa popularidad o la fuerza
armada incondicionalmente a sus órdenes, para acrecentar indebidamente sus
atribuciones”59. Su republicanismo fue sin falla. El testigo perspicaz que fue la
viajera Mary Graham comenta en 1822: “...el Director Supremo, quien podía
haberse hecho señor absoluto si hubiera tenido un rastro de ambición. Es curioso
que un soldado afortunado como O’Higgins, tenga la sensatez de ver el peligro
del poder absoluto, y el buen sentido de evitarlo; él, sin embargo, posee ambas
cualidades y disuelto el Senado, ha convocado una asamblea deliberante con el
objeto de formar una constitución permanente”60.
...sin respetar la división de los poderes...
La Constitución Provisoria de 1818 no constituía una democracia, sino una
transición hacia una república democrática mediante un proceso de fiscalización
de las facultades casi omnímodas del Director Supremo, circunscribiendo estos
57Hay muchas excepciones, una notable es Jocelyn-Holt, ob. cit., pp. 173-175.
58Aunque respetuoso del Poder Judicial, el gobierno de O’Higgins cometió indiscutibles errores al intervenir
arbitrariamente en materia de justicia en algunos casos precisos: en asuntos de deudas contratadas por los
Carrera en Argentina. En ausencia de O’Higgins, Hilarión de la Quintana dio órdenes arbitrarias para cobrar
estos pagos con los bienes de la familia en Chile; también O’Higgins en persona ordenó desterrar a Mendoza,
al Presbítero Eyzaguirre que había mandado a expulsar de la Catedral a la señora Manuela de Prieto por
razones de vestimenta inadecuada. Ver Orrego Vicuña, ob. cit., pp. 93-97.
59Heise, Julio, Años... pp. 118-119.
60Graham, María, Diario de mi residencia en Chile en 1822. Ed. del Pacífico, Santiago 1956, p. 54.
152
E dición conmemorativa del B icentenario
poderes dentro de la legalidad. La guerra en curso mantenía la justificación del
autoritarismo del jefe del Ejecutivo, quien nombraba los miembros del Senado, y
su firma era necesaria para las sentencias del Tribunal Supremo. Sin embargo,
este texto de 1818 marcaba un avance objetivo respecto a los ensayos anteriores.
La razón principal está en que deslindaba las atribuciones de cada uno de los
poderes y organizaba un contrapoder conservador que los hechos demostraron
ser efectivo.
El Senado tenía la expresa misión de controlar al Director Supremo –concepto
nuevo en la región– y su acuerdo era necesario para todas las decisiones
importantes o legislativas, especialmente presupuestarias y fiscales. Fueron
numerosos los casos de conflicto entre O’Higgins y el Senado conservador61, este
último imponiendo serios frenos en las iniciativas modernizadoras del Ejecutivo.
Sin embargo, el poderoso Director Supremo respetó las atribuciones del
Senado y sus observaciones fueron acatadas por el Ejecutivo, incluso en materia
militar y a pesar de sentirse a diario angustiado por problemas de toda especie. La
Constitución rigió así desde su promulgación, el 22 de octubre de 1818 hasta el 7
de mayo de 1822, fecha de la convocatoria a elección constituyente en respuesta
al debate democrático naciente. Una prueba concreta y anecdótica fue cuando el
Senado negó a O’Higgins los recursos para comprar la extraordinaria biblioteca
de Miranda en Londres, que la viuda del Prócer le había ofrecido comprar en
prioridad. O’Higgins se inclinó ¿Acaso un dictador hubiera acatado este tipo de
vejación?
Considerando la dificultad de la gestión pública en Chile en este período y
recordando que, en los mismos años, tanto el resto de Hispanoamérica como
el continente europeo (a excepción de Inglaterra) vivían en la anarquía, esta
experiencia política es verdaderamente ejemplar. O’Higgins estaba convencido de
que sin juridicidad se produce el caos y que las leyes deben impedir todo abuso
de poder. Él instituyó así un efectivo estado de derecho que ancló el respeto de
las leyes como base de la nueva cultura nacional.
...y sobre todo cayendo en el error clásico del despotismo de ser juez y
parte...
Cuando las condiciones lo permitieron, y como el Senado se encontraba de
hecho fuera de servicio (dos de sus miembros estaban fuera y los suplentes no
fueron llamados) a partir de abril 1822, O’Higgins, que pensaba disolverlo, llamó,
por decreto del 7 de mayo de 1822, a elecciones para escoger una asamblea
popular. El Senado protestó, dado que era a ese cuerpo al que le correspondía
dictar tal decreto, pero no tuvo efecto su protesta y se disolvió. El hecho notorio
era que “la opinión nacional había ido tomando Incremento y despertándose en
todas partes un Interés que antes no se conocía, por todo cuanto se relacionase
con la cosa pública”62.
61Ver Orrego Vicuña, Eugenio, El Espíritu constitucional... ob. cit., pp. 56-71, y Roldán, Alcíbiades, Los
desacuerdos entre O’Higgins y el Senado Conservador, Anales de la Universidad de Chile, 1892.
62Orrego Vicuña, Eugenio, El Espirítu constitucional... ob. cit., p. 128.
153
R evista L ibertador O’ higgins
Sin embargo, en consecuencia de la creciente hostilidad de la clase alta y del
clero, las gestiones e influencia del Ministro Rodríguez Aldea llevaron a ejecutar
el decreto de O’Higgins no con la organización de un voto popular, sino mediante
la designación, por parte del gobierno, de los miembros de una Convención
Preparatoria como asamblea constituyente. Bajo la funesta influencia de su
ministro Rodríguez Aldea, O’Higgins “dirigió esquelas a todos los intendentes
y gobernadores indicando los nombres de las personas que deseaba fuesen
elegidas”63. El Director Supremo mismo reconoció en su discurso en la apertura del
nuevo cuerpo legislativo “que la honorable convención no revestía todo el carácter
de representación nacional... Quizás mis cortos alcances y mi inexperiencia...64.
Este error típico de un poder excesivamente centralizado se confirmó cuando la
asamblea provisoria designada por el Director Supremo se autodeclaró legislativa
y constituyente. Además, no fue un secreto que Rodríguez Aldea fue el principal
redactor de la nueva Constitución, incorporando elementos de la constitución
liberal española de 1812 y otros de la de 1818.
Aunque la nueva Constitución, promulgada el 30 de octubre de 1822 constituía
también un progreso en la organización de la república y en los derechos
fundamentales, pecaba por falta de legitimidad o de respeto a la soberanía
popular. Se notaba una contradicción entre sus principios y las posibilidades
que mantenía el ejecutivo de controlar el Poder Legislativo a través del Senado,
“compuesto de siete miembros elegidos por la cámara de diputados más los
ex Directores Supremos, los ministros de estado, los obispos, delegados del
ejército, de los tribunales de justicia, de las universidades, del vecindario de
Santiago y de agricultores y comerciantes cuyo capital no era inferior a treinta
mil pesos”65, así como de sus atribuciones durante el receso de la cámara, la que
sesionaba solamente tres meses cada dos años.
...pero se transformó en un éxito instítucional que consagró la entrada de
Chile en el reducida club de las democracias...
Este error, combinado con el hecho de que la oligarquía ligada al clero no
aceptaba ya al Director Supremo, más la impopularidad del Ministro Rodríguez
Aldea, y el “castigo de Dios” (por la tolerancia religiosa del Director), como fue
presentado el terremoto de Valparaíso del 19 de noviembre de 1822, llevó a la
caída de O’Higgins. Concepción rechazó la Constitución y organizó, por primera
vez en Chile, elecciones populares con inclusión aun de los analfabetos66. Sin
embargo, el desarrollo de esta fase del enfrentamiento ilustra, una vez más,
tanto la ausencia de intenciones dictatoriales del Prócer, como sus logros en los
progresos del aprendizaje republicano. Su renuncia constituye una prueba de la
superioridad de las instituciones chilenas en América Latina. Además de respetar
la voluntad popular y de no optar por la vía de la represión violenta, O’Higgins
comprobó su devoción por la juridicidad e impuso la continuidad en el orden legal,
salvando una vez más a Chile del caudillismo.
63Orrego Vicuña, Eugenio, ob. cit., p. 131.
64Galdames, Luis, ob. cit., p. 534.
65Galdames, Luis, ob. cit., p. 542.
66Galdames, Luis, ob. cit., p. 559.
154
E dición conmemorativa del B icentenario
Su renuncia al poder fue un acto único en la historia latinoamericana que revela
la verdadera superioridad del fundador del Estado chileno. En su renuncia al
poder, el Primer Capitán General de la República de Chile tuvo la grandeza –hasta
hoy día insuperada– de adelantar una solicitud de perdón por sus eventuales
errores: “sí las desgracias que me echáis en rostro han sido, no el efecto preciso
de la época en que me ha tocado ejercer la suma del poder, sino el deshago de
mis malas pasiones, esas desgracias no pueden purgarse sino con mi sangre”67.
Estas palabras del héroe que facilitaron la reconciliación nacional consagraron el
nacimiento de una conciencia nacional y la entrada de Chile en la democracia.
LA INFLUENCIA DE MIRANDA
A pesar de que el nexo entre Francisco de Miranda y Bernardo O’Higgins
sea un hecho explícitamente reconocido por todos los historiadores chilenos y
comprobado por varios documentos y testimonios, la importancia del padre
espiritual del Padre de la Patria chilena sigue generalmente subvaluada. Se
limita éste a un papel indirecto en su lejana juventud, cuando Miranda despertó la
vocación para la lucha emancipadora del estudiante Riquelme, tal como lo cuenta
el mismo discípulo. En esta interpretación más bien anecdótica, las referencias al
contenido filosófico y político del legado del maestro son muy pobres, y la relación
psicológica entre los dos no fue suficientemente recalcada.
Consideramos que lo que Chile debe a O’Higgins, este último lo debe
directamente a Miranda, convirtiéndose el caraqueño en el Prócer del Libertador
de Chile, y por tanto en un contribuidor significativo de la identidad chilena. El
camino nuevo y dinámico que abrió el Padre de la Patria chilena es el resultado
de la visionaria síntesis del precursor de la identidad latinoamericana. O’Higgins
fue el único discípulo de Miranda que logró implementar en parte el ideario político
forjado por el más universal de los latinoamericanos. Como lo expresa Barros
Arana: “fue sin disputa el más ilustre a la vez que el más glorioso de los discípulos
de Míranda”68.
Nuestra hipótesis es que Miranda constituye la “pieza explicativa” que falta
para entender gran parte tanto del ideario político de O’Higgins, como de sus
actitudes decisivas. En consecuencia, Miranda habría desempeñado un papel
indirecto –pero clave– en la singular estabilización política de Chile. La excepción
de América Latina que confirmaría la regla de que las opciones caudillescas
antimirandina tomadas por el resto de la región estuvieron equivocadas.
Aunque las ideas de O’Higgins pertenecen al ideario común a muchos
próceres y a la corriente más genérica de la Ilustración europea, la tesis de la
filiación directa con la síntesis de Miranda, se argumenta tanto sobre la alta
similitud de las iniciativas del discípulo con las enseñanzas y experiencias del
maestro, como sobre la deducción de que el impacto psicológico del profesor fue
mayor sobre el hijo ilegítimo del Virrey por razones contingentes. Casi todos los
libertadores estuvieron en contacto con Miranda, y todos conocieron su “lectura”
de la Ilustración adaptada a Hispanoamérica. En este sentido, Miranda y la
67Vicuña Mackenna, Vida del Capitán General Don Bernardo O’Higgins, p. 401.
68Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Santiago 1890, T. XI, p. 647.
155
R evista L ibertador O’ higgins
emancipación hispanoamericana están muy ligados. Sin embargo, pocos pudieron
seguir sus principios y sólo O’Higgins intentó aplicarlos de manera coherente y
suficientemente completa.
Reconociendo que nuestros principales argumentos son más bien deductivos,
cabe observar una convergencia de razones y presunciones que apuntan a
dar un paso decisivo al aporte mirandino a Chile, y que se estructuran en tres
componentes ligados entre sí.
Primero, el aspecto psicológico: el joven Bernardo Riquelme, en su búsqueda
frustrada del padre que no tuvo debido al propio sistema colonial, encontró en la
cuna de la revolución industrial a un padre espiritual en un momento muy difícil
de su vida y de su estadía en Londres. El fascinante intelectual, el experimentado
diplomático y el romántico aventurero de 48 años, irrumpió en el proceso
maleable de descubrimiento del mundo moderno del adolescente abandonado
de 19 ó 20 años, que carecía de afectos y rol social69. El magistral profesor le
entregó no solamente la quintaesencia de sus conocimientos universales y
experiencias políticas, un ideal de vida, una misión histórica una lectura visionaria
del mundo, sino que le permitió cerrar el círculo lógico de su destino personal,
logrando así sentar ideas filosóficas sobre potentes motivaciones personales,
dándole aquellas tremendas fuerzas psicológicas del que descubre un significado
a su vida: su estatuto inferior de hijo ilegítimo era también una consecuencia
individual de la hipocresía del régimen colonial español que discriminaba entre
criollos y funcionarios del Rey, impidiendo a su padre reconocerle. Estas razones
personales, debidamente transformadas por el aporte filosófico del más europeo
de los latinoamericanos, explican la determinación en obrar por el progreso social
y renegar para siempre del absolutismo, la intolerancia inquisitorial y los privilegios
sociales del nacimiento.
Además, siguiendo el análisis psicohistórico de Jaime Eyzaguirre70 y Diana
Veneros71, parece probable que el inconsciente de Bernardo O’Higgins reemplazó
a su padre real, Ambrosio, por este padre simbólico Miranda, y asoció también
a su madre con la Patria, ambas humilladas por un mismo agresor, el régimen
español. Los sentimientos agresivos hacia el padre fueron inconscientemente
derivados en contra de la autoridad del sistema colonial y realista adhiriendo
a la misma causa noble a la que representaba su padre simbólico Miranda.
“Toda la agresividad reprimida fue vaciada contra aquel sistema, cuya erosión y
aniquilamiento equivalía, simbólicamente a la destrucción del padre” y “conseguía
redimir el honor de la madre y limpiar el trauma de sus orígenes oscuros”72.
69Miranda inicia su segunda estadía londinense en enero 1798, y sus relaciones con Riquelme no pueden
ser fechadas con exactitud. Sin embargo, dado que fueron estrechas, parecería que cundieron un tiempo
significativo y continuo hasta la salida del joven a Cádiz y a su tierra en abril del 1799, mandado por Miranda
así como a otros miembros de la Logia de Lautaro, para preparar en el terreno las revoluciones. Archivo del
General Miranda, ob. cit. tomo XV, p. 351.
70Eyzaguirre, O’Higgins, Santiago, 1946.
71Veneros, Diana, Motivos y factores tras la gesta de independencia de Chile, comunicación en el seminario
“Francisco de Miranda y Bernardo O’Higgins en la emancipación Hispanoamericana”, Santiago, 2002,
publicado en este mismo número de la Revista del Instituto O’Higginiano de Chile.
72Veneros, Diana, ob. cit.
156
E dición conmemorativa del B icentenario
Por otra parte, Miranda –cuya red de informadores cubría el imperio– hubiera
podido saber de los orígenes del hijo oculto del Virrey del régimen que combatía,
explicando el especial esfuerzo de dedicación que el maestro tuvo hacia este
discípulo estratégico. Es aún más plausible que el joven se abrió a Miranda de
sus problemas y orígenes.
A todo lo anterior se agrega un punto personal común entre los dos personajes.
Miranda también había sufrido en su juventud –y resultó marcado– por el abuso de
poder de la sociedad colonial: su padre tuvo que abandonar su rango y comercio
a raíz del celo de los “mantuanos”, la aristocracia local de Caracas, que recibió
el apoyo del rey y del sistema español. Este aspecto podría haber facilitado los
nexos entre estas dos víctimas del régimen español.
Segundo, la coincidencia de los idearios políticos de los dos próceres. Tomando
en cuenta el contexto psicológico peculiar mencionado se vuelve difícil negar
el papel decisivo de Miranda sobre O’Higgins, cuando todos los componentes
esenciales del pensamiento político y de la acción en el terreno del Libertador
chileno se conforman al ideario mirandino, del republicanismo al federalismo
panamericano, del odio al caudillismo al temor a la anarquía, de la tolerancia
religiosa a los derechos humanos, del estado educador al liberalismo económico,
como, lo recordaremos más abajo.
Toma especial relevancia el hecho de que O’Higgins manifestó principios muy
adelantados para el contexto chileno, e incluso actuó como si tuviera una amplia
experiencia política. Es significativo que los historiadores chilenos no expliquen
estos rasgos, sino por referencia a su genio político y a una vaga educación
en Inglaterra. Por ejemplo, llama la atención la contradicción entre el hecho de
que los historiadores chilenos digan que O’Higgins no leía mucho, pero que
no expliquen de dónde venían sus muy avanzadas ideas políticas. O esta otra
contradicción: decir que O’Higgins era muy influenciable por su entorno directo73,
o que era débil de carácter, o dócil74, mientras se le reconoce al mismo tiempo la
fuerza75 y continuidad de sus principios. Esta hipótesis de un “ligenio espontáneo”
parece muy débil frente al peso obvio del legado mirandino. Especialmente sí
se quiere explicar esta capacidad peculiar de O’Higgins para buscar un sutil
“centrismo político”, lo que presupone una gran experiencia política que no tenía
O’Higgins, y que le permitió evitar los extremos dogmáticos. Es más plausible
relacionar esta facultad con la lucidez madura fuera de lo común del girondino
Miranda que quería el cambio sin violencia, y pensar que el joven estudiante supo
sacar un máximo provecho de las lecciones de moderación y las advertencias que
su Maestro le había dado en base a su propia experiencia vivida de las ilusiones
y riesgos en ambos lados.
Tercero, la filiación de ciertas frases o palabras claves. Hasta las formas de
enunciar ciertos principios que se encuentren bajo la pluma de O’Higgins fueron
enunciadas en forma similar por Miranda. Por ejemplo, en la convocatoria a
73Por ejemplo Orrego, ob. cit. p., 20 comparándole a Bolívar diciendo que O’Higgins le era inferior “por ese
desgraciado sometimiento de su voluntad casi siempre gobernada por otros”.
74“En el carácter de O’Higgins había más cera que acero”. Vicuña Mackenna, en El Ostracismo de O’Higgins,
p. 332.
75“Una vez decidido, no retrocedía”, dice el General José María de la Cruz.
157
R evista L ibertador O’ higgins
elecciones para designar a la Asamblea Constitucional de 1822, cuando explicita
la necesidad de un ejecutivo fuerte pero controlado, O’Higgins usa la expresión
de otorgar “al poder público todas las facilidades de hacer el bien sin poder
dañar jamás”76, que Miranda había desarrollado en términos similares en varias
oportunidades, como por ejemplo, en 1793 ante sus compañeros de cárcel bajo la
dictadura de Robespierre, como lo testifica un observador presente, “el gobierno
todo poderoso para hacer el bien queda casi sin fuerza para dañar”77. También, la
famosa frase de la batalla del Roble, “vivir con honor o morir con gloria”, parece
tener filiación de inspiración en el final de una importante proclama de Miranda
de 1801: “Por la Patria el vivir es agradable y el morir glorioso”. Otro ejemplo es
la respuesta que el Director Supremo hizo a María Graham que le preguntaba
¿a qué cree que debe el inmenso valor que tuvo para hacer de Chile todo lo que
hizo? Cualquiera que ame a su Patria puede hacerlo. Miranda le había dicho “El
alpha y el omega de mis consejo es: ¡ame a su patria”78.
Llama también la atención que en sus diferentes proclamas e instrucciones a
sus compatriotas, Miranda siempre resaltó como prioritaria la necesidad de llamar
a una asamblea o congreso constituyente representativo, así como la apertura de
los puertos y la supresión de todos los monopolios estatales79. ¿Cómo pensar que
fue sólo casualidad genial que O’Higgins lograra convencer, vía Martínez de Rozas,
a la primera Junta de 1810 de tomar como primeras medidas simultáneas llamar a
un Congreso Constituyente y abrir los puertos? Cabe recalcar la importancia que
estas orientaciones tuvieron sobre Chile. En particular, “La razón fundamental del
éxito económico chileno radica en que se permitió y se aprovechó una apertura
comercial hacia afuera. Desde el decreto de libre comercio de 1811 y después
de 1817, los gobiernos estimularon sistemáticamente el comercio exterior tanto
extranjeros como nacionales”80.
De manera sintética, a continuación enumeramos −sin ser exhaustivo− los
principios esenciales que caracterizaron la singularidad del aporte o’higginiano,
y cuya relación con Miranda parece más directa que cualquier otra. Si bien es
cierto que muchas de estas ideas se encontraron también presentes en otros
casos, la singularidad del caso chileno está en haber sido implementadas todas
al mismo tiempo por una sola persona, sin grandes desvíos, al contrario del resto
de América Latina. Por lo tanto, la hipótesis de la paternidad de Miranda parece
imponerse por carencia de otra explicación realista.
1. O’Higgins por Decreto del 3 de junio de 1818 creó la nacionalidad chilena,
fundándola en unos principios básicos que son los mismos que había
establecido Miranda al crear la identidad hispanoamericana: rechazo legal
de los derechos españoles, creación de una nueva nacionalidad por el
hecho de nacer en el suelo americano, tanto para los indios o mestizos
como para los colonos criollos, sin tolerar ninguna discriminación, y con
76Citado por Orrego Vicuña, Eugenio, “El espíritu constitucional de la administración O’Higgins”, ob. cit., p. 130.
77Testimonio del ciudadano Champagneux, compañero de cárcel de Miranda en 1793 y 1794, citado en francés
en el Archivo del General Miranda, edición Dávila, T. XlV, p. 367.
78Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. 1, p. 22.
79Ver, por ejemplo, la Memoria del 29 de abril 1803, Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit. p. 292.
80Jocelyn-Holt, ob. cit., p. 299.
158
E dición conmemorativa del B icentenario
la posibilidad de adquirirla mediante adhesión voluntaria. Estos principios
que nos parecen obvios eran revolucionarios para la época, y llama la
atención que tanto Miranda −para toda América− como O’Higgins para
el territorio chileno pero en referencia “al sistema de la América” fueron
respectivamente los primeros en proponerlo en forma jurídica concreta.
La “desidentificación”81 tanto política como cultural respecto a la “madre
patria”, es decir esta asociación necesaria entre la independencia política
y la emancipación mental, así como la simultaneidad de la ruptura con la
metrópoli y la propuesta de un modelo alternativo de gobierno, caracterizan
a muy pocos próceres82, dentro de los cuales a O’Higgins y Miranda, que
comparten la misma argumentación de la ilegitimidad de la autoridad colonial
española y de la necesidad de reemplazar las estructuras coloniales con
reformas “sistémicas”.
2. El republicanismo democrático precoz e indefectible en un mundo
monárquico. Aunque las primeras versiones de las constituciones federales
de Miranda tenían algo de monarquía a fin de poder contar con el apoyo de
los ingleses83, las siguientes, así como su ideario en general, son claramente
republicanas. El juramento instituido por Miranda en la asociación de
conspiradores, bautizada “Logia de Lautaro” y creada con su ayudante
Riquelme en 1798, abarcaba la promesa de trabajar por la independencia
absoluta de Hispanoamérica, así como una profesión de fe en el dogma
republicano representativo84. Sería difícil entender cómo el terrateniente
del sur de Chile, educado en el contexto de la monarquía inglesa, hubiera
podido adquirir una determinación republicana tan precoz, tan fuerte y tan
constante sin el traspaso directo de conocimientos y experiencias vividas
por Miranda a través de tantos países y regímenes.
3. Esta técnica de las logias políticas de Lautaro, iniciada en Londres para
combatir al absolutismo, serán implementadas en Mendoza y en Chile con
la participación directa de O’Higgins.
4. El panamericanismo visionario, ligando el éxito y la durabilidad de la
emancipación chilena a la solidaridad e integración con los países
hispanoamericanos, que fue el aporte mayor de Miranda85, y que se
traspasó a O’Higgins a través de su alianza con las provincias de La Plata y
la expedición libertadora al Perú, basado en la idea de países confederados
(subsidiaridad del poder federal).
5. La estrategia militar del Ejército Libertador, atribuida a San Martín, tiene una
clara filiación con los planes militares de Miranda en su época de Londres:
necesidad de pasar los Andes y de asegurar un gobierno estable en Chile,
81Expresión de Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit.
82Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit.
83Bohórquez, Carmen, Francisco de Miranda..., ob. cit.
84Mitre, Bartolomé, Historia de Beigrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1876, T. II, p. 46.
85Ver Bohórquez, Carmen, Francisco de Miranda, Precursor de las independencias de América Latina,
Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2001. También, Ghymers Christian, Miranda visionnaire:
I’intégration régionale dimension indissociable de I’émancipation latino-américaine, en Grisanti y Ghymers,
Francisco de Miranda, I’Europe et I’intégration latino-américaine, ed. Versant Sud, Louvain-La-Neuve, 2001.
159
R evista L ibertador O’ higgins
que sirviera luego como cabeza de puente para liberar al Perú, controlando
previamente al Pacífico mediante una armada importada. Es difícil imaginar
que O’Higgins, el más estrecho colaborador militar de San Martín, no
influyera en este sentido sobre el que era también su más íntimo confidente
y fiel amigo.
6. La importancia del Cabildo, única institución colonial disponible para lanzar
el movimiento revolucionario, a condición de volverlo representativo y de
enmarcarlo en un sistema constitucional que deslindara bien las atribuciones
del Ejecutivo y del Legislativo. Miranda había previsto con una década de
anticipación que la emancipación se aceleraría con la acefalía del imperio
que resultaría del expansionismo de Napoleón. En este contexto, Miranda
preconizaba, inspirado por la experiencia holandesa, que había que
encauzar el movimiento de reacción municipal en una constitución federal a
fin de evitar el caos y la anarquía del asambleísmo espontáneo: “temo que
un movimiento convulsivo en la Metrópoli produzca sacudidas anárquicas
en las colonias, o que el abominable sistema francés se introduzca
entre nosotros si no tomamos las medidas adecuadas”86. Para asegurar
la representatividad, Miranda proponía en su “Bosquejo de Gobierno
Provisorio” del 2 de mayo de 1801, “sustituir a las autoridades españolas por
los Cabildos, a los que se agregarían un tercio escogido entre los indios y la
gente de color de la provincia”87 estos siendo dispensados de la condición
“censataria” de ser dueños de tierra cultivada. En 1808, Miranda envió a los
diversos cabildos americanos su plan mejorado de constitución federal88.
7. La dificultad fundamental de encontrar el nivel óptimo de representatividad
democrática, que preocupó a O’Higgins desde el principio de su gobierno,
sin lograr una solución, lo que le fue fatal. Miranda había formulado el dilema
de la democracia representativa: “sí la representación es demasiado amplia,
caemos en las inconveniencias del ignorante y precipitamos las pasiones de
los vulgares, si la representación es demasiado estrecha, caemos en algo
peor, las malas prácticas del soborno y de la corrupción”89. Para Miranda,
todos los habitantes tenían los mismos derechos, sin embargo el voto
seguía siendo “censatario”, con la sutileza de que los indios casados serían
dueños por derecho de la cuota de tierra necesaria.
8. La preeminencia de las virtudes de la razón, el orden como fuente de
bienestar y la fe en el progreso ilimitado del hombre, son preceptos
comunes a los hombres de la Ilustración, sin embargo fueron llevados por
Miranda y O’Higgins a un grado de importancia mayor para hombres de
terreno y de acción. Persuadidos de que sólo la razón puede conducir a
la humanidad hacia el progreso, Miranda y O’Higgins van “a rechazar toda
vía en la cual no sea posible establecer un principio conductor de la acción.
De allí que sus (Miranda) propuestas políticas giren en torno a la noción
86Carta del 24 de marzo de 1798, de Miranda al Presidente de EE.UU., John Adams, Archivo del General
Miranda, ob. cit. T. XV, p. 228 (traducida del francés).
87Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 151 (en francés).
88Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 154-159.
89Citado por Antepara, que cita Bohórquez, Carmen, en Francisco de Miranda... ; ob. cit., p. 308.
160
E dición conmemorativa del B icentenario
de “libertad racional”, queriendo significar con ello una libertad subordinada
al orden, única garantía de bienestar permanente y de progreso constante
en una sociedad. Concomitantemente, rechazará toda manifestación de
anarquía, a la que considera expresión máxima de la irracionalidad, lo que
se traducirá en su empeño por lograr “un cambio sin convulsiones” esto
es, una revolución sin violencia90. Esta doble dificultad consciente de lograr
un cambio de régimen político sin violencia, y de no pasar de una tiranía
a otra con el caudillismo y el riesgo jacobino se manifiesta claramente en
O’Higgins, que teme igualmente a la anarquía por falta de un poder ejecutivo
fuerte, y un igual rechazo del caudillismo o populismo, lo que abrió un
espacio a una dialéctica concreta de aprendizaje democrático. La fórmula
de la proclamación de 1801 a los pueblos del Continente Colombiano
de Miranda: “no buscamos sustituir una tiranía antigua por otra tiranía
nueva... ni dejar establecer sobre la ruina de un despotismo extranjero el
reino de otro despotismo no menos odioso, el de la licencia y anarquía”91,
traducía su experiencia trágica de la Revolución Francesa, y a partir de ella
Miranda aconseja al joven chileno y le advierte del riesgo de jacobinismo
que amenazaría a Hispanoamérica con un mal peor al régimen español,
en caso de no prevenir “las funestas consecuencias que los principios
revolucionarios franceses provocan casi por todos partes...”92. El hecho de
haber sido advertido por un testimonio directo de tales experiencias, vividas
en carne propia, permite entender la especial cautela que mostró O’Higgins
y que lo llevó a erradicar al caudillismo carrerino de Chile.
9. La importancia de una constitución escrita para fundamentar un nuevo
pacto social en reemplazo de la obediencia al monarca y de la fuerza militar.
Para evitar la anarquía y las divisiones territoriales, era necesario construir
un consenso a partir de principios jurídicos que fundaran un ejecutivo
fuerte en mano de pocas personas, en la línea de Rousseau. Ambos
personajes opinaban también que “la fuerza del poder ejecutivo tiene que
ser proporcional a la libertad de los ciudadanos”93. Miranda fue el autor del
primer proyecto de constitución escrita para Hispanoamérica. Su texto de
1790 aparece un año después de la constitución de EE.UU. y es anterior a
la primera constitución francesa (1791). Tanto Miranda como O’Higgins se
enmarcan en la preocupación de aplicar la recomendación de Montesquieu
de “que todo proyecto constitucional para la América meridional debe
estar adaptado a las condiciones naturales del continente, así como a las
necesidades y costumbres de sus habitantes”94.
10. En el mismo plano, la juridicidad de ambos próceres es notoria: la
emancipación pasa por la fuerza de la ley y la construcción institucional,
90Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit.
91Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 119.
92Carta de Miranda a Pitt del 21 de mayo de 1798, traducida del francés en Salcedo-Bastardo, J.L., América
Espera, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, n. 100, p. 225. Hay varias otras advertencias en las cartas de
Miranda para prevenir el riesgo de una contaminación de Hispanoamérica por el “el abominable sistema
francés”.
93Archivo del General Miranda, ob. cit., T. XIV, p. 392 (en francés).
94Bohórquez, Carmen, La tradición prepublicana, ob. cit.
161
R evista L ibertador O’ higgins
que a la vez fundamenta la estabilidad y credibilidad del Estado, bases de
la prosperidad económica y de la formación de una identidad nacional.
11. La necesidad de la separación de los poderes. A pesar del hecho de que
O’Higgins lo aplicara en forma muy parcial invocando las circunstancias
de guerra, su meta fue siempre la de llegar a un sistema representativo
con un Ejecutivo controlado por la autonomía de los otros dos poderes.
Miranda, que consideraba a Montesquieu como el más grande filósofo
político, se caracterizó por una clara concepción de las condiciones de
una democracia: “dos condiciones son esenciales para la independencia
absoluta de los poderes:
la primera que la fuente de donde emanen
sea una (el pueblo); la segunda que velen continuamente los unos sobre
los otros”95.
12. La importancia de legitimar a la revolución chilena mediante un Congreso
nacional representativo y constituyente, impulsado por O’Higgins a través
de Martínez de Rozas a principio de 1811, y de lanzar un proceso de
aprendizaje republicano a pesar de la falta de cultura política. Miranda
señalaba en sus diversos textos la necesidad de convocar una asamblea
representativa o un congreso provisorio96, que se encargara de formar un
gobierno.
13. La misma importancia dada por O’Higgins a la apertura de los puertos
al comercio externo. El hecho de otorgar, como lo hace Miranda, el
mismo grado de prioridad a la soberanía popular y a la libertad de los
intercambios97 –los dos principios fundamentales del liberalismo moderno–
indica un entendimiento de las fuerzas que regían al mundo occidental
nuevo de la democracia y de la revolución industrial, lo que supone un
grado de preparación y discusión previas que O’Higgins había tenido con
Miranda.
14. La importancia dada a la educación popular para conseguir una democracia,
y en particular la introducción en Chile del sistema preconizado por
Lancaster, amigo de Miranda en Londres. O’Higgins manifestó además
la misma concepción ilustrada de la sociedad: sin la “luz” aportada por
la educación y la cultura, el pueblo no es capaz de discernir lo que le
conviene mejor y su ignorancia lo expone a los peligros de la anarquía o
del caudillismo.
15. La abolición de la Inquisición, la tolerancia religiosa, la separación de la
Iglesia y del Estado y la resistencia a las influencias externas que venían a
través del clero católico –medidas fuertes de graves dificultades políticas y
diplomáticas para el Director Supremo– corresponden estrictamente a las
recomendaciones de Miranda. Este paralelismo no puede ser explicado
por un católico ferviente como O’Higgins, sin referirse a la influencia
liberal de Miranda. La estrecha simbiosis entre religión y Estado en el
mundo hispánico constituía un obstáculo mayor a la emancipación. Las
95Archivo del General Miranda, T. XIV, ob. cit., p. 390 (en francés).
96Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 119-120, también p. 152.
97Por ejemplo, Acta de París, 22 diciembre de 1797, Archivo del General Miranda, T. XV, ob. cit., p. 201.
162
E dición conmemorativa del B icentenario
constituciones de Miranda separaban la Iglesia del Estado, sin embargo
dada su importancia para la identidad latinoamericana, la religión católica
era reconocida como religión nacional, pero se establecía simultáneamente
la libertad de conciencia, la prohibición de la Inquisición y la elección
del clero católico por los fieles, con una jerarquía fijada por un concilio
provincial, sin interferencias de Roma98. Toda la actitud de O’Higgins
se enmarca estrictamente en este sendero coherente y pragmático,
manifestando un activismo sin comparación con otros católicos.
16. La abolición de la esclavitud, la igualdad de todos los habitantes sin
distinción de razas o clases, la supresión de las penas corporales, los
derechos humanos, la promoción al mérito, son también decisiones de
O’Higgins comunes con las prescripciones básicas de Miranda99.
17. El Servicio Militar Obligatorio decidido en Chile en 1811, figuraba también
en las proclamas de Miranda de 1801.
18. En el plano geopolítico, O’Higgins siguió también la idea de Miranda de
formar una alianza trilateral entre las democracias inglesa, norteamericana
e hispanoamericana liberada, con libre comercio y cooperación militar
entre ellas. Ambos fueron admiradores del sistema británico y buscaron
el acercamiento con Inglaterra. Además, en esta línea O’Higgins tenía
la explícita preocupación de abrir Chile a los extranjeros y viceversa.
Él personalmente atrajo a Chile a varios profesionales, especialmente
anglosajones.
19. En el plano económico, O’Higgins manifiesta un afán de progreso que lo
lleva a un intervencionismo estatal donde se mezclan ideas ilustradas y
modernismo adelantado. Este voluntarismo que otorga al Estado y a las
instituciones una clara responsabilidad en materia de desarrollo (art. 13
de la Constitución de 1818, “el gobierno tiene la obligación de aliviar la
miseria de los desgraciados y proporcionarles...”) se encuentra también
en Miranda, cuya meta es crear y organizar instituciones básicas que
garanticen los bienes colectivos esenciales a un ejercicio de la libertad que
lleve al progreso económico y social100. En ambos se notan las influencias
de Bentham, de los fisiócratas y de Adam Smith.
20. El pragmatismo, típico de una visión de largo plazo de los jefes que saben
medir la importancia relativa de los principios frente al contexto del terreno.
Aunque ambos próceres fueron utopistas en el sentido original de intentar
hacer posible una sociedad que no existía aún, nunca fueron irrealistas;
sin embargo ambos fueron ingenuos.
21. Finalmente, cabe mencionar el famoso texto de los consejos que Miranda
entrega a O’Higgins bajo el título “Consejo de un viejo sudamericano a
98Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., pp. 153 y 159.
99Ver por ejemplo la Proclamación a los pueblos del Continente Colombiano, en Archivo del General Miranda,
T. XVI, ob. cit. pp. 108-120, y las constituciones pp. 151-159.
100 Ver Ghymers, Christian, Miranda visionnaire: I’intégration régionale dimension indissociable de I’émancipation
latino-américaíne, ob. cit.
163
R evista L ibertador O’ higgins
un joven que abandona Inglaterra para regresar a su patria”101. El tono
indica explícitamente la relación de “una confíanza hasta aquí ilimitada”
y de profundo aprecio que les unía. Se comprueba también que tuvieron
intensas y repetidas discusiones (“he tratado siempre... en nuestras
conversaciones..., conocéís la historía de mí vida “... ) en materia filosófica
y política y sobre la emancipación. Por otra parte, se sabe que O’Higgins
reconoció siempre que debía a Miranda su vocación, incluso tuvo el
proyecto de escribir una biografía de su maestro.
CONCLUSIÓN
El ideario y las acciones políticas de O’Higgins manifiesta un alto número de
coincidencias con las enseñanzas y experiencias del precursor de la emancipación
latinoamericana. Si muchos de estos elementos son parcialmente comunes con
las ideas de Ilustración y con otros libertadores, la coherencia y la similitud del
enfoque global de su acción con la vía trazada por Miranda hace difícil encontrar
una explicación alternativa mejor que la filiación directa con el caraqueño. Los
efectos de la relación privilegiada de maestro a discípulo, amplificados por los del
estatuto y frustraciones del hijo ilegítimo del Virrey actuaron significativamente
en el destino colectivo de Chile. El beneficiario fue la emancipación chilena que
resultó ser más completa. Este nexo de filiación intelectual con Miranda permitió
un “traspaso de tecnología política aplicada” que desempeñó un papel clave en
orientar directamente a Chile en la vía de una construcción institucional más
robusta, garante de un mejor estado de derecho, y que redujo significativamente
la anarquía y del caudillismo.
Aunque O’Higgins no logró sus metas sociales y democráticas progresistas,
y que algunos de sus aportes esenciales fueron recuperados por Portales y
aprovechados por la corriente más conservadora, se instaló en Chile un círculo
virtuoso de aprendizaje político creando una institucionalidad estable cuyos
efectos económicos fueron altamente positivos. El dúo Miranda-O’Higgins podría
así ser el eslabón faltante de una explicación de la singular estabilidad chilena –la
excepción que confirma el trágico fracaso de la emancipación latinoamericana–
así como de su mayor apertura a la cultura anglosajón dominante del mundo
moderno.
Reconocer una deuda con Miranda no hace ninguna sombra al Padre de la
Patria chilena, al contrario. La capacidad de comprensión e interpretación de las
lecciones del maestro constituye ya un mérito sin precedente. Lograr aplicarlas en
el contexto chileno es otro mérito glorioso. Eso permite evaluar con más realismo
las calidades visionarias y las fuerzas intrínsecas de la única persona que fue
capaz de implementar una parte del mensaje emancipador del más grande y
más moderno de los latinoamericanos, dando a Chile una ventaja comparativa
sistémica en la región y para enfrentarse a la globalización actual: “History
matters” como dicen los economistas contemporáneos.
101 Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. 1, p. 22.
164
E dición conmemorativa del B icentenario
MIRANDA Y O’HIGGINS
Sergio Martínez Baeza1
El gran venezolano, precursor de la independencia americana, Francisco de
Miranda, nació en Caracas el 28 de marzo de 1750.
Nuestro máximo prócer, Bernardo O’Higgins Riquelme, nació en Chillán el 20
de agosto de 1778.
Al conocerse ambos en Londres, en 1798, Miranda era un hombre de 48
años, ha viajado mucho y tenido una existencia muy rica en experiencias. Ha
servido en el ejército español por diez años, antes de pasar a la Luisiana, las
Bahamas y Jamaica, para seguir después a Londres. Abandona la capital inglesa
en 1785 y recorre Francia, Italia, Prusia, Austria, Suecia, Rusia, Turquía, Grecia.
Hace amistad con grandes personajes y participa en la Revolución Francesa,
alcanzando el rango de General de ese país. Regresa a Londres en 1798.
El joven Riquelme, que aún no usa el apellido de su padre, ha llegado a Cádiz
en 1794, a la casa de don Nicolás de la Cruz y Bahamonde, futuro Conde de
Maule, y seguido el año siguiente a Londres. Ha permanecido en Richmond y
en el balneario de Margate, viviendo en situación de estrechez, y ha regresado
a la capital inglesa ese mismo año de 1798, como interno en un colegio para
pobres situado en la Cork Street Nº38, muy próxima a la que ocupa el ilustre
venezolano en Great Pultney Street, cruzando el parque de St. James. Durante
los últimos cinco meses de su permanencia en Inglaterra llegará a estrechar
una enriquecedora amistad con el General Miranda, que marcará el resto de su
existencia.
Pero, debemos recapitular.
Del análisis de esta correspondencia, queda claro que Bernardo Riquelme,
nuestro Padre de la Patria, había llegado a Cádiz a mediados de 1794, como
huésped de don Nicolás, que era el apoderado y hombre de confianza de su,
progenitor.
1 Licenciado en derecho y abogado por la Universidad de Chile. Doctorado en derecho histórico en las
Universidades de Sevilla y de Madrid. Graduado en el curso superior de la Academia Nacional de Estudios
Políticos y Estratégicos. Profesor de Historia del derecho en la Universidad de Chile. Presidente de la Sociedad
de Historia y Geografía. Miembro de Número de la Sociedad Chilena de la Historia del Instituto de Chile.
Presidente del Instituto de Conmemoración Histórica y Director del Archivo de Don Bernardo O’Higgins.
Publicaciones: “Teoría de la Ley en los Códigos Latinoamericanos” (1956), “Crónica de la Expedición
Libertadora del Perú” (1961), “La Presidencia en el Derecho Patrio Chileno” (1964) “Antecedentes de la Paz
con España” (1973), “Bello, Infante y el Derecho Romano” (1965), “Epistolario de don Nicolás de la Cruz,
Primero Conde de Maule” (1994), etc.
165
R evista L ibertador O’ higgins
El 30 de enero de 1795, dice De la Cruz a O’Higgins: “Estoy decidido a enviar a
don Bernardo Riquelme, en el primer convoy a Londres, a un colegio de católicos
donde se enseñan las lenguas, las ciencias y la escritura, a contar y llevar libros
de comercio, para que se perfeccione en el latín, aprenda el inglés y, si no le
adaptasen las ciencias, a lo mejor a saber llevar los libros de una casa. Así, sujeto
a un colegio, podrá aprovechar los años más peligrosos de su edad y, después,
ya formado, estará más apto para cualquiera carrera” 2 .
En marzo del mismo año, vuelve sobre el tema y le dice: “Ya tengo hablado
el barco para que se traslade a Londres nuestro don Bernardo Riquelme y es
la fragata nombrada La Reina, una de las mejores, que saldrá dentro de veinte
días, parece que en convoy. Será el primer chillanejo y aún chileno que ha ido a
estudiar a Londres. Dios quiera que sepa aprovecharse” 3.
En noviembre, escribe don Nicolás a su hermana doña Bartolina, casada
con don Juan Albano Pereira, que ha sido en Talca una verdadera madre para
el joven Riquelme: “A Bernardito lo mandé por abril del presente año a estudiar
a un colegio de católicos de Londres y allí sigue. Tomé este partido porque no
se corrompiera en este país, viéndole un poco inclinado a la libertad”4. Como
puede verse, ya nuestro prócer mostraba los primeros síntomas de su vocación
emancipadora, aun antes de su relación con Miranda en Londres y aun antes de
cumplir los 17 años.
Al año siguiente, 1796, ya nombrado Ambrosio O’Higgins Virrey del Perú, don
Nicolás de la Cruz le informa sobre su hijo: “De don Bernardo estoy recibiendo
elogios de apoderado, sobre su aplicación, conducta, etc...5.
Sabido es que Bernardo habrá de permanecer cerca de tres años en Inglaterra.
Allí vivió en el pequeño pueblito de Richmond, a la orilla derecha del Támesis,
recostado en los faldeos de una colina. Allí, el joven Bernardo se incorpora a una
academia local en la que ha sido matriculado por los apoderados de su padre.
En esta academia de Richmond, el joven Bernardo estudió francés, geografía,
historia, música y pintura, alcanzando una formación nada común para la sociedad
colonial en la que habrá de desenvolverse.
Es conveniente destacar que no fue desagradecido con su progenitor y así
él mismo lo expresa: “Debo a la liberalidad del mejor de los padres una buena
educación, principios morales sólidos y la convicción de la importancia primordial
que tienen el trabajo y la honradez en el mérito del hombre”6.
En el verano de 1798 pasó sus vacaciones en el balneario de Margate, en la
desembocadura del Támesis. Alcanzaba ya los 20 años y debe enfrentar días
muy difíciles de privaciones, porque sus apoderados de Londres recortan doble
comisión de su renta anual de 1.500 pesos, asignada por su padre, cargando
además cantidades exorbitantes por concepto de vestuario, alimentación y
2 Sergio Martínez Baeza, “Epistolario de don Nicolás de la Cruz y Bahamonde, primer Conde de Matile”.
Publicación del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Biblioteca Nacional, Santiago, 1994.
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Ibídem.
6 Ibídem.
166
E dición conmemorativa del B icentenario
alojamiento. Poco después se traslada a Londres y llega a vivir allí al colegio de
York Street N° 38.
Es, sin embargo, en este triste momento de soledad y estrechez, que el joven
tendrá ocasión de conocer al noble precursor de la independencia americana,
al ilustre caraqueño Francisco de Miranda, quien ha llegado a comienzos de
ese mismo año a la capital inglesa, procedente de Francia, y se ha instalado en
las cercanías, en una casa de calle Great Pultney Street, gracias a la ayuda de
su amigo, el rico comerciante John Turbull, que le ha asignado una renta de 50
libras.
Lo que sí sabemos es que Miranda aquilató el generoso espíritu del joven
Riquelme y le dio las pautas para desenvolver una acción más valedera, una
fórmula que no habría de olvidar: le enseñó a amar la libertad y a vivir para ella y
para su Patria.
Así se lo expresa: “Esta idea he tratado siempre de hacer entrar en su
ánimo y desearía que la tuviera siempre presente. Ud. ama a su patria. Cultive
constantemente este sentimiento, fortifíquelo con todos los medios posibles, pues
sólo con la estabilidad y firmeza de su patriotismo estará en condiciones de hacer
el bien. Los obstáculos para que pueda ser útil a su patria son tan numerosos, tan
formidables, tan invencibles, que nada, salvo el más ardiente amor por su patria,
podrá sostenerlo en los esfuerzos que haga en favor de su bienestar. El alfa y
omega de mi consejo es éste: ame a su patria”7.
Miranda señala al joven Riquelme entre los “Comisarios de la América del Sur,
venidos a Europa en diferentes empresas”, que ha estado siempre dispuesto
a entrevistarse con él y al que ve ya marcado con el espíritu de lucha para la
obtención de la libertad de su pueblo.
Cuando, en marzo de 1799, el General Miranda se vio en la necesidad de hacer
ciertas advertencias al Ministro inglés Mr. William Pitt, le dice: “Don Bernardo
Riquelme, natural de Santiago de Chile, se ha ofrecido para llevar noticias a sus
compatriotas, pero, no habiéndose recibido todavía ninguna buena nueva, él
partirá de Londres dentro de poco, hacia su país natal”8.
El tono general demuestra que entre ambos se ha establecido una relación de
verdadera amistad. El Precursor Miranda confía en su joven interlocutor y aprecia
en él su buen sentido. Por eso, está seguro de no perder su tiempo, conforme a su
opinión de que “nada es más insano y, a veces, más peligroso que dar consejos
a un necio”.
Le advierte que no conoce Chile, del que sólo tiene una imperfecta noción
obtenida de la Historia Civil y Natural del Reino de Chile del abate don Juan Ignacio
Molina, recién publicada, la que ha estudiado atentamente en el “Diccionario” de
Alcedo.
Es evidente que su joven discípulo, al llegar a Chile, buscará gente, amigos y
conocidos con quien tratar. Miranda le recomienda: “Elegid con el mayor cuidado,
porque, si os equivocáis, sois perdido. Las guías para esa elección son de una
7 Tomás Polanco Alcántara. “Francisco de Miranda, ¿Ulises, don Juan o don Quijote?”, Caracas, 1997.
8 Luis Valencia Avaria. Bernardo O’Higgins. El buen genio de América. Editorial Universitaria, Santiago,1980
167
R evista L ibertador O’ higgins
gran cautela. Anota que, salvo en los Estados Unidos, en ningún otro sitio se
puede hablar de política con quien no sea un amigo probado. Pero, ¿cómo
distinguir a tal amigo?
“Una primera característica –le dice– debe ser la edad. En las personas
mayores de cuarenta años las preocupaciones están demasiado arraigadas,
salvo que se trate de individuos amigos de las lecturas y, particularmente, de los
libros prohibidos”9.
Respecto de los jóvenes, le dice que “habrá muchos prontos a escuchar y fáciles
de convencer, porque la juventud es la edad de generosos sentimientos, aunque,
por desgracia, también lo es de la indiscreción y de los actos temerarios”10.
Miranda le señala, además, que “no todos los nobles y clérigos americanos
son, necesariamente, fanáticos intolerantes y enemigos de los derechos del
hombre. Su experiencia le dice que en Sudamérica existen hombres ilustrados y
liberales, que no será fácil descubrir porque viven atemorizados por las fuerzas de
la Inquisición, la que puede perdonar cualquier pecado que no sea el liberalismo
en las opiniones”11.
También le hace ver que “debe tener cuidado ante los españoles, que ven a
América como una posesión propia y a Inglaterra como el enemigo natural de
España. Un joven americano formado en Inglaterra, tendrá que ser, forzosamente,
una persona inaceptable en el medio hispánico”. Por eso le aconseja: “Mantenéos
a larga distancia de ellos”12.
Bernardo regresa a Cádiz en 1799, llevando un documento de Miranda que
atesora como su más preciada posesión. La copia de este documento no figura
en el archivo de Miranda, aunque su paternidad es indudable. Son los consejos
del Precursor a su joven amigo para su formación como un decidido republicano.
El 3 de abril de 1800, el joven Riquelme embarca hacia América en la fragata
Confianza, la que es apresada por los ingleses. Desembarcado en Gibraltar, logra
regresar a Cádiz por la ruta de Algeciras y llega, otra vez, a casa de don Nicolás
de la Cruz. Allí contrae la fiebre amarilla, que lo lleva a las puertas de la muerte.
Pero, lo que es mucho más grave para él, allí también conoce el texto de la carta
de su padre a don Nicolás, con instrucciones de echarlo de su casa, por ser
incapaz de seguir carrera alguna y por ser ingrato a los favores recibidos, lo que
lo sume en la confusión y en el dolor.
Algunos autores creen que la Corona ha descubierto una conspiración
fraguada en Londres para sublevar a América y que en ella aparece involucrado
el hijo natural del Virrey O’Higgins. Sin duda, ello ha podido influir en la decisión
de separar a este digno funcionario de su alto cargo y puede haber apresurado su
muerte, acaecida en Lima el 18 de mayo de 1801. Otros estiman que el término
de su mandato y la muerte del Virrey nada tienen que ver con las actividades
de Bernardo en Londres. En lo personal, me inclino a pensar que los servicios
9 Tomás Polanco Alcántara, ob. cit.
10Ibídem.
11 Ibídem.
12Ibídem.
168
E dición conmemorativa del B icentenario
secretos de la Corona debieron investigar muy detenidamente a un joven chileno
que iba a estudiar a Inglaterra y que, con toda seguridad, debieron conocer su
calidad de hijo del Virrey O’Higgins.
Por esos días, don Bernardo firma algunos papeles referidos a la sucesión de
su padre y, por primera vez, estampa en ellos su nueva firma “Bernardo O’Higgins
de Riquelme”, asumiendo la identidad con que haría su entrada en la historia
nacional y continental.
El joven O’Higgins embarca, nuevamente, hacia su patria en la fragata Aurora
y llega a Valparaíso el 6 de septiembre de 1802. Tiene 24 años, sus compatriotas,
impacientes y comunicativos, le interrogan con avidez, mientras él recuerda el
sabio consejo de Miranda: “tratad con indulgencia a los ignorantes, y en todos
debéis valorizar su carácter, el grado de atención que os presten y su mayor o
menor inteligencia”13.
Bernardo O’Higgins tendrá siempre presente, en su vida de militar y estadista
al servicio de Chile, las palabras de Miranda. Así nos lo dice en 1811: “La libertad
de mi patria es objeto esencial de mí pensamiento y el primer anhelo de mi alma,
desde que en 1798 me lo inspirara el general Miranda. Soy un resuelto recluta de
su doctrina”14.
Para siempre ha quedado grabado con fuego en su corazón el mandato de
Miranda: “Amad a vuestra patria, acariciad ese sentimiento constantemente,
fortificado con todos los medíos posibles. No permitáis que jamás se apodere de
vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación”15.
Aún hoy vibra el eco de ese mandato que el gran Francisco de Miranda entregó
a su joven amigo Bernardo: “El alfa y omega de mí consejo es éste: ame Ud. a su
Patria”16.
En este fundamental aspecto de su existencia, el Libertador General Bernardo
O’Higgins Riquelme jamás defraudó a su maestro de Londres.
Para terminar, cabe recordar que después de la muerte de Miranda, el 14 de
julio de 1816, en la prisión militar del Arsenal de La Carraca, en Cádiz, sus hijos
quisieron que la espléndida biblioteca del Precursor pasase a poder de Chile.
Así lo ofrecieron en nota de 9 de enero de 1820 al agente chileno en Londres,
Antonio José de Irisarri, por un precio muy razonable de entre 4 y 5 mil libras
esterlinas. Bernardo O’Higgins, a la sazón Director Supremo de Chile, recomendó
con entusiasmo esta adquisición al Senado Conservador, el cual terminó por
rechazarla, alegando que la nación debía enfrentar otros desafíos prioritarios
más urgentes. El sabio don Andrés Bello, que frecuentaba esta biblioteca en sus
tiempos de Londres, nos ha dejado un testimonio que recoge Barros Arana. “Chile
perdió así –nos dice– la oportunidad de adquirir una de las más ricas colecciones
13Ibídem.
14Luis Valencia Avaria, ob cit.
15Ibídem.
16Ibídem.
169
R evista L ibertador O’ higgins
que, por entonces, podía formar un particular, por la variedad de materias que
contenía y por la discreta elección de los libros y de las ediciones”17.
Durante el desarrollo de este seminario, no limitado exclusivamente a
historiadores, que ha sido convocado por el Instituto O’Higginiano de Chile y la
Asociación Internacional Andrés Bello, se verán aspectos de la vida y obra del
Precursor Miranda y del Libertador O’Higgins, de su ideario e incidencia en la
historia política de su tiempo, de sus aportes a la cultura y a la formación de
una identidad continental y nacional, también de la proyección de su influencia
a nuestro hoy y mañana, dentro del proceso de globalización que vive la
humanidad.
17Sergio Martínez Baeza. El Libro en Chile, Ed. Lord Cochrane S.A., Santiago, 1982.
170
E dición conmemorativa del B icentenario
LOS REVOLUCIONARIOS DE LONDRES Y CÁDIZ
Germán Arciniegas
Bernardo O’Higgins hace en Londres el juramento de Simón Bolívar en el
Aventino. Entonces se llamaba Riquelme, el apellido de su madre. Don Ambrosio,
ya Virrey en Lima, cuidaba el secreto de su aventura en Chillán, pero a distancia
buscaba para el hijo de aquel amor prohibido la educación que habría de llevarlo
a ser el Libertador de, Chile y Perú. De los grandes en la epopeya emancipadora,
ninguno tiene una infancia más cercana a la novela romántica y realista,
bordeando el hambre y la miseria. Son capítulos en que se suceden el drama y la
esperanza: encrucijadas de Londres, Logias de Cádiz, peligros de muerte en la
nave española que atacaron los ingleses. El comienzo es brutal. Quien debería
pagar la pensión ordenada por Don Ambrosio dejaba sin un chelín a Bernardo, el
estudiante, y éste escribía al Virrey:
“Amantísimo padre de mi alma y mi mayor favorecedor: Espero que V.E. exéuse este
término de que me sirvo en forma tan libre, que me es dudoso si debo o no hacer
uso de él... Aunque he escrito a V.E. en diferentes ocasiones, jamás la fortuna me ha
favorecido con una respuesta... No piense que me quejo, porque en primer lugar sería
en mi tomarme demasiada libertad sin derecho alguno, y, en segundo, se que V.E. ha
tomado hasta aquí todos los requisitos para mi educación...”.
Veintiún años tiene el que escribe esas líneas, y lo hace en una Europa
impregnada de fermentos revolucionarios. Allá, por primera vez se cruzan con el
hervidero de la Ilustración (que va a llevar la toma de la Bastilla) las realizaciones
inesperadas de la emancipación americana. Si en Francia le bajan la cabeza al
Rey Luis XVI, al otro lado del Atlántico Inglaterra pierde sus colonias. El Londres
de Francisco de Miranda es un Londres a donde van llegando suramericanos
independentistas y ha sido el primer escenario de Benjamin Franklin. De Londres
partió Tomas Paine para convertirse en uno de los Caudillos de Filadelfia. De
regreso de América explicó lo de, los Derechos del Hombre, exaltando la
imaginación de los franceses... Ahora ¿le llegará el turno a la América Española?
Para un suramericano, hijo no reconocido del Virrey del Perú, el corazón de
Londres está en cierta casa de Grafton Street –la de Miranda– que describe así
Uslar Pietri:
“Los visitantes son muy variados: políticos ingleses, viajeros de Estados
Unidos, revolucionarios de Francia, criollos de México, de Lima, de Santiago o
de Buenos Aires, abates y fracmasones, españoles afrancesados, conspiradores
italianos, oficiales rusos, gentes del imperio otomano, mercaderes, músicos,
escritores y bellas y desenvueltas mujeres... La casa era espaciosa y amoblada
171
R evista L ibertador O’ higgins
con gusto. Había un busto de Apolo, uno de Homero y otro de Sócrates, el
dios solar de la armonía y la belleza, el fabuloso creador del lenguaje poético
y el filósofo vagabundo dedicado al estudio del hombre que era el estudio de
la verdad. Había recuerdos de viajes y campañas. Porcelanas de Meissen y de
Sevres, esmaltes rusos, grabados de Roma, armas, una flauta sobre un atril y
una numerosa biblioteca...”.
De todas las revoluciones del setecientos la que alentaba el venezolano era
la más ambiciosa y radical: la Independencia total del Continente. Hasta ese
momento sólo la habían logrado trece pequeñas colonias inglesas. El querría llevar
la emancipación a todo el territorio del Nuevo Mundo. O’Higgins, el estudiante sin
cobre, el hijo ignorado del Virrey del Perú, jura en la casa de Grafton Street llevar
a Chile ese mensaje. Consagrará su vida a lograrlo, como otros lo han hecho en
la misma casa. Con esa consigna marcha a Cádiz. Luis Valencia Avaria, en su
obra sobre el Libertador chileno, complementa el juramento de O’Higgins con la
estrategia registrada en el Archivo particular de Miranda: “Los meses de diciembre
a febrero son los mejores para cruzar el Cabo de Hornos. Para la expedición
del Pacífico –una parte de la expedición total– se necesitan ocho navíos y ocho
mil hombres. En la Costa de Chile, el puerto de Valdivia y el de Talcahuano son
cómodos pero mal fortificados; la batería de Valparaíso es fácilmente dominable.
Los caballos de Chile andan comúnmente, sin fatigarse, más de cuatro leguas
por hora. Son sumamente duros, no han menester de herraduras y los jinetes
del país son los más fuertes acaso del mundo entero”. El caraqueño, llevando
hasta el Cabo de Hornos, es más atrevido en sus proyectos que Napoleón
cuando planeaba la campaña de Egipto, cercanísimo a Italia. Pensaba hasta en
los caballos sin herradura para los jinetes más fuertes del mundo. O’Higgins oyó
estas cosas con embeleso, y así las llevó a la tertulia de Cádiz como lo habían
hecho Narifío de Bogotá, y Caro de La Habana, Juan Ascanio de Huamanga y
Lardizábal de Potosí, Pablo de Olavide de Lima, el Canónigo Victoria de México...
Toda América estaba en la mente de Miranda y toda América se proyectaba en
ese momento en el estudiante que aguantaba hambres en Londres... La Gran
Reunión Americana “estableció” su cuartel general en las mismas Columnas de
Hércules y de allí partieron las centellas que vinieron a despedazar el trono de
la tiranía en la América del Sur. Sobre todo esto ha escrito un libro esencial Luis
Valencia Avaria. Su biografía de O’Higgins1.
Pero Miranda, además, movió con O’Higgins a otro chileno, el Canónigo José
Cortés de Madariaga. La suerte quiso que los dos hijos de la colonia austral
vinieran a ser las fuerzas combinadas de la Revolución.
Una cosa es la revolución montada sobre charlas de café o tertulias en las
Logias en Londres y Cádiz, v otra llevarla a las capitales de la Colonia y proceder
a levantar ejércitos del pueblo para enfrentarlos a los del Rey. O’Higgins regresa
a América. La vida lo ha destinado a ser un hacendado rico que de la noche
a la mañana puede llevar el nombre de su padre y disfrutar de la cuantiosa
herencia que le dejó como si valiera tanto como el nombre. Cortés de Madariaga
queda encaminado a figurar entre los Canónigos que recen y canten en latín las
oraciones del Coro en alguna iglesia. Se encaminaba a Santiago, pero la suerte
1 Se refiere a Bernardo O’Higgins. El Buen Genio de América (N. del D.).
172
E dición conmemorativa del B icentenario
lo desvió hacia Caracas. Pequeiío cambio de Catedrales... Los dos comisionados
de Miranda ¿irían a enterrarse para siempre en negocios diferentes al que les
había asignado el Precursor en Londres?
Miranda sí no pensaba sino en la Independencia. Había tenido la audacia de
lanzarse sólo a la liberación de Caracas. Se fue a Nueva York en busca de dinero
y mercenarios, y de allí salió en una nave en que lo más importante estaba en
una imprentita para editar proclamas en alta mar, y una bandera. La bandera de
amarillo, azul y rojo la desplegó en Puerto Príncipe de Haití. Todos sabemos de
su fracaso después de tomar a Coro, de Venezuela, y su regreso a Londres... a
donde llegarían a buscarlo, años después, Simón Bolivar y Andrés Bello. Lo que
se agitó apasionadamente en la casa de Miranda en Londres o en los escondrijos
de Cádiz, parecía la insurgencia dormida y derrotada. Los tres personajes:
–Miranda, O’Higgins y Cortés de Madariaga– habrían quedado muertos para la
Historia de la Independencia si no ocurre, como chispa providencial, la audacia
de Napoleón colocando a José Bonaparte en el trono de España. Siguieron al
atropello la reacción increíble del pueblo de Madrid, la formación de las Cortes en
Cádiz y, más que todo, la infelicidad del Rey Carlos y el Príncipe Fernando, cuyas
claudicaciones en Bayona han quedado como una de las escenas más tristes en
la Historia Universal de las Monarquías. La reacción en las colonias americanas
fue de indignación. Cada capital hizo algo como el 3 de mayo de Madrid. La voz
Independencia resonó al mismo tiempo en la capital de España y en La Paz,
Quito, Caracas, Buenos Aires, Santiago. Fue un grito que sacó a O’Higgins de los
trabajos del campo y a Cortés de Madariaga del Coro de la Catedral de Caracas.
Es notable que estos dos chilenos hubieran sido como la base en América del
triangulo que mágicamente había montado la imaginación de Miranda en su
morada de Inglaterra.
Lo de O’Higgins se desarrolló en el campo de la guerra. Su destino le llevó
de los ejércitos a la magistratura. Lo de Cortés de Madariaga queda en un plano
menos visible. Había entrado al servicio eclesiástico donde no había ambiente
para cumplir la misión encomendada por Miranda. Como por milagro tocó a su
puerta la Revolución. Al producirse los incidentes que condujeron al Cabildo
abierto de Caracas en abril de 1810, los de la agitación insurgente conocían quien
era su Canónigo, y no se equivocaron en la escogencia, lo que el eclesiástico
dijo en voz herida en la Asamblea superó a todas las esperanzas. Era la pasión
contenida de quien venía madurando por años los coloquios de Londres y Cádiz.
Por la boca del chileno se oyó salir, en voz muy alta, el discurso guardado de los
americanos rebeldes. Si O’Higgins hubiera estado en la Asamblea de Caracas,
oyéndolo habría llorado de emoción. Nadie en Venezuela ha olvidado la escena
del balcón en la plaza cuando el Gobernador Emparán se dirige al pueblo con
arrogancia esperando obtener un resonante respaldo multitudinario, y pregunta:
¿Queréis que siga llevando vuestra representación como Gobernador? Y la
inesperada y fabulosa intervención de Cortés de Madariaga: estaba detrás del
Gobernador y movió el dedo para que el pueblo prorrumpiera en ese NO que
todavía resuena después de 176 años.
Se abría la nueva etapa en la vida americana, con suerte no del todo feliz ni
para O’Higgins, ni para el Canónigo, ni para Miranda. A todos tocaron papeles
difíciles en tiempos tempestuosos, y morirían en la soledad, O’Higgins muere
173
R evista L ibertador O’ higgins
desterrado en el Perú. Cortés de Madariaga tiene, un final que resume en pocas
palabras Arias Argaez: “¿Cuándo y dónde dejó de existir el célebre tribuno?
¿Qué enfermedad lo llevó a la tumba? ¿Cómo fueron sus últimos momentos?
Interrogantes son estos que no han tenido respuesta precisa y satisfactoria.
Únicamente se sabe que murió en el distrito de Río Hacha en el año de 1816; pero
se ignora si expiró a la sombra de uno de esos árboles gigantescos de nuestras
selvas tropicales o bajo el techo pajizo de uno de aquellos buenos pescadores
que solían socorrerlo...”.
O’Higgins desterrado, Madariaga abandonado, Miranda en La Carraca de
Cádiz prisionero... A O’Higgins todos lo recuerdan como el Libertador de Chile y
Perú. Miranda, entregado en la más triste noche que haya conocido La Carraca,
se recordará cada vez con mayor justicia como el Gran Precursor Americano.
Cortés de Madariaga, nada. Apenas si le han dedicado tres o cuatro libros
unos generosos historiadores colombianos o venezolanos que pocas personas
han leido. Y hay que ver que Miranda puso todas sus ilusiones de americano
en los dos chilenos que iban a desatar por punta y punta la Revolución en Sur
de América. Lo de Cortés de Madariaga fue sensacional. Movió con un dedo al
pueblo de Caracas en el momento decisivo del 19 de abril y fue el verbo de la
Revolución desatada.. Luego llevó a Santa Fe de Bogotá el mensaje de unión
Federal, sellando antes que el propio Bolívar la unión de Cundinamarca y de
Venezuela. El primer tratado internacional de Colombia fue ése que firmaron, el
28 de mayo de 1811 el chileno Embajador de Caracas y Jorge Tadeo Lozano de
Alianza y Federación entre Cundinamarca y Venezuela. Miranda era entonces
la gran figura de Venezuela. Había regresado de Londres y ejercía la Dictadura
como General en jefe de la primera guerra. Lo de Londres se había trasladado a
la capital cuna del Libertador, y así, en tierra americana se probaría la empresa
emancipidora. Miranda reanudaba en Caracas sus diálogos de Grafton Street con
el levita del verbo incendiario, y veía a lo lejos, como en sueños, a O’Higgins
formando en Chile los ejércitos que habrían de pelear en Chacabuco. Miranda
había dicho a O’Higgins: acérquese al pueblo y vencerá. Usted encontrará en
los campesinos sureños buenos soldados. “La proximidad a un pueblo libre debe
haberlos llevado a la idea de Libertad e Independencia”. A Cortés de Madariaga
lo despachó con su Proyecto de Tratado a Bogotá. Y así, con dos chilenos, el
venezolano ató por punta y punta el lazo de la Primera Independencia desde
Caracas.
BIBLIOGRAFÍA
Cruz, Ernesto de la: Epistolario de Don Bernardo O’Higgins. Imprenta
Universitaria, Santiago, 1916, Tomo I.
Valencia Avaria, Luis: Bernardo O’Higgins. El Buen Genio de América. Editorial
Universitaria, Santiago, 1980.
174
E dición conmemorativa del B icentenario
DON BERNARDO O’HIGGINS:
APELLIDO Y LEGITIMACIÓN
Jorge Ibáñez Vergara1
EL APELLIDO
El apellido de don Ambrosio Higgins, que se transformó en O’Higgins después
de 1794, y que don Bernardo comenzó a usar luego de su regreso a Chile, se
registró como “Higinz” en el libro de bautismos de la parroquia de Talca, el año
1783. A pesar de que el sacramento fue practicado sub conditíone, el contenido y
fundamento del acta, redactada en forma inusual, que difiere notablemente de las
demás asentadas en el libro, precisa que su nombre es Bernardo Higins y que su
padre es don Ambrosio Higinz.
Todas las versiones transcritas conocidas adolecen de numerosos errores. Tales
errores no desnaturalizan el contenido esencial del documento; pero tememos que
ellos vayan acrecentándose peligrosamente con nuevas inexactitudes formales.
En una obra de tanta autoridad, como la del Archivo O’Higgins, se registran
20 errores, que van desde alteraciones de la puntuación, omisión de palabras,
palabras alteradas, como el apellido Higinz, convertido en O’Higgins2.
La copia del acta, que hemos hecho, es la siguiente:
“Don Pedro Pablo de la Carrera, Cura y Vicario de la Villa y Doctrina de San Agustín de
Talca, Certifico y doy fe, la necesaria en derecho, que el día veinte del mes de enero
de mil setecientos, ochenta y tres años, en la Iglesia Parroquial de esta Villa de Talca,
puse óleo y chrisma, y bauticé sub condicione, a un niño llamado Bernardo Higinz,
que nació en el Obispado de la Concepción, el día veinte de el mes de Agosto de mil
setecientos, setenta, y ocho años, hijo natural del Maestre de Campo General de este
Reino de Chile, y Coronel de los reales ejércitos de S. Mi don Ambrosio Higinz, soltero
y de una señora Principal de aquel Obispado, también soltera, que por su crédito no
1 Estudió Derecho en la Universidad de Chile. Durante varios años se desempeñó en el Ministerio del
Interior, como Jefe de distintos Departamentos de esa Secretaría de Estado. Director General de Correos
y Telégrafos. Consejero de LAN Chile. Diputado entre 1965 y 1973. Desde 1970 a 1971, Presidente de la
Cámara de Diputados. Integró, como Consejero, el primer Consejo Nacional de Televisión. Se desempeñó
como Presidente del Directorio de la Empresa de Obras Sanitarias del Maule (ESSAM) y como Consejero de
Ciren-Corfo. Vicepresidente Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile. Ha cumplido igualmente funciones
directivas de carácter político. Autor de varios ensayos históricos, entre los que se destacan “Visión de don
Ambrosio O’Higgins” y “Don Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule”, editado, este último, por la Universidad
de Talca.
2 Archivo O’Higgins. Tomo 1, pp. 1 y 2.
175
R evista L ibertador O’ higgins
ha expresado aquí su nombre. El cual niño Bernardo Higinz está a cargo de don Juan
de Alvano Pereira, vecino de esta villa de Talca, quien me expresa habérselo remitido
su padre, el referido don Ambrosio Higinz, para que cuide de su crianza, educación
y doctrina correspondiente, como consta de sus cartas, que para este fin le tiene
escritas, y existen en su poder, bajo de su firma, encargándole asimismo que ordene
estos asuntos de modo que en cualquier tiempo pueda constar sea su hijo.
Y lo baptisé sub condicione por no haberse podido averiguar si estaría baptisado
cuando lo traxeron; o si sabría baptisar el que lo baptisaría, ni quiénes serían sus
padrinos de agua para poder tomar razón de ellos si estaría baptisado. Padrinos de
óleo y chrisma, y de esta baptismo condicionado fueron el mesmo don Juan de Albano
Pereira, que lo tiene a su cargo, y su esposa doña Bartolina de la Cruz; y para que
conste di ésta en estos términos, de pedimento verbal del referido don Juan de Albano
Pereira, en esta villa de Talca, a veinte y tres de Enero de mil setecientos ochenta y
tres años, y lo anoté en este libro para que sirva de Partida de que doy fe. (Fdo.) Don
Pedro Pablo de la Carrera (rúbrica) Bernardo Higgins, español”3.
En página aparte damos a conocer, por primera vez en un trabajo histórico, el
texto facsimilar de este documento que se mantuvo ignorado hasta 1876.
Durante sus primeros años, hasta el bautizo en Talca, y posteriormente hasta
1788, las preocupaciones por el uso del nombre son inexistentes. Las primeras
dudas nacen al registrarlo como interno en el Colegio de la Propaganda Fide,
en Chillán, no obstante que la amistad de don Ambrosio con los franciscanos
pudo alterar las reglas aplicadas a los registros escolares. Pero luego, en Lima,
indispensablemente, el problema del apellido debió abordarse de nuevo. Los
certificados de estudio y sus calificaciones, necesarios para la determinación de
los niveles escolares a que sería incorporado en la capital del Virreinato, debieron
ser extendidos a nombre de Bernardo Riquelme por el Rector del Colegio de los
Naturales.
Además de las gestiones personales que hizo don Ambrosio para encargar,
en Lima, la educación de su hijo a don Ignacio Blaque y al sacerdote, Agustín
Doria, las instrucciones detalladas, entre ellas la que se refieren al nombre con
que debía ser registrado en los colegios limeños, se transmitieron a los nuevos
apoderados por don Tomás Delfín.
Sin embargo, el mantenimiento del apellido Riquelme, con el que entonces don
Bernardo fuera conocido en Perú, España e Inglaterra, correspondió enteramente
a una decisión de don Ambrosio. El apellido Higgins, o Higinz, en el nombre
de un niño en Chile, habría servido como desencadenante eficaz para llegar,
también, a la identidad del padre, circunstancia que don Ambrosio evitó de modo
particularmente cuidadoso.
El apellido Riquelme que don Bernardo usó hasta la edad de veinticuatro años
ha originado entre nuestros autores los más variados juicios críticos, que no
excluyen las censuras agresivas al comportamiento paternal de don Ambrosio.
Cronológicamente, don Juan Bello inicia estos comentarios:
3 Libro V de Bautismos, fs. 24. Parroquia de San Agustín de Talca.
176
E dición conmemorativa del B icentenario
“Sus prendas morales, sus servicios, nada habría sido suficiente a borrar esa mancha
de su nacimiento, ese apodo agregado siempre a su ilustre apellido, que había movido
a su padre a negárselo en su postrera voluntad”4.
Barros Arana hace un comentario benévolo, suavizando el problema del apellido
con la generosidad económica expresada por don Ambrosio y, simultáneamente,
incurre en el error de suponer que don Bernardo fue el legatario de los únicos
bienes que había dejado en Chile: a hacienda Las Canteras y una casa en
Santiago.
La casa mencionada no aparece en el legado y el Virrey legó otras dos
estancias y la isla Quiriquina a sus sobrinos.
“Su padre había muerto entonces, y si no le había reconocido legalmente autorizándolo
para llevar su nombre, le legaba con dominio pleno y absoluto los bienes que
había dejado en Chile, la extensa hacienda de Las Canteras, en la Isla de la Laja,
abundantemente poblada de ganado, y una casa en Santiago”5.
Don, Miguel Luis Amunátegui comienza el tono censurador, que después
seguirán otros autores:
“Es cierto, don Ambrosio daba a su hijo ciencia y bienes; pero quedaba todavía una
cosa que le rehusaba con orgullo, y que el joven podía reclamar con justicia. Era ese
noble apellido O’Higgins, que el ilustre marqués negaba tenazmente al hijo de su
amor.
“En la misma cláusula del testamento en que le legaba una fortuna, le significaba con
toda claridad que le prohibía llevar ese apellido, llamándose Bernardo Riquelme”.
Seguidamente, el señor Amunátegui alza violentamente el diapasón del
enjuiciamiento moral:
“Sin duda el mercachifle ennoblecido, el barón de fresca data, el titulado de Castilla
por el oro y por la intriga, no creía a su bastardo digno de heredar un nombre tan
decorado como el suyo; i en eso por cierto se equivocaba grandemente el virrey, que
echando al olvido la humildad de sus principios, tomaba ínfulas de rancio aristócrata.
Ese joven iba a hacer por la ilustración de su apellido mucho más que lo que había
hecho su altanero padre”6.
Blanco Cuartín usa más tinta gruesa en el alegato:
“Don Bernardo no tuvo cuna bendecida por el sacerdote. Fruto de la liviandad de un
viejo magnate y de la inocencia de una encantadora y tierna niña, de noble estirpe,
su aparición en la vida fue el cartel difamatorio de sus padres. Creyólo así sin duda
el orgulloso don Ambrosio, cuando no permitió ni a la hora de su muerte, que es
hora de humildad y reparación, que llevase su hijo otro nombre que el de Bernardo
Riquelme. La nobleza y el alto rango del autor de sus días, lejos de protegerlo, lo
lanzaba indefenso y desvalido a todas las contrariedades y maledicencias del mundo.
El gran señor le renegaba cobarde y desnaturalizado; hacía con él algo peor de lo que
4 BELLO, Juan: Don Bernardo O’Higgins. Colección de biografías y retratos de hombres célebres de Chile. Ed.
Narciso Desmadryi, 1854, p. 19.
5 BARROS ARANA, Diego: Historia de Chile. Tomo VIll. Ed. Rafael Jover, 1884-1902, p. 392.
6 AMUNATEGUI, Miguel Luis: La Dictadura de O’Higgins. Imprenta, Litografía y Enc. Barcelona, 1914, pp. 31-32.
177
R evista L ibertador O’ higgins
ejecutan los que arrojan a la inclusa el fruto vedado de sus amores: le exponía a las
risas y a las humillaciones de la sociedad”7.
Don Francisco Antonio Encina repite casi textualmente lo dicho por Barros
Arana:
“Su padre había muerto y aunque no lo reconoció legalmente como hijo, le había
legado sus bienes en Chile”8.
Luego agregará en juicio más categórico:
“El padre, a la sazón Virrey de Lima, había tendido entre él y su hijo un muro
infranqueable. No sólo le negó el apellido sino que rehuyó la comunicación directa”9.
Don Sergio Fernández Larraín dice, por su parte:
“El legar a su hijo la rica hacienda Las Canteras con sus ganados, don Ambrosio le
vedaba terminantemente que ostentara el apellido O’Higgins, debiendo llamarse
Bernardo Riquelme a secas”10.
A su vez, Edmundo Correas afirma:
“Inútilmente escribe a su orgulloso padre, que es Virrey del Perú y le ha prohibido usar
su apellido”11.
Todo este agavillamiento antologal de opiniones que critican, en algunos
casos acerbamente, la conducta de don Ambrosio, se repite en otros autores,
con terminología semejante: Don Ambrosio NEGÓ a su hijo el uso del apellido
O’Higgins; NO LE AUTORIZÓ su uso o, más categóricamente, LE PROHIBIÓ
USARLO.
La condena tiene todas las trazas de un juicio irreflexivo y manifiestamente
exagerado. La separación del niño Bernardo de su familia materna y su deambular
solitario en Chile, Perú y Europa, obedeció en buena medida a los resguardos
tomados en los momentos claves de la carrera funcionaria de don Ambrosio. Esta
actitud fue mantenida por el adusto mandatario hasta su fallecimiento. Meses
antes de morir, aún manifestaba a don Tomás Delfín su recelosa preocupación
por el secreto de su paternidad:
“Le propuso consultar el asunto con el doctor don Buenaventura de la Mar, a lo que
contestó que don Buenaventura daría a entender a sus amigos que tenía un hijo
natural, y que no quería que se supiese hasta en tanto que se viese en su testamento
después de muerto”12.
7 BLANCO CUARTÍN, Manuel: El General O’Higgins. Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 21, 1916, p. 175.
8 ENCINA, Francisco A.: Historia de Chile. Tomo 12, Ed. Ercilla, p. 51.
9 ENCINA, Francisco A.: Historia de Chile. Tomo 12, p. 48.
10FERNÁNDEZ LARRAÍN, Sergio: O’Higgins, Ed. Orbe, 1974, p. 22.
11 CORREAS, Edmundo: San Martín y O’Higgins. P. 151. Biblioteca del Congreso Nacional. Homenaje a
Guillermo Feliú Cruz. Editorial Andrés Bello, 1973.
12SILVA CASTRO, Raúl: Piezas para la legitimación de O’Higgins. Homenaje de la Universidad de Chile a don
Domingo Amunátegui Solar. Imprenta Universitaria, 1935, p. 91.
178
E dición conmemorativa del B icentenario
Don Ramón de Rozas, su Asesor en el Virreynato, el padre Doria y,
principalmente, don José Gorbea, estos dos últimos designados albaceas,
pudieron participar en la confección del testamento. Es posible, también, que don
Ambrosio escribiera su texto, como sospechamos, muchísimo tiempo antes de la
fecha en que aparece extendiéndolo. La circunstancia de haber incluido entre los
legatarios y herederos universales a don Tomás O’Higgins, hijo de su hermano
Miguel, que había muerto de fiebre amarilla el año anterior, es un elemento que
avala esta posibilidad.
El testamento tiene un sólo ítem que se refiere al legado de don Bernardo:
“Ítem.- Mando que a don Bernardo Riquelme, luego que llegue de Europa, se le
entregue la estancia de Las Canteras, existente en la provincia de Concepción de
Chile, con 3.000 cabezas de ganado, de todas edades, para que la haya y la tenga,
en virtud de esta disposición, como suya propia, encargándole procure conservarla i
perpetuarla en su familia”13.
La identidad del legatario, como Bernardo Riquelme, no creó problemas de
ninguna naturaleza para la entrega del legado. Gorbea, que manejó todos
los aspectos procesales de la sucesión, no objetó tampoco, inicialmente, las
pretensiones del joven para ser llamado Bernardo O’Higgins.
Don Ambrosio tomó la decisión de reconocerlo efectivamente como hijo natural,
al aceptar el contenido del acta bautismal de Talca. Así lo indica Delfín, cuando
revela las aprensiones del Virrey ante la sugestión de encargar su testamento a
don Buenaventura de la Mar.
Hemos señalado que el acta del bautismo de Talca, en su contenido
extrasacramental, es por completo ajena al afán inmodificable de don Ambrosio
para mantener su paternidad en completa reserva. El acta de bautismo planteaba,
entonces, además de esta contradicción, un problema de filiación atípico. El
registro y control de la familia –matrimonios, nacimientos, defunciones– estaba
regulado por la iglesia. Las actas bautismales tenían mérito de partidas de
nacimiento y eran requeridas como únicos documentos oficiales probatorios de
filiación.
El Acta de Bautismo de don Bernardo difiere de las demás registradas en la
parroquia de Talca, por don Pedro Pablo de la Carrera. En ella se identifica a don
Ambrosio como padre, con su nombre y títulos, y se deja explícitamente establecida
la condición de hijo suyo que tiene el bautizado, todo ello a requerimiento de un
mandatario que acredita su calidad de tal, mediante carta que para este efecto “le
tiene escrita”.
La costumbre, convertida en poderosa fuente de derecho, determinaba que
los hijos tenidos fuera de matrimonio llevaran el apellido de la madre, modalidad
no observada en el caso del acta talquina, y que hace más destacaba la tácita
aceptación de don Ambrosio a su contenido, que dejaba en evidencia un secreto
cubierto con muy celosas precauciones. En todo caso, no puede formularse a don
Ambrosio, a la luz del sistema de filiación vigente, el cargo de haberse negado a
reconocerlo como hijo. La fe de bautismo, y la tácita aceptación de sus términos,
13AMUNATEGUI SOLAR, Domingo: Don José María de Rozas. Anales de la Universidad de Chile, 1910, pp. 488-490.
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R evista L ibertador O’ higgins
son pruebas irrefutables de tal reconocimiento, constituyendo el uso del apellido
una cuestión eminentemente adjetiva, originada en los resguardos paternales
para la seguridad de su próspera carrera funcionaria. No obstante, la actitud de
don Ambrosio frente al apellido con que se conoció a su hijo hasta los 24 años, se
ha calificado también con los más diversos y contradictorios juicios.
El 28 de febrero de 1799, desde Londres, a poco más de treinta días de
regresar a Cádiz, y a pesar de que el Virrey no había dado respuesta a sus cartas
anteriores, el joven tomó la decisión de calificar inequívocamente a don Ambrosio
como “padre”:
“Amantísimo padre de mi alma y único favorecedor:
Espero que Vuestra Excelencia excuse este término tan libre de que me sirvo, aunque
me es dudoso si debo hacer o no uso de él para con Vuestra Excelencia; pero de los dos
me inclino a aquel que la naturaleza (hasta aquí mi única maestra) me enseña...”14.
El término “tan libre” de que don Bernardo se sirve es el de “padre”. Pero ¿cuál
es el otro término que ha usado para dirigirse a don Ambrosio? No parece ser
el de “único favorecedor”. Más bien creemos que, en una transpolación mental,
hace referencia a otro término usado en sus cartas anteriores, tal como el de
“Excelencia”. El joven previó que el trato de “amantísimo padre”, ensayado por
primera vez, podía originar una reacción negativa del Virrey. Adoptó, entonces, el
resguardo de expresar que si no le pareciera procedente el uso de este vocativo,
le instruyera sobre el particular:
“y si diferentes instrucciones tuviera, las obedecería”15.
El Virrey no dio instrucciones en contrario para el cambio del título de “padre”
que ahora le daba su, hijo y a partir de esta carta, toda la correspondencia dirigida
a don Ambrosio llevaría de encabezamiento, como una necesidad ilimitada de
pertenencia a la sangre paterna, palabras como “amantísimo padre de mi alma” o
“amado padre mío”.
El silencio de don Ambrosio para determinar un cambio en el tratamiento de
“padre” constituyó una autorización, en el juicio del joven, para seguir llamándolo
como “la naturaleza” le enseñaba. Con todo, este paso trascendental dado en las
relaciones de padre e hijo y el acatamiento del vínculo expresado en el vocablo
“padre”, fue manejado con delicada ponderación por don Bernardo, al extremo de
no hacer el menor intento de usar el apellido O’Higgins.
Hay, pues, en don Ambrosio un indesmentible reconocimiento y aceptación
a la calidad y trato de padre que le da don Bernardo, hecho marginal al uso
del apellido, cuyo cambio por el de Riquelme fue políticamente necesario en
las consideraciones del Virrey. Pero esta conducta del alto funcionario colonial
debe analizarse en el contexto social de la época, enmarcado en los hábitos y
costumbres del medio colonial y en el modo generalizado del trato que se daba a
los incontables hijos que se progenitaban fuera del matrimonio.
14VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Vida del... pp. 65-66. Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo 1, p. 6.
15VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Ob. cit., p. 6.
180
E dición conmemorativa del B icentenario
Don Francisco Antonio Encina se refiere a ello:
“Aunque la familia avanzaba en su constitución, siempre son muy numerosos los hijos
naturales. Apenas hay testamento en que no se enumere alguno. Por lo común se les
dejaba un corto legado”16.
Esa era la costumbre autorizada y sancionada por los hábitos implantados en
la estructura social, hasta muy avanzado el siglo XIX. A personajes influyentes
siempre se les atribuyó un número importante de hijos naturales. En la familia del
prócer, este fue un hecho frecuente y repetido, no escapando a este destino su
propia hermana, Nievecita, después de enviudar. Se destaca de modo anormal
al único hijo conocido de don Bernardo, don Demetrio, a quien se atribuyeron,
después de su muerte, alrededor de doscientos hijos naturales. “Su capacidad
amatoria tenía toda la exuberancia hereditaria de su línea paterna” dice don
Gustavo Opazo, olvidando o confundiendo manifiestamente esa capacidad con la
reducida vida amorosa del padre y el abuelo17.
No obstante, puede sostenerse que las afirmaciones comentadas, en el sentido
de que don Ambrosio “le negó”, “prohibió”, “vedó”, etc., a su hijo el uso del apellido
Higgins, primero, O’Higgins, después, al ser elevado a rango nobiliario de Barón,
constituyen verdades a medias. Si don Ambrosio conoció el acta de bautismo,
que en copia le habría enviado don Juan Albano, como lo sostiene Delfín, sin
hacer el menor amago de rechazo ni intento de rectificarlo, debería entenderse
que aceptó la individualización del niño con su apellido, reconociendo también
su paternidad. Debió, además, acceder al conocimiento de la fe bautismal en el
curso de las gestiones para comprarle una capitanía o una tenencia, en España,
y en las informaciones que recibió sobre las causas de su fracaso.
Don Pedro Pablo de la Carrera es preciso en el registro de varios antecedentes
claves de la filiación, uno de los cuales está referido a este punto. En el acta se
expresa que el padrino, don Juan Albano, conserva en su poder una carta de
don Ambrosio “que para este efecto le tiene escrita, encargándole asimismo que
ordene estos asuntos, de modo que en cualquier tiempo pueda constar el ser su
hijo”18.
La identidad del joven comenzó a definirse bajo el nombre de Bernardo
Riquelme, como una necesidad compulsiva de don Ambrosio para el ocultamiento
de la paternidad, en el Colegio de los franciscanos en Chillán y posteriormente
en los Colegios de Los Estudios y de San Carlos, en Lima. Con este nombre
se registrará en su viaje a Cádiz y así se inscribirá en los colegios ingleses. El
pasaporte o salvoconducto que le otorgaron las autoridades inglesas para su
retorno a España fue igualmente extendido a este nombre, que mantuvo sin
alteraciones hasta su regreso a Chile.
No quiso el virrey tener mayores ataduras sentimentales y creyó satisfacer
suficientemente una obligación moral, asegurando a su hijo, además de una
16ENCINA, Francisco A.: Historia... Tomo I, p. 182.
17OPAZO, Gustavo: El Nieto del Virrey. Vida de don Demetrio O’Higgins. Pág. 99. Revista Chilena de Historia y
Geografía, N° 78, 1933.
18Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, pp. 1 y 2. Parroquia San Agustín de Talca. Foja 24 del Libro V de
Bautismos.
181
R evista L ibertador O’ higgins
educación calificada, “lo mejor que tenía de su fortuna”, como lo señalara el
albacea, don José Gorbea19.
Los autores alineados en la crítica a don Ambrosio olvidan, además, un hecho
importante, en este caso, para las mediciones morales. El propio don Bernardo,
en el testamento que extendió en Lima, ignora la existencia de Demetrio, no
lo reconoce como hijo y señala en forma expresa que no tiene descendientes
legítimos. No deja, tampoco, disposición testamentaria que favorezca a don
Demetrio en alguna porción de sus bienes, en forma de legado. La heredera
única es su hermana, doña Rosa, y, aunque le diera instrucciones secretas, como
afirma don Jaime Eyzaguirre, para beneficiar a su hijo en el futuro, la compulsa
entre las actitudes de ambos como padres debía desmejorar a don Bernardo en
el enjuiciamiento histórico, comparativamente con don Ambrosio20.
Sin embargo, encontramos autores que, con desconocimiento de aquellos
elementos históricos que son indubitados, construyen, en el otro extremo,
verdaderas fantasías sobre la materia que estudiamos.
Don Ricardo Cox dice a este respecto:
“Es el único descendiente (don Bernardo) reconocido del Virrey, personaje superior en
rango a todo otro en Chile, es su heredero, siendo legatarios los demás”21.
Por su parte, don Enrique Campos Menéndez afirma lo siguiente:
“El hecho es que al morir hizo al joven heredero universal de sus bienes y lo rehabilitó
civilmente, dándole el patriciado de su apellido”22.
De acuerdo a los términos del testamento, don Bernardo es uno de los varios
legatarios en la herencia del Virrey; no es heredero parcial ni universal, no fue
rehabilitado civilmente y don Ambrosio nunca le dio el patriciado de su apellido.
No faltan, por cierto, quienes analizan este importante aspecto de la vida de
nuestro prócer y su padre, con objetividad y, algunos lo hacen muy tempranamente,
como el general José María de la Cruz:
“No obstante el reconocimiento tácito y público que había hecho de su hijo, la herencia
que le dejó por su testamento la hizo bajo la cláusula de legado, nombrándole con el
apelativo de la madre...”23.
Don Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera hace también un comentario ponderado:
“En cuanto a los referentes a su ilustre hijo, comienzan estos con la Fe de Bautismo del
Prócer, por la cual consta que don Ambrosio nunca rehuyó la verdad de su paternidad,
sino que la estampó desde un comienzo en documentos oficiales”24.
19Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, p. 37.
20EYZAGUIRRE, Jaime: Correspondencia de Don Demetrio O’Higgins con doña Rosario Puga y doña Isabel
Vidaurre. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N° 32, p. 40. Bernardo O’Higgins: Testamento. Rev.
Chilena de Historia y Geografía, N° 11, 1913, pp. 234-243.
21COX, Ricardo: Carrera, O’Higgins y San Martín. Edimpres Ltda., 1979, p. 13.
22CAMPOS MENÉNDEZ, Enrique: Bernardo O’Higgins, Ed. Emece, 1942, p. 27.
23DE LA CRUZ, José María: Recuerdos de don Bernardo O’Higgins. Ed. Andrés Bello, 1960, p. 19.
24RAMÍREZ RIVERA, Rodolfo E.: Algunas piezas fundamentales para el estudio de la vida del Libertador don
Bernardo O’Higgins. Revista Libertador O’Higgins, N°2, 1986, p. 200.
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E dición conmemorativa del B icentenario
No obstante imponerse de que en el testamento se le menciona como “Bernardo
Riquelme”, escribe a los albaceas firmando como Bernardo O’Higgins y Riquelme.
Pero no hay duda que soporta la ilegitimidad, en un secreto padecimiento. Meses
después del intercambio epistolar con Gorbea, el año 1805, acuciado por esta
mortificación, resuelve iniciar las gestiones administrativas y judiciales para
obtener el rescripto de legitimación, aunque para ello deba afrontar la vergüenza
de comenzar reconociendo, ante las autoridades de Chillán y Concepción, su
origen bastardo.
En el sentimiento generalizado de quienes fueron sus conocidos y parientes,
la condición de heredero de las Canteras era simplemente la consecuencia de
su calidad de hijo reconocido del Virrey. Pero ello no pareció suficiente para
la satisfacción del conflicto que en la intimidad corroía su ánimo. El agravio
de Gorbea, al llamarlo “Bernardo Riquelme”, después de haberle enviado
comunicaciones a nombre de Bernardo O’Higgins; la posible preocupación
originada en el conocimiento de las gestiones de don Tomás O’Higgins para
obtener el reconocimiento de los títulos de Barón y Marqués, como parte de la
herencia, o el simple afán de normalizar una situación ambigua y molesta, lo
empujaron a dar este paso que sólo pudo servir para una divulgación innecesaria y
lesiva de un hecho oprobioso, que sus enemigos aprovecharían para descalificarlo
socialmente cuando su figuración pública comienza a ser notoria.
LA LEGITIMACIÓN
A principios de 1806 don Bernardo presentó el siguiente escrito ante el Alcalde
de Vecinos del Ilustre Cabildo de San Bartolomé de Chillán, su sucesor en el
cargo que ejerciera brevemente el año 1805.
“Señor Alcalde de Primer Votó:
Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, oriundo de esta Ciudad de San Bartolomé de
Chillán, Provincia de la Concepción de este Reino de Chile, y residente en ella, en la
mejor forma que haya lugar en derecho ante V.M. parezco y digo que: Soy hijo natural
del Excmo. Sr. Don Ambrosio O’Higgins, Barón de Balienar y Marqués de Osorno,
Teniente General de los Reales Ejércitos de su Majestad, que fue Virrey, Gobernador y
Capitán General del Reino del Perú y Chile y Presidente de aquella Real Audiencia, ya
difunto, y de Doña Isabel Riquelme y Mesa, vecina y de las principales familias de esta
ciudad, concebido y nacido en estado de soltería y bajo de Contrato Esponsalicio. Y
como para impetrar de la Real Piedad de nuestro Soberano (que Dios guarde) la gracia
de mi legitimación y demás que haya lugar, sea necesario patentizar este suceso y
las circunstancias previas y consecuentes a mi nacimiento y que hasta ahora se han
reservado por la pública honestidad y pundonor de la Señora mi Madre y por más que
delicada circunspección del Excmo, Señor mi padre, V.M. se ha de servir admitirme
Información de Testigos sobre el asunto, y que los que presentaré bajo la solemnidad
del juramento declaren conforme el interrogatorio, lo siguiente:
Primeramente: expongan si conocieron, comunicaron y trataron al Excmo. Sr.
Don Ambrosio O’Higgins, ya difunto, y si vieron o tienen noticia de que cuando
este señor era Maestre de Campo General de este Reino y Comandante de
las Plazas y Tropas de la Frontera, siempre que pasaba por esta Ciudad a los
183
R evista L ibertador O’ higgins
asuntos del Real Servicio alojaba y posaba en casa de mis abuelos como vecinos
distinguidos y de los de mayor representación del lugar.
Segundo: digan si conocieron, vieron y trataron en aquel tiempo a doña Isabel
Riquelme, niña de trece años de edad, viviendo al lado de y abrigo de sus padres
con honestidad, decoro y recogimiento correspondiente a su calidad, edad y
crianza; y si saben, entienden o tienen noticia de que este caballero la estimaba
con tan honesta afición que cuando la solicitó para su esposa, pidiéndola a sus
padres y prometiéndola bajo su palabra de honor que, sin pérdida de tiempo
imploraría del Rey nuestro Señor la debida Licencia para casarse, con respecto
a ser ambos iguales y sin impedimento alguno para realizarlo, y si seducida de la
indeficiencia que conceptúo de la energía de tan repetidas promesas, aceptó el
Contrato Esponsalicio a buena fe y fui yo el creído efecto de su imaginado futuro
matrimonio naciendo el día veinte de Agosto de mil setecientos setenta y ocho”25.
Este escrito ha llegado a nosotros, lamentablemente, sin fecha. Pero, por los
fundamentos que le sirven de sustentación, debe considerarse como anterior a
los escritos presentados en Concepción, en abril y julio del mismo año, en que
pide se disponga el requerimiento de un informe a don Juan Martínez de Rozas y
se le tome declaración a don Tomás Delfín.
La importancia del documento transcrito, reside en la precisión del propósito
que persigue con este trámite.
De las expresiones textuales del escrito, debe concluirse en que, a principios
de 1806, don Bernardo aún no había solicitado el mencionado rescripto de
legitimación y que sólo tenía, entonces, el carácter de un mero proyecto,
mientras acumulaba los elementos de prueba indispensables para respaldar
la correspondiente petición. Así lo dice de modo expreso el escrito presentado,
señalando que, para solicitar la gracia de la legitimación, es indispensable probar
los hechos y las circunstancias previas y consecuentes del nacimiento. Este
trámite precisa y da coherencia a los que siguieron en Concepción y permite
observar la secuencia normal de estas gestiones judiciales que preocuparon a
don Bernardo el año 1806.
En el escrito que posteriormente presentó en el mes de abril, del mismo año,
ante el Gobernador Intendente de Concepción, don Luis de Alava, sostiene que
tiene “instancia pendiente en los Reales Consejos para impetrar de la piedad
del Soberano Real Rescripto de legitimación”. Barros Arana y Silva Castro, que
evidentemente no conocieron la petición hecha ante el Alcalde de Chillán, creen
que la solicitud dirigida a Luis de Alava corresponde a la primera gestión realizada
por don Bernardo en Chile, el año 1806, para “reforzar” la petición que habría
presentado ante el Soberano26.
El texto de este escrito, en su versión original, que proporciona Raúl Silva
Castro, es el que sigue:
25Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, pp. 48-49. Archivo Nacional de Chile, Fondo Varios. Vol. 556, sin
folio. RAMÍREZ RIVERA, Rodolfo E.: Ob. citada, pp. 214-215.
26FELIÚ CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas..., p. 293. SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 85.
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E dición conmemorativa del B icentenario
“Señor Gobernador Intendente: Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, vecino de la
Ciudad de San Bartolomé de Chillán, parezco ante V.S. en la mejor forma de derecho
y digo: que tengo instancia pendiente en los reales consejos para impetrar de la piedad
del soberano real rescripto de Legitimación; y habiendo llegado a mi noticia que el
señor Teniente Letrado doctor don Juan Martínez de Rozas, sabe particularmente, a
más de lo que la fama pública, varias circunstancias relativas a mi filiación, por tanto:
A U.S. pido y suplico sirva proveer y mandar que certifique ó informe menuda y
prolijamente, con citación del caballero síndico procurador general lo que supiere en la
materia y que hecho se me entregue el expediente para los efectos que me convengan,
que es justicia y en lo necesario, etc., etc. “Fdo. Bernardo O’Higgins”27.
En el segundo escrito, presentado en julio de 1806, ante el mismo Gobernador
Intendente de Concepción, menciona de nuevo que tiene “instancia pendiente
ante los Reales Consejos”:
“Señor Gobernador Intendente. Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, vecino de la
ciudad de San Bartolomé de Chillán y su actual Procurador General, parezco ante Usía
en la mejor forma de derecho y digo: Que para adelantar la prueba en la instancia que
tengo pendiente en los Reales Consejos a fin de impetrar de la piedad del Soberano
Rescripto de legitimación, pedí que se mandara al Señor Teniente Letrado Doctor
Don Juan Martínez de Rozas que certificara o informara, prolija y circunstanciada, lo
que supiese en orden a mi filiación con citación del personero público, y habiéndose
servido Usía acceder a mi solicitud verificó su Información el veintiocho de Abril próximo
pasado. En él asegura que soy hijo natural, como es notorio en toda la Provincia, del
finado Excelentísimo Señor Don Ambrosio Higgins, varón de Balienari, Marqués de
Osorno y Virrey que fue del Perú, y de doña lsabel Riquelme de la Barrera, habido en
estado de soltería, lo que oyó de boca del mismo Señor mi padre que me reconocía
por tal, y cita al Teniente Coronel del Ejército don Tomás Delfín, que puede saber lo
propio, con motivo de la estrecha amistad y confianza que tuvieron. En cuya atención
a Usía pido y suplico se sirva mandar que dicho Teniente coronel don Tomás Delfín
declare menuda y circunstanciadamente cuanto sepa y le conste en la materia,
y lo que sobre ella le hubiese confiado el referido Señor, mi padre, con citación del
caballero síndico Procurador General de ciudad y que hecho se me den testimonios
por triplicado del Expediente para el fin señalado en lo principal que es justicia y en lo
necesario, etcétera. Bernardo O’Higgins”28.
Una lectura rápida de ambos textos, con ignorancia del escrito presentado en
Chillán, puede conducir, como ha ocurrido con los autores que sostienen el inicio
de estas gestiones en Lima o en España, a una interpretación errónea, estimando
las expresiones “instancia pendiente” como un trámite iniciado y no concluido.
Frente a la existencia del documento chillanejo, la anterior interpretación pierde
todo su mérito, ya que pocos meses antes el propio don Bernardo pide que se le
reciba “información de testigos” para solicitar su legitimación.
Las dos solicitudes de Concepción están destinadas, también, a patentizar
las mismas circunstancias que las señaladas en el escrito presentado en Chillán.
La “instancia pendiente” puede corresponder, por tanto, a una solicitud aún no
27SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 86.
FELIÚ CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas de Claudio Gay, p. 293, Ed. Andrés Bello, 1965.
28SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 88.
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R evista L ibertador O’ higgins
presentada ante los Reales, Consejos en espera de asegurar, mediante elementos
probatorios diversos, los hechos previos y consecuentes de su nacimiento, así
como la condición de hijo que desea legitimar.
Es difícil suponer, y mucho menos aceptar, un procedimiento tan poco
ortodoxo, consistente en la presentación de un escrito pidiendo la legitimación,
sin pruebas y ofreciendo su acompañamiento posterior. No hay, aquí, plazos
fatales ni prescripción que pudiera justificar la presentación de una solicitud de
esta naturaleza, sin allegar simultáneamente las pruebas suficientes para una
resolución favorable.
“Tener pendiente” en los Reales Consejos, por su única y personal voluntad,
una solicitud de esta naturaleza sobrepasa la realidad administrativa. Un petitorio
incompleto o con pruebas insuficientes, estaba destinado al rechazo inmediato o
al archivo.
Inexplicablemente, los dos escritos presentados ante el Gobernador Intendente
de Concepción difieren en la forma como se solicita configurar la prueba. A Martínez
de Rozas se le pide que “certifique” o “informe” al tenor de lo solicitado; en tanto
que Delfín debe “declarar sobre los mismos hechos. De este modo, Martínez
de Rozas elabora un “informe” escrito que eleva al Gobernador Intendente de
Concepción y Delfín presta “declaración” ante el Escribano Público don José
Montalva. Ambas maneras de dar testimonio no ofrecen, en verdad, diferencias
sustantivas en su finalidad; pero es de toda evidencia que hay una mayor facilidad
en la preparación de un “informe” que en la prestación de declaración oral ante
una autoridad o un Ministro de Fe.
Don Juan Martínez de Rozas escribe su informe y refiere aquello que don
Ambrosio le confiara sobre su hijo y relata la singular conversación sostenida con
Albano, en Talca, en su trayecto a Concepción el año 1787, como antecedentes
útiles a la prueba requerida:
“Señor Gobernador Intendente. En el mes de Abril del año pasado de mil setecientos
ochenta y siete, vine a servir la Asesoría de esta Intendencia, hallándose de Gobernador
Intendente el Brigadier Don Ambrosio Higgins de Vallenar que después fue Presidente
y Capitán General del Reino, Marqués de Osorno y Virrey del Perú. En mi tránsito de la
capital de Santiago a esta ciudad de la Concepción, pasé por la villa de San Agustín de
Talca, y me alojé en casa de don Juan Albano Pereira, vecino de ella. Allí estuve tres
días y en el último, que debía seguir mi viaje me llamó a su cuarto y presentándome un
niño que era don Bernardo Higgins, me dijo las siguientes o equivalentes palabras: “Lo
llamo a usted para hacerle saber que este niño que se llama Bernardo es hijo natural
del Gobernador Intendente de Concepción don Ambrosio Higgins y que él mismo me
lo ha entregado como hijo natural suyo para que lo críe y tenga en casa; ya yo soy
viejo y también lo es su padre, y quiero que usted lo sepa y entienda para que en todos
tiempos pueda dar testimonio de esta verdad”, Yo le agradecí la confianza, me despedí
y seguí mi viaje. Llegado a esta ciudad, alojé y viví en casa del mismo Gobernador
Intendente don Ambrosio Higgins hasta que fue trasladado a la Presidencia y Capitanía
General del Reino, y con este motivo le debí particular favor, amistad y confianza como
todos lo saben y la conservé mientras se mantuvo en la capital alojando siempre en
su Palacio en los diferentes viajes que hice. Con este motivo y ocasión me habló
muchas y repetidas veces del niño Don Bernardo que tenía en poder de don Juan
Albano, me dijo que era hijo natural suyo y de Doña Isabel Riquelme, vecina de la
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E dición conmemorativa del B icentenario
ciudad de Chillán, habido en tiempo que era soltera, siéndolo también el mismo don
Ambrosio que nunca se casó. Yo le comuniqué la declaración que me había hecho
Don Juan Albano, y en otras ocasiones me habló igualmente del pensamiento que
tenía de mandarlo a España para ponerlo en una casa de comercio o para hacerlo
dar estudios, como después lo mandó. El Teniente Coronel de Ejército don Tomás
Delfín, con quien tenía igual amistad y confianza y por cuya mano lo remitió a Lima
para trasladarlo a la Península, (sic por península) creo que puede tener las mismas
noticias individuales que he dado sobre la filiación de dicho don Bernardo Higgins, que
además es sabida y notoria en toda la Provincia. Y es cuanto puedo informar en virtud
de lo mandado en decreto de 26 del corriente. Concepción de Chile y Abril veinte y
ocho de mil ochocientos seis. Doctor Juan Martínez de Rozas”29.
Poco después don Tomás Delfín concurre hasta el escribano don José
Montalva, y declara según lo pedido por don Bernardo, excediendo con toda
evidencia el marco propuesto por el solicitante. Esta declaración, aceptada sin
reservas por muchos autores, es la que ha originado numerosos errores en los
estudios de la juventud de nuestro prócer. Pero es, al mismo tiempo, tanto como
la fe de bautismo talquina, uno de los más valiosos documentos fidedignos que
nos aproximan al conocimiento de estos primeros años de su existencia:
“En el propio día, mes y año, lo notifiqué el decreto antecedente al Teniente Coronel
don Tomás Delfín, de quien resibí juramento que lo hiso en la forma de estilo por Dios
nuestro Señor, vajo la palabra de onor, poniendo la mano en su espada, so cargo del
cual prometió desir verdad de lo que supiere y le fuere preguntado, y siéndolo al tenor
del escrito presentado por Don Bernardo Higgins, dijo que conosió con intimidad y
confianza al finado señor Marquez de Osorno desde el año de mil setecientos sesenta
hasta el de su fallecimiento en cuyo tiempo fue servido de distinguirle en varios
asuntos que estimava por reservados entre otras cosas y hallándose gravemente
enfermo en esta ciudad lo solisitó al señor declarante para comunicarle un asunto en
que se interesava, y llegado la ora de tran (sic) de hello, comensó con desirle al señor
que declara que tenía un hijo natural nombrado Don Bernardo, que en aquel entonses
tendría tres años de hedad, y que lo había hecho remitir resién nacido de la ciudad de
Chillán en la qual nació a la de Talca y que lo había puesto al cuidado de Don Juan
Albano de aquel comercio, y para mayor sigilo havía ordenado que le bautisasen la
criatura con agua en Chillán, y que vajo de condición reciviese agua y óleo en Talca,
todo lo que se verificó conforme lo havía mandado añadiendo que el finado Teniente
don Domingo Tirapegui, el sargento Salazar y el cavo Quinteros fueron los encargados
para llevar aquel niño a aquel destino de Talca, lo que efectuaron fielmente, según
constava de la contestación del predicho Albano, y la fee de bautismo que havía
sacado de la iglesia parroquial de Talca. Tratando del nasimiento del niño Bernardo
le comunicó al señor que declara, bajo de mucha reserva, que lo huvo en doña Isabel
Riquelme de la Barrera, añadiendo que nunca había habido hijo natural habido en
mejores términos dándole a entender que le había dado palabra de casamiento; y
luego siguió disiendo que sentía el agravio que había hecho a una señorita de tanto
mérito, como igualmente por ser de una familia muy ilustre y distinción de este país;
de allí se adelantó a decirle de que su actual enfermedad, unida a su edad, le hacía
temer que su hijo quedase en desamparo, porque y aunque tenía mucha confianza en
la amistad y honradez de Don Juan Albano, veya por otra parte que era muy enfermizo
con el adictamento de ser más ansiano que él mismo. Por cuyo motivo, como por la
mayor confianza que dijo tener en el señor que declara lo instó que le diese su palabra
29SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 87.
187
R evista L ibertador O’ higgins
de admitir a su cuidado aquel niño en el caso de que él fallesiese, y que lo educara
según se lo dijese en sus comunicados y testamento que determinaba entonces hacer,
lo que no se efectuó por haberse mejorado perfectamente de aquella indisposición.
Al poco tiempo después se le ofreció al que declara pasar de esta ciudad a, la de
Lima, con la idea de regresar por la vía de Valparaíso y venirse por Santiago y de
Santiago a Talca y Talca a esta ciudad. Entonces se acordó de lo que le había dicho
anteriormente, diciéndole que celebraba mucho que pasase por Talca que escribiría a
Don Juán de Albano para que le manifestase el niño Bernardo su hijo, encargándole
que lo reparase y que le diese una razón imparcial del niño, y de lo que podía prometer,
añadiendo de que le avisaría a Albano, que era su resolución y deseo de dejar al niño
al cuidado del señor que declara como persona de menor edad, en el caso de faltar el
mismo Albano, con cuyo encargo cumplió de la misma manera en circunstansias de
que en aquel entonces sólo el señor Alvano y el señor declarante heran los savedores
de quienes eran padre y madre de aquel niño con motivo del profundo sigilo que
quiso guardar su padre en aquella materia. A los pocos años después le comunicó al
señor declarante haber sabido que en Talca se decía que Don Bernardo era hijo suyo,
y que para silenciar aquellos rumores (sic) había resuelto haserio traer a Chillán y
encargar su educación a los Reverendos Padres Fray Francisco Xavier Ramíres y el
Reverendo Padre Fray Blas Alonso, el primero Guardián del Colegio de los Misioneros
de Propaganda Fide y Rector del Colegio de Naturales de aquella ciudad, y el segundo
Presidente de aquel Colegio y Vicerrector de los Naturales, todo lo que se efectuó y se
cuidó de la educación del niño por el término de algunos años.
Después de sesado el Rectorado y Presidencia de aquellos Reverendos resolvió sacar
su hijo Bernardo del colegio de Chillán y remitirlo a Lima, y habiéndoselo comunicado
al señor que declara le ordenó que escribiese al dicho reverendo Padre Ramírez y al
Reverendo Padre Fray Bias, diciéndoles que entregasen el niño a la persona de mayor
confianza que mandase por él, y de lo que quedaban prevenidos por él mismo, y que
esta entrega se hiciese a deshoras para que no se sintiese por sus parientes paternos
(sic por maternos) y que extraviando caminos y trasnochando, viniese a poder del señor
que declara para el efecto de embarcarlo para la ciudad de Lima, recomendándolo al
finado don Ignacio Blaque para que en la escuela conocida por la de los Estudios
de Lima se adelantase hasta en tanto que fuese tiempo de ponerlo en el Colegio de
San Carlos de aquella ciudad. Todo se efectuó con el sigilo que había prevenido, y
a más el mismo señor Marquéz escribió al referido don Juan Ignacio Blaque que lo
atendiese como su hijo, lo que resultó que fue atendido y puesto en aquellos estudios
en que tuvo sus adelantamientos. A los pocos años después le comunicó al señor
que declara que quería remitir aquel niño a España para que siguiese sus estudios
con mejor asiento en algunos colegios de aquel Reino, cuyo pensamiento llevó a
efecto, y el referido Blaque lo embarcó de su orden, recomendándolo a Don Nicolás
de la Cruz, del comercio de Cádiz, a donde llegó felizmente; después le comunicaba
al señor que declara siempre las noticias que tenía del mismo señor de Cruz y del
niño, y le manifestó muchas cartas que había tenido de ambos, haciéndole en muchas
ocasiones conversación del niño y de sus muchos deseos de verlo acomodado antes
de morirse. Hallándose enfermo el señor Marqués de Osorno en la ciudad de Lima,
y siendo entonces Virrey del Perú, le comunicó al señor que declara sus deseos de
hacer su Testamento diciéndole varios puntos de sus disposiciones y dándole permiso
para que consultase las materias con un Letrado de su confianza, de lo que se hizo
cargo el señor que declara, y le propuso consultar el asunto con el Doctor Don Buena
Ventura de la Mar, a lo que contestó que Don Buena Ventura daría a entender a sus
amigos que tenía un hijo natural, y que no quería que se supiese hasta en tanto que
se viese en su Testamento después de muerto. A esto le (ilegible) el señor que declara
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E dición conmemorativa del B icentenario
que respecto de sentirse tan debilitado que le parecía muy conveniente que arreglase
sus asuntos, recomendándole por sus Albaceas al señor Marqués de Selada de la
Fuente y al señor Conde de San Isidro que heran amigos muy finos suyos, de lo que
se comprasió y que por lo que tocaba la consulta que no tenía necesidad de consultar
a persona alguna porque por sí mismo y de su propia letra extendería el Testamento,
que se lo traería para que lo adicionase o reformase del modo que mejor le pareciese;
y tratando en hello de su hijo Don Bernardo, que entonces había llamado de España, le
propuso el señor que declara que le correspondía dejarle la mayor parte de su caudal
a excepción tan sólo de algunos legados y obras pías que había meditado. La resulta
fue de que mejoró de aquella disposición, (sic) y que aconsejó al señor declarante
de que hiciese. su viaje a esta ciudad y que volviese con la brevedad posible, y que
a la vueltá le tendría los apuntes para que hiciese su testamento. A más de esto
conociendo el señor que declara la confianza y amistad que siempre tuvo el Marqués
de Osorno con el Reverendo Padre Agustín de Doria del oratorio de San Felipe de
Neri de Lima le comunicó el señor que declara al dicho padre cuanto hay expuesto en
esta declaración, advirtiéndole que tuviese todo presente porque en el caso de que
le repitiese la misma enfermedad a su excelencia había de ser llamado para asistirle
tanto en el transe de su muerte como para tomar sus consejos en aquellas materias.
Últimamente a la vuelta de Lima el señor que declara se encontró con la noticia del
fallecimiento del señor Marquez, y ha visto que había deferido las materias que habían
tratado hasta que no pudo tenerlas presentes. Y es cuanto al presente el señor que
declara a excepción de que por algunas preguntas que le hiciesen, se le diese margen
para más esclarecimientos y que esta es la verdad so cargo del juramento que a hecho
bajo la palabra de honor, en que se afirmó y ratificó, siéndole leída su declaración dijo
ser de edad de sesenta y seis años y la firmó. De que doy fe. Tomás Deiphin. Ante mí,
José Montalva, Escrivano público30.
Si, como hemos anotado, el propósito que guió a don Bernardo para realizar
estas gestiones, relativas a su legitimación, no era sólo eliminar el complejo social
que le mortificaba, es necesario buscar otras razones que lo llevaron a dar este
paso de difícil ejecución. Las legitimaciones tenían aparejado el nacimiento de
derechos sucesorios. En el caso de don Bernardo, habiendo recibido “lo mejor de
los bienes de don Ambrosio” y “encontrándose en pacífica posesión de ellos”, en
auge y rápida prosperidad, debe descartarse la persecución de algún beneficio
económico.
Sin embargo, el joven, reconocido socialmente como Bernardo O’Higgins,
rico y poderoso estanciero, no había tenido hasta entonces el rechazo social
que solían producir las bastardías. Por otra parte, el hecho de obtener un
reconocimiento como hijo legitimado de don Ambrosio, en virtud de un Rescripto
Real, no modificaba su calidad de hijo nacido fuera de matrimonio. Su origen
mantendría siempre el vulnerable matiz del nacimiento irregular. Por lo demás,
las legitimaciones estaban desacreditadas, no sólo por las tarifas establecidas
para su obtención, sino que por las licencias y vicios que se toleraban en el
procedimiento. Don Bernardo no requería, virtualmente, más reconocimiento que
el que se le daba por las autoridades y el medio social de Chillán, Los Ángeles y
Concepción, donde se desarrollaron sus actividades regulares hasta 1811.
Tiene razón, en buena parte, don Fidel Araneda cuando dice:
30SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., pp. 88 y 91.
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R evista L ibertador O’ higgins
“Como terrateniente ya podía usar el apellido paterno y todos los sureños le profesaban
respeto y simpatías”31.
El mismo año 1806 don Tomás O’Higgins Welch, el único heredero universal
vivo de don Ambrosio, habría reclamado los títulos nobiliarios de su tío. Este hecho
pudo ser conocido por don Bernardo, temiendo que, de prosperar tal petición,
la normalidad con que hasta entonces había llevado con pleno acatamiento el
apellido O’Higgins, sufriera inevitables cuestionamientos en el comentario social.
Para la creencia generalizada en Chillán, Los Ángeles y Concepción, don
Bernardo había sido reconocido por su padre o había logrado la legitimación. El
hecho, entonces, de que un sobrino ostentara los títulos nobiliarios del difunto
Virrey, y no su hijo, daría origen a inevitables comentarios que, por cierto,
apuntarían a su bastardía. En tales circunstancias don Bernardo pudo verse
forzado a reclamar su mejor derecho, para lo cual era indispensable pasar por la
legitimación. Habría sido un problema de permanentes e incómodas explicaciones
justificar el hecho de que don Tomás O’Higgins pasara a convertirse en Barón de
Balienary o Marqués de Osorno, títulos que naturalmente debían recaer en el hijo
antes que en cualquier otro heredero.
Don Bernardo parece haber creído que de la legitimación podía derivarse
el aprovechamiento de los títulos nobiliarios del Virrey. En el primero de los
documentos conocidos sobre los trámites de la legitimación, el escrito presentado
al Alcalde de Chillán, don Bernardo señala que impetrará esta gracia de la
legitimación “y demás a que haya lugar”. En lo “demás a que haya lugar” podían
estar, con toda razón jurídica, los títulos de Barón y Marqués. Estas palabras son
evidentemente inductivas a la creencia de que el petitorio de la legitimación podía
incluir, como creemos, los títulos nobiliarios conferidos a don Ambrosio.
Sin embargo, las gestiones que habría realizado don Tomás O’Higgins Welch
para reclamar en su beneficio los títulos de su tío, estaban fundamentadas en una
legalidad incuestionable. Tenía, por parentesco y por voluntad del testador, a un
mismo tiempo, la calidad de legatario y único heredero universal de sus bienes.
Gustavo Opazo indica que don Tomás O’Higgins Weich, en carta dirigida al ex
albacea del Virrey, don José Gorbea y Vadillo, el año 1806, le pedía que solicitara
a su apoderado en la Corte, “testimonio de aquellos instrumentos que contemple
necesarios y precisos para tomar posesión de los títulos de su finado tío, con
respeto de ser su único heredero y más inmediato sucesor”32.
Estas u otras razones, que movieron a don Bernardo en la toma de una
decisión con tantas implicancias inconfortables, debieron ser muy poderosas,
como para revelar por escrito y de manera repetida su ilegitimidad ante el Alcalde
de Chillán y luego ante el Gobernador Intendente de Concepción, don Luis de
Alava, con quien había mantenido una reciente controversia. No fueron trámites
reservados. Por el contrario, el encadenamiento administrativo, era una fuente
segura del comentario múltiple, inevitablemente producido en cada tramo de
31ARANEDA BRAVO, Fidel: Imagen del Prócer Bernardo O’Higgins. Homenaje al Bicentenario del Libertador
Bernardo O’Higgins. Biblioteca del Congreso Nacional, 1978, p. 29.
32OPAZO, Gustavo: Don Ambrosio O’Higgins Íntimo. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº23,
1942, p. 35.
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estas gestiones. Para mantener oculta o al menos inadvertida su ilegitimidad,
dicho mecanismo constituía el medio menos apropiado. Pero era también, el
único camino para atajar de modo categórico la malicia hiriente que se escurría
a sus espaldas. No podía imaginar, entonces, que aún lograda la legitimación en
los mejores términos posibles, las responsabilidades públicas y revolucionarias
que te esperaban originarían en sus enemigos la ruindad de descalificarlo por su
nacimiento y filiación irregular. Mientras en los primeros años de su residencia en
Chile, su ilegitimidad se comentaba raramente en los corrillos sociales, cuando
asumió el compromiso político de construir una nación, el vilipendio sería tan
duradero y sostenido que lo perseguiría hasta el exilio y más allá de la muerte.
Don Bernardo era considerado y respetado por su educación, sus apreciables
condiciones personales y riqueza. Los ocho años de su experiencia europea
le infundieron un carácter razonador y frío, pero amable y cordial, definido por
contemporáneos como circunspecto, y que comenzó aplicando a sus negocios y
relaciones con sus amigos y conocidos. Estaba, pues, en condiciones de superar
las consecuencias que este trámite podía acarrearle como demérito social, ya
que no era predecible el papel preponderante que jugaría en la historia de una
nueva nacionalidad que esperaba el momento de emerger del coloniaje.
Aparentemente, el trámite de la legitimación carecía de sentido, a menos que
temiera el surgimiento de situaciones incómodas, como las que podrían derivar
de una posible concesión de los títulos nobiliarios del Virrey, su padre, a uno de
sus sobrinos.
En la necesidad de testificar satisfactoriamente en favor del hijo de don
Ambrosio, Delfín recurre a todos los resquicios de su memoria, para recordar
ordenadamente hechos ocurridos más de veinte años atrás. Entre ellos aparece
el bautismo realizado en la parroquia de Talca. La declaración revela la existencia
del acta levantada por don Pedro Pablo de la Carrera, e incita a don Bernardo
para encaminar sus pasos hacia el conocimiento de la inscripción bautismal. La
sorpresa del joven debió ser mayúscula al constatar que su viejo y secreto anhelo
tenía, en este documento, un testimonio irrefutable, y suficiente por sí solo, para
satisfacer en plenitud un trámite de legitimación o para estimarlo innecesario.
A no mediar la declaración de Delfín, don Bernardo no habría obtenido en
Chillán ni en Concepción informaciones sobre el bautizo en Talca, ordenado por
su padre. Y aun conociendo el hecho mismo del acto sacramental, le habría sido
difícil suponer que en el acta respectiva su nombre apareciera como “Bernardo
Higgins” y se consignara en ella la identidad y títulos de su padre. Estos registros
y anotaciones de bautizos dejaban constancias muy sucintas del nombre de los.
padres, cuando constituían matrimonio, el nombre la madre, cuando era soltera,
muy raramente el nombre del padre, en los casos de hijos naturales, pudiendo
omitirse tanto el nombre del padre y de la madre, en el mismo caso anterior,
dando a la criatura un apellido cualquiera.
En cada página podían anotarse hasta cuatro bautizos. Pero en este caso las
referencias hechas por don Pedro Pablo de la Carrera ocuparon la página entera,
consignando numerosas informaciones completamente impropias en un acta
bautismal y alterando, con la individualización del padre y el silenciamiento del
nombre de la madre, la costumbre observada para estos registros.
191
R evista L ibertador O’ higgins
No está, pues, desacertado don Luis Valencia Avaria cuando supone que
D. Bernardo, al conocer la copia del acta asentada en el libro bautismal de la
parroquia de Talca, pudo suspender o dar por terminadas las gestiones de
legitimación33. Sin duda de tanto o mayor mérito que las declaraciones de Delfín y
Martínez de Rozas era, como elemento probatorio para los fines de la legitimación,
el acta de su fe de bautismo. La incorporación de copia de este documento a
una posible solicitud de legitimación debió ser considerada como una prueba
esencial.
La presentación de una solicitud comprensiva de la legitimación y los títulos
nobiliarios podía entrabar los trámites que don Tomás O’Higgins Weich había
iniciado, probablemente con información al propio don Bernardo. Cabe admitir,
también, que don Tomás, en conocimiento del Acta de Bautismo que probaba
la filiación de su primo, se haya desistido de la pretensión de heredar los títulos
nobiliarios del tío. En todo caso, estas gestiones de don Tomás hacen excepción
a la conducta de amistad y buena relación con su primo, que después observó
por varios años.
Don Bernardo era inclinado a guardar y archivar documentos, incluso aquellos
que podían traerle recuerdos ingratos, como el cuaderno copiador de sus cartas
juveniles. Parece natural, entonces, que hubiera guardado como un documento
precioso la copia del Acta Bautismal. Pero don Benjamín Vicuña Mackenna no
halló tal documento, ni referencia alguna a él, en los “10 cajones” que componían
la carga de “dos carros” en que se guardaba el Archivo del Prócer y que le fueron
entregados por su hijo Demetrio34.
Nuestro historiador no pudo determinar con exactitud la fecha en que don
Bernardo nació y que se precisa en el documento parroquias aludido. Sólo
señaló que tal nacimiento Don Bernardo realizó, efectivamente, los trámites
administrativos y judiciales preliminares que hemos conocido con el fin de obtener
su legitimación.
Sin embargo, la presentación de la solicitud ante la Corte, el eventual término
y el resultado de estas gestiones tienen referencias autorales apreciablemente
distintas.
Entre los contemporáneos del prócer estaba bastante generalizada la idea, de
que éste realizó con éxito el procedimiento establecido para impetrar dicha gracia.
El párrafo final de la notable declaración de don Isidro Peña, español que viajó
junto con don Bernardo desde Cádiz a Valparaíso, el año 1802, y que reproduce
Claudio Gay, indica lo siguiente:
“El señor don Nicolás de la Cruz, apoderado de don Ambrosio O’Higgins, se presentó
al Rey de España en 1804, pidiendo la legitimación de don Bernardo, la que obtuvo,
tomando desde entonces el apellido O’Higgins, pues antes usaba el de Riquelme, bajo
el cual vino en la fragata Aurora”35.
El General José María de la Cruz, agrega más datos:
33VALENCIA AVARIA, Luis: Bemardo O’Higgins. Buen genio de América, Ed. Universitaria, 1980, p. 45.
34VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Vida del Capitán General don Bemardo O’Higgins. Ed. del Pacífico, 1976, p. 41.
35FELIU CRUZ. Guillermo: Correcciciones históricas... pp. 303-304.
192
E dición conmemorativa del B icentenario
“Se dirigió a España para comprobar su origen y descendencia y que se le reconociese
como hijo del Virrey y que se le autorizase para llevar su apelativo. Esto lo alcanzó,
mas no la herencia de los títulos”36.
La opinión de Isidro Peña y del General de la Cruz es particularmente
demostrativa de la creencia predominante entre los contemporáneos de don
Bernardo sobre su legitimación.
Historiadores de la talla de don Miguel Luis Amunátegui adhieren a tales
estimaciones, aunque varían en la oportunidad y el procedimiento seguido:
“Don Bernardo no se conformó con el agravio que el Virrey le infería en su testamento.
Estaba precisamente en España de vuelta ya de Inglaterra para su patria, cuando supo
la muerte del ilustre y altivo Marqués, y sin tardanza entabló reclamación ante la corte
por el apellido i los títulos de su padre. Se le concedió que se llamara O’Higgins y no
Riquelme, pero no se le permitió que fuera barón ni marqués.
Sin desanimarse por una primera tentativa, don Bernardo persistió, cuando un ataque
de fiebre amarilla, le puso a la muerte, pero quedó muy quebrantado. La debilidad de
su salud y la disminución de sus recursos pecuniarios, le obligaron a desistir de sus
reclamaciones i le hicieron regresar a Chile al año 1802”37.
Es bastante improbable que, según afirma don Isidro Peña, don Bernardo haya
recurrido a su antiguo apoderado en Cádiz, don Nicolás de la Cruz, para presentar
ante el Rey de España una solicitud de legitimación. Los vejámenes sufridos en
la casa del rico comerciante talquino marcaron un definitivo distanciamiento e
incomunicación entre ambos, a pesar del notorio cambio en el trato que recibió
después de la muerte de su padre. Los informes negativos sobre la conducta
del joven, que don Nicolás hizo llegar al Virrey dos años antes que extendiera
su testamento, pudieron influir, según el probable juicio de don Bernardo, en
el maltrato recibido en Cádiz y en la renuencia de su padre a dar respuesta a
sus cartas. En el archivo del prócer no hay documento alguno que contenga
referencias a De la Cruz, salvo las menciones del extraviado cuaderno copiador
de su correspondencia de Inglaterra y Cádiz. Y este no menciona a don Bernardo
en sus escritos, salvo una brevísima referencia epistolar en que lo nombra como
“el Director O’Higgins”38.
La frase del General De la Cruz “se dirigió a España para comprobar, etc.”,
podría entenderse, naturalmente, como la elevación de su petitorio escrito a la
Corona y no como un viaje a España realizado con esa finalidad, a pesar de que
el texto literal de la oración contiene la idea de un traslado a la Península, hecho
que no se llevó a efecto.
Amunátegui propone otra solución, al indicar que don Bernardo inició este
trámite de la legitimación en España, antes de viajar a Chile. Y agrega algo
completamente nuevo: que obtuvo la legitimación, pero no los títulos nobiliarios;
que porfió en su reclamación y que desistió de sus peticiones, luego de enfermar
de fiebre amarilla.
36AMUNATEGUI REYES, Miguel Luis: Don Bernardo O’Higgins, Ed. imprenta Universitaria. 1917, p. 19.
37AMUNATEGUI REYES, Miguel Luis: La Dictadura..., pp. 32-33.
38IBAÑEZ VERGARA, Jorge: Don Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule. Ed. Universidad de Talca, 1997, p. 262.
193
R evista L ibertador O’ higgins
El señor Amunátegui equivoca, en todo caso, la época de estas gestiones
supuestas, asegurando que ellas se habrían iniciado y concluido con éxito
respecto del uso del nombre, desistiéndose del reclamo de los títulos, después
de una segunda tentativa, y luego del ataque de la fiebre amarilla. Los trámites
de legitimación, si seguimos a Amunátegui, debieron iniciarse y concluirse en
1800 o antes, ya que la epidemia de fiebre amarilla que afectó a don Bernardo
corresponde a la que azotó a Cádiz ese año. El historiador no reparó en que
el Virrey vivía, entonces, en buen estado de salud y aún sin los sobresaltos del
relevo.
Obviamente, cualquiera gestión posible, si alguna existió, sólo pudo ser hecha
luego que la muerte del Virrey fue conocida. Y aún si tales trámites se hubieran
iniciado después de marzo de 1801, don Bernardo carecía por completo, en
España, de antecedentes que probaran su condición de hijo del Virrey muerto.
La cláusula testamentaria, a pesar de disponer el más importante legado en su
favor, era del todo un insuficiente medio de prueba, aún en copia autorizada del
testamento que, como sabemos, sólo conoció en Chile, a su regreso. Únicamente
cabía, en tal oportunidad, la prueba testimonial y la fe de bautismo, instrumento
de cuya existencia sólo se impuso después de las gestiones de su legitimación
iniciadas en Chillán y seguidas, luego, en Concepción.
Barros Arana supone, en tanto, que estas gestiones fueron efectivamente
iniciadas en Lima.
“Cuando don Bernardo O’Higgins entró en posesión de los bienes legados por su padre
obteniendo, según se dice, declaración judicial para usar el apellido de éste, solicitó
desde Lima el rescripto de legitimación que el Rey podía conceder por la ley 17, part.
4 del Código de las Siete Partidas. (El “rescripto” es la decisión de un Soberano para
resolver una consulta o respaldar a una petición.)
“Aunque estas leyes establecían reglas para la legitimación, estableciendo que
no podían obtenerlas los hijos de padres que tenían impedimentos para contraer
matrimonio, ya fuese porque eran casados, ya por ser sacerdotes, en la práctica había
mucha relajación, y por Real Cédula de 21 de Diciembre de 1800 se había establecido
una tarifa de los derechos que debían pagar los que poseyendo esta doble irregularidad
pretendieran ser legitimados. La Legitimación (legislación dice el texto) era, pues, una
gracia que se vendía para procurar fondos al tesoro real.
La ilegitimidad de don Bernardo O’Higgins, hijo natural de padres solteros,
no tenía esas irregularidades. Sin embargo éste, ignoramos por qué causa, no
obtuvo el rescripto real que había solicitado”39.
No obstante, el propio Barros Arana plantea sus dudas acerca de los trámites
de legitimación en España:
“Dos individuos altamente colocados, el asesor de la Intendencia doctor Juan Martínez
de Rozas, el 26 de Abril, y el teniente coronel don Tomás Delfín, el 21 de Julio,
declararon cuanto sabían sobre el nacimiento de don Bernardo y sobre la protección
que debió a su padre. Ignoramos si este expediente fue remitido a España; pero sí
39FELIU CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas..., p. 292.
194
E dición conmemorativa del B icentenario
sabemos que, por causas que nos son desconocidas, el rescripto de legitimación no
fue despachado jamás”40.
Sergio Fernández sigue a Amunátegui, sin expresar el lugar en que inició las
gestiones.
“Don Bernardo nunca se conformó con el agravio. Oportunamente entabló el respectivo
reclamo ante la Corte de Madrid, solicitando la autorización para usar el apellido y
disfrutar los títulos del Virrey. La Corte accedió a lo primero, pero no le permitió en
cambio que se llamara Barón ni Marqués”41.
Los autores más recientes, como Valencia Avaria, siguiendo a Barros Arana,
desestiman las gestiones españolas y no coinciden en los resultados finales de la
gestión:
“En los días que fue a Lima a tratar con los albaceas, inició en esa capital un expediente
para legitimar su apellido”.
“Puede creerse, aunque no lo reclamó expresamente, que el hijo pretendió rescatar
tal baronía (la de Balienary) concedida a don Ambrosio “para sí, sus hijos, herederos y
sucesores legítimos”.
“Se ignora, sin embargo, el resultado de tales diligencias, concluidas en Septiembre
de ese año (1806), las que bien pudo no proseguir, por haber conocido el texto de
la partida de bautismo extendida en Talca donde constaba ser hijo de Ambrosio
O’Higgins”42.
El único y débil antecedente que indica la preocupación de don Bernardo
por los títulos nobiliarios, aparte de la solicitud de “la gracia de la legitimación
y demás que haya lugar” que menciona el escrito presentado en Chillán el año
1806, es la carta que ese mismo año envía a don José de la Cruz, apoderado
de su primo Tomás O’Higgins, en la liquidación de la herencia del Virrey. En ella
aparece firmado como Bernardo O’HIGGINS DE BALLENAR, en un propósito
muy evidente de vincular su nombre a la baronía de don Ambrosio43.
Valencia Avaria acierta en la idea de un posible desistimiento o abandono
de las gestiones de la legitimación “por haber conocido el texto de la partida de
bautismo extendida en Talca”; pero cae en error y confusión al referirse a los
títulos nobiliarios44.
Los escritos conocidos para la constitución de pruebas destinadas a la
legitimación no hacen, en efecto, una referencia explícita al reclamo de los títulos
nobiliarios, cuestión que no sería otra cosa que una derivación del beneficio
principal. En tal caso se habría rescatado no sólo la Baronía de Balienary, como
señala Valencia Avaria, sino que, con más razón, el Marquesado de Osorno.
La cédula real que concedió la baronía a don Ambrosio, señala que la merced
del título es “para sí, sus hijos, herederos y sucesores legítimos”, mientras
40BARROS ARANA, Diego: Historia... Tomo XI, p. 685.
41FERNÁNDEZ LARRAÍN, Sergio: O’Higgins, p. 22.
42VALENCIA AVARIA, Luis: Bernardo O’Higgíns..., p. 45.
43Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo 1, pp. 45-46.
44VALENCIA AVARIA, Luis: Bernardo O’Higgins..., p. 45.
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R evista L ibertador O’ higgins
que el marquesado de Osorno se le extendió “para sí, sus hijos, herederos y
sucesores”.
Sin embargo, no puede ignorarse, como lo señala Valencia Avaría, que la ley
de recopilación “declara que las legitimaciones no se extienden a hidalguía”45,
circunstancia que habría tornado inocua toda pretensión de don Bernardo sobre
los títulos nobiliarios de su padre.
Nuestras conclusiones difieren de la generalidad de las opiniones dadas a
conocer precedentemente. Las afirmaciones, como las del General De la Cruz
y de Amunátegui, que respaldan la iniciación de los trámites de la legitimación
en España o a través de don Nicolás De la Cruz, después de su regreso a Chile,
como lo señala don Isidro Peña, o aquellas que sostienen su inicio en Lima, como
Barros Arana y Valencia Avaria, durante su viaje el año 1803, destinado a lograr
la entrega de su legado, no pasan de ser especulaciones, tentativas débiles en la
búsqueda de una explicación satisfactoria, que se derivan del desconocimiento y
el análisis superficial de los documentos referidos a tema.
Don Bernardo careció de pruebas en qué sustentar la solicitud de legitimación,
durante su residencia española. El testamento de su padre, que lo beneficiaba en
calidad legatario, era ineficiente como acreditivo de su Parentesco. Tal instrumento,
además, sólo fue conocido por don Bernardo a su regreso a Chile. Por otra parte
el objetivo primordial del viaje a Lima fue conseguir la entrega del legado que lo
beneficiaba como “Bernardo Riquelme” y en cuyo trámite se procuró el apoyo de
don Tomás Delfín, uno de los dos deponentes conocidos en los trámites judiciales
efectivamente realizados el año 1806.
Las relaciones de don Bernardo con don Nicolás De la Cruz fueron inexistentes
desde su retorno a Chile y la brecha separadora de esas relaciones, definitivamente
insalvable.
Si la solicitud del Rescripto Real se hubiera presentado en alguna de las
ocasiones supuestas, salta a la vista la inconsecuencia de una solicitud sin pruebas
concluyentes de respaldo, las que sólo se obtendrían varios años después.
Las conjeturas de los autores que no tuvieron acceso a los documentos que
dejan constancia de las gestiones judiciales realizadas en Chillán y Concepción,
pueden justificarse en este desconocimiento. Pero a partir de la publicación de
la solicitud presentada por don Bernardo ante el Alcalde de Chillán y las dos
siguientes ante el Intendente de Concepción, relativas al rescripto de legitimación,
las conclusiones deben ser otras.
El estudio de Raúl Silva Castro, “Piezas para la legitimación de O’Higgins”, al
desconocer la existencia del escrito presentado por don Bernardo en Chillán, no
hace más que apoyar la idea, bastante peregrina, de una posible solicitud ante la
Corte de Madrid, pendiente por falta de pruebas.
El documento dirigido al Alcalde de Chillán nos parece de la mayor importancia,
ya que en él radica, a nuestro juicio, la principalísima aclaración de que a esa
fecha, en los meses iniciales de 1806, aún no había hecho petición alguna a las
Cortes.
45VALENCIA AVARIA, Luis: Ob. cit., p. 45.
196
E dición conmemorativa del B icentenario
La solicitud presentada en Chillán es, procesalmente, un trámite judicial y
administrativo, preparatorio de una petición pendiente de su presentación por falta
de apoyo documental. Así, los términos “instancia pendiente” empleados en los
dos escritos hechos en Concepción, adquieren con toda propiedad la denotación
de solicitud, trámite o gestión por iniciarse. Aun así, la terminología usada en las
dos peticiones cursadas en Concepción pudo tener el propósito deliberado de
inducir a la creencia de que la solicitud pertinente ya se encontraba tramitándose
en España, haciendo más justificable la prueba testimonial solicitada.
Sin embargo, la intención probable de usar este recurso ha confundido también
a algunos de nuestros autores.
197
R evista L ibertador O’ higgins
198
E dición conmemorativa del B icentenario
SAN MARTÍN SIN MITOS:
BREVE BIOGRAFÍA DEL AMIGO DE O’Higgins,
CRUCIAL EN LA LIBERACIÓN DE TRES PAÍSES
Yerko Torrejón Koscina 1
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo reseña la vida del General José de San Martín, incorporando
todos aquellos hechos que el autor estima relevantes para aproximarse a un
conocimiento básico del militar más importante en la lucha independentista de
América del Sur. Se recoge información de biógrafos, publicaciones y fuentes
ya conocidas y presenta en forma cronológica, sintetizada y tan despojada del
tentador incienso como puede ser posible frente a un personaje de su estatura
histórica. No se pretende presentar novedades para eruditos, sino ofrecer una
visión lo más completa posible, pero breve y fácil de seguir, de manera, que sirva
al lector como punto de partida hacia conocimientos más detallados y profundos.
UNA FAMILIA DE SOLDADOS SE GESTA EN YAPEYÚ
José Francisco de San Martín Matorras nació el 25 de febrero de 1778 en
Yapeyú, pueblo situado en la hoy argentina de Corrientes.
En aquella época, el centro poblacional jesuita Nuestra Señora de los Reyes
Magos de Yapeyú, con unos 800 habitantes, era capital del departamento de
Yapeyú de la provincia de Misiones, integrante del Virreynato del Río de la Plata.
El río Uruguay, limítrofe hoy, cruzaba esa provincia, que comprendía por el
oriente parte del actual estado de Río Grande, en el Brasil. Diez años antes, los
jesuitas habían sido expulsados de América y los indígenas guaraníes educados
por ellos habían quedado desprotegidos de los bandeirantes, bandidos del imperio
portugués que venían a cazarlos para venderlos como esclavos. El padre de José
Francisco, Capitán del Ejército Español don Juan de San Martín y Gómez, natural
de Villa de Cervatos en el reino de León, había sido destinado a esa localidad
como Teniente Gobernador. Provisto de armas y tropas y con jurisdicción sobre los
vecinos pueblos de La Cruz, San Borja y Santo Tomé, debía afirmar la soberanía
1 Yerko Torrejón Koscina, Ingeniero Civil de Minas, Consejero Nacional Tesorero del instituto O’Higginiano de
Chile, actual Director de la Junta Directiva de la Universidad Mayor de Santiago, ex rector de la Universidad
Católica del Norte, ex presidente de la Junta Directiva de la Universidad de Antofagasta, ex rector de la
Universidad de Magallanes.
199
R evista L ibertador O’ higgins
española frente a las pretensiones portuguesas, proteger a los indígenas de
los bandeirantes y completar la expulsión de los jesuitas, regularizando la vida
de la localidad con los padres dominicos que habían reemplazado a aquellos.
Para cumplir la misión, tres años atrás se había trasladado con su esposa, doña
Gregoria Matorras del Ser, sus dos hijos varones y su hija María Helena. En
Yapeyú nacieron Justo Rufino y, finalmente, José Francisco. Anotemos ya que
todos los varones de esta familia fueron soldados profesionales: Manuel Tadeo,
Coronel de Infantería muerto en 1851; Juan Fermín, Comandante de Húsares de
Luzón, muerto en Manila en 1822, y José Francisco, General de Ejército en tres
países.
En Yapeyú, lugar apacible, con rica vegetación, ganado y coloridas aves,
transcurrieron los primeros cinco años de la vida de José Francisco, al cuidado de
su madre y de Juana Cristaldo, su niñera india que lo cuidó con cariño y diligencia,
permitiéndole disfrutar plenamente de esos años en que, escondiéndose en
barracones, establos y bodegas, ya mostraba cuanto era atraído por armas,
monturas y caballos. Los dominicos habían reemplazado a los jesuitas expulsados,
por lo que el padre dominico Francisco de la Pera, el mismo que anotara su partida
de nacimiento, llevaba la educación de los hijos del Gobernador.
LA FAMILIA SAN MARTÍN MATORRAS SE TRASLADA A BUENOS AIRES
Los años en Yapeyú fueron los mejores en la carrera del padre de San Martín,
tanto por su posición de Gobernador como por sus notables realizaciones y aportes
al progreso local. El aprecio que ganó en su mandato se reconoce en los escritos
en que los vecinos, indios, mestizos y españoles deploraron públicamente las
órdenes del Virrey Vértiz para que se hiciera cargo de la instrucción de oficiales
voluntarios españoles en Buenos Aires.
Aunque los historiadores no coinciden en el dato preciso, la familia San
Martín Matorras debe haber pasado al menos un año en Buenos Aires. Allí José
Francisco asistió a una escuela primaria en letras y pudo sentir cuán respetada
era su familia, emparentado por su madre Con la acaudalada e importante familia
de Jerónimo Matorras, hijo del conquistador del Chaco y primo de doña Gregoria.
También pudo sentir el cariño y respeto de los vecinos hacia su padre, a quien
hasta el Virrey privilegiaba con su atención en las grandes conmemoraciones
religiosas o patrióticas.
LA FAMILIA SAN MARTÍN MATORRAS DE VUELTA A ESPAÑA
Cuando se produce el desplazamiento del Virrey Vértíz, don Juan de San Martín,
por los lazos de amistad que tenía con él, junto con otros oficiales españoles
considerados “excedentes de los cuadros rioplatenses”, se embarcó en la fragata
“Santa Balbina” de vuelta con toda su familia a España, desembarcando en marzo
de 1784 en Cádiz y partiendo a establecerse en Madrid para conseguir alguna
destinación. Allí deambuló un año y medio haciendo antesalas en las oficinas de
la burocracia sin ningún apoyo palaciego, confiado en su hoja de servicios y en la
comprensión de las autoridades para obtener lo que merecía por su desempeño
en ultramar. Volver a América era su anhelo y el de doña Gregoria, pero estaban
200
E dición conmemorativa del B icentenario
dispuestos a aceptar cualquier cosa, mas sólo recibieron apatía, indiferencia y
reiteradas negativas de invisibles oficinistas. Finalmente, buscó entre los apellidos
poderosos hasta que alguno, por sacarse de encima este “excedente”, firmó su
retiro sin ascenso alguno, obligándolo a salir de Madrid para ir como ayudante
supernumerario a Málaga.
Los ESTUDIOS EN MADRID Y MÁLAGA
En Málaga, mamá Gregoria estuvo yendo con sus hijos a la Escuela de las
Temporalidades, que funcionaba en el disuelto colegio de los jesuitas, para
que allí completaran sus estudios de ortografía, gramática, aritmética y otras
disciplinas. Posiblemente, durante el penoso peregrinar de su padre por las
oficinas madrileñas, el futuro General San Martín, con 6 años y un mes al llegar a
España, habrá ido al Seminario de Nobles de Madrid u otro colegio por dos años,
y después en Málaga, a la escuela de Temporalidades entre los 8 y los 11 años 4
meses y 25 días, edad a la que ingresó como cadete el Regimiento de Infantería
Murcia, según se desprende de la fecha registrada en su hoja de servicios al
ejército español: 21 de julio de 1789.
Vicuña Mackenna ubica el viaje de los San Martín Matorras a España en 1786
año en que José Francisco habría entrado con 8 años de edad al Seminario de
Nobles de Madrid, donde dice que permaneció sólo dos años, quedando un año y
medio sin dato educacional. Mitre coincide con Vicuña Mackenna, explayándose
sobre el Seminario de Nobles, al que sindica como “una institución esencialmente
aristocrática, cuyo objetivo declarado era la educación de la nobleza del reino”.
Busaniche señala 1783 como el año en que la familia San Martín Matorras deja el
continente americano e indica que José Francisco estuvo 3 años en un colegio, lo
que dejaría un vacío de 3 años sin educación formal hasta completar los 11 años
de edad en que, todos coinciden, entró al Regimiento de Infantería Murcia para
iniciar su carrera militar. De todos esos datos discrepantes, se han adoptado los
de Agustín Pérez Pardella, más actuales, precisos y concordantes con las fechas
y con la realidad económico-social del padre de San Martín. Estos primeros once
años tienen que haber influido decisivamente en el sentirse americano que fue
cristalizando en el alma de José Francisco hasta llevarlo de vuelta a América a
trabajar por su liberación.
CADETE EN EL REGIMIENTO DE INFANTERÍA “MURCIA”
En Málaga, don Juan de San Martín volcó su tiempo y su dinero a la educación
de sus hijos. A los mayores ya los tenía encaminados como cadetes en el
regimiento de Infantería “Sangriento”, de Soria, y lo mismo pensaba para José
Francisco, pero este le había tomado cariño a un uniforme blanco, con cuello
y botamangas azules, botones de plata, bandoleras blancas cruzadas y fuerte
cartuchera con las armas reales. Un llamativo cordón de plata distinguía a, los
cadetes. El uniforme era el del “Leal” de Infantería de Murcia, donde servían varios
distinguidos oficiales que habían estado en el Río de la Plata y ese era realmente
el atractivo que entusiasmaba al menor y más callado de los San Martín. Años
más tarde aquel uniforme sería el del Regimiento de Granaderos de a Caballo,
201
R evista L ibertador O’ higgins
obra de San Martín, su columna vertebral en la liberación de Argentina, Chile y
Perú.
A pesar del costo de la educación militar en el Murcia, “seis reales de vellón
por día para alimentos y correspondientes asistencias”, los padres de San Martín
vieron que la inscripción era posible porque ya no era obligatorio el título nobiliario
para ingresar ni el aspirante heredaba la jerarquía militar de su padre. Su hijo
cumplía los nuevos requisitos de “ser hijo de capitán cuando menos y tener cinco
años de estudio y aprendizaje”, y los señores “Jueces y Justicia” agregaron el
certificado de limpieza de sangre para demostrar que el aspirante era “sin mezcla
de judíos ni moros ni penitenciarios por el Santo Oficio”, según la constancia que
figuraba en la escuela local de las Temporalidades, por lo que hicieron el sacrificio
económico y cumplieron la aspiración de José Francisco.
Con poco más de 11 años, el cadete había ingresado a las aulas del Murcia
con algunas nociones de francés y latín, comenzando a sobresalir en esgrima,
equitación y aritmética. Junto con sus compañeros tuvo acceso al conocimiento
de las más famosas campañas de grandes militares: César, el Marqués de Santa
Cruz, con sus temibles once volúmenes de reflexiones militares, por supuesto,
nada atractiva para los entusiastas cadetes; y las inevitables y pomposas
publicaciones técnicas de las guerras de Federico el Grande, en veintiséis planos
que comprendían las batallas campales y grandes acciones ocurridas en las tres
guerras de Silesia. Pero los cadetes se entretenían más con la loca campaña de
Marco Antonio en Egipto junto a Cleopatra y discutían fuera de programa en los
recreos sobre las causas que movieron a Aníbal a seguir de largo ante Roma,
habiendo estado a sus puertas.
BAUTISMO DE FUEGO EN África
La primera destinación del cadete José Francisco fue en 1791, a Melilla,
África, en la guerra contra los moros. Allí, durante cuarenta y nueve días, supo lo
que era estar en guardia en terreno enemigo, con el arma apuntada, viviendo la
tensión del ataque posible en cualquier minuto. Posteriormente fue trasladado a
Mazalquivir, todavía sin entrar en acción, y después pasó con su batallón a reforzar
la guarnición de Orán, cerca de Zama y de las ruinas de Cartago, escenarios
asociados a grandes guerreros de la antigüedad: Julio César, Catón, Escipión
y Aníbal. Allí, el 25 de junio de 1891, en los escombros de Orán, destruida por
un terremoto, tuvo su bautismo de fuego. En esa acción mandaba la artillería
española el joven teniente Luis Daoíz, de cuyo papel histórico se sabría más
tarde.
A los 13 años de edad, San Martín se vio, durante treinta y tres días, sometido
al insomnio, hambre, balas, llamas y arremetidas de los moros, “sosteniendo la
plaza hasta hallarse convertida en un montón de ruinas”. Sus superiores dejaron
constancia de su desempeño y, aunque lo vieron muy joven, accedieron a su
pedido de pasar a la compañía de granaderos para luchar junto a hombres hechos
en y para la lucha hasta que Madrid firmó la paz con Argel.
San Martín, todavía cadete, callado, estudioso y reservado, había vivido la
derrota española en África y fue testigo de la entrega de la guarnición a los moros
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E dición conmemorativa del B icentenario
después de 200 años de dominación cristiana. Muchos de sus compañeros
murieron o quedaron mutilados, pero él, siempre con los comentarios sobre la vida
de Aníbal y planos de sus batallas en su equipaje, pudo regresar entero al Murcia
en Málaga, donde la superioridad, por su desempeño en África, le reemplazó
el cordón de plata, fusil y bayoneta de cadete, por las charreteras y espada de
oficial: el 19 de junio de 1793, con poco más de 15 años, recibe despacho de
segundo subteniente.
GUERRA CONTRA LA FRANCIA REVOLUCIONARIA:
UNA GRAN ESCUELA PARA SAN MARTÍN
En 1793 se estaba desarrollando la guerra de Carlos IV de España contra
la Francia revolucionaria que había guillotinado a Luis XVI. El regimiento Murcia
pasa a integrar el ejército de Aragón y luego el de Rosellón, al mando del general
Ricardo, para combatir a los franceses. Según Mitre, este general “era el más
táctico e inspirado de los generales españoles de aquella época y el que con más
heroicidad sostuvo por un tiempo el honor de las armas españolas contra los más
hábiles y valerosos generales franceses. En esta escuela aprendió San Martín
muchas lecciones que aplicaría después”.
Ricardo, tomando la iniciativa de la campaña ante la amenaza de invasión,
se adelanta, atraviesa los Pirineos y penetra en el Rosellón cuando nadie le
esperaba allí, venciendo en las batallas de Masdeu y Truilles con movimientos
atrevidos y bien combinados. No obstante la ventaja inicial, tuvo que replegarse,
mostrando también en eso sus dotes de buen general, tanto en la resistencia
como en la retirada que siguió más tarde. Estrechado en nueva posición, rechazó
triunfante tres ataques generales y once combates parciales a que lo provocó
el célebre general Dagobert. En la mayor parte de estos combates se encontró
y distinguió San Martín, especialmente en la defensa de Torre Batera, de Cruz
del Yerro, ataque a las alturas de San Margal y baterías de Villalonga (octubre
de 1793), así como la salida de la Ermita de San Lluc y acometida al reducto
artillado de los franceses en Banyls del Mar (noviembre de 1793). San Martín
se halló presente en la ofensiva de diciembre en que Ricardo se apoderó del
castillo de San Telmo, de Port Vendres y de Colionvre, batiendo una división del
enemigo al que llevó hasta las puertas de Perpiñan. También, muerto el General
Ricardo, estuvo en la posterior defensa de estas plazas. Su hoja de servicios
registra que “estuvo en el ataque que dieron los enemigos en Port Vendres el
3 de mayo de 94, en el que dio a sus baterías el 16, subsistiendo en la defensa
hasta la rendición de Colionvre, el 28 del propio mes”. Por las acciones guerreras
su hoja de vida registra el ascenso a Primer Subteniente el 28 de julio de 1794
y a Segundo Teniente el 8 de mayo de 1795. Pero, más allá de las presillas
merecidamente ganadas, vivir la guerra y observar planes, estrategias, tácticas y
acciones de grandes generales, es el activo más valioso que su mente guardará
para el futuro. Curiosamente, a San Martín le había tocado vivir otra capitulación
española, ahora frente a los franceses.
203
R evista L ibertador O’ higgins
GUERRA CONTRA LOS INGLESES EN LA ARMADA ESPAÑOLA
La derrota ante los franceses aterrorizó a los españoles, quienes pensaron
seriamente en trasladar su trono a las colonias americanas, como más tarde
lo hicieron los portugueses. Afortunadamente para la futura independencia
americana, la paz concertada con el Directorio y firmada en Basilea en 1795
mantuvo a los Borbones en Europa y devolvió a los soldados españoles a casa.
A la paz de Basilea siguió el Tratado de San Alfonso en 1796, alianza entre
españoles y franceses. Como estos entran en guerra con los ingleses, España
también, lo que lleva a que el Regimiento Murcia de Infantería sea destinado a
Valencia a servir en la armada española. A poco de perder a su padre en 1796, el
Segundo Teniente San Martín es embarcado en la fragata “Santa Dorotea” donde
habrá aprovechado para aprender lo relativo a la navegación y guerra náutica.
En sus descansos habrá dedicado largas horas al estudio y análisis de casos
concretos de las guerras y batallas que ha vivido, así como a aprender más sobre
Roma y Cartago, en especial a partir de la conquista de España por los Barca.
Saber más de Aníbal y del Cruce de los Alpes es ahora tema obligado, porque
el cartaginés ha sido puesto de moda por las declaraciones de admiración sin
reserva que le prodiga el invencible Napoleón Bonaparte. Además, las ideas de
la Revolución Francesa cundían en España, mostrando el resplandor de nuevos
caminos. El futuro general argentino Manuel Belgrano, en ese tiempo estudiando
Derecho en España, recibió el influjo. San Martín anda por los 18 años, edad
en que la formación del propio carácter, personalidad y visión del mundo están
en plena marcha en cada hombre. El ya era capaz de percatarse que América
del Sur podía tener su propio camino, como lo había logrado América del Norte.
Seguramente habrá reflexionado mucho, y en su mente habrán reaparecido
aquellas imágenes del Yapeyú de su niñez, con sus campos, árboles, flores y
papagayos, sus indígenas tímidos y gente amable. Habrá puesto en la balanza
todo eso más la consideración y respeto hacia, su familia en Buenos Aires frente
al humillante deambular entre la burocracia fría e indiferente de España y la
atmósfera asfixiante de Europa y habrá resuelto que su futuro estaba en América,
pero su natural prudente y reservado no permitía aún saber su secreto.
Trece meses duró la carrera naval de San Martín. El 15 de agosto de 1798 la
fragata “Santa Dorotea”, de 958 toneladas y 4.2 cañones, protegiendo la retirada
de las naves españolas hacia Alicante, empeñó combate contra el navío inglés
“The Lyon”, de 1.374 toneladas y 72 cañones. Tras dos horas de combate reñido
pero desigual, la “Santa Dorotea”, tuvo que rendirse. El heroísmo de los marinos
y combatientes del Murcia fue reconocido hasta por el rival. Por tercera vez,
San Martín volvía a ser desarmado por el destino, ahora personificado en los
ingleses.
GUERRA DE LAS NARANJAS Y ESA PUÑALADA EN EL PECHO
Canjeado por prisioneros, vuelve a casa y, hasta 1801, San Martín pasa un
período silencioso en el cuartel y en misiones dentro de España. Su hoja de
servicio cita su participación en la campaña contra Portugal desde el 29 de mayo
de 1801 hasta la paz. Se trata de la Guerra de las Naranjas, como se llamó a
movilizaciones militares recordadas más como, una peligrosa humorada que
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E dición conmemorativa del B icentenario
como una guerra entre portugueses y españoles. (La reina tenía una corona con
naranjas). Después de regresar a España, al salir de Valladolid, detectado como
portador de la “caja militar” para pagar los gastos, fue víctima de un ardid de un
grupo de salteadores para que se retrasara y viajara solo y así poder apoderarse
de los 3.350, reales del regimiento. Se defendió, pero fue herido gravemente en el
pecho. Cuando fue encontrado moribundo deliraba preguntando por “la caja”. La
respuesta la tendría el sumario, pero primero estaba la urgente cirugía. Durante su
larga convalecencia fue; investigado el hecho y se le condonó la deuda. Entonces
San Martín sólo lamentaba esa puñalada en el pecho que lo anuló para seguir
enfrentando a los asaltantes, pero después recordaría siempre el hecho como el
más desdichado de su vida por sus frustrantes y sangrientas características.
ADIOS AL MURCIA: CÁDIZ, EL CÓLERA
Y OTROS EPISODIOS EN SU NUEVO REGIMIENTO
El 26 de diciembre de 1802 recibe despachos de Segundo Ayudante y, después
de más de trece años de servir en el Regimiento de Infantería de Murcia, lo deja
para ir como Ayudante Mayor del Regimiento Batallón de Infantería Ligera de
Voluntarios de Campo Mayor, cuando este cuerpo fue asignado a la guarnición de
Cádiz. A su regimiento le toca participar en el bloqueo de Gibraltar.
En 1804 una epidemia de cólera invadió el sur de Andalucía y alcanzó su mayor
virulencia en la provincia y ciudad de Cádiz. Su participación en la campaña para
combatirla habrá sido muy meritoria como para quedar consignada en su hoja
de vida, a la par con sus acciones de guerra. El 2 de noviembre de ese año se
registra su ascenso a Capitán.
En 1807 el tratado de Fontainebleu, que repartía Portugal entre España y
Francia, sacó a la guarnición de Cádiz de su inacción, llevándola no a batallas,
pero sí a vivir en campamentos, Con arreglo al Tratado, 6.000 españoles debían
penetrar a Portugal con los franceses. El mando de esta expedición fue confiado al
General Solano, a la sazón Capitán General de Andalucía y Gobernador de Cádiz.
El Regimiento de San Martín formó parte de esa expedición que se posesionó de
Yélvez sin resistencia y sin que se presentara después la ocasión de disparar
un solo tiro. Mitre anota que “las guerras entre portugueses y españoles –tan
valientes como son– siempre tuvieron algo de cómico, desde la famosa batalla de
la guerra de sucesión en que, entre los bagajes de un ejército de 9.000 hombres,
se encontraron ¡15.000 guitarras!, hasta aquella ridícula guerra de las naranjas”.
LA CHISPA DE LA INDEPENDENCIA SE ENCIENDE EN EsPAÑA
Con la paz de Basilea en 1795 y el tratado de San lldefonso en 1796, España,
dominada por la espada, era aliada forzosa de los franceses, debiendo hacer
frente a todos aquellos que el Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, considerara
sus enemigos. De allí arranca el desastre para España y su dinastía gobernante.
Además de las batallas de los españoles en tierra y mares europeos, la guerra
con los ingleses provoca incursiones de estos en los dominios españoles de
ultramar y las invasiones al Río de La Plata en 1806 y 1807. Pero Napoleón no
sólo arrastra a España a sus guerras sino, disgustado por el desempeño del rey
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R evista L ibertador O’ higgins
Carlos IV y su Ministro Godoy en el bloqueo continental, decide el cambio de
dinastía en la Península.
El rey y su hijo Fernando, el Heredero, son invitados a ceder el trono a José
Bonaparte, hermano de Napoleón, puesto por este como soberano en Nápoles.
Carlos IV, por odio al hijo que en ese momento usurpaba la corona y éste, por
miedo, accedieron, pero el pueblo se levantó para impedirlo. Cautivos sus
monarcas y fermentado en secreto el odio al extranjero, se produjo el estallido
el 2 de mayo de 1808, pero fue reprimido sangrientamente con las bárbaras
ejecuciones del Prado y otras que siguieron. Los fugitivos de la represión llegaron
a 16 km de Madrid, camino a Extremadura, a la pequeña y desconocida Villa de
Móstoles, cuyo alcalde, pobre, rústico, inspirado por el patriotismo, sin nociones
siquiera de ortografía, trazó el llamado al alzamiento general de España que
decía así: “La Patria está en peligro, Madrid perece víctima de la perfidia francesa:
Españoles acudid a salvarla (mayo 2 de 1808). El Alcalde de Móstoles”. El llamado
anónimo resonó como un trueno en Europa y fue la primera señal de la caída del
Imperio Napoleónico.
EN LA REBELIÓN POPULAR DE CÁDIZ
El mensaje del anónimo alcalde llegó con rapidez prodigiosa hasta las últimas
provincias, en la frontera con Portugal, donde se hallaba el General Solano, cuyo
primer impulso fue marchar a Madrid, pero, sofocado el pronunciamiento del 2 de
mayo y confirmado en su puesto por los franceses, se situó en Cádiz, sede de su
Gobierno.
Instalada la Junta de Sevilla, “en nombre del Rey Fernando y la Nación”,
instó a Solano a que se pronunciara apoyando la insurrección general, pero éste
tuvo una actitud vacilante, emitiendo el 28 de mayo, un bando impreciso en que
condenaba la insurrección pero apoyaba el alistamiento nacional. No accedió
tampoco a la petición popular de atacar a la escuadra francesa surta en Cádiz.
Considerándolo traidor, una muchedumbre atacó el palacio, forzó las puertas y lo
asesinó bárbaramente. El subteniente José Ordóñez intentó una heroica defensa,
pero fue superado. El Ayudante y Jefe de la Guardia, Capitán José de San Martín,
ausente por una misión en León, llegó tarde para hacer algo y él mismo casi
perece a manos de la multitud enardecida. Pérez Pardella relata que fue atacado y
se defendió hasta que se quebró su espada, huyendo entonces hasta una iglesia,
donde la feliz coincidencia de haberse juntado un decidido sacerdote capuchino,
un coro de angélicos cantores lanzando un aleluya y un sacristán esparciendo
incienso, habrían aplacado a la multitud, logrando ser disuadida de cometer otro
bárbaro crimen en la persona de San Martín. Mitre señala que, desde esa tragedia
sangrienta, San Martín miró con horror profundo los movimientos desordenados
de las multitudes y los gobiernos que se apoyan en ellos.
CONTRA EL IMPERIO DE NAPOLEÓN: ARJONILLA,
BAILÉN Y EL RETIRO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
El alzamiento general de España, precedido por la heroica muerte de su
antiguo compañero Luis Daoiz, aquel teniente de Orán, y ahora, por la trágica
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E dición conmemorativa del B icentenario
muerte de su querido general Solano, encuentra a San Martín siempre en las Filas
del Voluntarios de Campo Mayor. Ascendido a Ayudante Primero el 27 de junio de
1808 fue destinado al Ejército de Andalucía, que organizaba el general Castaños,
incorporándose a la segunda División que comandaba el general Marqués de
Coupigni. Se trataba de detener al general francés Dupont, quien avanzaba hacia
Sevilla con sus poderosas divisiones asaltando pequeños poblados, robando y
sometiendo por humillación o muerte a los pocos y mal organizados patriotas que,
con fuerzas infinitamente inferiores, se le oponían. Con el mando, de las guerrillas
sobre la línea del río Guadalquivir, San Martín protagoniza la Carga de Arjonilla,
que Mitre llama “la primera hazaña y el primer ensayo de mando en Jefe del más
grande general del Nuevo Mundo”.
Vanguardias españolas incursionaban hacia la zona que había sido ocupada
por los franceses. Un grueso destacamento francés de caballería recibió orden de
cargar sobre una de esas avanzadas pero, al primer amago, esquivó el combate.
Esa vacilación habrá sido una señal para el oficial español quien, con 21 jinetes y
una pequeña guerrilla de infantería, los alcanzó por un costado.
Superiores en número y no creyendo que con tan cortas fuerzas los acometieran,
son sorprendidos por una carga arrolladora, sable en mano, que los pone en
fuga, dejando 17 muertos. Refuerzos franceses vienen, aunque tarde, a ayudar
a sus vencidos. Los españoles no pierden la calma: toman cuatro prisioneros,
arrean los 15 caballos capturados y forman para recibir a golpes de sable a la
caballería gala. El oficial español, ligeramente herido, se levanta y agradece al
soldado que le salvó la vida, vuelve a montar, da cara al enemigo y pide lucha a
muerte. Son veinte jinetes. pálidos, esperando esa fuerza de caballería de una
cuadra de ancho por media de fondo que, súbitamente, se detiene: ¿Qué pasó?:
Una vanguardia de infantería española y unos cuantos cañonazos frustran las
intenciones de la caballería francesa y el oficial español, José de San Martín,
autor del espectacular golpe, se repliega a sus posiciones. Cuando el general
Coupigni recibe el parte de la acción, pide a ese oficial a su lado como Ayudante
de Campo.
El pequeño triunfo de Arjonilla fue precursor de la victoria de Bailén, el 18 de julio
de 1.808, donde un ejército bisoño derrotó a las aguerridas tropas de Napoleón.
San Martín es mencionado con distinción en la orden del día de la batalla de
Bailén y, más tarde, con despachos de Teniente Coronel, recibió la Medalla de
Oro que allí ganó por su comportamiento y que el Marqués de Coupigni le insta a
usar en carta de 28 de septiembre de 1808.
Napoleón, sin embargo, midió bien el alcance de esa derrota y, en diciembre
del mismos año, llegó a Madrid para dejar afianzado en el trono a su hermano,
después de arrasar todo a su paso con un ejército de 300.000 hombres.
San Martín continuó en el regimiento Andalucía, participando en la desgraciada
batalla de Tudela y sucesivos repliegues de las tropas españolas sobre Cádiz. En
1811 participó en la sangrienta batalla de Albuera, en que españoles, ingleses
y portugueses, aliados y bajo el mando del General Beresford, batieron a los
franceses. Es en esta batalla en la que San Martín de nuevo herido gravemente,
“probando en sí el sable de los coraceros franceses”.
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R evista L ibertador O’ higgins
Tras su recuperación, en el mismo año, como comandante agregado, pasó a
formar parte de los restos del regimiento Dragones de Sagunto, escapado del sitio
de Badajoz, en el que su jefe, el coronel Menacho, rindió la vida. El emblema de
ese regimiento tenía un sol cuyos rayos disipan nubes. Fue el último estandarteespañol bajo el cual combatió: Ese emblema y el blanco-celeste de su primer
uniforme del Murcia irían después a la bandera argentina.
EN LA HUELLA DE MIRANDA
Francisco de Miranda (1750-1816), venezolano (hijo de padre español) vivió
tempranamente las consecuencias de haber nacido en América. En aquella
época los cargos públicos se otorgaban solamente a los nacidos en España, lo
que provocaba gran resentimiento en los criollos hijos de los conquistadores, que
se consideraban perjudicados, por sentirse con el mismo derecho. La sociedad
criolla, irritada porque su padre, el acaudalado comerciante don Sebastián de
Miranda, usara públicamente el bastón de mando de un regimiento de voluntarios
que comandó, le exigió pruebas de nobleza para tener derecho a hacerlo. El Rey
apoyó a don Sebastián, pero, en represalia, los criollos vedaron la entrada de
Francisco a la escuela de cadetes. Con la humillación de este episodio a cuestas,
el joven Miranda viajó a España y consiguió el blasón y papeles de nobleza de
su familia. Luego, a la usanza de la época, compró una plaza de oficial y se
incorporó al ejército español hasta que, destinado en La Habana, fue acusado de
contrabandista por las dificultades de una misión en Jamaica, sufrió la persecución
de las autoridades españolas y debió interrumpir su carrera militar. Por otra parte,
a menudo recibía cartas de sus familiares en Caracas informándole sobre las
arbitrariedades y terrible opresión española. En adelante, sería un enemigo de
España y ferviente americanista. De La Habana se fue a Norteamérica, donde
se relacionó con George Washington, el Marqués de Lafayette, John Adams y
otros protagonistas de la liberación y posterior organización del nuevo país. De
aquí nació su ideal de ver a los Estados de América del Sur liberados del yugo de
España y reemplazado su sistema monárquico absolutista de gobierno por uno
republicano, como el que veía desarrollarse en Norteamérica. Ese ideal lo harían
realidad los jóvenes americanos hijos de españoles cuyas familias los mandaban
a seguir la carrera de las armas u obtener mayor educación en Europa. Los
grados académicos y militares que llevarían de vuelta a sus países les darían
liderazgo sobre sus compatriotas. Para ellos América Libre era la Patria y no la
España absolutista.
Había que atraerlos y ganarlos para la causa, pero sin arriesgarlos frente a
los espías de una Europa que no aceptaba perder el flujo de las riquezas desde
América. De allí la genial idea de miranda de organizar la asociación para la
libertad de América como una red de logias o sociedades con el mismo estricto
secreto, reglas y rituales que la masonería empleó para sobrevivir en España
frente a la Inquisición y terminar con el absolutismo en Francia.
La asociación matriz “Gran Reunión Americana” la fundó en Londres, alrededor
de 1897 y en ella, a lo largo de su existencia fueron iniciados Bernardo O’Higgins
Riquelme de Chile; Carlos María de Alvear, Tomás Guido y Manuel Moreno, de
Argentina; Simón Bolívar y Andrés Bello, de Colombia (entonces Venezuela,
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E dición conmemorativa del B icentenario
Nueva Granada y Quito), entre muchos otros de países americanos. Hacia
1808 estaba en pleno funcionamiento en España la “Sociedad de Lautaro o de
Caballeros Racionales”, asociación secreta con vinculación a la matriz de Londres.
Su logia Nº23 de Cádiz funcionaba en casa del Venerable Maestro, Teniente de
Carabineros Carlos de Alvear, asistido por el ex marino José Matías Zapiola. Allí
se habían afiliado también José de San Martín, José Miguel Carrera y, en el curso
de los años, otros setenta sudamericanos, muchos de los que no se conocieron
entre ellos.
En los últimos años de su carrera militar en España, San Martín había ido
comprometiéndose paulatinamente con la causa americana promovida por la logia
hasta que, súbitamente, en 1811, como Teniente Coronel con una carrera brillante
y el camino abierto a las mayores jerarquías militares, solicitó su retiro. Entre los
motivos, temerariamente, puso por escrito que lo hacía porque “en una reunión
de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en
Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro
nacimiento al fin de prestarle nuestros servicios en la lucha que calculábamos se
habría de empeñar” Lord Macduff, después Conde de Fife y amigo por el resto de
sus días, fue confidente de sus proyectos y sentimientos en esa ocasión.
DE VUELTA A BUENOS AIRES, VíA LONDRES
La red de Logias de la Sociedad Lautaro o de los Caballeros Racionales, era el
órgano político recolectar de talentos, voluntades y recursos para coordinarlos y
dirigirlos a obtener la libertad y autodeterminación de los pueblos de América. Las
preocupaciones y pretensiones de las cancillerías y servicios secretos de Francia,
Inglaterra y Estados Unidos eran también aprovechadas por la logia para allegar
medio hacia sus fines.
Obtenido su retiro, el 6 de septiembre de 1811, ya estaba resuelto el retorno
de San Martín y Alvear a América. El 14 de septiembre van a Londres, donde se
integran a los trabajos de la logia en Grafton Street para organizar los planes y la
partida. Lord Macduff había gestionado con Sir Charles Stuart los pasaportes. En
Grafton Street, sede de la logia y casa de Miranda, San Martín se entrevista con
él y con Andrés Bello, además de conversar con su confidente Tomás
Guido, deseoso de saber sobre Simón Bolívar, a quien no conocerá sino años
más tarde, en el histórico encuentro de Guayaquil. En la matriz de Londres se
acuerda la creación de la Logia N° 7 de Buenos Aires, cuyo Venerable Maestro
será Alvear.
El 7 de enero de 1812, a bordo de la nave “George Canning”, embarcan San
Martín, Zapiola, Alvear y su esposa Carmen Quintanilla, entre otros importantes
pasajeros. Tres meses después, el 7 de marzo, tras burlar el bloqueo español, la
nave fondea frente a Buenos Aires. A esa fecha, la Primera Junta de Gobierno
establecida el 25 de mayo de 1810 había terminado reemplazada por el Primer
Triunvirato: Bernardo Rivadavia, Chiclana y Juan Martín de Pueyrredón.
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R evista L ibertador O’ higgins
EL REGIMIENTO GRANADEROS A CABALLO
Un frío análisis de la situación militar había mostrado a San Martín que la
guerra, que para algunos debía concluir en la primera batalla ganada, apenas
empezaba y que habría que combatir mucho y por muchos años a través de toda
la América. Por su experiencia de soldado, sabía que en las guerras largas no se
triunfa sin una sólida organización militar. Había visto que los ejércitos españoles,
tantas veces derrotados a pesar de su heroísmo, ahora se habían retemplado
con la disciplina inglesa con lo que España, una vez desembarazada de la guerra
peninsular, podría enviar a América sus mejores tropas y mejores generales para
sojuzgar sus colonias insurrectas. Frente a eso, la revolución militarmente mal
organizada, los ejércitos carecían de consistencia, las operaciones no obedecían
a ningún plan y no se preparaban los elementos para las grandes empresas
que, necesariamente, habría que acometer. En una palabra: no existían una
organización ni una política militar. Pero San Martín no se constituyó en un censor
ni quiso inmiscuirse en la dirección de la guerra o planes de campaña, sino que
se aplicó a la tarea que se había impuesto: Fundar una nueva escuela de táctica,
disciplina y moral militar. Esa sería la firme base para todo. Alvear estaría en las
gestiones y él en la acción.
Dos semanas después de llegados a Londres, Alvear, de familia acaudalada,
Venerable Maestro en la naciente logia, con gran influencia sobre la sociedad
bonaerense y oído por el Triunvirato, obtuvo la firma del decreto que ordenaba la
formación de un cuerpo de caballería, el Regimiento de Granaderos a Caballo.
Para ello tuvo que vencer la desconfianza de quienes sospechaban que San
Martín era espía español que, en cualquier momento, podría usar contra los criollos
las fuerzas bajo su mando. San Martín era responsable único, comprometido su
honor en llevar a cabo la empresa en el menor tiempo posible y de la manera
más eficaz. Le auxiliaban el Sargento Mayor Carlos de Alvear y el Capitán José
Zapiola, pero en los hechos tuvo que partir por entrenarlos a ellos.
La formación de los primeros contingentes de este Regimiento, de la que San
Martín se ocupó personalmente, hombre por hombre, es la piedra angular en que
descansa el resto de su obra. Primero formó los oficiales que serían los monitores
de la escuela bajo su dirección. Luego fue agregando hombres probados en las
guerras de la revolución, que se hubieran elevado desde la tropa, pero cuidó
que no pasaran de tenientes. Al lado de ellos creó un plantel de cadetes que
tomó, primero de Yapeyú y luego del seno de las familias expectables de Buenos
Aires, arrancándolos casi niños de brazos de sus madres. El mismo San Martín
les enseñaba el uso de las armas, en especial el sable largo de los coraceros
franceses y el dominio absoluto del caballo. Mitre hace una notable descripción
de los criterios de selección, métodos de entrenamiento y técnicas para
inculcarles los códigos de ética, moral y conducta militar. No puede desconocerse
que la relación maestro-discípulo nacida de aquí debió ser muy poderosa. En
reconocimiento, el gobierno le envió los despachos de Coronel del Regimiento
Granaderos a Caballo.
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E dición conmemorativa del B icentenario
EL AMOR LLEGA A SU VIDA
En 34 años de vida no se le conocieron amores a San Martín hasta que, en
los encuentros sociales que le permitían los ratos libres de la preparación del
Regimiento Granaderos a Caballo, conoció a la joven María de los Remedios
Escalada Quintana, de catorce años de edad, hija del poderoso empresario
inmobiliario Antonio José de Escalada. Al promediar el quinto mes de su arribo en la
“George Canning”, apadrinado por Carlos Alvear y su esposa Carmen Quintanilla,
de rodillas en el altar mayor de la Catedral de Buenos Aires, fue bendecido el
matrimonio. Anotemos que, además de la hija que se llevó en matrimonio, San
Martín se llevó a sus hermanos menores, Manuel y Mariano, al Regimiento de
Granaderos para convertirlos en oficiales.
El matrimonio lo vinculaba a lo mejor de la sociedad del país en ciernes, por
lo que, vista la diferencia de edades y el carácter reservado y distante atribuido
al militar, podría pensarse en un frío cálculo estratégico, pero veamos lo que
escribió recordando su primer encuentro: ...“Nunca antes me había sucedido algo
semejante, ni recuerdo ningún acontecimiento que produjera en mis sentidos el
anonadamiento del esfuerzo de mi razón por controlarlos ni encontré palabras para
explicar lo que en aquel momento se dio en mí a través de un desconocido y grato
aturdimiento de emociones. Cuando la vi por primera vez no dije nada, tampoco
supe qué decir y, tal vez, advertí tarde que cuanto me había sido impedido explicar
con palabras salió de mí delatado, tal vez, por alguna exageración de mi mirada,
pues cuando ella me dijo lo que no recuerdo que me dijo yo estaba pendiente de
sus gestos con más emoción que lucidez... Esto que siento es cosa del alma y de
la sangre. Nunca creí que esto podría pasarme a mí de esta manera y como se
cuenta que le ha pasado a muchos hombres, y menos con una niña que por su
edad, riqueza, delicadeza y distinción no te habría faltado quien le dijera lo que no
supe decirle”... Obviamente no es un estratega el que habla, sino la atolondrada
víctima de un flechazo fulminante.
LA LOGIA DE EXPANDE Y MANIOBRA: CAMBIA EL TRIUNVIRATO
No era San Martín un político, pero como militar y hombre de acción orientado
a lograr la Independencia, vio que la revolución carecía de planes más eficaces
de acción y hasta de propósitos claramente enunciados. En suma, lo político
estaba tan mal organizado como lo militar y así lo expresaba con franqueza en las
tertulias políticas de la época:... “Hasta hoy, las Provincias Unidas han combatido
por una causa que nadie conoce, sin banderas y sin principios declarados
que indiquen el origen y las tendencias de la insurrección. Preciso es que nos
llamemos independientes para que nos conozcan y nos respeten”.
Con esto se situaba entre los que reclamaban las medidas más adelantadas
en el sentido de la independencia y de la libertad, incluyendo la convocatoria
a un Congreso Constituyente. Pero se consideraba imprudente dejar que las
fluctuantes deliberaciones populares decidieran los destinos del país y de América
en general, siendo preferible organizar y disciplinar las fuerzas políticas para dar
unidad, y dirección al movimiento revolucionario.
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R evista L ibertador O’ higgins
“Un núcleo poderoso de voluntades, una organización metódica de todas las
fuerzas políticas que obedeciese a un mecanismo y una dirección inteligente y
superior que dominase colectivamente las evoluciones populares y grandes
medidas de los gobiernos, preparando sucesivamente entre pocos lo que debía
aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos”... Ese fue el plan
que San Martín concibió y llevó a cabo, con la eficaz ayuda de Alvear y la logia
como instrumento.
Al comienzo, la logia no pudo tener en su seno al personal del gobierno, pero
su influencia se ramificó a toda la sociedad y los hombres más conspicuos de la
revolución por su talento, servicios y carácter, se afiliaron a la hermandad secreta.
Los clubes y tertulias donde hasta entonces se había elaborado la opinión
por discusión o influencias de círculo, se refundieron en ella. El Dr. Bernardo
Monteagudo, abogado inteligente, de gran pluma y oratoria, que había promovido
con ardor las asociaciones públicas, se transformó en el más activo agente de
la logia, llevándole el concurso de toda la juventud que acaudillaba. Más tarde
habría más noticias de él. Desde entonces, la influencia misteriosa de la logia
empezó a extenderse por todo el país.
El 24 de septiembre de 1812, el General Manuel Belgrano derrotó a los
españoles en la batalla de Tucumán. No hablaba bien de la capacidad y energía
del triunvirato el que este General, si hubiera hecho a la orden de Rivadavia,
hubiera evitado la batalla. El 8 de octubre de 1812 más de 300 personas elevaron
petición firmada al Cabildo solicitando “bajo la protección de las legiones armadas,
la suspensión de la Asamblea y la cesación de los miembros del Triunvirato para
que, reasumiendo el Cabildo la autoridad que el pueblo le había delegado el
22 de mayo de 1810, se crease inmediatamente un nuevo Poder Ejecutivo con
la precisa condición de convocar una Asamblea verdaderamente nacional que
fijase la suerte de las Provincias Unidas, jurando no abandonar su puesto hasta
ver cumplidos sus votos”. Desde el día anterior, una multitud se había apostado
frente al Cabildo y tropas de la guarnición habían tomado posiciones para que “se
respetara la autoridad del Pueblo que había sido convocado a deliberar sobre su
destino”. Al mando del Regimiento Granaderos estaban el Coronel San Martín y el
Sargento Mayor Alvear. El Regimiento N° 2 iba al mando del coronel Ortiz Ocampo
y la artillería a las órdenes del comandante Pinto. El Cabildo accedió a todo,
declarando que la Asamblea tendría todo el poder para dictar una Constitución,
y nombró a Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte
como nuevo Triunvirato para ejercer el Poder Ejecutivo, todo lo cual fue sometido
a la sanción popular y aprobado por aclamación.
Todo lo anterior estaba previsto: tanto el libreto como los actores del episodio
eran de la Logia. Por primera vez San Martín participaba directamente en un
movimiento revolucionario con la presión de la presencia de su Regimiento
y apurando a los cabildantes: “Que no es posible ya perder un instante, que el
fermento adquiere mayores proporciones y es preciso cortarlo de una vez...”.
Si se mira bien, este movimiento ordenaba el proceso, llevando a la práctica
el principio de Soberanía Popular en la exigencia a convocar a una Asamblea
Nacional, rompiendo la supremacía de la capital, estableciendo igualdad de
212
E dición conmemorativa del B icentenario
representación y derechos y dando el primer paso para formular la Constitución
de las Provincias Unidas.
EL COMBATE DE SAN LORENZO
A fines de 1812 el escenario bélico se presentaba con el general Belgrano,
provisoriamente dominando en el Norte, y el coronel José Rondeau controlando
el sitio de Montevideo.
Pero la flota española dominaba el mar e internándose río arriba por el
Paraná, podía asolar las costas cañoneando y saqueando los pueblos ribereños.
Profundizando estas incursiones y apresando los buques de cabotaje, podían
debilitar el sitio de Montevideo aprovechando de abastecer de víveres frescos a la
plaza, ya escasa de ellos. Para tales fines, organizaron un convoy corso, con una
tropa de desembarco al mando del Capitán Juan Antonio Zabala. En respuesta,
el Triunvirato dispuso reforzar a 15 las bocas de fuego de Punta Gorda, baterías
guarnecidas por 450 hombres y acordó con el Coronel San Martín que éste, con
parte de su regimiento Granaderos a Caballo, protegiese las costas occidentales
del Paraná, desde Zárate hasta Santa Fe. A fines de enero de 1813 convergían
en San Lorenzo, San Martín con 125 granaderos cabalgando y la expedición
realista navegando. El viajero inglés William Parish Robertson, que se encontraba
casualmente en el lugar, dejó un relato vívido y detallado de las acciones. En
síntesis, el 2 de febrero San Martín llegó al monasterio San Carlos, situado en
el lugar. La flota había fondeado al frente, porque el cambio de viento impidió
que siguiera navegando. Observando que la explanada frente al monasterio era
muy apta para su caballería, San Martín, con su gente oculta pero perfectamente
instruida para atacar en dos grupos, por los flancos “sin disparar un tiro, fiando
sólo de lanzas y sable”, esperó hasta la madrugada siguiente y, cuando los 250
realistas desembarcaron y se ubicaron en la explanada con sus dos cañones,
ordenó la carga, él a la cabeza de un grupo, el capitán Justo Germán Bermúdez
al mando del otro. En tres minutos, la arremetida puso en fuga al enemigo.... “Los
restos escapados del sable de los granaderos lograron reembarcarse dejando
en el campo su bandera y abanderado, dos cañones, 50 fusiles, 40 muertos y 14
prisioneros, llevándose varios heridos, entre ellos su propio comandante Zabala,
cuyo bizarro comportamiento no había podido impedir la derrota”.
Los granaderos tuvieron 14 muertos y 27 heridos, entre ellos el propio San
Martín, cuyo caballo resultó muerto en la carga, inmovilizándole aprisionado por
la pierna. El granadero Juan Cabral logró zafarle y salvarle la vida a costa de la
suya propia. Si bien poco importante en lo militar, el combate de San Lorenzo
tuvo repercusiones significativas para la revolución. Pacificó el litoral dando
seguridad a sus poblaciones, mantuvo expedita la comunicación con la base del
ejército sitiador de Montevideo y privó a esta plaza de víveres frescos con que
contaba para prolongar su existencia. Pero, sobre todo, consolidó el liderazgo y
prestigio de San Martín como guerrero valiente al ser herido en la carga al frente
de los suyos y como formador de oficiales y soldados con la disciplina y mística
mostradas en acción por el Regimiento Granaderos. La revolución tenía un nuevo
general.
213
R evista L ibertador O’ higgins
LA LOGIA: DESDE NUMEN DE IDEALES
HACIA INSTRUMENTO DE AMBICIONES POLÍTICAS
San Martín y Alvear habían aprendido en las logia de Cádiz y de Londres que
los oprimidos sólo pueden conspirar en las sombras del misterio. En Buenos
Aires habían hecho de la logia el instrumento de ordenamiento político de una
revolución hasta entonces inorgánico y falta de superior conducción. Ordenada la
política bajo la disciplina de la logia, San Martín se consagró exclusivamente a la
realización de los planes militares contra el enemigo común, dejando a Alvear los
asuntos de la logia.
Pero el sueño de Alvear, como el de su amigo José Miguel Carrera, de Chile,
era la gloria militar y la dictadura. En Cádiz se habían prometido ser árbitros de
sus respectivos países y ese año de 1813, dictador de Chile y mandando ejércitos,
Carrera era Ideal y Modelo para Alvear. En Chile un motín militar encabezado
por un hombre audaz pudo improvisar un dictador apoyado por un ejército
revolucionario, pero en las Provincias Unidas eso no era aún posible. Sin embargo,
la logia gobernaba al gobierno y tenía una mayoría en la Asamblea restándole
tener los mandos militares. Gobernando la logia se gobernaba la revolución y San
Martín la había dejado en manos de Alvear. Allí tenía éste el camino para el poder
político y los grados, cuando no la gloria militar a que aspiraba.
La logia necesitaba un general que descollase por su genio militar, para ponerlo
al frente del Ejército del Norte. Con los laureles de Tucumán y Salta, Belgrano
se había afiliado, pero siendo el mejor de los generales probados, carecía de
la preparación técnica según confesaba: “... Porque Dios ha querido me hallo
de General sin saber en qué esfera estoy: no ha sido esta mi carrera y ahora
tengo que estudiar para medio desempeñarme”. A fines de 1813, después de las
derrotas de Vilcapugio y Apoyhuma, perdido el alto Perú, retrocedía impotente
para contener al enemigo y debía ser reemplazado.
Hasta entonces se había luchado contra generales mediocres y tropas mal
organizadas, pero se empezaban a encontrar con jefes entendidos y ejércitos
disciplinados. Los resultados de las batallas ya no dependerían del entusiasmo.
La disciplina, la táctica, la estrategia, la calidad de las armas y la inteligencia
superior del general serían en adelante indispensables para aspirar a triunfos en
campañas ofensivas alejadas de la base de operaciones.
Alvear se presentó de candidato para comandar el ejército del Norte y obtuvo
el nombramiento, pero, a poco andar, volvió indicando a San Martín para ocupar
el puesto. Se ha atribuido a Alvear el plan de apurar con Guillermo Brown la
destrucción de las fuerzas navales realistas en Montevideo, asaltar la plaza
reducida por la acción naval y apoderarse de los 5.000 cañones y 1.800 fusiles.
Luego, combinar con su amigo y compañero Carrera, de Chile, limpiar el Sur de
realistas, avanzar sobre Lima y echar al mar al Virrey Abascal. O sea, materializar
bajo su nombre la idea de San Martín y, así, América y Europa se harían eco
de sus triunfos en todos los periódicos, su patria le prodigaría los grandes y
extraordinarios honores ambicionados. Si así era, mejor manejar hilos en Buenos
Aires que comandar el Ejército del Norte.
214
E dición conmemorativa del B icentenario
El hecho es que el 22 de enero de 1814, el Poder Ejecutivo fue concentrado en
una sola persona con el título de Director Supremo, que recayó en don Gervasio
Antonio Posadas, tío de Alvear. Este fue nombrado en seguida general en Jefe
del Ejército de la Capital y en mayo, un día antes que el almirante Brown batiera
a la flota española del Plata, reemplazó al general Rondeau en el mando del
ejército sitiador que al fin se apoderó de Montevideo, cosechando la gloria de la
caída de esta plaza.
EL ALTO PERÚ Y LA GUERRA DEL NORTE:
POR AHÍ NO ESTÁ EL CAMINO
San Martín partió con una expedición en auxilio del ejército del Norte, con
instrucciones para asumir el mando cuando lo creyese conveniente. A través
de correspondencia sostenida con Belgrano, existía entre ellos una corriente de
mutua simpatía y admiración, pero recién se vinieron a conocer personalmente en
Yatasto, donde se abrazaron, jurándose una amistad que nunca se desmentiría.
Aunque San Martín se resistió a reemplazarlo en el mando, al cabo lo hizo en
diciembre de 1813 por orden expresa del gobierno, y Belgrano se puso a sus
órdenes como simple jefe de regimiento, dando el ejemplo de ir a recibir
humildemente las lecciones de táctica y disciplina que dictaba el nuevo general.
Al encargarse San Martín del Ejército Auxiliar del Norte no traía ningún plan
preconcebido. Sin conocimiento de los hombres o del terreno en que debía
operar ni del género de guerra que había de emprender, su primera preocupación
fue reconcentrar el ejército en Tucumán, para organizarlo bajo un nuevo plan,
instruirlo y disciplinario en una nueva escuela militar, teniendo a su mano una
masa disponible para obrar según las circunstancias. Posesionado de la situación,
comienza a obrar más resueltamente. En las montañas del Alto Perú, Belgrano
había nombrado al coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, comandante
y gobernador de Cochabamba. En Santa Cruz de la Sierra había nombrado al
coronel Ignacio Warnes, subordinándolo en lo militar a Arenales. Ambos habían
dado pruebas de su capacidad de mantener vivo el fuego de la insurrección en
medio de un ejército fuerte y victorioso sin contar con más recursos que la decisión
de poblaciones inermes y campos devastados por la guerra. San Martín les
despachó refuerzos e instrucciones de “promover la insurrección de los naturales
del Perú y hacer al enemigo la guerra de partidarios”, a cuyo efecto les indicaba
cómo hostilizar al enemigo. En Salta, gauchos y partidarios organizados al mando
de Martín Güemes, fueron encargados de mantener la rebelión y hostigamiento
de desgaste de las tropas españolas. Por el frente y por retaguardia, San Martín
promovía la guerra de los partidarios, mientras se hacía fuerte en Tucumán, con
la llamativa construcción de un fuerte al que de día ingresaban tropas que salían
de noche para ingresar nuevamente al día siguiente, impidiendo saber las fuerzas
que efectivamente defendían la plaza.
En su nuevo cometido, San Martín cometió la desobediencia de retener
en la comisaría del ejército 36.000 pesos en plata y oro provenientes de los
caudales del Alto Perú, que el gobierno había ordenado ingresar a la tesorería
general. La finalidad de esos fondos fue pagar sueldos atrasados y los gastos
de reorganización del ejército: “Yo no había encontrado más que unos tristes
215
R evista L ibertador O’ higgins
fragmentos de un ejército derrotado. Un hospital sin medicinas, sin instrumentos,
sin ropas, que presenta el espectáculo triste de hombres tirados en el suelo que
no pueden ser atendidos del modo que reclama la humanidad y sus propios
méritos. Unas tropas desnudas con traje de pordioseros. Una oficialidad que no
tiene cómo presentarse en público. Mil clamores de sueldos devengados. Gastos
urgentes en la maestranza sin lo que no es posible habilitar nuestro armamento
para contener los progresos del enemigo. Estos son los motivos que me han
obligado a obedecer y no cumplir la superior orden y representar la absoluta
necesidad de aquel dinero para la conservación del ejército...”.
El gobierno aprobó la desobediencia, “justificada por la poderosa ley de
la necesidad”, pero el Director Supremo le confidenciaba en carta “...si con el
obedecimiento quedaba Ud. en apuros, con el desobedecimiento he quedado yo
aquí como un cochino”, aludiendo que los fondos eran para pagar cuatro meses
adeudados a la tropa.
El general empleaba con destreza todos los recursos de la guerra: insurgencia,
espionaje, desinformación, etc., pero sus meditaciones le habían ya llevado a
otras conclusiones, según la famosa carta personal que escribió el 25 de abril de
1814 a su amigo Nicolás Rodríguez Peña, Presidente del consejo de Estado bajo
el Directorio de Posadas: “No se felicite, mi querido amigo, con anticipación de lo
que yo pueda hacer en esta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los
hombres ni el país y todo está tan anarquizado que yo se mejor que nadie lo poco
o nada que puedo hacer. Ríase Ud. de esperanzas alegres. La Patria no hará
camino por este lado del Norte que no sea una guerra permanente, defensiva
y defensiva nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos
escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es echar en el pozo
de Ayrón hombre y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición
alguna. Ya le he dicho a Ud. mi secreto: Un ejército pequeño y bien disciplinado
en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos apoyando un gobierno
de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando
las fuerzas, pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no este, mi
amigo. Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no
acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este
puesto: Empéñese usted para que venga pronto el reemplazante y asegúrele que
yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado;
más bien me retiraré a un rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los
aproveche el gobierno en cualquier parte. Lo que yo quisiera que ustedes me
dieran cuando me restablezca es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una
pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile cosa que juzgo
de gran necesidad si hemos de hacer algo de provecho y le confieso que me
gustaría pasar mandando este cuerpo”.
GOBIERNO DE CUYO: ¿CARRERA U O’HIGGINS?
Pocos días después de esta carta, que sería histórica, San Martín fue atacado
de un afección al pecho y tuvo un vómito de sangre. Los contemporáneos han
acreditado la tradición de que esta dolencia fue un mero pretexto para cubrir
su retirada del ejército del Norte. Lo cierto es que la enfermedad de San Martín
216
E dición conmemorativa del B icentenario
–una hematemesis– existía, complicada por otras afecciones: dos heridas casi
mortales en el pecho y quizás infección de cólera en Cádiz. Solía consumir opio
para atenuar los efectos de ataques que pusieron en peligro varias veces su vida.
Padecía también de reumatismo.
El enfermo delegó sus funciones en su segundo, al general Francisco
Fernández de la Cruz, y elevó su renuncia, retirándose a Saldán, una estancia a
20 km de Córdoba.
Aunque Fernández de la Cruz intentó ocultar la desaparición de San Martín en
la esperanza que reasumiera, a fines de mayo fue dado a conocer como general
en Jefe interino. El 10 de agosto de 1814 San Martín fue nombrado gobernador
intendente de Cuyo “a solicitud suya –como decía el despacho llegado a Saldán–
con el doble propósito de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos
al país y el de lograr la ‘reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa
temperatura”.
Apenas instalado en su gobierno, quiso saber del estado de la revolución en
Chile. El coronel Marcos Balcarce, que actuaba en ella, fue su primera fuente
de información. Luego llegaron desterrados a Mendoza, lrizarri y Mackenna, a
quienes oyó con atención. Todos los anteriores eran enemigos de Carrera, a
quien pintaron como “un joven díscolo, sin moral, sin talento político ni militar, en
cuyas ineptas manos debía perderse irremediablemente la revolución chilena”. El
doctor Passo le agregó que Carrera era “enemigo de la influencia argentina, y que
abrigaba odios contra su pueblo y gobierno”. Todos ellos decían que O’Higgins
era “el único en quien Chile debía fundar sus esperanzas, porque era un hombre
modesto, amigo de los argentinos, alma buena y generosa y espíritu esforzado”.
Desde entonces Carrera quedó ante su conciencia y O’Higgins fue su hombre
en perspectiva.
En septiembre de 1814 la Junta de Chile informaba al gobernador de Cuyo de
la invasión de Osorio y le pedía con insistencia un cuerpo de tropas para engrosar
su ejército, previniéndole que la situación era angustiosa. Pocos días después la
revolución chilena sucumbía y, el 9 de octubre, llegaba a Mendoza la noticia del
desastre de Rancagua. San Martín inició entonces el sistema de prestaciones de
auxilio que se proponía implantar en su provincia, estimulando los sentimientos
de humanidad del vecindario como más adelante estimularía su patriotismo para
exigirle el sacrificio de sus bienes y de sus personas al servicio de la causa de la
libertad. El pueblo respondió generosamente remitiendo víveres en abundancia,
y gran número de mulas de silla para auxiliar a los emigrados, a la vez que en la
ciudad se disponían alojamientos para recibirlos. Primero llegó O’Higgins, siendo
saludado afectuosamente por San Martín, quien le recomendó interpusiera su
autoridad a fin de contener excesos y depredaciones que estaban cometiendo
grupos de soldados dispersos y mujeres que vociferaban contra los Carrera, a
quienes culpaban de su desgracia, acusádole de traer entre sus cargas un millón
de pesos extraídos del tesoro público de Chile.
Desde antes de su encuentro y por la pretensión de actuar “a nombre
del supremo Gobierno de Chile”, San Martín percibió que Carrera pretendía
menoscabar su autoridad en el territorio de su jurisdicción, erigiendo una autoridad
217
R evista L ibertador O’ higgins
extraña, independiente de él. Dando crédito a la denuncia de que Carrera ocultaba
caudales públicos entre las cargas que conducía, ordenó su registro en el paso
de la cordillera, conforme a los reglamentos de la aduana terrestre de Cuyo.
Carrera se negó diciendo que “antes quemaría todas las cargas”, y el guardia, sin
fuerzas ante ese ejército, hubo de dejarle pasar sin registro. San Martín, creyendo
llegado el caso de hacerse respetar, comunicó a Carrera que “no dejaría impune
tal atentado contra las leyes del país y la autoridad de su gobierno, y que, en
consecuencia, el ayudante mayor de plaza estaba encargado de ejecutar el
registro prevenido”. Carrera, frente a esta voluntad decidida, accedió con dignidad,
señalando que lo hacía “para acallar la indigna voz de ocultar caudales públicos”.
San Martín resultó humillado al no encontrarse nada y su hospitalidad
perdió mucho de su mérito por el celo mostrado aun ante la desgracia. Sin
embargo, Carrera perdió en seguida esta ventaja, al dirigirle un oficio lleno de
recriminaciones quejándose de que, al pisar suelo argentino su autoridad y
empleo habían sido atropellados, pidiendo en seguida se le dijese en qué
condición se le recibía y terminaba diciendo “que creía que no debía entenderse
sino con el gobierno supremo de las Provincias Unidas”. San Martín le respondió
que “lo reconocía como Jefe de las tropas chilenas que conducía, pero bajo la
autoridad de la provincia y con sujeción a sus leyes, sin permitir que nadie se
atraviese a recomendarle sus deberes”. Carrera continuó afectando desconocer
la autoridad de San Martín, pero la emigración chilena había introducido en
Mendoza perturbaciones que afectaban la tranquilidad pública. Los conflictos
entre la policía y la tropa que no reconocía más autoridad que su caudillo eran
frecuentes y los odios entre o’higginistas y carrerinos recrudecieron, acudiendo
ambos bandos a San Martín en demanda de justicia y castigo, el uno contra el
otro, acusándose recíprocamente de traidores a la patria.
Aconsejado por el doctor Passo y el Coronel Balcarce, San Martín ofició a
Carrera, manifestándole que “su seguridad personal y la tranquilidad pública hacía
necesario su alejamiento a la ciudad de San Luis, a la espera de las órdenes
del gobierno”. Carrera insistió en su actitud, respondiendo “que primero será
descuartizarme que dejar yo de sostener los derechos de mi patria”.
Pero San Martín había hecho un plan para dar el golpe mortal a Carrera.
Ayudado por O’Higgins, Mackenna, Alcázar, Freire y otros oficiales desafectos a
Carrera, llamó a su lado a la mitad de los emigrados chilenos con cuya cooperación
pudo contar, reconcentró en Mendoza a los Auxiliares de Las Heras y reunió a
las milicias de los alrededores. Cuando se sintió fuerte, circunvaló el cuartel de
Carrera, puso al frente dos piezas de artillería y Carrera debió resignarse a ser
extrañado a San Luis, de donde pasó a Buenos Aires, seguido poco después
por sus desarmadas tropas, de las que San Martín dijo que “no quería emplear
soldados que servían mejor a su caudillo que a su patria”. Luego hizo recoger por
medio de una comisión de chilenos los dineros públicos que se habían salvado en
su retirada, declarando que “los caudales sacados de Chile por don José Miguel
Carrera no podían ser de propiedad suya o de su familia y que, al depositarlos
en las arcas de la provincia era con el objeto de hacerlos servir más tarde en
beneficio de aquel país”.
218
E dición conmemorativa del B icentenario
En ese choque del 30 de octubre de 1814 se quebró el destino de Carrera,
el Ejército de los Andes tuvo el primer aporte chileno y, lo más importante, San
Martín y O’Higgins sellaron para siempre una amistad que sería crucial para la
independencia de América meridional.
EL EJÉRCITO DE LOS ANDES
El 10 de enero de 1815, Posadas era reemplazado por Carlos María Alvear
como Director Supremo. Él y Carrera habían militado juntos en España y allí
habían soñado ser los dominadores en sus respectivos países. Ahora, de nuevo
juntos en Buenos Aires, ayudado por esta amistad y el recelo de Alvear por San
Martín, Carrera pudo abrigar esperanzas de reconquistar su poder perdido en
Chile. Pero, dando por causa el mal estado de su salud, el 20 de enero San
Martín solicitó licencia para separarse de su gobierno y Alvear se apresuró a
concedérsela, nombrando inmediatamente a su sucesor, coronel Gregorio Pardiel.
Sin embargo, este no pudo asumir, porque los habitantes de Mendoza convocados
por carteles manuscritos a sostenerse sin indicar el objeto, se agolparon en la
plaza el 15 de febrero donde declararon protestar contra el nombramiento que se
había hecho en la capital. Se inició así la llamada revolución municipal de Cuyo
que, junto con la sublevación del ejército del Norte, terminó por derribar a Alvear,
quien fue reemplazado por Rondeau a menos de tres meses de haberse elevado
a Director. San Martín quedó ungido como gobernador por el propio cabildo de
Mendoza, ratificado por los de San Juan y San Luis. Mitre describe detalladamente
el proceso en que se adivina su mano para quedar poderoso e inexpugnable en
ese cargo, indispensable para materializar su plan de ir por mar a Lima.
Aun antes que Juan Martín de Pueyrredón llegara a Director Supremo, en mayo
de 1816, y con él consiguiera el respaldo definitivo, San Martín fue extrayendo
metódicamente los recursos de los habitantes de Cuyo para ir armando el Ejército
de los Andes: Secuestro de bienes de los prófugos, subasta de tierras públicas,
contribución extraordinaria de guerra pagadera por cuotas mensuales, apropiación
del fondo de redención de cautivos de los frailes mercenarios, donaciones
gratuitas en especie y dinero, apropiación de los diezmos, gravamen con un peso
por barril de vino y dos por uno de aguardiente, declaración de propiedad pública
de las herencias de españoles muertos sin testar, etc. También se estableció un
impuesto general y uniforme para todos los habitantes sobre una declaración de
capital. Había trabajo gratuito de hombres y mujeres, y préstamo de animales y
carretas cuando era necesario.
El Ejército de los Andes se preparó siguiendo una minuciosa planificación
que consideraba desde los caballos con sus forrajes, monturas y provisión de
herraduras, hasta el rancho de los soldados, pasando por los uniformes, afilado
de sables, puesta a punto de fusiles y provisiones de balas. El Fraile Luis
Beltrán quedó registrado como el Arquímedes de la revolución por su trabajo
en la maestranza productora de armas, en que se dice llegó a fundir hasta las
campanas de las iglesias para sus fines. Al regimiento Auxiliares del coronel
Gregorio de Las Heras se sumaron tropas conseguidas antes, esgrimiendo la
amenaza de invasión española desde Chile y, finalmente, los Granaderos. Pero
San Martín también se ocupó en armar una red de espionaje para tener planos
219
R evista L ibertador O’ higgins
de los pasos e informaciones de la situación en Chile, así como para desorientar
y desinformar a Osorio y Marcó del Pont sobres sus reales, planes en la llamada
guerra de zapa. Con Manuel Rodríguez, caudillo de la guerrilla chilena dando
golpes de mano a distintas alturas del país, logró el objetivo de que los españoles
dispersaran sus fuerzas al sur, debilitándose en el centro.
Otro detalle de la amplitud de los medios utilizados fue la fundación de la logia
de Mendoza por San Martín, donde ingresaron los principales jefes del ejército,
los emigrados chilenos encabezados por O’Higgins y los más notables vecinos de
Cuyo. También las campañas de su esposa, doña Remedios, promoviendo con
su ejemplo el trabajo y donaciones de joyas de las mujeres apuntaban al objetivo.
La bandera del Ejército fue una de sus contribuciones.
El año 1816 fue propicio para San Martín: con Pueyrredón como Director
Supremo desde mayo, llegó el respaldo definitivo a su plan; con la declaración de
la Independencia el 9 de julio, la expedición a Chile sería la de un país soberano
ya desligado de Fernando VII, luchando contra él. Con el nacimiento de su hija,
Mercedes Tomasa, el 24 de agosto en Mendoza, se sellaban sus vínculos con
esa tierra. El informe definitivo al Departamento de Guerra Sobre la constitución
del Ejército de los Andes señala que, en las nueve cuadras de galpones de El
Plumerillo, sumaban 14 Jefes, 195 oficiales y 3.778 combatientes, de los cuales
742 eran Granaderos de a Caballo. La lista de alimentos, vestuario, víveres
frescos, armas y municiones pudo sumar 10.600 mulas y 1.600 caballos. A fines
de ese año dejaba su puesto de gobernador y asumía la Jefatura del Ejército de
los Andes, así oficialmente bautizado por Pueyrredón: era “la de vámonos”.
EL PASO DE Los ANDES Y LA BATALLA DE CHACABUCO
El 24 de enero de 1817 salió de Mendoza el último grupo del cuerpo principal de
la expedición, que iría por el paso de Los Patos. En la oficialidad, con investidura
y sueldo de brigadier general de las Provincias Unidas, ya había partido el general
O’Higgins, a cargo de la reserva.
Antes, habían salido cuatro expediciones por los pasos frente a Copiapó. San
Juan, Curicó y Talca, maniobra con la que se reforzó la desinformación previa
logrando que Marcó del Pont perdiera la calma y desperdigara su ejército realista
a lo largo de Chile.
El Paso de los Andes se ejecutó conforme a lo planeado, constituyéndose en
una versión mejorada de aquellos clásicos pasos de Aníbal y Napoleón en Europa
y uniéndose a ellos en el tercer lugar como materia afín a ser estudiada por la
ciencia militar. La batalla de Chacabuco, en la que culmina el paso, es también,
según Mitre, “un modelo clásico de arte militar en que la habilidad debilita al
enemigo y lo desmoraliza, la previsión asegura el éxito final y la inteligencia es la
que combate en primera línea, interviniendo la fuerza como factor accesorio”.
A partir del 4 de febrero, el coronel Las Heras comienza a batir patrullas
realistas adelantadas para detenerlos. El choque decisivo se produce el 12 de
febrero de 1817 en Chacabuco con la victoria esperada, porque Maroto, con
su ejército disperso por las estratagemas, sólo pudo oponer 2.000 hombres al
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E dición conmemorativa del B icentenario
disciplinado ejército de casi 4.000 que había cruzado la cordillera con un plan
preciso a ejecutar. Sólo O’Higgins, ansioso por vengar la derrota de Rancagua,
se adelantó en una temeraria acometida como queriendo terminar solo la batalla,
pero hubo de ser secundado por Soler por el flanco. Con la victoria de Chacabuco
quedó expedito el camino a Santiago. Marcó del Pont no tuvo tiempo de huir por
Valparaíso y cayó prisionero, pero las fuerzas de Maroto que pudieron salvarse
marcharon hacia el Sur, donde iban a oponer seria resistencia. Señalaremos aquí
que el no haber continuado la campaña hasta desmantelar al ejército vencido es
un error que se cita como inexplicable en un genio militar como San Martín.
EL DIRECTOR SUPREMO O’HIGGINS,
CLAVE FINAL EN LA LIBERACIÓN DEL PERÚ
Dos días después el ejército vencedor de Chacabuco hizo su entrada triunfal
en la capital de Chile. San Martín convocó a una asamblea de notables que
debían designar electores para nombrar Jefe Supremo del Estado pero, reunida
la Asamblea, declaró por aclamación “que la voluntad unánime era nombrar a don
José de San Martín gobernador de Chile con omnímoda facultad”, consignando
esto en acta de 18 de febrero, San Martín se negó rotundamente a acatar esa
designación porque el objetivo fijo en su mente era Lima y no cabía en el plan
tomar responsabilidades en los asuntos de Chile. A su pedido, fue nombrado
el brigadier O’Higgins, su amigo chileno adicto que le había acompañado en
Mendoza desde 1814.
El tiempo mostraría que ese nombramiento fue providencial para la causa
independentista de Sudamérica.
Apenas pasados los festejos e instalado el nuevo gobierno, partía el l4 de
marzo a Mendoza y a Buenos Aires, a informar del triunfo y agradecer el apoyo
a Pueyrredón pero, sobre todo, a gestionar con él las finanzas para la formación
de la escuadra y expedición para ir al Perú, para la que Chile había puesto
$200.000 y comprometido otros $100.000. Una entrada triunfal que se le preparó
a fines de marzo quedó esperando porque, desoyendo las instrucciones, llegó
en la madrugada, cuando todos dormían. No pudo evitar los festejos pero su
preocupación era la situación con el imperio portugués sobre la banda Oriental,
que podría llevar a una guerra que afectaría su plan de ir a Lima.
Además, Pueyrredón enfrentaba una situación delicada. Para precaverse de
una anunciada expedición española contra el Río de la Plata, el Directorio habían
condescendido a permitir que los portugueses señorearan en Montevideo, error
que reconoció al comprobar que Portugal pretendía agregar la banda oriental a
la Corona de Brasil “y, si proclamamos emperador al Rey Don Juan, admitirnos
por gracia bajo su soberano dominio”. El error provocó una sublevación contra el
Directorio, iniciando el camino a una posterior anarquía que, al cabo, retardaría
el financiamiento comprometido por las Provincias Unidas en su acuerdo con
Chile para el envío del Ejército Libertador al Perú. Pero Pueyrredón aún creía
que podría capear el temporal y aseguró a San Martín que tendría la deseada
escuadra, cosa que, además, aseguró en carta a O’Higgins.
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R evista L ibertador O’ higgins
Carrera, entre tanto, había empleado su gran capacidad de persuasión para una
expedición naval y, en esos días, se hallaba preso en un calabozo del regimiento
Granaderos en Buenos Aires. Se había presentado a Pueyrredón para que le
ayudara a pagar la nave “Clifton” que había logrado traer de Estados Unidos y este
había declinado queriendo negociar por su cuenta, pero Carrera había intentado
zarpar en la “Clifton”, fracasando y siendo detenido por conspiración: San Martín
lo visitó el 12 de abril en su calabozo, donde el preso rechazó altivamente la
mano que le tendió para saludarlo, escuchó el reconocimiento que hizo de sus
servicios a la independencia, la explicación que su arresto era una medida
puramente política, la reiteración del ofrecimiento de Pueyrredón de enviarlo como
diplomático de las Provincias Unidas a Estados Unidos y la advertencia de que
aun cuando su presencia en Chile podría producir agitaciones perjudiciales a la
causa de la independencia, podía ir porque O’Higgins y él la reprimirían con mano
firme. Carrera, al parecer, no concebía que la independencia de su patria pudiera
realizarse sin él en el poder: desechó los favores que se le brindaban replicando
que, después de la amenaza escuchada ningún hombre racional “se entregaría
a poder tan arbitrario sin contar con los medios de resistir tanta violencia”. Fue
la última vez que se vieron. Carrera después se fugaría y seguiría conspirando
con sus hermanos hasta ser fusilado en Mendoza. San Martín partió para Chile
el mismo 18 de abril, llegando a Santiago el 11 de mayo. (Esto que suena tan
simple, sólo se podía conseguir marchando a caballo durante semanas).
La fe del general pudo haberse avivado con la promesa y carta de Pueyrredón
que el mismo llevó a O’Higgins, pero la situación de Chile después de Chacabuco
no estaba libre de riesgos. Los españoles derrotados se reconcentraron en el
Sur y, comandados por el coronel José Ordóñez, resistían en Talcahuano, donde
recibirían refuerzos de Lima para contraatacar. Pueyrredón, acosado por la
insurrección, pedía que le mandaran dos mil hombres de su ejército.
O’Higgins, producto de una educación de nivel muy superior para la época,
comienza a mostrar en ese año de 1817 cuán importante iba a ser la extraordinaria
complementación que alcanzó con San Martín. Una de sus primeras medidas
como Director Supremo fue crear el Ejército de Chile, en base a los cuadros
chilenos organizados en Mendoza, nombrando a San Martín como general en
Jefe. Paralelamente creó la Academia Militar. Por otra parte las bajas del Ejército
de los Andes se cubrirían con voluntarios de Chile. Ambos ejércitos formaron el
“Ejército Unido de los Andes y de Chile”, llegando a fines de 1817 a contar 9.000
combatientes, con tropas y oficiales de ambas nacionalidades, uniformados en
la táctica y disciplina de la escuela de San Martín, su generalísimo: Ahí estaba la
base del Ejército Libertador, pero su tarea era aún afianzar la independencia de
Chile.
También de inmediato, en 1817, O’Higgins comienza a gestionar la compra
de buques para formar la marina y encarga a José Álvarez Condarco, coronel
argentino muy importante y cercano a San Martín, la misión de contratar a Lord
Thomas Cochrane para formar una escuadra capaz de oponerse a la española
que dominaba el Pacífico.
En todo lo anterior avanza exigiendo enormes sacrificios para obtener los
recursos de la población chilena, pero no titubea. Las convulsiones internas que
222
E dición conmemorativa del B icentenario
afectan a las Provincias Unidas no garantizan que estas se cumplan con los
aportes comprometidos para ir al Perú y, mucho más que los apremios de San
Martín, es la propia convicción ante la realidad de ver llegar por mar tropas del
Perú a reconquistar Chile, la que lo impulsará a exprimir a los chilenos hasta la
angustia para enviar la Expedición Libertadora. Esta actitud de O’Higgins será
clave para llegar al Perú.
CANCHA RAYADA Y MAIPÚ
En enero de 1818 llegan a Talcahuano quince buques con 3.400 veteranos
españoles al mando de Mariano Osorio, el vencedor de Rancagua, a sumarse
con los 1.700 de Ordóñez. El virrey Pezuela jugaba todas sus cartas para
recuperar Chile. Puestos en aquella peligrosa situación, O’Higgins y sus ministros
firman en Concepción un acta en que se proclama la Independencia de Chile y
envía instrucciones para que el 12 de febrero, primer aniversario de la batalla
de Chacabuco, en ceremonia pública y solemne, se jure “sostener la presente
Independencia absoluta frente a Fernando VII, sus sucesores y cualquier otra
nación extraña”. Entre los que juraron ante el Director Delegado Luis de La Cruz,
estaba el coronel mayor de los ejércitos de Chile y general en Jefe del Ejército
Unido José de San Martín, cuyo retrato decoró el escenario.
La situación se consideraba tan delicada que O’Higgins no estuvo presente
porque preparaba los movimientos de defensa exigidos por la marcha de Osorio
con su ejército a Santiago. San Martín se quedó para organizar las fuerzas de
Santiago y Valparaíso y luego marchó a Chimbarongo, donde reconcentró las
tropas. Los despliegues y disposiciones de las tropas al mando de San Martín
pusieron en tal ventaja al ejército patriota que los españoles se sintieron derrotados
antes de entrar en combate. Pero el coronel Ordóñez, aquel teniente camarada
suyo cuando el linchamiento de Solano en Cádiz, concibió y realizó lo único que
podía variar el resultado de la lucha: un golpe sorpresivo en mitad del campamento
al entrar la noche del 19 de marzo con tal éxito, que produjo la desorganización
y fuga del ejército patriota. O’Higgins resultó herido y San Martín vio morir a su
ayudante al lado suyo. Tal fue el desastre de Cancha Rayada, que sembró tanto
pánico en los patriotas chilenos como lo había hecho el desastre de Rancagua.
Afortunadamente, el coronel Gregorio de Las Heras pudo mantener el grueso del
ejército en una retirada ordenada que permitiría a San Martín rehacerse y armar
el plan para el enfrentamiento definitivo.
Este se produjo en los llanos de Maipú, partiendo la mañana del domingo 5
de abril de 1818, con la victoria total más importante sobre las armas españolas
ampliamente descrita y estudiada como acción de armas con consecuencias
definitivas para la libertad de América.
Días después de Maipú, el 12 de abril, en El Salto, recibió de su ayudante
O’Brien la correspondencia secreta capturada a Osorio y, tras leer en silencio
todas las cartas una por una, en un acto de magnanimidad, quemó esas pruebas
que hubieran perdido a muchos que estuvieron contra la causa patriota. Al día
siguiente salió a Buenos Aires para entrevistarse con Pueyrredón, llegando el 4
de mayo. Al igual que cuando Chacabuco, entró a las 4 de la mañana volviendo
223
R evista L ibertador O’ higgins
a dejar preparados arcos de triunfo, bandas y desfiles al vencedor. Sin embargo,
otra vez no podía evitar todos los festejos. El 17 de mayo recibió la gratitud y
homenaje del Congreso.
DESDE CHILE POR MAR AL PERÚ:
LA DESOBEDIENCIA DE SAN MARTÍN
Pero él no iba a Buenos Aires a los homenajes sino en busca de los 500.000
pesos que faltaban para la expedición al Perú. Tras largas conferencia con
Pueyrredón partió el 3 de julio con la promesa de que los tendría. Pero, en agosto,
el Director escuchaba reposiciones del francés Le Moyne, que la salvación de la
Independencia estaba en coronar un rey borbónico en Río de la Plata. Pueyrredón
pensó en el duque de Orleáns y, esperando que la monarquía constitucional
arreglaría todo, desahució el préstamo diciendo a San Martín que “no se sacaban
de aquí 500.000 pesos aunque se llenen las cárceles de capitalistas”. Ante ese
verdadero desahucio al proyecto de ir a Lima, San Martín envió su renuncia.
Pueyrredón, para retenerle, le comunicó que podía girar de la tesorería hasta
la suma convenida, cosa que hizo con intrincados malabarismos por la falta de
fondos.
Entre tanto O’Higgins había logrado armar una escuadra partiendo con la
“Aguila”, capturada a los españoles y rebautizada “Pueyrredón”, agregando
la “Winham”, comprada y rebautizada “Lautaro”. Con estos buques puso fin al
bloqueo de Valparaíso, poniendo en fuga a la “Esmeralda” y al “Pezuela”. Con
nuevos esfuerzos, se agregaron la “Chacabuco”, el “Araucano” y el “San Martín”.
La flota ya armada durante 1818, se puso al mando del teniente coronel de artillería
Manuel Blanco Encalada y zarpó como tal el 19 de octubre de 1818, en procura
de una flotilla española. De ese zarpe quedó registrada la frase de O’Higgins,
mirándolos partir desde Valparaíso: “Cuatro buques dieron a España el continente
americano. Esos cuatro buques se lo quitarán”. Poco más o menos así ocurrió,
porque la escuadra que salió con cuatro buques capturó a la flotilla española
regresando con trece buques. Para coronar esta victoria, el 28 de noviembre de
1818 llegaba el almirante Cochrane a hacerse cargo de la escuadra.
Los años 1818 y 1819 fueron de soluciones para Chile y para la América y de
complicaciones para la República Argentina. La independencia reconquistada en
Chacabuco había sido asegurada en Maipú. La guerra del Sur había terminado
felizmente. Cochrane dominaba el mar, produciendo la engañosa sensación
de que lo del Perú podía esperar y Argentina se desangraba en guerra con
los portugueses y se propagaba el conflicto interno detonado por la tentativa
monárquica. San Martín había traído su ejército a Mendoza, tanto para responder
al pedido de ayuda del Directorio ante la amenaza de invasión por el Mar del Plata
como por presión al gobierno de Chile por los medios para ir a Lima. Cuando
Rondeau, que había reemplazado a Pueyrredón vio cundir la sublevación, poco
antes de su caída le pidió urgente auxilio para detenerla (noviembre de 1819). Por
su parte, O’Higgins le llamaba desde Chile con seguridad halagadora: “La fortuna
propicia nos está convidando a dar la última mano a la libertad de América y le
proporciona una ocasión y un motivo justo para resistir la orden de su gobierno.
Sin la libertad del Perú está usted convencido de que no podemos salvarnos y
224
E dición conmemorativa del B icentenario
ahora es el momento de venir a Chile con las tropas de Cuyo, en la seguridad
de que a los dos meses estamos en camino para lograr el objeto tan deseado.
Véngase, amigo, vuele y se coronará la obra”.
San Martín se encontró con dos caminos para su ejército: montonero o
pacificador en la patria o libertador de América. Su decisión fue abandonar ese
desorden y volver a Chile con su ejército. Es lo que se llamó “la desobediencia de
San Martín”
“Su posición y la del Ejército de los Andes se hizo anómala: era un general que
había desobedecido a un gobierno que había desaparecido. Se encontraba ‘sin
patria en cuyo nombre obrar y sin gobierno ante quien justificarse. Si caducaba su
mando, caducaba de hecho la jerarquía militar en sus diversos grados y hasta la
existencia del ejército mismo como colectividad orgánica. Tal problema lo resolvió
poniendo su puesto a disposición de su oficialidad y dejándoles solos para que
eligieran nuevo Comandante en Jefe “Sus oficiales le eligieron por unanimidad en
lo que ha quedado registrado como El Acta de Rancagua (2 de abril de 1820)”.
POR FIN: COMO GENERAL CHILENO A LIBERTAR EL PERÚ
Por su parte, Cochrane había introducido el concepto de que la Expedición
Libertadora era una operación marítima con una fuerza desembarco, el Ejército
Libertador, suscitándose la cuestión de quién estaba al mando, lo que fue resuelto
en favor de San Martín: el 6 de mayo de 1820 era nombrado generalísimo de
la Expedición al Perú por el voto del pueblo y el Senado chilenos. (O’Higgins,
aún como Dictador, aplicaba ya los rudimentos de un sistema democrático que le
produjo algunos contratiempos con el financiamiento que San Martín reclamaba).
Por fin, el 20 de agosto de 1820 pudo zarpar desde Valparaíso la flota de ocho
buques de guerra y dieciséis transportes llevando bajo la bandera chilena al
Ejército Libertador del Perú, con 2.313 combatientes argentinos y 1.805 chilenos
que, el 7 de septiembre, desembarcan en Paracas, y luego en Pisco iniciando la
campaña sobre Lima.
Fue esa una campaña sin batallas, con el general Juan Antonio Álvarez de
Arenales haciendo el papel más brillante al internarse en la sierra proclamando
la independencia y allegando partidarios. Cochrane bloqueaba la fortaleza del
Callao e incursionaba en ella, llegando a capturar la nave “Esmeralda” y dineros
del Virrey. San Martín escogió el camino de entorpecer con maniobras los
abastecimientos a Lima y ganar con proclamas a los peruanos para la causa de
la libertad, a la vez que, con entrevistas y conferencias con el Virrey Pezuela
primero y La Serna después en Puchauca el 2 de junio, fue logrando el clima para
que este último, en los primeros días de julio de 1821, decidiera hacer abandono
de Lima con su ejército muy respetable todavía, para combatir desde la sierra en
una guerra que continuaría aún por largo tiempo. Así Lima quedó a disposición de
San Martín sin disparar un tiro.
225
R evista L ibertador O’ higgins
INDEPENDENCIA DEL PERÚ
La toma de posesión de Lima por los independientes, el 6 de julio de 1821,
aseguró definitivamente la independencia de esa República., Con el avance de
Bolívar por el norte, no quedaban en América más tropas españolas que las que
resistían a Arenales en las montañas del Perú y en Quito más El Callao, que
pronto se rendiría. En los mares sobrevivían tres buques, últimos fantasmales
vestigios del antiguo poder marítimo de la metrópoli, aniquilado por Cochrane en
el Pacífico. El triunfo definitivo era cuestión de tiempo y esfuerzo combinado de
ambos generales. La emancipación de América estaba fuera de cuestión, pero no
lo percibían aún así los limeños. Los españoles, que eran los pudientes, estaban
en posición delicada: si se negaban a abrazar el partido de San Martín corrían
el peligro de ver confiscados sus bienes, y si no, debían temer la venganza del
antiguo gobierno que podía reconquistar el poder y castigar su defección. Entre
los naturales, si bien muchos confiaban en la bondad de su causa, dudaban de la
sinceridad de San Martín o de que tuviese los medios para cumplir sus promesas.
Perú no era todavía un país hondamente revolucionado, su gente carecía del
espíritu y consistencia que sólo dan la posesión plena de la nacionalidad y la
decisión de alcanzar el triunfo a toda costa. San Martín quiso imprimirle ese
carácter convocando a una asamblea de notables que, en representación de los
habitantes de la capital, expresase si la opinión general se hallaba decidida por
la independencia (14 de julio de 1821). La junta, compuesta de notables de Lima
designados por el cabildo, respondió a las 24 horas: “La voluntad general está
decidida por la independencia del Perú de la dominación española o de cualquiera
otra extranjera”. El 28 de julio de 1821, en los solemnes actos de su proclamación
y jura, San Martín desplegó por primera vez la bandera del Perú inventada por él
en Pisco.
PROTECTOR DEL PERÚ: TENTACIÓN MONÁRQUICA
Declarada la Independencia se presentó una diputación del Cabildo ofreciéndole
el gobierno del Perú. La logia Lautaro, trasplantada al Perú, también le exigió que
se pusiese a la cabeza de la administración general del país, único medio de dar
apoyo sólido y vigorizar las operaciones militares. El 3 de agosto de 1821 San
Martín asumió el mando político y militar con el título de Protector, comenzando
aquí un momento discutido de su vida, caracterizado por la inacción.
Dice Mitre: “Llamado por primera vez a presidir directamente un gobierno en
su complicado mecanismo, en teatro más vasto que el de Cuyo y con múltiples
objetivos que dividen su atención y actividad, ya no se basta por si solo y de
aquí la necesidad de auxiliares que despojan su obra de su original unidad. San
Martín, Protector del Perú, no se agranda y se muestra inferior a su misión. Su
genio militar no toma nuevo vuelo; sus planes expectantes y negativos parecen
inspirarse en el fatalismo más bien que en la previsión que pone los medios para
alcanzar los fines que se buscan... Por eso decíamos que su gloria había llegado
a la culminación de los astros que declinan”... “La responsabilidad de San Martín
es grave por el estado de inacción en que dejó caer la guerra después de la
ocupación de Lima”...
226
E dición conmemorativa del B icentenario
Sin embargo, el primer semestre del Protectorado del Perú ha quedado como
la base fundamental de la organización política y administrativa que le valió el
título de Fundador de la Libertad del Perú. Creó su ejército, organizó la hacienda
pública, declaró la libertad de vientre, fundó la biblioteca nacional y, entre otras
disposiciones, se dio un “Estatuto Provisional” para gobernar.
El acto que decidió fatalmente el destino de Protector y Protectorado fue el plan
de monarquizar al Perú, teniendo tratativas para instalar un príncipe de alguna
casa europea, inglesa o rusa, lo que le enajenó hasta el apoyo del mismo país
libertado y aflojó más los vínculos de la disciplina militar ya relajados. Una que
aparecen complicados varios jefes superiores del Ejército de los Andes hizo sentir
a San Martín que ya la voluntad de sus antiguos compañeros de armas no le
pertenecía o que, al menos, comenzaba a vacilar. Curiosamente, le acompaña en
Lima como cercano consejero Bernardo Monteagudo, señalado como partícipe
en el fusilamiento de los Carrera y el asesinato de Manuel Rodríguez, antiguo
republicano devenido ahora en monarquista.
El período del protectorado, además está marcado por sus desavenencias
con Cochrane. Básicamente, éste siempre resintió no haber sido el Jefe de la
expedición libertadora del Perú y no comprendía la estrategia de San Martín
encontrando que su campaña no avanzaba hacia su cometido. No le gustó
tampoco la proclamación del Protectorado y discutió que ella significara que la flota
entregada a su mando por Chile pasaba a ser del Perú. Reclamaba, además, los
pagos por el Perú de los sueldos atrasados de su marinería. San Martín le tenía
por filibustero codicioso y quiso reemplazarlo. Finalmente, rompieron relaciones,
Cochrane se rebeló, volvió a Chile con la escuadra y después dejó el país.
BOLÍVAR Y SAN MARTÍN EN GUAYAQUIL
Por esa época, a principios de 1822, San Martín estaba en una posición difícil
en Lima pues el General Canterac había derrotado al general Domingo Tristán
al sur de Lima y esta ciudad estaba debilitada porque San Martín había pasado
1.600 soldados al lugarteniente de Bolívar, general Antonio José de Sucre, quien
con esta tropa había obtenido la victoria de Pichincha, que le dio el dominio de
Quito. En tal circunstancia creyó conveniente entrar en acuerdo de unión y amistad
con el general Bolívar para que, vuelta de mano, auxiliase al Perú con parte de
su ejército y se pusiese un término más corto a la guerra con los españoles. Con
tal objeto concertó la famosa entrevista que tuvo lugar en Guayaquil el 26 de
julio de 1822. De esa entrevista no obtuvo lo esperado. Se habló de un choque
entre los grandes libertadores de América en que San Martín salió derrotado. Su
comentario de entonces a sus íntimos fue:
“El Libertador no es como pensábamos”.
Los pormenores se sabrían andando el tiempo, para grandeza del entonces
supuesto perdedor.
227
R evista L ibertador O’ higgins
ABDICACIÓN Y RETIRADA DEL PERÚ:
EL GRAN SALTO EN LAS TINIEBLAS
A su vuelta de Guayaquil supo que un motín, apañado por el Cabildo, había
impuesto la renuncia de su ministro Monteagudo, obligándole a salir desterrado,
lo que le indicaba cuán complicada se hacía su situación. Riva Agüero, autor
del motín, le recibió con los suyos el 20 de agosto con grandes muestras de
adhesión, posición equívoca que le afectó aún más. Es así como en Lima, el 20
de septiembre de 1822, San Martín instaló solemnemente el Primer Congreso
Constituyente del Perú, después de haber ejercido la dictadura más de un año.
Este era el plazo que había fijado a su carrera política en el Perú en carta a
O’Higgins. Según la Primera Acta del Congreso, el Protector se despojó de la
banda bicolor, investidura del Jefe de Estado, diciendo: “Al deponer la insignia de
mando que caracteriza al Jefe Supremo no hago sino cumplir con los deberes y
con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el
ejercicio del supremo poder que el imperio de las circunstancias me hizo obtener.
Hoy, que felizmente lo dimito, yo pido al Ser Supremo el acierto, luces y tíno que
necesita para hacer la felicidad de sus representantes. ¡Peruanos! Desde este
momento queda instalado el Congreso Soberano y el pueblo reasume el poder
supremo en todas sus partes”.
Acto continuo, y dejando al Congreso seis pliegos cerrados, se retiró
acompañándole hasta fuera del salón seis señores diputados.
El Congreso le retribuyó con el título de Fundador de la Libertad del Perú,
ordenando que “conserve el uso de la banda bicolor de Jefe de Estado, que se le
levante una estatua, que goce del sueldo que anteriormente disfrutaba y que, a
semejanza de Washington, se le asigne una pensión vitalicia”.
Al día siguiente se embarcó en el “Belgrano” a Valparaíso.
Uno de los más graves cargos que los contemporáneos hicieron a San Martín
por su retirada del Perú es la manera precipitada en que la efectuó al dejar el
ejército sin real liderazgo y el gobierno sin rumbo ni coherencia sostenido por ese
mismo ejército “mientras él daba un gran salto en las tinieblas”, (Mitre).
LA CARTA DE LAFOND Y OTRAS EXPLICACIONES
Explicaciones de tal actuación se encontraron en carta personal a Bolívar, hoy
famosa. Esta carta, llamada de Lafond por haber aparecido veinte años después
de la entrevista en un libro del marino francés de ese apellido, es considerada su
testamento político y su texto debe conocerse íntegro:
Excmo. Señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar. Lima 28 de agosto de
1822.
Querido general: Dije a Ud. en mi última del 23 del corriente que, habiendo
reasumido el mando supremo de esta República con el fin de separar de él al
inepto y débil Torre Tagle, las atenciones que me rodeaban en aquel momento
no me permitían escribirle con la extensión que deseaba: ahora al verificarlo, no
sólo lo haré con la franqueza de mi carácter sino con la que exigen los grandes
228
E dición conmemorativa del B icentenario
intereses de la América. Los resultados de nuestra entrevista no han sido lo que
me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy
íntimamente convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo
sus órdenes con las fuerzas de mi mando o que mi persona le es embarazoso.
Las razones que Ud. me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás
mandarme y que aún en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida,
estaba seguro que el Congreso de Colombia no consentiría su separación de la
República, permítame, general, le diga no me parecen plausibles. La primera se
refuta por sí misma. En cuanto a la segunda, estoy muy persuadido que la menor
manifestación suya sería acogida con unánime aprobación, cuando se trata de
finalizar la lucha en que estamos empeñados, con la cooperación de Ud. y del
ejército a su mando y que el alto honor de ponerle término refluiría tanto sobre
Ud. como sobre la República que preside. No se haga Ud. ilusión, general. Las
noticias que tiene de las fuerzas realistas son equivocadas; ellas montan en el
Alto y Bajo Perú a más de diez y nueve mil veteranos que pueden reunirse en
el espacio de dos meses. El ejército patriota, diezmado por las enfermedades,
no podrá poner en línea de batalla sino ocho mil quinientos hombres y, de estos,
una gran parte reclutas. La división del general Santa Cruz (cuyas bajas me
escribe este general no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones)
en su dilatada marcha de experimentar una pérdida considerable y nada podrá
emprender en la presente campaña. La división de mil cuatrocientos colombianos
que Ud. envíe serán necesarias para mantener la división del Callao y el orden en
Lima, por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que
se prepara por puertos intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían
esperarse si fuerzas poderosas no llamaran la atención del enemigo por otra parte
y así la lucha se prolongará por un tiempo indefinido. Digo indefinido porque estoy
íntimamente convencido de que, sean cuales fueren las vicisitudes de la presente
guerra, la independencia de América es irrevocable; pero también lo estoy de que
su prolongación causará la ruina de sus pueblos y es un deber sagrado para los
hombres a quienes están confiados sus destinos evitar la continuación de tamaños
males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado; para el veinte
del mes entrante ha convocado el primer congreso del Perú y, al día siguiente de
su instalación, me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el
solo obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército a su mando.
Para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la
independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad.
El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse. No dudando que
después de mi salida del Perú el gobierno que se establezca reclamará la activa
cooperación de Colombia y que usted no podrá negarse a tan justa exigencia,
remitiré a usted una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada
pueda ser a usted de alguna utilidad su conocimiento. El general Arenales
quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas. Su honradez, coraje
y conocimientos estoy seguro le harán acreedor a que usted le dispense toda
consideración.
Nada le diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia.
Permítame, general, que le diga que no era a nosotros a quienes correspondía
decidir. Concluida la guerra de los gobiernos respectivos lo hubieran transado sin
229
R evista L ibertador O’ higgins
los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos
estados de América.
He hablado a Ud. general, con franqueza pero los sentimientos que exprime
esta carta quedarían sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a
traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla
y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia.
Con el comandante Delgado, dador de esta, remito a usted una escopeta y
un par de pistolas juntamente con un caballo de paso que le ofrecí en Guayaquil.
Admita usted general esta memoria del primero de sus admiradores.
Con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien
tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sur, se
repite su afectísimo servidor. José de San Martín.
En el hondo contenido de esta carta estaría pensando Bolívar al hacer un
brindis en el banquete, al asumir como nuevo dictador del Perú en 1823, cuando
todos los brindis iban a él: “Por el buen genio de América que trajo al general San
Martín con su Ejército Libertador desde los márgenes del Río de la Plata hasta
las playas del Perú; por el general O’Higgins, que generosamente lo envió desde
Chile...”
Más expresiva y resumida es la respuesta a las ansias de entenderlo de su
ayudante, amigo y confidente Tomás Guído, ante quien rompe su silencio en la
despedida:
“Existe una dificultad mayor que no podría vencer sino a costa de la suerte del
país y de mi propio crédito. Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He penetrado
sus miras: he comprendido su disgusto por la gloria que pudiera caberme en la
terminación de la campaña. Él no excusaría medios para penetrar el Perú y tal vez
no pudiese yo evitar un conflicto dando al mundo un escándalo y los que ganarían
serían los maturrangos. ¡Eso no!: Que entre Bolívar al Perú y, si asegura lo que
hemos ganado, me daré por muy satisfecho porque de cualquier modo, triunfará
la América”.
A una comisión de congresistas que fue a “La Magdalena” a rogarle que
siguiera al mando, les dijo:
“Por rectas que sean las intenciones de un soldado favorecido por la victoria,
cuando es elevado a la suprema autoridad al frente de un ejército considérese en
la República como un peligro para la libertad”.
¿Los prevenía de las ambiciones que vio en Bolívar, o reflexionaba sobre las
tentaciones experimentadas por él como Protector con omnímodos poderes?
HACIA EL OCASO EN EUROPA
El General San Martín, a su regreso del Perú, permaneció en Chile enfermo
durante 56 días, hospedado en la quinta del Conventillo por O’Higgins, también
en sus últimos días como Director Supremo.
230
E dición conmemorativa del B icentenario
En enero de 1823, con 45 años de edad, cruzó por última vez la cordillera.
A poco de llegar murió en Buenos Aires su esposa Remedios, recién de 24
años. Viudo, permaneció en Mendoza con su hija Mercedes, arreglando sus
finanzas, hasta que partió con ella a Europa el 4 de mayo, en el navío francés “Le
Bayonnais”. Durante ese año viajó con su amigo lord Fife por Escocia y el sur de
Europa.
A fines de 1824 se instaló en Bruselas con su hija para cuidar de su educación.
Su vida allí fue muy sencilla y austera. El general Miller lo describe viviendo en
una pensión de arrabal, “obligado a andar a pie todos los días más de una milla
para comer a la mesa redonda de un café a que estaba abonado”. En cartas a
su amigo y confidente Tomás Guido le cuenta: “Vivo en una casita de campo tres
cuadras de la ciudad con mi hermano Justo; ocupo mis mañanas en la cultura de
un pequeño jardín y en mi taller de carpintería...”.
Hasta Bruselas llegó a presentarle sus respetos y procurar su regreso al
Perú, el coronel peruano Juan Manuel lturregui, quien dejó un informe de sus
conversaciones que confirman los conceptos de la carta Lafond y las causas que
le decidieron a salir del Perú, expresadas más íntimamente a su ayudante, amigo
y confidente Tomás Guido.
¿Y CóMO ERA ÉL?
Veamos algunas descripciones de quienes lo conocieron:
W.G.D. Worthinqton, norteamericano, que conversó con él minutos antes de la
batalla de Maipú: “hombre bien proporcionado, ni muy robusto ni tampoco delgado,
más bien enjuto; su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo negro
y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquileña, el
mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren un expresión singularmente simpática.
Tiene maneras distinguidas y cultas y la réplica tan viva como el pensamiento. Es
valiente, desprendido en cuestiones de dinero, sobrio en el comer y beber. Es
sencillo y enemigo de la ostentación en el vestir, decididamente retraído y no le
tienta la pompa ni el fasto”.
El capitán de navío Basilio Hall, que lo conoció al tomar posesión de Lima: “A
primera vista había poco que llamara la atención, pero cuando se puso de pie y
empezó a hablar, su superioridad fue evidente. Nos recibió muy sencillamente
en cubierta, vestido con un sobretodo suelto y gran gorra de pieles... Es hombre
hermoso, alto, erguido, bien proporcionado, con nariz aguileña, abundante
cabello negro y espesas patillas oscuras que se extienden de oreja a oreja por
debajo del mentón; su color era aceitunado oscuro y los ojos, que son grandes,
prominentes y penetrantes, negros como azabache, siendo todo su aspecto
completamente militar. Es sumamente cortés y sencillo, sin afectación en sus
maneras, excesivamente cordial e insinuante y poseído evidentemente de
gran bondad de carácter; en suma, nunca he visto persona cuyo trato seductor
fuese más irresistible. En la conversación abordaba inmediatamente los tópicos
sustanciales, desdeñando perder el tiempo en detalles; escuchaba atentamente y
respondía con claridad y elegancia en el lenguaje, mostrando admirables recursos
en la argumentación y facilísima abundancia de conocimientos...
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R evista L ibertador O’ higgins
María Graham registró en su Diario sus impresiones al conocerlo en Valparaíso,
recién llegado de su abdicación:...”Y junto con el anuncio entró Zenteno,
acompañado de un hombre muy alto y de buena figura, sencillamente vestido de
negro, a quien me presentó como el General San Martín... Los ojos de San Martín
tienen una peculiaridad que había visto una sola vez, en una célebre dama. Son
obscuros y bellos pero inquietos; nunca se fijan en un objeto más que un instante,
pero en este momento expresan mil cosas. Su rostro es verdaderamente hermoso,
animado, inteligente, pero no es franco. Su rápida manera de expresarse suele
adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y
refranes. Conversa con gran fluidez y discurre sobre cualquier materia... Sus
modales son en verdad muy finos, y elegantes su persona y actitudes y no vacilo
en creer lo que he oído acerca de que en un salón de baile pocos hay que le
aventajen... Su bella figura, sus aires de superioridad y esa suavidad de modales
a que debe principalmente la autoridad que durante tanto tiempo ha ejercido le
procuran muy positivas ventajas... Comprende el inglés y habla mediocremente el
francés y no conozco otra persona con quien pueda pasarse más agradablemente
una media hora, pero su falta de sinceridad y de corazón que se revelan aún en un
rato de charla cierran las puertas a toda intimidad y, mucho más, a la amistad...”.
Otras opiniones menos amables registró la escritora, quizás veraces captando
!as secuelas psicológicas de la reciente abdicación o quizás sesgadas por su
devota adhesión a Cochrane, definitivamente enemistado con San Martín.
SAN MARTÍN OTRA VEZ EN AMÉRICA
En diciembre de 1827, elegido presidente de Argentina don Vicente López
y Planes, San Martín le escribe ofreciendo sus servicios en la guerra contra el
imperio de Brasil. El 21 de noviembre de 1828 se embarcó en el paquebote
“The Countess of Chichester” con el nombre de José Matorras, llegando a
Río de Janeiro en enero de 1829. De allí viajó al Río de la Plata, pero, al llegar
encontró de nuevo a su patria revuelta. Don Vicente López había renunciado,
Manuel Dorrego, elegido gobernador de Buenos Aires y firmada la paz con Brasil
había sido fusilado por tropas de Lavalle... El 6 de febrero, estando en la rada
de Buenos Aires, San Martín no quiso ya desembarcar para no tener que tomar
partido en la guerra fratricida. Desembarcó en Montevideo y esperó la próxima
salida del paquebote a Falmouth.
GRAND BOURG Y EL MARQUÉS DE LAS MARISMAS DE GUADALVIQUIR
El 14 de mayo de 1829 embarcó de vuelta a Inglaterra, siguiendo después a
Bruselas para ocuparse de su hija. Su vida no era lo retraída que puede suponerse.
No sólo era conocido en círculos políticos sino también sociales en la ciudad. En
1830 se produjo la revolución belga para independizarse de Holanda. En Bruselas
los patriotas belgas ofrecieron a San Martín el mando del ejército, pero éste se
rehusó invocando las leyes de hospitalidad y su calidad de extranjero.
Ese mismo 1830, la Revolución en Francia puso fin a la dinastía borbónica e
instauró la república de Orleáns, permitiéndole trasladar su residencia a París,
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E dición conmemorativa del B icentenario
como lo deseaba desde un principio. Con su hija Mercedes vivía pobremente
en esa época, con distanciadas remesas de sueldos atrasados desde América
más los pesos que le quedaban de la venta de la casa donada por el Congreso
argentino por la victoria de Maipú. Él y su hija fueron atacados por el cólera en
1831. Entonces creyó que su destino sería ir a morir en un hospital. Por esa
época se encontró con Alejandro María de Aguado, amigo y compañero de armas
en el ejército español, convertido en Marqués de las Marismas de Guadalquivir,
rico y poderoso banquero, quien vino en su auxilio y lo salvó de ir al hospital
rescatándolo de sus penurias económicas. En diciembre de 1832 su hija casó
con Mariano Balcarce, hijo del general Antonio Balcarce, amigo de San Martín,
vencedor de Suipacha, guerrero en la Independencia de Chile. Bajos los auspicios
de Aguado, el matrimonio se dirigió a Buenos Aires con un negocio. San Martín no
quiso acompañarlos y quedó viviendo solo durante todo 1833. Entonces Aguado
le habilitó para adquirir la pequeña residencia de campo en Grand Bourg, a orillas
del Sena en abril de 1834. A la otra orilla, el Marqués tenía su Chateau du Petit
Bourg, residencia de campo que hizo unir con la de San Martín por medio de un
puente. En 1836 volvieron su hija y yerno a vivir con él en Grand Bourg, trayéndole
una nieta. En el mismo año nació otra. En adelante su vida transcurrió apacible y
sin preocupaciones de orden material, siguiendo los acontecimientos de América
y su patria. El dictador Rozas de Argentina le dispensó grandes consideraciones
y honores. Una ley del Congreso de Chile dispuso que se le considerara toda
su vida como general activo en el ejército y se le abonara su sueldo íntegro aún
cuando residiera fuera del territorio de la República. En 1842 falleció Aguado,
nombrándole albacea de la sucesión y tutor de sus hijos, lo que vino a mejorar
más aún su situación. Ya no podría decirse en adelante que vivía en pobreza
vergonzante, olvidado de todos o víctima de indiferencia pública.
BOULOGNE-SUR-MER:
“LA TEMPESTAD QUE LLEVA LA NAVE AL PUERTO”
En marzo de 1848 se mudó a Bologne-Sur-Mer, ciudad de 30.000 habitantes
en la costa norte de Francia, a vivir como huésped en un piso arrendado de
la casona de la Gran Rue número 105, entonces de propiedad de don Alfredo
Gérard, abogado y director de la biblioteca del pueblo. Allí vivió sus últimos días
rodeado de sus seres queridos. Impedido de escribir y leer por sus cataratas y con
recaídas del cólera, sus familiares le leían y atendían el dictado de sus escritos.
Además seguía conectado al mundo por amigos y admiradores que le visitaban
queriendo ver en vida a esa leyenda, pero eran los últimos meses de su vida. El
17 de agosto de 1850, a las 2 de la tarde, falleció. “Mariano, a mi cuarto”... fueron
sus últimas palabras a su yerno, para evitar que su hija le viera morir. A ella, días
antes, en su crisis de 13 de febrero le había adelantado el fin en un susurro: “C’est
I’orage qui mène au port”, “Es la tempestad que lleva la nave hacia el puerto”.
RESCATE DEL OLVIDO Y SU PRIMERA ESTATUA
La primera obra seriamente escrita sobre San Martín es “El general Don José
de San Martín”, de Benjamín Vicuña Mackenna, cuya primera edición apareció el
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R evista L ibertador O’ higgins
5 de abril de 1860. Antes habían aparecido numerosos trabajos, entre ellos los del
peruano García del Río, y de los argentinos Alberdi, lrigoyen y Sarmiento, pero se
trataba de artículos encomiásticos, semblanzas y, en general, escritos literarios
más que historiográficos. Vicuña Mackenna presenta su trabajo de manera
científica, aplicando las reglas de la hermenéutica y acudiendo a abundante
documentación probatoria, la más valiosa de ellas el propio archivo de San
Martín, guardado por su yerno Mariano Balcarce, quien lo pone a su disposición
sin reservas. Veinte años más tarde lo ofrecerá al más eminente historiador del
General San Martín, General Bartolomé Mitre, quien dice: “El brillante historiador
don Benjamín Vicuña Mackenna, puede decirse, es el primer revelador de la gloria
de San Martín, aclamándolo ante América como El Gran Criollo, desenterrando
los documentos que comprueban sus “títulos de inmortalidad”.
En el prólogo del libro, Vicuña Mackenna explica que “estando este folleto
destinado a ser distribuido al día de la inauguración de la estatua del héroe
asumiremos un estilo simple y conciso” y reclama la indulgencia del lector “pues,
para dar a luz este folleto, hemos tomado la pluma casi en la víspera de la fiesta
nacional en que debe ser dado al público”.
La fiesta racional mencionada es la inauguración en Santiago del primer
monumento ecuestre que se fundó del Libertador de Chile. Copia de él se fundó
después por encargo del general Mitre para ser instalado en Buenos Aires, con
más prisa que acá pues fue inaugurada el 13 de julio de 1862. Ambos son obras
del mismo escultor francés Daumas, pero se diferencian en que, en el de Chile,
el Libertador tiene en su brazo derecho la oriflama de la libertad, tan pesada
que se requirió alargar la cola del caballo para que, afirmado al piso por ella, se
mantenga en pie en un país con tantos temblores. En Buenos Aires, en cambio, el
brazo extendido de San Martín se equilibra perfectamente con la cola del caballo
llameando al viento, en un cuadro de gran belleza.
San Martín se había ganado temprano y para siempre la gratitud de los
chilenos. De aquí partió el reconocimiento universal a su genio militar, a su obra
libertadora, a la grandeza de su renuncia y a su condición de gran americano por
sobre las nacionalidades que contribuyó a forjar.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
“Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”, Bartolomé Mitre,
Ediciones Peuser, Argentina, 1952.
“San Martín”, General Nicolás Accame, Documento para la Enciclopedia Militar
Americana, Colección Conductores, Editorial Inter Americana, 1944.
“El Libertador Cabalga”, Agustín Pérez Pardella, Editorial Planeta, abril de
1997.
“San Martín Vivo”, José Luis Busaniche, EMECE Editores, 1950.
“El General Don José de San Martín”, Benjamín Vicuña Mackenna, 1863,
reedición Editorial Fco. de Aguirre, 1971.
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E dición conmemorativa del B icentenario
“Carrera, O’Higgins y San Martín”, Ricardo Cox, Corporación de Estudios
Contemporáneos, 1979.
“Las ruinas del solar de San Martín”, Junta de Historia Numismática Americana,
Buenos Aires, 1923.
“San Martín y sus Enigmas”, José Miguel Irarrázabal, Edit. Nascimento. 1949.
“Diario de mi residencia en Chile”, María Graham, 1824, Reedición Editorial
Fco. de Aguirre, 1992.
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E dición conmemorativa del B icentenario
LA VERDAD SOBRE LA BATALLA DE CHACABUCO
Luis Valencia Avaria
I. INTRODUCCIÓN
Sin duda Chacabuco es una Batalla trascendente, porque abre realmente
las Campañas de la Independencia Americana; y no es cosa que lo digamos
nosotros: en el campo de batalla de Ayacucho, hasta hace algunos años, existía
un pequeño monumento elevado por los Rotarios en que señalaban cinco batallas
claves de la Independencia Americana. La primera de éstas era Chacabuco.
Sobre Chacabuco se ha escrito mucho, porque es uno de los episodios de la
Independencia que ha suscitado más controversias y una mayor literatura. Muchos
de sus actores dejaron escritos sus recuerdos, y así los oficiales argentinos que
participaron, cada uno se autocalificó como que dio el paso a la victoria pese
a que algunos escribieron a treinta años de distancia del acontecimiento y algo
olvidaron; hubo quienes la trasladaron de sitio, hubo otro, que es el más conocido
entre los escritores argentinos: el General Gerónimo Espejo, que entonces
era un muchacho de quince o dieciséis años, Cadete que venia en uno de los
Regimientos, estaba lejos del campo, porque a los Cadetes no se les Llevaba
a la batalla, la presenció, como dice él mismo, desde la distancia; todos los
documentos que guardó para escribir su Memoria se le extraviaron, de modo que
lo que escribió fue exclusivamente en base a sus recuerdos, cuando ya tenía
alrededor de setenta años, por lo que cometió muchos errores. Vio al General
José de San Martín en la Batalla. Sí, San Martín estuvo en el campo de batalla,
pero realmente ¿qué ocurrió? ¡Ya lo vamos a explicar!
La Historia en general, la Historia clásica, la de Bartolomé Mitre, Diego Barros
Arana y Benjamín Vicuña Mackenna conocieron de Chacabuco a través de las
Memorias de estos oficiales y otros datos que pudieron acumular; pero todo ello
quedó borrado casi de un plumazo cuando en 1930 Guillermo Feliú Cruz publicó
en la Colección de Historiadores y de Documentos Relativos de la Independencia
de Chile, el Proceso seguido en Lima a los Oficiales Realistas derrotados en
Chacabuco, el cual era desconocido; ninguno de nuestros Historiadores clásicos
lo había visto. Tiene el mérito este Proceso, que las dos principales que contiene
son del General Rafael Maroto y del Coronel Antonio de Quintanilla, quienes
tenían muy frescos los recuerdos de la Batalla, pues este Proceso se llevó en
Lima al mes siguiente de ella.
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Todos los demás relatos son de actores por el lado Patriota, son de años
posteriores, de suerte que sus recuerdos pueden fallar en muchos aspectos. Hay,
sin embrago, un chileno que dejó unas Memorias a pedido de Diego Barros Arana
y de Miguel Luis Amunátegui, fue el General José María de la Cruz, que era el
ayudante que tuvo Bernardo O’Higgins en la Batalla, este hizo algunos recuerdos
en una Carta que se publicó por diversos autores y que luego reeditó en una edición
más cuidada Jaime Eyzaguirre. Lo notable que tiene la relación de Cruz es que
Coincide punto por punto, paso por paso, con lo que refieren Maroto y Quintanilla
en condiciones que Cruz no tuvo idea, no supo jamás que existió tal Proceso ni
conoció naturalmente a Maroto; sin embargo, la coincidencia es absoluta; lo que
va relatando Cruz y lo que va relatando, sobre todo Quintanilla, que es el más
preciso de los memorialistas españoles, quienes van contando exactamente lo
que ocurre con visiones distintas, si, porque no estaba en el campo mismo de la
Batalla, Cruz servía al lado de O’Higgins y el otro Quintanílla, estaba en la meseta
un poco elevada donde se instaló Maroto. Quintanilla tenía una visión perfecta
de todo el campo de batalla, como quien dice, está en un balcón y relata todo
lo que vio. Todos estos antecedentes no fueron conocidos por los Historiadores
mencionados, y lo de Cruz, particularmente, no lo tomaron muy en serio por lo
mismo que también lo escribió treinta años después; sin embargo, Cruz fue un
hombre de extraordinaria memoria, lo que fácilmente puede reconocerse leyendo
otros recuerdos suyos, referidos a otros acontecimientos, en que coincide con
otros memorialistas muy perfectamente.
Sólo otro Historiador, además de quien escribe este trabajo, utilizó el Proceso
seguido en Lima a los Oficiales realistas y fue Francisco Antonio Encina; pero don
Francisco Antonio no consideró a Cruz, lo ignoró y además cometió algo que es
explicable. Él conoció el Proceso cuando se publicó en el año 30 y escribió su
Historia bastantes años después. Estuvo en Chacabuco y estudió el campo de
batalla en relación con la versión que hacen Quintanilla y Maroto, pero lo hizo
en los años treinta, escribió lo que observó muchos años después y recorrió
nuevamente el terreno antes de hacerlo. Esto lo confundió. Sobre esta base he
establecido el estudio que entregó.
II. LA BATALLA DE CHACABUCO
El paso de la Cordillera fue una lucha personal entre Bernardo O’Higgins y
Miguel Estanislao Soler. Hay bastante documentación que prueba que Soler trató
en todo momento de aquél, pues venía con algún ánimo preconcebido en contra
de O’Higgins1, produciéndole inconvenientes; pero al fin, cuando ya se supo que el
primer contacto con los realistas, que fue del General Juan Gregorio de Las Heras
en Guardia Vieja, un poco más arriba de Río Blanco con un destacamento realista
y que luego las avanzadas de Soler, en un lugar llamado de Las Achupallas, se
encontraron también con otra pequeña guarnición realista. Las Heras capturó dos
Oficiales y más de sesenta soldados y Antonio Arcos, en Las Achupallas, puso
en fuga a otro destacamento realista. Estas noticias conmovieron a O’Higgins
tanto como a sus hombres y las comunicó a San Martín: “Han resonado las
1 Se sabe que en Argentina se había ligado en estrecha amistad con José Miguel de Carrera, émulo de Bernardo
O’Higgins.
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E dición conmemorativa del B icentenario
concavidades de estas cordilleras a los vivas. El gozo inspira nuevo aliento a mis
tropas y espero vencer todas las dificultades... Todo se hace con el mayor gusto
(aún) cuando fueran las comodidades mayores”.
El panorama era espléndido. “Avistamos las preciosas campiñas de Chile, dice
Casimiro AIbano, que no pudimos apreciar debidamente sino cuando volvimos a
ellas. El enemigo tenía razón en disputarlas, pero nosotros éramos sus naturales
dueños”. O’Higgins, animoso, comunicó a San Martín: “Voy a caminar llevando
bastante tropa a pie, pero, a pesar de esto, haré todo lo posible para avanzar
cuanto antes a Putaendo. El Presbítero Casimiro Albano queda en este punto
para dar a V.E. una razón individual de los víveres que quedan a esta División
para tres días”. Inició el descenso final por una topografía escarpada que hace
ya cincuenta años modificó el Batallón de Zapadores Nº 2 del Ejército de Chile,
reemplazando el pésimo sendero original por “una magnífica vía, pareja, limpia,
uniforme en ancho y pendiente, sin peligros”. Pero los hombres de O’Higgins
marcharon intrépidamente por el sendero de entonces; muchos a pie, y en la tarde
del 6 llegaron a la guardia de Achupallas. Apremiado por Soler, que se disponía
a entrar en San Felipe, aceleró al día siguiente su marcha y alcanzó hasta Los
Potreros de Viña. Sólo había llegado a Putaendo y Mariano Necochea, con gran
esfuerzo, logró montar en los mejores caballos un destacamento de poco más
de cien hombres y avanzó a Las Coimas, donde derrotó a una fuerte división
peninsular.
Queda libre San Felipe al Ejército de los Andes; el día 8 dejó O’Higgins Los
Potreros de Vicuña y entró a la capital de Aconcagua, detrás suyo lo hizo San
Martín. Las Heras, por su parte, entró también ese día a Los Andes. Quedó
así dominado el Valle de Aconcagua, y su población, entusiasmada, recibió,
alborozada a los soldados, obsequiándolos con generosidad.
La proeza del cruce de los Andes convenció a Europa y al mundo que la
Revolución Americana no era obra de una montonera insurgente, pues Camilo
Henríquez solía referir que en el Congreso Norteamericano un representante
puso en duda la hazaña de San Martín: “¿Cómo ha de haber pasado los Andes
cuando Potosí está ocupado por los realistas y se halla en el camino?”
Santiago se conmovió. Cuenta en sus Recuerdos del Pasado Vicente Pérez
Rosales que, un mes antes, en la casa llamada de los Carrera, Felipe Santiago del
Solar –su padrastro– paseábase inquieto y preocupado por el salón, deteniéndose
frecuentemente en las ventanas para mirar a la calle. Era la hora de la siesta y
del silencio en la pueblerina capital; pero, anunciando a voces su mercadería,
atravesó el patio un andrajoso vendedor de gallinas. Solar, al oírle “hizo a mi
madre señas para que me entretuviese y, saliendo precipitado de la sala, ordenó
a un sirviente cargase con las aves” y en seguida, tomando del brazo al vendedor,
lo llevó hasta su pieza escritorio. El memorialista, entonces un niño, agrega que
su madre se negó a satisfacer su curiosidad, pero años después le descubrió
el misterio enseñándole “un pequeño cuadrito de papel” que conservaba dentro
de las hojas de su libro de autógrafos. En él se leía: “15 de enero hermanos...”.
Remito por Los Patos 4.000 pesos fuertes. Dentro de un mes estará con ustedes
el hermano José”.
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La visita del extraño vendedor cambió la vida en la casona y también en la
ciudad. Esa noche hubo visitas y conversaciones medrosas, pero vehementes, “vi
más radiante de contento la fisonomía de mi padre”. Las calles de Santiago, pocos
días después, observaron un movimiento inusitado de mensajeros a caballo que
salían de Palacio o llegaban a él y se hablaba de Batallones que venían, que se
volvían o fraccionaban en destacamentos destinados a puntos cordilleranos. Así:
“Llegó el día 11 de febrero y con él tanto toque de cajas (tambores) y de cometas, tantas
carreras de caballos por la ciudad, al propio tiempo que se veían salir apresuradas
por la Cañadilla (hoy avenida Independencia) las pocas tropas que aún quedaban en
Santiago, que este pueblo parecía campamento que, sorprendido, se levanta a rebato.
Ansiedad, temor y esperanza había en los corazones y circulaban las versiones más
contradictorias, sobre la fuerza de invasión. Después de las oraciones, cerradas o
vigiladas las puertas de calle en previsión de desmanes, alternáronse largos momentos
de silencio con el ruido de ocasionales patrullas al galope lanzadas contra insurgentes
impacientes que gritaban ya: ¡Viva la Patria! Volvían, ella y la Libertad. O’Higgins,
quien nunca entró a las batallas sin antes acercarse a su madre para imponerla de
sus afanes, inquietudes y anhelos, le escribió desde San Felipe. Doña María Isabel,
orgullosa de su hijo, enseñó la Carta a sus conocidos, como fue su costumbre. Uno
de éstos, presumiblemente el Cura y Vicario de Mendoza, en el Diario en que registró
los acontecimientos de esos días, apuntó: Con fecha del 9 es escrita la... de O’Higgins
a su casa, que da noticias de Heras y en este día dice está reunido el Ejército en San
Felipe..., y que en aquella hora, que eran las 7 de la mañana, empezaba a caminar
sobre (Santiago de) Chile, y que según las noticias adquiridas alli y el desmayo del
enemigo, serían muy en breve dueños de Chile, que los mismos vecinos del valle
les han proporcionado auxilios que jamás esperaron, que es mucho el entusiasmo
de aquellas gentes y mucho el número de vecinos y gauchos (por huasos) que se les
presentan a ayudarlos”2.
Cruzando el río Aconcagua, el valle se extendió risueño y amable a las tropas
que, bordea el estero de Pocuro y después de recorrer 15 kilómetros hacia el Sur,
levantaron su campamento frente a la boca de la quebrada por donde hoy baja
el camino internacional (carretera 57) y era entonces también el terminal Norte
de la llamada Cuesta Vieja. El Ejército vivaqueó aquí casi tres días, teniendo a
sus espaldas un morrito que se alza solitario en ese rincón del valle y se conoce
como el cerro de La Monja (857 m). Los caballos fueron echados a terrenos de
propietarios muy modestos, pero el Gobierno que habría de entronizarse fue
consecuente con ellos. “Aquellos pobres –informó después el Gobernador de Los
Andes a San Martín– cuyas chácaras taló la caballada del Ejército cuando pasó en
la Hacienda del Castillo, antes de surgir la Cuesta de Chacabuco, no han cesado
de repetir contínuamente por su abono, habiendo entendido que así lo prometió
V.E. cuando partió”. Llamáronse Juan Basaure, Eugenio y Estanislao Tapia,
Nicolás Muñoz y Juan Carvacho, y todos fueron satisfechos con cien pesos3.
La serranía que se alzaba delante del Ejército habría sido un punto estratégico
bien elegido por el mando realista, si lo hubiera aprovechado. En los días de
2 Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo. Editorial Penser, Buenos Aires, 1960, Tomo XVI, Primera
Serie, pág. 14320.
3 Archivo Nacional de Chile: Archivo de don Bernardo O’Higgins. Editorial Universitaria, Santiago de Chile,
1962, Primer Apéndice, pág. 225.
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Rancagua y cuando Buenos Aires consideraba el envío de auxilios militares a
Chile, temiéndose entonces un desembarco de tropas virreinales en Valparaíso
que pusieran cerco a la Capital, Marcos Balcarse informó a su Gobierno:
“Tienen en la carrera de los Andes a Santiago el punto fuerte de la Cuesta de
Chacabuco, que puede ser defendido con muy poca gente y, si la ocupan, ya dejan
cortadas las comunicaciones con esto. No obstante, una división gruesa podría
empeñarse en entrar a todo trance”4.
San Martín no lo ignoró –Balcarse hallábase con él en Mendoza cuando remitió
esta Nota– y operó con precauciones, Años después, respondiendo al cuestionario
del General John Miller, explicó su retraso de esos días: “El 10 por la tarde (hice)
un reconocimiento... sin poder formarme una idea exacta de las fuerzas enemigas
en razón de la inmensa elevación que ocupaban”. Este promontorio al fondo de
la larga y estrecha quebrada que cae al valle y que se abre camino por dentro de
los cerros escarpados corresponde a la elevación máxima de la sierra y recibe
el nombre de cerro La Ñipa Grande (1.462 m). En su cumbre, que encimaba el
Camino Real –entonces sólo una huella de troperos que buscaba su ascenso en
zig-zag. y que las autoridades mantenían con arreglos superficiales–, dominaba
el paso un pelotón realista. “El 9 por la mañana –informó QuintaniIla al Virrey al
mes siguiente–, se destacaron una Compañía de Infantería y 25 Carabineros en
la altura de la Cuesta... El día 10 se reforzó la avanzada con otra compañía más
de infantería”.
San Martín tomó de inmediato la ofensiva. “El Ejército –explicó a John
Millerno tenía más que dos– piezas de a 2 (en realidad eran nueve las piezas)...
La caballada estaba en malísimo estado... no creí oportuno atacar al enemigo
hasta recibir la artillería los cañones “de batalla” que sólo –el 17 ó 18 llegaron a
Juncalillo– y remontar la caballería”. Pero recibió avisos –entre otros el de justo
Estay, el famoso baqueano chileno de su confianza– que la concentración realista
sería más poderosa en la tarde del 12, porque a marcha forzada venían algunos
batallones del Sur. “No dudé del partido que debía tomar atacando al enemigo
antes que verificasen la reunión”... Afortunadamente, una hora antes de romper la
marcha hacia el enemigo, llegaron 500 caballos de refresco.
Ya en la tarde, había expedido la siguiente orden: “El Ejército se formará esta
noche a las 12 y cuidarán los jefes de las respectivas divisiones de municionar
su tropa con 60 cartuchos a bala por hombre, sin permitir que ninguno lleve
sus mochilas... Ocurrirán los cuerpos por ración de aguardiente para distribuirlo
aguado antes de marchar”. Esa misma noche se resolvió el “dispositivo de ataque”
que, naturalmente, sólo se refiere al asalto de la posición que veían ocupada por
los Realistas en el cerro de La Ñipa. El Ejército rompería la marcha a las 2 de la
mañana, encabezado por Soler al mando de la Primera División con unos dos
mil doscientos hombres –mil cien de Caballería, novecientos de Infantería y 7
piezas con doscientos artilleros, aproximadamente– seguido por O’Higgins con la
Segunda División al frente de mil ochocientos: trescientos veinte de Caballería,
4 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina: Diplomacia de la Revolución. Chile. Editorial Peuser,
Buenos Aires, 1963, Tomo IV, pág. 321.
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sesenta de Artillería con, 2 piezas5 y unos mil cuatrocientos infantes. Juntos
entrarían por la quebrada hasta el punto que denominaron Manantiales y que
corresponde a la otra quebrada, la de Los Indios, que penetrados unos kilómetros,
se abre perpendicular a la derecha, En este lugar, donde caen algunos arroyuelos
del cordón inmediato, mantenían de avanzada una Compañía de Cazadores y
era el punto donde ambas Divisiones se separarían.
La de Soler seguiría su marcha cargándose a la derecha, por senderos
preferidos por algunos prácticos que ascendían bordeando los cerros, con un
recorrido mayor pero menos abrupto, para asaltar la posición realista por su
flanco izquierdo. La de O’Higgins, dividiendo su vanguardia en dos, avanzaría
con una parte por el Camino Real y con otra por los faldeos de los Cerros de
la izquierda. Al acercarse a su objetivo, las vanguardias de una y otra división
se dispersarían en guerrillas que debían contactar a ambas. El “dispositivo”, que
hemos reseñado en términos vulgares, concluía: “Las circunstancias y el terreno
decidirán el resto”.
Entretanto, en Santiago, Francisco Casimiro Marcó del Pont había entregado
el Comando General al Brigadier Rafael Maroto, quien sólo pudo reunir un total
de mil quinientos hombres con 2 cañones. Llegó éste a las casas de Chacabuco,
donde hallábanse los derrotados de Las Coimas, a mediados del 11 al 12 de
febrero. Al amanecer se dirigió a reconocer la posición de la avanzada en La Ñipa,
acompañado de Ildefonso Elorreaga, Miguel Marquelli, Antonio de Quintanilla
y Ángel Calvo. El Brigadier español desde la altura miró con su anteojo por el
cañadón tratando de ubicar el campo Patriota, pero sólo pudo ver a dos hombres
que jugaban con sus sables en la avanzada. Volviéndose donde el jefe de la
suya, Capitán Juan Mijares, le instruyó que destacase centinelas adelantados.
“Dile la más estrecha orden –agrega– para que a todo costo sostuviese aquel
punto... y que sólo pudiese verificar su retirada al verse con el tercio de la gente”.
Vuelto Maroto a las casas, donde llegó alrededor de las 9 de la mañana, remitió
un propio a Marcó del Pont reclamándole la artillería y los refuerzos prometidos y
luego recibió un parte de Mijares: “Tenemos al enemigo muy próximo en número
de 500 a 600 hombres, caballería e infantería, que nos amenazan por dos puntos
y dentro de pocos momentos romperemos el fuego”. Le contestó insistiendo en
que mantuviese la posición y se puso en marcha de inmediato con sus fuerzas,
adelantando a Quintanilla con la caballería a sostenerle, cuando a éste le faltaban
“unas doce cuadras de la altura” descubrió que Mijares bajaba “sin disparar un
tiro..., al mismo tiempo que el enemigo asomó en ella”.
El Brigadier español, quien seguía el Camino Real (que en esa parte se
ajusta al trazado de la Carretera actual que sube a la boca Sur del túnel, abierto
precisamente en el cerro La Ñipa) alcanzaba ya el lugar donde iniciábase la
Cuesta. Cuando conoció el aviso de la ocupación de la cima por los patriotas, dio
orden ahora a Quintanilla de proteger la retirada de Mijares y se dispuso a resistir,
retrocediendo a los faldeos del Cerro Quemado (874 mts.) que recién había dejado
atrás pasando por su costado, para establecer su línea en la meseta de poca
gradiente que hace su faldeo norte. Desde este lugar, donde se conserva todavía
5 Estas piezas se desbarrancaron, quedando fuera de servicio. La División de O’Higgins entró en combate sin
artillería (N. de la R.).
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la base de la pirámide que O’Higgins ordenara levantar y que no se construyó,
Maroto tuvo una visión sin obstáculos, salvo por los matorrales diseminados en la
extensión del pequeño valle en que formarían los Batallones que lo arrollarían.
José María de la Cruz, quien dijimos sirvió como Ayudante de O’Higgins,
refirió el asalto a La Ñipa con detalles que ilustran este preliminar de la Batalla.
“San Martín, dice, después que Soler se separó para tomar su camino, detuvo la
División de O’Higgins unas cuadras antes del punto en que iniciábase la Cuesta.
Pasando un rato, que se empleó en el reconocimiento (apuntaba la aurora)
dispuso O’Higgins que el Comandante Ambrosio Cramer con el Batallón Nº8
amagase el frente, marchando por el faldeo opuesto de la quebrada por donde
subía el Camino Real y, para reconocer en sus vueltas, destacó una guerrilla de
Caballería, la que habiendo parado su marcha dos veces sin haber sido detenida
por el enemigo, me ordenó tomase su mando y que subiese hasta donde se me
disputase el paso. El enemigo, aunque había dispersado como cien tiradores sobre
la colina por cuya falda escabrosa subía el 8 y como veinte y tantos por la subida
del camino, emprendió su retirada sin disputar la subida. Cuando llegué a la cima,
estas fuerzas que eran como 80 ó 100 hombres se retiraban por el camino, y con
30 cazadores lo verificaban por la cuesta de la serranía, sin duda para proteger
su flanco derecho e incomodar el nuestro, si lo seguíamos. Descendí a dar este
parte a O’Higgins, y el General San Martín, que llegó en esos momentos, dio la
orden que subiese el Batallón N°7 con un Escuadrón de Caballería y que siguiese
la Artillería, y ambos Generales lo hicieron adelante.
Cuando llegaron arriba, la División de la derecha (la de Soler traía un recorrido
más largo) habría vencido a lo más la mitad del camino del todo y el enemigo aún
no había acabado de bajar y se veía el resto de su Ejército avanzar por el llano
inmediato a las casas.
San Martín destacó una Compañía de Caballería para observar la retirada
de la avanzada de Mijares y poco después díjole O’Higgins que sería mejor
(le permitiese) que les siguiese con su División, picándole la retaguardia para
entretenerlo.
Bien, mi General, le contestó, pero de ningún modo comprometa la acción,
pues la derecha (Soler) viene lejos.
Al acabar de bajar O’Higgins, la Caballería suya empezaba un tiroteo con
la retaguardia de Mijares (según, creyó Cruz) y como la Infantería (Patriota) se
hallaba en el desfiladero (la quebrada de La Ñipa), para sacarla de él dispuso
avanzar con prontitud. Como no se encontrase un terreno aparente para desplegar
hubo de seguir la marcha hasta encontrarlo (salió por el portezuela de las Tórtolas
Cuyanas) que fue ya bajo los fuegos de la Artillería enemiga.
Delante suyo se extendía el pequeño valle que le separaba de Maroto,
estrecho, de unos 1.200 metros de largo y unos 600 de ancho, contenido a la
izquierda por dos eminencias, los cerros Los Halcones (1.029 mts.) y Guanaco
(924 mts.) y a la derecha por el estero o riachuelo de Santa Margarita, hundido
en una quebrada de taludes escarpados, que corre de Norte a Sur a unos cuatro
metros de profundidad con respecto al vallecito y con un ancho de diez a doce
metros. El pequeño valle es de lomas suaves con depresiones que, miradas desde
243
R evista L ibertador O’ higgins
el punto en que se hallaba, parecían nada profundas. Cerrándole a su frente en
el faldeo del cerro Quemado, con su derecha en El Guanaco, que surge a su
lado, y su izquierda inmediata sobre el Camino Real, junto al zanjón, pudo ver las
posiciones realistas. No advirtió O’Higgins, porque la naturaleza del terreno y los
matorrales le impedían ver, que delante de la meseta en que Maroto formaba su
línea, lo que aparentaba ser planicie suave en ascenso hasta ella estaba cortada
transversalmente por una barranca profunda que permite el paso a un arroyuelo
que viene del Guanaco, que ya había detenido a los Granaderos. No parece,
tampoco, que éstos se lo comunicaran.
“El Regimiento de Talaveras, dice Quintanilla, en columnas cerrada, estaba a la
derecha, apoyando este costado en una altura (El Guanaco), el de Chiloé en la misma
formación más a la izquierda y a la retaguardia como cien Húsares. Los Carabineros
en el centro cubrian el Camino Real con la formación de columnas por Compañías,
que no daba más el terreno. La tropa de Valdivia con el Coronel Elorreaga pasó por
la izquierda (salvando el zanjón de Santa Margarita) a posesionarse de una altura (el
Chingue, 941 mts., y muy empinado); las dos piezas de artillería, avanzadas, cubrían
perfectamente al enemigo”.
En el momento en que O’Higgins entró al valle para desplegar su fuerza y
esperar en buen pie a la División de Soler, los realistas ejecutaban una maniobra
que él mismo recientemente había realizado. “Las Compañías de Cazadores, de
Talaveras y Chiloé –dice Quintanilla– se avanzaron por el costado derecho en
guerrilla, al mismo tiempo que una de Carabineros por el frente de éstos salió en
tiradores”. Este movimiento podía preceder a un ataque, A este tiempo O’Higgins
había formado ya su línea, “su infantería en columna cerrada, apunta Quintanilla, y
la caballería en dos columnas” y como declararon luego los Granaderos a Caballo,
ocupando ellos “el espacio entre el cerro de nuestra izquierda (Los Halcones) y
el otro en que apoyaba su derecha el enemigo” (Guanaco). Para resguardarse
realizó O’Higgins una maniobra usual que Cruz llama “destacó una cuarta”6, en
lo que coincide con Quintanilla, quien confirma que los patriotas guardaron sus
flancos “con igual número de tropa en guerrilla”. El Brigadier chileno ya no podía
retroceder, porque habría quebrado su línea e introducido el desconcierto en sus
filas. Pero tampoco podía sostenerse indefinidamente en esa posición.
Soler no se presentaba. El recorrido que su División debió cumplir fue
ciertamente más largo, pero más cómodo que el de O’Higgins. Obedecía a
senderos abiertos en busca de alturas menores y repechadas menos violentas
y corresponde aproximadamente a lo que hoy conocemos como la Cuesta Vieja,
con curvas y vueltas más tolerantes y no tan agotadoras como las del Camino
Real, éste siempre en ascensión brusca hacia cumbres más altas. Si hubiere
marchado normalmente, debió presentarse con oportunidad al campo de batalla.
Pero se detuvo.
“En descanso estábamos –refiere Rudecindo Alvarado, Comandante del
Batallón Nº 11 en su División– cuando oímos el fuego nutrido en la montaña a
nuestra izquierda7.
6 Cuarta: unidad antigua, correspondía a un cuarto de una Compañía.
7 Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo, cit., Tomo II, pág. 1947.
244
E dición conmemorativa del B icentenario
O’Higgins no descansó, Soler lo hizo, no sólo cometió un error: faltó a su deber
y puso en jaque la victoria, su actitud fue violentamente vituperada en Buenos
Aires y lo enseña una Carta que O’Higgins recibió a los dos meses, de Jaime
Zudáñez: “Me ha sido muy doloroso saber, de un modo indudable, que el Brigadier
Soler se portó en la acción decisiva de Chacabuco con la más completa inequidad,
quedando en inacción con la mayor parte de nuestras tropas, que estaban a su
mando, en las circunstancias más apuradas, y que si contra órdenes no entra en
acción el valiente Necochea, nos exponemos a un contratiempo funesto”.
En el vallecito, destacadas las guerrillas, el fuego de fusilarla de éstas se
hizo parejo de una y otra parte, aunque no dañaba8. Pero, bruscamente, según
Quintanilla, sin orden de Maroto (el Brigadier español no la recuerda), “el batallón de
Chiloé se precipitó desordenadamente, haciendo fuego en pelotones y ocupando
la posición de nuestras guerrillas de infantería”. Los Granaderos concuerdan:
“Los enemigos en columna mal formada o pelotones quisieron avanzar por
nuestra izquierda”. Cruz, por su parte, refiere que esas tropas “pretendían tomar
un terreno algo quebrado e incomodar a nuestra caballería, por lo que O’Higgins
hizo salir otra guerrilla para que se interpusiese, produciéndose un tiroteo más
decidido y próximo. “La enemiga fue reforzada inmediatamente –sigue Cruz– y en
ese momento lo repetía Cramer: ‘General, carguémosle a la bayoneta’. ‘Y si no se
hace me llevan los diablos’, le contestó. Antes se le había callado”.
Fue el instante decisivo y los acontecimientos se precipitaron. La recomendación
de San Martín ya no podía tener validez desde que no era O’Higgins quien movió
al Chíloé. Trece años después, en una Carta a Juan Egaña que ha sido traída
muchas veces al tapete de la crítica, se dice que el patriota chileno contestó
un cargo que sus enemigos de entonces difundían empeñosamente: “Yo he
sido acusado de temerario por haberme arrojado a atacar con 700 bayonetas
más de tres tantos este número en los altos de Chacabuco, pero los que hacen
esa acusación son incapaces de juzgar mis motivos y sentimientos en aquella
ocasión. Ellos ignoraban el juramento que hice durante 36 horas de combate en
Rancagua: ellos no sabían los clamores y ruegos que diariamente ofrecía a los
cielos desde aquel día aciago hasta el 12 de febrero; ellos no eran sensibles a los
abrasadores sentimientos que me consumían”.
La frase, tocada de la moda épico-romántica de la época, nada dice. Es sólo el
desahogo dificultoso de un mal estilista y no la réplica de un viejo militar y acusa,
todavía, muy poca concentración volitiva para recordar en su integridad el hecho
que comenta, pues confunde las cifras y el lugar.
O’Hlggins, en verdad, no pretendió con ella levantar un cargo que se hacía a su
conducta, que lo habría logrado con conceptos más precisos, sino sólo sacudiese
de una cantinela más de las muchas que entonces utilizaban sus detractores y
le tenían hastiado. Por lo demás, no escribía a un militar sino a un intelectual
totalmente apartado de las prácticas castrenses, y por ello le habló en su idioma.
No eran momentos para inundar la mente con sentimientos, sino para la acción.
Con todo su ser puesto en el entrevero observó que los refuerzos realistas habían
progresado unas dos cuadras y que su guerrilla perdía terreno, replegándose
8 Los puntos de chispa de la época no eran eficaces a distancia mayores de doscientos metros.
245
R evista L ibertador O’ higgins
hacia la caballería. Fue la primera retirada patriota o contención de su ataque
de que habla Maroto9. “La situación era embarazosa”, refirió después San Martín
a Miller y le agregó que era imposible evitar el encuentro y que el “General
O’Higgins manifestó una bravura que jamás ha desmentido”10 O’Higgins –sigue
Cruz– “me previno diese la orden al Batallón Nº 7 que reforzase con una mitad (a
la guerrilla) y que tratasen de arrollar la contraria. Principió esto a suceder cuando
volví a unirme al General. El enemigo, vista la decisión de este ataque, sacó
como cien hombres de su cuadro, cuyos flancos se apoyaban en dos columnas
y cuando sacaba tropas de una de éstas para cubrir el claro abierto en aquél, le
dijo O’Higgins a Cramer “Ahora es tiempo. Si perdemos no encontrarán a quien
juzgar. Cruz, a la caballería, que cargue inmediatamente por nuestra derecha”.
Había entrevisto la coyuntura que le permitiría abrir un frente decisivo. Según
Cruz, parte de la Caballería contraria hallábase más atrás que su Infantería.
Era ésta un centenar de Húsares, según Quintanilla, pues sus Carabineros de
Abascal –un Batallón más poderoso– formaba sobre el Camino Real a la derecha
de O’Higgins.
“Cramer sin perder tiempo, pasó a ponerse a la cabeza de la columna de su
Batallón (el N° 8) y marchando de frente, seguido por el N° 7 hasta el pie de la
lomita (hoy algo rebajada para asentar el monumento conmemorativo) en que
había dejado al general, variando un tanto de dirección para trascenderla por su
pie, hizo romper el toque de ataque con la música, mandando calar bayoneta. La
caballería a ese tiempo recibía la orden de carga. Pero no lo hizo por la derecha
patriota. Y es que no sólo O’Higgins comprendió que los movimientos que
producía Maroto en su línea ofrecían la oportunidad deseada. San Martín también
lo entendió. “El señor General en Jefe –dicen los Granaderos en su exposición–
conoció la ocasión de acabarlos; vino precipitadamente y puesto a la cabeza
de los Escuadrones (eran dos, el 2 y el 3) nos mandó cargar”. No encabezó la
carga –el General en Jefe es un conductor superior y habría faltado a su deber
si lo hubiese hecho– sino que, llegado a la carrera y deteniéndose delante de los
escuadrones en formación los “mandó” a ese asalto. Pudo haber enviado a un
Ayudante a comunicar la orden, pero prefirió hacerlo personalmente.
Bartolomé Mitre no fue enteramente justo con el General de los Andes, o se
confundió. El Historiador y Político argentino, recogió informes verbales o escritos
de jefes tan inmediatos a estos sucesos como Juan Gregorio de Las Heras,
Miguel Estanislao Soler, José Matias Zapiola, Martín Escalada, John O’Brien
y una decena más y concluyó que San Martín no pudo entrar a la Batalla, ni
siquiera al punto de partida de los asaltantes. “Ya no era San Martín el sableador
de Arjonilla o de Bailén y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada fijando
de antemano el día y el sitio preciso, precisamente en ese mismo día estaba
aquejado de un ataque reumático-nervioso que apenas le permitía mantenerse
a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía”. O’Higgins lo confirma.
9 Últimos días de la Reconquista española. Proceso seguido de orden del Virrey del Perú a los Jefes y Oficiales
del Ejército Real derrotado en Chacabuco. En: Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la
Independencia de Chile. Dirección General de Talleres Fiscales. Taller de Imprenta, Santiago, 1930, Tomo
XXVIII, pág. 131.
10Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo, cit., Tomo II, pág. 1916.
246
E dición conmemorativa del B icentenario
En unos apuntes de John Thomas sobre la batalla, escritos sobre la base de la
confidencia del proscrito en Lima, se lee:
“No podemos omitir que por varios días antes, el General San Martín fue
azotado por un mal cruel y que le debilitaba, a cuyos efectos una mente común
habría sucumbido. Resistió virilmente mientras hubo una fuerza enemiga; pero,
liquidada ésta, desapareció el estímulo que le sostenía y los sufrimientos físicos
le dominaron por un largo período después de la batalla”.
Ni Cruz ni O’Higgins le vieron, tampoco los memorialistas argentinos. Los
acontecimientos de ese instante se sucedieron muy rápidos y todos estaban
demasiado atentos a lo propio para reparar en la presencia de un Oficial más
de los que se movían ante la Caballería formada. O’Higgins recordó después,
únicamente, que el Coronel O’Brien, uno de los Ayudantes del General en jefe,
se acercó cuando iba con la misión de buscar a Soler para que avanzara de
inmediato al entrevero, frente a los Granaderos, y dio la orden de que cargaran
la derecha de Maroto. Aunque confunde el lugar, José Melián recordó que “nos
mandó ir con ímpetu a la carga”. No estaba a retaguardia, como creyó Mitre, en
la “boca de la quebrada”, sino delante de la Caballería formada entre los cerros
Los Halcones y Guanaco. A cinco meses de estos sucesos, la exposición de los
Granaderos a caballo, que fue pública en Chile, no podía engañarse ni engañar.
Todo fue simultáneo. La Infantería patriota entró al ataque, pero ni O’Higgins
ni nadie advirtió la barranca que corta la planicie ascendente hacia el faldeo o
meseta donde hallábase Maroto. “El enemigo, continúa Cruz, que no había visto
el movimiento de nuestra infantería, sorprendido por este brusco ataque en el
momento de estar llenando su cuadro, mandó desplegar sus columnas cuyo
movimiento concluía cuando la (columna) de nuestra cabeza se hallaba como una
cuadra principiando a pasar un zanjoncito de agua”. Hallábanse prácticamente
debajo de la formación enemiga, a no más de cien metros y podían apreciarla
encima como en un balcón, en lo alto de la meseta. “Nos hicieron una descarga
cerrada que nos fue sumamente mortífera, desorganizándonos completamente el
8º que se dispersó por derecha e izquierda de la barranca, rompiendo sus fuegos
sobre la línea enemiga”. Se consideraba entonces que el ataque en columnas
cerradas reforzaba el valor individual del soldado, como un efecto del contacto
humano, además que impresionaba al enemigo, y como el fusil de la época no
era de precisión –no servía para hacer punteria a 50 metros–, el resultado del
disparo era muy relativo.
Relacionando la versión de Cruz con las de Moroto y Quintanilla, esta
desorganización de los patriotas fue la segunda que sufrieron en el curso de
la Batalla, pero se rehicieron de inmediato. “Las dos piezas de artillería, dice
Quintanilla, hicieron muy poco fuego, pero acertado, y lograron desordenar la
infantería enemiga; pero con la mayor prontitud volvió a su formación en tres
columnas”.
Operaron varias circunstancias coincidentes que permitieron la Reacción y la
Victoria. En el campo Realista, además que la descarga fusilera fue simultánea
y, por lo tanto, dejó un margen de tiempo suficiente para que su asaltante se
reorganizara (era largo el proceso de recarga de los fusiles de chispa), Maroto
efectuó una maniobra conveniente, cuando la inició antes de producirse el asalto,
247
R evista L ibertador O’ higgins
pero que resultó errónea al momento en que se cumplió y cuyo efecto deja
entrever la frase de Quintanilla sobre el “poco fuego” que hizo la Artillería. Sus
cañones no dispararon ahora; sólo lo hizo la Infantería. En el Proceso instaurado
al mes siguiente en Lima, Francisco Ruedas, “Comisario de Artillería Honorario
de Guerra” del Ejército Real, denunció insistentemente “que la acción se perdió
al momento en que dos cañones de Artillería que estaban al frente del enemigo
dispusieron pasarse al costado izquierdo de nuestra tropa”. Maroto los movió al
observar el avance de un cuerpo de Caballería que salvaba el zanjón de Santa
Margarita.
En la estrecha meseta en que se resolvía la victoria, los cientos de hombres
entreverados, que pugnaban por desalojarse mutuamente, la convirtieron en un
Infierno difícil de describir.
Cruz dice que al desordenarse el 8º, el 7º entró a ocupar su lugar y que Cramer
y O’Higgins, tomando su cabeza, lo condujeron en una carga a la bayoneta
apoyados por los disparos que desde la barranca hacían los soldados dispersos
del N° 8 y por las cargas simultáneas, por los flancos enemigos, de la Caballería,
la línea realista comenzaba a desgranarse en sus extremos cuando los negros
del N° 7 hallábanse “como a sesenta pasos” de sus adversarios. Sesenta pasos a
la carrera son segundos en el tiempo y las largas cuchillas de las bayonetas de la
época llegaron a las carnes de los aterrados chilotes. “O’Higgins y Cramer, insiste
Cruz, aquél a caballo y éste a pie, fueron siempre las cabezas del ataque”.
Cruz se remite a la tarea que cupo a la Infantería, porque marchó con ella.
Quintanilla, con un campo de vista más amplio por su ubicación en la meseta,
vio el conjunto. “La caballería enemiga, en dos columnas como 350 hombres
cada una, pasaron, la una por el costado derecho (de los Talaveras), al parecer
imposible por el declive del cerro (Guanaco), y la otra por el costado izquierdo,
de los Carabineros. La primera recibió un fuego graneado a quemarropa, pero
no detuvo la carrera; la segunda fue detenida por la Compañía de Lanceros de
mi cuerpo que la atacó de frente, causando bastante daño al enemigo; pero su
Infantería, que al momento marchó de frente sobre el Batallón de Chiloé, ya
desordenado, puso a éste en fuga, del mismo modo al Talaveras, y últimamente,
la caballería nuestra, pasó a retaguardia y se enredó con la enemiga”.
El desmoronamiento del Chiloé, que abrió la victoria, fue obra de la Infantería
de O’Higgins; la carga por el declive imposible, fue de los Granaderos que empeñó
San Martín; la que enfrentó a las lanzas de los Carabineros fue la de Mariano
Necochea, quien, viniendo de la División de Soler, salvó en ese momento el zanjón
junto al Camino Real, no pudo ser otro. Quintanilla fue siempre preciso para fijar
el número de hombres comprometidos en una acción y no eran setecientos los
de los escuadrones que traía O’Higgins, sino trescientos veinte que fueron los
que San Martín ordenó cargar. Necochea atacó al grueso de su Caballería como
había dispuesto O’Higgins que lo hiciera la propia con Melián, y la que San Martín
dio otro destino que pudo ser fatal para los patriotas. “El Comandante Necochea,
dice Rudecindo Alvarado, que se desprendió de la altura y bajó por mi derecha a
un terreno llano, la sableó sin piedad”.
248
E dición conmemorativa del B icentenario
Otra parte de la División Soler, dos compañías de Caballería de cazadores que
venían en guerrillas a su vanguardia, a las órdenes del Capitán Lucio Salvadores,
se encargaron del Batallón Valdivia en el Cerro del Chingue; Elorreaga murió en
la refriega.
“Toda la División envuelta en la mayor confusión, concluye Quintanilla, no se
veía otra cosa que porciones dispersas de nuestra tropa que corrían abandonando
las armas, no bastando todos los esfuerzos a contenerlos para la reunión, de
modo que del todo sólo se salvaron como 80 carabineros y 50 infantes que se
hallaban a retaguardia, quedando los demás prisioneros o muertos”. Todavía
hubo, empero, un, gesto supremo, el de un desesperado. ‘El Capitán Vicente
San Bruno de Talaveras, refiere Cruz, que sin duda se ocupaba en contener los
soldados, no consiguiéndolo, volvió de carrera sobre la línea abandonada, echó
pie a tierra y prendió fuego a un cañón cuando nos encontrábamos, como a 30
pasos, luego remontó y huyó por el Camino Real’.
Ya no hubo más lucha, sino propiamente una masacre. “La caza de infantes
realistas no concluyó hasta que todos fueron muertos o hechos prisioneros y
hasta que resultaron inútiles los esfuerzos por alcanzar a su caballería, La escena
abarcaba una extensión de casi cinco millas (hacia Santiago) y en todas partes se
mostraba el puño brutal de la muerte, dado que quienes allí yacían habían sido
heridos por la bayoneta o el sable. Un pequeño riachuelo, como a medía milla de
las casas de Chacabuco, en el camino a Colina, estaba bloqueado de cadáveres
en el punto en que cruzaba la carretera”11. Se estimó primero en 500 el número de
bajas realistas, más muertos que heridos, luego se calculó que fueron 600. De sus
oficiales murieron, entre otros, además de Idelfonso Elorreaga, los Comandantes
Luis Arenas y Miguel Marqueli. Los prisioneros fueron 500. Las pérdidas patriotas
resultaron casi mínimas: 24 muertos y 94 heridos.
Cansado, pero feliz, rodeado por algunos Oficiales y por entre cuerpos de tropa
que marchaban a concentrarse en la viña y casas de Chacabuco, O’Higgins se
encontró con Soler. Venía éste al galope, en su alcance, “con su caballo echando
espuma”, e insolentemente descubriendo todo ese “orgullo y fatuidad” de que
le acusara Martín de Pueyrredón, “le increpó haber precipitado el ataque”. Dos
horas la Batalla y muchas más de tensión constantes eran más que suficientes
para el Prócer, por lo que se limitó a responder con frialdad que mejor buscase la
ocasión de la pelea que no había conocido conduciendo a su tropa descansada
por el camino que desde ahí mismo salía a Valparaíso, a interceptar la huida de
quienes abandonarían ahora la Capital. Pero Soler tenía otros planes.
No fue el único incidente que tuvo O’Higgins en el breve trayecto a las
casas. Poco después le alcanzó también un huaso bien montado que habíase
incorporado al Ejército en San Felipe y que traía “arrastrando de la barba” a un
Oficial “rechoncho, bajo de cuerpo, ancho de espaldas, pescuezo corto, cara
expresiva, barba y anchos bigotes castaños”. “General –le dijo entre alegre y
triunfal el huaso– ¡es San Bruno!”. El odiado Talavera, sin demostrar temor, con
entereza, avanzó delante de su captor y entregó su sable a O’Higgins. “¿Cómo
es que se dejó apresar?”, le preguntó éste. “Por cumplir mi deber, señor General,
11 Antonio de Quintanilla: Memorias.
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R evista L ibertador O’ higgins
le contestó, he podido escapar mejor que los demás porque montaba un buen
caballo, pero, no pudiendo contener mi tropa, volví a disparar el último tiro, y,
creyendo reunir dentro de las casas algún número, sin lograrlo, me han tomado
sin defensa”.
Antes de dos meses, después de un Proceso sumario, fue ajusticiado.
“Fue aquélla, dijo O’Higgins, una sentencia que firmé sin pesar”.
Encontró a San Martín en las casas de Chacabuco y ambos se abrazaron
emocionados. Unos días después el General argentino hubo de volverse a
Buenos Aires y se despidió de sus hombres: “Individuos del Ejército de los Andes:
Vuestro bien y el de la América me obligan a separarme de vosotros por muy
pocos días... Entretanto queda con el mando en jefe del Ejército el Excmo. Señor
Brigadier Don Bernardo O’Higgins, el mismo que os condujo a la Victoria”. Fue un
hidalgo reconocimiento ante quienes habían sido testigos.
Eran tiempos aquellos en que los dramas clásicos y el culto a la epopeya y a los
hombres de la antigüedad helénico-romana arrebataban al público y Buenos Aires
no encontró nada mejor que celebrar la victoria con una representación teatral
de que nos dejó noticias El Censor, un periódico de gran difusión: “Nos parecía
(tal era la semejanza de las circunstancias) –dice–, nos parecía que hubiesen
retrogradado los siglos... El numeroso auditorio que en toda la representación
conservó profundo silencio, derramó dulces lágrimas al oír decir a Arístides:
“Voy a hacer a mi patria un sacrificio mayor que el de mi vida; yo renuncio por ella,
la ambición, la gloria y la inmortalidad. Miltíades: yo te cedo el mando del ejército.
Tú sabes ya como se triunfa de los persas. Llévanos al combate y que la victoria que
sigue siempre tus pasos, coronen el fin de tu carrera. No te excuses, íoh, Miltíades! Sé
tan generoso como yo”.
250
E dición conmemorativa del B icentenario
VOCACIÓN AMERICANISTA DEL LIBERTADOR
DON BERNARDO O’HIGGINS
Julio Heise González1
Los historiadores discuten sobre cual fue el primer cerebro que concibió la
idea de amalgamar en una sola entidad política a todas las nacientes repúblicas
hispanoamericanas. Muchos creen que la paternidad de esta idea pertenece al
gran venezolano Simón Bolívar. Las primeras palabras de este ilustre venezolano
sobre la Confederación americana datan de su famosa carta de Jamaica,
fechada en 1815. El mérito de Simón Bolívar reside en haber intentado llevar a
la práctica este pensamiento con todos los medios a su alcance. Sabemos que
lamentablemente fracasó en su intento.
El pensamiento de organizar una Gran Confederación americana no fue
original ni exclusiva del gran prócer venezolano. Hacia 1810 la idea flotaba en el
ambiente de todos los países de la América española. Desde México a Chile, los
patriotas acariciaron este ideal y soñaron con una patria grande y común, con una
Patria Continental. San Martín y Rivadavia en Argentina, Artiga en Uruguay, José
Cecilio del Valle en Centro América; todos formularon proyectos de Confederación
americana, todos apuntaron en el mismo sentido, aunque con menos decisión y
sin tanta audacia política; pero con una percepción tan clara y penetrante como la
del propio Bolívar. Los hombres públicos e intelectuales de la época traían entre
manos el mismo mensaje: constituir una gran Confederación americana.
A Chile le correspondió un papel importantísimo en la formulación y maduración
del ideal americanista. Junto con los primeros intentos de organizar un gobierno
independiente, se dejaron sentir en 1810 los llamados de muchos patriotas
chilenos en pro de la solidaridad y de la Confederación americana. Compartieron
también estos anhelos americanistas: el Cabildo de Santiago, la Primera Junta
Nacional de Gobierno y el Senado de 1818.
En reunión del 12 de septiembre de 1810 –poco antes de constituirse la Primera
Junta Nacional de Gobierno– el patriota don José Gregorio Argomedo presentó,
en el Cabildo de Santiago, un plan general de acción para conciliar los puntos de
vista discrepantes del Cabildo y de la Real Audiencia, en relación con el problema
de la Junta de Regencia. En el punto V de este plan se establece:
“Que, asimismo, se tratase de nombrar el diputado que, como representante
del Reino de Chile, debía pasar a la celebración de las Cortes, para que éste,
1 Profesor, abogado, historiador.
251
R evista L ibertador O’ higgins
si lo permiten las circunstancias de España, fuese a dicha península, o bien a
aquel lugar de América que se designase como punto de reunión para tratar del
gobierno de todas las Américas”.
Con esta pieza documental se ha probado que fue Argomedo el primer
americano que propició la celebración de un Congreso de todos los países que
iban independizándose de la dominación española.
Fuera de esta comprobación documental existe un testimonio irrefutable del
propio Bolívar, recordado y estudiado por don Marcial Martínez en una biografía
de Argomedo.
En vísperas de la inauguración del Congreso de Panamá el año 1826, estando
Bolívar reunido con los diputados de varias secciones de América, dijo al doctor
Argomedo: “De usted fue la honra de haber indicado primero el pensamiento cuya
realización va a ser mi mayor gloria”.
Poco después de elegida la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de
septiembre de 1810, don Juan Egaña redactó “La Declaración de los derechos
del pueblo de Chile”, en la cual afirmaba:
“Que es muy difícil que cada pueblo por si solo sostenga, aun a fuerza de
peligros, una soberanía aislada; por lo tanto, deben unirse.
Que el día que la América reunida en un Congreso ya sea de sus dos
continentes, o ya del Sur, hable al resto de la tierra, su voz se hará respetable
y sus resoluciones difícilmente se contradirán. Estamos unidos por vínculos de
sangre, idioma, leyes, costumbres y religión; y sobre todo, tenemos una necesidad
urgentísima de reunirnos para defendernos de España…”.
Como se puede apreciar, don Juan Egaña expresa en forma clara y precisa
la idea de la Confederación americana. Además, pasa revista a las razones que
justifican dicha Confederación.
“El pueblo de Chile –agrega Egaña– retiene en sí el derecho y ejercicio de
todas sus relaciones exteriores hasta que, formándose un Congreso General de
América o de la mayor parte de ella, o a lo menos de la América del Sur, se
establezca el sistema general de unión y mutua seguridad, en cuyo caso transmite
al Congreso todos los derechos que se reservan en este artículo”.
“Chile forma una nación con los pueblos hispanos que se reúnan o declaren
solemnemente querer reunirse al Congreso General constituido de un modo igual
y libre. Inmediatamente dará parte el Gobierno de Chile a todos los gobiernos de
América de las presentes declaraciones para que por medio de sus respectivos
comisionados puedan acordar el lugar, forma, día y demás circunstancias
preliminares a la reunión de un Congreso General”.
Juan Egaña fue uno de los chilenos que desde 1810, en forma clara y firme,
pensaron en la reunión de un Congreso General de la Nación Americana.
Alrededor de 1810 la idea de una Confederación americana fue patrimonio
de muchos chilenos. La primera Junta Nacional de Gobierno, inspirada en esta
tendencia americanista, remitió a la Junta de Gobierno de Buenos Aires una
comunicación, que en uno de sus párrafos dice:
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E dición conmemorativa del B icentenario
“... Esta Junta conoce que la base de nuestra seguridad exterior y aun interior
consiste esencialmente en la unión de la América, y por lo mismo desea proponer
a los demás gobiernos un plan o Congreso para establecer la defensa general de
todos sus puntos”.
En Chile se vivía en aquella época una clara conciencia americanista que
invadía los espíritus de hombres e instituciones. Será el Padre de la Patria, el
Libertador don Bernardo O’Higgins, quien dará a este ideal americanista su más
pura expresión.
Bernardo O’Higgins nació a la causa emancipadora con la inspiración
mirandina; afianzó esta idea en el campamento de Plumerillo junto a José de San
Martín. Desde ese momento pensó que la independencia de Chile representaba
sólo el primer paso hacia la emancipación americana. Esta convicción se afirmó
en su espíritu cada día con más fuerza no sólo por razones de estrategia militar,
sino principalmente por el patriotismo americano, sentimiento generalizado en el
mundo hispánico de aquella época.
En los primeros cuatro decenios del siglo XIX el patriotismo nacional –tal como
lo sentimos en nuestros días– no se manifestaba con fuerza y vigor. Un mexicano,
un guatemalteco, un venezolano, un peruano o un criollo de cualquiera otra
provincia del Imperio colonial no se sentía ni se consideraba extranjero en Chile,
tal como ocurría con el chileno en todos los dominios españoles de ultramar. Las
distintas provincias habían pertenecido durante mucho tiempo a la misma heredad.
Con orgullo, los criollos se consideraban, ante todo, españoles americanos. Esta
común denominación tuvo más importancia que la de su respectiva provincia,
capitanía general o virreinato.
En los países recién emancipados los textos constitucionales reconocían la
calidad de nacional a todo hispanoamericano. El proyecto de Carta Fundamental
redactado por Juan Egaña el año 1811 en uno de sus artículos disponía:
“Todo individuo natural de cualquiera de los dominios de la monarquía española
debe reputarse chileno, y es apto para todos los ministerios del Estado que no
exijan otros requisitos”.
Los americanos españoles se sentían hermanos. En Londres, Francisco de
Miranda decía al joven O’Higgins:
“...Entonces juré dedicar toda mi vida hasta la última gota de sangre para
obtener la liberación de mi patria que no es sólo Venezuela, sino toda la América
del Sur…”, y San Martín en carta a Joaquín Echeverría, Ministro de Gobierno y
Relaciones Exteriores de Chile, expresaba: “Mi Patria es toda la América y mi
interés es igual por las Provincias Unidas y por Chile”.
México y Colombia estuvieron en serio peligro de ser reconquistados por
España. Mientras O’Higgins realizaba los preparativos para la Expedición Chilena
Libertadora del Perú, los generales Callejas en México y Morillo en Nueva Granada
y Venezuela, lograban resonantes victorias sobre los criollos. El patriotismo
americano –que consideraba la emancipación como una tarea común–hizo surgir
la idea de auxiliar a los mexicanos, venezolanos y neogranadinos. Los países
vecinos organizaron desde Jamaica expediciones militares cuyo financiamiento fue
253
R evista L ibertador O’ higgins
avalado por Chile y Buenos Aires. El 9 de diciembre de 1818, O’Higgins solicitó al
Senado la autorización constitucional que permitiera otorgar la fianza del Gobierno
de Chile para el financiamiento de la ayuda a estos tres países hermanos. Los
senadores chilenos se apresuraron a dar su aprobación al Mensaje O’Higgins,
porque era un deber de todos los Estados americanos auxiliarse mutuamente en
cuanto sea conducente a sacudir el yugo de nuestros opresores.
Afianzada la libertad de Chile después de Chacabuco y Maipo, O’Higgins
comprendió que nuestra emancipación y la del resto de América no quedarían
sólidamente aseguradas mientras no se destruyera el último baluarte español:
el virreinato del Perú. Su ideal americanista reafirmó esta convicción.
Consecuencias de esta postura del Director Supremo don Bernardo O’Higgins
fueron la organización de la Primera Escuadra Nacional, la formación del Ejército
Libertador del Perú y el proyecto de una “Confederación Andina”.
a) La Primera Escuadra Nacional
La vocación americanista del Libertador lo condujo a plantear como tarea
inmediata y urgente la formación de una escuadra para seguridad del territorio
recién independizado y “para marchar a Lima por el mar”. Para O’Higgins, Chile
era “la ciudadela de América”.
De los estadistas de la emancipación, el Director Supremo de Chile fue el
primero que comprendió la necesidad de crear un poder naval, absolutamente
indispensable para asegurar la independencia de la América española. Los
soldados y los armamentos de la Madre Patria llegaban por mar. Hasta ese
momento los generales de la independencia se habían limitado a expulsar a los
españoles del Continente sin tomar conciencia de la importancia de una fuerza
naval para proteger y conservar las conquistas territoriales. Ni Bolívar ni Santander,
ni los próceres argentinos –con la sola excepción de San Martín– captaron este
problema con la claridad que lo hizo el Libertador O’Higgins. Después de vencer
en Chacabuco exclamó: “Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no
dominamos el mar”.
La formación de la Primera Escuadra Nacional revela, como ninguna otra
obra, los nobles sentimientos americanistas y el genio político de O’Higgins. Su
idealismo lo llevó a formular el proyecto de utilizar la Escuadra Nacional para
llevar la independencia a toda la América hispana y para llevarla también a las
islas Filipinas.
A fin de adquirir y equipar barcos de guerra, envió a Manuel H. Aguirre a los
Estados Unidos y a Álvarez Condarco a Londres. En esta oportunidad se contrató
a Lord Cochrane.
b) El Ejército Libertador del Perú
Sobre esta materia –como en muchos aspectos de la vida pública del Libertador
don Bernardo O’Higgins– se han hecho afirmaciones absolutamente reñidas con
la realidad histórica. A pesar de las admirables y muy documentadas páginas que
escribió Barros Arana, a pesar del excelente estudio que Gonzalo Bulnes dedicó
a la Expedición Chilena Libertadora del Perú y José M. Irarrázaval a San Martín,
254
E dición conmemorativa del B icentenario
circulan todavía versiones distorsionadas, verdaderas leyendas que procuran
dejar en el olvido la participación decisiva del Director Supremo don Bernardo
O’Higgins y del pueblo chileno en esta grandiosa empresa americanista. Por esta
razón nos parece conveniente puntualizar, una vez más, cuanto dice relación con
este problema. Es necesario empezar por distinguir muy claramente los cuatro
cuerpos armados que se organizaron en aquellos años: Ejército de los Andes,
Ejército Chileno, Ejército Unido de los Andes y de Chile y Ejército Libertador del
Perú.
“O’Higgins contempla la salida de la Escuadra libertadora del Perú”.
(M. Sepúlveda Riveros. Escuela de Abastecimientos de la Armada).
EL EJÉRCITO DE LOS ANDES
Al iniciarse la organización del Ejército de los Andes, Mendoza mantenía
una dotación de poco más de 900 hombres, entre soldados y milicianos. Dos
jefes chilenos –O’Higgins y Zenteno– colaboraron activa y eficazmente en la
organización de las fuerzas destinadas a reconquistar Chile. A ellas se incorporaron
los oficiales y tropas que, dirigidos por José Miguel Carrera, emigraron a Mendoza
después del desastre de Rancagua. También se incorporaron al Ejército de
los Andes algunos oficiales que habían servido a las órdenes de don Bernardo
O’Higgins, como asimismo civiles que debieron huir a Mendoza.
A fines de 1816 –terminados los preparativos– el Ejército de los Andes contó
con cerca de 3.500 hombres. De éstos, aproximadamente un tercio estuvo
integrado por tropas y oficiales chilenos.
Este Ejército recibió un importante contingente chileno. A medida que
avanzaban las distintas columnas y particularmente al llegar a sus respectivos
destinos, muchos chilenos acudieron a incorporarse al Ejército que venía de
Mendoza. La columna de Ramón Freire, por ejemplo, qua se formó inicialmente
con 100 argentinos y 100 emigrantes chilenos, partió el 14 de enero de 1817
desde Mendoza y en la cumbre, al enfrentar el paso del Planchón, se agregaron
a ella 200 chilenos al mando del comandante de caballería Pedro Barnaechea,
que poco antes había asaltado y ocupado la ciudad de San Fernando. Cuatro
días después, frente a Curicó y a Talca nuevos núcleos de guerrilleros chilenos
engrosaron las filas de esta columna. De suerte que antes de llegar Freire a
Concepción contaba con más de 600 chilenos y sólo 100 argentinos.
Para completar la fisonomía del Ejército de los Andes debemos agregar que
las bajas producidas por las numerosas deserciones de soldados argentinos que
volvían a sus tierras de Cuyo, eran reemplazadas por combatientes chilenos.
Hemos creído necesario extendernos en estas consideraciones a fin de destruir
la leyenda muy generalizada en orden a que el Ejército de los Andes constituyó
una fuerza militar exclusivamente argentina. Ello no significa, en manera alguna,
disminuir o desconocer el valioso aporte que representaron el talento organizador
de San Martín o el financiamiento que el gobierno argentino dio a esas fuerzas.
Por lo demás, el error de afirmar que el Ejército de los Andes lo formaban
exclusivamente soldados argentinos es una de las tantas manifestaciones del
255
R evista L ibertador O’ higgins
patriotismo americano. En aquellos años nadie tenía interés en determinar el
número exacto de chilenos y argentinos que integraban cada uno de los cuerpos
armados. Aún no tenía vigencia plena el patriotismo nacional. Desde México hasta
Chile todos se sentían hermanos y todos tuvieron conciencia de estar enfrentando
una tarea común. Las nacionalidades y las fronteras no tuvieron en aquellos años
la connotación que hoy les damos.
EL EJÉRCITO CHILENO
Designado O’Higgins Director Supremo –en febrero de 1817–, su, primera
preocupación fue crear una fuerza armada exclusivamente nacional. Así nació
el Ejército de Chile. A fines de febrero de 1817, el Jefe del Estado había logrado
organizar un cuerpo de infantería dirigido por el coronel Juan de Dios Vial; un
regimiento de artillería a cargo del coronel Joaquín Prieto y los renombrados
“Cazadores a Caballo”, regimiento de caballería organizado por el comandante
Santiago Bueras.
El fundador de nuestra nacionalidad completó esta labor con la creación de
un instituto militar para formar profesionalmente a los oficiales. Así nació nuestra
Escuela Militar el 16 de mayo de 1817.
A comienzos del año 1818 nuestras fuerzas armadas llegaron a contar con
4.765 plazas. En esta laboriosa tarea el Libertador O’Higgins debió sobreponerse
a los recelos, desconfianzas y franca oposición de los jefes militares argentinos del
Ejército de los Andes. También San Martín y la Logia Lautarina fueron contrarios
a la organización de un Ejército exclusivamente chileno. Con extraordinario tino y
con firme resolución, O’Higgins llevó adelante su proyecto y terminó creando las
Fuerzas Armadas de Chile.
EJÉRCITO UNIDO DE LOS ANDES Y DE CHILE
Este se enfrentó a Osorio en Maipo. El número de soldados que actuó en esta
oportunidad se distribuía con la siguiente proporción:
4.500 hombres del Ejército de Chile;
3.000 del Ejército de los Andes, de los cuales, como queda dicho, 1.000 eran
soldados chilenos que vinieron desde Mendoza o que se incorporaron al Ejército
de los Andes a fin de reemplazar las bajas producidas por deserción o por muerte.
Las fuerzas del “Ejército Unido de Los Andes y de Chile” sumaban un total de
7.447 plazas, de las cuales 5.447 eran soldados chilenos.
EL EJÉRCITO LIBERTADOR DEL PERÚ
En la historia el hombre gusta recordar y destacar el momento culminante, “el
minuto de gloria”, el resultado exitoso de una empresa. Los chilenos recuerdan
a O’Higgins en Valparaíso, el 20 de agosto de 1820, despidiendo a la Escuadra
y al Ejército Libertador del Perú. Pocos se detienen a considerar las angustias y
los sacrificios cotidianos, las incomprensiones y los egoísmos, la lucha silenciosa
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E dición conmemorativa del B icentenario
que debió librar el Libertador don Bernardo O’Higgins para llegar a ese momento,
para lograr ese resultado.
En marzo de 1.819 no existía en arcas fiscales disponibilidad alguna. Los
$50.000 a que ascendían los sueldos del Ejército correspondientes a ese mes, lo
mismo que las sumas que se adeudaban a la escuadra, no había cómo pagarlos.
La insolvencia del Fisco comprometía seriamente la tranquilidad pública. El peligro
de una sublevación o de una deserción general amenazaba al país. Una oposición
apasionada y poderosa acechaba el momento para derrocar al gobierno.
En esos mismos días Pueyrredón notificaba a O’Higgins que al Gobierno
argentino le era imposible reunir los $500.000 con que se había comprometido
a colaborar en la organización y financiamiento de la Expedición Libertadora del
Perú de acuerdo con el tratado Tagle-Irisarri. Además, se ordenaba a San Martín y
demás jefes, oficiales y tropa argentina del Ejército de los Andes abandonar Chile
y regresar a Buenos Aires para hacer frente a una invasión de fuerzas españolas.
Pero la notificación iba más lejos: se pedía auxilio de tropas chilenas para repeler
la proyectada invasión española a Buenos Aires.
Desde ese momento la responsabilidad de la organización y financiamiento de
la Expedición Chilena Libertadora del Perú recayó exclusivamente en O’Higgins
y en el pueblo chileno. Por su parte, San Martín en forma enérgica, aunque sin
resultado alguno, representó reiteradamente al gobierno de Buenos Aires el
cumplimiento del tratado “Tagle-Irisarri”.
En estas circunstancias O’Higgins, como Director Supremo, debió dirigir
un apremiante llamado al Presidente del Senado de la República. “En la crisis
que nos hallamos –dice el Prócer– V. E. no debe ocuparse en otra cosa que la
Expedición al Perú, que yo miro como el eje sobre el que rueda la libertad de toda
América del Sur”.
El Senado chileno comprendió la patriótica preocupación del Jefe del Estado
y aprobó diversas medidas para reunir recursos. El patriotismo de los poderes
públicos contagió al grueso de la clase dirigente. En Cabildo Abierto se acordó
colaborar en los preparativos de la Expedición Chilena Libertadora del Perú con
los siguientes recursos:
a) Los empleados públicos, civiles y militares entregaron una tercera parte de
su sueldo.
b) El resto de la ciudadanía se comprometió a reunir $ 300.000 por medio de
una contribución mensual.
c) $ 200.000 se reunieron en dinero efectivo de una sola vez, y
d) Se entregarían gratuitamente los víveres necesarios para el Ejército.
En esta forma fue posible al Libertador O’Higgins organizar la Primera Escuadra
Nacional que contó con 7 buques de guerra y 7 transportes y equipar el Ejército
Libertador del Perú con 4.600 hombres, “el mejor disciplinado y el más bien
provisto que hasta entonces hubiera defendido la causa de la libertad americana”,
según expresara Lord Cochrane. Estuvo equipado con tres vestuarios $100.000
de Caja militar, pertrechos y demás útiles para cinco años y víveres para 6 meses.
257
R evista L ibertador O’ higgins
Lord Cochrane, en carta a O’Higgins, dice: “La Europa contemplará atónita
los esfuerzos de Chile y las presentes y futuras generaciones harán justicia
al nombre y a los méritos de V. E. Chile ha hecho lo que pueblo alguno de los
revolucionarios”.
Efectivamente, todos los recursos espirituales y materiales del país se
pusieron al servicio de esta grandiosa empresa americanista. O’Higgins entregó
a Cochrane un hermoso manifiesto o “Proclama a los peruanos”. De elevado
contenido espiritual, muestra al fundador de nuestra nacionalidad dominado por
el más puro ideal americanista.
Apenas proclamada la independencia del Perú, observamos en San Martín
y en sus más próximos colaboradores un claro propósito de silenciar el nombre
de Chile y el de O’Higgins como únicos organizadores de la Expedición Chilena
Libertadora del Perú. Igual postura adoptó el Gobierno argentino, como lo atestigua
la correspondencia de Miguel Zañartu –representante de Chile en Buenos Aires–
dirigida al Director Supremo y al Ministro de Estado en el Departamento de
Gobierno y Relaciones Exteriores.
Argentina no contribuyó con dinero alguno a la Expedición Chilena Libertadora
del Perú. Esta fue obra exclusiva de los chilenos. San Martín y un grupo de oficiales
argentinos ingresaron al servicio de Chile, contrariando órdenes terminantes del
gobierno de Buenos Aires. Ellos fueron contratados por el Libertador O’Higgins
en la misma forma como lo había hecho con distinguidos marinos ingleses y
oficiales franceses. Pero hay algo más. Los documentos nos revelan que una
vez despachada la Expedición Chilena Libertadora del Perú, el gobierno de don
Bernardo O’Higgins debió continuar proveyendo de armas y víveres a los países
hermanos de América. Al día siguiente de zarpar ésta, salieron de nuestros puertos
4 fragatas cargadas de armamento y víveres para socorrer a Nueva Granada y
Venezuela.
En esta misma época el Libertador O’Higgins debió preocuparse también de
ayudar a los argentinos en la solución de sus problemas internos. Por carta de
fecha 23 de marzo de 1821 el Director supremo de Chile informa a San Martín
haber ayudado a las autoridades de Cuyo con fusiles, carabinas y una división
de granaderos bien equipados con dos piezas de artillería, al mando del teniente
coronel Astorga.
La distorsión de estos hechos y, sobre todo, el silencio en torno a su
trascendental labor americanista ha seguido al Libertador O’Higgins hasta
nuestros días. Basta con hojear cualquiera historia de Argentina para comprobar
este aserto. O’Higgins y el almirante Cochrane sintieron la injusticia de este
olvido deliberado. El almirante terminó por no obedecer las instrucciones de San
Martín.
Frente a esta notoria injusticia, estimamos necesario subrayar una vez más las
circunstancias históricas que asignan al Director Supremo don Bernardo O’Higgins
y al pueblo chileno, la gloria de haber organizado y financiado la Expedición
Chilena Libertadora del Perú. La colaboración argentina no pudo materializarse
por los siguientes motivos:
258
E dición conmemorativa del B icentenario
1° La anarquía argentina
Perturbaciones políticas producidas en Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos,
Santa Fe, San Juan, Mendoza y San Luis hicieron fracasar la colaboración
argentina pactada en el tratado Irisarri-Tagle.
En el primer semestre del año 1819, Buenos Aires contó con 13 gobiernos
distintos. Pueyrredón fue derrocado por el brigadier Rondeaux en julio de ese
año. Este debió entregar el mando a Manuel Sarratea, quien a poco de asaltar
el poder, es derrocado por el general Balcarse. Este, a su vez, fue removido
por Sarratea, quien organizó una junta gubernativa en compañía de Alvear y el
chileno José Miguel Carrera. El general Bustos, segundo jefe del Ejército del
Perú, aprovechando el descontento de las tropas argentinas, las sublevó y se
apoderó de Córdoba.
Correa, otro caudillo militar, se levanta y usurpa el gobierno de San Juan; el
coronel Correa se apodera violentamente de Entre Ríos; en Mendoza, el pueblo
depone al gobernador y también San Luis se ve convulsionado por violenta
revuelta. (V. José M. Irarrázaval: “San Martín y sus enigmas” T. I. pp. 312 y ss.).
El Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Pueyrredón,
en oficio del 1º de marzo de 1819, había notificado al Gobierno de Chile
expresamente que “después del más serio examen y detenido acuerdo, hemos
resuelto que el Ejército de los Andes se ponga inmediatamente en marcha a
Buenos Aires, dejando de mano el proyecto y la ayuda argentina en la organización
y financiamiento de la Expedición Chilena Libertadora del Perú”.
Ricardo Levene, distinguido historiador argentino, escribe sobre esta materia:
“A fines de 1819 el estado político interior de las Provincias Unidas era de
anarquía y disolución. El nuevo Director Supremo Rondeaux ordena, como lo
había hecho Pueyrredón, que todas las fuerzas argentinas que estaban en Chile
se concentraran en Buenos Aires para defender la ciudad”.
La anarquía hizo, pues, imposible la colaboración argentina. San Martín
renunció ante el Gobierno de Buenos Aires el cargo de General en Jefe del
Ejército de los Andes.
2° El Acta de Rancagua y la renuncia de San Martín, a cargo deL
General en Jefe de los Andes
El Gobierno argentino se opuso resueltamente a colaborar en la Expedición
Chilena Libertadora del Perú. Además, San Martín no contaba con la confianza
del Gobierno de Buenos Aires. Ante esta situación resolvió desobedecer la orden
de las autoridades argentinas, desligarse totalmente de ellas y colocarse al
servicio de Chile. En esta decisión arrastró a gran número de oficiales. El acuerdo
se concretó en el “Acta de Rancagua”. El 2 de abril de 1819 se reunieron en
esta ciudad los oficiales argentinos. El general José Gregorio de Las Heras dio a
conocer a sus compañeros de armas la renuncia redactada por San Martín. Por
unanimidad, los oficiales rechazaron esta renuncia y declararon en un Acta que
seguirían reconociendo como jefe al general San Martín.
259
R evista L ibertador O’ higgins
3° San Martín y los oficiales argentinos contratados al servicio de
Chile
O’Higgins en conocimiento del “Acta de Rancagua”, se apresuró a contratar a
todos los oficiales y clases del Ejército de los Andes de nacionalidad argentina.
Estos fueron incorporados a las Fuerzas Armadas de Chile con el mismo rango
y grado que le reconocían las provincias Unidas del Río de la Plata. Desde ese
momento –de hecho y legalmente– desaparece el Ejército de los Andes. Sólo
quedaba en pie el Ejército de Chile, en el cual figuraba un grupo de argentinos
contratados por O’Higgins; entre ellos, uno ilustre –José de San Martín–, a quien
el Director Supremo entregó la dirección superior de la Expedición Chilena
Libertadora del Perú.
4° El propio General San martín reconoció reiterada y públicamente
estar al servicio del Gobierno chileno
Por oficio del 20 de agosto de 1820 recibió el general argentino sus despachos
de Capitán General de los Ejércitos de Chile. Con fecha 5 de septiembre agradece
esta designación en los siguientes términos:
“Excelentísimo señor:
La honorable nota de V.E. de 20 de agosto último, con que se dignó
acompañarme el despacho de Capitán General de los Ejércitos de la República
Chilena, me colma de honras tan superiores a mis méritos que, aunque conozco
bien que la amistad de V.E., muy generosa para mí, las ha dictado, ellas me
imponen la obligación que acepto muy gustoso de procurar merecerlas con
dignidad. Mi gratitud afectuosa a V.E. y al pueblo generoso que preside como su
Primer Magistrado, dará a mi alma un vigor nuevo por el estímulo de su estimación,
en la empresa grandiosa a que me destina, sin desconocer la insuficiencia de
los medios de que puedo valerme, si el instinto de la libertad, o el amor por ella
de los pueblos no me ayuda. Mas a todo trance decidido a llenar los votos de
V.E., de Chile y de toda América, yo sigo con los más faustos presentimientos y
dando a V.E. las mis expresivas gracias, le protesto mi consecuencia y deferencia
inalterables.
Dios guarde a V.E muchos años. A bordo del “San Martín”, septiembre 5 de
1820. José de San Martín.
Al Excmo. Director Supremo y Capitán General del Estado de Chile”.
La Expedición Chilena Libertadora del Perú enarboló bandera chilena.
San Martín al servicio del Gobierno de O’Higgins se adelantó a proponer como
única bandera del Ejército Libertador la chilena. Ya no se combatiría –como en
Maipo– con los pabellones chileno y argentino. Tanto en el Cuartel General,
como en el Estado Mayor y en los distintos regimientos, la Expedición Chilena
Libertadora del Perú desplegó exclusivamente el emblema de Chile. Dos días
antes de la partida y por encargo del Director Supremo, el coronel Borgoño hizo
entrega oficial de las banderas chilenas al general San Martín.
260
E dición conmemorativa del B icentenario
Por otro lado, las comunicaciones de San Martín al Virrey Pezuela declaran
explícitamente que se encuentra al servicio de Chile. A vía de ejemplo citaremos
el oficio que dirigió a Joaquín de la Pezuela desde Ancón el 31 de octubre de
1820. El Virrey había protestado del nombre “Expedición Libertadora del Perú” que
O’Higgins había dado a las fuerzas expedicionarias chilenas. A estas protestas
San Martín dio la siguiente respuesta:
“Muy señor mío y de mi aprecio: si yo hubiese de atender tan sólo a mis deseos
personales, uniformes siempre en propender a cuanto pueda influir a la cesación
de la guerra, facilitando los medios de inteligencia, no me sería difícil renunciar a
un título que a la verdad no es de importancia para el triunfo de las armas. Pero
cuando el título de Ejército Libertador del Perú ha sido conferido al Ejército a mi
mando, por una autoridad competente, por un poder del cual emana el mío, no
puedo, ni debo renunciarlo sin faltar a mis deberes”.
Todas las comunicaciones de San Martín dando cuenta de sus conversaciones
con el Virrey Pezuela están dirigidas al Gobierno de O’Higgins y a los Ministros de
Estado chilenos y ninguna a las autoridades argentinas.
En una comunicación de San Martín fechada en Ancón el 5 de noviembre
de 1820 dirigida al Virrey del Perú, insinúa a éste que los diputados españoles
debían viajar a Chile para estudiar con el Gobierno de O’Higgins alguna forma de
avenimiento.
En el “Manifiesto que hace a los pueblos del Perú el General en Jefe del
Ejército Libertador sobre el resultado de las negociaciones a que fue invitado por
el Virrey de Lima”, San Martín estampó las siguientes palabras:
“…Pueblos del Perú: yo he pagado el tributo que debo como hombre público
a la opinión de los demás... El día que el Perú pronuncie libremente su voluntad
sobre la forma de las instituciones que debe regirlo en lo sucesivo cualquiera que
ellas sean, cesarán de hecho mis funciones y yo tendré la gloria de anunciar al
Gobierno de Chile de quien dependo, que sus heroicos esfuerzos al fin han tenido
por recompensa el placer de dar la libertad al Perú y la seguridad a los Estados
vecinos”.
Oficio del Excmo. Señor General en Jefe del Ejército Libertador del Perú y
Protector de los pueblos libres del Perú, al Excmo. Señor Supremo Director de
la República de Chile, en el cual San Martín informa acerca de las circunstancias
que lo impulsaron a aceptar el cargo de “Protector de los pueblos del Perú”. En
este documento encontramos los siguientes trozos:
“Exmo. Señor: V.E. se dignó confiarme la dirección de las Fuerzas que debían
libertad al Perú, dejó a mi cuidado la elección de los medios para emprender,
continuar y asegurar tan grandiosa obra... Entonces el heroico pueblo que
V.E. manda recibirá por premio a sus esfuerzos, la gratitud de los peruanos en
independencia y libertad. Entretanto las tropas de Chile siguen con entusiasmo la
marcha de la gloria y auxilian mis afanes por la emancipación del Perú”.
261
R evista L ibertador O’ higgins
5° San Martín es reconocido por las autoridades peruanas como
General en Jefe de las Fuerzas Armadas chilenas
En todos los numerosos oficios intercambiados con el Virrey del Perú, Joaquín
de la Pezuela, éste en forma invariable se dirige a San Martín calificándolo como
“Exmo. Señor Don José de San Martín, General en Jefe del Ejército de Chile”.
6° Los demás países hermanos reconocen como chilena a la Expedición
Libertadora del Perú
Finalmente los gobernantes de las nacientes repúblicas hispanoamericanas
reconocieron que la Expedición Libertadora del Perú constituía una fuerza naval
y militar organizada y totalmente financiada con el esfuerzo de los chilenos. Así lo
vemos claramente expresado en oficio del Presidente de la Junta de Gobierno del
Ecuador don José Olmedo, felicitando a O’Higgins por la ocupación de Lima. Este
oficio está fechado en Guayaquil el 25 de mayo de 1821.
La Confederación Andina
Las dificultades en que se vio envuelto San Martín en el Perú impidieron a
O’Higgins completar su noble tarea americanista. El Libertador pensaba que todos
los gobiernos del Nuevo Mundo Hispánico debían realizar una política amplia y
solidaria, una política continental y no local. Esta vocación americanista lo indujo
a formular –desde el sillón directorial– el proyecto de una Confederación Andina
que integrarían Perú, Chile y Argentina.
O’Higgins dio cuenta de su proyecto al Agente de los Estados Unidos en Chile,
Mr. Worthington en los siguientes términos:
“Estamos porque el pueblo forme el gobierno y tan pronto como el Perú esté
emancipado, esperamos que Buenos Aires y Chile formarán con el Perú una gran
Confederación semejante a los Estados Unidos de Norte América”.
Los recelos, las ambiciones políticas, el localismo y la incomprensión impidieron
llevar a la realidad este hermoso ideal.
El fundador de nuestra nacionalidad midió su vida con el solo cartabón del
patriotismo y de la gloria. Ningún otro chileno ha vivido en amplitud y profundidad
una existencia tan ejemplar.
Como figura nacional es el más grande y auténtico revolucionario de nuestra
historia: afianzó la independencia y echó las bases de una nueva estructura
política, social, económica y cultural.
Como prócer continental contribuyó a la organización del Ejército de los Andes;
sin ayuda alguna organizó la Expedición Chilena Libertadora del Perú y con
precarios recursos financieros llevó sus desvelos hasta ayudar a la independencia
de Colombia y Argentina, Venezuela y México.
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E dición conmemorativa del B icentenario
O’HIGGINS Y EL IDEÓLOGO
DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE
Fernando Otayza Carrazola1
Mientras estudiaba los últimos años de humanidades y espigaba mis primeras
armas en el periodismo valdiviano, el director del diario El Correo de Valdivia, hoy
desaparecido, me encargó una crónica sobre el padre de la prensa chilena, fray
Camilo Henríquez González, nacido en la ciudad, donde la luna se baña desnuda,
como reza esa conocida tonada, en el hermoso río que la bordea. Alguien me
informó que en la Parroquia de la Matriz se archivaba la partida de nacimiento
del ilustre fraile de la Buena Muerte. Efectivamente constaté su bautizo, el 21
de julio de 1769, celebrado al siguiente día de su nacimiento ocurrido el 20 de
julio. Sus padres: el capitán del ejército español don Félix Henríquez Santillán, y
doña Juana Rosa González Castro. Hija del regidor don José María González y
Almonacid. Impuso los óleos el cura José Ignacio de la Rocha y sus padrinos: don
Pedro Henríquez y doña Narcisa Santillán, hermano y prima de don Félix.
Entre lluvias, manzanos silvestres, copihues y tierra mojada inició Camilo sus
primeros pasos, el mayor de cuatro hermanos. José Manuel ofrendó su vida en la
batalla de Rancagua; el menor murió a temprana edad y Melchora casó con Diego
Pérez de Arce, nacido en Buenos Aires. Don Félix, hombre ligeramente instruido,
supo de la inteligencia de su hijo y antes de cumplir los diez años, lo envió a
Santiago a continuar su enseñanza, a ruego del cura que lo bautizó Ignacio de
la Rocha, quien le enseñó las primeras letras y a escribir pues barruntaba que
podría seguir una profesión. Por problemas económicos no pudo ingresar al
Colegio Carolino que era la intención de su familia. A los dieciséis años se dio
rápida cuenta que tenía que proseguir sus estudios en una ciudad que le ofreciese
mejores oportunidades. Era un muchacho despierto, inteligente, que le gustaba
pensar, leer e ilustrarse en otras fuentes. Un día del año 1784, gracias el empeño
de su tío sacerdote, fray Nicasio González, amigo del armador de galeones, José
María Verdugo, viaja a Lima, embarcándose en Valparaíso. Toca la suerte que en
la ciudad de los virreyes lo recibe su tío, fray Ignacio Pinuer, valdiviano como él,
quien lo convence que ingrese al colegio San Camilo de Lelis, el 17 de enero de
1783, que regentaba la Congregación de los Frailes de la Buena Muerte y que
además llevaba su nombre. Bajo el protectorado de un distinguido educador, fray
Isidoro Celis, autor de varias obras, pronuncia sus votos el 28 de enero de 1790,
en la Orden de Clérigos Regulares de la Buena Muerte, conocidos como Padres
1 Abogado Autor de “El Realismo Político de O’Higgins”. Consejero Nacional del Instituto O’Higginiano de
Chile.
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R evista L ibertador O’ higgins
Agonizantes, poco antes de cumplir los 21 años, y que incluye un cuarto voto por
el cual se consagran al cuidado de enfermos, asistencia a infectados, moribundos
y hospitalizados.
Fray Camilo tuvo especial interés en la biografía del fundador de la Orden. Supo
que había nacido en Bocchianico, Reino de Nápoles, en 1550, quedó huérfano de
padre a los seis años y que apenas aprendió a leer y a escribir. En 1569 ingresó
al ejército veneciano y luego al de su patria, el cual tuvo que abandonar por su
desmedida afición al juego de cartas y dados, y, además por unos abscesos que
se le formaron en los pies. Resolvió ingresar a la Orden Tercera de San Francisco
con el objeto de hospitalizarse en el nosocomio de los Incurables en Roma. En
1574 se enroló de nuevo en el ejército veneciano y luchó contra los turcos, pero
en una partida de dados perdió toda su hacienda y no tuvo más remedio que
trabajar como albañil con los padres capuchinos. Definitivamente ingresa en
1575 al noviciado, de los padres franciscanos de Trivento, pero debe trasladarse
a Roma para curar sus tumores que vuelven a reaparecer. Impresionado por la
falta de compromisos de enfermeros y cuidadores se vuelve voluntario de dicho
hospital. Por su extraordinaria dedicación y el alto espíritu de caridad demostrado,
después de cuatro años lo nombran director del establecimiento. Las deficiencias
en los servicios de atención a los enfermos lo hace pensar en la fundación de un
instituto religioso cuyo cuarto voto los obligase a atender enfermos y moribundos.
Así nació la Orden de los Padres de la Buena Muerte, aprobada por los papas
Sixto V y Gregorio XIV. Vistieron traje talar negro con una cruz roja. Fue elevado a
los altares por el papa Benedicto XIV en 1746.
No cabe duda que fray Camilo Henríquez se sintió atraído por la vida del
fundador de la Orden y procuró cumplir con los votos que había jurado; sin
embargo, llevado por su espíritu inquieto, en los tiempos libres concurría a las
interesantes tertulias del reformista limeño, lector de los iluministas y filósofos, el
conde de Vista Florida don José Baquijano y Carrillo, quien poseía una biblioteca
de escritores franceses anatematizados por la Iglesia, entre ellos Diderot,
D’Alambert y Voltaire. Al parecer la amistad entre ambos fue más profunda de lo
que se piensa, pues Baquijano lo visitaba también en su celda. Le llevaba libros
no autorizados por la Inquisición. Otro amigo reformista, Ramón de Rozas, le
facilitó el contrato social de Jean Jacques Rousseau, publicado en París en 1762,
y La historia filosófica y política de los establecimientos europeos en la dos Indias,
del ex jesuita francés Guillermo Tomás Raynal, editado en Ámsterdam en 1770,
obra en la cual abundan los ataques contra los colonizadores de aquellos países,
la Inquisición y la esclavitud. Seguramente que ambas publicaciones ejercieron
gran influencia en Fray Camilo Henríquez en sus actuaciones posteriores,
aparte que alimentó en él la pasión por la libertad y la libre determinación de
los pueblos. La audacia de sus pensamientos, las conversaciones con limeños
progresistas, la lectura de los libros ya señalados, comentarios de las obras de
los enciclopedistas que devoraba con ahínco, se constituyó en peligroso elemento
para las autoridades que velaban por los intereses de la corona. No tardó en sufrir
la censura eclesiástica prohijada por los gobernantes españoles siendo recluido
en las mazmorras inquisitoriales de la capital. El Tribunal no lo encerró una vez
sino por lo menos en tres oportunidades.
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E dición conmemorativa del B icentenario
El escritor peruano Ricardo Palma señala que el ilustre chileno fue precisado
por la Inquisición, ante la delación de una persona muy cercana a dicha institución,
que lo acusó de guardar libros prohibidos. Revisada su celda los alguaciles
no encontraron ninguna obra herética. Luego, otro personaje se acercó a él
para solicitarle una obra de Voltaire y pensando que era un espía se la negó,
expresándole que no era compatible con sus ideas y conocimientos. No satisfecho
con la respuesta, insistió nuevamente y, esta vez los alguaciles registraron su
cama, encontrando algunos libros de Rousseau, Raynal y El Orden Natural y
Esencial de las Sociedades Políticas, publicada en 1767 por Paúl Pierre Mercier
de la Riviére y otras pero ninguna de Voltaire y menos que atacaran a la Iglesia.
El ilustre investigador José Toribio Medina, tuvo acceso a documentos de
especial relevancia y agregó otros antecedentes a los que había investigado
Luis Montt y que los divulgó en su libro Ensayo sobre la biografía de Camilo
Henríquez. Montt señala que el inquisidor general de Lima aceptó la propuesta
de los padres de la Buena Muerte, en el sentido de hacer venir desde La Paz a
Fray Bustamante, doctor de amplia notoriedad, para que examinase al sacerdote
chileno. El informe fue ampliamente favorable y el inquisidor no volvió a insistir.
Siguiendo a Medina se intuye que la primera causa se inició en 1796, la segunda
en 1802 y finalizó en 1803. Quedó muy en claro que Fray Henríquez había leído
el Contrato social y otros libros, pero Fray Bustamante informó al Santo Oficio que
lo había hecho llevado por su afán de asegurar aún más su fe y tener argumentos
suficientes para rebatir dichas obras en los círculos más intelectualizados del
virreynato. En julio de 1809, el Tribunal de la Inquisición tuvo conocimiento que
en la biblioteca del conde Baquijano, se guardaban varios textos que difundían
doctrinas contrarias a la autoridad de la corona y la Iglesia. Acto seguido se
dictó una orden de requisición de dichos libros y citación a las personas que
frecuentaban su residencia. Entre los más asiduos se contaba a Fray Henríquez;
como ya tenía un historial anterior no dudaron en conducirlo a los calabozos del
Santo Oficio, donde permaneció hasta enero de 1810.
Aconsejados por el superior de los frailes de la Buena Muerte optaron por
enviarlo a Quito en misión especial, destinada a alejarlo de las peligrosas manos
de la Inquisición, pues un encierro más y los huesos quedarían atrapados en
las mazmorras limeñas. En las tres ocasiones, abandonó enfermo la prisión.
Permaneció encadenado en una estrecha y fría celda sin compañía. Mientras
trata de dormir sólo sabe que físicamente está privado de libertad, pero tiene un
espacio inmenso para soñar en la liberación de las naciones americanas. Las
lecturas de los filósofos franceses y otros escritos que fueron a parar a sus manos
dejaron profunda huella impulsada subliminalmente por Fray Celis, su maestro.
En la hermosa Quito, los frailes de la Buena Muerte poseían una casa sin
grandes pretensiones, por lo cual se instalaron en la que había sido el convento
jesuita, una vez que éstos fueran expulsados por la Casa Real de España. Se
dedicaban principalmente al cuidado de enfermos y a prácticas doctrinarias
tratando de reemplazar a la Compañía de Jesús, en misiones y confesiones.
Entre los documentos que existen en el Archivo Nacional de Historia de Quito, el
catedrático José Salvador Lara, ubicó una petición de puño, letra y firma de Fray
Camilo, fechada el 7 de mayo de 1810, o sea dos meses después que llegara a esa
ciudad, dirigida al conde Ruiz de Castilla, y cuyo texto es el siguiente: “Excemo.
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Sr.: La copia certificada del decreto del Sr. Obispo diocesano que incluyo, espero
mueva el ánimo de Vuestra Excelencia y encienda su cristiano celo para que se
sirva proveer a mi solicitud de prorrogarme la licencia, que me concedió para
permanecer en estos valles hasta reparar mi salud muy quebrantada. Vuestra
Excelencia hubiera sentido mucho esta demora y hubiera concebido alto
remordimiento, si hubiese visto la escasez de confesores que aquí ha habido
en la santa Cuaresma, y el gran deseo que han tenido de confesarse conmigo,
viniendo algunos para esto de Payta y de otros pueblos vecinos. En el Convento
de La Merced, donde vivo, hice misiones por connivencia del Vicario de Provincia;
di una semana de ejercicios y no he podido confesar a los ejercitantes, que tanto
lo deseaban, y que se han quejado al cielo del silencio de Vuestra Excelencia.
Han implorado a la Madre de la Misericordia para que excite el corazón de Vuestra
Excelencia y aún no sabemos si habrá oído nuestros ruegos. Aún no es tarde:
las principales personas de esta ciudad desean entrar a ejercicios en la Iglesia y
Colegio del Carmen para antes de Pentecostés: les he prometido dárselos luego
que reciba la licencia que he pedido a Vuestra Excelencia. Esta es una obra muy
santa, principalmente aquí, donde no los hay desde, los jesuitas y donde consta
que hay mucha gente sin confesarse por años enteros. Espero que Vuestra
Excelencia no impedirá con su silencio cosas tan santas; entretanto rogamos al
Padre de las luces mueva su ánimo favorablemente y lo conserve bueno, justo
y feliz. Besa las manos de Vuestra Excelencia su afectísimo capellán (f) Camilo
Henríquez. Excemo. Sr. Conde de Ruiz de Castilla”. La carta, escrita con tinta
negra que el tiempo la transformó en sepia, es clara y firme. Los renglones tienen
la tendencia a inclinarse hacia abajo. La firma aparece clara, con una rúbrica
al final, al pie de la “z” de su apellido: es un rasgo de tres ángulos sucesivos
hacia abajo, envueltos luego en un círculo mayor que se continúa con otro menor
dentro del primero, algo así como una “Q” mayúscula. Con alguna imaginación
–agrega Salvador Lara– podría interpretarse quizás como una “B” y una “M”:
Buena Muerte. De la lectura de este documento se desprende que el Presidente
de la Real Audiencia tenía temores muy fundados de los pasos de Fray Camilo, al
demorar el otorgamiento de la licencia para confesar e impartir los sacramentos,
pues desde la expulsión de los hijos de Loyola había escasez de sacerdotes.
Meses antes, el 10 de agosto de 1809, se había constituido la Primera Junta
de Gobierno, con el propósito de defender la soberanía y los derechos de
Fernando VII, contra las fuerzas usurpadoras napoleónicas. Los protagonistas
de esta sublevación que ya habían estado en conversaciones desde 1808,
decidieron asumir el poder en nombre del rey y así, sin tapujos, se lo dieron a
conocer al presidente de la Audiencia quiteña, Manuel de Urriez, conde Ruiz de
Castilla. La víspera, el capitán Salinas se había encargado de lograr la rendición
de la guarnición de las tropas acantonadas en la ciudad. El 16 de agosto asume
la Junta de Gobierno encabezada por el marqués de Selva Negra, Juan Pío
Montúfar y como vicepresidente, el obispo José Cuero y Caicedo. Conocidas
las noticias por los funcionarios realistas de Popayán, Cuenca y Guayaquil
hacen los preparativos para conjurar la rebelión. Montúfar atemorizado por los
acontecimientos le entregó nuevamente el mando al conde Ruiz de Castilla,
quien dio su palabra de respetar la libertad de los involucrados. Como era de
suponer, una voz en el poder hizo apresar a varios de los implicados. Nuestro
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E dición conmemorativa del B icentenario
compatriota tomó contacto de inmediato con el santo y libertario obispo Cuero y
Caicedo y cultivó una estrecha amistad con patriotas como José Restrepo, José
Javier Azcásubi, los padres mercedarios donde estuvo hospedado y los escasos
jesuitas que aún quedaban en Quito.
A consecuencia de los sucesos acaecidos el 10 de agosto de 1809, el virrey
del Perú resolvió asegurar militarmente las ciudades ubicadas al Norte de Lima,
en territorio ecuatoriano, como Loja, Cuenca y Guayaquil, a fin de evitar una
nueva sorpresa. A Quito estimó necesario enviar una numerosa tropa al mando
del sanguinario coronel Manuel Arredondo, a fin de finiquitar todo intento de
sublevación. Por otra parte, los procesos de los implicados en el levantamiento se
prolongaba de una manera odiosa, aparte que las tropas de ocupación cometían
todo tipo de tropelías, incluyendo violaciones y saqueos, que enfurecían a la
población. Los líderes decidieron tomarse los cuarteles y la cárcel para liberar a los
presos. Efectivamente, el 2 de agosto la gente se lanzó a las calles, tomando por
asalto los cuarteles de Santa Fe y el Real de Lima, donde se hallaban detenidos
los principales conjurados, custodiados por los soldados de Arredondo. Al advertir
la presencia de la poblada, uno de los capitanes realistas ordenó abrir fuego contra
los prisioneros, mientras los soldados del regimiento Popayán lograban horadar
la muralla que dividía el cuartel, sorprendiendo por la espalda a prisioneros y
liberadores. Se inició de esta manera la matanza perdiendo la vida los patriotas
Juan Salinas, Juan de Dios Morales, el cura José Riofrío, los hermanos amigos
de Fray Henríquez, José Javier y Francisco Javier Azcásubi, José Vinueza, Juan
Larrea, Manuel Quiroga y, sus dos hijas y una esclava que en esos momentos
lo visitaba, Manuel Cajías, Marino Villalobos, Nicolás Aguilera, Anastasio Olea y
otros. Terminada la matanza de prisioneros, las tropas comenzaron a disparar
contra el pueblo, sin distinción de edad y sexo. Las calles quedaron cubiertas de
cadáveres y sólo la enérgica actitud del obispo Cuero y Caicedo puso término
a la cobarde masacre y al saqueo de casas y pertenencias, tanto de opositores
como defensores. En cierto modo recuerda los sucesos madrileños de mayo
provocados por las tropas napoleónicas contra el pueblo español y que en forma
tan magistral interpretó el notable pintor José de Goya y Lucientes.
Fray Camilo, refugiado en el palacio episcopal, permaneció tres días oculto
sin aparecer por el convento de La Merced, donde tenía su residencia habitual,
pero conoció ampliamente los alcances de la sublevación quiteña, que el mismo
había contribuido a impulsar. Como amigo y confesor del coronel Salinas, conoce
detalles de la sublevación popular de 1809. Incluso el 1º de agosto de 1810,
acude a la cárcel a confesarlo, sin saber que al día siguiente sería asesinado
vilmente. Este hecho golpeó a nuestro compatriota y es posible que al conocer tal
acto hubiese jurado luchar con más ahínco que nunca por la independencia.
El conde Ruiz de Castilla nunca proveyó la solicitud, mientras tanto seguía
predicando en La Merced algunas misiones y ejercicios espirituales, solicitados
por su amigo de ideales, capellán de monjas, Miguel Antonio Rodríguez, uno
de los más fervorosos ideólogos de la independencia, amigo del catedrático
universitario y gran orador sagrado, Dr. José Mejía Lequerica, que regentaba
la capellanía del Carmen Alto. Es curioso el informe emitido por el síndico del
municipio quiteño, Ramón Núñez del Arco, dirigido al general Toribio Montes,
luego de la derrota de los patriotas: “Carmen Moderno, vacante. Su propietario,
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Dr. Miguel Rodríguez, criollo insurgente seductor. Se precipitó con extraordinario
furor y entusiasmo y fue el representante que siempre peroraba con arrogancia y
desvergüenza: Hizo publicar una obra titulada Derechos del Hombre, extractado
de las máximas de Voltaire, Rousseau, Montesquieu y semejantes. Presentó al
Congreso las constituciones del Estado Republicano de Quito, las que fueron
adoptadas, publicadas y juradas. En suma, fue tan insolente y atrevido, que
a nuestro soberano el Señor don Fernando VII lo trataba públicamente con el
epíteto tristón de el hijo de la María Luisa. Habiéndose presentado al Jefe, lo
ha mandado preso a Guayaquil con destino”. El Dr. Rodríguez fue condenado a
muerte, pero su pena fue conmutada por la de destierro a Filipinas, donde vivió
casi diez años.
No cabe duda alguna que el círculo de amigos de Fray Camilo constituía
la flor y nata de los revolucionarios de esa época. Su estancia en La Merced
lo pone en órbita con, el clero más extremista. Basta con seguir el Informe del
mismo Procurador Núñez del Arco, quien escribe: “Los mercedarios del Convento
Máximo han ido a una con los franciscanos en el entusiasmo y sedición, saliendo
con armas de comandantes a la expediciones, siendo muy pocos los que se han
portado bien”. Menciona con el calificativo de insurgentes a los sacerdotes Álvaro
Guerrero, Pedro Barrera, Antonio Albán y Andrés Torresano. El Provincial Fray
Isidro San Andrés, es indiferente. El P. José Arízaga parece haber sido el único
realista. El P. Guerrero es a tal punto partidario de los patriotas que entregó a la
causa el dinero del depósito de “cautivos cristianos”.
La pregunta clave de por qué Fray Camilo que llegó a residir al convento de los
jesuitas, cedido a los Padres Agonizantes, y se traslada luego a La Merced, tiene
su base en la diferencia de opinión que lo alejó del Superior P. José Romero,
español y realista, fiel a la causa de la corona. Si bien es cierto que vivía con los
mercedarios, constantemente visitaba a sus hermanos de Orden, pues le atraía
particularmente la biblioteca de los jesuitas, donde encontró algunos libros de
pensamiento avanzado.
El cronista franciscano realista Melchor Martínez, autor de la obra en dos
volúmenes Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile, desde el cautiverio
de Femando VII hasta 1814, encargada por la monarquía española, se refiere
al fraile de la Buena Muerte como tenaz seguidor de las doctrinas de Voltaire,
Rousseau y otros herejes castigados por la Inquisición de Lima Confirma su
participación intelectual y lo acusa de haber instigado el alzamiento del pueblo
quiteño con las trágicas consecuencias que conocemos. Además, lo acusa como
fugitivo de las autoridades quiteñas.
En sus opiniones Fray Martínez acota: “Estas calidades y delincuente conducta
que debían hacerlo despreciable en cualquier país arreglado, eran precisamente
sus recomendaciones principales, sin las que sería inútil para el destino”.
En el tomo I de la misma obra, se menciona al fraile de la Buena Muerte en
los siguientes términos al referirse a la persecución de españoles con motivo del
Motín de Tomás de Figueroa: “Entre éstos fueron los más activos don Nicolás
Matorras (¿pariente de San Martín?), comerciante; don Martín Larraín, vecino
y patriarca de la revolución; el fraile Camilo Henríquez, apóstol y secuaz de la
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E dición conmemorativa del B icentenario
doctrina de la independencia, que después de haberla propagado y revolucionado
en Quito, se hallaba fugitivo activando la de Chile”.
El investigador Emilio Rodríguez Mendoza en su obra La Emancipación y el
Fraile de la Buena Muerte consigna que Camilo Henríquez inició sus estudios de
medicina en Quito, seguramente en la Universidad que fundaron los jesuitas, San
Gregorio Magno o en la establecida por los agustinos, San Fulgencio, autorizada
por el Papa en 1586. Lo que se sabe a ciencia cierta es que sus estudios de
medicina los terminó en Buenos Aires, durante los años que permaneció exiliado.
La mayoría de los frailes de la Buena Muerte practicaban la medicina, pues como
sabemos, se dedicaban al cuidado y tratamiento de enfermos. En Quito, atendían
junto a los Betlemitas en el Hospital Real, hoy San Juan de Dios.
Durante mi prolongada permanencia en Quito, en colaboración con mi mujer,
Alicia Rojas, investigadora de Historia del Arte, tratamos de seguir los pasos
de Fray Camilo. Visitamos el convento de La Merced, donde vivió casi toda su
estancia. Es una arcaica construcción, ubicada entre las calles Chile, Cuenca,
Mejía e lmbabura y data su primera capilla de 1559. La actual fábrica fue diseñada
por el arquitecto José Jaime Ortiz y data del siglo XVIII, 1700-1740 y su retablo
de 1748, obra del famoso artista quiteño Bernardo de Legarda. El convento sigue
el tradicional esquema de los monasterios benedictinos, con una hermosa pila
de piedra labrada, que data de 1652. Sus paredes la ornan valiosas pinturas
de la época colonial. Consta de tres naves en planta de cruz latina, en base al
modelo de la Iglesia de la Compañía. El imafronte muestra la monumentalidad de
las superficies blancas y las portadas trabajadas en piedra, su única torre y sus
cúpulas cubiertas con tejuelo verde vitrificado. Con emoción visitamos el sector
de las celdas en la seguridad de que en una de ellas debió vivir nuestro fraile.
Quedamos en deuda con la idea de colocar una placa que señale a los visitantes
que ahí vivió Fray Camilo. También pernoctó algún tiempo en la Iglesia, convento
y residencia jesuita, cuyos sacerdotes habían sido en esa época expulsados de
España y sus colonias. Es uno de los templos más hermosos y fastuosos de
Quito. Tres naves abovedadas con linternas, artesones de madera, gran retablo,
capillas y sacristía con retablos, todos recubiertos de pan de oro. Resalta la
fuerza de las columnas salomónicas rematadas en capiteles, pilastras y columnas
que enmarcan los nichos y una multiplicidad de mensajes esculpidos reflejan un
intencionado simbolismo religioso. Todo ello lo conoció, vivió, gozó y de seguro
comparó con lo modesto de nuestras iglesias.
Fray Henríquez estimó que había llegado la hora de regresar a su patria.
Las noticias que llegaban de Santiago, sumado a la enfermedad de los huesos,
secuela de los tiempos que pasó en prisión, hizo que pidiese dispensas al obispo
Cuero y Caicedo para abandonar esa sede episcopal y lo autorizara primeramente
retornar a Lima, lo que efectivamente ocurrió a fines de septiembre de 1810.
Viajó a Guayaquil con el propósito de trasladarse por mar a Callao; sin embargo,
en la bahía de Sechura debe abandonar la nave y trasladarse a Piura, donde
convalece. De nuevo viaja a la costa donde tuvo el agrado de saber noticias de
Chile, en particular la formación de la Primera Junta de Gobierno, por el capitán de
un barco procedente de Valparaíso. De inmediato hizo los arreglos para proseguir
en la misma nave de carga. Toda esta situación fue corroborada por el patriota
chileno Joaquín Campino, que llegó a Piura días después.
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Durante el viaje tuvo la sensación que le correspondería jugar un papel
importantísimo en la consolidación de la independencia de Chile. Venía lleno
de Ideas, tanto propias como prestadas. La experiencia quiteña, la reacción de
los realistas y el amotinamiento del pueblo le estaba señalando que no existía
otro camino para lograr la independencia. De Valparaíso se traslada a Santiago,
estimándose su presencia entre el 28 y el 31 de diciembre de l810, después de 26
años de ausencia y cuando cumplía 41 años de edad. Como en el país no existía
la Orden de los frailes de la Buena Muerte, buscó el asilo del padre mercenario y
gran patriota, Joaquín Larraín. A través de él conoció a Juan Martínez de Rozas.
Era un trío de temer, pero el que tenía las ideas más claras sobre la libertad
de Chile, era, sin duda, Camilo Henríquez. La intensa lectura de los filósofos
franceses y de otros autores que hemos mencionado, habían dejado una huella
muy clara acerca de lo que había que hacer. El cura Larraín le presentó a los
hermanos Carrera, incluso a doña Javiera, donde concurría a sus veladas de
corte independentista. Tal es así, que el 6 de enero, a menos de ocho días de
su llegada a Santiago, había redactado una proclama, cuyos términos altamente
revolucionarios para la época, lo relevaron al primer nivel. Dicho texto lo firmó
como “Quirino Lemachez”, anagrama del autor y del cual se sacaron cinco copias
más, una de las cuales la escribió doña Javiera Carrera, otra doña Mariana Toro y
las otras dos el cura Larraín y, tal es así, que a él le atribuyeron su autoría, siendo
pasto de las más acerbas censuras. Tres ejemplares quedaron en Santiago, uno
fue enviado a Concepción, otro a La Serena y un tercero a Buenos Aires, de
donde fue remitido a Londres, para ser publicado en el periódico El Español que
editaba en esa capital Blanco White.
Con clara inteligencia y gran estrategia, Fray Camilo, fue sembrando sus
ideas entre los más “radicales” de la dirigencia patriota. Participaba en todas las
reuniones de los adictos a la Junta, que procuraban imponerse a los “moderados”,
cuyo refugio más importante era el Cabildo. La facilidad de palabra, sus ideas
claras y precisas, la experiencia vivida en Quito, la lectura de, autores europeos,
las estrechas vinculaciones con miembros del clero que mantenían una posición
muy similar, fue otorgándole fama de buen expositor, y experto orador no sólo
sagrado, sino de las cosas del mundo. Durante enero, febrero y marzo de 1811,
mantuvo una actividad verdaderamente revolucionaria, donde el tema principal
era su Proclama.
Nuevamente recurrimos a Fray Melchor Martínez, en cuya obra citada incluye
la versión completa de la Proclama de Quirino Lemachez, bajo el subtítulo de
“Divulgación de pasquines sediciosos”, Allí afirma: “Ensoberbecidos con tan
faustos sucesos, los sublevados daban por hecho el proyecto de independencia
de la España y empezaron a declarar abiertamente sus miras, divulgando infinidad
de pasquines sediciosos con que intentaban alarmar al pueblo incitándolo al total
exterminio de los realistas, pintándolos a éstos con los denigrativos colores de
satélites del despotismo y tiranía, de usurpadores y opresores de los americanos,
y últimamente ensalzando las prerrogativas y derechos que estos pueblos que
tenían facultad, ocasión y poder para elegir el gobierno que mejor les pareciera”.
Si no fuésemos objeto de la tiranía del espacio, podríamos analizar
extensamente la Proclama de Fray Camilo. Aún hoy, a poco más de 190 años de
la histórica declaración, muchos de sus pensamientos mantienen una actualidad
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E dición conmemorativa del B icentenario
abismante. Ya en el comienzo de ella manifiesta: “De cuánta satisfacción es para
un alma formada en el odio de la tiranía, ver a su Patria despertar del sueño
profundo y vergonzoso que parecía hubiese de ser eterno, y tomar un movimiento
grande e inesperado hacia su libertad, hacia este deseo único y sublime de las
almas fuertes, principio de la gloria y dichas de las Repúblicas, germen de luces,
de grandes hombres y de grandes obras; manantial de virtudes sociales, de
industria, de fuerza y de riqueza.
La libertad elevó en otro tiempo a tanta gloria, a tanto poder, a tanta prosperidad
a la Grecia, a Venecia, a la Holanda; y en nuestros días, en medio de los desastres
del género humano, cuando gime el resto del mundo bajo el peso insoportable
de los gobiernos despóticos aparecen los colonos ingleses gozando de la dicha
incompatible con nuestra debilidad, y triste suerte”.
En su Proclama aborda todos los temas; la esclavitud, la aristocracia que
traiciona al monarca español, la calidad del suelo chileno para autoabastecerse,
la necesidad de respaldarse con una Constitución y leyes que velen por todos sus
ciudadanos, la elección de un Congreso Nacional, el respeto a los derechos del
hombre, la solidaridad y disposición generosa de sacrificar el interés personal por
el universal.
Uno de los propósitos de la Proclama era respaldar la elección de un Congreso
Nacional y nadie mejor que el propio autor fuese integrante de él. Resultó elegido
como suplente por el partido de Puchacay, cuyo propietario fue el canónigo Juan
Pablo Fretes. Pero, a Fray Camilo aún le correspondería jugar un importante papel.
Adquirió fama de buen orador sagrado. Sus sermones cargados de patriotismo
fueron penetrando en el alma de la beatería de aquel entonces y gradualmente
los asistentes a los servicios religiosos se dividieron entre partidarios del nuevo
gobierno y realistas. Los oradores más relevantes de los defensores de la corona
eran el franciscano Alonso y el mercedario Romo. Las menciones doctrinarias
de Fray Camilo, apoyadas en la Biblia, lógicamente surtían efecto en aquellas
sencillas almas coloniales. Sus palabras, llenas de fuego patriótico, arrancaban
admiración de la feligresía. Con gran despliegue argumental, puso énfasis en
las elecciones de diputados fijadas para el 1º de abril. A las 7 de mañana, los
electores empezaron a acudir al Consulado (actual edifico del Correo), en la plaza
de Armas, donde estaba formado el regimiento Dragones de Penco, al mando
del capitán Juan Miguel Benavente. Algunos soldados empezaron a reclamar por
su comandante Tomás de Figueroa. Como no hubo acuerdo y para evitar males
mayores retornaron a su cuartel ubicado en la calle San Pablo. Allí estaba Tomás
de Figueroa, quien se puso al frente de sus tropas gritando ¡Viva el Rey! Con la
idea de recuperar el poder para instalar nuevamente a Francisco Antonio García
Carrasco. La historia que sigue la conocemos. El llamado “Motín de Figueroa” fue
dominado por las tropas dirigidas por el comandante general Juan de Dios Vial,
quien debió apresar al coronel, refugiado en el convento de Santo Domingo. Lo
curioso de la historia es que propio Fray Camilo se puso al frente de la mocería,
exaltada por su patriótica arenga, e hizo frente a la insurrección, armado sólo
de un palo, sin sotana y sin sombrero. Dominado el conflicto y apresado Tomás
de Figueroa, en el convento de Santo Domingo, donde se había refugiado,
debió ayudarlo a bien morir. Fray Melchor Martínez relata en detalle los últimos
momentos del coronel realista que pagó con su vida su osadía insurreccionar.
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Salvada la situación, elegido los representantes del pueblo al primer Congreso
Nacional el 6 de mayo, se instala solemnemente el 4 de julio de 1811. Previamente
se oficia una misa en la Iglesia Catedral, con asistencia de los miembros de
la Junta de Gobierno, vocales, diputados, el nuevo tribunal de Apelaciones, el
Cabildo, jefes militares y los vecinos más caracterizados.
La oración u homilía estuvo a cargo de Fray Camilo. Dejemos al propio
cronista fray Martínez, que nos comente las alternativas de la ceremonia: “Dijo la
oración el famoso Padre Camilo Henríquez, de la Buena Muerte, quien después
de dar una breve noticia del origen, progresos y fin de los principales imperios del
mundo, explicó que los pueblos usando de sus derechos imprescriptibles, habían
variado a su voluntad la forma de los Gobiernos, y de esta doctrina intentó deducir
y probarlos tres puntos en que dividió su arenga:
El primero decía que la, mutación del gobierno de Chile era autorizada por
nuestra Santa Religión Católica;
El segundo, que era conforme y sostenida por la razón, en que se fundaban
los derechos del hombre, y
El tercero, que entre el Gobierno y el pueblo existía una recíproca obligación,
en el primero, de promover la felicidad y libertad del segundo, y en éste, la de
someterse con entera obediencia y confianza al Gobierno.
Para probar dichas proposiciones abusó en primer término de muchos lugares
de sagradas letras, trastornando el sentido e inteligencia verdaderos, y donde más
lució su rara erudición, fue en la doctrina escandalosa de Voltaire y Rousseau y sus
infinitos secuaces, usando de sus liberales y sediciosas autoridades, declamando
contra la supuesta tiranía y despotismo de los gobiernos monárquicos, que con
la fuerza tenían usurpados y oprimidos los derechos con que Dios crió al hombre
libre para elegir el gobierno que más le acomodase, pues por principio natural
inconcuso, todos tenemos derecho de proporcionarnos un estado que nos libre
de los males, y atraiga la felicidad posible; que la esclavitud en que nos tenían,
debíamos repelerla con el sacrificio de todos nuestros esfuerzos y aun de nuestra
misma vida; y que por dirigirse a este heroico empeño la instalación del Congreso,
nos debía ser tan recomendable, como respetado y obedecido este cuerpo y su
suprema autoridad, pues en él depositaba toda su confianza, sus innegables
derechos y la esperanza de su libertad y felicidad de todo el Reino de Chile”.
La oración de fray Camilo causó necesariamente un fuerte impacto, en particular
en aquellas mentes acostumbradas a la obediencia ciega a la monarquía, y cuyo
horizonte intelectual estaba limitada por libros piadosos y la biografía de uno que
otro santo. Los más avezados habían leído a más de un escritor y poeta hispano,
pero siempre dentro de la literatura clásica, sin horadar en ruta de los filósofos
franceses.
La actividad de nuestro sacerdote se movía en torno a Martínez de Rozas,
los hermanos Carrera y los frailes más partidarios de la independencia. A fines
de noviembre se recibe la primera imprenta encargada por las autoridades
chilenas. Unánimemente se designa director al padre de la Buena Muerte. El
decreto señala: “Como es necesario que se elija un redactor, que, adornado de
principios políticos, de religión, de talento, y demás virtudes naturales y cívicas,
272
E dición conmemorativa del B icentenario
disponga la ilustración popular de un modo seguro, transmitiendo con el mayor
escrúpulo la verdad y recayendo estas cualidades en el presbítero fray Camilo
Henríquez, se le confiere desde luego el cargo, con las asignación de quinientos
pesos al año. Carrera.-Cerda.-Manso.-Vial, secretario”. En cada artículo, crónica
o comentario dejó impresa su impronta. Siempre luchando por un solo objetivo: la
libertad de la patria de la corona española. No hay otro ejemplo en América capaz
de superar la tenacidad de este fraile valdiviano que, como señala el historiador
Jaime Eyzaguirre fue “el difusor más eficaz del pensamiento de Rousseau y en
Chile, consumido por el fuego del ideal revolucionario. Es el hombre que rompe
por entero con el pasado. Su pluma es la del agitador de nuevo cuño que se guía
por los maestros de la “ilustración”.
El 13 de febrero de 1812, aparece el periódico La Aurora de Chile. Se
editaron 58 números y en cada ejemplar sobresale la pluma combatiente de este
sacerdote que no da ni recibe cuartel en pos de sus ideales libertarlos. Junto con
dirigir la publicación es miembro de la comisión que prepara el proyecto de la
Constitución, senador y secretario del Senado. Desde el 17 de abril de ese mismo
año edita un interdiario El Monitor Araucano y el 10 de agosto, rememorando
la gesta independentista de Quito, inaugura el Instituto Nacional, heredero del
Colegio Carolino.
El velo negro del infortunio se devela en Rancagua. La muerte de su hermano
José Manuel, en esa ciudad, a manos de los realistas lo desespera y si bien es
cierto no jura su venganza, enciende aún más su espíritu de lucha. Los patriotas
huyen allende los Andes y entre ellos, fray Camilo, que se exilia en Buenos Aires,
lejos de su patria y de su ministerio sacerdotal, sufre angustias y soledades. Para
subsistir trabaja en La Gaceta Ministerial de Buenos Aires y en las observaciones.
Luego el cabildo de Buenos Aires lo contrata como director de El Censor, donde
hace gala de un periodismo combativo y multifacético, que lo convierte en el
primer periodista bonaerense. Impulsa la artes, especialmente el teatro, del
cual era aficionado. Se hace un tiempo para terminar sus estudios de medicina
titulándose de médico, profesión que ejerce casi prácticamente gratis, pero que
le permite subsistir a medias junto a otros patriotas. (Por cada visita recibe tres
reales).
Triunfante la patria en Chacabuco y Maipú, el Libertador O’Higgins se da a la
tarea de ubicar a fray Camilo en Buenos Aires, con el propósito de que asumiese
importantes tareas. La historia generalmente relaciona más al sacerdote chileno
con José Miguel Carrera que con nuestro Padre de la Patria, por el hecho de
haber participado en acciones de la Paria Vieja, sin embargo no es así. La
documentación histórica registra que el 1º de octubre de 1821, el gobierno había
expedido el siguiente decreto: “Atendidos los méritos y servicios del clérigo
regular ciudadano Camilo Henríquez, vengo en conferirle el empleo de capellán
de ejército del Estado Mayor General, con el sueldo asignado por reglamento.
(firman) O’Higgins - Zenteno”.
Como carece de dinero y su estado de salud es deficiente, el regreso a Chile
le parece demasiado lejano. Pero una luz aparece en el firmamento. El ministro
de Chile en la capital argentina, Miguel Zañartu le comunica que su amigo el
director O’Higgins, deseaba saber si quería retornar a Chile con un cargo en la
273
R evista L ibertador O’ higgins
administración pública. Emocionado fray Camilo leyó la carta del Libertador, cuyo
texto es el siguiente: “Aunque en este último período de la libertad de Chile ha
guardado usted tanto silencio que ni de nuestro suelo ni de mí se ha acordado en
sus apreciables producciones, que siempre se conocen por la inimitable dulzura y
juicio que las distinguen, yo quiero ser el primero en renovar una amistad que me
fue tan amable y que puede ser útil al país en que ambos nacimos. Muchas veces
he deseado escribir a usted ofreciéndomela y aun invitándole a su regreso; pero
no quería ofrecer lo que no fuese equivalente, o mejor de lo que usted disfrutase,
y aún esperaba la terminación de la guerra para que ni ésta retrajese a usted en
venir. Ahora, pues, que la libertad del Perú ha asegurado la nuestra; ahora que
nuestra República debe empezar a engrandecerse, es cuando escribo ésta para
proponerle el que venga al lado de su amigo, a ayudarle en las penosas tareas
del gobierno. Los conocimientos y talentos de usted son necesario a Chile y a mí;
nada debe, pues, retardar su venida cuando la amistad la reclama.
Cualquiera que sea la comodidad con que en esa le brinden, yo le protesto
que las que le proporcionaré no le serán desagradables, y sobre todo usted no
debe apetecer más gloria que la de contribuir con sus luces a la dirección de
esta República que lo vio nacer. No le arredren a usted ni la preocupación ni el
fanatismo: usted me ha de ayudar a derrocarlo con tino y oportunidad”.
Luego agrega: “con esta fecha escribo al diputado de este gobierno en Buenos
Aires para que proporcione a usted el dinero que necesitase para el viaje, si
admite la invitación que le hace su fino amigo y servidor q.b.su m.”
La respuesta de fray Camilo no se hizo esperar: “Mi siempre amado y admirado
amigo y paisano: Yo dejo al magnánimo corazón de V.E. sentir y calcular
mis afectos de reconocimiento y admiración al leer su cariñosa y generosa
comunicación de 15 de noviembre último.
Partiré con la brevedad posible para esa nuestra dulce patria a admirar las
grandes cosas e intentos inmensos que he sabido, aunque muy en globo, que va
debiendo a V.E. y que aquí son poco conocidos; sin embargo, de que voy con una
especie de temor, porque V.E. ha formado una idea demasiado ventajosa de mi
mediocre aptitud”.
Anunció su casi inmediato regreso al país. Simultáneamente Zañartu comunicó
a O’Higgins la recepción de una letra por 400 pesos para los gastos de viático de
fray Camilo. En el tomo VI, página 272 del Archivo de Don Bernardo O’Higgins, se
publica una carta del mismo parlamentario, fechada en mayo 16 de 1822, en cuyo
texto puede apreciarse el afecto de Zañartu por el fraile: “Mi distinguido amigo:
Celebro mucho ver en la apreciable de V. 16 de abril a que contesto, que el Padre
Camilo esté ya a su lado y en juego. El es un hombre honrado y un filósofo, y de
estos hombres sólo debe V. fiarse para procurar nuevos géneros de gloria a su
gobierno. Que la energía y acierto de sus empresas militares se extienda también
a las instituciones civiles, entonces nada tendrá que desear la prudencia ni que
zaherir la mordacidad, Aquel amigo me escribe muy contento, asegurándome
que halla en V. las mejores disposiciones para establecer las bases y alcanzar
progresos en todos ramos. Las ilustración del siglo se presta mejor a conceder
laureles a los gobiernos en lo político que en lo militar. V. Tiene la ventaja de
mandar un pueblo dócil, aunque algo preocupado”.
274
E dición conmemorativa del B icentenario
El Padre de la Patria cumplió con la promesa formulada. El 27 de abril de ese
año dictó un decreto por el cual lo nombra bibliotecario de la Biblioteca Nacional
con 500 pesos de sueldo anual, y además, se le encargaba la publicación de la
Gaceta Ministerial, que publicaba todos los documentos oficiales que emanaban
del gobierno. Personalmente, guiado por su entusiasmo periodístico, fundó El
Mercurio de Chile que cerró sus puertas en abril de 1823, después de la abdicación
del Libertador. En julio de 1822 lo nombró en la Junta de Sanidad, atendiendo a
su calidad de médico y a los numerosos artículos que había escrito en su diario
respecto a las medidas que debían adoptarse para mejorar la salud de la población
expuesta a una serie de enfermedades, muchas de ellas, derivadas de la falta de
higiene. A instancias del canónigo Casimiro Albano, amigo de fray Camilo y del
Libertador, se le designa secretario a cargo de la redacción del reglamento de
la Convención y de un periódico Diario de la Convención de Chile, abierto para
registrar las actas de las sesiones y documentos. La inteligencia y sagacidad del
padre del periodismo chileno quedó impresa en las notables sugestiones como
por ejemplo, el mejoramiento de los hospitales, restauración del hospicio para
indigentes, supresión de las penas corporales, particularmente en el ejército, y
visita a las cárceles para supervigilar la correcta administración de justicia.
Su espíritu de lucha nunca lo abandonó y para dejar constancia de ello editó El
Nuevo Corresponsal, donde libremente exponía su pensamiento siempre libertario
y de defensa de los más modestos. En sus columnas terció en un amplio debate
con el dominico Tadeo Silva, por la publicación del artículo, titulado “Los apóstoles
del diablo”, donde le contesta, entre otras cosas: “Las hogueras inquisitoriales
están extinguidas por el progreso de las luces”, defendiendo siempre la libertad
que tenían los pueblos de elegir su propio camino.
En el Congreso de 1822, representó a su ciudad natal y tuvo a su cargo la
redacción del reglamento de la Cámara y propugnó con especial devoción la Ley
del Olvido que consultaba una amnistía para todos. Fray Camilo quería que esta
medida se adoptara el 20 de agosto, fecha del cumpleaños del Padre de la Patria,
pero el Libertador, por exceso de modestia, no la puso en práctica hasta el 18 de
septiembre, aniversario patrio.
La amistad del fraile de la Buena Muerte con el Director supremo fue bastante
fluida. Como secretario del Congreso mantuvo entrevistas casi a diario. A su vez,
O’Higgins le consultaba muchas de las medidas que adoptaba atendiendo a su
elevado criterio y a la vasta cultura que demostraba frente a muchos negocios de
gobierno.
En el Congreso Constituyente de 1823, fue elegido diputado suplente por Chiloé
y por Copiapó pero no tuvo muchas intervenciones debido a la convalecencia
de los males que le afectaban. Sin embargo, por su versatibilidad se le nombró
presidente de la Comisión de Hacienda, la más importante de su época.
El 28 de enero de 1823, abdicó el héroe, lo cual determinó la cesación del
Consejo Consultivo que lo asesoraba y del cual era su secretario y que presidía
Manuel de Salas. El Reglamento constitucional provisorio de marzo de 1823
estableció el Senado Conservador y legislador, el cual lo eligió también secretario,
considerándolo ireemplazable en este tipo de funciones. El 19 de julio, en el
gobierno de Freire, asume en propiedad la dirección de la Biblioteca Nacional,
275
R evista L ibertador O’ higgins
después de la renuncia de Manuel de Salas y se le asignan dos mil pesos para
la compra de libros. En el Congreso de 1824 representa en propiedad a Copiapó
y Rere, pero opta por el partido nortino y es elegido nuevamente miembro de la
Comisión de Hacienda y se le encargó la redacción del reglamento del Congreso.
Entre sus intervenciones más famosas destaca la creación de una marina de
guerra capaz de defender nuestras costas con eficacia y seguridad. En este
aspecto coincide plenamente con el Libertador quien manifestaba que la única
manera de asegurar la independencia de España era contar con una flota capaz
de enfrentar a la de la península. El mismo año, 1824, fue designado oficial mayor
del Departamento de Relaciones Exteriores, cargo que al parecer no alcanzó
a desempeñar por el lamentable estado de salud. En la comisión de Hacienda
laboró todo el mes de diciembre del mismo año y el exagerado esfuerzo hasta el
31 del mismo mes agotó sus energías hasta que tuvo que ser llevado en camilla
humana hasta su domicilio ubicado en calle Teatinos, entre Huérfanos y Agustinas.
Allí el Dr. Pedro Moreno certificó que al Dr. Henríquez lo “llevaba asistiendo desde
hace dos meses de una fiebre intermitente, o terciana, procedente de un fomes
gástrico”.
El 8 de enero otorgó su testamento reiterando su fe católica, apostólica y
romana y el 16 de marzo fallece en las primeras horas de la mañana. El mismo
día, en la sesión del Congreso se dio cuenta de su deceso y se acordó tributarle
todos los honores a que era merecedor y los diputados guardaron luto por tres
días. Salvas del fuerte ubicado en el Santa Lucía sellaron sus exequias.
La coincidencia del pensamiento del Libertador con fray Camilo respecto a los
factores que debían considerarse para potenciar a Chile son numerosas. Basta
señalar la creación de fuerzas armadas suficientes para asegurar la independencia
del país, la existencia de un Ejecutivo fuerte, un congreso capaz de legislar en
beneficio de los más modestos, la creación de colegios en todas la ciudades para
elevar la cultura y el conocimiento de las artes y las letras, la libertad para internar
todo tipo de literatura, incluyendo los filósofos y enciclopedistas franceses y
europeos, el libre intercambio de comercio y la necesidad de unir a todos los
pueblos de América en pos de su total libertad de España.
Nuestro país no ha sido justo con el fraile de la Buena Muerte. Se le recuerda
pero no en la dimensión que corresponde. Creo que sería hora de reparar tan
grande injusticia. El Padre de la Patria lo supo aquilatar y aparte de hacer posible
su retorno le confió varias tareas donde fray Camilo pudo entregar lo mejor
de su acervo cultural. No cabe duda que fue el verdadero ideólogo de nuestra
independencia.
276
E dición conmemorativa del B icentenario
O’Higgins Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA
Cristián Guerrero Lira1
Al referirse a la relación entre O’Higgins y la independencia de América,
parecería inevitable hacer una relación, por muy somera que ésta fuese, de la
preparación y actuación de la Expedición Libertadora del Perú, enviada desde
Chile en agosto de 1820; pues es en ella donde se encuentra la máxima muestra
de la más destacable acción de este prócer a nivel americano. Para no reiterar
lugares comunes que son de todos conocidos, en esta oportunidad evitaremos
hacer esas consideraciones, centrándonos preferentemente en las huellas de
un “Patriotismo americano” que son perceptibles en el pensamiento de nuestro
personaje central, y en la, valoración que de esa acción americana hicieron los
peruanos entre 1868 y 1869, es decir, cuando entregaron, con los sentimientos
que luego veremos, los restos mortales del General O’Higgins.
I. MIRANDA Y O’HIGGINS: PATRIOTISMO AMERICANO
En varios trabajos historiográficos se ha discutido sobre la génesis de las
nacionalidades hispanoamericanas y su relación con el proceso de independencia.
Para algunos, éstas se conformaron simultáneamente al estallido y desarrollo de
éste, mientras que para otros, son una consecuencia de él. Sea como haya sido,
lo concreto es que junto al patriotismo local, o vernacular, del que los libertadores
de América dieron indiscutibles pruebas, existió otro tipo de patriotismo, otro nexo
de unión a una comunidad esta vez mayor, de hondo sentido americano, y esto
a pesar de que existan opiniones que, como lo hace Gonzalo Vial, afirmen que
para hombres como Miranda, Bolívar, San Martín y O’Higgins ese sentimiento
de pertenencia a una comunidad determinada era un lastre, puesto que debido
a sus largas estadías en Europa se habría producido en ellos una desconexión
con la realidad hispanoamericana convirtiéndose ella en “un molesto, incómodo
recuerdo de esa realidad que aspiraban a alterar hondamente, haciéndola más
acorde a las ideologías que sustentaban”.
Reconociendo que la argumentación esgrimida por este autor contiene
elementos que la acercan a la realidad, y que como el mismo lo señala, esta
temática es altamente discutible, parece conveniente detenerse a sopesar
algunos puntos de ella, especialmente en lo que se refiere a la consideración de
la nacionalidad “nativa”, como un lastre para el americanismo. ¿Ese sentimiento
1 El autor es profesor del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile y Consejero Nacional
del Instituto O’Higginiano de Chile.
277
R evista L ibertador O’ higgins
entraba en conflicto con el patriotismo vernacular o podían coexistir esas dos
expresiones de patriotismo?
Nos parece conveniente distinguir, en primer lugar, entre “Americanismo” y
“Patriotismo americano”. El primer término, dentro del imaginario político de estas
latitudes, conlleva la idea de integración, la que puede ser entendida más como
una suerte de proyecto de “unificación” o “combinación” multinacional, en pos del
cual se conjugan distintos esfuerzos. Este es el sentido que han tenido, y tienen,
las distintas instancias de integración regional que han surgido en América Latina,
tales como el Pacto Andino o el moderno Mercosur.
En cambio, la expresión “patriotismo” se relaciona directamente con un
sentimiento de pertenencia a una comunidad, y no a una opción política
determinada, identificación esta última que siempre resulta peligrosa. Al referir
la existencia de un “patriotismo americano” hablamos de la idea de la existencia
de una comunidad supranacional, en la que, yendo más allá del límite geográfico
de una “Patria nativa”, o de los intereses coyunturales de un momento dado, se
reconocen valores culturales que son compartidos con otros, originarios de otras
“patrias”, y que surgen no sólo porque en un momento dado se enfrente a un
peligro, un riesgo, o se reaccione frente a un factor externo, sino porque además
existe un sentimiento de mancomunidad espiritual que impulsa a actuaciones
concordantes.
Esta idea, sin desconocer que existieron afanes americanistas del tipo
“integracionista”, no sólo fue expresada por los más destacados líderes del
movimiento revolucionario americano. Valgan un par de ejemplos locales: el
primero es el caso de Andrés Manterola, un Oficial del Ejército de Chile que debió
refugiarse en Mendoza a partir de 1814, quien en una solicitud de auxilio expresó
a San Martín que su “amor a la causa de la América” lo había obligado a huir del
tirano2. El segundo lo extractamos de edición del 12 de noviembre de 1812 de
la Aurora de Chile, donde al comunicarse el triunfo de Belgrano en Tucumán se
utilizaban expresiones como: “El esfuerzo de los defensores de la América y sus
triunfos (…)” y “Tiranos (…) Rotas las cadenas con que habíais aprisionado a la
América, toda ella se confedera en vuestra ruina (…)”.
La existencia de este patriotismo americano no excluye que hayan existido,
incluso en aquellos grandes líderes, expresiones de un patriotismo local. Para
comprobar ello basta con recordar la ferviente defensa de la soberanía rioplatense
que hiciera José de San Martín ante José Miguel Carrera, especialmente aquel
oficio en que decía, ante los reclamos del caudillo chileno: “yo pregunto a V.S. de
buena fe ¿Si en un país extranjero hay más autoridad que las que el gobierno y
leyes del país constituyen?”3.
¿Es posible encontrar expresiones de esta idea en el pensamiento de Miranda
y O’Higgins?
Conocemos dos versiones del escrito que Francisco de Miranda entregara al
joven “Bernardo Riquelme” cuando éste se aprestaba a retornar desde Europa
2 Archivo Histórico de Mendoza, Época Independiente, 497: 58.
3 Citado por Jorge Ibáñez en O’Higgins El Libertador, p. 102.
278
E dición conmemorativa del B icentenario
a su suelo natal. El primero es conocido con el título de Consejos de un viejo
sudamericano a un joven compatriota al regresar de Inglaterra a su país, y que
publicara Benjamín Vicuña Mackenna en El Ostracismo de O’Higgins.
El segundo fue publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía (tomo
DVI, 1927). Y lleva por título Consejo de un viejo sudamericano a uno joven, sobre
el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país.
Las diferencias entre ambos textos resultan menores, sin presentarse
alguna alteración significativa del contenido. Una de las primeras cosas
que llama la atención, en cualquiera de las dos versiones, es la asimilación y
equiparación existente en el pensamiento de Miranda entre los términos “Patria”,
“País”, “Sudamérica” y “América”. Al analizar el texto, en cualesquiera de
las dos versiones, de inmediato se notará que se trata de los consejos de un
“Sudamericano” a “un joven compatriota” o del “consejo de un viejo sudamericano
a uno joven”, estableciéndose así un nexo de procedencia, ajeno a las divisiones
administrativas que el imperio español había establecido en los territorios que
dominaba.
Como se trata de una serie de consejos, no es extraño que Miranda utilizara una
terminología coloquial, casi paternal se podría decir, en la que la idea que venimos
destacando mantenía su vigencia. Así, le dice: “Varias veces os he indicado los
nombres de varios sudamericanos en quienes podíais reposar vuestra confianza,
si llegarais a encontrarlos en vuestro camino, lo que dudo porque habitáis una
zona diferente” y más adelante manifiesta su ignorancia respecto “del país que
habitáis” y del “carácter de vuestros compatriotas”, pero unas cuantas líneas más
adelante advierte al joven discípulo que los “españoles” lo “despreciarán por haber
nacido en América y los aborrecerán por ser educado en Inglaterra”, mientras que
“los americanos, impacientes y comunicativos, os exigirán con avidez la relación
de vuestros viajes y aventuras.
Curiosamente, en ninguna de las dos versiones del texto aparece alguna
mención a Chile, a Venezuela o a alguna otra región del continente americano.
Sólo aparecen, expresamente mencionados, dos países: Inglaterra (dos veces)
y Estados Unidos (una vez). En cambio “América” o “Sudamérica” aparece
mencionada en seis oportunidades.
La única expresión particular hacia Chile aparece cuando Miranda le señala
que él, O’Higgins, es el único chileno que conoce.
Este sentimiento de pertenencia a un conglomerado mayor, a una “Patria
americanas también fue expresado por el mismo Miranda en 1806 en su
Proclama de Coro (2 de agosto de 1806), titulada “Proclamación. Don Francisco
de Miranda, comandante general del ejército colombiano, a los pueblos habitantes
del continente americano-colombiano”, en la que señalaba a los venezolanos que
con el apoyo de Inglaterra “podemos seguramente decir que llegó el día, por fin,
en que, recobrando nuestra América su soberana independencia, podrán sus
hijos libremente manifestar al universo sus ánimos generosos”4.
4 Pensamiento Político de la Emancipación (1790-1825), tomo I, p. 20.
279
R evista L ibertador O’ higgins
En el caso particular de O’Higgins que no fue precisamente un pensador político
que expusiera sistemáticamente sus pensamientos sobre esta materia no resulta
difícil encontrar, en sus innumerables cartas, expresiones de la conjugación entre
estos dos tipos de patriotismo.
Por ejemplo en 1811 le escribió a Juan Mackenna relatándole que ya se había
incorporado al ejército: “He pasado ya el Rubicón. Es ahora demasiado tarde
para retroceder, aun si lo deseara, aunque jamás he vacilado. Me he alistado bajo
las banderas de mi patria (...)”. La alusión a Chile resulta meridianamente clara:
“mi patria”, pero pocas líneas después habla del enemigo, ese “mismo espíritu
maligno que hizo correr la mejor sangre de Quito y de La Paz” que ahora “está
sediento de la nuestra” (Valencia, p. 40).
En diciembre de 1816, y desde el Fuerte de San Carlos, en Mendoza, escribió a
Clemente Lantaño relatando los progresos de la revolución en América y agregaba
que “El grande interés que las naciones toman por nuestra independencia,
todo nos anuncia la pronta expulsión de nuestros tiranos y el pleno goce de los
territorios que Dios y la naturaleza nos han señalado para nuestra existencia”
(A. Carrasco, pp. 17-18).
Estas ideas, obviamente, no quedaban en el papel, sino que se concretaban
en realidades tangibles. El ejemplo más conocido de ello es la conformación de
la Expedición Libertadora del Perú, pero precisamente por ello creemos que es
de mayor utilidad, y brevedad, referir el contenido de una carta que enviara a
Miguel Zañartu en septiembre de 1820: “Acaba de llegar a Valparaíso un brigadier
enviado por el Gobierno patrio de México, solicitando auxilios de armas y tropas,
asegurando que toda la costa, desde las inmediaciones de California hasta las
de Acapulco, están en rebelión. Las nuevas del orden que reina en Chile, los
progresos de sus armas, las victorias marítimas, todo les ha convencido que este
pueblo es el único que está en aptitud de ayudar a su libertad. En efecto, después
que haya zarpado de Valparaíso la expedición que con el mayor secreto estoy
equipando para Chiloé, y de lo que encargo a V. el mayor sigilo, pienso auxiliar la
costa de México con armas, oficiales, y un par de buques de guerra” (Valencia,
pp. 128-129).
Lo vernacular no estaba ausente. De hecho, en una misiva que envió a Simón
Bolívar en 1824 agradecía su inclusión en las fuerzas del Libertador con las
siguientes palabras: “¡Qué consideración tan lisonjera es a un soldado araucano
ser invitado a las filas de sus bravos hermanos de Colombia!” (Valencia, p. 56).
Es un “araucano”, chileno por extensión, que milita en las filas de sus “hermanos”
colombianos. No olvidemos que “Colombia”, por esos años, refería a varios
territorios distintos. El mismo “Araucano” le decía a su madre, en fecha cercana
(septiembre de 1824), que su salud estaba “mejor que nunca y mis deseos jamás
han sido más grandes de alcanzar a los enemigos, para que siquiera un solo
araucano vea la conclusión y tenga la parte que alcancen sus débiles esfuerzos
en la exterminación para siempre del yugo español de estas regiones” (Valencia.
p. 57).
Existe otro documento en el que claramente es perceptible esta misma idea, y
se trata de uno de los documentos fundamentales de la historia de Chile, el Acta
de Proclamación de la Independencia, donde se dice “La fuerza ha sido la razón
280
E dición conmemorativa del B icentenario
suprema que por más de trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la
necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus derechos y de buscar
en ella misma el origen de sus más grandes deberes. Era preciso que algún
día llegase el término de esa violenta sumisión; pero entretanto era imposible
anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego
a sus pretensiones, y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan.
Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América reclamar sus derechos sin ser
delincuente y mostrar que el período de su sufrimiento no podía durar más que el
de su debilidad”.
II. LA VALORACIóN PERUANA DE LA OBRA DE O’HIGGINS (1868-1869)
Es demasiado conocido que la mayor expresión del patriotismo americano
que es posible encontrar en O’Higgins dice relación con la independencia del
Perú: y también resultaría demasiado extenso de referir. Lo mismo ocurre con
su permanencia en aquel país por largos 19 años, en los que el recuerdo de su
suelo natal siempre estuvo presente. Quizás resulte más ilustrativo detenerse a
examinar las expresiones vertidas por los hijos del Rímac en el momento en que
los restos del Libertador se separaban de su suelo y ello debido a que, tal como
quedó claramente expresado en aquella oportunidad, se consideraba a O’Higgins
como Libertador del Perú.
Las tramitaciones legales para trasladar los restos de O’Higgins desde el Perú
se iniciaron en noviembre de 1842, pero éstas encontraron largas dilaciones
legislativas y financieras y sólo en 1868 se reactivaron gracias a la moción
presentada por los diputados Ramón Rozas Mendiburu, hijo de Juan Martínez de
Rozas, y Benjamín Vicuña Mackenna. Este último, en su intervención en la sesión
del día 3 de agosto de ese año, señaló que repatriándose los restos mortales
de O’Higgins “se probará a las demás repúblicas americanas la falsedad del
adagio El Mal Pago de Chile, y se cumplirá con un deber sagrado, que han sabido
satisfacer Venezuela, Ecuador y la República Argentina, con los pronombres de
su independencia, Bolívar, Alvear y Lavalle”. Pero había más, nuestro país tenía,
dijo el orador, una deuda que satisfacer: “O’Higgins no recibió nada de Chile, y por
felicidad de su patria se condenó al ostracismo, su familia, lejos de haber recibido
concesiones de este país, ha comprado a su costo la sepultura que debían haber
recibido los restos del grande hombre, su hijo don Demetrio fue uno de los que
con más generosidad contribuyó con su fortuna para hacer frente a la guerra a
España el año 65”5.
Aprobado el proyecto, el Presidente José Joaquín Pérez designó a la comisión
que se encargaría de la repatriación, la que fue presidida por Manuel Blanco
Encalada, un natural de Buenos Aires que había llegado a ejercer la presidencia
de nuestro país. El 9 de diciembre de 1868 los comisionados zarparon desde
Valparaíso rumbo al Callao.
Dos días antes del zarpe de la comitiva, el Encargado de Negocios de Chile
en Perú, Joaquín Godoy, había remitido al gobierno peruano una copia de
5 Benjamín Vicuña Mackenna, La Corona..., p. 51.
281
R evista L ibertador O’ higgins
la ley que autorizaba la repatriación de los restos de O’Higgins, y solicitaba la
correspondiente autorización.
El Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, J. A. Barrenechea, contestó
que había comunicado el asunto al Presidente Balta, agregando en su nota de
respuesta que “Profundo pesar causa a S. E. la separación de esas venerables
reliquias del suelo del Perú en que han reposado tantos años: pero reconociendo
los justos títulos que asisten a Chile para reclamarlas y poseerlas, se apresura
a deferir a la petición del Gobierno de US. y se han dictado en consecuencia,
las órdenes respectivas para que la Comisión sea recibida en el Callao como
corresponde, y pueda enseguida llenar cumplidamente sus fines: disponiendo al
mismo tiempo, que se tributen a los restos del ilustre patriota, los honores a que
sus grandes hechos y su elevado rango lo hicieron acreedor”6.
Tras nueve días de navegación, las naves chilenas arribaron al Callao, y al
día siguiente, 18 de diciembre, la Comisión desembarcó. Las autoridades locales
recibieron a sus integrantes en el muelle y tras los saludos de rigor, partió hacia
Lima, donde fue recibida por el Presidente peruano.
El 28 de diciembre se llevó a cabo la exhumación de los restos del General
O’Higgins desde el nicho N° 3, letra C, del Cuartel de Santo Toribio del cementerio
limeño.
El Coronel Manuel Freire, Presidente de la Beneficencia peruana, por expreso
encargo de su gobierno, hizo entrega oficial de los restos7.
En sus discursos, tanto Freire como el Ministro Barrenechea destacaron la
dimensión sudamericana de la acción desarrollada por O’Higgins, así como el
aprecio y respeto que por él se sentía en el Perú. El primero dijo: “La nación
6 Ob. cit., p. 60.
7 El acta oficial que en tal ceremonia se levantó dice: “En Lima a veintiocho de diciembre de mil ochocientos
sesenta y ocho, reunidos en el Cementerio General, los señores Ministros de Relaciones. Exteriores
doctor don José Antonio Barrenechea, de Beneficencia doctor don Teodoro La Rosa, y de Guerra y Marina
Coronel don Juan Francisco Balta, el Encargado de Negocios de la República de Chile, don Joaquín Godoy,
la Comisión nombrada por el Supremo Gobierno de aquella República, compuesta del Vicealmirante don
Manuel Blanco Encalada que la presida, y de los señores coroneles don Erasmo J. Jofré, don Biviano [sic] A.
Carvallo, don Manuel Rengifo, don José María Silva Chávez y del Teniente Coronel don Marcos 2’ Maturana,
del Secretario don Federico Puga, del Capellán don Mariano Casanova y del Cirujano doctor don Wenceslao
Díaz, y la Comisión nombrada por la Beneficencia de esta capital, que se compone del señor Coronel don
Manuel Freire, como Presidente, y de los señores doctor don José Simeón Tejeda, doctor don Simón Gregorio
Paredes, don Lino Mariano de la Barrera, don José de la Riva Aguero, don Juan José Moreira y don Francisco
Sagastabeitía, con el objeto de exhumar los restos del Iltmo. Gran Mariscal don Bernardo O’Higgins para
trasladarlos a su país natal: después de examinados los restos en el nicho núm. 3, letra C del cuartel de
Santo Toribio, la comitiva se constituyó en el expresado lugar y habiendo reconocido el nicho que se hallaba
perfectamente cubierto por una lápida de mármol, que contenía en su centro una plancha de metal con el
nombre del Iltmo. Gran Mariscal, procedió a su apertura y reconocida la identidad de los restos, por las
señales que aún se conservan, se trasladaron a la urna funeraria, que al efecto se tenía preparada. Verificado
esto, el señor Presidente de la Comisión de Beneficencia dirigió una palabra al de la Comisión de la República
de Chile, recordando los méritos relevantes del Istmo. Gran mariscal O’Higgins, y haciéndole formal entrega
de dichos restos. El señor Vicealmirante, Presidente de la Comisión de Chile contestó satisfactoriamente
a las palabras que se le habían dirigido y terminó su discurso expresando que se daba por recibido de los
ilustres restos. Con lo que concluyó el acta. J. A. Barrenechea.- Teodoro La Roza.- Joaquín Godoy. J. F.
Balta.- Manuel Blanco Encalada.- José Erasmo Jofré.- Manuel Rengifo.- B. A. Carvallo.- José María Silva
Chávez.- Mariano Casanova.- Marcos Segundo Maturaria.- Federico Puga.- Manuel Freire. Simón Gregorio
Paredes.- Wenceslao Díaz.- Lino Mariano de la Barrera.- J. de la Riva Agüero. José Moreira”. Transcrita por
Benjamín Vicuña Mackenna. La Corona.... pp. 76-77.
282
E dición conmemorativa del B icentenario
peruana que sabe posponer sus propios sentimientos a la práctica de los
principios de justicia, ha consentido en devolver los restos del primer magistrado
de la República de Chile, que durante más de veintiséis años reposaron en este
sepulcro, de donde acabamos de exhumarlos. Por lo mismo que el Perú conoce
todo el precio de estas respetables cenizas, no quiere defraudar a la patria del
ilustre General O’Higgins de la satisfacción de poseer un depósito que por tan
sagrado título le pertenece”8.
El ministro, por su parte expresó:
“Acabáis de recibir las cenizas del Capitán General Presidente de Chile, Gran
Mariscal del Perú don Bernardo O’Higgins, cuyo nombre ha ilustrado la América
en el pasado y en el presente. Decid a vuestro país que, al entregarle estos
restos, cumplimos con un deber sagrado: pero que guardaremos eternamente
el recuerdo del grande hombre, que no solo trabajó por la independencia de su
patria, sino que envió la gloriosa expedición que debía iniciar la independencia de
la nuestra.
Poco avaro del presente, como todos los hombres que emprenden un gran
fin, el Capitán General prodigó el suyo para conquistar el porvenir; y recibió la
proscripción de sus contemporáneos para aguardar la apoteosis de la historia.
Más feliz que Temístocles, él ha vivido y muerto en el seno de los amigos de la
patria. Es tan sublime, tal inefable el agradecimiento de un pueblo, sobre todo del
que nos ve nacer, que él tiene el derecho de hacerse aguardar, de reconcentrarse
profundamente y de dejar el fallo de la gloria a la posteridad. Felices los hombres
que tienen otra patria que les deba gratitud y que los cobije en los días de la
calamidad inseparables de la imperfecta grandeza humana. Por fortuna, los
grandes soldados de cada una de las repúblicas americanas son también los
grandes soldados de las demás; porque los fines, las aspiraciones, las simpatías
y hasta las preocupaciones, los odios y las venganzas de una de ellas son el
patrimonio de todas.
Vuestro Capitán General nos pertenecía: Pero él era, ante todo vuestro. Por eso
os lo devolvemos. Sin embargo, esas cenizas os dirán que están naturalizadas en
el Perú. Ellas son el glorioso recuerdo de una gloriosísima unión. ¡Singular destino
el del Capitán General, Gran Mariscal O’Higgins! En el poder, en la proscripción y
en la tumba sirviendo a la misma causa, a la gran causa de la unión americana.
Hoy que los héroes que descansan en vuestro cementerio, lo olvidan todo para
no recordar sino los méritos del Capitán General y que, imparciales y tranquilos,
lo aguardan para fraternizar en la tumba, hoy él puede dar su despedida a La Mar
y a Gamarra que lo han acompañado aquí.
Y vos, señor Vicealmirante, marino peruano, Jefe de la segunda escuadra
aliada, vosotros todos, señores, los que componéis la Comisión que ha de llevar
los restos de don Bernardo O’Higgins: si, como compatriotas y herederos del
Capitán General de Chile, sois nuestros leales amigos, estad seguros de que, hijos
también del Gran Mariscal del Perú, merecéis nuestra más cordial fraternidad. El
8 Ob. cit. p. 73.
283
R evista L ibertador O’ higgins
gobierno peruano espera que, después de un próspero viaje, entreguéis a Chile
este precioso depósito, como prenda de unión y de amistad sincera”9.
Por último, el señor Godoy agradeció las elocuentes palabras del Ministro
Barrenechea y agregó que la ceremonia recién realizada era una nueva ocasión
para manifestar la unión entre ambos pueblos.
El cortejo, encabezado por un lujoso carro de luto, se encaminó hacia la iglesia
de Santo Domingo donde al día siguiente se realizaron las exequias programadas,
permaneciendo la urna custodiada por una guardia de honor. Una vez que esa
ceremonia se llevó a cabo, el féretro fue puesto en el mismo carro utilizado el día
anterior, para ser trasladado a la estación de ferrocarriles y de ahí al Callao:
Una vez que el cortejo se encontró en el puerto, los fuertes y las naves peruanas
y extranjeras dispararon salvas de honor mientras se procedía a embarcar los
restos en la O’Higgins.
En la mañana del día 30 concluyeron los preparativos y se embarcaron tanto la
loza de mármol que había cubierto la tumba como el ataúd que había contenido
los restos. Las naves chilenas fueron escoltadas por el Apurímac, el Huáscar y la
Unión y también por embarcaciones norteamericanas, inglesas y francesas.
A la medianoche del 10 de enero de 1869 los restos del General O’Higgins
arribaron a Valparaíso.
Creemos que los textos recién transcritos reflejan con bastante claridad
la dimensión americana del General O’Higgins, Libertador de Chile, y también
Libertador de América.
9 Ob. cit., pp. 74-75.
284
E dición conmemorativa del B icentenario
EL PARLAMENTARIO BERNARDO O’HIGGINS
Juan de Dios Carmona Peralta
El 4 de julio del año en curso se cumplieron ciento ochenta años del nacimiento
del Parlamento de Chile, considerado como uno de los más antiguos del mundo
de hoy. Al conmemorar el acontecimiento hizo bien el Presidente del Senado, don
Gabriel Valdés, de recordar a don Bernardo O’Higgins como uno de los forjadores
de nuestro Congreso Nacional.
Eugenio Orrego Vicuña, historiador y nieto de don Benjamín Vicuña Mackenna,
en su notable biografía “O’Higgins. Vida y Tiempo” nos hace apreciar la magnitud
de la obra de O’Higgins al sintetizarla en la dedicatoria “a la memoria de don
Bernardo O’Higgins Riquelme, Libertador de Chile y Perú”, en donde resalta al
héroe, al liberador y al estadista. Vale la pena reproducirla:
- Creó la Escuadra y la Expedición Libertadora que bajo el mando de Lord
Cochrane, Almirante de Chile, y del Generalísimo argentino San Martín
llevaron la independencia al Virreinato del Imperio Español.
- Fundó la Nación Chilena y estableció las bases de su grandeza desde el
cargo de Director Supremo del Estado (1817-1823).
- Apóstol de la unidad Iberoamericana, contempló nuestros pueblos con
visión unitaria.
- Con la fuerza de su inmensa autoridad moral, afirmó los principios
republicanos en los nuevos países de las América del Sur y del Centro.
- Nadie, incluyendo a Washington, dio más altas pruebas de austeridad y
convicción democráticas.
- Fue Capitán General de Chile, Brigadier de los Ejércitos Argentinos, Gran
Mariscal del Perú y Oficial General de los Ejércitos de la Gran Colombia.
Las extraordinarias obras del Libertador se nos muestran así como una sublime
grandeza, abriendo paso a la afirmación del dos veces Presidente de Chile don
Arturo Alessandri Palma, quien, al prologar el libro, señala una tarea permanente
a los chilenos: “dar a O’Higgins su sitio verdadero en la presidencia moral del
continente”. Queremos extraer de esa vida un aspecto muy particular, que nos
permite evocar un pasaje del comienzo de su actuación pública, como fue su
intervención para fundar el Parlamento chileno y su elección como Diputado por
Los Ángeles en los inicios de nuestra vida como nación. Vemos allí la creación
de sus convicciones democráticas, las que permiten decir al mismo historiador
Eugenio Orrego Vicuña que “su amor a la democracia, su inquebrantable fe
285
R evista L ibertador O’ higgins
republicana, que impuso a sus grandes compañeros se tradujeron en la afirmación
antimonárquica de todo el continente. América le es deudora de esa afirmación”.
El ejemplo y la enseñanza de esas convicciones por O’Higgins marcaron
en loma definitiva la historia de Chile y se enraizaron en nuestras instituciones
fundamentales. Por eso, nuestra Constitución de 1980 ha podido definir en su
artículo 411 al país, escuetamente, con la austeridad y sencillez propias de un
compromiso solemne: “Chile es una república democrática”.
Bernardo O’Higgins llevaba en su sangre el afán de servicio público; pero no
busca los cargos por el honor o la ostentación que ellos representan, sino como
medios para servir y siempre que los cargos estén basados en la voluntad de sus
ciudadanos. Así, habiendo tomado posesión de la hacienda de Las Canteras en
1804, desempeña, por decisión de los vecinos en 1806, el cargo de Procurador
del Cabildo de Chillán. Jaime Eyzaguirre en su “O’Higgins” dice que “el pueblo
de Chillán, arrancándole de la quietud campesina, puso en sus manos la vara
de alcalde del Cabildo”, mientras que Orrego le atribuye la función de alcalde de
Chillán en 1804 y don Sergio Fernández Larraín, también autor de un “O’Higgins”,
dice que desempeñó esa alcaldía en 1805 y que fue miembro del Cabildo en 1806.
En cualquier caso, todos señalan que se distinguió por la defensa de los intereses
locales y por su testimonio por la libertad: ante las demasías del Intendente de
Concepción. Don Luis Valencia Avaria, reputado historiador, conocido por su
devoción o’higginiana, nos indica que,”en 1806 mereció el Cargo, de Procurador
General del Cabildo de Chillán. De sus actuaciones como tal sólo se conserva una
nota dirigida al presidente Muñoz de Guzmán, en la que la corporación rechaza
los manejos de un vecino y donde figura su firma como ‘Bernardo O’Higgins’, a
secas”.
En lo que Fernández Larraín denomina su “alborada cívica y primeras milicias”,
O’Higgins, por disposición de sus habitantes, pasa a desempeñar el cargo de
subdelegado de la Isla de la Laja, en 1810. “La revolución de setiembre –escribe
a su amigo y consejero Juan Mackenna– me encontró como subdelegado de la
Isla de la Laja, cargo para el cual había sido elegido por sus habitantes, porque
jamás quise ni pude aceptar empleo alguno del gobierno español”.
Desde ese cargo y en completo acuerdo con el Comandante militar de Los
Ángeles, don Pedro José Benavente y Roa, organiza un regimiento con los
inquilinos de su fundo y los vecinos inmediatos. Inicia así su carrera militar y
aunque después su amigo don Juan Martínez de Rozas prefiere a un pariente
para designarlo como jefe militar de la zona la Junta de Concepción, nacida de la
revolución de setiembre de 1810, lo, designa teniente coronel de esa agrupación
de milicia.
Por esa fecha don Juan Martínez de Rozas era reconocido como la primera
cabeza de la Junta de Gobierno. El político penquista se había convertido, a la
vez, en el único miembro realmente revolucionario de la Junta y tenía una estrecha
amistad y alianza con O’Higgins, a pesar del episodio anterior. De todas maneras
O’Higgins había pasado, de hecho, a ser reconocido como una de las más altas
autoridades militares del sur.
286
E dición conmemorativa del B icentenario
A fines de 1810 había grandes vacilaciones sobre si era conveniente o no
convocar a un congreso nacional. Martínez de Rozas no estaba muy convencido,
a más que la mayoría de la Junta era contraria a esa convocatoria. O’Higgins
presionó de tal manera a su amigo que, colocando en la balanza de las condiciones
su apoyo militar, prácticamente impuso la idea.
Veamos cómo se desarrollaron los hechos.
El recordado historiador don Julio Heise González refiere el episodio en la
forma siguiente: “En 1810, la mayor parte de los miembros de la Primera Junta
Nacional de Gobierno, era contraria a la elección de un Congreso, incluyendo a
Juan Martínez de Rozas, sin duda el más destacado miembro de dicha Junta.
O’Higgins debió convencer a su amigo Martínez de Rozas en el sentido de ir
a la elección de una Asamblea Legislativa. Su admiración por los principios de
soberanía popular y gobierno representativo y su convicción de que era necesario
comenzar de una vez el aprendizaje político, lo condujeron a manifestar su
entusiasmo por la elección del Primer Congreso Nacional que representaría no
sólo la voluntad popular, sino que serviría también como escuela de civismo a la
alta burguesía chilena”.
Jaime Eyzaguirre, por su parte, relata que O’Higgins “habla con vehemencia
a Rozas de la necesidad de acelerar desde el gobierno la acción revolucionaria,
de decretar cuanto antes la libertad de comercio y proceder a la convocatoria
de un Congreso de representantes. Rozas, circunspecto y más que cincuentón,
escucha las apasionadas razones de su joven amigo y no parece inclinarse tan
pronto a ellas. Hombre de gabinete, lento y cauteloso, ve aún muchos obstáculos
y no cree en la conveniencia de un parlamento, pues el atraso reinante habrá
de repercutir lamentablemente en su composición y en las líneas directivas de
su política. O’Higgins reconoce estos inconvenientes, pero cree que es preciso
comenzar alguna vez, y cuanto antes mejor, a ejercitar el hábito de las libertades
parlamentarias que él ha admirado tanto en Inglaterra. La discusión se prolonga y
el doctor Rozas parece resuelto a mantener tercamente su criterio.
Cansado ya O’Higgins, que no está tampoco dispuesto a ceder en punto tan
esencial, le hace ver al fin, en forma cortante, que su cargo de vocal de la Junta no
le da más alternativa que obtener de sus colegas la convocatoria a un Congreso.
o retirarse del gobierno. Le agrega que de no hacerlo así, lejos de contar con su
adhesión, hallará en él a su más franco e implacable adversario”.
“Sabe Rozas del espíritu resuelto de O’Higgins y termina persuadido de que no
le será posible contrariarlo sin exponerse a graves consecuencias y producir una
división fatal en el núcleo pequeño de revolucionarios. Decidido al fin a acoger
sus razones, no se despide de Don Bernardo sin que éste reciba la promesa de
actuar en todo conforme a sus deseos.
Don Luis Valencia confirma lo anterior al consignar en su libro “Bernardo
O’Higgins, el Buen Genio de América” que “antes que Rozas dejara Concepción
para asumir en Santiago su cargo de tercer vocal de la Junta, había examinado
con O’Higgins la conveniencia de convocar a un congreso de representantes de
todo el país, como una medida encaminada a levantar al pueblo de su letargo”.
287
R evista L ibertador O’ higgins
Por su parte, Encina en su famosa “Historia de Chile” ratifica el hecho de la
conferencia de Martínez de Rozas con O’Higgins destinada a tomar esta medida
y otras “que era necesario adoptar para la felicidad del país”.
Sin embargo, la clave de la situación la da la carta que O’Higgins escribió a
Juan Mackenna el 5 de enero de 1811, al imponerse del decreto convocatoria
del Congreso: “En este momento –dice la carta– acabo de saber con el mayor
placer que mi amigo Rozas ha podido llevar a efecto algo que lo restablece por
completo en mi buena opinión: ha obtenido de sus colegas de la Junta la firma
para convocar un Congreso. Sé por mi amigo Jonte y por otras fuentes, que
Rozas ha encontrado las dificultades más formidables para la realización de esta
medida, pues la mayoría de los miembros de la Junta se oponían violentamente
a ella. Merece, por consiguiente, las mayores alabanzas al obtener el éxito en
tales circunstancias. Sobre todo porque el mismo Rozas abrigaba grandes dudas
respecto a su conveniencia”, Y añade: “Poco antes de irse a Santiago para hacerse
cargo de su puesto en la Junta, tuve con él una conversación larga y confidencial
acerca de las medidas que era necesario adoptar para el éxito de la revolución
y el bienestar del país. En esa ocasión insistí fuertemente en la necesidad de
dos medidas encaminadas a levantar al pueblo de su letargo y a hacerlo tomar
interés en la revolución: la convocatoria de un Congreso y el establecimiento
de la libertad de comercio. Rozas parecía temeroso de las consecuencias de
reunir un Congreso, y no sin razón. Por mi parte, no tengo duda de que el Primer
Congreso de Chile mostrará la más pueril ignorancia y se hará culpable de toda
clase de locuras. Tales consecuencias son inevitables, a causa de nuestra total
falta de conocimientos y de experiencia: y no podemos aguardar que sea de otra
manera hasta que principiemos a aprender. Mientras más pronto comencemos
nuestra lección, mejor”. Agrega esta carta lo siguiente, donde, como ya anotamos,
radica la clave de la situación: “Con tales ideas, le dije francamente a mi amigo
Don Juan, que debía o bien inducir a sus colegas a convocar a un Congreso, o
retirarse del Gobierno, o contar con una hostilidad determinada de mi parte, en
vez de la ardiente amistad que hasta entonces sentía para él. Después de esta
declaración, echó a un lado todas las objeciones y se comprometió a convocar a
un Congreso o, si no podía hacerlo, a retirarse del Gobierno...”.
Don Fernando Campos Harriet, Premio Nacional de Historia, confirma en
su “Historia Constitucional de Chile” estos hechos, al decir que “la idea de la
convocatoria fue de O’Higgins; Martínez de Rozas, uno de los mentores de la
Junta de Gobierno, vaciló largo tiempo en aceptarla” y agrega que O’Higgins
“exigió a Martínez de Rozas la convocatoria de un Congreso, apoyando sus
argumentos en las bayonetas del ejército del sur que comandaba”.
La idea de convocar a un Congreso no era sólo de propiedad de O’Higgins.
El Cabildo del 18 de setiembre que instaló la Primera Junta de Gobierno le
dio el carácter de poder provisional, “mientras se convocaban y llegaban los
diputados de todas las provincias de Chile, para organizar el que debía regir en lo
sucesivo”. La misma junta –como señala Encina– había pedido, al instalarse, a los
subdelegados que convocasen “al ayuntamiento para que nombre a un diputado
que, representando por la provincia, ocurra a esta capital”.
288
E dición conmemorativa del B icentenario
Pero faltaba que se concretase la idea. Es cierto que, como lo anota Encina,
se había formado un grupo de patricios en torno al Cabildo de Santiago, que
estaban disgustados con el mando de la Junta, y especialmente el que ejercía
Rozas. También querían la reunión de diputados; pero ignorantes en todo de las
funciones de un Congreso, veían que de esa manera podían controlar el gobierno
despojando de su autoridad a la Junta.
O’Higgins, en cambio, anhelaba un Congreso con sus prácticas legislativas
y parlamentarias que él había aprendido a admirar en Inglaterra. Encina ve en
ello una psiquis especial de O’Higgins, en la que se confundían como tareas “la
independencia y la transformación de la sociedad chilena”, ya que para él “el
hecho material de la independencia, si el pueblo chileno iba a seguir siendo lo
que, era bajo el régimen colonial, no tenía significado”.
Por otra parte, O’Higgins exigía la elección de los diputados por parte
de los vecinos de las provincias, de acuerdo con sus convicciones sobre la
soberanía popular y el gobierno representativo. Es clarificador a este respecto
lo que O’Higgins escribe a unos amigos de Concepción, los cuales le consultan
sobre quiénes deben participar en la elección. Les transcribe un párrafo de la
Constitución norteamericana y el texto, traducido por él, de algunas reglas: “En la
elección de representantes tendrá voto todo hombre libre, de 21 años para arriba,
que haya residido dos años en el Estado y pagado sus contribuciones”.
Esa posición era muy diferente a la simple convocatoria del ayuntamiento para
que designase a un diputado para que representase a la provincia.
Es interesante señalar que Mackenna, al responder la carta de O’Higgins, le
advertía: “si no fuera, amigo mío, por las razones que Ud. alega, yo creería la
reunión de un Congreso el paso más antipolítico en el día. Esperar discernimiento
y práctica legislativa de los chilenos, es como pedir al ciego que distinga la
diversidad de los colores”. Agrega que no divisaba al hombre capaz de dirigirlo o
siquiera de hacerse escuchar de sus colegas.
O’Higgins estaba muy consciente de qué podía esperarse de la asamblea de
representantes, como lo indican los fuertes términos empleados en su carta; pero
para él era más importante la escuela de civismo que ese hecho iba a significar:
la participación del pueblo chileno mediante la elección y el aprendizaje político y
legislativo de los representantes. Tendrían necesidad, estos últimos, de considerar
y resolver los negocios públicos y se requería, igualmente, dar estructura política
al país. Nada más adecuado, por tanto, para estudiar las normas sobre las nuevas
instituciones que urgía la patria, que la existencia de dicho Congreso.
La convocatoria del Congreso se hizo por decreto el día 15 de diciembre de
1810 y el cabildo metropolitano saludó ese acto, con excesivas esperanzas, a
“la respetable asamblea que se reuniría, ya que los diputados van a tratar nada
menos ‘que el establecimiento del sistema de gobierno que deba regirnos en lo
sucesivo”.
Orrego indica que “triunfó la tesis parlamentaria de O’Higgins, siendo de
advertir que este rasgo suyo lo coloca muy por encima de los epítetos de hombre
autoritario y autocrático con que injustamente lo señalaron sus enemigos, pues,
289
R evista L ibertador O’ higgins
como ha de probarse en su sitio, fue entre los próceres de la era revolucionaria el
que tuvo más arraigados principios en materia constitucional”.
O’Higgins fue quizás el único que tenía un concepto claro de lo que era
un Congreso, de la necesidad de ser elegido por sufragio del pueblo y de sus
funciones legislativas. Creía, por lo demás, que a pesar de la ninguna experiencia
y conocimiento de los chilenos sobre la materia, su convocatoria era necesaria
para educar tanto a los votantes como a los que iban a representarlos, para ir así
constituyendo un Estado que empezara a conocer las prácticas parlamentarias y
el principio de la separación de los poderes.
Por todos estos hechos y apreciaciones me atrevo a sostener que a Don
Bernardo O’Higgins se debe la convocatoria del primer Congreso de la República,
considerándolo como el Parlamento que hace que el país empiece a dar sus
primeros pasos democráticos. Por ello, debemos considerarlo, a más de todos
sus grandes títulos, como el Padre de nuestro Congreso Nacional.
Por ese tiempo, la influencia de O’Higgins se hace también notoria al decretar
la Junta la libertad de comercio el 21 de febrero de 1811, entre los puertos
habilitados chilenos y todos los del mundo que no pertenecieran a potencias
enemigas.
Encina da en su obra los pormenores de la convocatoria del Primer Congreso.
Debía –dice– componerse de 36 diputados: 6 por Santiago, 3 por Concepción, 2
por cada uno de los partidos de Chillán, San Femando, Coquimbo y Talca, y uno
por cada uno de los partidos o provincias restantes. Seguía explicando quiénes
podían ser electores y elegidos. Así señala que eran electores “los individuos que
por fortuna, empleos, talentos o calidad gozan de alguna consideración en los
partidos en que residen, siendo mayores de 25 años”. Podían votar los eclesiásticos
seculares, los curas, subdelegados y militares; pero no los extranjeros, los fallidos,
los deudores de la real hacienda ‘ los procesados por delitos que merezcan pena
infamante o que hubieren sido condenados a ella. Correspondía a los cabildos
calificar los vecinos con derecho a voto y dirigir la elección.
Podían ser elegidos diputados –continúa Encina– “los habitantes del partido o
los de fuera de él avecindados en el reino, que por sus virtudes patrióticas, sus
talentos y acreditada prudencia hayan merecido el aprecio de sus conciudadanos,
siendo mayores de 25 años, de buena opinión y fama, aunque sean eclesiásticos
seculares”. Cada diputado debía tener un suplente que lo reemplazaría en caso
de ausencia, enfermedad o muerte. Los cabildos debían citar para un día a los
ciudadanos con derecho a voto, por medio de esquelas.
La convocatoria del Congreso desató una lucha política en todo el país.
Había inquietud en todos y la opinión se dividió en tres posiciones. Valencia
dice que en unos apuntes O’Higgins, de su propia letra, las individualiza como la
“patriota”, la “indiferente” y la “realista”. Los primeros eran francos partidarios de
la independencia; los realistas eran enemigos de ésta y los indiferentes tenían la
posición ideal de ser partidarios de un gobierno chileno bajo la soberanía nominal
de Femando VII. En la época –dice el mismo historiador– era común referirse a
los realistas como “sarracenos”.
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E dición conmemorativa del B icentenario
O’Higgins fue postulado por el bando patriota de Los Ángeles como su diputado
propietario, junto a un hijo del Comandante Benavente como suplente. Triunfaron
ambos, con una abrumadora mayoría, en una elección que fue convocada para el
10 de enero de 1811 a la que concurrieron 120 vecinos.
Al relatar dicha elección Valencia nos dice que hubo cierto ausentismo,
provocado por un connotado realista, don Juan Ruiz, quien había recibido órdenes
de la capital, que llegaron atrasadas, para influir en que se eligiera a un personaje
santiaguino, moderado de ideas, don Francisco Cisternas. Ruiz se valió de un
hijo, Manuel, que había concurrido con su voto a la elección de O’Higgins, para
tratar de invalidar la elección, lo que no prosperó. “Que la política acaloró por esos
días los ánimos en Los Ángeles –comenta Valencia– lo descubre también otro
elector del nuevo diputado, quien le escribió que ‘escarmentado’ de lo ocurrido,
aun bajo los respetos que son a v.m. constantes, me guardaré de entrar en sus
asquerosas hordas, donde nada se trata con sinceridad”.
En estas precarias condiciones O’Higgins aceptó su diputación y se, preparó en
Las Canteras para desentenderse de sus intereses privados y para desempeñar
sus funciones con el ardoroso espíritu público que se le reconoce.
O’Higgins se dirigió a Santiago, sorprendiéndole en el camino los
acontecimientos ocurridos el día 1º de abril de 1811 en la capital. El Cabildo de
Santiago había fijado ese día para elegir sus diputados; pero lo impidió el motín
del Comandante Tomás de Figueroa, motín que fue resueltamente enfrentado
y abatido por Martínez de Rozas. Este, una vez encarcelado Figueroa, con
un procedimiento relámpago, consiguió una mayoría de la Junta para votar la
condena a muerte del detenido, cumpliéndose la sentencia a las 4 de la mañana
del día 2.
Con el resultado de este motín el partido español o sarraceno prefirió diluirse
entre los moderados y el campo político se movió así entre éstos y los patriotas
resueltos.
Los diputados patriotas, entre los que se encontraba O’Higgins, lograron
que la Junta los aceptara en su seno. Así se incorporaron a la junta provisional
gubernativa, con fecha 2 de mayo de 1811, los diputados de varias ciudades y
villas que habían alcanzado a esa fecha llegar a la capital y “empezaron a conocer
en unión de la misma junta de todos los negocios ocurrentes”, según dice el acta
de la junta.
Sólo el día 6 de mayo el Cabildo de Santiago pudo hacer elegir a sus diputados,
que fueron todos realistas o moderados, “del elemento criollo de posición social”,
según lo anota Valencia.
Con fecha 17 de mayo, recibiendo todo el contingente de los diputados electos,
la junta –para poder gobernar– resolvió dividirse en tres salas, hasta la apertura
del congreso: una para conocer los asuntos de guerra, otra para los de real
hacienda y la tercera, para los de gobierno y policía. O’Higgins quedó en la de
guerra, no teniendo más apoyo para sus ideas que la del secretario José Gaspar
Marín, que no tenía derecho a voto.
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R evista L ibertador O’ higgins
En los casi dos meses que duró este sistema de gobierno fue muy poco lo que
pudo hacerse.
El diputado O’Higgins –señala Valencia– “venía al Congreso cargado de ilusiones
y de propósitos de servicio a sus comitentes, como cualquier parlamentario de
todos los tiempos”. Con su admiración por el sistema republicano y representativo,
tenía grandes aspiraciones para servir a sus representados de Los Ángeles. Se
destacó así como un ejemplo del parlamentario regional.
El relato vívido de Valencia de este aspecto de la actividad de O’Higgins
merece reproducirse: “Traía un apunte de trazos anchos, resueltos, que se
conserva dentro los papeles de don Diego Barros Arana y que tiene sabor a cosa
infantil, porque cabe tal cual es en la infancia de un pueblo que despertaba a
la representatividad democrática, al sistema republicano, decíase entonces. El
contenido lo denuncia su epígrafe: “Puntos que hay que pedir a la Junta (por el
diputado Bernardo O’Higgins)”. Reúne un conjunto de aspiraciones locales, en
verdad cosas menudas para la historia y para lo que la posteridad relaciona con el
primer congreso nacional”. Los puntos eran los siguientes: destinar el producto de
las tierras vacantes de Laja al pago del maestro de escuela; quitar atribuciones a
los comandantes de plazas fronterizas con las tierras indígenas; que se constituya
el cabildo; que se establezca un convento; que se instalen pulperías y se saque el
almacén de pólvora de dentro de la villa; que se controle a los vagabundos; que
no se ingrese vinos de fuera hasta después de consumida la producción local;
pedir más fuerza armada.
Pero el sistema de gobierno entregado a más de 40 personas resultaba
inoperante. El mismo apunta –a través de su biógrafo John Thomas– que “no
transcurriría un día sin que se proporcionara una nueva medida y, después que
se la discutía todo el día, no se adoptaba decisión alguna y se la relegaba al
olvido”.
El Primer Congreso debía instalarse y, con ello, reemplazar en sus funciones a
la junta provisional. Valencia nos informa, a través de los apuntes para la biografía
de O’Higgins que redactó John Thomas, de episodios inéditos relacionados con
su instalación.
Así tomamos conocimiento que hubo una sesión preparatoria de la
inauguración que debía hacerse el 4 de julio de 1811, en homenaje al aniversario
de la independencia de Estados Unidos de Norteamérica. La sesión preparatoria
se efectuó el 24 de junio “en honor de Martínez de Rozas, que estaba de
cumpleaños”.
O’Higgins también nos revela, por ese medio, de que formaba parte de un
“consejo patriótico que reunía a los diputados de esa posición y que entró a
presidir su amigo Juan Pablo Fretes”.
Dicho consejo tuvo una participación muy activa en esa sesión preparatoria,
ya que encomendó a O’Higgins presentar una protesta porque se habían elegido
12 representantes por Santiago en vez de los 6 que había fijado el decreto
convocatoria. En dicha presentación se establecía que las provincias sólo, se
podían sentir obligadas al concurrir en la proporción indicada en la convocatoria,
292
E dición conmemorativa del B icentenario
siendo libres de obedecer o no las decisiones del Congreso si se validaban los 12
diputados santiaguinos.
Tan pronto se abrió la sesión preparatoria, O’Higgins entregó al secretario
don José Gregorio Argomedo la protesta, pidiéndole que la leyera en voz alta.
José Miguel Infante, asumiendo la defensa de la representación metropolitana,
arguyó que si ésta se desconocía, se invalidaba toda la asamblea y pidió que se
suspendiese todo pronunciamiento hasta que la voluntad nacional lo decidiera.
La inexperiencia y buena fe de los diputados minoritarios les impidió tomar
resoluciones tajantes y terminaron por aceptar la proposición de Infante.
La asamblea examinó así todos los poderes de los diputados y procedió
luego a la elección de la mesa. Se discutió enseguida, la proposición de Fretes
y de O’Higgins, que explicó el sistema del parlamento inglés, la adopción de un
reglamento que dirigiera los procedimientos y debates; pero sin saber dirigir el
debate, el que presidía la dio por desechada. La sesión preparatoria –señala
Valencia– concluyó con la aprobación de una moción de Infante que acordó al
congreso el tratamiento de “alteza”, y su denominación como “alto congreso
nacional instalado a nombre del señor don Femando VII”.
Encina relata con gran prolijidad la instalación del Primer Congreso el 4 de
julio de 1811. La sala en que funcionaba la Real Audiencia se destinó para él. “Se
le quitó la tarima, el Cristo y el gran dosel; se amobló con bancos sencillos de
madera; y se blanquearon con cal sus paredes”.
“A las nueve y media de la mañana, salió del palacio de gobierno la comitiva,
encabezada por los miembros de la junta y compuesta de los diputados electos, los
vocales del tribunal de justicia, los miembros del cabildo, los altos jefes militares,
los doctores de la universidad y el vecindario noble. La tropa le presentó armas y
los cañones hicieron una salva. Tomaron asiento en la catedral por riguroso orden
de procedencia. Dijo la misa el vicario capitular Don José Antonio Errázuriz. El
padre Camilo Henríquez, designado para pronunciar el sermón, subió al púlpito
después del evangelio...”.
“Inmediatamente que concluyó el sermón salió el secretario don José Gregorio
Argomedo a la mitad de la iglesia, y dando frente al congreso exigió juramento a
todos los diputados...”.
Los diputados pasaron enseguida a la sala de la Audiencia y allí el secretario
leyó un discurso escrito por Don Juan Martínez de Rozas, como Presidente de
la Junta, que Encina y Valencia describen como una pieza de sencillez y cordura
admirables. Acto continuo la junta depuso el poder en el Congreso.
En la sesión del día 5 se eligió Presidente a don Juan Antonio Ovalle y
Vicepresidente a don Martín Calvo Encalada. En esa misma sesión prestaron
juramento los militares, los prelados de las órdenes religiosas, los jueces y los
empleados de la administración.
En la del día 8 se designó secretario a don José Francisco Echaurren y a don
Diego Antonio Elizondo.
293
R evista L ibertador O’ higgins
Por mucha que fuera la inexperiencia en materia de gobierno el Congreso se
daba cuenta que él no podía asumir todas las funciones legislativas y, al mismo
tiempo, las del ejecutivo. Ya la junta que había entregado el mando había creado el
13 de junio un tribunal o corte de apelaciones en reemplazo de la Real Audiencia,
estableciendo así el principio de la separación, de los poderes. No podían, por
tanto, permanecer confundidos el legislativo y el ejecutivo.
La minoría patriota del Congreso comprendía mejor que nadie, la necesidad
de un poder ejecutivo; pero deseaba impedir a toda costa que fuera designado
por la mayoría. El 29 de julio el Congreso determinó que la junta ejecutiva se
compusiera de tres miembros.
Un suceso inesperado vino a suspender esa preocupación. El capitán Fleming,
jefe del navío británico Standart, llegado a Valparaíso, hizo presente al Congreso
que tenía como misión recoger los caudales de los americanos para auxiliar al
consejo de regencia de España en su lucha contra los invasores napoleónicos.
La caja del tesoro tenía un millón y medio de pesos y la nota puso en aprietos al
Congreso, ya que sus actos aparecían presididos por una adhesión a Fernando
VII. Por esas causas la mayoría parecía inclinada a entregarlos.
En ese tiempo O’Higgins estaba enfermo, víctima de un reumatismo articular
que lo postró durante dos meses y medio. Pero hizo un esfuerzo supremo
y concurrió a la sesión en que se discutía la nota y pidió la palabra. “Con voz
tranquila –apunta Valencia– sin agitarse, hizo un recuento de las razones
abonadas por uno y otro bando en pro y en contra de la cesión de esos dineros,
¿A qué pagarlos, si ni siquiera beneficiarían a España?” “La soberanía del consejo
de regencia era sólo soberanía de comedia –recordaba después Urrejola haberle
oído argumentar– pues a los franceses les hacía mucha cuenta dejar a Cádiz en
poder de los españoles, ya que era la puerta por donde continuarían entrando a
la península las erogaciones y productos de América”.
“Era un buen orador –continúa Valencia– y lo demostró en muchas
oportunidades. Ahora, levantando poco a poco el tono de su voz fue remarcando
ante la asamblea las necesidades urgentes del país y el peligro de ceder
unos fondos que, acaso, y muy seguramente, habrían de precisarse en breve
plazo”. Concluyó su discurso con energía: “Es cierto que estamos en minoría,
pero podemos suplirla con decisión y nuestro arrojo y no dejaremos de tener
bastantes brazos para oponernos firmemente a que salga este dinero, que ahora
necesitamos más que nunca”.
Sus palabras cerraron el debate –sigue Valencia–. Los diputados patriotas,
puestos de pie, reanimados por su altivez y brava amenaza, exigieron que
el Congreso no perdiera más tiempo en discutir el asunto y aquel mismo día
el marino inglés recibió la respuesta: “A pesar de nuestros mejores deseos no
contamos en el día con caudal alguno que poder enviar”.
El Congreso volvió a ocuparse de la constitución de la nueva junta de
gobierno.
El día 8 de agosto el Diputado don Manuel de Salas, componente de la minoría
patriota, propuso que Santiago eligiera dos vocales y Concepción uno; pero la
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E dición conmemorativa del B icentenario
mayoría rechazó toda proposición sensata o conciliatoria y provocó así la decisión
de los diputados de la minoría de retirarse del Congreso.
El día 10 de agosto la mayoría, sin la presencia de los diputados patriotas y
dando un golpe de autoridad, procedió a elegir la junta, que quedó compuesta
por los señores Martín Calvo Encalada, Juan José Aldunate y Francisco Javier
del Solar. Este último, que representaba a Concepción, no ocupó su puesto y
fue reemplazado por el teniente coronel Juan Miguel Benavente, partidario de
Martínez de Rozas. Dentro de un régimen de moderación la junta –a juicio de
Encina– quedó compuesta de tres partidarios de la independencia. Pero el día 11
el Congreso aprobó un reglamento para la junta que ponía grandes cortapisas a
sus funciones, maniatándola prácticamente.
El mismo día la mayoría dirigió al país un manifiesto, en un tono elevado y
conciliador, diciendo que estaba dispuesta a aceptar a los mismos diputados de
la minoría si volvieran a elegirlos.
La minoría optó por dirigirse a sus electores para explicarles lo sucedido,
que estimaban un desprecio a las provincias, y para pedirles que renovaran sus
poderes, significando esta ratificación el no dejarse atropellar. La ratificación fue
general y unánime en todos los partidos o lugares.
Con respecto a O’Higgins, dejemos a la pluma de Jaime Eyzaguirre relatarnos
la ratificación de su diputación: “Muy de mañana –dice– los vecinos de la villa
de Los Ángeles se han reunido en la sala de juntas del fuerte, presididos por el
alcalde Don Manuel de Mier. El motivo de esta congregación ha sido la llegada
de una nota del Diputado don Bernardo O’Higgins, que el escribano lee a los
asistentes. Constituye ella una cuenta minuciosa de los obstáculos en que ha
debido tropezar en el ejercicio de su mandato parlamentario, hasta decidirle a
abandonar el Congreso en espera de nuevas instrucciones de sus electores.
Primero ha chocado con el abusivo predominio del Cabildo de Santiago que,
contrariando las bases de convocatoria del Congreso, aumentó con posterioridad
de seis a doce diputados su representación... Y a esto tiene que agregar el
tenaz empeño gastado por obtener que se contemple la división territorial en el
nombramiento de los vocales de la Junta. Tampoco ha logrado nada y no le queda
así más remedio que retirarse del Congreso con sus demás colegas de provincia
hasta conocer la decisión de los respectivos mandantes.
“La asamblea de vecinos –continúa Eyzaguirre– está toda por apoyar la
acción del diputado O’Higgins, que con dignidad y entereza ha cumplido la tarea
encomendada, y a grandes voces ratifica sus poderes sin más condición de que
no entre en negocio, convenio ni contrato alguno con los seis diputados intrusos
de Santiago”.
Lamentablemente, cuando la nota ratificadora llega a Santiago, ha recrudecido
el mal de reumatismo en O’Higgins quién, en cama, no puede cumplir sus funciones
y se ve obligado a ser espectador pasivo de acontecimientos fulminantes, en
donde, como dice el mismo Eyzaguirre, “una nueva figura entra en escena, dando
un empuje no sonado a los manejos del bando extremista”.
El 4 de setiembre de 1811 don José Miguel Carrera, llegado poco antes de
Europa, da su primer golpe y presenta al Congreso un pliego de peticiones. En
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R evista L ibertador O’ higgins
la tarde de ese día ya había una nueva Junta que integran Martínez de Rozas,
ausente de Santiago, Juan Enrique Rosales, Martín Calvo Encalada, el coronel
Juan Mackenna y Gaspar Marín. En la noche eran expulsados del Congreso
7 diputados de Santiago y el de Osorno. Queda como nuevo presidente del
Congreso el sacerdote Don Joaquín Larraín.
El Congreso entra así en un plan de reformas, eliminada de esa manera la
mayoría que obstaculizaba la acción de los patriotas. Sin descanso, estudia las
bases del primer reglamento constitucional promulgado el 14 de agosto de 1811;
crea la provincia de Coquimbo; suspende el aporte a la inquisición de Lima;
empieza a organizar el poder judicial; ordena la confección de un censo; nombra
una comisión en la que quedan Manuel de Salas y Juan Egaña para coordinar
todas las reformas en materia política y administrativa; deroga los derechos de
exportación para reemplazarlos por un derecho de 25 centavos a la exportación
de trigo, autoriza el cultivo del tabaco por dos años, sin abolir el estanco; recarga
el porte de las cartas; y hace economías en los gastos públicos. En el campo
de la enseñanza, se produce un debate entre Camilo Henríquez, partidario de
la educación meramente intelectual, con su proyecto de fundación del Instituto
Nacional, y Manuel de Salas, que patrocinaba la enseñanza profesional y técnica.
El Congreso tomó la resolución de admitir a los indios en los colegios del Estado,
para integrarlos a “un pueblo del que deben formar parte”.
El Congreso aprobó, además, una ley que lo ha hecho pasar a la historia.
Con fecha 11 de octubre de 1811 sancionó “la ley de vientres”, que declaró libres
a los hijos de esclavos que nacieran en Chile, como también a los esclavos en
tránsito que permanecieran seis meses en el país y prohibió la internación de
esclavos al territorio. En sus apuntes, John Thomas –refiere Valencia– “asegura
que O’Higgins, con el apoyo de Pedro Ramón de Arriagada, presentó un primer
proyecto sobre la materia, que en su oportunidad fue rechazado, cuando la
mayoría realista hacía imposible su aprobación”. El autor del proyecto aprobado
fue don Manuel de Salas, siendo a juicio de Encina “la gran reforma, la única que
pertenece de derecho a la revolución”, mientras que Valencia dice de ella que es
“la más concluyente reforma social que pudo abordar el primer congreso y que es
su mayor gloria”.
Mientras tanto O’Higgins, todavía enfermo, pudo concurrir al Congreso el 18 de
octubre para defender un proyecto suyo sobre el establecimiento de cementerios
fuera del radio urbano, que algunos consideraban antirreligioso, porque creían que
los muertos descansaban mejor en los templos. El clima reformista que inspiraba
al Congreso operó para que este proyecto fuera también aprobado.
Por su salud el 6 de noviembre O’Higgins hizo una presentación a la presidencia
del Congreso, que en ese tiempo la ejercía Fretes, para que la mesa le concediera
un permiso para no asistir hasta que se repusiera totalmente de su enfermedad.
Al día siguiente, la mesa le concedió este permiso.
Se produce el 15 de noviembre de 1811 una nueva intervención de Don José
Miguel Carrera, que lleva a la formación de una nueva Junta, en la que participan
él mismo como presidente, don José Gaspar Marín y don Juan Martínez de Rozas.
Sus discrepancias con el Congreso determinan a Carrera resolver la disolución de
éste, la que cumplió el día 2 de diciembre de 1811. Los diputados –dice Encina–
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E dición conmemorativa del B icentenario
aceptaron suspender las sesiones; pero no transmitir el poder legislativo que, a
su juicio, era “esencialmente incomunicable por los representantes”. Presionada
la mesa firmó el acta de receso y la transmisión de sus poderes al ejecutivo.
“Moría así –afirma Eyzaguirre– el primer intento nacional de un gobierno
representativo”. Por nuestra parte, creemos que fue el inicio de la conciencia
democrática del pueblo chileno.
Hemos tratado de dar una visión muy sucinta de las actuaciones de don
Bernardo O’Higgins, primero, como el forjador del primer Parlamento chileno,
ya que, según lo hemos reseñado, por su voluntad decidida fue convocado; y
segundo, dando ejemplo con su actividad, de cómo debía comportarse un
diputado en ese primer Congreso.
Es posible, como el mismo O’Higgins lo anticipó, que muchos errores e
inexperiencias marquen al primer Congreso Nacional. Como lo anota Encina, el
principal error del primer Congreso fue concentrarse, en los tres últimos meses
de su labor, en reformas “que podían esperar mejores días”, sin percatarse que lo
primero era vivir y que lo cuerdo era dedicarse a la defensa militar. Se produjo así
una disociación con quienes podían manejar las fuerzas militares que llevaron al
completo desentendimiento con Carrera. Tampoco los proyectos que acordaron
eran esenciales para el gran proyecto político de la independencia.
Sin embargo, Martínez de Rozas, quien tenía la mayor experiencia política
en ese tiempo y que se había resistido a convocarlo, se expresó de él con los
siguientes juicios: “obró con patriotismo, con inteligencia y energía. Por la primera
vez se conoció que había un gobierno”.
O’Higgins, al ser decisivo en su fundación dio a ese parlamento rudimentario
y sin experiencia las bases de democracia representativa y de participación
ciudadana que se han impreso en la historia de la patria.
Creemos y lo ratificamos: el Libertador merece agregar a sus grandes títulos el
de Padre de nuestro Congreso Nacional y de primer parlamentario de la República.
Con su voluntad decidida dio nacimiento a nuestro Congreso, fundándolo en la
voluntad ciudadana y en el conocimiento de sus verdaderas funciones.
Afirmarnos que también merece el título de primer parlamentario porque, con
su ejemplo, fijó rumbos al actuar parlamentario. Se preocupó, en primer lugar,
porque el Congreso tuviera un reglamento para sus labores; fue, enseguida, un
paradigma de diputado regional; supo coordinar los trabajos de la que, en sus
inicios, fue minoría en la asamblea; fue un buen portavoz de ella, argumentando
y dando muestras de una convincente oratoria; fue también un ejemplo en el
respeto y consideración que se debe a los que lo eligieron.
Campos Harriet afirma que “en aquel congreso, O’Higgins fue un líder de la
minoría”.
Lamentablemente la enfermedad que lo aquejó en ese tiempo impidió a
O’Higgins, como lo hemos visto, tomar una actuación más decisiva en los
acontecimientos políticos que se desencadenaron.
297
R evista L ibertador O’ higgins
Nada es más elocuente, a este respecto, que las expresiones de los
habitantes de, Los Ángeles al ratificar al Libertador en su condición de diputado.
Ellos “se conmovieron, y expresaron estar satisfechos de la arreglada conducta
de su representante, dándole las más expresivas gracias por sus virtuosos
procedimientos y honor con que se ha conducido”.
Las notas anteriores hacen ver la necesidad de profundizar en lo que fue la
actuación y autoría del Libertador en la formación de nuestro Parlamento y en las
proyecciones que éste tuvo en las bases republicanas y democráticas del país y
en la formulación de nuestra independencia.
Se permiten también ser una incitación a la promoción del estudio de la
historia del Congreso de Chile, que no se ha abordado en su integridad y en su
contribución al proceso político del país.
Estamos seguros que ese estudio hará más comprensivo el conocimiento
del gran papel cumplido por el Libertador Don Bernardo O’Higgins en la base
democrática del país; extenderá el estudio de nuestra historia y podrá constituir el
descubrimiento de una de las bases del proceso de formación de nuestra cultura.
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E dición conmemorativa del B icentenario
O’HIGGINS, EL PRIMER CIUDADANO DE CHILE
Miguel Cruchaga Tocornal1
La acción preeminente de O’Higgins en la formación y en los primeros años
de la República se destaca airosamente desde las líneas iniciales de la primera
página de nuestra hermosa historia de nación libre, y está grabada con caracteres
indelebles en la conciencia y en el sentimiento populares. Y si leyes como la de
1844, promulgada por el Presidente Bulnes, proclaman la obligación cívica de
perpetuar la memoria del brioso paladín de nuestra independencia, en estos día
el país, como una manifestación más de ferviente acatamiento a tan justiciera
disposición, manifestada por la majestad de la ley, ha celebrado con particular
cariño el primer centenario de la muerte de su héroe máximo.
La vida de O’Higgins, cargada de brillantes ejemplos de entereza y abnegación,
es toda una línea de tradición para la República.
Ilustró la historia nacional con el brillo de su espada en los campos de batalla,
con su fervor cívico en la dirección del gobierno y con su alto espíritu americanista
que lo realza por sobre nuestras fronteras.
Acaso no fuera O’Higgins lo que pudiera llamarse todo un estratega o un
técnico en el arte de la guerra, pero fue mucho más que eso: un héroe dotado de
inmenso arrojo y valentía. En el paso de El Roble, junto al río Itata, fue su decisión
la que salvó al ejército patriota atacado de sorpresa. Su famoso grito: “¡Vivir con
honor o morir con gloria!” resuena hasta la fecha con emoción en el oído de los
chilenos. En la plaza de Rancagua, sitiada por fuerzas de enorme superioridad,
su heroísmo de leyenda llega al pináculo, cuando sable en mano se abre paso
por entre las trincheras enemigas con un pelotón de soldados. Y en Chacabuco,
adelantándose a los planes convenidos por la estrategia, y no pudiendo dominar
su impulso guerrero, atacó con tal denuedo, que decidió para la causa de América
el buen éxito de la batalla.
1 Cruchaga Tocornal, Miguel.- Nació en Santiago el 5 de mayo de 1869. Hijo de Miguel Cruchaga Montt y de
María del Carmen Tocornal Vergara. En la revolución de 1891 se enroló en el ejército del Congreso y actuó
con el grado de Capitán en las batallas de Concón y Placilla. Sirvió la cátedra de Derecho Internacional en
la Universidad de Chile. Diputado por Santiago entre los años 1900 a 1906, Ministro de Hacienda en 1903 y
1904 y del Interior en 1905 a 1906. Ministro Plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Paraguay entre 1907 y
1913, Ministro en Alemania y Holanda entre 1913 y 1920. Ministro en el Brasil entre 1920 y 1925. Agente del
Gobierno de Chile en Washington por las cuestiones relacionadas con el arbitraje sobre Tacna y Arica en 1926
y 1927. Embajador en los Estados Unidos de 1931 a 1932, Ministro de Relaciones Exteriores del segundo
gobierno de Arturo Alessandri, desde 1932 a 1937. Senador por Tarapacá y Antofagasta entre 1937 a 1945 y
por O’Higgins y Colchagua entre 1945 a 1949. Publicó numerosas obras de Derecho Internacional Público.
Falleció el 3 de mayo de 1949, en Santiago. El presente trabajo fue publicado en el Boletín N°23, año 1942 de
la Academia Chilena de Historia y Geografía.
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R evista L ibertador O’ higgins
Puede admirarse en O’Higgins el perfil de un fervoroso y ardiente americanista,
y su vida, unida al destino de tantas naciones del continente, es como la imagen
concreta de la fraternidad hispano-americana. Las lecciones que en Londres
recibió de labios del insigne revolucionario venezolano, Francisco de Miranda,
fueron el impulso determinante de su acción patriótica y de la consagración de su
vida e inteligencia al servicio de la libertad de Chile y de los pueblos hermanos.
Su amistad con San Martín, sellada tan simbólicamente en el famoso abrazo que
ambos próceres se dieron en el campo de batalla de Maipú, es un legado que con
lealtad inquebrantable y sin menoscabo alguno han sabido hasta ahora y sabrán
siempre mantener Chile y la República Argentina.
Su empeño extraordinario, en fin, por vestir de realidades los sueños de una
expedición libertadora al Perú, colocan a O’Higgins como un estadista que no
quiso reducir a los límites de su propio país el campo de su acción libertadora, sino
que la concibió como conexa y solidaria con los demás pueblos del continente. En
esa oportunidad no se redujo al ya gran papel de apoyar los planes de San Martín
y proporcionar a éste la totalidad de los recursos que necesitaba para la obra, sino
que llegó hasta entregar todos sus sueldos, joyas y platería de uso personal para
incrementar los pobres recursos fiscales y dar así cima a esta empresa que queda
como el exponente más digno de su empuje, fervor y santo desprendimiento.
Cuando hubo dejado el solio de primer magistrado de la República y se retiró
al Perú, ofreció su espada con modestia y generosidad a Bolívar, para que la
empleara en la consumación de la independencia de esa República. “Yo no dudo
–escribió entonces al General Heres, jefe del gabinete militar del Libertador– que
S.E., como Ud., darán todo crédito a mi sinceridad cuando aseguro que nada podía
sustraerme del retiro que me he propuesto en el Perú, sino el día de una batalla,
porque ese día todo americano que pueda ceñir espada, está obligado a reunirse
al estandarte de una causa tan justa como su independencia y prestar su sostén,
por débil que sea, a un jefe que ha trabajado tanto tiempo y tan dignamente en la
prosperidad de esa sagrada causa”.
Don Casimiro Albano Cruz, amigo de O’Higgins desde la niñez y su primer
biógrafo, describe en estos términos la incorporación de nuestro héroe en las
huestes del Libertador Bolívar:
“El 19 de agosto de 1824, en la mañana, se dió la orden del día felicitando al
Ejército Unido peruano-colombiano por la incorporación en sus filas del ilustre
guerrero y distinguido veterano de la independencia, S. E. el Capitán General don
Bernardo O’Higgins; observando que a pesar de ser la única escarapela chilena
que se divisaba en el ejército, unido, esta sola escarapela tenía la importancia
de un ejército”. “La misma orden prevenía que todos los Generales y Oficiales
del Ejército, reuniéndose en casa del General La Mar, marcharan a la residencia
del General O’Higgins, para cumplimentarle por su venida y expresarle, al mismo
tiempo, su gran satisfacción al tener por compañero de armas al vencedor de
tantas batallas y fundador de la independencia de su Patria”.
“Así se hizo el mismo día, y La Mar pronunció un discurso digno de la ocasión
y del ilustre soldado a quien se dirigía. O’Higgins contestó con su acostumbrada
modestia, manifestando su profunda gratitud por la distinción que se le hacía,
añadiendo que este día ‘lo miraba como el más feliz de su vida, como que le
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E dición conmemorativa del B icentenario
proporcionaba reunirse a tanto valiente, en el carácter de un simple soldado, a
que estaba ceñida toda su, ambición en la presente campaña”.
La tradición agrega, por su parte, que celebrando Bolívar con un banquete en
Lima la victoria de Ayacucho, al siguiente día de recibida la noticia, concurrió al
acto O’Higgins despojado de su uniforme militar y vestido como simple ciudadano,
y que interrogado por el Libertador por la causa de este cambio, le contestó:
“Señor, la América está libre, Desde hoy el General O’Higgins ya no existe;
soy sólo el ciudadano particular Bernardo O’Higgins. Después de Ayacucho, mí
misión americana está concluida”.
Si la acción de O’Higgins como soldado presenta las más destacadas muestras
de su espíritu americanista, su tarea de gobernante marcha al unísono con este
pensamiento.
Más de una vez se ha recordado con razón que en feliz ejercicio de sus altas
atribuciones, O’Higgins inició con dignidad y corrección las relaciones exteriores
chilenas, trazando con seguridad y clarividencia su primitiva y afortunadamente
perdurable orientación de pacífica convivencia y concordia universal, a la vez que
da fraterna solidaridad y real cooperación con los demás pueblos americanos.
En efectiva realización de semejantes inspiraciones, O’Higgins fijó las directivas
para negociar y firmar, ratificó, promulgó, cumplió e hizo cumplir como leyes
de la República los primeros Tratados internacionales suscritos por el gobierno
chileno, reconoció a los primeros representantes diplomáticos que otros Estados
amigos enviaron a Chile, y firmó las Cartas Credenciales de los primeros agentes
diplomáticos que de este país salieron.
O’Higgins echó las firmes bases institucionales de nuestra República, la
condujo con acierto en las arduas dificultades de sus primeros pasos y se hizo
ampliamente acreedor a que la Patria reconocida le diera el primer lugar en la
nómina de sus hijos.
La historia, al recordar en sus anales los acontecimientos del pasado,
proyecta clara luz sobre los afanes y las luchas, los triunfos y los quebrantos
de las naciones en su incansable marcha hacia la consecución de los anhelos
de felicidad colectiva, y para dar valía y utilidad a sus severas lecciones, los
historiadores nos hacen ver en toda su realidad a los hombres que actuaron en
los sucesos pretéritos, con todos sus propósitos, tendencias y pensamientos, con
sus cualidades y sus defectos.
Con ése su austero acento, la historia nos dice que O’Higgins fue grande en sus
horas de gloriosos triunfos y grande también al abandonar el poder y descender
del solio a que le exaltaron sus conciudadanos como el mejor símbolo viviente de
la Patria inicial, como la más adecuada enseña de sus aspiraciones de libertad y
de organización republicana y ordenación democrática.
El ocaso de este egregio ciudadano fue más esplendoroso aún que sus días
plenos de poderío y de gloria.
Era un militar habituado por los menesteres y disciplina inherentes a su
profesión, a imponer su propia voluntad y no dejar incumplidas sus órdenes. “El
Código Militar de todas las naciones –había dicho el mismo O’Higgins en una
301
R evista L ibertador O’ higgins
pieza oficial que lleva su firma– es más bien la constitución de un despotismo
duro y sistemático por el bien de la sociedad misma”.
Sin embargo, cuando por obra de los vaivenes propios del accidentado período
de la formación de la naciente República, se exige al Director Supremo la renuncia
de su cargo, el vencedor de tantos combates, cuyos laureles eran los que frescos
todavía engalanaban las banderas tremoladas por las fuerzas armadas de
la Patria, antes que llevar a sus connacionales a una lucha fratricida o dar un
ejemplo menos conforme con los principios democráticos, venció, con la inflexible
decisión que le caracterizó en los combates guerreros de sus mejores tiempos,
toda inspiración que de los mismos principios se apartara, y resignó el mando con
estoica y varonil entereza. El General don Luis de la Cruz, que estuvo presente
en este acto de generoso desprendimiento, repetía hasta en su ancianidad, que
O’Higgins “fue más grande en esas horas de lo que había sido en los días más
gloriosos de su vida”.
Retirado de la actividad pública fue a buscar en las labores agrícolas de
la hacienda de Montalván, que le donó el gobierno del Perú, un lenitivo a los
inevitables desengaños y amarguras de que no están exentas las vidas de los
grandes hombres. Allí se extinguió tranquila su existencia el día 24 de octubre de
1842. Apretadas las manos al crucifijo y sintiendo llegados sus últimos instantes,
reclamó el burdo sayal de hermano tercero de San Francisco, y cuando le fue
traído, como una imagen de abandono de las galas terrenas, el que había Vestido
los uniformes de Capitán General de Chile, Brigadier General de las Provincias
Unidas del Río de la Plata y Gran Mariscal del Perú, exclamó con alegre y ferviente
humildad: “Este es el traje que me envía mi Dios”
Así, sobria y cristianamente, se apagó la vida del hombre excelso que hoy
recordamos.
Una ley reciente ha dispuesto que el retrato del prócer sea colocado en sitio
de honor en las escuelas y establecimientos educaciones del país, rememoración
que contribuirá a asegurar que la juventud sepa inspirarse en el alentador ejemplo
que brindan su noble vida y sus gloriosos hechos.
Servir a la Patria con todo el vigor de la acción y el pensamiento, aplicar todas
las capacidades en su honor y por su engrandecimiento, luchar con fe y decisión
por su progreso moral y material, fueron normas siempre directivas y nunca
perdidas de vista en la vida pública de O’Higgins, como son deberes ineludibles
de todo buen ciudadano, y por eso el culto inextinguible de la memoria de nuestro
máximo prócer será siempre luminoso guía que, en el futuro como hasta ahora,
ayudará a orientar a nuestra empeñosa democracia en su progresivo avance hacia
un porvenir que sea digno de los esfuerzos heroicos con que los Padres de la
Patria nos enseñaron a amar y vivir la libertad, que es, según frase de Cervantes,
el mayor bien que a los hombres dieron los cielos.
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E dición conmemorativa del B icentenario
EL LIBERTADOR O’HIGGINS
ORGANIZADOR DE LA REPÚBLICA
Julio Heise González
INTRODUCCIÓN
Nuestra Independencia ofrece el espectáculo de un cuerpo social convulsionado
por frecuentes oscilaciones entre el estilo tradicional de la Madre Patria y las fuerzas
renovadoras de la Emancipación. En medio de una muy prometedora agitación
cívica, la clase dirigente chilena empezó por definir la Democracia para emprender
luego su organización. Había que romper con una determinada concepción del
convivir social y abrazar una nueva perspectiva vital; destruir una estructura e
iniciar un laborioso y difícil aprendizaje democrático. Más de dos siglos y medio
vivió Chile bajo un régimen de monarquía absoluta y de desigualdad social. No
fue tarea simple transformar la Provincia española en Estado independiente.
Al Libertador Bernardo O’Higgins correspondió independizar al país y al mismo
tiempo organizar la nueva nacionalidad. Para cumplir con estas tareas O’Higgins
debió afrontar dificultades casi insuperables.
En primer lugar, las fuerzas anti-republicanas de los realistas conservaban toda
su capacidad de resistencia y gran parte de su prestigio. A los criollos no les fue
posible cambiar de la noche a la mañana los hábitos y la mentalidad coloniales.
En segundo lugar, la organización de la nueva nacionalidad se vio perturbada
por las Campañas de la Emancipación y por la Expedición Chilena Libertadora
del Perú.
Además, Chile afrontó la Independencia absolutamente solo. Distinto fue el
caso de los Estados Unidos de América, que tuvieron la valiosa ayuda de Francia,
España y Holanda. La lucha por la autonomía de las colonias inglesas fue, al
mismo tiempo, una Guerra Europea.
Finalmente, la organización de la República representó para Chile y para
Hispano-América una empresa muchísimo más compleja y ardua que la
organización política de los Estados Unidos. Los próceres norteamericanos
no hicieron sino continuar el sistema político practicado a lo largo del periodo
colonial. Las Asambleas legislativas republicanas fueron una simple prolongación
de los town meetings coloniales y las Cartas de Establecimiento coloniales se
transformaron en las constituciones de cada uno de los Estados independientes.
En lo fundamental, observamos una perfecta continuidad de la vida pública.
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El Libertador O’Higgins, en cambio, debió enfrentar una radical crisis de valores.
Debió crearlo todo: el Gobierno representativo y las Asambleas legislativas; las
Constituciones y el Poder electoral; el Republicanismo Democrático y la Soberanía
Popular. Todo ello en abierta contradicción con las instituciones realistas.
El Gobierno del Padre de la Patria representa una dramática lucha entre
el pasado y las nuevas tendencias; entraña una progresiva incorporación a
nuestra vida institucional de los nuevos principios políticos proclamados por la
emancipación y que sirvieron de fundamento a la organización definitiva de la
República. El éxito de Diego Portales es inconcebible sin la consideración del
laborioso y difícil aprendizaje político que debió realizar la clase dirigente chilena
en el Gobierno de Bernardo O’Higgins.
Veamos el importante y decisivo aporte del Libertador O’Higgins a la
estructuración definitiva de la República.
I. REALISMO REVOLUCIONARIO DE O’HIGGINS
Como todo Libertador, O’Higgins ofrece en su persona la tragedia de una
época de cambios, de antítesis y de choques. Es testigo y, al mismo tiempo,
protagonista de una Crisis. Se ha roto el orden social hispánico y empiezan a
surgir nuevas fuerzas políticas.
El Prócer adoptó una postura de inconformidad y de rebeldía frente al ambiente
tradicional, pero al mismo tiempo invitó a sus conciudadanos a respetar el
pasado, a respetar muchos valores coloniales que, aunque aparecían desteñidos
o atenuados por la conmoción inicial, seguían plenamente vigentes.
Esta tensión creadora entre los principios revolucionarios y las características
peculiares del Ser Nacional, esta especie de compromiso o transacción entre
la realidad concreta heredada de España y los proyectos de los ideólogos,
constituye la mayor gloria de nuestro Padre de la Patria y representa su más
valiosa contribución a la organización definitiva de la República.
Como auténtico Revolucionario, el Libertador comprendió que era indispensable
reconciliar a Chile con su destino, respetar su herencia histórica, completando
las orientaciones teóricas con la tradición. La compleja tarea de organizar la
República exigir, pues, un cuidadoso respeto de la continuidad histórica. Era
ésta la única manera de estructurar el nuevo Estado. La realidad ha sido siempre
más poderosa que la idealidad. Sólo el contacto creador de estas dos fuerzas
contrarias –realidad e idealidad– permitirle encontrar la fórmula que asegurara
una organización definitiva de la República.
En Chile, fue Bernardo O’Higgins el primero que comprendió estos principios.
Para mantener el equilibrio social era absolutamente necesario conjurar el pasado
hispánico con las nuevas ideas. Esta es la gran tarea que el Libertador impuso a
sus conciudadanos: No negar la realidad, sino aceptarla en su doble orientación,
teórica y práctica. Es el mismo pensamiento que más adelante exteriorizó Diego
Portales.
O’Higgins debió conciliar con mucha frecuencia las nuevas instituciones
democráticas con la realidad colonial que aún se manifestaba robusta. Esta
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dualidad espiritual –inmanente a los procesos de descolonización– debieron
afrontarla todos los hombres públicos de aquellos años. A ellos les tocó vivir en
dos planos simultáneos: el de los ideales del liberalismo anglo-francés y el de la
existencia hispano-colonial. Se quería pensar y actuar como liberal y a cada paso
se tropezaba con la inexorable realidad colonial. Es la dramática contradicción
en que se desenvuelve la historia de todos los pueblos de la América española al
comenzar el siglo XIX.
De la realidad histórica a la que pertenecíamos como herencia viva del pasado,
no se podía prescindir impunemente. Los pueblos que niegan su herencia cultural
pierden sus posibilidades creadoras y sucumben en el caos de la Anarquía. Los
países hermanos que huyeron de la realidad, que no la respetaron, debieron
enfrentar un desborde pasional, un torrente sin cauce, que los arrastró a la
anarquía y al caos. Personalidades como Simón Bolívar, José de San Martín,
Antonio José de Sucre, Juan Martín de Pueyrredón, fueron impotentes para
contener este aluvión. Bernardo O’Higgins, con indomable energía, respetando la
juridicidad y la dignidad de sus conciudadanos, fue capaz de encauzar el torrente
de irracionalidad, conciliando la Tradición con la Revolución.
Actuó como auténtico Revolucionario. Supo comprender y enfrentar
acertadamente la realidad y las urgencias del grupo social. En medio de una
aguda crisis de definición ideológica orientó a sus conciudadanos que, frente a
la revolución que estaba desarrollándose, luchaban entre ellos, promoviendo o
frenando el movimiento autonomista, propiciando o combatiendo las nuevas
tendencias liberales y democráticas.
Para el Fundador de nuestra nacionalidad esta tarea fue, sin duda, dificultosa
y preñada de peligros e incertidumbres. Cada conquista, cada transformación
en las estructuras políticas, económicas y administrativas, debió preservarlas
cuidadosamente como algo delicado y frágil, amenazado por la incomprensión de
un tradicionalismo arrogante, o por la impaciencia de un ideologismo utópico.
II. EL IDEAL REPUBLICANO
La inmensa mayoría de los chilenos inició la vida independiente sin clara noción
de los nuevos principios republicanos. El sentimiento monárquico estaba todavía
profundamente arraigado en todos los estratos sociales. El respeto, la veneración
casi religiosa por la persona del Monarca, fue patrimonio de todos los habitantes
del Nuevo Mundo español. Criollos, mestizos, indios y negros. no conocieron otra
forma de convivencia política. Tanto en Europa como en las colonias españolas,
las formas democráticas y republicanas aparecían como sediciosas. El principio
legitimista estaba representado por la monarquía absoluta. Ser demócrata y
republicano era ser Faccioso. Todo el mundo aceptaba como algo indiscutido
el principio de la sumisión pasiva e incondicional a una autoridad que se creía
que emanaba de Dios. Los postulados republicanos eran rechazados como algo
abominable.
Para los criollos no fue tan fácil superar el viejo esquema político del
absolutismo. Más de dos veces secular, la monarquía era, en cierta medida, el
gobierno natural del Nuevo Mundo español. Los primeros movimientos contra la
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Metrópoli se hicieron respetando la suprema autoridad del Rey: no olvidemos que
los patriotas de 1810 actuaron en nombre de don Fernando VII.
En estas circunstancias, la pugna por imponer la forma republicana de Gobierno
adquirió caracteres dramáticos. Simón Bolívar, José de San Martín, Agustín de
Iturbide, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia y, en general, todos
los Próceres –con la sola excepción de O’Higgins– fueron Monarquistas. Sólo
al Libertador chileno le fue posible crear una sólida tradición republicana, en
la misma época en que los grandes Libertadores del Nuevo Mundo vacilaban
entre la República y la Monarquía. Para valorizar la clara y enérgica afirmación
republicana de O’Higgins, es necesario tener presente esta circunstancia. Los
Próceres hispanoamericanos buscaron afanosamente un Príncipe para continuar
el sistema monárquico tradicional.
Los Ministros de Bolívar gestionaron para que Inglaterra proporcionara un Rey a
Colombia. En las Provincias Unidas del Río de la Plata, Manuel Belgrano propuso
a la Infanta doña Carlota y Pueyrredón, al Duque de Orleans. San Martín pretendió
establecer una Monarquía en el Perú y presionó insistentemente –sin resultado
alguno– a O’Higgins para que colaborara en sus proyectos monárquicos.
Encomendó a Manuel García del Río y a Diego Paroissien la misión de explorar
como corresponde y aceptar que el Príncipe Sussex Coburgo o, en su defecto,
uno de los de la dinastía reinante en Gran Bretaña, pase a coronarse “Emperador
del Perú”. Con estas palabras el monarquismo sanmartiniano quedó estampado
en las Actas del Consejo de Estado del Perú, de fecha 24 de diciembre de 1821.
En esta misma Acta encontramos la autorización concedida por el Protector
del Perú a sus representantes para dirigirse con idéntico propósito a las Casas
reinantes de Rusia, Austria, Francia y Portugal.
Todos los Próceres –hombres de acción y de talento– tomaron clara conciencia de la anarquía política que amenazaba a las nuevas nacionalidades. Este
peligro los llevó a la conclusión de que la única estructura política posible era la
Monarquía o el Gobierno Dictatorial.
Sólo a Chile le fue posible organizar, desde un comienzo y sin vacilación
alguna, un Gobierno Republicano y Democrático.
El Libertador O’Higgins defendió con dignidad y altivez sus convicciones
republicanas. Es necesario subrayar la recia personalidad de O’Higgins, quien,
en una atmósfera monárquica y semicolonial, tuvo la insobornable independencia
espiritual y el coraje cívico para afirmar sus convicciones republicanas y aún para
imponerlas con su ejemplo a los demás países de América española.
Como demócrata y republicano, O’Higgins ejerció, sin duda, una influencia
Continental. Frente a la idea legitimista de restauración monárquica en la
necesidad de afirmar por sí mismo su propio destino republicano.
III. LA AsPIRACIóN AL ORDEN
Al iniciarse el movimiento emancipador, O’Higgins era partidario entusiasta
tanto de la más amplia Democracia como del ejercicio sin limitación alguna
de todas las garantías constitucionales. Pero los fracasos de la Patria Vieja y
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el espectáculo de la Anarquía en el resto de la América española modificaron
notablemente sus ideas. Aunque profundamente republicano y democrático,
se dio cuenta que el ejercicio pleno del Liberalismo era imposible: faltaban la
tradición y la cultura cívica. Sólo cabía organizar un Autoritarismo Legal dentro de
un marco democrático, mientras se lograba cierta madurez política, exactamente
la misma postura que años más tarde sustentaría Diego Portales.
Como anota Guillermo Feliú Cruz, O’Higgins, al instaurar “un Gobierno fuerte y
creador” fue precursor ilustre de Portales.
En efecto, en la década de 1830 el Ministro Portales transformó el autoritarismo
y la aspiración al orden en principio político fundamental. Para la teoría política
portaliana, el más alto valor de la vida pública era el orden y, para asegurarlo, no
importaba sacrificar la libertad y todas las demás garantías individuales.
Para muchos Próceres sólo la Monarquía o la Dictadura estaban en condiciones
de resolver este problema de la Anarquía. O’Higgins rechazó el Monarquismo y la
Dictadura. Pensó que la República servia para contener la anarquía y el desorden,
siempre que se realizara un gobierno fuerte y autoritario. A esto se refiere Bolívar
al elogiar el Gobierno de O’Higgins en Carta fechada en Guayaquil el 29 de agosto
de 1822, donde le dice a nuestro Prócer:
“La convocatoria que V.E. ha hecho a los ciudadanos de Chile, es la más liberal y la
más propia de un pueblo que aspira al máximum de libertad. Chile hará muy bien si
constituye un gobierno fuerte por su estructura y liberal por sus principios”.
Un gobierno fuerte era absolutamente necesario no sólo para llevar adelante
la guerra contra España, sino también para materializar el interesante programa
de reformas radicales emprendidas por el Director Supremo. Urgía contener la
Anarquía y el desorden que, por regla general, acompañan a todo proceso de
descolonización. En un Manifiesto fechado en Santiago el 5 de mayo de 1818, el
Libertador Don Bernardo O’Higgins expresaba:
“Sólo un gobierno vigoroso y enérgico podrá mantener la tranquilidad y el orden y
preparar el espíritu público para recibir en tiempo las instituciones convenientes”.
El poder omnímodo que le entregó el pueblo en el Cabildo Abierto del
16 de febrero de 1817 y que, en cierta medida, le fue confirmado en la Carta
Fundamental de 1818, ha conducido a muchos historiadores a calificar el gobierno
de O’Higgins como Dictadura, incurriendo en lamentable confusión de conceptos,
pues no es posible equiparar el Autoritarismo Legal con la Dictadura. Diferencias
fundamentales separan a estos dos conceptos, por cuanto un gobierno autoritario
y fuerte no implica necesariamente una Dictadura. Esta última tiene un origen
irregular y siempre es un gobierno de facto. El autoritarismo legal presupone un
Estado de derecho y su origen se fundamenta en la voluntad popular o en una
norma legal.
Ni jurídica ni sociológicamente puede calificarse el gobierno de nuestro
Libertador como dictatorial. El poder que ejerció configura un muy claro y definido
autoritarismo legal que nada tiene que ver con una dictadura. En su gobierno no
encontramos nada arbitrario, nada dirigido al interés personal del que manda ni
tampoco se ejerció fuera de las leyes constitutivas de la Nación. El gobernante
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R evista L ibertador O’ higgins
no se arrogó poder extraordinario. Este le fue ofrecido y entregado libremente.
Si a esto agregamos que el Autoritarismo Legal fue ejercido con prudencia y
ecuanimidad, respetando rigurosamente el interés general y contando, además,
con el beneplácito y con la confianza pública, es forzoso concluir que la leyenda
de la dictadura de O’Higgins –repetida hasta nuestros días– ha sido en gran
medida producto de una inexcusable confusión de conceptos. Durante todo su
gobierno, el Libertador respetó la norma jurídica y la voluntad mayoritaria de sus
conciudadanos, circunstancias que, a su juicio, eran necesarias para mantener el
orden y la tranquilidad social.
IV. LA AFIRMACIÓN DEMOCRÁTICA
Al Libertador Bernardo O’Higgins le tocó actuar en una época difícil, de honda
crisis doctrinario. Se trataba de dar al cuerpo social una nueva organización,
un nuevo espíritu. Había que subsistir la desigualdad social por una estructura
democrática e igualitario. Había que materializar los principios proclamados en la
Emancipación. Si estudiamos atentamente las reacciones de los diversos grupos
que actuaron en el gobierno de O’Higgins comprobaremos que la Independencia
no fue siempre el aspecto más apasionante en el complejo de opiniones e
intereses que entrechocaban en aquella época. Serán los principios democráticos
de la igualdad y de la soberanía popular los que avivarán más intensamente las
pasiones y despertarán mayor interés.
Los Criollos tradicionalistas –que constituirían la mayoría– sentían abierta
repugnancia por las consecuencias democráticas e igualitarias que podría llegar
a producir la colonización. Los Pelucones, blasonados en rancios pergaminos
castellanos, presentían que la Independencia arrasaría con sus títulos y privilegios,
pero era principalmente el Aristócrata acaudalado, con posibilidades de comprar
un título de nobleza, el que se sentía más contrariado con la abolición del status
nobiliario.
La estructura nobiliario y las costumbres coloniales seguían representando
valores supremos para el sector tradicionalista. Al regresar, en 1817, los patriotas
desterrados en el Archipiélago de Juan Fernández por el Gobierno de Mariano
de Ossorio, lo primero que hicieron fue ostentar sus pergaminos e insignias de
nobleza. En 1818 un Patriota de espíritu tan ampliamente liberal como el de José
Miguel de Carrera censuró a O’Higgins la abolición de los títulos de, nobleza. San
Martín, apenas proclamado Protector, incorporó a la legislación peruana los títulos
de Castilla concedidos por el Rey de España o comprados por la alta burguesía y
autorizó el uso de los escudos de armas.
O’Higgins, al asumir el Gobierno, estimó necesario suprimir los títulos
nobiliarios. En septiembre de 1817 decretó su abolición y fundamentó la medida
en un bando publicado a fines de mayo de ese mismo año, con las siguientes
palabras:
“En toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito;
en una república es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza
de los antepasados por ser muchas veces conferida en retribución de servicios que
abaten a la especie humana”.
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Inspirado en un insobornable democratismo, el Libertador señaló rumbos y
encaminó las fuerzas vitales de la Nación por nuevos senderos que hasta 1810
estaba vedado transitar. Siguiendo una línea de auténtico revolucionario intentó,
en 1818, suprimir los Mayorazgos y poco después legisló sobre la suerte de los
indígenas y la colonización.
A los métodos del antiguo régimen hispánico, el Libertador opuso los de
la Democracia. Es admirable comprobar el tino y el coraje con que supo
escoger los caminos difíciles que le permitieron dar plena eficacia a sus ideas
renovadoras. Y todo ello en un país sin tradición ni experiencia en el ejercicio de
la democracia. Chile había vivido más de dos siglos y medio bajo una estructura
Monárquico-Nobiliaria.
Desde otro ángulo, el Director Supremo pensó que para transformar la
mentalidad atrasada de sus compatriotas, había que extender la educación
Pública. Las escuelas de primeras letras debían ser el objeto predilecto de un
gobierno que deseaba formar ciudadanos con sentimientos democráticos. Por
esta razón, la función educativa tuvo para O’Higgins una importancia medular. Sin
ella el resto de la actividad humana no podía operar plenamente. La democracia
misma era, en último término, un problema de cultura colectiva.
La obra lenta y definitiva de la educación permitía consolidar todo avance
político. El Héroe tuvo plena conciencia de esta verdad, como lo prueba el
sostenido esfuerzo que realizó para ampliar, perfeccionar y difundir la enseñanza.
Con clara vocación por la cultura, se dio a la tarea de organizar un sistema
educacional. Creía en las posibilidades ilimitadas de la enseñanza. En este
terreno la acción del Padre de la Patria tomó la forma de un poderoso himno de
fe en la educación y en la democracia. Asignó a sus compatriotas un estilo de
vida: la democracia, y señaló el instrumento para hacerla efectiva: la educación.
A partir del gobierno de O’Higgins esta fe en la educación informará la labor de
todos los gobernantes que ha tenido la República. Reabrió el Instituto Nacional
y la Biblioteca Nacional. Fundó los liceos de Concepción y La Serena, dispuso
que cada Convento, tanto de frailes como de monjas, mantuviera una escuela de
primeras letras1. En un gesto revolucionario ordenó implantar el antiguo sistema
escolástico hispano-colonial.
Bernardo O’Higgins, con noble y patriótico afán, impulsó entre sus
conciudadanos una profunda transformación ideológica.
Completó la Independencia lograda en los campos de batalla afianzando en la
conciencia de nuestra clase dirigente los nuevos conceptos de soberanía popular
y de gobierno representativo, que habían de servir de fundamento a la nueva
estructura política. El Libertador conocía la organización política de Francia,
Inglaterra y los Estados Unidos. Había observado directamente el realismo inglés
y su aristocratismo parlamentario.
También conocía a los principales juristas y filósofos de la época. Por
otra parte, había tomado conciencia de la inmadurez política de la mayoría
de sus conciudadanos. El Libertador O’Higgins tuvo clara conciencia que la
1 Reafirmando el Decreto respectivo de la junta Gubernativa del Reino de 1810 (N. del D.).
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descolonización implicaba un problema de arduo aprendizaje, de información y de
laboriosa experiencia. Desde los albores de la Independencia estuvo empeñado
en imponer a los chilenos las nuevas tendencias democráticas, de soberanía
popular y gobierno representativo.
Las firmes convicciones doctrinarias y el talento del Libertador permitieron
modificar la conciencia política de la aristocracia chilena, limar sus aristas
coloniales y prepararlas para el ejercicio práctico de una ordenada democracia.
Bajo la dirección de O’Higgins, Chile aprendió que la libertad, para ser auténtica
y positiva, ha de sujetarse a una justa y necesaria reglamentación.
Encauzó el torrente emocional del autonomismo neutralizando los intereses
de círculos y de caudillos. Brindó a sus conciudadanos hermosas lecciones de
civismo y tolerancia.
No cabe la menor duda de que su abnegación cívica, su austeridad en el
manejo financiero, su extraordinaria laboriosidad y su espíritu público, sirvieron de
inspiración y de punto de partida a la honrosa tradición cívica, acatada y seguida
por todos los gobiernos chilenos posteriores.
Demostró a la aristocracia que era inconveniente y peligroso establecer un
divorcio entre la realidad y los principios; que era urgente atender a la naturaleza
del organismo social y a su ‘tradición’ si se deseaba evitar el desquiciamiento y la
anarquía.
Lo decisivo no es aplicar la teoría a la realidad, sino descubrir los principios
implícitos en esa realidad. De esta manera, el proceso de descolonización se
transformó para los chilenos en fascinante y conmovedor aprendizaje político,
cuyas líneas fundamentales trazó nuestro máximo Prócer.
Su acción ejemplarizadora permitió mantener y preservar el republicanismo
democrático y la juridicidad creadas por él. A ella se debe que la reacción
descentralizadora y antiautoritaria que siguió a la renuncia de O’Higgins no se
transformara en Anarquía.
El propio Portales, para llegar al poder, se apoyó en el grupo O’Higginista, en
la tradición cívica y en la intachable conducta moral del Padre de la Patria.
BIBLIOGRAFÍA
Archivo Nacional de Chile. Academia Chilena de la Historia: Archivo de Don
Bernardo O’Higgins. Santiago de Chile, varios tomos.
Banco Nacional de Venezuela: Cartas del Libertador, Caracas, 1960.
HEISE González, Julio: Ciento Cincuenta Años de Evolución Constitucional de
Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 1960.
HEISE González, Julio: O’Higgins, Forjador de una Tradición Democrática.
Talleres Gráficos R. Neupert, Santiago, 1975.
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E dición conmemorativa del B icentenario
INFLUENCIAS DE LAS IDEAS FRANCESAS
EN LA EMANCIPACIÓN HISPANO-AMERICANA
Omar Letelier Ramírez
I. A MANERA DE INTRODUCCIÓN
Al cumplirse el Bicentenario de la Revolución Francesa, digno es mirar en
tiempo histórico y en breve retrospectiva, revisar qué grado de influjo tuvo tal
acontecimiento en nuestro devenir histórico. Es obvio que la Revolución Francesa,
la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y la emancipación
hispano americana forman parte de un gran movimiento liberacionista que
repercutió en todo Occidente. Es obvio también que los sucesos de Francia fueron
más intensos y de más candente impacto por la posición que ocupaba dicho país
durante el siglo XVIII en el concierto europeo. Por su situación de centro político y
no de periferia colonial como lo era América.
Cuando se analiza el infllujo de Francia antes, durante y después de su
Revolución, en lo referente a los procesos históricos paralelos de la Emancipación
Americana, surgen dudas y aprehensiones de nuestros historiadores. Hay quienes
minimizan toda influencia. Otros la sobredimensionan. Sin lugar a dudas la
Emancipación Hispanoamericana tiene su propia dinámica, como por lo demás lo
son todos los procesos históricos. Tiene sus perfiles propios, sus antecedentes y
mecánica de causalidad particulares. En este contexto la influencia del liberalismo
francés fue un elemento, nada más ni nada menos que eso.
Lo que nos dejan en claro las investigaciones y la historiografía es que
el aporte francés fue importante en el plano de las ideas ilustradas del siglo
XVIII, tan generalizadas en el ámbito europeo como americano, a través de
las cuales los pensadores galos difundieron teorías, críticas y puntos de vista.
Francia universalizó su lengua, difundió sus costumbres y modos de vida. Estos
fueron elementos que irrumpieron en los grupos criollos –a modo de elite– por la
presencia creciente del comercio francés en las costas americanas. Los viajes de
criollos al Viejo continente hicieron otro tanto. No es menos importante, por otro
lado, en este abanico de circunstancias, señalar que existían súbditos franceses
en las colonias del rey de España en el siglo XVIII. Y que, por otra parte, la Casa
gobernante de Madrid –la Borbona– era de enraizamiento francés.
Al concluir estas previas palabras de presentación circunscribámonos al
asunto de la influencia francesa en la Emancipación en el terreno propio de las
ideas. Porque los hechos mismos que se suceden hasta la caída de Robespierre,
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la ejecución del rey Luis XVI, la persecución al clero y la guillotina, más bien
provocaron si no un rechazo, al menos un mudo silencio en los protagonistas de
nuestra Independencia. No encontramos apologistas de los mismos, y no menos
un sentimiento contrario debe haber fluido tras la intervención de Napoleón en la
Madre Patria.
Sin embargo, el aporte francés, sus principios sustentadores, ganaron
entusiastas adeptos entre los criollos movidos por sus afanes libertarios. Los
acogieron como aportes novedosos y renovadores.
No pretendemos otra cosa en este artículo sino reordenar y acaso sintetizar
situaciones y elementos históricos que sirvan a nuestra Revista como un
homenaje a Francia al celebrarse en 1989 los 200 años de su histórica Revolución.
Aquella que esparció por el mundo los 7 ideales eternos de Libertad, Igualdad y
Fraternidad ciudadanas.
II. ENCICLOPEDISTAS Y FILÓSOFOS CRUZAN EL ATLÁNTICO
Cuando se dice que la Revolución Francesa nació primero en la cabeza de
los enciclopedistas y filósofos y después en las calles de París, no deja de ser
válido. Los propios pensadores de la Ilustración creyeron poder realizar sus ideas
a través de una simbiosis con la Monarquía Absoluta, pero en realidad contenían
todos los ingredientes necesarios para modificar radicalmente el Antiguo Régimen.
Así ocurrió cuando estas ideas cruzaron el Atlántico y se aposentaron en las 13
colonias inglesas de Norteamérica.
Si revisamos en primer término la sola lectura de la Declaración del 4 de julio
de 1776 basta para demostrar el impacto de las ideas enciclopedistas e ilustradas
y la manera cómo éstas se posesionaron en la mente de los constructores de los
futuros Estados Unidos de Norteamérica. Allí están presentes las ideas de Juan
Jacobo Rousseau acerca de los derechos naturales del Hombre a la libertad, la
vida y a la felicidad; el origen del poder en la voluntad de los gobernados y no
en la mera voluntad real; el naturalismo cristiano, que ve en Dios al “Dios de la
Naturaleza” o al “Supremo juez del Mundo”.
Si importante fue la influencia de quienes precedieron la Revolución Francesa
en los acontecimientos de 1776, no lo fue menor la de éstos en los de 1789. Se
puede decir que les abrió puertas, porque nada menos que los colonos ingleses
como pueblo desafiarían victoriosamente a un rey, y sentaban las bases de una
nación; no por la voluntad real o desde la noche de los tiempos, sino por voluntad
popular y ante los ojos de todo el mundo. Veleidades de la Historia: en esta
empresa las 13 colonias contaron con el auxilio de Francia.
El movimiento libertario del siglo XVIII, se inició en América con la Independencia
de los Estados Unidos, trasladó su centro de gravedad a Francia, y se aposentó
asimismo en América Hispana con el nacimiento de nuestras Repúblicas,
desgajadas del árbol imperial español en su otoñal crepúsculo.
También la América hispana tomó contacto con las ideas provenientes de
los pensadores franceses. Directa o indirectamente influidos por ellas, los
arquitectos de nuestra Independencia pusieron su fe en la libertad y en las leyes,
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visualizándolas como suficientes por si mismas para alcanzar el progreso de las
nuevas naciones. “Las armas os han dado Independencia; las leyes os darán
Libertad”, decía el prócer colombiano general Santander.
Si hacemos un breve acopio de datos sobre la presencia de las ideas
provenientes de Francia podemos mencionar algunas situaciones que resultan
relevantes en este punto.
Si bien es cierto ya en 1776, en la cátedra de Derecho Natural y de Gentes en
las Universidades españolas se leían y comentaban a algunos enciclopedistas
franceses, y en especial a Montesquieu y Rousseau, esta enseñanza luego fue
suprimida. Por 1790 en el “Índice de libros prohibidos” impidióse su circulación y
lectura.
Sin embargo los pensadores franceses no sospecharon que sus cavilaciones
llegarían hasta las lejanas tierras americanas, en muchos casos con vehemencia.
En los cuatro Virreinatos: Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la
Plata, hubo atentos oídos que escucharon el mensaje de Francia en distintos
momentos.
A) Nariño y la “Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano”
En Nueva Granada, en las provincias de Socorro y San Gil, los artesanos
formaron el “Movimiento de los Comuneros”, de 1781, protestando ante la
insoportable asfixia tributaría. Llegaron hasta Santa Fe de Bogotá, pero lejos de
ver solucionadas sus peticiones, el Arzobispo-Virrey les dio las espaldas y los
cabecillas fueron severamente castigados, culminando con el descuartizamiento
de José Antonio Galán para escarmiento de todos. En tal ambiente, que para
muchos aumentaron las tendencias independentistas que se observaron en
Bogotá, es donde una inteligencia permaneció sensible a los acontecimientos
franceses, con capacidad para hacerlos suyos en la misma lengua original. Se
trató de don Antonio Nariño Álvarez, quien se convirtió en protagonista de uno de
los sucesos de mayor envergadura política de su época. Era Nariño dueño de las
dos imprentas que había en la ciudad, letrado, criollo dueño de tierras, director del
periódico “La Bagatela”. En suma, un connotado bogotano de la más pura estirpe
santafereña. Había formado Nariño con un grupo de jóvenes, algunos del Colegio
del Rosario, un ateneo denominado “La Tertulia” para escribir y leer. Además
mantuvo en su casa otro grupo, denominado “El Santuario”, donde ingresaban
sólo amigos de su estricta confianza.
Decoraban las paredes del “Santuario” retratos de seres míticos de la antigüedad,
y libros en los anaqueles en que se distinguían los nombres de Solón, Jenofonte,
Tácito, Cicerón, Newton, Buffon, Reynal, Washington, Rousseau, Montesquieu y
Voltaire. Entre los textos que llegaron a manos de Nariño hubo uno en francés
entregado por intermedio de Cayetano Ramírez, sobrino del Virrey y Capitán de
la Guardia Virreinal. Tal obra se titulaba “Historia de la Asamblea Constituyente”
de Salart de Monjoie. La imprenta de Nariño dio a luz en 1794 la traducción y
publicación de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”
(Adoptada por la Constituyente de Francia el 26 de agosto de 1789). Con ello se
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configuré de inmediato el doble delito de traducción e impresión clandestina, al
que luego se agregó el tercero de circulación prohibida. Al enterarse de tal asunto
el Virrey Espeleta –de vacaciones en Gualdas– respiró al saber quién era el autor,
murmurando: “...Triunfó por fin la perfidia de los suaves respetos..., don Antonio
Nariño sacrificó en su maldad los deberes de Dios, al Rey y a la Humanidad”1.
Con ello se inició el juicio correspondiente. A cargo de él se constituyeron los
oidores Hernández de Alba, Joaquín Mosquera y el fiscal Francisco Carrasco.
La casa de Nariño fue allanada, y las órdenes del Virrey se extendieron a los
capuchinos a fin de advertir en los templos y en las capitales de Quito Y Caracas
y sedes de gobernación sobre las infamias del texto maldito. Desde la cárcel
Nariño preparó un extenso texto con inspiración y pensamiento de la filosofía
liberal. Dicho escrito se tituló “Escrito presentado a la Real Audiencia en el año de
1795 en defensa de los Derechos del Hombre”. Con ello Nariño convirtió su caso
personal en general y le sirvió para insistir en su convicción por la Libertad por
cuya promulgación era juzgado. Apoyándose en reduplicaciones, lo conducen a
propalar sentencias de claro sabor enciclopedista: “... el hombre que obedece a la
razón es libre y en tanto es libre cuando obedece a la razón...”,”... el que obedece
a la ley es libre y es libre en cuanto obedece la ley”2. Su proceder hábil y directo
corroboraba su delito y, además, hablaba correctamente el francés. La sentencia
fue la condena: confiscación de sus bienes, expulsión de América, quema de los
libros en la plaza pública y 10 años de presidio en África. Fue azaroso el destino
de este precursor de la Emancipación. El 30 de octubre de 1795 emprendía el
viaje del exilio. En Cádiz se fuga, y por ironía del destino termina en París. El
grito de Independencia del 20 de julio de 1810, en Bogotá, lo coloca en otras
circunstancias. Será Presidente del Estado libre de Cundinamarca en 1813.
Emprendió campanas en la provincia de Pasto, empecinada en su adhesión a
Fernando VII. La Reconquista emprendída por España en 1815, le significó un
nuevo revés. Sin embargo el traductor de la “Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano”, preparó el terreno a Simón Bolivar. Boyacá en 1819,
y Ayacucho en 1824, sellaron la derrota de los realistas un año después de la
muerte de Antonio Nariño en Villa de Leyva.
B) Mariano Moreno y La publicación del “Contrato Social” en Buenos
Aires
A fines del siglo XVIII figuraba en bibliotecas de Buenos Aires la obra de
Montesquieu, tanto en la del canónigo Maciel y en la de don Facundo Prieto
Pulido. Esta última fue donada al convento de la Merced y erigida en biblioteca
pública por el Virrey Arredondo en abril de 1794. En ella figuraban las “Letras
o Cartas Persas” y cuatro tomos del “Espíritu de las Leyes”. En la Academia
Carolina de Charcas también conocieron las obras de Juan Jacobo Rousseau los
jóvenes bachilleres y doctores en Derecho de distintos países de América, entre
ellos Mariano Moreno y Juan José Castelli.
1 Ángel, Miguel Arnulfo. 1794: Antonio Nariño en Santa Fe de Bogotá, ‘La Gaceta”, Fondo de Cultura Económica,
México, junio de 1989, p. 104.
2 Ángel, Miguel Arnulfo, ob. cit., 1989, p. 104.
314
E dición conmemorativa del B icentenario
A Manuel Belgrano y al Deán Funes les eran familiares los escritos tanto de
Montesquieu como de Rousseau, quienes contaban con licencia papal para
leer “libros prohibidos” por el Santo Oficio. Así, por ejemplo, Belgrano que se
encontraba en la Península por 1789, manifiesta en su “Autobiografía” la influencia
ilustrada cuando dice: “... Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad,
seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre,
fuese donde fuese, no disfrutase de los derechos que Dios y la naturaleza le
habían concedido...”3.
Igual influencia, esta vez de Montesquieu, se refleja en Mariano Moreno,
cuando a través de “La Gaceta” de Buenos Aires expresaba su admiración por el
régimen inglés: “... La Inglaterra, esa gran nación, modelo único que presentan los
tiempos modernos a los pueblos que desean ser libres, habría visto desaparecer
la libertad que le costó tantos arroyos de sangre, si el equilibrio de los poderes no
hubiese contenido a los reyes sin dejar a la licencia de los pueblos. Equilíbrense
los poderes y se mantendrá la pureza de la administración, ¿cuál será el eje de
ese equilibrio?...”4. Con ello hacia un panegírico a la teoría de la separación de los
tres poderes del Estado.
Resultan conocidas las obras de estos dos pensadores franceses entre los
criollos bonaerenses. Este conocimiento fue operándose por grados. Primero tuvo
el carácter elitista y, luego de 1810, la divulgación de los pensadores franceses se
agrandó visiblemente; sobre todo seguida de la reedición castellana del “Contrato
Social” en la Imprenta de Niños Expósitos de Buenos Aires en 1810. Su autor
fue Mariano Moreno, en cuyo prólogo afirmó: “...que en Buenos Aires se había
producido una feliz revolución en las ideas…”.
Es interesante acotar que en 1799 se llevó a efecto la impresión y versión al
castellano del “Contrato Social” en la ciudad de Londres. Al parecer su difusión
fue limitada en el Nuevo Mundo, al menos así lo manifiesta un edicto inserto en
“La Gaceta de México” del 16 de diciembre de 1803, en el que además se reitera
la prohibición de leer dicha obra. Invocábase la prohibición de Roma de 1766 y de
la Inquisición española de 17645.
Entre otros antecedentes interesantes de la obra de Rousseau en el continente
hispanoamericano, se afirma de la existencia –de la que no se conocen
ejemplares– de la publicación hecha por el doctor José María Vargas y editada
en 1809. A esta traducción hace referencia el historiador venezolano don Pedro
Grases en el prólogo de la obra: “La Independencia de la Costa Firme, justificada
por Tomás Paine treinta años ha”6.
También se ha citado el testimonio de Daux.Lavaysse, autor de “Voyages aux
isles de Trinidad” quien manifiesta que en 1807, estando en Cumaná en la casa
de un almacenero, su joven dependiente hacia envoltorios con pliegos de “La
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, del “Contrato Social”,
3 Levene, Ricardo. El Mundo de las ideas y la revolución hispanoamericana de 1810, Edit. jurídica de Chile,
1956, p. 192.
4 Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 188.
5 Levene, Ricardo ob. cit. 1956. p. 206.
6 Levene, Ricardo ob. cit. 1956. p. 195.
315
R evista L ibertador O’ higgins
etc., y que tales papeles se los habían dado en Trinidad con 500 ejemplares
de cada uno y de una carta del jesuita Peruvien. Pero de ello no se desprende
precisamente que el citado doctor Vargas haya hecho una edición de la obra
completa; a lo más, sólo algunas páginas o acápites.
El, dato de la posible reimpresión del “Contrato Social”, en 1811, según un
aviso de la “Gaceta” de Caracas resulta nuevamente de interés. De tal edición
no existen ejemplares. Ello resulta curioso porque ese año Venezuela declaraba
su Independencia. Sin dudas se tuvo el propósito de llevar a cabo la publicación
como lo declara el aviso y en tal caso como lo sostiene don Ricardo Levene,
utilizándose la edición hecha en Buenos Aires, en 1810, por Mariano Moreno.
El citado aviso dice: “Se abre suscripción a la reimpresión castellana...” y en la
de Buenos Aires: “Se ha reimpreso en Buenos Aires”. Concluye este asunto don
Ricardo Levene diciendo que: “La edición castellana atribuida al doctor Vargas,
según una nueva investigación de Pedro Grases, establece esa posible edición,
pero en enero de 1811, según el aviso publicado en la “Gaceta” de Caracas,
número 140, de 1° de enero de 1811, que dice así: “Se abre suscripción a la
reimpresión de la traducción castellana del “Contrato Social o principios de
derecho público. Se recibirá en la tienda de don Francisco Martínez Pérez frente
a las puertas traviesas de la Catedral, al precio de 20 reales cada ejemplar a la
rústica y 30 para los no suscritos”. A continuación se hace un elogio de la obra de
Rousseau”7.
Pedro Grases manifiesta que ignora si llegó a publicarse y no afirma que fuese
la traducción del doctor Vargas, “aunque si parece que el proyecto se refiere a
una versión del original francés, quizá venezolana”.
Si la edición de Buenos Aires de “El Contrato Social” no sigue a la de Londres,
querría decir que existió otra edición castellana –además de la de 1799– anterior
a la de 1810, pues como se sabe Moreno no tradujo a Rousseau y dice en la
portada de la edición dirigida por el: “Se ha reimpreso en Buenos Aires”8.
C)Don José Antonio Rojas, señor santiaguino de solicitante en
Madrid
En el Reino de Chile conocieron obras del pensamiento francés y el “Contrato
Social”, entre otros don Manuel de Salas, don Juan Egaña, fray Camilo Henríquez
y José Antonio Rojas. Este último fue poseedor de una notable biblioteca. Resulta
de interés referirse a este último personaje, señalado como un gran conocedor de
los enciclopedistas y filósofos franceses.
Don José Antonio Rojas se embarcó en Callao en enero de 1772, instalándose
luego en Madrid con el objeto de obtener título de Castilla, solicitar un real empleo
y obtener la licencia para casarse con una de las hijas de don José Perfecto
Salas. Este último, fiscal de la Audiencia de Santiago y nombrado luego asesor
del Virrey Amat, en 1761, cuando este último pasó a desempeñarse en Lima.
7 Levene, Ricardo, ob. cit. 1956. pp. 196-197.
8 Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 197.
316
E dición conmemorativa del B icentenario
En gran medida el viaje de Rojas fue costeado por el propio fiscal Salas para
desvanecer entre otras cosas cargos que se le habían formulado en la corte, José
Antonio Rojas contaba con 30 años de edad cuando inició sus trajines de solicitante
en Madrid. Recorrió librerías y con ello dio satisfacción a sus curiosidades entre
las que se destacaban las relativas a invenciones mecánicas. De esta manera
adquirió un torno, que era en esa época toda una novedad. El 1º de mayo de 1773
obtuvo una real orden que autorizaba a Salas a casar a sus hijas en el distrito de
la Audiencia de Chile. Sin embargo, subido al poder el ministro José de Gálvez,
dio a Salas el título de fiscal de la Casa de Contratación de Cádiz, imponiéndole
la condición de no poder renunciar tal nombramiento. Ello implicaba el traslado
de la familia de don José Perfecto Salas a la Península. El 13 de julio de 1776 el
marqués de Sonora expedía la orden al Presidente de la Audiencia de Chile que
no se admitiese excusa al fiscal Salas para quedarse en el país. Todo esto venia
a significar un revés en las gestiones de don Antonio de Rojas.
Como compensación de su fracaso de pretendiente, Rojas comenzó a devorar
libros de filósofos y economistas ilustrados. Fue el primer chileno que adquirió
y remitió a Chile “La Enciclopedia” de Diderot y D’Alembert, las obras de Juan
Jacobo Rousseau, del Barón de Montesquieu, de Helvecio, de Robertson; el
“Sistema de la Naturaleza” del Barón de Holbach y cuantas obras criticaban los
esquemas políticos consagrados.
En carta enviada a Salas del 7 de febrero de 1775, le dice: “Este hombre divino
–refiriéndose al abate Reynal– es digno de elogios de todo el mundo literario, y
particularmente de los americanos. Mucho se ha dudado en Europa acerca de la
patria del autor, porque no se conoce con la pasión. Su rectísima balanza no se ha
inclinado más a unos que a otros; a todos reprende sus defectos; y parece que es
el padre universal de los mortales, según la autoridad con cuales había. Si ahora
me condena Ud. por ponderativo, estoy cierto que, cuando Ud. lea, conocerá que
mis expresiones son justas y moderadas. Ojalá se dedicara Ud. a traducirla...”9.
Estas inclinaciones de don José Antonio Rojas hicieron dudar de su misión al
fiscal Salas. Por ello decidió enviar a Madrid a su hijo don Manuel, quien se reunió
con su futuro cuñado en España, y en ambos prendió la curiosidad intelectual y el
contagio con las ideas ilustradas que circulaban en los centros madrileños.
El 1º de octubre de 1778 Rojas se embarcó de regreso a su patria natal. A
su arribo a Buenos Aires se enteró de la muerte de don José Perfecto Salas,
ocurrida en esa misma ciudad. Preparó sus valijas y su valioso cargamento de
libros, y en Mendoza contrajo el ansiado matrimonio. Pero allí sufrió una dolorosa
pérdida que fue la de los 95 primeros pliegos de la traducción castellana de “La
Historia de América” de Robertson, adquirida en Madrid. Por real orden del 23
de diciembre de 1778, el ministro Gálvez había prohibido la publicación de dicha
obra y su circulación en España y América. El Virrey de Buenos Aires procedió
a ordenar la revisión prolija del equipaje que contenta la biblioteca del caballero
santiaguino. Le fueron incautados y remitidos al Ministerio de Indias..
9 Donoso, Ricardo, Las ideas políticas en Chile, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1975, pp. 5-6.
317
R evista L ibertador O’ higgins
Llegado a Santiago, Rojas se vio mezclado en una grotesca conspiración
fraguada por dos franceses, pero que no le causó mayores molestias. Dedicado a
sus faenas de su hacienda de Polpaico comprendió que eran tiempos de callar.
D)Un “affaire” de franceses a fines del siglo XVIII
En las postrimerías del último siglo colonias tuvo lugar en Santiago una
curiosa conspiración cuyos protagonistas fueron tres franceses radicados en
Chile. La mencionaremos por el hecho de que en ella se planteó “un proyecto
de Independencia”. Algunas referencias al talante de los protagonistas se hacen
necesarias. Uno de ellos era el francés Antonio Gramusset, nacido en Premelin,
Lyon, en 1741. Residía en Talca en 1776. Arrendó desde 1772 las tierras de
Cumpeo a los mercedarios en la suma de $ 450 anuales. Dicho negocio vio término
en el más completo fracaso. Luego subastó el Real derecho de pulperías de San
Martín de la Concha en Quillota. Los resultados fueron parecidos; culminando
con la idea de fabricar una máquina para elevar agua valiéndose de un tomo del
“Curso de Mr. Ozanam”. La diosa Fortuna le fue esquiva una y otra vez.
Cuando en 1769 se decretó la expulsión de extranjeros que no hubiesen
obtenido nacionalización en Chile, Gramusset se enroló en las milicias extranjeras
para combatir a los araucanos que comandaba el francés Reinaldo Le Bretón; ello
bajo el gobierno del oidor interino don Juan de Balmaceda y Zenzano.
El otro protagonista era Antonio Alejandro Berney, quien llegó a ser profesor del
Colegio Carolino, distinción poco común dada a un extranjero. Hombre soñador e
ingenuo, por cuyo cerebro desfilaban una serie de ideas mal digeridas acerca de
política y teorías sociales.
El tercero fue Juan Agustín Beyner, también francés, químico de profesión,
mecánico y fundidor cuando las circunstancias lo requerían.
Los tres protagonizaron una conspiración, de la cual dice don Fernando
Campos Harriet, “... lo único que existía era la idea de conspirar”10.
Los tres extranjeros se influenciaron profundamente por el levantamiento de
las colonias inglesas de América del Norte, y pensando en la imposibilidad que se
encontraba España –en guerra con los ingleses– de enviar destacamentos hacia
América, llegaron a pensar en la seria posibilidad de hacer de Chile un Estado
independiente: tal fue el proyecto y el inicio del “affaire”.
El plan político de Berney era el siguiente: “Gobernaría el Estado un cuerpo
colegiado, con el título de “El soberano senado de la muy noble, muy fuerte y
muy católica República chilena”. Sus miembros serian elegidos por el pueblo. Los
araucanos enviarían sus diputados a esta asamblea. La pena de muerte no debía
aplicarse a ningún reo. La esclavitud sería abolida: no habría jerarquías sociales;
las tierras serian repartidas en porciones iguales. Luego que la revolución hubiera
triunfado se levantaría un ejército (después del triunfo, no antes); se fortificarían
las ciudades y las costas, no con el objeto de que Chile diera rienda suelta a la
ambición de conquistas, sino con el de que se hiciera respetar y no se atribuyeran
10Campos Harriet, Fernando, Veleros franceses en los mares del sur, Empresa Editora Zig-Zag, Colección
Historia y Documentos, 1964, pág. 135.
318
E dición conmemorativa del B icentenario
a debilidades las concesiones que le dictaba la justicia. Entonces se decretaría
la libertad del comercio con todas las naciones del orbe, sin excepción, incluso
los chinos y los negros, incluso la España misma, que había pretendido aislar
a la América del resto del la tierra. Reconocía la unidad del género humano y
proclamaba la fraternidad de los ciudadanos de una misma república...”11.
Concluía el manifiesto expresando al monarca español, con extrema cortesía,
que los chilenos resolvían separarse de sus dominios: “Poderoso monarca:
Nuestros ancestros españoles juzgaron conveniente elegir por Rey a vuestros
abuelos; nosotros, después de haber maduramente reflexionado, juzgamos
conveniente dispensaras de tan pesada carga...”12.
Gramusset y Berney. buscaron apoyo en el Mayorazgo don José Antonio
de Rojas, regresado a Chile desilusionado con la metrópoli y por la situación
desmedrada del comercio hispano y sus trabas monopólicas.
En casa de Rojas, en Polpaico, se redactó el manifiesto. Aunque lo tildó de
quimérico, no parece haberlo desaprobado.
A la conspiración se unieron un español de apellido Pacheco, y don Mariano
Pérez de Saravia y Sorante, abogado de escaso crédito, oriundo de Buenos Aires.
Fue este último quien en carta del 1º de enero de 1781 denunció la conspiración
al regente Álvarez de Acevedo. Se inició el proceso con gran sigilo. Muchos
pensaron que la detención de los franceses se debía a asuntos de su permanencia
como extranjeros en el país. Don José Antonio Rojas resultó sin cargos ya que no
se le pudo comprobar responsabilidades.
Gramusset y Berney fueron enviados a Lima; más tarde se les envió a Cádiz en
el navío de guerra “San Pablo”. Dicho barco naufragó frente a la costa portuguesa
el 2 de febrero de 1786. Berney pereció en la zozobra y Gramusset falleció tres
meses después en un calabozo de Cádiz.
El historiador Fernando Campos Harriet en su obra “Veleros franceses en los
mares del Sur”, resume elocuentemente el corolario de este suceso cuando dice:
“¿Qué quedó de toda la desgraciada historia de estos aprendices de
conspiradores? De la trabazón misma, sólo un recuerdo esotérico. Pero analizando
el manifiesto de Berney, encontramos confundidos, por su locura, principios
absurdos y concepciones ingenuas junto a aspiraciones nobles y profundas,
comunes a las ideas revolucionarias en bogó en Europa contemporánea, que
luego de abrirse dificultosamente surco en el pensamiento de los criollos, fueron
objeto de realizaciones por los patriotas que forjaron la República. Desde luego,
la Independencia, su Constitución democrática. La libertad de comercio. La
abolición de la esclavitud. La formación de un ejército nacional. Y algunas otras,
visionarias, como la adecuada repartición de las tierras...”13.
Curioso episodio fue éste protagonizado por franceses residentes en el Reino
de Chile, que influidos por los sucesos de la época soñaron un tanto ingenuamente
de verlo como una República independiente y soberana.
11 Campos Harriet, Fernando, ob. cit., 1964, p. 136.
12Campos Harriet, Fernando, ob. cit., 1964, p. 137.
13Campos Harriet. Fernando, ob. cit., 1964, pp. 141-142.
319
R evista L ibertador O’ higgins
E) Morán, apologista de la Revolución Francesa
A pesar del celo de las autoridades españolas y las innumerables medidas para
interceptar gacetas, correspondencia y todo contacto de los súbditos hispanos
con novedades extranjeras, se veía al finalizar la Colonia en forma creciente
el desplazamiento de fragatas francesas y angloamericanas en las costas del
Imperio español.
Como otra prueba de la indudable penetración de ideas republicanas, tenemos
en Chile el caso del presbítero don Clemente Morán, que abrazó con pasión y
fanatismo las novedades ideológicas de su época.
Hacia 1795 vivía este ya anciano sacerdote en la ciudad de La Serena. De
grandes energías y ánimo vehemente, se entretenía en medio de la modorra
provinciana oficiando de abogado y redactando pasquines y libelos infamatorios
que le ganaron sobrado prestigio de atrevido y deslenguado. Mereció el eufemístico
calificativo de “muy voraz en el hablar”. Morán avivó cuánta chismografía estuvo
a su alcance, lanzando inventivas de las que no tuvieron paz siquiera sus propios
hermanos de ministerio. Los pasquines aparecían en las puertas del vecindario
serénense ora en versos, ora en prosa, las más de las veces con irrepetibles
bochornos para con sus víctimas.
Un notable versificador, el dominico López, lo retrató en décimas que se
hicieron famosas:
“Morán, por desengañarte,
Movido de caridad,
Pretendo con claridad
El evangelio contarte
No hay en este mundo parte
Que no sepa tu simpleza,
Ya no hay estrado ni mesa,
Donde no se hable de ti,
Pues no se ha visto hasta aquí
Tan trabucada cabeza
¿No es mejor que te destines
A cuidar sólo de ti
Y no andar de aquí y de allí
Poniendo a todos pasquines?
¿Es posible que imagines
Que esta es obra meritoria?
Basta. Dile a tu memoria
Que estos yerros olvidando
Siga siempre contemplando
Muerte, juicio, infierno y gloria”14.
El personaje en cuestión vino a alterar la calma del Gobernador don Ambrosio
O’Higgins, celoso funcionario defensor de la monarquía, como lo hubiese deseado
el más recalcitrante peninsular.
14Donoso, Ricardo, ob. cit., 1975, pp. 9-10.
320
E dición conmemorativa del B icentenario
El 25 de mayo de 1795 llegaron al Gobernador denuncias del Subdelegado
de Coquimbo que daban cuenta “del inesperado exceso, arrojo y delirio”
con que Morán hablaba de la Revolución Francesa y sostenía ideas de aquel
acontecimiento, invitando a imitarlo y seguirlo.
El Gobernador O’Higgins impartió las debidas órdenes al Subdelegado de
Coquimbo a objeto de investigar el asunto y remitir al acusado inmediatamente a
Santiago.
De las pruebas en contra de Morán resaltan algunas como estas afirmaciones
del sacerdote: “De dónde han sacado que el hombre ha de estar sujeto al Rey
cuando Dios lo ha criado libre y, por lo tanto, defienden bien los franceses su
libertad...” Y esta otra, sobre el Estado de Francia: “... hombre, esto ha de venir a
parar en que no haya Rey, y que sólo gobernará el Patronato Real, entonces se
gobernará esto mejor, porque sólo uno no puede gobernar bien...” Aseveraciones
de este tipo y otras como que el fracaso de la Casa de Borbón en Francia provenía
del exceso de, impuestos; y que “... tarde o temprano los franceses se habrán de
zurrar en los españoles”15, terminaron en conformar el libelo acusatorio.
Pese a las objeciones del obispo don Francisco José Morán, que trató de no
dar importancia a los desvaríos del acusador, a las que se sumaron las del fiscal
de la Audiencia; el Gobernador O’Higgins se ciñó a la formalidad del proceso,
Morán fue recluido en calidad de reo en el Convento de Santo Domingo. Cuando
en 1796 don Ambrosio O’Higgins fuera nominado Virrey del Perú, desde allí pidió
el expediente.
Finalmente, una real cédula del 17 de junio de 1796 ordenó que se concluyese
la causa a la brevedad posible. El 12 de diciembre de 1798 el Gobernador
Marqués de Avilés comunicaba al obispo que le remitía el proceso “en estado
de sentencia”, pidiéndole fijar día en que habrían de resolver el asunto. No hay
más datos posteriores del “caso del presbítero Morán”. Sólo que en octubre de
1800 moría en Santiago, pobre de solemnidad; siendo, finalmente, sepultado en
la Catedral.
De este singular apologista de la Revolución Francesa en la colonial ciudad de
La Serena, dice don Miguel Luis Amunátegui: “... el pobre coplero Morán era un
murmurador de aldea, que no tenía siquiera estampa de apóstol revolucionario...”16.
Pese a ello nos demuestra que los lejanos sucesos de Francia trascendían a
estas australes latitudes de la América española.
F) Fray Camilo Henríquez y Rousseau
Referirse a Camilo Henríquez, es abrir de inmediato las múltiples posibilidades
de varios temas. Y ello ocurre porque es uno de los grandes teóricos del período
de la Independencia; y como tal abordó los más variados tópicos tanto en sus
proclamas, sermones, como especialmente en su condición de periodista.
De allí nuevamente la imperiosa necesidad de circunscribirnos al tema en
15Villalobos, Sergio, Tradición y Reforma en 1810, Ediciones de la Universidad de Chile, 1961, pág. 149.
(Referencia al expediente secreto contra del Dr. Clemente Morán, Archivo Nacional, Archivo judicial La
Serena, fojas 4 y 14).
16Villalobos, Sergio, ob. cit., 1961, pág. 150.
321
R evista L ibertador O’ higgins
cuestión: la influencia de las ideas francesas. Si bien es cierto los escritos de los
enciclopedistas fueron conocidos por nuestros próceres, en fray Camilo Henríquez
cupo la posibilidad de difundir tales planteamientos. De hecho en las páginas
de la “Aurora de Chile” y del “Monitor Araucano” no es difícil advertir directa o
indirectamente el pensamiento de Rousseau.
Veamos por tanto algunos entretelones apropiados a nuestra temática. Camilo
Henríquez González nació en Valdivia el 20 de julio de 1769. Fue hijo de don
Félix Henríquez y de doña Rosa González. Tuvo dos hermanos y una hermana.
Uno de ellos, don José Manuel, pereció de un balazo defendiendo una de las
trincheras de la Plaza de Rancagua, en 1814.
A los nueve años pasó a Santiago y a los quince, o sea en 1784, se le envió a
Lima a proseguir sus estudios. Allí ingresó al Convento de los Padres de la Buena
Muerte, y el 28 de enero de 1790 profesaba su condición de sacerdote.
En Lima se le abrió la sociedad más culta e ilustrada del Virreinato. Fue en
dicha ciudad donde también sufrió proceso del Santo Oficio en tres oportunidades.
La acusación fue siempre la misma: “tener libros prohibidos y de consagrarse a la
lectura de los filósofos franceses...”17.
El primero de dichos procesos fue en 1796, y el último en 1809. En la postrer
oportunidad la Inquisición dispuso allanar su celda, encontrándosela en sus
colchones libros de los pensadores franceses. Sufrió por ello prisión en los
calabozos limeños.
Don Luis Montt en su obra “Ensayo sobre la vida y escritos de Camilo
Henríquez”, señala “... que cierto día le pidió una persona, que acaso era espía
de la Inquisición, una obra de Voltaire para leerla. Henríquez se la negó diciéndole
que no era compatible con sus conocimientos. Esta misma persona le delató al
Tribunal como lector de libros prohibidos. No demoró mucho el Santo Oficio en
mandar a sus alguaciles a la celda del fraile que se le presentaba como reo”18.
Luego agrega: “Al fin, accediendo a las repetidas instancias de los padres de
la Buena Muerte, el Inquisidor General hizo venir de La Paz a fray Bustamante,
doctor de alguna fama, para que examinase a Camilo Henríquez. Informó el
doctor Bustamante que fray Camilo era un católico cuya ortodoxia no podía
ponerse en duda, y que el estudio que hacia de los libros heréticos que se le
habían sorprendido eran relativos a política…”.19
Don José Toribio Medina en su “Historia del Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición en Chile”, plantea que Henríquez fue inculpado, en una de las causas
que tuvo en 1803, por haber leído el “Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau,
obra que le fue prestada por un padre mercedario. En suma, los procesos fueron
tres: en 1796, en 1803 y en 1809. Estos sucesos terminaron –sostiene Medina– y
como lo dijo el propio Henríquez años más tarde, “felizmente y sin desdoro de su
estimación pública...”.
17Silva Castro, Raúl, Prensa y Periodismo en Chile, Ediciones de la Universidad de Chile, 1958, pág. 16.
18Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1958, p. 46.
19Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1958, p. 46.
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E dición conmemorativa del B icentenario
Esta situación fijó mucho el rumbo de su vida, pues se decidió su traslado
a Quito en servicio de su Orden. Pensó además radicarse en vida de retiro en
Alto Perú, en un colegio de la congregación. Sin embargo, volvió a Chile a fines
de 1810 con el propósito de ver a sus familiares. Se halló en la efervescencia
política del país, radicándose en su patria a la cual consagraría de lleno su ímpetu
emancipador. Ocupará un honroso sitial entre los teóricos de la Independencia.
De las múltiples incursiones teóricas del fraile de la Buena Muerte, prócer de
la Independencia chilena y padre del periodismo nacional, corresponde en los
márgenes del presente artículo revisar algunos puntos básicos de su formación
ilustrada.
Así, por ejemplo, la idea del “Pacto social” la expresa cuando dice:
“Establezcamos, pues, como principio, que la autoridad suprema trae su origen
del libre consentimiento de los pueblos, que podemos llamar pacto, o alianza
social.
En todo pacto intervienen condiciones, y las del pacto social no se distinguen
de los fines de la asociación.
Los contratantes son el pueblo y la autoridad ejecutiva. En la monarquía son el
pueblo y el rey.
El rey se obliga a garantizar y conservar la seguridad, la propiedad, la libertad
y el orden. En esta garantía se comprenden todos los deberes del monarca.
El pueblo se obliga a la obediencia y a proporcionar al rey todos los medios
necesarios para defenderlo, y conservar el orden interior. Este es el principio de
los deberes del pueblo.
El pacto social exige por su naturaleza que se determine el modo con que
ha de ejercerse la autoridad pública: en qué casos, y en qué tiempos se ha de
oír al pueblo; cuándo se le ha de dar cuenta de las operaciones del gobierno;
qué medidas han de tomarse para evitar la arbitrariedad; en fin, hasta dónde se
extienden las facultades del Príncipe.
Se necesita, pues, un reglamento fundamental; y este reglamento es la
constitución del Estado. Este reglamento no es más en el fondo que el modo y
orden con que el cuerpo político ha de lograr los fines de su asociación…”20.
La idea de la representatividad del Cuerpo político la expresa en la Segunda
proposición del “Sermón en la instalación del Primer Congreso Nacional” (4 de
julio de 1811) cuando dice: “Existen en la nación chilena derechos en cuya virtud
puede el cuerpo de sus representantes establecer una Constitución y dictar
providencias que aseguren su libertad y felicidad...”21.
Respecto a la teoría de la separación de los Poderes del Estado del barón de
Monstesquieu, la menciona por primera vez en la Proclama de Quirino Lemachez
al sostener:
20Vicuña Cifuentes, Julio, Aurora de Chile, Reimpresión paleográfica a plana y renglón, Imprenta Cervantes,
Santiago de Chile, 1903, págs. 5 y 6 (Nociones fundamentales de los pueblos, jueves 13 de febrero de 1812,
Nº 1, Tomo I).
21Silva Castro, Raúl, Antología de Camilo Henríquez, Editorial Andrés Bello, 1970, pág. 71.
323
R evista L ibertador O’ higgins
“¡Qué dicha hubiera sido para el género humano si en vez de perder el tiempo
en cuestiones oscuras e inútiles, hubieran los eclesiásticos leído en aquel gran
filósofo los derechos del hombre, y la necesidad de separar los tres poderes:
legislativo, gubernativo y judicial, para conservar la libertad de los pueblos!
¡Cuán diferente aspecto presentaría el mundo si se hubiese oído la voz enérgica
de Raynal, cuando transportado en idea, a los consejos de las potencias, les
recordaba sus deberes y los derechos de sus vasallos!..”22.
Por otra parte, la idea de la perfectibilidad del hombre y de la Sociedad e
implícitamente la de su progreso, la expresa por ejemplo en el artículo “De la
influencia de los escritos luminosos sobre la suerte de la Humanidad” en el que
dice:
“Por el descubrimiento sucesivo de las verdades en todo género, salieron
los hombres de la barbarie y del inmenso océano de infortunios que siguen a
la ignorancia y preocupaciones. Este gran resultado presenta el examen de la
sociedad en diferentes épocas de la historia. El estado social es susceptible
de mejorarse y perfeccionarse; los hombres no son siempre los mismos:
duros, insensibles, tiranos unos de otros en los siglos de ignorancia, sus leyes
y costumbres respiran opresión y sangre; sensibles, humanos en tiempos más
cultos, desechan con horror aquellas leyes y costumbres. ¿No es esto una gran
ventaja, aunque gima la sociedad bajo males de otro género?...”23.
Henríquez no sólo creyó, sino que impulsó la Ilustración. “Las obras sabias
necesitan hallar en los pueblos una disposición feliz...” decía, llevado por los
impulsos del iluminismo. De allí su otra pasión: impulsar la educación pública.
Por ello es que también es uno de los artífices de la educación republicana de
Chile. En el número 19 de la “Aurora de Chile” (18 de junio de 1812) coloca la
cita de Aristóteles: “El primer cuidado de los legisladores ha de ser la educación
de la juventud sin la cual no florecen los estados” y al mismo tiempo definía
la finalidad primordial del Instituto Nacional y lo es también el de la Educación
“...dar a la Patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le
den honor...”24.
Dentro de la riqueza de argumentos, que fray Camilo Henríquez les dio el
carácter de una cátedra de republicanismo a través de sus escritos periodísticos,
resalta otro de ellos con fuerte sabor al enciclopedismo ilustrado de su época.
Se trata del “Catecismo de los patriotas” (Nos 99 y 100 del Monitor Araucano,
correspondiente al 27 y 30 de noviembre de 1813. Continuó apareciendo en el
2º tomo de la publicación, en los números 1, 2 y 3 del 2, 7 y 10 de diciembre).
Es nutrido este documento en materia de teoría política, cuando sostiene, por
ejemplo: “La libertad nacional es la independencia; esto es, que la Patria no
dependa de España, de la Francia, de Inglaterra, de Turquía, etc., sino que se
gobierne por si misma”.
“La libertad civil consiste en que la ley sea igual para todos, en que todos sean
iguales delante la ley, y sólo sean superiores de los ciudadanos los que han sido
22Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pág. 65.
23Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pág. 109.
24Vicuña Cifuentes, Julio, ob. cit., 1903, pág. 80.
324
E dición conmemorativa del B icentenario
elegidos para mandarlos por elección, libre de los mismos ciudadanos, o de sus
representantes libremente nombrados por ellos...”
En este mismo artículo hace mención a la “Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano” aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente
de Francia, cuando prosigue: “Se han publicado en Europa y América varias y
hermosas declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano; la siguiente
es bella y compendioso:
El fin y el objeto de la sociedad civil es la felicidad pública. Los gobiernos se
han instituido para conservar a los hombres en el goce de sus derechos naturales
y eternos...
…Todos los hombres nacen iguales e independientes, y deben ser iguales a
los ojos de la ley.
La ley es la expresión libre, solemne de la voluntad general; ella debe, ser igual
para todos, sea que proteja, sea que castigue; ella sólo puede mandar lo que es
justo y útil a la sociedad, y ella sólo puede prohibir lo que es dañoso.
... La soberanía reside en el pueblo. Ella es una e indivisible, imprescriptible e
inalienable…”25.
En este artículo con sabor a proclama privilegia el sistema republicano a través
de un argumento bíblico: “¿Ha mostrado Dios N.S. predilección y preferencia
por alguna forma de gobierno? Puede decirse que el cielo se ha declarado
en favor del sistema republicano: así vemos que este fue el gobierno que dio
a los israelitas...”26 (Refiriéndose a la época del nomadismo de los Patriarcas y
Jueces).
Son muchos, en verdad, los planteamientos que reflejan en fray Camilo
Henríquez la impronta de Rousseau, Montesquieu y de los enciclopedistas
franceses. Sobre sus convicciones y la realidad de su tiempo es atinado don
Ricardo Donoso cuando dice: “El redactor de la Aurora de Chile comprendía cuán
largo era el camino por recorrer para llegar a un sistema republicano de raigambre
democrática por cuanto el estado de cosas imperante estaba en contradicción
con la educación, costumbres y hábitos de la sociedad formada en la tradición
hispánica... “27.
III. A MANERA DE CONCLUIR
Aunque el liberalismo francés –débilmente– empezó a manifestarse antes
de la Emancipación a través de lectura de libros que circularon entre los criollos
cultos, por contactos producidos por viajes, estudios en España y Europa, y el
establecimiento de extranjeros, no es menos cierto que la pérdida del predominio
marítimo español y el control de sus costas, facilitaron los contactos con navíos
franceses y angloamericanos.
25Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pp. 201 y 204.
26Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, p. 210.
27Donoso, Ricardo, ob. cit., 1975, p. 28.
325
R evista L ibertador O’ higgins
Obras como “La Enciclopedia” de Diderot y D’Alembert, “El Contrato Social”
de Rousseau, “El Espíritu de las leyes de Montesquieu, “La historia filosófica y
política de los establecimientos europeos en las dos Indias” de GuillermoTomás
Raynal, “La Introducción a la historia general y política del universo” de Samuel
Pufendorf, y las obras de Bayle, Holbach, Rodin, etc., fueron leídas y admiradas
por los patriotas. Como se ha señalado, pesaba sobre ellas la prohibición de su
lectura, pero también es cierto que se podían obtener permisos de la Santa Sede
y del Santo Oficio para leerlas. Y tales licencias no fueron raras. En Chile las
poseían: don José Antonio de Rojas, el sacerdote Martín Sebastián de Sotomayor,
fray Francisco Valenzuela, fray Jerónimo Arlegui, el dominico fray Sebastián Díaz,
el Oidor don Francisco Diez de Medina, don Manuel de Salas, don Miguel de
Eyzaguirre y don Fernando Márquez de la Plata28.
Cabe plantearse, finalmente, ¿qué huellas deja el liberalismo francés como
aporte en el nacimiento de la América independiente?
El historiador don Julio Heisse González las visualiza de la siguiente manera:
“El racionalismo, el individualismo y el concepto de derecho natural, la idea de
soberanía absoluta, la separación de los poderes y el gobierno representativo son,
tal vez, los aspectos más importantes del liberalismo francés que contribuyeron
a crear en los estratos superiores del grupo dirigente chileno un conjunto de
principios doctrinarios que sirvieron de fundamento a la tarea de organización de
la República...”29.
El racionalismo pretendió esquematizar e integrar la vida social en los
esquemas preestablecidos por la razón humana, significando ello el abandono de
la tradición como marco del mundo jurídico. Tal postura alejarla a los legisladores
de la realidad. Así se explican los primeros ensayos políticos entre 1811 y 1828 (a
excepción del de 1818) que hayan tenido la tendencia generadora de encasillar
en los marcos racionales y éticos la compleja realidad. Los juristas trataron de
imponer principios, pensando que la ley determina la realidad. Que el mundo
social se transforma conforme a los dictados de la razón. Que una Constitución y
la fuerza de una disposición legal eran suficientes para cambiar la realidad y asi
modelar la sociedad racionalmente.
Al individualismo lo consagra solemnemente ‘La Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano”. Primero resulta una reacción lógica a la monarquía
absoluta y su sistema estamental y corporativo. El individualismo encontró
un criollo que poseía los gérmenes por su raigambre hispánica, personalista
y localista. El ensayo y las tendencias federalistas justamente se basan en la
tendencia de subordinación del poder a la libertad individual.
El advenimiento de la República tomará al ciudadano como finalidad de la
organización política, entendiendo que sus derechos no son otorgados por la ley
ni por la autoridad, quien sólo se limita a reconocerlos, ya que éstos son anteriores
al Estado mismo. Tal es la doctrina de los derechos naturales del hombre.
28Eyzaguirre, Jaime, Ideario y ruta de la Emancipación chilena, Editorial Universitaria, 1985, págs 72 y 73.
29Heisse González, Julio. Años de formación y aprendizaje políticos (1810- 1833). Ed. Universitaria 1978, p. 44.
326
E dición conmemorativa del B icentenario
El individualismo trae como consecuencia la doctrina de la soberanía del
pueblo. Esta idea no era nueva ya que es de origen cristiano, pero Rousseau le
dio un sentido diverso transformándola en idea práctica. En efecto, supone un
poder constituyente radicado en el pueblo. Este poder puede elaborar libremente
la Carta fundamental o Constitución; y esta ley fundamental sería por sí misma
capaz de cambiar las costumbres y hacer felices y virtuosos a los hombres. En
toda América hispana, desde que se tuvo noticias de la prisión de Fernando VII
no se hizo sino invocar el principio de soberanía popular.
La soberanía reside –por tanto– en el pueblo y consiste en la facultad de dictar
las leyes y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses
generales. Siendo por su naturaleza imprescriptible, inenajenable e indivisible.
Respecto a la teoría de la separación de los poderes es otro de los aportes
de los filósofos de Francia (Montesquieu). En los comienzos de nuestra vida
independiente hay confusión respecto a esta separación debido a la inexperiencia
de los criollos en práctica de autogobierno y la tendencia a formar organismos
colegiados de juntas. Sin embargo, fue decantándose esta doctrina a través de
los diversos ensayos constitucionales. Aparece manifiesta en la Constitución de
1833.
Referente al gobierno representativo, los juristas más bien siguieron
a Montesquieu, ya que Rousseau con su individualismo establece que la
voluntad general titular de la soberanía no puede ser representada. Por tanto la
democracia directa resulta imposible. Será el sistema de gobierno representativo
el que consagrarán los textos constitucionales, y será la forma de gobierno que
en definitiva se adopte. La soberanía reside en la nación, pero ésta delega su
ejercicio en sus representantes..
A estas ideas aportadas por el liberalismo francés se suman en definitiva
la consagración de las libertades ciudadanas expresadas en las garantías
constitucionales a través de los derechos y deberes del ciudadano y sus relaciones
con el Estado.
IV. EPÍLOGO
En las postreras líneas de este artículo tal vez resultan apropiadas estas
palabras de don Ricardo Levene30, cuando dice: “Se admite en principio que la
influencia de la Revolución Francesa ha sido de orden intelectual o de las ideas,
y no de los hechos, pero corresponde agregar con respecto a Rousseau las
siguientes palabras de Mitre, que explican su verdadera influencia: “Si Rousseau,
si los principios de la Revolución Francesa aparecieron muy al principio de nuestro
alzamiento, fue no para excitar por medio de teorías, sino para formular el hecho,
consumado ya por el instinto”31.
30Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 218.
31Institución Mitre, Diario de juventud de Mitre, Buenos Aires, 1936, p. 22.
327
R evista L ibertador O’ higgins
328
E dición conmemorativa del B icentenario
O’HIGGINS Y EL ORDENAMIENTO
CONSTITUCIONAL CHILENO
Jaime Antonio Etchepare Jensen
Tras la batalla de Chacabuco, el Ejército de los Andes, bajo las órdenes del
General José de San Martín entró en Santiago, capital del Reino de Chile.
Con el objeto de dar al naciente Estado una adecuada organización política, el
Gobernador interino, don Francisco Ruiz-Tagle, convocó por bando al vecindario
noble para el día 15 de febrero a un Cabildo Abierto1. En él debían elegirse tres
representantes o electores, uno por Coquimbo, otro por Santiago y el tercero por
Concepción2.
Reunidos los vecinos a la hora indicada, acordaron: “habiéndose leído dicho
bando, se les mandó por el Gobernador Político interino, don Francisco Ruiz-Tagle,
proceder a la elección de los referidos sujetos; todos reunidos y por aclamación
general dijeron no haber necesidad de nombrar electores, y por su unánime
voluntad era la que fuese Gobernador del Reino con omnímodas facultades, el
señor General en jefe don José de San Martín”3.
En este ofrecimiento quedaba de manifiesto el distanciamiento experimentado
por la aristocracia santiaguina hacia O’Higgins, ya que se prefería entregar
el Mando Supremo a un general ajeno al país, hasta entonces desconocido y
sin ninguna vinculación con el territorio nacional, antes que al ex diputado por
Laja al Primer Congreso Nacional, progresista edil de Chillán, Comandante de,
Milicias y heroico soldado en, decenas de batallas de la Patria Vieja, vencedor de
Chacabuco. Pensaban aquí el rechazo de los pelucones capitalinos al provinciano
sureño, la desconfianza de los tradicionalistas ante las ideas modernizadoras del
hombre de Estado, el desprecio de los blasonados mayorazgos al hijo ilegítimo
del Gobernador irlandés.
San Martín rechazó el nombramiento, argumentando sus propósitos de pasar
al Perú a combatir el dominio realista y encargó a Francisco Ruiz-Tagle y al doctor
Bernardo Vera y Pintado que procurasen convencer al Cabildo de la conveniencia
de designar en su lugar al General Bernardo O’Higgins.
1 No obstante la denominación de “Cabildo abierto”, a estas asambleas concurrían los miembros de la
corporación y los jefes de las familias de prosapia.
2 Santiago se arrogaba la representación del Reino entero. La imperiosa necesidad de darse un Gobierno y el
hecho de encontrarse el sur en manos de los realistas justificaban esta Actitud.
3 Acta del Cabildo del 15 de febrero de 1817.
329
R evista L ibertador O’ higgins
El Cabildo volvió a reunirse el 16 de febrero, no sin una nueva tentativa de
obtener la aceptación del Gobierno de Chile por parte de San Martín, sólo ante
el terminante rechazo de éste, “aclamó por Director Supremo interino al señor
Brigadier Bernardo O’Higgins”. El acta fue firmada por 185 vecinos, lo más
representativo de la aristocracia santiaguina4.
No se establecieron límites a la autoridad política del Director Supremo. Se
entendía establecer una dictadura de corte romano, concentración de todas las
facultades gubernativas en una sola mano, cuyo período de duración sería hasta
conseguir la derrota definitiva de los realistas y la liberación total del territorio
nacional. La aristocracia reprimía sus tendencias a los gobiernos oligárquicojuntistas ante la necesidad de consolidar la independencia.
O’Higgins designó el mismo día 16 de febrero como Secretario de Estado para
el Interior y Relaciones Exteriores a Miguel Zañartu y a José Ignacio Zenteno para
Guerra y Marina. Un decreto del 19 de marzo dispuso que las comunicaciones
firmadas por los Secretarios de Estado y rubricadas por el Director Supremo
valdrían como resoluciones de Gobierno. Otro decreto del día 2 de marzo mandó
que la publicación en “La Gaceta” del Gobierno se tuviera por promulgación de
los decretos y órdenes emanados del Director Supremo. Para este efecto, se
empezó a publicar el 26 de febrero “la Gaceta” del Gobierno de Chile, a cargo
del doctor Vera. El 18 de junio el periódico oficial tomó el nombre de “Gaceta”
de Santiago de Chile, que después de la batalla de Maipo, se cambió por el de
“Gaceta Ministerial de Chile”5.
El 2 de junio de 1817 creó una tercera-Secretaría de Estado o Ministerio de
Hacienda, el que confié a Hipólito de Villegas.
Nada habla mejor del espíritu legalista y constitucional del Libertador que la
espontánea promulgación de un Plan de Hacienda y Administración Pública. Este
conjunto de disposiciones era un verdadero ordenamiento jurídico, en el cual se
determinaban no sólo la organización administrativa del naciente Estado, sino
también el Poder judicial y se establecía, límites al ejercicio de la autoridad política
por el Director Supremo.
El Plan de Hacienda y Administración constaba de 240 artículos. Nos limitaremos
aquí al análisis de aquellos que tienen relevancia política y constitucional: el
artículo 91 establecía que “Habrá un Tribunal de Cuentas que tome la de todas las
personas en quienes hubiere entrado o entrare Hacienda Pública, sin perjuicio de
las que los subalternos han de dar a sus principales. Los negocios de Hacienda
han tomado un incremento que no pueden expedirse por un solo contador. No lo
permiten tampoco las circunstancias del Estado. La vigilancia sobre las oficinas
de Hacienda, y su suerte, no es ya para confiarla a un hombre solo; y con el
establecimiento del Tribunal está mejor consultada esa dirección, despacho y
justicia de los interesados, al mismo tiempo que lejos de aumentar el costo de la
antigua oficina, el nuevo arreglo envuelve el ahorro constante de la demostración
4 En esta asamblea estaba lo más representativo de la aristocracia: el mayorazgo Francisco Ruiz-Tagle, el
Conde de Quinta Alegre, el Marqués de Larraín, José Ignacio Eyzaguirre y José María Guzmán, entre otros.
Sólo no concurrieron realistas y carrerinos.
5 Francisco Antonio Encina Armanet, Historia de Chile, Ed. Ercilla, Santiago de ante, 1983, V 14, pág. 7.
330
E dición conmemorativa del B icentenario
respectiva”. Establecía así un verdadero organismo contralor, con tuición sobre
la recaudación e inversión de los fondos del Estado. Concepción muy avanzada
para la época y que tendía a garantizar la transparencia en el manejo de los
dineros fiscales.
El artículo 105 entregaba a los Intendentes el conocimiento en la instancia de
las causas de justicia, Policía, Hacienda y Guerra. El artículo 117 establecía que
“Los Intendentes remitirán a los Alcaldes Ordinarios las causas de justicia que no
necesiten de su autoridad, a fin de que queden más expeditos para las principales
funciones que les están encomendadas. De esta manera, los Intendentes pasaban
a cumplir funciones judiciales en la instancia.
Sin perjuicio de lo cual el artículo 123 creaba un Tribunal de justicia y Apelación,
el que vendría a reemplazar a la Real Audiencia como máximo Tribunal Letrado
del Reino: Lo compondrán un Presidente, y tres miembros, todos letrados,6 un
Fiscal con un Agente de Canciller, Alguacil Mayor, dos Relatores, dos Escribanos
de Cámara y un Portero. Tendrá el Capellán acostumbrado, su tratamiento en
cuerpo y oficialmente el de Señoría. Su autoridad la de la antigua Cancillería.
La independencia del Poder judicial y sus funciones exclusivas quedaban
claramente enunciadas en el artículo 138: “El Gobierno se desprende del Poder
judicial. Ningún ciudadano podrá ser juzgado sino por los Tribunales de Justicia,
legalmente establecidos. Las providencias del Gobierno en estas materias
podrán ser económicas o precautorias. Pero una sentencia definitiva, en que se
decida la vida, hacienda o libertad del ciudadano en particular, sólo corresponde
a los Tribunales de justicia”. Se consagraba de esta manera una trascendental
Limitación a las facultades omnímodas que el Cabildo Abierto de febrero de
1817 había otorgado al Director Supremo. Nada desmiente mejor los calificativos
de “ambicioso y “tirano” con que sus detractores calumniaría al Prócer que la
promulgación, por su libre arbitrio, de estas normas.
Los artículos 128 a 136 se referían al establecimiento y facultades de “Un
Supremo Consejo de Estado y de justicia, compuesto de cuatro Ministros y
un Fiscal con igual renta y honores, a que serán llamados los ciudadanos de
mayor suficiencia, probidad y patriotismo. A su consulta pasarán todos los graves
negocios del Estado, y un día de cada semana será presidido por el jefe del
Gobierno, reuniéndose en su sala directorial, donde con asistencia de los Ministros
de Estado se tratarán todas las materias importantes, sin perjuicio de ser llamados
cuantas ocasiones tenga por conveniente. Siempre tendrá la facultad y ministerio
de proponerme cuanto juzgue conducente a la felicidad pública. Mis Ministros de
Estado (a quienes declaro miembros natos de este Consejo, pero con sólo voto
informativo) pasarán a él cuando lo juzgue oportuno, o me lo pida por billete para
instruirle de las materias consultadas, desamparando la sala al tiempo de sus
acuerdos”7.
“Se tendrá precisamente por materias graves, y de consulta, la paz, la guerra,
los pactos y alianzas con otros países; las Embajadas o diputaciones, los
6 “Letrado” se entiende de Derecho, que tramita y falla en conformidad a la ley, Letrados eran llamados quienes
poseían estudios superiores en Derecho.
7 Artículo 128, Plan de Hacienda y Administración Pública.
331
R evista L ibertador O’ higgins
impuestos y toda especie de contribución directa o indirecta, las organizaciones
territoriales, los tratados de comercio; los reglamentos generales o de ramos
particulares, como sean públicos; la creación de magistraturas o comisiones con
autoridad pública; los privilegios exclusivos; la libertad de imprenta; los cultos y
moralidad pública; todo régimen civil, eclesiástico o monacal; todo establecimiento
u obra pública; el modo y forma de todas y cualquiera reunión de la voluntad
general; los grandes empeños del Estado con otras potencias o particulares..
la extinción, alteración o creación de rentas públicas; los cuños, ley y peso de
moneda; las armas, blasones, bandera y cualesquiera distintivo nacional; la
creación de cuerpos militares y jefes de ellos; las grandes reuniones de tropas
en algún punto del Estado; toda conmoción civil; las confiscaciones generales;
las fórmulas de protestaciones, homenajes y juramentos de fidelidad, y causa
nacional; sobre todo, los decretos legislativos de Gobierno y cuantos negocios
graves ocultan, y tenga por conveniente el consultarme”8.
“Como Supremo Consejo de justicia conocerá de todos los recursos judiciales,
que por segunda suplicación, y de más extraordinarios de gracia son permitidos
por las leyes corrientes como admisibles últimamente a la soberanía en todas y
cualesquieras materias de justicia, Hacienda, Guerra, Policía, Patronatos como
sean contenciosos, y en que versándose derecho entre partes, eran suplicables
en el antiguo régimen a la misma personal del Rey”9.
Este conjunto de facultades daban al Supremo Consejo de Estado y de
justicia el rol de organismo consultivo, de Poder Legislativo y de garante de los
derechos ciudadanos. Siguiendo los principios expuestos desde la Carta Magna,
le correspondía velar por los intereses nacionales en materias de Hacienda,
Relaciones Exteriores y Defensa10. Asimismo, le atañía conocer los recursos
de suplicación, los que en el período hispánico eran propios de la merced del
soberano. Suprema Potestad que tradicionalmente pertenecía a los jefes de
Estado y que el Libertador radicara en dicha entidad.
“Este poder propondrá al Gobierno las reglas de su organización más
convenientes, como también la de los recursos y negocios de que ha de conocer,
procurando siempre todo el mayor alivio de los pueblos”11. Aquí se le otorgaba al
Supremo Consejo de Estado y de justicia la atribución de proponer una nueva
organización constitucional. Es interesante destacar que la finalidad de ella
debía ser “el mayor alivio de los pueblos”, lo que contrasta vivamente con el
doctrinarismo propio de los hombres de la Patria Vieja y de los que dominarán la
escena política a partir del retiro del Libertador hasta la batalla de Lircay.
El análisis del texto del “Plan de Hacienda y Administración Pública”, unido
al estudio de la aplicación de sus normas realizadas, por el Director Supremo.
Independencia y respeto de los fallos de los Tribunales de justicia, cautela del
interés pecunario del Estado, limitación voluntaria de las facultades del Ejecutivo,
8 Id., artículo 129.
9 Id., artículo 130.
10La Carta Magna, 1215, impuesta por la nobleza, el clero y las ciudades inglesas al Rey Juan Sin Tierra,
vedada a los monarcas el levantar tropas, firmar tratados y establecer nuevos impuestos sin el consentimiento
de los representantes de los súbditos.
11 Id., artículo 133.
332
E dición conmemorativa del B icentenario
permiten sostener que: “un estudio detenido de las relaciones entre el Director
Supremo y sus Ministros permite afirmar que éstos gobernaron más que él. Si
se exceptúan ciertas directrices generales, como la antipatía por la aristocracia
santiaguina, el odio al clero realista, etc., en que el Director Supremo y Secretarios
coincidían, y la enérgica voluntad de transformar el país por actos de Gobierno,
eco póstumo del despotismo ilustrado que se reencarnó en el hijo del más ilustre
de sus representantes en América Colonial, las Iniciativas y las soluciones
prácticas casi siempre fueron sugeridas por ellos. El Gobierno de O’Higgins se
parece, más que el de un dictador, al de una junta estable, en la cual se han
producido el concierto y las subordinaciones permanentes de las inteligencias y
de las voluntades de sus vocales12.
Es preciso establecer que muchas de las instituciones enunciadas en el Plan
de hacienda y Administración no fueron puestas en funcionamiento debido a
problemas de índole económica o a causa de la guerra, siendo ésta la principal
preocupación del Director Supremo. La lucha contra los realistas, fortificados en
Talcahuano y de la mayor parte del territorio penquista consumía los recursos y
energías nacionales.
Sin embargo, tras la batalla de Maipo, los deseos arraigados de la aristocracia
santiaguina de limitar más los poderes del Director Supremo y lograr una mayor
participación en el Gobierno se expresaron a través de la demanda de una
Constitución.
“El 17 de abril de 1818 se verificó un Cabildo Abierto para pedir al Director la
realización de tales propósitos por medio de una Constitución que viniese a llenar
las imprescindibles necesidades del momento”.
“En aquel célebre Cabildo reunido a raíz del fusilamiento de don Luis y don
Juan José Carrera, y convocado en realidad con el objeto de evitar los excesos
de las tropas triunfantes en Maipo y tomar medidas en relación con el natural
entusiasmo de los vencedores después de una larga y penosa campaña, no
sólo se tomaron esas determinaciones, sino que se pidió, en conocimiento de
un acuerdo del Director para cambiar gabinete13, que fuese el Cabildo quien
designase a los futuros Ministros... acordase también y como demostración “de
que los chilenos no estaban sometidos a la autoridad absoluta de un solo hombre
que se procediese a dictar una Constitución”14.
Si bien el Director Supremo rechazó los revanchistas desbordes de la
aristocracia, movida por los carrerinos, su espíritu legalista le hizo acceder a la
solicitud de otorgar una Constitución.
De esta manera dictó el decreto supremo del 18 de mayo de 1818, por el cual
designaba una comisión redactora con el encargo de elaborar un proyecto de
Constitución. En dicho documento expresaba: “Hallándose el Estado, por las
12Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 14, pág. 8.
13Este ministerio, designado por la voluntad omnímodo del Supremo Director, estuvo compuesto por José
Antonio de Irisarri, en Interior y Relaciones Exteriores; José Miguel Infante, en Hacienda; José Ignacio
Zenteno, en Guerra y Marina.
14Eugenio Orrego Vicuña, El pensamiento constitucional de la Administración O’Higgins. Imprenta Cervantes,
Santiago de Chile, 1924, págs. 30-31.
333
R evista L ibertador O’ higgins
circunstancias difíciles en que se ha visto hasta hoy, sin una Constitución que
arregle los diversos poderes, señale los límites de cada autoridad y establezca de
un modo sólido los derechos de los ciudadanos, a pesar de haberseme entregado
el Gobierno Supremo sin exigir de mi parte otra cosa que obrar según me dictase
la prudencia, no quiero exponer por más tiempo el desempeño de tan arduos
negocios al alcance de mi juicio. Si me fue lisonjera la absoluta confianza de
mis conciudadanos, no me fue menos penosa la necesidad de admitirla, porque
mis sacrificios por la patria sólo tuvieron por objeto la salud pública, y no puede
dejarme satisfecho el temor de hacer inútiles mis trabajosas tareas. Hasta este
día, las atenciones de la guerra han llamado hacia ellos mis conatos, porque sin
vencer a un enemigo que nos venía a destruir con fuerzas superiores, hubiera
sido un delirio pensar en otra cosa, y mucho más en negocios tan graves, que sólo
puedan evacuarse en medio de la serenidad y de paz. Pero ya que por el valor
y virtud de nuestros soldados hemos conseguido vencer y destruir a los tiranos,
sólo me preocupé en preparar aquellas medidas que aseguren la libertad a los
chilenos, sin introducir la licencia, en que escoltaron otros Estados nacientes”15.
En este texto aparece fielmente reflejado el pensamiento del Director Supremo:
El ejercicio del poder absoluto no era más que una necesidad ingrata impuesta
por el imperativo de ganar la guerra. Lograda esta finalidad llegaba el momento
de reglamentar el funcionamiento de las instituciones, garantizar los derechos y
libertades ciudadanas y fijar límites a las facultades del Ejecutivo.
“Esta comisión estuvo compuesta por: Manuel de Salas, representaba la
Ilustración; Francisco Antonio Pérez, el espíritu jurídico; José Ignacio Cienfuegos,
el pensamiento del clero revolucionario; José María Rozas, Lorenzo Villalón y José
María Villarroel, respondían a la versación administrativa, y Joaquín Gandarillas,
figuraba allí como personero, si así puede decirse, del comercio por el cargo que
desempeñaba en el Tribunal del Consulado”16.
Elaborado el proyecto constitucional, el Director Supremo decidió someterlo
a ratificación popular. Optando hacerlo por medio del sistema de suscripciones,
el que había sido utilizado por primera vez con el Reglamento Constitucional de
1812, tomándose a su vez éste del empleado en Francia bajo el Consulado para
aprobación de la Constitución de 1797. Dispuso que en todas las parroquias, al
norte del Maule17, se abrieran dos libros titulados: “Libro de suscripciones en favor
del proyecto constitucional”, y “Libro de suscripciones en contra del proyecto
constitucional. Podrían suscribirse emitiendo su opinión al respecto “todos los
habitantes, que sean padres de familia o que tengan algún capital, o ejerzan algún
oficio, y que no se hallen con causa pendiente de infidencia o de sedición”18.
Justificando el procedimiento empleado expresa: “Yo hubiera celebrado con
el mayor regocijo, el poder convocar a aquel cuerpo constituyente, en vez de
dar la comisión referida; pero no permitiéndolo las circunstancias actuales, me
vi precisado a conformarme con hacer el bien posible. Un Congreso Nacional no
15Guillermo Feliú Cruz, El pensamiento político de O’Higgins. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1954,
pág. 21.
16Guillermo Feliú Cruz, ob. cit, pp. 32-33.
17Al sur del Maule dominaban los realistas.
18Artículo 5, Reglamento para las suscripciones del Proyecto Constitucional de 10 de agosto de 1818.
334
E dición conmemorativa del B icentenario
puede componerse sino de los diputados de todos los pueblos, y por ahora sería
un delirio mandar a aquellos pueblos que erigiesen a sus diputados, cuando se
halla la provincia de Penco, que tiene la mitad de la población de Chile bajo el
influjo de los enemigos”19.
El proyecto constitucional fue respaldado por la unanimidad de las firmas
registradas, mientras que los libros de suscripciones contra el proyecto
permanecieron vacíos. El temor de ser reputado como realista o carrerino influyó
decisivamente en esta actitud.
El 23 de octubre de 1818 todas las corporaciones y autoridades de la República
juraron la nueva Constitución. En dicha ocasión el secretario del Consulado,
Mariano Egaña Fabres, pronunció un discurso que reflejaba fielmente el sentir
colectivo en esos instantes: “Vuestra Excelencia... sosteniendo los derechos
de la Nación en los campos de batalla, triunfaba, es verdad, y llevaba tras sí
nuestra admiración y gratitud; mas éste era un triunfo en que podían usurpar
parte la ilusión de gloria. Pero hacerse esclavo de la ley estando en el lleno de
la autoridad; quedar vencedor en esta lucha de Generosidad, donde el pueblo,
confiado en, las virtudes del que destina para gobernarlo, pone en sus manos
un mando sin límites, y el jefe quiere sólo obedecer a la voluntad pública y hacer
crecer la autoridad de su cargo por la de su mérito, éste es el triunfo todo de
Vuestra Excelencia y que hace que el día de hoy podamos llamar con mejor título
el día de gloria de O’Higgins”20.
La Constitución constaba de 5 títulos, 15 capítulos y 147 artículos. El título
primero se refería a los derechos y deberes del hombre en sociedad. Proclamaba
los derechos a la seguridad individual, honra, hacienda, libertad e igualdad civil.
Establecía la inviolabilidad del hogar y los papeles del individuo. Consagraba el
derecho de propiedad y daba las reglas elementales de procedimiento judicial.
Reclama el acatamiento a la Constitución y la obediencia a las autoridades
establecidas por ella (dos capítulos, 22 artículos).
El título II, “De la religión del Estado”, en su capítulo único expresaba: “La religión
Católica, Apostólica, Romana es exclusiva del Estado de Chile. Su protección,
conservación pureza e inviolabilidad será uno de los deberes de los jefes de la
sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctrina contraria a la de
Jesucristo”. En la redacción del presente texto se advertían muy nítidamente las
tendencias patronatistas, semijansenistas del Director Supremo21.
El título III se refería a la potestad legislativa. En su capítulo primero expresaba,
“perteneciendo a la Nación Chilena reunida en sociedad, por un derecho natural
e inamisible, la soberanía o facultad para instalar su gobierno y dictar las leyes
que le han de regir, lo deberá hacer por medio de sus diputados reunidos en
Congreso, y no pudiendo esto verificarse con la brevedad que se desea, un
Senado sustituirá, en vez de leyes, reglamentos provisionales en la forma que
19Prefacio al Proyecto Constitucional, 10 de agosto de 1818.
20Jaime Eyzaguirre Gutiérrez, O’Higgins, Ed. Zig-Zag, Santiago de Chile, 1946, p. 241.
21El patronato era considerado por la inmensa mayoría de los americanos como atributo de la soberanía
nacional. El jansenismo defendía en Francia la intervención del Estado en los asuntos eclesiásticos, por sobre
la autoridad pontificio en la administración de la Iglesia. Para entender el alcance de estas disposiciones debe
tenerse en cuenta el realismo de vastos sectores clericales.
335
R evista L ibertador O’ higgins
más convenga para los objetos necesarios y urgentes”22. Correspondería al
Director Supremo la designación de los cinco integrantes Propietarios del Senado
y de los cinco suplentes23. Pese a ello, O’Higgins propuso los nombres de José
Ignacio Cienfuegos, Gobernador del Obispado de Santiago24, el del Gobernador
Intendente de Santiago, don Francisco de Borja Fontecilla, el Decano del Tribunal
de Apelaciones, don Francisco Antonio Pérez, don Juan Agustín Alcalde y don
José María Rozas como propietarios; por suplentes a don Martín Calvo Encalada,
don Javier Errázuriz, don Agustín Eyzaguirre, don Joaquín Gandarillas y don
Joaquín Larrain. Quienes, de ser aprobada la Constitución, pasarían a integrar el
Senado. No obstante ser atribución privativa del jefe del Estado su nombramiento,
el Libertador prefirió que los legisladores contasen con la ratificación de la
ciudadanía.
Estos senadores reflejaban la mentalidad e intereses de la aristocracia: “La
composición social del Senado fue un triunfo de la aristocracia; en su seno figuraba
un mayorazgo y título de Castilla, el Conde de Quinta Alegre, y un personaje que,
sin ser ni lo uno ni lo otro, el parentesco, las alianzas matrimoniales y la comunidad
de intereses, lo relacionaban con la familia del Marqués de Villapalma. Pérez y
Eyzaguirre eran casados con dos señoras Larrain. Errázuriz, pertenecía al grupo
poderoso de una estirpe que tenía raíces en el comercio, en la vida profesional de
la abogacía y en la agricultura”.
“Joaquín Larraín seguía siendo el jefe de la casa otomana de los
ochocientos”.
“José María Guzmán, lo mismo que Francisco de Boria Fontecilla, eran
miembros destacados de la Oligarquía”.
“En el Senado, pues, los intereses políticos de las familias Larrain, Pérez,
Salas, Errázuriz, Madariaga, Trucias, Aldunate, Vicuña, Alcalde, Guzmán, Calvo.
Recabarren, por diversas líneas de parentesco, se encontraban representadas”25.
“El Director Supremo había entregado la Corporación a la aristocracia,
distribuyéndola equitativamente entre sus diversos sectores, limitándose a excluir,
a los desequilibrados y a los carrerinos”26.
Los senadores debían ser ciudadanos mayores de 30 años, “de acendrado
patriotismo, de integridad, prudencia, sigilo, amor a la justicia y bien público”.
“No podrían serlo los Secretarios de Estado ni los dependientes de éstos, ni
los que inmediatamente administran intereses del Estado”27. Se advierte aquí el
deseo de salvaguardar la independencia del Senado, al vedar a los Ministros y
sus dependientes el integrarlo. De la misma manera y por análogas razones se
excluía a los que administraren intereses del Estado.
Las atribuciones del Senado eran amplias: “Sin el acuerdo del Senado a
pluralidad de votos, no se podrán resolver los grandes negocios del Estado,
22Título III, capítulo primero, artículo único. Constitución de 1818.
23Id., capítulo II, artículos 1° y 2°. Constitución de 1919.
24Por destierro del Obispo José Antonio Rodríguez Zorrilla, le correspondía dirigir la diócesis.
25Guillermo Feliú Cruz, obra citada, págs. 33-34.
26Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 14, pág. 173.
27Título III, capítulo II, artículo 8°. Constitución de 1818.
336
E dición conmemorativa del B icentenario
como imponer contribuciones, pedir empréstitos, declarar la guerra, hacer la
paz, firmar tratados de alianza, comercio, neutralidad, mandar embajadores,
cónsules, diputados o enviados a potencias extranjeras; levantar nuevas tropas o
mandarlas fuera del Estado, emprender obras públicas y crear nuevas autoridades
o empleos”28.
Podría reformar la Constitución según lo exijan las circunstancias; fomentar
la educación, designar una comisión compuesta de un Senador y dos individuos
del Tribunal de Apelaciones para tomar la residencia a los empleados del
Estado29. Le correspondía asimismo velar por la observancia de la Constitución
y resolver las dudas que pudieren suscitarse en torno a su aplicación30. El título
IV trataba del Poder Ejecutivo: establecía que el titular del Poder Ejecutivo era
un Director Supremo. Cuya elección ya estaba verificada (O’Higgins), según las
circunstancias que han ocurrido; pero en lo sucesivo se deberá hacer sobre el
consentimiento de gas provincias, conforme al reglamento que para ello formará
la potestad legislativa.
No obstante la amplitud de sus facultades, ellas estaban limitadas por el
Senado, corporación a la cual debía rendir minuciosa cuenta del manejo de los
fondos fiscales y no podría “intervenir en negocio alguno judicial, civil o criminal
contra persona alguna de cualquiera clase o condición”31. De esta manera se
consagraba la independencia del Poder judicial. Es dable hacer notar que la
organización dada por la Constitución de 1818 a este Poder del Estado, con un
Supremo Tribunal judiciario a la cabeza, una Cámara de Apelaciones y jueces
ordinarios inferiores, constituye el primer antecedente de nuestra actual estructura
judicial32. Del mismo modo su generación, propuesta en terna del Supremo
Tribunal judiciario al Director.
La Constitución mantenía la división de Chile en tres provincias: “La Capital,
Concepción y Coquimbo. Al frente estaban Gobernadores, Intendentes
nombrados por el Director Supremo. Pero en el futuro su designación tendría
un carácter popular. Consagraba asimismo la existencia de los Cabildos cuyos
miembros gozarían de inmunidad: “ninguno de sus individuos podrá ser arrestado
o preso, sino por orden expresa del Supremo Director, quien, sólo la podrá librar
en materias de Estado y en las de justicia, la Cámara o Tribunal de Apelaciones;
pero si la naturaleza de la causa exigiese un pronto remedio, se le arrestará por
la autoridad competente en lugar decente y seguro, y avisará inmediatamente al
Director”33. Este precepto reafirmaba el profundo respeto del Libertador hacía las
instituciones tradicionales representativas de la Comunidad y sus componentes.
Los Cabildos deberían “fomentar el adelanto de la población, industria, educación
28Id., artículo 4°.
29“La residencia consistía en un juicio que, en el período hispánico, se segura a los funcionarios que concluían
su gestión. Cualquier agraviado por algún acto realizado por ellos podía demandar sanciones e indemnización
por los perjuicios que éstos le hubieran causado.
30Título III, capítulo II, artículos 1° al 9°.
31Título III, capítulo II, artículo 1°. Constitución de 1818.
32Título V, Constitución de 1818.
33Título VI, artículo 1°, Constitución de 1818.
337
R evista L ibertador O’ higgins
de la juventud, hospicios, hospitales y cuanto sea interesante al beneficio
público”34.
Esta Constitución ha merecido el juicio encomiástico del distinguido historiador,
de reconocida convicción liberal y parlamentarista, don Julio Heise: “Se consagraba
en ella un autoritarismo de duración indefinida; mientras subsistiera la lucha con
España. Se concentraba en el Director Supremo la suma del poder. Toda la
Administración Pública, la Iglesia y hasta los Tribunales de justicia dependían del
Director Supremo”.
“Es necesario no confundir este autocratismo con la dictadura. O’Higgins, en
general, y hasta donde lo permitió el apremiante problema de la defensa, respetó
al Senado y a los Tribunales de justicia, y trató de encuadrar su acción en un
marco de legalidad. En verdad, el mecanismo constitucional de la carta de 1818,
funcionó durante más de tres años con perfecta regularidad y debemos convenir
en que el Senado supo defender con serenidad y altivez su independencia frente
al Director Supremo, a quien siempre observó las medidas inconstitucionales”.
“A pesar de su tendencia francamente autoritaria y centralizadora, los
historiadores están de acuerdo en considerar que la Constitución de 1818 marca
un avance en el sentido de deslindar las atribuciones de cada uno de los poderes,
principio no respetado en los bosquejos constitucionales de la Patria Vieja”35.
Cabe hacer notar que el Prócer siempre consideró como provisoria la
Constitución de 1818: “La obra no es acabada, pero es la más análoga a las
circunstancias....”. Un pueblo naciente, dice un político profundo, no debe
establecer desde un principio un Gobierno demasiado perfecto; su constitución
y sus leyes deben ser provisionales, reservándose las facultades de examinarlas
para la época de tranquilidad, y de mudar y modificar cuando la República se
halla sólidamente establecida, los nuevos reglamentos que quizá sólo son buenos
para formarla”36. Junto con enfatizar la provisionalidad de la Carta Fundamental,
O’Higgins postulaba aquí el carácter evolutivo, en acuerdo a las transformaciones
experimentadas por el país, que debían revestir las estructuras legales vigentes.
Tras la partida de la Expedición Libertadora al Perú se agudizaron las
discrepancias existentes entre el Director Supremo y el Senado. Esta Alta
Corporación quería graduar dos esfuerzos destinados a abatir el poder Virreinal
a la capacidad económica del país. Por ello se opuso tenazmente al aumento de
las contribuciones, Representó al Director Supremo la conveniencia de moderar
los gastos, y aun llegó a insinuarle la posibilidad de que hubiera desarreglos en la
administración37.
La resistencia se intensificó entre los meses de agosto y septiembre de
1821, cuando más apremiaba la angustiosa situación del Ejército del Sur y de
la Provincia de Concepción. “No puede Ud. figurarse –decía O’Higgins a San
34Título VI, artículo 2°, Constitución de 1818.
35Julio Heise Gonzalez, 150 años de Evolución Instituciona, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1979, p. 28.
36Manifiesto del 31 de agosto de 1820. Citado por Guillermo Feliú Cruz, El Pensamiento Político de O’Higgins,
Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1954, pp. 48-49.
37Al respecto véase: Alcibíades Roldán, Los desacuerdos entre O’Higgins y el Senado Conservador, Anales de
la Universidad de Chile, Tomo LXXXII, 1892-1893, Santiago de Chile.
338
E dición conmemorativa del B icentenario
Martín, el 16 de agosto de 1821–, lo que me da que hacer nuestro Senado. Ellos
me han quitado todos los medios de auxiliar ese ejército, cerrando las puertas
a sinnúmero de arbitrios que les he presentado, y últimamente con la baja de
derechos de las harinas, del ramo de licores, del derecho del carbón, leña y otros
artículos, agregándose a la cesación la contribución mensual en todo el Estado,
me ha puesto al borde del precipicio, o me veo en la precisión de disolver este
cuerpo mauloso, o pierdo la provincia de Concepción por falta de recursos”38.
Los choques prosiguieron, siendo ahora motivo de discordia entre el Ejecutivo
y el Senado el nombramiento de los Intendentes de las Provincias y los Tenientes
Gobernadores.
El Senado pretendía, dejando al Director Supremo el nombramiento de los
Gobernadores de Valparaíso, Talcahuano y Valdivia, además del Intendente
de Concepción, que en las demás Provincias y Departamentos los Cabildos
propusiesen tres individuos americanos chilenos vecinos del lugar para que el
titular del Ejecutivo erigiese a uno de ellos. A juicio de O’Higgins, esta forma de
nombramiento despertaba las pasiones locales y conducía al desquiciamiento
general. El Gobierno no podía desprenderse de la facultad de nombrar y remover
a los Intendentes y Gobernadores, sin que el país cayera en el desorden y la
anarquía. Tras reiteradas insistencias del Senado, la Corporación sólo volvio a
reunirse en junio de 1822, para dejar constancia de que había cesado en sus
funciones con la convocatoria de la Convención de 1822.
El Director Supremo dispuso que en las capitales de Provincias y Partidos, el
Cabildo eligiera a pluralidad absoluta de sufragios un individuo “para miembro de
la Convención Preparatoria”, asamblea cuya finalidad sería estudiar las bases de
una futura representación nacional; si los Partidos recién liberados de enemigos
no tuviesen Cabildos constituidos, los Tenientes Gobernadores congregarían a
los vecinos “más acreditados” y éstos elegirían al representante respectivo. Como
cualidades necesarias para ser elegible se requeriría ser oriundo del Partido
elector, tener más de 25 años y poseer alguna propiedad inmueble o industria.
Los diputados no gozarían de ninguna dieta por su labor. El representante de
Chiloé, aún ocupada por los realistas, debía ser elegido a la suerte entre tres hijos
de esa Provincia residentes en Santiago. Además del derecho de nombrar los
encargados de redactar una nueva Constitución, los diputados Podían evacuar las
consultas y tomar resoluciones sobre los asuntos que les sometiera el Gobierno.
Las sesiones debían empezar el 1° de julio y la duración de la Asamblea era de
tres meses.
El Director Supremo recomendó a Intendentes y Gobernadores los sujetos que
debían resultar electos representantes. Así la Convención quedó compuesta de
la siguiente manera: Propietarios: 1. Copiapó, don Manuel Matta; 2. Coquimbo,
don José Antonio Bustamante; 3. Vallenar, don Francisco de Borja Valdés; 4.
Illapel, don José Miguel Irarrázaval; 5. Petorca, don Manuel Silva; 6. La Ligua,
don Nicolás de la Cerda; 7. San Felipe, don Francisco de Paula Caldera; S. Santa
Rosa de Los Andes, don José Antonio Rosales; 9. Quillota, don Francisco Olmos;
10. Valparaíso, Fray Celedonio Gallinato; 11. Casablanca, don Santiago Montt; 12.
38Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 16, pág. 193.
339
R evista L ibertador O’ higgins
Santiago, don Francisco Ruiz-Tagle; 13. Rancagua, don Fernando Errázuriz; 14.
Melipilla, don Francisco Vargas; 15. San Fernando, don Francisco Valdivieso; 16.
Curicó, don Pedro José Peña y Lillo; 19. Cauquenes, don Juan de Dios Urrutia;
20. Parral, don Domingo Urrutia; 21. San Carlos, don Juan Manuel Arriagada;
22. Chillán, don Pedro Arriagada; 23. Concepción, don Santiago Fernández; 24.
Quirihue, don Juan Antonio González Palma; 25. Rere, don Francisco Acuña; 26.
Los Ángeles, don Agustín Aldea; 27. Florida, don Pedro Trujillo; 28. Valdivia, don
Camilo Henríquez; 29. Osorno, don José Antonio Arteaga; 30. Chiloé, don José
Antonio Vera.
En relación a los componentes de esta Asamblea, elegidos fundamentalmente
debido a la influencia del Gobierno, cabe hacer notar que: “Mirado desde el punto
de vista de su origen, el Congreso tenía tanto de democrático como las asambleas
que lo habían precedido desde 1810. La única diferencia respecto de las primeras,
era que la elección se había hecho por orden del Ejecutivo constituido, en vez de
hacerse por un pequeño grupo de vecinos o por una autoridad de hecho, que se
arrogaban la representación del pueblo, aun enteramente incapaz de pensar y de
querer políticamente. En este sentido no marcaba avance ni retroceso. En cuanto
a su composición, se parecía a los Congresos que se sucedieron entre 1830 y
1891. Estaban excluidos los opositores sistemáticos, los violentos y los enemigos
del Gobierno. Predominaban en la Convención sin contrapeso los individuos
honrados, respetables y los funcionarios, o sea, lo que más tarde se llamó
elemento oficial, gobiernista o carneros, que hasta 1891 representaron la gran
mayoría del país, matizados con algunos independientes: Irarrázaval, Caldera,
Errázuriz y otros”39. Estimamos acertada en este aspecto la opinión del destacado
historiador citado, ya que, tal como la experiencia lo había sobradamente
demostrado y quedaría reiterado después de 1823, no estaban dadas en Chile
las condiciones indispensables para realizar procesos plenamente democráticos
e instaurar un régimen parlamentario liberal.
Se ha sostenido que los convencionales fueron instrumentos incondicionales
del Ministro Rodríguez Aldea40, sin embargo, del desapasionado análisis, de los
integrantes de dicha asamblea surge una impresión muy distinta. Solamente el
caso del diputado por Los Ángeles, Agustín de Aldea41, podría dar fundamento a
este enfoque, pero constituye la excepción y no la regla.
En su mensaje a la Convención, O’Higgins expresa: “Vais a poner los cimientos
de la ley fundamental, que es la alianza entre el Gobierno y el pueblo, y que
39Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 16, p.. 197.
40José Antonio Rodríguez Aldea, había sido nombrado Ministro de Hacienda interino por el Director Supremo el
2 de mayo de 1820. La designación cayó mal desde el primer momento. El nuevo Ministro había servido altos
cargos realistas hasta 1817 y, aunque se había conducido con moderación, se le miraba con desconfianza por
el grueso de la clase dirigente. La indiscutido competencia administrativa de Rodríguez Aldea sería la causa
de que llegara a ejercer una gran influencia sobre el Libertador. Tras la renuncia de Zenteno asumirá la cartera
de Guerra conservando la de Hacienda.
41Los Ángeles carecía de Cabildo, la elección de Agustín de Aldea levantó una tempestad de protestas. Había
figurado como oficial en las bandas de Vicente Benavides y se le imputaron actos de crueldad y delitos que le
hacían acreedor a la pena de muerte. Cogido prisionero después del combate de la Alameda de Concepción,
Freire pensó fusilarlo, pero tomando en cuenta el hecho de ser primo hermano del Ministro Rodríguez Aldea,
lo remitió a Valparaíso con una barra de grillos, creyendo que el Gobierno le conmutaría la pena capital por la
de destierro. El Ministro lo puso en libertad y lo llevó a vivir con él a su casa. El Cabildo de Concepción solicitó
infructuosamente la exclusión de Aldea.
340
E dición conmemorativa del B icentenario
asegura la quietud interior, produce la abundancia, abre recursos y afianza la
justicia...”. “Bien conozco que la honorable convención, no reviste todo el carácter
de representación nacional, cual tiene en otros países constituidos, y la cual
gozaremos después. Empero, siendo una reunión popular, respetable y la única
que legalmente se podía tener por ahora, yo le dirijo la palabra como si estuviera
congregado en esta sala todo el pueblo chileno, cuyos intereses he mirado como
padre y cuya seguridad y gloria ha sostenido mi espada”. “Si hasta aquí no pude
hacer todo lo que deseaba, culpad mi impotencia y no mi voluntad”. Refiriéndose
a la difícil lucha por consolidar la independencia dice: “La recibí aún esclavizada;
os la entrego libre y ceñida de laureles, pero en su infancia y en débiles principios.
Toca a vuestras virtudes y sabiduría engrandecerla, enriquecerla, educarla e
ilustrarla”. Suponiendo que con la reunión de la asamblea pasaba a ella el poder
de que estaba investido, le hacia entrega del mando, y le pedía que designara
su sucesor. “Demasiado tiempo he llevado sobre mis débiles hombros la pesada
máquina de la administración y os suplico encarecidamente que hoy mismo me
descarguéis de ella”42.
La Asamblea rechazó por aclamación la renuncia presentada por el Prócer, se
dispuso que el vicepresidente de ella, el presbítero Casino AIbano, acompañado
de ocho representantes, pusiera el hecho en conocimiento del Director Supremo.
Pese a la oposición del diputado por San Felipe, Francisco de Padua Caldera,
la Convención declaró que en ella residía la potestad legislativa. En virtud de ello,
solicitó al Director Supremo la reposición en el gobierno del Obispado de Santiago
del titular José Santiago Rodríguez Zorrilla y la dictación de una amplia amnistía
política. El gobernante accedió a ambas peticiones.
Para un mejor cumplimiento de sus funciones legislativas, la Convención
se dividió en comisiones43. La comisión encargada de elaborar un proyecto
constitucional quedó integrada por los diputados Casimiro Albano, José Santiago
Montt, Francisco Olmos y Camilo Henríquez; los doctores José Gregorio Argomedo
y José Tadeo Mancheño y el licenciado Santiago Echevers.
El diputado por Illapel, José Miguel Irarrázaval negó a la Convención el derecho
a promulgar una constitución. A su juicio, sólo era una asamblea preliminar, cuyo
mandato se limitaba a designar la corte de representantes. Sin embargo, la
asamblea prosiguió el estudio del proyecto elaborado por la comisión respectiva.
Una nueva comisión formada por Francisco Ruiz-Tagle, Camilo Henríquez, José
Gabriel Palma y Casimiro Albano, quedó encargada de ordenar los artículos y de
corregir la redacción. Las modificaciones fueron pocas y de escasa trascendencia.
La Constitución se promulgó el 30 de octubre de 1822.
La Carta Constitucional dividiese en 9 títulos, 24 capítulos y 248 artículos.
En su título primero, capítulo primero, definía la Nación Chilena como la unión
de todos los chilenos. En ella reside la soberanía, cuyo ejercicio delega conforme
a la Constitución. La proclamaba “libre e independiente de la monarquía española
42Sesiones de los cuerpos legislativos, tomo VI, pp. 27-29.
43Las comisiones eran ocho y podían figurar en ellas individuos extraños a la Convención.
341
R evista L ibertador O’ higgins
y de cualesquiera otra potencia extranjera: pertenecerá sólo a si misma, y jamás
a ninguna persona ni familia”44.
El artículo 3° del mismo título señalaba los límites del territorio nacional: al
sur, con el Cabo de Hornos; al norte, el despoblado de Atacama; al oriente, los
Andes; al occidente, el mar Pacífico. Le pertenecen las islas del Archipiélago de
Chiloé, las de la Mocha, las de Juan Fernández, la de Santa María, y demás
adyacentes45.
El artículo 4° del capítulo II define a los chilenos: 1° Los nacidos en el territorio
de Chile (Ius Solis); 2° Los hijos de chileno y de chilena, aunque hayan nacido
fuera del Estado (Ius Sanguinis); 3° Los extranjeros casados con chilena, a los
tres años de residencia en Chile; 4° Los extranjeros casados con extranjera, a los
cinco años de residencia en el país, si ejercen la agricultura o la industria, con un
capital propio, que no baje de dos mil pesos; o el comercio, con tal que posean
bienes raíces de su dominio, cuyo valor exceda de cuatro mil pesos46.
El título II se refiere a la religión del Estado. “La religión del Estado es la
Católica, Apostólica, Romana, con exclusión de cualquiera otra. Su protección,
conservación, pureza e inviolabilidad es uno de los primeros deberes de los
jóvenes Jefes del Estado, como el de los habitantes del territorio su mayor respeto
y veneración, cualesquiera sean sus opiniones privadas”47.
El título III se refería al Gobierno y a los ciudadanos: establecía que “el Gobierno
de Chile será siempre representativo, compuesto de tres poderes independientes,
Legislativo, Ejecutivo y Judicial”48. El Poder Legislativo reside en un Congreso, el
Ejecutivo en un Director, y el judicial en los Tribunales de Justicia.
Los ciudadanos serían los chilenos mayores de veinticinco años o casados49 y
que sepan leer y escribir; pero esta última calidad no tendrá lugar hasta el año de
183350.
El título IV, del Congreso, establecía. “El Congreso se compone de dos
Cámaras, la del Senado y la de los Diputados. Se reunirá cada dos años, el
18 de septiembre, teniéndose por primera época la de la actual legislatura de
1822”. Este concepto de un Poder Legislativo Bicameral aparecía por primera
vez en nuestra historia constitucional, y estaba llamado a perdurar, puesto, que
todas las constituciones posteriores retendrían esta modalidad. Los legisladores
44Lo que venía a significar que Jamás el Estado de Chile podría convertirse en una monarquía.
45Estos límites dejaban fuera el Chile trasandino. Contrasta con la constante preocupación por este territorio
emanada de la correspondencia del Libertador. Este error sería reproducido por las Constituciones de 1823,
1828 y 1833.
46Se advierte aquí el marcado propósito de seleccionar la inmigración extranjera.
47Este artículo lo del capítulo único del título II de la Constitución reflejaba las tendencias patronatistas,
semigalicanas del Gobierno.
48Se consagraba el principio de la división de Poderes. Se rechazaba toda posibilidad de democracia directa o
semidirecta. Esto debido a las condiciones del país y a los temores a la demagogia.
49Se presumía que los hombres casados, debido a su condición de jefes de familia, estaban dotados de un
mayor sentido de responsabilidad.
50Se estimaba que el avance de la alfabetización haría accesible con el tiempo el cumplimiento de esta condición
a las grandes mayorías.
342
E dición conmemorativa del B icentenario
consideraron que dos instancias revisoras a las leyes asegurarían mejor su
eficacia.
La Cámara del Senado se formará: 1° De los individuos de la Corte de
Representantes elegidos por la Cámara de Diputados en la forma que se dirá, y de
los ex Directores; 2° De los Ministros de Estado; 3° De los Obispos con jurisdicción
dentro del territorio, y en su defecto de la Dignidad que presida el Cabildo Eclesiástico;
4° De un Ministro del Supremo Tribunal de justicia, nombrado por el mismo Tribunal;
5° De tres jefes del Ejército, de la clase de brigadier, inclusive arriba, nombrados
por el Poder Ejecutivo; 6° Del Delegado Directorial del Departamento en que abra
sus sesiones el Congreso; 7° De un Doctor de cada Universidad nombrado por su
claustro; 8° De dos comerciantes y dos hacendados, cuyo capital no baje de treinta
mil pesos, nombrados por la Cámara de Diputados.
La existencia de una Cámara Alta de generación ajena a las veleidades
electoralistas, obedecía al deseo de procurar una mayor estabilidad institucional,
asimismo, aprovechar la versación y experiencia de sus componentes en el
proceso legislativo. Surge instantáneamente la comparación con la Cámara de los
Lores -británica, compuesta de nobles hereditarios, jerarquías eclesiásticas, altos
dignatarios y destacados especialistas, corporación que ha prestado importantes
servicios a Gran Bretaña en el pasado y que aún en nuestros días continúa
colaborando a la evolución legislativa del Reino Unido a través de doctas opiniones
y versados estudios. Es altamente probable que el recuerdo de su residencia en
dichas islas haya influido en el Libertador para postular esta modalidad. Es dable
destacar que algo de esto subsiste en la generación del Senado establecida por
la Constitución de 1980, actualmente vigente51.
La Cámara de Diputados estaría compuesta de miembros electos por
Departamentos a razón de uno por cada 15.000 habitantes o fracción que no
bajase de 7.000. Si un Departamento no reunía esta población, se uniría al
más inmediato. Los diputados serían elegidos en forma indirecta. Los Cabildos
harían un sorteo entre los ciudadanos para escoger uno por cada mil habitantes,
correspondería a estos electores especiales elegir a los diputados de los
departamentos. Se perseguía con este sistema indirecto procurar una mejor
selección de los futuros legisladores.
Durante los períodos de receso del Congreso funcionaría una Corte de
Representantes, compuesta de siete individuos electos por la Cámara de
Diputados en votación secreta, y de los ex Directores, que serán miembros
vitalicios, La Corte de Representantes tendrán las siguientes facultades: 1° Cuidar
del cumplimiento de la Constitución y de las leyes; 2° Convocar al Congreso en
casos extraordinarios; 3° Recibir las actas y poderes de los diputados, aprobarlos
o reprobarlos; 4° Ejercer provisoriamente y conforme a la Constitución, todo lo
que corresponde al Poder Legislativo; pero sin que sus determinaciones tengan
fuerza de ley permanente, hasta la aprobación (ratificación) del Congreso. Esta
51Integran el Senado, además de los senadores elegidos, dos ex Ministros de la Corte Suprema de justicia,
elegidos en votación sucesiva por ella; un ex Contralor General de la República elegido también por la Corte
Suprema de justicia; un ex Rector de Universidad designado por el Presidente de la República, un ex Ministro
de Estado, de un Gobierno anterior al que lo designa, nombrado por el Presidente de la República; cuatro
ex Comandantes en jefe del Ejército, Marina, Aviación y Carabineros de Chile, elegidos por el Consejo de
Seguridad Nacional.
343
R evista L ibertador O’ higgins
institución sería recogida por la Constitución de 1833, bajo la denominación de
“Comisión Conservadora”. Las Constituciones de 1925 y 1980 dotarían de parte
de estas facultades al Presidente del Senado en virtud de su calidad de jefe del
Poder Legislativo.
El título V, del Poder Ejecutivo, colocaba a la cabeza de éste a un Director Supremo,
quien debía ser siempre electivo, y jamás hereditario, su período de duración sería de
seis años y podrá ser reelegido una sola vez por cuatro años más. Correspondería a
ambas Cámaras reunidas la designación del Director Supremo. Se tendría por primera
elección la hecha por la Convención del actual Director en la presente legislatura
de 182252. El Director Supremo gobernaría asistido por tres Ministros Secretarios de
Estado: Gobierno y Relaciones Exteriores, Hacienda, Guerra y Marina.
El título VI, del Gobierno interior de los pueblos, suprimía las Provincias (Intendencias)
reemplazándolas por Departamentos a cargo de un Delegado Directorial designado
por el titular del Poder Ejecutivo53. Establecía la subsistencia de los Cabildos existentes
hasta que el Congreso determinara su número definitivo y atribuciones.
El título VII, del Poder Judicial, consagraba la independencia del Poder judicial
y mantenía básicamente la estructura creada por el Reglamento Constitucional
de 1818: un Tribunal Supremo, Cámara de Apelaciones, Tribunales y empleados
de justicia, Organización que, en líneas generales, subsiste hasta nuestros días.
El título VIII, de la Educación Pública, disponía que la educación pública fuese
uniforme en todas las escuelas, que se procurase la existencia de escuelas
públicas de primeras letras en todas las poblaciones, los conventos de religiosos
estarían obligados a crear escuelas, igual cosa los monasterios de monjas para
las jóvenes. Señalaba una preocupación preferente por el Instituto Nacional54.
El título IX, de la Fuerza Militar, indicaba que ésta sería controlada por los
Poderes Ejecutivo y Legislativo, quienes acordarían su contingente, distribución,
modalidad y duración de sus mandos. Igual cosa en relación a las Milicias, lo que
debían efectuar “gravando a sus individuos cuanto menos sea posible, a fin de no
distraerlos de sus atenciones particulares”55.
El juicio unánime de los historiadores es que la Constitución de 1822 era el
texto mejor elaborado hasta entonces en Chile. Garantizaba eficazmente las
libertades individuales y permitía el ejercicio de una administración eficaz56.
A través de somero análisis de la obra constitucional del Libertador hemos
procurado destacar sus logros, en especial lo que aún permanece vigente de
ella. Nuestra conclusión es que no sólo debemos la independencia de Chile a
Bernardo O’Higgins, sino también las bases de nuestra organización institucional,
cuyos principios inspirados están presentes en muchas de nuestras actuales
instituciones públicas vigentes.
52Esto significaba la posibilidad, altamente probable, de prolongar por diez años el gobierno de O’Higgins. Lo
que era muy resistido por la aristocracia santiaguina.
53Esta fue una de las disposiciones constitucionales que despertaron mayor rechazo Concepción y Coquimbo
se veían disgregadas y se sentían reducidas a la impotencia frente a la Capital.
54Establecimiento que era a la vez de enseñanza básica, media y superior.
55Título IX, capítulo II, artículo 242.
56Especialmente Diego Barros Arana há sido enfático en este punto.
344
E dición conmemorativa del B icentenario
JOSÉ IGNACIO ZENTENO DEL POZO.
MINISTRO DE GUERRA Y MARINA DE BERNARDO O’HIGGINS
Hosmán Pérez Sepúlveda1
En la Parroquia de Santa Ana, en Santiago, existe el siguiente documento
firmado por el presbítero Alejandro Echeverría, Cura rector de ese templo:
“Certifico que en el Libro XII de Nacimientos, que principia en 13 de marzo de 1782
y que termina en 28 de diciembre de 1792, a fojas 82 vit. Se encuentra una partida
del tenor siguiente: “En la ciudad de Santiago de Chile, en 29 de julio de 1786, en
esta iglesia parroquial de S° Ana, el Dor. don José Ramón de Aristegui, con licencia,
bautizó, puso óleo i crísma a Josef Ignacio, Ramón, Antonio, de un día, hijo legítimo
de D. Antonio Zenteno i de C° Bíctoria del Pozo, P. P. Dn. Josef Antonio Aristeguí y Da.
María lgnacia Arostegui, de que doy fe. - Juan de Dios Zerda. (Hay una rúbrica)”.
“Concuerda con el original citado, i para que conste doy el presente a petición de parte
y para los fines que le conviniera, en esta Parroquia de Santa Ana de Santiago, a
veinticuatro días del mes de julio de mil ochocientos ochenta y cinco. (Fdo.) Alejandro
Echeverría, Cura Rector”
Como queda establecido documentalmente, este esclarecido patriota nació en
Santiago, el 28 de julio de 1786, en una solariega casa señalada con el N° 15 de
la calle San Antonio. Sus progenitores fueron don Antonio Zenteno i Bustamante,
escribano público de Santiago y la distinguida dama doña Victoria del Pozo i Silva.
Sus estudios los realizó en el Colegio Carolino, en el cual José Ignacio lució su
natural inteligencia y su reposado carácter.
Por línea paterna, sus abuelos se habían establecido en Chile a principios
del siglo 18 (aproximadamente en 1705), El primer tronco que llegó a la Colonia,
fue el alférez de caballería don Antonio Zenteno i Azúa, hijo según lo declara en
su testamento otorgado en Santiago con fecha 29 de febrero de 1740, de don
Francisco Zenteno y doña Ana de Azúa, ambos naturales de Castilla La Nueva.
Volviendo a don Antonio Zenteno fundador de esta ilustre familia, en sus
tiempos mozos hizo la campaña de la frontera y prestó importantes servicios en la
conquista del reino de Chile, según se desprende del título de capitán firmado con
fecha 24 de octubre de 1773 por el gobernador español y posteriormente virrey
del Perú, José Manso de Velasco.
1 General Inspector de Carabineros, Oficial graduado en la Academia de Ciencias Policiales, Profesor de la
Escuela de Carabineros de Chile. Consejero Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile.
345
R evista L ibertador O’ higgins
Deseoso de fundar familia y afincarse definitivamente en esta lejana tierra,
allá por el año 1710, don Antonio compró a un capitán llamado José Lepe,
probablemente en alguno de sus retornos del sur, un sitio en la parte norte del
río Mapocho, que ya se conocía con el nombre de “Chimba”2, frente a la Recoleta
Franciscana y que medía: 200 varas de frente3 por 300 de fondo, por el precio
de 500 pesos, al rédito del 4%. La tasación de sus bienes que se practicó pocos
años después de su muerte, ascendía a la suma de cinco mil setecientos noventa
y dos pesos, incluyendo el valor del terreno y el de cuatro esclavos.
Antonio Zenteno i Azúa, se casó con doña Catalina Flores i Guzmán. En su
testamento declara como hijos legítimos a don Andrés Zenteno i Flores, abuelo
del General don Jose Ignacio Zenteno.
El referido don Andrés, se dedicó al comercio y hizo buena fortuna para
aquella época, pues llegó a tener dos naves que hacían la ruta entre Valparaíso
y las costas del Perú. Contrajo matrimonio con doña Eufemia Bustamante y firmó
testamento el 1° de septiembre del año 1756. Lamentablemente poco antes de
esa fecha, había sufrido un descalabro económico que le obligó a hacer cesión
de sus bienes. Falleció probablemente, poco después de haber testado.
Su hijo don Antonio Zenteno y Bustamante, entró en conversaciones con los
acreedores y trató de levantar el negocio y la fortuna de su padre, alcanzando
a realizar un cargamento de mercaderías al Perú, pero el destino no le sonrió
más a que su antecesor. Así las cosas, cambiando de giro, compró en 600 pesos
un puesto de Escribano Público (Notario) recientemente creado y cuyo título lo
extendió la Real Audiencia de Santiago, con la expresa condición de “presentar
en el plazo de cuatro años título del rey”. Dicho documento lo obtuvo ya expirado
el plazo, por conducto de un primo en segundo grado que llegó a Chile promovido
a Decano de la Real Audiencia, llamado Luis de Santa Cruz i Zenteno, Caballero
de la Orden de Santiago, el cual fue instalado en el referido Tribunal en noviembre
de 1778.
Siguiendo con el estudio genealógico, don Antonio Zenteno i Bustamante,
casó con doña Victoria del Pozo i Silva, el 1° de septiembre de 1785, de cuyo
matrimonio, nació en el mes de julio de 1786, don José Ignacio.
El destino quiso que el padre del futuro adalid de la gesta emancipadora,
falleciera prematuramente dejando a la familia sin recursos suficientes para la
educación de sus hijos, Ocurrido este triste acontecimiento, José Ignacio tuvo
que abandonar sus estudios y deseos de titularse de abogado, debiendo ocupar
en el año 1806, el puesto de escribano heredado de su padre, modesta función
en la cual no había posibilidad alguna de gloria ni esplendor.
El futuro general, desde su modesto escritorio, sigue de cerca el movimiento
revolucionario iniciado el 18 de septiembre de 1810 y contempla entusiasmado
el resultado de los acontecimientos. Muy pronto, sintiendo en cuerpo y alma
el grito de la ansiada libertad, se alista al lado de quienes en un comienzo en
forma reservada y después a cara descubierta, llevaron a Chile por el sendero
2 Chilenismo. Barrio menor de un pueblo cortado en dos por un río.
3 Vara: En Castilla, España, medida de longitud de 0,83.5 mts.
346
E dición conmemorativa del B icentenario
de la plena independencia que habría de culminar en las memorables batallas de
Chacabuco y Maipú.
Ahora bien: por parte de su madre doña Victoria del Pozo, la familia del General
Zenteno, fue una de las más notables del período colonial. Desde comienzos del
siglo 18, contó entre sus miembros a personas esclarecidas por su ilustración y
las altas funciones públicas que desempeñaron con singular acierto.
Doña Victoria hija legítima de don Tomás del Pozo i Silva, era nieta del
Corregidor General y Canciller de la Real Audiencia don Luis del Pozo i Silva,
quien a su vez, era hijo del General don Alonso del Pozo i Silva, conquistador y
fundador de algunos pueblos de la frontera.
Don Luis testó el 15 de julio de 1771 y de este documento, se han obtenido
los pormenores de su ilustre familia, como también del que fue extendido por don
Tomás, padre de doña Victoria.
A esta familia ya extinguida, perteneció el obispo don Alfonso del Pozo i Silva,
tío del General del mismo nombre, habiendo sido este sacerdote el primer Chileno
(era natural de Concepción), que llegó a la dignidad de arzobispo, pues desde la
silla episcopal4 de Santiago, fue promovido al arzobispado de Charcas, volviendo
después a la capital de Chile, donde falleció en 1725.
Los buenos antecedentes familiares enumerados, de nada sirvieron al ilustre
y futuro General don José Ignacio Zenteno. Ellos no eran sino simples recuerdos
que pocos conocían. Nació en un hogar pobre pero honorable y tuvo que luchar
solo en el rudo combate de la vida, Si sus antecedentes genealógicos de algo le
sirvieron, fue solamente para conservar la dignidad de su nombre, el respeto por
si mismo y el de sus contemporáneos5.
Es indudable que el General Zenteno, según lo señalan destacados
historiadores, tuvo admirables aptitudes de organizador en la conformación del
Ejército de Los Andes, iguales a las de José de San Martín, aún cuando según
Francisco Antonio Encina, estimó que carecía de la astucia e Iniciativa que el
argentino tenía. Sin embargo concluye este connotado historiador, que “inútilmente
se buscará entre los Chilenos y los argentinos de su época, otro hombre que
hubiera podido reemplazarlo. Baste recordar que en Chile, sólo fue excedido
sesenta y tres años más tarde, por el poderoso cerebro organizador de Rafael
Sotomayor Baeza6.
A Zenteno le correspondió una gloria dificil de igualar, En medio de los avatares
de la lucha contra el monarca español y el peligro que significaba la segunda
invasión de Mariano Osorio, el Director Supremo Bernardo O’Higgins, quiso que
la independencia nacional se proclamase solemnemente y fuera expuesta a la
faz de las naciones y que los ciudadanos prestasen juramento de sostenerla con
sacrificios sin medida. El documento en que consta esta proclama y que debería
ser del conocimiento y veneración de todos nuestros conciudadanos, incluye la
firma de José Ignacio Zenteno y probablemente más de alguna sugerencia suya
4 Silla = cátedra. Dignidad pontificio o episcopal.
5 Apuntes biográficos de José Ignacio Zenteno. Diario “El Ferrocarril”, 1875.
6 Ministro en campaña durante la Guerra del Pacífico.
347
R evista L ibertador O’ higgins
debe haberse incluido en su redacción encargada por O’Higgins al Ministro del
Interior Miguel Zañartu. Además, debe reconocérsela a Zenteno, el mérito de
haber dado a la República nuestra actual bandera.
En el curso de nuestra exposición y para una más completa inteligencia del
importantísimo papel que jugó este esclarecido patriota en la lucha por nuestra
independencia, debemos dejar establecido, que José Ignacio Zenteno Del Pozo,
ocho años menor que O’Higgins, fue su Ministro de Guerra y Marina, admirable
por su generosidad, por sus cualidades humanas y morales ejemplares, de una
rectitud y honestidad a toda prueba, de una laboriosidad incansable y de una
habilidad extraordinaria para atender a la minuciosidad y multiplicidad de una
empresa organizativa. Construyó con tesón e inteligencia, con sus manos y con
su alma, las dos obras cumbres del gobierno de Bernardo O’Higgins: El Ejército y
la Escuadra que hicieron posible la libertad del Perú.
Conocida es la sentencia del Director Supremo del Estado pronunciada
después de Chacabuco: “Este triunfo y cien más, se harán insuficientes si no
dominamos el mar”.
Tarea de titanes fue formar una Escuadra de la nada, preparar y financiar
además una Expedición Libertadora estando las arcas fiscales enflaquecidas
exhaustas. En aquellos azarosos tiempos se pensó, que era una tarea poco
menos que demencial y de dudosa realización para un país pequeño como Chile.
Así lo creyó el propio San Martín, que siempre tuvo más confianza a este aspecto
en el apoyo del gobierno argentino que en el Chileno para acometer y llevar a
feliz término, estas dos magnas empresas libertarías.
Es necesario señalar, que estas colosales tareas fueron obra exclusiva de
O’Higgins como resultado de una voluntad que no titubeó ante las enormes
dificultades financieras. Sin embargo, es justo reconocer el admirable esfuerzo
Realizador de José Ignacio Zenteno, que habiendo sido elemento decisivo en la
Organización del Ejército de Los Andes en Mendoza bajo las órdenes de José
de San Martín, no sólo desplegó la misma eficiente actividad en tan notable
empresa, sino que agregó ahora, aquella invalorable experiencia adquirida, haber
asesorado a O’Higgins inmediatamente después de la victoria de Chacabuco,
cuya mira obsesiva apuntaba a la conquista del Virreinato del Perú, indispensable
para conservar y asegurar la emancipación de Chile.
El periódico “El Duende”, que en la época se publicaba en Santiago, hizo
el siguiente comentario: “La Escuadra se ha formado sobre un cimiento de
imposibles, sin marinos, sin oficiales, sin soldados de marina, sin arsenales, sin
constructores, sin calafates, sin arbitrios, sin auxilio extraño, sin dineros, llenos
de deudas, luchando con las dificultades y venciendo contradicciones de todo el
mundo,... los buques respetables de la nación, se hallan hoy en el mar, pagados
sus antiguos dueños, tripulados, astillados, bien provistos y socorridos por dos
meses”7.
Se insiste, que fueron admirables los esfuerzos que hicieron O’Higgins y
Zenteno para crear la primera Escuadra Nacional, sin más auxilio argentino que
7 “O’Higgins El Libertador”. Jorge lbáñez Vergara- Gráfica San Esteban”. Pag. 154.
348
E dición conmemorativa del B icentenario
el bergantín “intrépido”. No sólo organizaron y sostuvieron el Ejército de tierra
llenando sus bajas y mejorando su armamento sino que lo elevaron de 6.707
hombres con que contaba al 30 de mayo, a 7.447 al 22 de octubre de 1818.
La gran cabeza organizadora de Zenteno que tanto contrasta con la ineptitud de
algunos próceres de la Patria Vieja, había operado el milagro.
La febril actividad del Ministro, asombró a los hombres de su época. San Martín
a mediados de 1817, le escribe a O’Higgins reclamando el retorno de Zenteno, a
Santiago, el que eventualmente se encontraba sirviendo de secretario al Padre
de la Patria en el asedio a Talcahuano: “No puede usted figurarse la falta que
hace Zenteno en ésta. Usted haría un bien si lo enviase i tomando a Arcos por su
secretario. Crea usted mi amigo que el ramo de la guerra necesita un hombre de
la actividad i traba de nuestro amigo”. Pocas semanas después le insiste en los
siguientes términos: “Sin Zenteno no serán muy rápidos los progresos del ejército.
Ya tengo dicho a usted en el correo anterior mi opinión sobre su venida”. Vuelve
San Martín a insistir poco después: “Años se me hace la tardanza de Zenteno. Tal
es la falta que me hace”.
O’Higgins elude enviarlo y le contesta: “Zenteno marcharía ahora mismo,
pero estando ya en vísperas de atacar Talcahuano i teniendo todos los negocios
enteramente entregados a él, me tomaría mucho tiempo el entrar de nuevo a
instruir un nuevo secretario en medio de atenciones tan vastas. Concluido el
enemigo, que espero será muy en breve (Zenteno), volará para ésa.
Y O’Higgins escribía a San Martín en 1818: “Zenteno está gravemente enfermo.
Los trabajos de la Escuadra están por consiguiente paralizados, porque sólo él
tiene los resortes de este arduo negocio”
Confirma la formidable capacidad del Ministro de la Guerra y Marina, el siguiente
recuerdo hecho por O’Higgins en el año 1841. Estando en el puerto de El Callao
la fragata “Chile”, el virtuoso O’Higgins, acrisolado por el destierro y la proximidad
de la muerte debido a su grave enfermedad, se paseaba trémulo y emocionado
sostenido en pie por dos oficiales del buque. Recordaba con entusiasma y ternura
a Chile y sobre todo a los hombres de la independencia y dirigiéndose a los que
le rodeaban les dijo: “recuerden bien las palabras que ahora me oyen: sin don
José Ignacio Zenteno i don Miguel Zañartu, la independencia de Chile, habría
sido imposible en esa época”.
En la interesante obra titulada “El General Zenteno. Apuntes biográficos”,
publicada por el diario “El Ferrocarril” el año 1875, en el número correspondiente
al 31 de agosto, se puede leer lo que sigue, que dará una idea de la actividad
de Zenteno y de su constancia y devoción por servir a la independencia de su
querido Chile: “No es posible, sin fatigar la atención del lector, dar una idea ni
aproximada del movimiento administrativo habido en la Secretaría entregada del
todo a la dirección de Zenteno: baste decir que no hay ninguna exageración al
afirmar que en los archivos que aún se conservan, existen por lo menos, diez mil
firmas que dice: “José Ignacio Zenteno” al pie de los decretos, notas, circulares,
instrucciones y demás piezas oficiales desde el año 1817 hasta fines del año 21.
Sería tarea ingrata y abrumadora, hacer desfilar con orden y método, esa serie
inmensa de grandes medidas y de pequeños detalles”.
349
R evista L ibertador O’ higgins
El templado valor, la honestidad y probidad del Ministro Zenteno, quedan
reflejados en las siguientes instrucciones de carácter reservado que impartió al
capitán de la Fragata “Lautaro”:
“Por punto general, no vacilará en atacar toda fuerza enemiga a menos que no
sea superior a la suya y que no haya probabilidad de triunfo pero, empeñado el
combate, clavará de firme él mismo su bandera. No hay medio, entre una muerte
gloriosa y la ignominiosa que espera a nuestra oficialidad y tropa si son rendidos.
Hacer volar el buque, es el único que le prescribe el honor nacional y les impone
el Gobierno”.
A continuación se lee: “El Gobierno está íntimamente persuadido del honor y
delicadeza que caracterizan al Jefe y Oficialidad de la Escuadra pero, en obsequio
de ese honor mismo, quiere dictarles una regla fija sobre la conducta que deben
observar con las presas que hicieren, en los términos siguientes: Inmediatamente
después de rendido el buque apresado, se procederá al examen y reconocimiento
de todos los papeles, efectos, cargamento, armamento y municiones y se formará
el inventario de todos ellos por el contador del buque apresador, a presencia del
capitán apresado y del oficial que se designare por cabo de presa, firmando los
tres. Esta operación practicada, se pondrán en seguida los sellos en las arcas,
baúles, escotillas, camarotes y demás parajes del buque donde se encierren
efectos, dejando una copia legalizada del inventario en poder del Comandante
en Jefe y el original, igualmente que los papeles de a bordo, sellados en la forma
indicada y rotulados a mi Secretario del Ministerio de Marina, serán entregados al
oficial encargado de la presa, bajo la más grave responsabilidad si se observara
la menor fractura y se dirigirán a dicho Ministerio”.
“Precaución reservadas si por algún evento hiciese algún buque señal de motín,
inmediatamente se pondrán los demás al alcance de sus fuegos y mandarán sus
esquifes8 prevenidos de gente armada y de ningún modo se retirarán a sus bordos
hasta que queden bien satisfechos de la pacificación los Oficiales que vayan a
esta diligencia”.
Uno de los sacrificios personales que Zenteno hizo durante su lucha por la
independencia, se encuentra en el relato que por boca de sus hijos se conoce.
Según ellos, una tarde del verano de 1814, se paseaba San Martín pensativo y
preocupado por las afueras de la ciudad de Mendoza de la cual era Gobernador y
notando que un hombre seco de carnes, pálido pero decentemente vestido, estaba
techando un humilde rancho a la orilla del camino, preguntó por su nombre. Le
contestaron ser el Chileno José Ignacio Zenteno, que se construía por sus propias
manos, un techo para vivir. San Martín, que tenía mirada de águila para calar a
los hombres, comprendió de inmediato la calidad moral de aquel emigrado, que
nada tenía y nada pedía. Conversó brevemente con él y desde aquella tarde,
el “filósofo”, nombre familiar y cariñoso con el cual San Martín llamó después a
Zenteno, lo incorporó prontamente al Ejército de Los Andes como su secretario
particular.
Otro episodio en la sacrificada vida de tan preclaro patriota, organizador
magnífico del Ejército y de la Escuadra Libertadora, se desarrolla en Lima el año
8 Esquife: bote pequeño.
350
E dición conmemorativa del B icentenario
1827. Ha caído en desgracia ante las autoridades de la época por su amistad
con O’Higgins y “Chile le ha dado su pago”. En su destierro, no tiene un pan que
comer y “su amado jefe” (este es el título con que nombra al Padre de la Patria
en todas sus cartas), se encuentra en su hacienda de Montalbán, en el valle de
Cañete, cuarenta leguas al sur de Lima, cultivando unas cuantas fanegadas de
caña de azúcar para pagar a sus acreedores y compartir un escaso pan con su
madre, su hermana Rosita y su hijo Demetrio. Zenteno le escribe y le pide a su ex
Jefe un poco de ese pan. En realidad lo único que le pide es un puesto de trabajo
para labrar la tierra. Una carta revela la monstruosa verdad de su abandono:
“Lima, febrero 22 de 1827. Mucho menos creo abatir con esto, la clase de rango
a que antes he pertenecido: al contrario, anhelo el trabajo por no prostituirme y
porque no prostituiré mis destinos públicos, necesito hoy de trabajar para vivir
con honra. Yo apelo a la noble filosofía con que usted desde la silla suprema
de una República que usted sólo había hecho célebre y poderosa, vino a servir
a las órdenes de un jefe que en celebridad y méritos no podía entonces igualar
a usted. Es cierto que usted servía a la Patria, pues yo pretendo servirme a
mi mismo con la circunstancia de que trato de hacerlo a la sombra y bajo los
auspicios de mi antiguo general. Debo confesar a usted, que mi amor propio se
resiente con la idea de que agotados mis pocos recursos, me voy a ver un día en
la necesidad de servir bajo la dependencia de un comerciante o de cualquier otro
extraño. Tampoco quiero sueldo, sino aquellas ventajas o facilidades que fuera de
él, prestan las haciendas a los administradores.
Una palabrita más, con la franqueza de amigo. Me figuro a usted al leer ésta,
revistiéndose de su innata bondad e indescible delicadeza y tomar la pluma
para contestarme ofreciéndome su mesa, hacienda, etc. etc. pero no en clase
de administrador. Pues bien, mi General: hablaremos a lo soldado. Yo admiro
la magnitud de la generosidad de usted. Infinitos otros con menos títulos a su
amistad que yo, publican sus muchas liberalidades, pero yo no soy calculador
para vivir a costa ajena. Libre por carácter y principios, sólo quiero depender de
mi trabajo y porque creo que aplicándolo a su hacienda, puede ser útil a usted y a
mí, es que me tomo la confianza de ofrecérselo; en otro sentido me abstendría de
abusar de su amistad. José Ignacio Zenteno”.
La petición de trabajo y amparo que formula Zenteno es mano devuelta, pues
cuando O’Higgins después de abdicar en el año 1823 se traslada a Valparaíso
para viajar al ostracismo, le pide albergue a su ex secretario, entrañable amigo
y gobernador en esa ciudad, con la siguiente y explícita nota: “Señor don J.I.
Zenteno: Mi amigo amado: sin clase ninguna de cumplimiento, pienso entrar
temprano hoy por la mañana, a cualquier rincón que usted me señale; se que no
hay casa y puede servir algún rancho, arsenal o barraca de vela. Es un soldado
a quien usted recibe, con cinco oficiales y 40 guías9 que quedan. Su siempre y
siempre amigo. S. S. Bernardo O’Higgins. Febrero 6, cuatro de la mañana en Las
Peñuelas”.
Zenteno lo hospedó en su casa y compartió con él su techo, pan y fortuna,
al igual como lo hemos relatado, lo hizo el Padre de la Patria en Lima cuatro
años más tarde. Las amarguras de la proscripción y la recompensa a sus fatigas,
9 Escolta que acompañó a Bernardo O’Higgins a Valparaíso una vez que abdicó.
351
R evista L ibertador O’ higgins
estrecharon en el infortunio, los lazos de sincera amistad que siempre unieron a
Bernardo O’Higgins y a José Ignacio Zenteno.
Otro episodio ingrato que tuvo que soportar Zenteno estando exiliado en Lima,
fue la falsa noticia de su muerte, que la familia de este prócer recibió en Santiago,
Presurosamente para desvirtuar esa infamia, O’Higgins le escribe a su esposa, la
cariñosa carta que transcribimos:
“Sra. D°. Pepita Gana de Zenteno. Mí amada comadrita y respetable señorita:
Rumores indiscretas que me produjeron días de amargura i de enfermedad, veo
por su apreciable de 1° de esta fecha, que atravesaron el Pacífico con la velocidad
suficiente para herir el alma de una esposa sensible. ¡Ojalá hubiera podido ser
el primero en restituirle el consuelo i el reposo que merece, comunicándole el
suceso funesto que dio margen al falso rumor!, pero hasta el regreso de mi amigo
el General Zenteno a Lima, no se pudo esclarecer la verdad. Gracias a Dios,
él vive y trabaja con la honradez que le es característica para el sostén de sus
obligaciones i recupera el tiempo perdido en servir a una afrentosa ingratitud,
que le ha robado de su espada, del sudor de su frente en diez y seis años de
sacrificios i aún del suelo mismo que te dio naturaleza. Sí, apreciable señorita.
El vive como un verdadero amigo mío, para su Patria, para la dicha de usted y
consuelo de quien con las más respetuosas consideraciones de aprecio y afecto,
es siempre su más obediente servidor. (fdo) Bernardo O’Higgins. P.D. Mi señora
madre i hermana ansiaban saber de usted. Mas recibirán un grande placer ahora
que les comunico las expresiones que usted me encarga, como yo igualmente
suplico a usted las de a mi ahijadita que ya estará grande”.
Refrendando los términos de esta carta, O’Higgins, le escribe a un amigo
residente en Santiago: “Zenteno vive para consuelo de sus hijos i de su patria i
para eterno baldón y verguenza de las más oprobiosa ingratitud”.
De regreso a Chile después de tres años de ausencia, la primera diligencia
de Zenteno, fue exigir que se juzgara su conducta por un Consejo de Guerra
y el esclarecido general fue absuelto de todo cargo obteniendo un voto de
indemnidad. Revindicado, en abril de 1831, desempeñó el puesto de Comandante
General de Armas e Inspector General del Ejército. Más tarde, fue miembro de
la comisión nombrada para organizar la Guardia Nacional siendo a la vez, uno
de los fundadores de la Sociedad Nacional de Agricultura. Además, durante su
fructífera vida al servicio de la nación, desempeñó los cargos de Ministro de la
Corte de Apelaciones en la Sala Marcial, diputado por Santiago y vicepresidente
de la Cámara.
El 16 de julio de 1847, después de haber servido a su Patria con sublime
abnegación, con honradez sin tacha, con probidad y con rara elevación de
espíritu, entregó su alma a Dios y sus actos, al severo juicio de la historia.
Con motivo de su muerte, el Presidente de la República, con Manuel Bulnes,
por intermedio de su Secretario, le escribe a la viuda de este gran patriota:
Santiago, julio 29 de 1847.
Señora Josefa Gana de Zenteno:
352
E dición conmemorativa del B icentenario
El fallecimiento del General don José Ignacio Zenteno, ha causado en el
ánimo de S.E. el Presidente un profundo dolor, y respetando el de usted por
tan irreparable pérdida, ha postergado hasta ahora la manifestación que me ha
ordenado le haga en nombre del vivo interés que le inspira la situación a que la
reduce este triste acontecimiento,
El General Zenteno, como esposo i como padre, ha dejado una familia
respetable entregada a la desolación, pero también a la Patria. La Patria a quien
por tan largo tiempo i tan eficazmente sirvió, lamenta la pérdida de un hijo que
fue el alma de gloriosas empresas. El ejemplo que ha legado a sus compatriotas
de las virtudes cívicas que lo distinguieron, continuará produciendo el bien que
con tanta constancia y desprendimiento procuró i en él vivirá perpetuamente su
memoria. Esta consideración sirve de lenitivo al pesar de S. E. i confía que servirá
también al que usted experimenta. (fdo) Manuel Camilo Vial.
P. D. Al expresar los sentimientos de S. E., el Presidente, me es mui honroso i
lisonjero unir los que me inspira particularmente el propio motivo.
(Fdo)Manuel Camilo Vial.
A Zenteno se le califica como una de las más notables e ilustres personalidades
de la lucha por nuestra independencia. Serio por naturaleza y filósofo en la
alta significación de esta palabra. Tranquilo, reservado, prudente, abnegado y
modesto, tenía el severo y austero patriotismo de los antiguos patricios romanos.
Hombre de orden y de ley, puso al servicio de su país y de las nacientes
instituciones, todo el genio del estadista y todo el ardor del soldado. Administrador
inteligente, tuvo todas las dotes y la capacidad necesaria para no dejar obras sin
concluir. Valor, honradez y patriotismo, es el mejor epitafio que debería inscribirse
en la lápida de su sepulcro.
Secretario del General San Martín, cuando éste organizaba en Mendoza
el ejército que dio la libertad a Chile, Ministro de Guerra y Marina del Director
Supremo O’Higgins cuando éste creaba el Ejército y la Escuadra para afianzar
nuestra independencia, para dominar el océano Pacífico y liberar al Perú del
yugo español, fue este ilustre Chileno desde 1816 hasta 1821, el más leal, el
más inteligente y el más laborioso cooperador en estos trabajos que dieron por
resultado las victorias más sorprendentes y trascendentales de la emancipación
hispano-americana.
El ilustre ministro, cuya actividad prodigiosa no conoció obstáculos ni
dificultades, ni decayó un solo día, no dejó el gobierno sino cuando la bandera
tricolor que él mismo había dado a la Patria, dejó libre de enemigos extranjeros el
suelo de Chile y flameaba victoriosa en el Palacio Pizarro de Lima.
Al lado de los nombres de O’Higgins y San Martín, que aparecen como líderes
de aquellas heroicas empresas, la historia coloca con razón el de José Ignacio
Zenteno, que compartió con ellos todos los desvelos y fatigas de la lucha por la
libertad de Chile y América y con ellos también merece compartir la veneración de
su memoria y el pedestal de la gloria.
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R evista L ibertador O’ higgins
Bibliografía:
Recopilación de documentos históricos y artículos de prensa publicados
con ocasión del centenario del nacimiento de José Ignacio Zenteno. “La
Época”.1886
“Historia de Chile”. Francisco Antonio Encina:
“O’Higgins el Libertador”. Jorge lbáñez Vergara.
“Vida del capítán General don Bernardo O’Higgins”. Benjamín Vicuña
Mackenna.
Editorial del Pacífico 1976.
“Bernardo O’Higgins. El buen genio de América”. Luís Valencia Avaria. Editorial
Universitaria. 1980.
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E dición conmemorativa del B icentenario
BERNARDO O’HIGGINS, LORD COCHRANE
Y “EL MAR DE CHILE”
Jorge Iturriaga Moreira1
Al conmemorar el natalicio de Bernardo O’Higgins Riquelme, el 20 de agosto de
cada año, a lo largo de todo el país se efectúan ceremonias y homenajes en que
se resaltan la personalidad y las variadas actividades que distinguieron la brillante
vida del Libertador. Su destacada vida y la época que le correspondió vivir, nos
lleva a recordar aquellos pasajes que forjaron el carácter de aquel hombre notable,
a quien Chile le debe su libertad y la creación de la mayoría de las instituciones
republicanas que nos rigen hasta el día de hoy. La educación lejos de sus padres,
sus viajes y la afición por las artes, le dieron una rica experiencia y una captación
cabal del mundo. Posteriormente, su nutrida vida cívica como alcalde de Chillán,
delegado de la Laja, agricultor, diputado del primer Congreso Nacional y militar, le
prepararon para asumir la gran responsabilidad de ser el primer gobe

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