42 RESUMEN El cultivo de la vid se desarrolló temprano en los

Transcripción

42 RESUMEN El cultivo de la vid se desarrolló temprano en los
RESUMEN
El cultivo de la vid se desarrolló temprano en los llanos costeros y en los valles medios de las
vertientes occidentales andinas cuyas características de clima y suelo eran propicios. Españoles y criollos habían hecho caso omiso de las ordenanzas reales y virreinales que trataron inútilmente de limitar este cultivo y la producción de vinos locales que competían con los importados de España.
En la zona de la que trata este trabajo – Pisco, Ica y Nasca- por un tiempo relativamente breve
incluso los señores indígenas locales que todavía eran “ricos” y poseían tierras se dedicaron con
éxito a plantar viñas y a producir vino, y hasta hubo “indios naturales” que se habían dedicado
a esta actividad, aunque estos últimos fueron obligados a desistir después de pocos años.
En la última década del siglo XVI y las primeras del siglo XVII muchas de las propiedades de
los señores indígenas de segunda y tercera generación se transfirieron a españoles y criollos
por ventas o, en numerosos casos, por donaciones o disposiciones testamentarias a diversas
órdenes religiosas establecidas en el Perú. He citado aquí como ejemplo algunos de estos
casos que favorecieron a la Compañía de Jesús
Parte de mi investigación está dedicada a cuán rápida fue la multiplicación de los viñedos en los
valles y llanos de Pisco, Ica y Nasca, a las técnicas de plantío, a los cuidados de las vides así como
se practicaban entonces, y a cómo se vendimiaba. La mano de obra necesaria para todas estas
tareas estaba a cargo de esclavos que era necesario importar en número creciente. Quienes se
dedicaban a la fabricación de los recipientes indispensables para guardar y transportar el vino
por tierra o por mar eran más bien artesanos libres, muy solicitados y bien remunerados.
Las alteraciones naturales como erupciones volcánicas, terremotos y maremotos que se produjeron recurrentemente a lo largo y ancho de una vasta zona del territorio del Perú de entonces,
desde fines del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XVIII, afectaron duramente a los viñedos y
bodegas causando la pérdida de cosechas que fueron registradas en apenas una mínima parte.
Palabras claves:
Viñas y vino – Perú, siglos XVI y XVII – Cultivo de viñas – Compañía de Jesús
ABSTRACT
The cultivation of vineyards developed early in the coastal plains and middle valleys of the
occidental slope of the Andes, where weather and soil were favorable. Spanish and creoles
disregarded the royal and viceroyalty decrees which vainly tried to limit this crop and the
production of local wines because they were a competition for the Spanish imported wines.
This article is about an area –Pisco, Ica, and Nasca- where for a relatively brief time local indigenous
lords, who were still “rich” and owned land, successfully dedicated to the cultivation of vineyards
and the production of wines. There were also “indios naturales” (“common Indians”) dedicated
to this activity, even though they were compelled to leave this activity after a few years.
During the last decade of the XVI century and the first decades of the XVII century, many of
the properties of the indigenous lords of the second and third generations, were transferred to
Spanish and creoles. This was done through sales or, in numerous cases, through donations or
execution of wills in favor of different religious orders that were established in this area. I
have cited some cases of donations which favored the Company of Jesus (Jesuits).
Part of my research has been dedicated to the fast multiplication of vineyards in the valleys
and plains of Pisco, Ica, and Nasca, to the planting techniques, to the special care in the
cultivation of grapes as well as to how the harvest was done. All the labor needed for these
tasks were in charge of slaves that were imported in great numbers. Free artisans were the
most valued and were well paid and they were in charge of the fabrication of the containers for
keeping and transporting wine by land and sea.
From the end of the XVI century until well into the XVIII century, in vast parts of the Peruvian
territory, there were recurrent natural disasters. Volcanic eruptions, earthquakes and tsunamis greatly
affected the vineyards and wine cellars causing the loss of crops which were not properly registered.
Key words:
Vineyards and wine – Peru: XVI and XVII centuries – Cultivation of Vineyards - Society of Jesus
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Revista UNIVERSUM
.
Nº 21
.
Vol. 2
.
2006
.
Universidad de Talca
La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
Ana María Soldi
Pp. 42 a 61
LA VID Y EL VINO EN LA COSTA CENTRAL DEL PERÚ,
SIGLOS XVI Y XVII
Ana María Soldi (*)
“La planta más provechosa y necesaria
que los españoles han traído y plantado
en este Nuevo Mundo es la vid...”
Bernabé Cobo. L. X. Cap. XIII
INTRODUCCIÓN
Los españoles que invadieron el Perú en el siglo XVI, muy temprano se dieron
cuenta que en algunas partes del territorio que iban ocupando podían cultivar las
plantas cuyos productos les hacía más falta, el trigo y la vid entre las principales. Las
noticias que recogieron los cronistas acerca de los lugares adonde se plantaron los
primeros sarmientos de las vides no siempre concuerdan; el hecho es que la vid se
aclimató rápidamente en la región costera donde encontró el ambiente más propicio.
En los valles de Pisco, Ica y Nasca la población nativa había sufrido las consecuencias de las guerras civiles que siguieron a la conquista y buena parte de las
tierras de cultivo se encontraban abandonadas. Sin embargo, unos cuantos señores
indígenas controlaban todavía considerables extensiones de tierra que habían pertenecido a sus antepasados y disponían de sus “indios” que las cultivaban. Entre los
años 1570 y 1590 los testamentos y las transacciones de algunos de estos señores dan
cuenta de las viñas que habían plantado y de su producción en mosto y en vino.
(*)
Doctora en Química Pura por la Universidad de Génova, Italia y Miembro del Instituto Riva Agüero de la
Pontificia Universidad Católica del Perú.
Artículo recibido el 27 de febrero de 2006. Aceptado por el Comité Editorial el 24 de marzo de 2006.
Correo electrónico: [email protected]
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Ana María Soldi
A fines del siglo XVI y durante el XVII algunas órdenes religiosas recibieron en
donación o heredaron tierras y viñedos que habían pertenecido a los señores indígenas; la Compañía de Jesús fue la más favorecida.
También los “indios naturales y de comunidad” habían plantado viñas, producían mosto y lo vendían. Pronto estos pequeños y medianos viñedos despertaron la
codicia de algunos españoles quienes vieron la manera de apoderarse de ellos. La
política de “reducciones” que se implementó durante el virreinato de Francisco de
Toledo fue la que terminó con todas estas propiedades.
En esos años todavía se importaba vino de España, pero su precio era tan elevado que muy pocos podían permitirse el lujo de consumirlo. Cuando la producción
de vino local fue creciendo y comenzaba a amenazar la importación llegaron de
España unas Ordenanzas Reales que prohibían plantar vides y producir vino. Sin
embargo, los funcionarios virreinales no pudieron hacerlas cumplir y tuvieron que
limitarse a gravar con impuestos la producción local.
Las vides se plantaban de manera parecida a las de España y necesitaban las
mismas labores estacionales; sólo los fertilizantes eran diferentes, ya que según las
regiones se utilizaba guano de las islas o las hojas descompuestas de los algarrobos.
Se vendimiaba entre marzo y abril.
Debido a la drástica disminución de la población indígena hubo que recurrir a
la importación de esclavos para emplearlos en los múltiples trabajos que exigían las
viñas a lo largo de todo el año y después en la elaboración del mosto y de los vinos.
Fueron en su mayoría negros y pronto se revelaron muy hábiles en todas las tareas,
desde las más sencillas hasta las más exigentes. Su número fue aumentando conforme crecía la extensión de los viñedos, la producción de vino y las posibilidades económicas de los viticultores, ya que aquellos que demostraban ser especialmente diestros tenían un valor muy alto.
La producción crecía rápidamente y en proporción inversa bajaron los precios
hasta que se mantuvieron bastante estables por un tiempo. En la región objeto de
este estudio, entre fines del siglo XVI y mitad del XVII, el mosto valía aproximadamente un peso cada arroba y el vino entre tres y cuatro pesos. El mosto entre los
indígenas y el vino entre los españoles, servían como equivalentes para las más diversas transacciones.
También crecía la demanda de recipientes en que envasar, guardar y transportar mostos y vinos. La mayor parte se almacenaba en botijas de barro de diferentes
capacidades según los usos a los que se destinaban. Los “botijeros”, mayormente
mestizos y criollos, eran muy solicitados, mejor remunerados y algunos de ellos
alcanzaron cierto prestigio.
El transporte del vino desde los lugares de producción hasta las zonas de consumo en el altiplano se hacía en caravanas de llamas y envasado en odres de piel de
cabra. El que iba a ser transportado por mar desde las bodegas de Pisco e Ica se
acopiaba primero en el puerto de La Magdalena de Pisco y desde allí navegaba
hacia los grandes depósitos del puerto del Callao. Otras cantidades se encaminaban
hacia el sur, al puerto de Arica, desde donde seguían tierra adentro hacia los gran-
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La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
des centros mineros de la sierra sur.
Los cronistas que he consultado para el siglo XVI y principios del XVII describieron y comentaron algunos de los desastres naturales que asolaron toda la zona
del centro y sur del Perú en esa época. De los fenómenos telúricos que siguieron
después y por más de un siglo encontré noticias en otras fuentes. Murió mucha
gente, se derrumbaron edificaciones y fueron gravemente afectados viñedos y bodegas. Se perdieron cosechas enteras pero se siguieron plantando viñas y se volvió a
producir vino, aunque en cantidades menores que en el pasado.
ANTECEDENTES
Poco después de la llegada de los invasores europeos comenzó en el Perú una
época de turbulencia interna que duró casi ininterrumpidamente algo más de tres
décadas.
Apenas sofocada una gran rebelión indígena que se extendió por casi todo el
territorio (1536–1537), se agravó el enfrentamiento entre Francisco Pizarro y Diego
de Almagro, debido en gran parte a la discordia respecto de la delimitación de sus
respectivas gobernaciones. Así fue como se desató la primera guerra civil entre los
partidarios de ambos ex-socios y rivales. Derrotado y asesinado Diego de Almagro
en 1538, los almagristas asesinaron a Francisco Pizarro en 1541, y encabezados por
el hijo de Almagro llegaron a tomar el control de la zona en conflicto, hasta que
fueron derrotados por el Gobernador Vaca de Castro en 1542.
Sólo dos años después Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, levantado en
armas en contra del primer Virrey del Perú, Blasco Nuñez de Vela, desbarató las
fuerzas leales y mató al Virrey en 1546. Al año siguiente, en vista de la grave situación, la Corona envió al Perú al Licenciado don Pedro de la Gasca como Presidente
de la Real Audiencia y con autoridad para gobernar. Después de reunir un poderoso
contingente, logró la rendición de Gonzalo Pizarro y lo hizo ejecutar en 1548.
Gasca, también llamado “el Pacificador”, no logró apaciguar del todo los ánimos inquietos y rebeldes, ya que el período conocido como el de las “guerras civiles” sólo terminó en 1554 con la derrota y muerte de Francisco Hernández Girón,
quien se había sublevado en contra de la Real Audiencia. Sólo después de veinte
años de zozobras, el Perú tuvo un Virrey que pudo gobernar en paz: Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete (1556–1561).
Aunque parece contradictorio, se puede constatar que durante los conflictos
internos y al margen de ellos, en el Perú hubo un desarrollo espontáneo de la sociedad y de la economía. En un principio los “frutos de la tierra” proporcionaron a los
invasores los alimentos básicos, pero definitivamente les hacía mucha falta el trigo
para el pan y la uva para el vino. Harina y vino se importaban a precios muy elevados, en cantidades insuficientes y en condiciones precarias.
En cuanto al trigo, entre la tradición y la historia aparecen unas “señoras principales” que se disputaban el honor de haber introducido el trigo al Perú. Escribiendo
a principios del siglo XVII el cronista Bernabé Cobo resalta la figura de doña Inés
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Ana María Soldi
Muñoz como “la primera mujer que vino al Perú... y fue la que trajo el trigo a esta
tierra”1.
Otra mujer que se adjudicaba este honor era Beatriz, una esclava morisca que
trajo al Perú el Veedor García de Salcedo, quien finalmente se casó con ella. En su
tiempo, Beatriz llegó a ser una de las grandes señoras del Perú, aunque nunca logró
lucir el título de “doña”2.
La historia era generalmente la misma: unos granos de trigo encontrados en un
costal de harina o de arroz traídos de ultramar y que, sembrados, germinaron y
desarrollaron las primeras espigas. El hecho fue que rápidamente se difundió el
cultivo de este cereal que hacía tanta falta, y en 1549 ya se habían construido en
Lima dos molinos. Cobo dice que “para haber ya cantidad de trigo para vender, el
Cabildo señaló el precio que había que llevar por la molienda: por cada hanega de
trigo tres almudes de molienda y a real la libra de pan“3. A fines de la década de
1530, por lo menos en Lima, ya se producía pan pero se seguía importando vino, y
era urgente ensayar el cultivo de las vides.
Desde muy temprano los españoles se percataron de las condiciones del clima y
de los terrenos de los llanos así como de las zonas más bajas de los valles costeros, se
prestaban muy bien para el cultivo de las vides, pero ¿cuándo y cómo llegaron al
Perú? Los autores discrepan y sabemos que antes de 1550 había vides plantadas en
las zonas más bajas de algunos valles de la costa y según Cobo en 1551 se vendieron
–y muy caras– las primeras uvas en Lima4.
Entre los cronistas que llegaron primero al Perú, los que ofrecen noticias más
interesantes son Agustín de Zárate y Pedro Cieza de León. Zárate llegó al Perú en
1543 como Contador de Mercedes del Emperador acompañando al Virrey Nuñez de
Vela Cuando asomaba la rebelión de Gonzalo Pizarro Zárate, en cumplimiento de
sus funciones, recorrió los llanos del Perú donde vio que “dánse muy bien todo
fruto de Castilla y aún de uva hubiera abundancia si las alteraciones de la tierra
hubieran dado lugar, porque algunas (vides) han nascido que se pusieron de granos
de pasas...”5. Leyendo a Cieza parece que el cultivo de vid se logró muy pronto y en
abundancia en los valles y llanos de la costa norte que habían sufrido menos las
«alteraciones de la tierra”, mientras la región al sur de Lima, entre Chincha y Nasca
había sido escenario de numerosos episodios de las guerras civiles con sus secuelas
de destrucción de parte de la población indígena y abandono de grandes extensiones de tierra6.
1
Cobo, B. Historia del Nuevo Mundo. Biblioteca de Autores Españoles. Edición Atlas. Madrid 1964. T. I p. 431.
2
Lockhart, J. El mundo hispanoperuano 1532–1560. Fondo de Cultura Económica. México 1968. p.253.
3
Cobo, B. Op. cit. T. I pp. 406-407.
4
Cobo, B. Op. cit. T.I. p.392.
5
Zárate, A. de: Historia del descubrimiento y conquista del Perú. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial
Atlas. Madrid 1947. Tomo XXVI. p. 467.
6
Fernández, D. Historia del Perú. Biblioteca de Autores Españoles Tomo CLXIV. Madrid 1963. Primera y Segunda Parte pp.380–384.
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La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
Cieza acompañó a Pedro de la Gasca en su expedición contra los Pizarro (15471550), y precisa que pasó por Pacasmayo en setiembre de 1548. Podemos seguir su
recorrido “por los llanos” de norte a sur y tomar nota de sus observaciones. Desde
San Miguel de Piura hasta Lima encontró que “en muchos de estos valles hay grandes viñas. Hasta agora no se ha hecho vino y por esto no se puede verificar que tal
será...”7.
En los alrededores de Lima Cieza vio algunas viñas, pero siguiendo hacia el sur
no menciona otras hasta Chincha donde observa que “se crían los sarmientos que
han plantado”. Para Ica no hay mayores comentarios antes de emprender entre grandes espesuras de algarrobos el largo camino hacia los valles de La Nasca “donde se
ha plantado en uno de ellos gran cantidad de cañaverales dulces de donde se saca
mucha azúcar”8.
Ahora podemos preguntarnos quiénes plantaron esas “grandes viñas”. En 1550
se reunió en Valladolid una Junta en la que se debatió la conveniencia de otorgar “en
perpetuidad” los Repartimientos de que gozaban los Encomenderos. Entre los que
se declararon a favor estuvo Bernal Díaz del Castillo, quien argumentaba que los
Encomenderos “se perpetuarían mucho más en poner heredades de viñas y sementeras”. Una década después Juan de Matienzo, Oidor de la Real Audiencia desde
1561, opinaba que “los dueños de las chacras sean favorecidos, pues son los que
conservan la tierra... Muchos caballeros han dado en tener chacras y heredades. Algunos plantan viñas y hacen vino aunque no es tan bueno que se pueda añejar; más
podría ser, andando el tiempo, sea bueno”9.
Mientras tanto, en los alrededores de la recién fundada Lima ya había vecinos
que habían tomado la iniciativa, aunque en pequeña escala. En 1546 un pequeño
Encomendero del valle del Chillón había contratado a un español para que plantara
en su chacra trigo, maíz, algunos árboles frutales y unos cientos de parras.
En 1552, no muy lejos de Lima, unos vecinos habían contratado a un administrador para su chacra, donde ya había árboles frutales y una viña.
En 1574, en el valle del Rímac, fue vendida otra chacra que tenía una viña, una
prensa de uva, unas cuantas botijas para guardar vino y tres esclavos10. En estos
casos se trataría de algunos españoles quienes, al no haber sido favorecidos con una
recompensa importante por sus servicios, habían recibido de los representantes locales de la Corona un solar y unas fanegadas de tierra en calidad de “mercedes”.
7
Cieza de León, P. La Crónica del Perú. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1963. T. XXVI
p. 448.
8
Cieza de León, P. Op. cit. pp.424–425
9
Matienzo, J. de: Gobierno del Perú. T. XI Travaux, Institut Francais D‘Etudes Andines. Lima – Paris. 1967. pp.
272–273
10
Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Protocolos Notariales. Pedro de Salinas 1546-47. ff 134-135.
AGN. Protocolos Notariales. Diego Gutiérrez, ff 196-198.
AGN. Protocolos Notariales. Juan de Morales, 1572-1577 ff 196-198
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Ana María Soldi
VIÑAS DE LOS SEÑORES INDÍGENAS
En la época que nos ocupa los indígenas también habían comenzado a plantar
sus viñas y en primer lugar los señores, caciques y curacas de importantes y antiguos linajes locales de Ica, Pisco y Nasca donde todavía mantenían el control de
considerables extensiones de tierras fértiles y del trabajo de “sus indios”.
En 1561, al otorgar su testamento, don Hernando Anicama, cacique principal
de Urin Ica declaraba tener “en el pago de San Martín su viña de Tipso” cuyo fruto
debía ser distribuido en tres partes, una de ellas para instituir una Capellanía. En
1571 fue interrogado don Pedro Tizcancho, indio ladino de la misma parcialidad
quien declaró haber tenido a su cargo los frutos de parte de la herencia “después
que murió don Hernando Anicama... el cual mostró un quipo e dijo que hera la
cuenta y razón de lo que ha cojido della.”11
En 1569 don García Nanasca, cacique principal del valle de La Nasca dispuso
en su testamento que de la Viña Grande (que poseía) se hiciera tres partes,”dos de
ellas mando que sean para mis indios y con estas condiciones se las dejo por restitución por quanto la hicieron y labraron... y de la renta de una de ellas se saquen 500
pesos para los pobres de las parcialidades de...”12
En 1577 don Francisco Maylla, uno de los caciques de Palpa, declaró tener 1550
parras de 10 años de edad en unas heredadas situadas a una legua de distancia del
Pueblo del Ingenio, donde “se cojen 200 botijas de mosto...”13
En 1582 don Andrés Mukaywate y su esposa de la parcialidad de Urin Ica vendieron a un vecino de Ica 3.000 plantas de vid plantadas en la tierra de Ucaña y el
mismo año don Alonso Waman Aquije, otro cacique de Urin Ica se obligaba a pagar
a don Juan de Herrero “100 pesos de a 9 reales y 100 arrobas de mosto”14
Asimismo, en 1582 doña Beatriz Illaynachi, hija de uno de los caciques de Urin
Ica, pedía “se mande hacer una provisión” sobre la cosecha de vino recibida de su
padre en ocasión de su matrimonio, y el mismo año don García Nanasca (hijo) y
esposo de Beatriz firmaba en Ica una carta de cobro de un año de arrendamiento de
una “chacra de uva” por 1.300 pesos de plata corriente de nueve reales.15
En 1589 don Domingo Sullca Changalla, cacique de Anan Ica reconocía deber a
su sastre Fernando de Aguirre la suma de 430 pesos corrientes y para pagarle ofrecía
en prenda su chacra y pagaría el equivalente de la deuda con mosto que iba a producir “según el precio que valiera el mosto en esta villa”16
11
AGN Compañía de Jesús. Títulos de propiedad. Leg. 26.
12
AGN Derecho Indígena. Legajo 1. Cuaderno 616.
13
Archivo Arzobispal de Lima (en adelante AAL). Sección Curatos. Siglo XVI.
14
AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1582.
15
AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1562.
16
AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1589. Los cuatro últimos documentos fueron citados también por García Rossel, A. Caciques y Templos de Ica 1954.
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La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
¿Cómo pasaron a manos de españoles estas y otras tierras en las que los mismos
indígenas ya estaban recogiendo los frutos de las plantas importadas por los invasores? Hubo muchas circunstancias que favorecieron este fenómeno y en primer lugar
la dramática baja demográfica de esos tiempos durante los cuales los mismos caciques vendieron tierras a título personal por no tener como cultivarlas y alegando de
que habían pertenecido a sus antepasados o tierras de comunidades abandonadas
por sus antiguos habitantes. También se registraron transferencias de propiedad vía
matrimonios. Keith (p.114) cita el caso de don Alonso Waman Aquije, cacique principal de Urin Ica quien casó a una de sus hijas con el nieto de un encomendero
asignándole en dote parte de sus tierras17.
VIÑAS DE LOS JESUITAS
Desde los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII numerosos señores
indígenas ya convertidos y “doctrinados” donaron o legaron sus bienes a diversas
órdenes religiosas para la institución de Capellanías, construcción de iglesias, conventos o colegios. En esta ocasión sólo me referiré a las haciendas de viñas de los
valles de Pisco, Ica y Nasca que fueron donadas a la Compañía de Jesús.
Los Jesuitas que llegaron al Perú a fines del siglo XVI dedicaron los primeros
años de su estadía a la evangelización de los indígenas y a la predicación de la doctrina cristiana, pero muy pronto dirigieron sus mayores esfuerzos a la enseñanza a
través de colegios que poco a poco fueron construyendo en las villas que se estaban
poblando rápidamente. La fundación de los colegios era auspiciada por personajes
locales acaudalados que donaban a la Compañía de Jesús sus a veces muy valiosos
bienes.
En la cuenca del Río Grande de Nasca una de las más importantes haciendas de
viña que tuvieron los Jesuitas fue San José. Su historia comenzó en 1546 cuando dos
de los más importantes curacas del valle del Kollao vendieron a un español llamado
Pedro Gutiérrez todo el valle “desde la naciente del río hasta el Tambo viejo del
Inca” Poco tiempo después, Gutiérrez vendió todo el valle al Veedor García de
Salcedo, hombre muy rico quien plantó caña e instaló un importante ingenio azucarero. Desde entonces el valle se conoció como Ingenio18. Pasando de mano en mano
de españoles y fraccionándose la propiedad, Francisco de Arias Maldonado llegó a
plantar 13.000 parras en 29 fanegadas de tierra, que con otras colindantes fueron
puestas en venta en 1617 y las compró la Compañía de Jesús para su Colegio del
Cuzco.
Otra hacienda “en los valles de La Nasca” pertenecía al Licenciado Francisco
Cabeza, quien había plantado una viña que en 1646 contaba con 12.000 parras. Al
otorgar su testamento en 1657, Francisco Cabeza legó a la Compañía de Jesús “sus
17
Keith Robert, G: Conquest and Agrarian Change. Harvard Univesity Press. Cambridge. Massachussets and
London. 1976.
18
AGN, Títulos de Propiedad, Leg. 3, Cd.83, 1546.
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viñas y tierras llamadas San Antonio de Bellavista” destinándolas al Colegio de San
Pablo de Lima; ya entonces la viña contaba con 26.000 parras. Más tarde los Jesuitas
compraron más tierras aledañas y la hacienda fue llamada San Javier. A mitad del
siglo XVIII era una de las mayores productoras de vinos y aguardientes del valle19.
En cuanto a Ica, en 1598 don Fernando Anicama sucesor de su padre en el
cacicazgo de San Juan de Lurin Ica y único heredero de sus bienes, al dictar su testamento declaró tener “una viña principal de 16 a 17 mil posturas con casa y bodega
en el mismo pueblo, con 56 tinajas, las 24 de vino nuevo... 7 de vinagre y un hagar
con sus utensilios y tinajón”, además la viña de Tipso que da más de 10.000 botijas
de vino. Todo estos y otros bienes, don Fernando disponía que se entregaran a la
Compañía de Jesús para el Colegio de la Compañía en Lima y la construcción de un
Noviciado, con la condición de que su padre fuera reconocido como “único y gran
benefactor”20 .
En 1692 Antonio de Vargas y Medrano ordenó en su testamento que se entregara
a la Compañía de Jesús su “hacienda de viña de San Martín aperada con 26 esclavos
y las tierras de La Tinguiña y la cosecha del año para la fundación de un colegio”.
Treinta años después las haciendas donadas por Vargas y Medrano valían 120.000
pesos y con otras donaciones se inició la construcción del Colegio San Luis Gonzaga
de Ica.21
Desde principios del siglo XVII en el valle de Pisco había viñas que llamaron la
atención de los cronistas contemporáneos por la importancia de su producción de
vinos. En 1598 la que llegó a ser la hacienda de Humay22 era una pequeña chacra, un
viñedo que en 1598 doña Inés Guatu heredó de su padre don Alonso Lima, uno de
los caciques del valle El esposo de doña Inés desarrolló la chacra y la legó a la
familia Gamonal, uno de cuyos miembros, al otorgar su testamento en 1723, la legó
a la Compañía de Jesús. Tenía entonces 47 fanegadas de tierra donde, además de
una buena viña había una botijería importante, 26 esclavos, un molino, campos de
alfalfa y muchos animales de tiro para transportar sus botijas de vino y aguardientes. La Compañía que ya poseía Chuncanga23, otra hacienda cercana, decidió asignar la renta de Humay a las misiones de los Moxos, en los llanos orientales de lo que
hoy es Bolivia.
En el desierto, a dos leguas del puerto de La Magdalena de Pisco, “en el pago y
sitio que llaman Llampcha” había tres hoyas plantadas de viñas. Su dueño, don
Lázaro Xapanilla, principal de Hurin Pisco, las vendió a un español llamado Bernabé
García en 159224. Desde entonces y año tras año otros españoles excavaron más ho19
Cushner, N. P. Lords of the Land. State University of New York Press. Albany.1980 p. 43.
20
Rossel Castro A: Caciques y Templos de Ica. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima. 1964. pp. 98-103
21
Sánchez Elías, Julio: Cuatro siglos de historia iqueña. Editorial Victory. Lima. 1957. p. 82.
22
AGN Temporalidades. Legajo 12.
23
AGN Títulos de Propiedad: Humay y Chunchanga, Legajo 2, cuadernos 37 y 46.
24
Soldi, A. M. “Lancha, un caso de explotación agrícola racional en el desierto” en el Boletín de Lima No. 2. Lima. 1980.
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La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
yas y plantaron en ellas más vides. El valor de la que en documentos posteriores
figura ya como Lancha o Santa Cruz de Lancha aumentó considerablemente. En
1686 la compró en un remate el licenciado Andrés de Vilches y Ballesteros quien al
otorgar su testamento en 1725 la adjudicó a la Compañía de Jesús para que sus frutos fueran aplicados a la reconstrucción del colegio de la Compañía en el nuevo
pueblo de Pisco, ya que el anterior había sido destruido por el maremoto de 167825.
VIÑAS DE INDIOS
No sólo los señores tenían viñas sino también unos “indios naturales” y “de
comunidades”, quienes temprano se habían dado cuenta del valor de los frutos de
las vides que les permitían producir mosto y venderlo para pagar sus tributos.
De los primeros años de 1570 son unas Ordenanzas del Virrey Francisco de
Toledo en las que se disponía que los indígenas que poseían y cultivaban tierras
distantes a más de una legua de las Reducciones que les habían sido asignadas debían abandonarlas, “porque los dichos indios y el más tiempo del año se volvían a
los lugares con el achaque que tenían ahí chacarillas y parrales y no querían sembrar
ni estar en las reducciones”. Conocemos dos casos bien documentados de estos hechos.
En la vasta zona desértica entre Pisco e Ica se encuentran entre las dunas, unas
depresiones donde la napa freática relativamente alta permitió que desde tiempos
prehispánicos los indígenas locales excavaran unas “hoyas” donde cultivaban maíz,
yucas, frijoles así como algunos árboles frutales26. El cronista Diego Fernández
describió prolijamente uno de estos sitios (p. 368) donde en 1553 hubo un enfrentamiento entre las tropas reales y los rebeldes de Francisco Hernández Girón. Desde
entonces este lugar se conoció como “las hoyas de Villacurí”. Durante los veinte
años siguientes los indígenas de Villacurí reemplazaron gradualmente sus cultivos
ancestrales con vides, cuyos productos estaban alcanzando precios que les permitían pagar sus tributos. Pero todo terminó en 1575 cuando a una visita ordenada por
el Virrey Toledo siguió una Ordenanza Real que mandaba “reducir los indios de
Villacurí a los pueblos de Pisco e Ica donde heran naturales y que ciertas hoyas y
chacras de viña que tenían en el dicho pueblo y estancia de Villacurí se vendiesen en
publica almoneda en quien más por ellas diese.”27
Las Ordenanzas toledanas alcanzaron también a los indígenas que habían plantado y cultivaban sus viñas en otras hoyas “en el pago de Cachicamayos y Paraca” a
dos y media leguas al noroeste de Villacurí y a dos y tres leguas de Pisco. Vistos los
informes del visitador de oficio, los dueños fueron “reducidos” a Pisco y sus hoyas
25
AGN. Títulos de Propiedad. Leg. 41. Cuaderno 749 y AGN. Temporalidades. Títulos de haciendas. Leg. 82.
26
Soldi, A. M. La agricultura tradicional en hoyas. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del
Perú. Lima. 1982.
27
AGN. Juicios de Residencia. Leg. 2. Cuad. 4. ff 142-142v.
51
Ana María Soldi
plantadas de viñas fueron rematadas en diciembre de 1576 en el Puerto de La Magdalena de Pisco. En este caso contamos con el traslado del documento de la subasta
que se realizó, el inventario en que figuran los nombres de los propietarios afectados, el número de las parras que poseían y el estado en que se encontraban al momento del remate. Había sarmientos recién plantados y viñas viejas, algunas de 10
años, altas y bajas, podadas y por podar, buenas y maltratadas y las botijas de mosto
que habían producido o podían producir. Había en total 51.000 parras además de
algunos árboles frutales. Uno de los propietarios tenía ahí “un lagar hecho de adobes”. La primera oferta fue de 2.000 pesos de plata corriente y se adjudicaron a
Simón Martín quien ofreció 3.500 pesos.28
ÓRDENES QUE NO SE CUMPLÍAN
Durante estos años, las noticias que llegaban de ultramar daban cuenta del éxito que habían tenido las plantaciones de vides en el Perú, de las grandes viñas que
producían abundantes cosechas y que se estaba logrando un “vino de la tierra” que
era consumido abundantemente entre criollos y mestizos. El asunto era preocupante ya que la importación de vinos españoles estaba disminuyendo de manera creciente. Por esta razón, cuando llegó al Virrey Toledo una Ordenanza Real que decía:
“Os encargo que no dés licencia alguna para plantar viñas ni para reparar las que se
estuvieran acabando...”, ya era tarde. Los sucesivos Virreyes tuvieron que confesar
que sus esfuerzos, si los hubo, habían fracasado; los españoles que se habían dedicado al cultivo de las vides hacían vino, lo vendían y se estaban haciendo muy ricos.
El Virrey García Hurtado de Mendoza (1590-1596) había creído conveniente,
por lo menos, gravar con un impuesto (almojarifazgo) de 4 reales cada botija de vino
de una arroba cuando salía de la bodega que la producía, para ser llevada por tierra
o por mar a su lugar de destino. Y esto para “ayudar al sustento de la Armada” o
para defender la costa de los piratas o para reforzar las murallas del puerto del
Callao29.
PLANTÍO DE LAS VIDES, SUS CUIDADOS, PRODUCCIÓN Y VENDIMIA
Sólo para las primeras décadas del siglo XVII encontré en los escritos de dos
cronistas algunas noticias acerca de cómo se plantaban las vides, cómo se abonaban,
las uvas que producían y cómo se vendimiaba.
El Carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, quien precisa que estuvo en la región en 1617 y que conoció de cerca las plantaciones de vides en los valles de Pisco e
Ica, escribió: “todas estas viñas son altas casi a modo de parras...tienen calles en
28
AGN. Títulos de Propiedad. Leg.9.Cd.205. ff.1-46.
29
Los Virreyes españoles de América durante el gobierno de la Casa de Austria. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial Atlas, Madrid 1978. Vargas Ugarte, Rubén F.J.: Historia General del Perú. Tomo II Virreinato.
Barcelona. 1966.
52
La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
parte hechas de ellas mismas a modo de pirámide... el vidueño es negro, cargan con
gran abundancia.30
El Jesuita Bernabé Cobo estuvo en el Perú en los mismos años, residió en el
Colegio de la Compañía en Pisco y conoció bien este valle y el de Ica. Las viñas que
él vio eran “algunas de parrales bajos y otras de cepas...”.31
Más tarde se encontraran los vocablos que se refieren a las porciones de terreno
en que se plantaban las vides: “pozas”, “cuarteles” ubicados a lo largo de “girones”
con las medidas de estas subdivisiones y el número de vides que usualmente se
plantaba en cada una de ellas. En el caso de las haciendas jesuitas con frecuencia se
asignaba a cada “cuartel” el nombre de un santo.
En cuanto al “beneficio” que las vides necesitaban para su buen desarrollo y
para incrementar su producción, tanto Vázquez como Cobo observaron que el fertilizante que se utilizaba en las hoyas eran las hojas de los guarangos que se acumulaban y se dejaban podrir al pie de estos árboles tan abundantes en esos tiempos. A
este fertilizante se le conocía con el nombre de guano32.
En efecto, en 1619 se veía en la Real Audiencia de Lima un pleito entre los propietarios españoles de las hoyas de Cachicamayos. Uno de los litigantes reclamaba ciertos guarangos que deberían estar comprendidos entre los linderos de su propiedad
alegando que “sin el guano dellos no podría sustentar la dicha mi hacienda de viña”33.
Refiriéndose a las variedades de uva que en general producían en ese tiempo
las vides plantadas en el Perú, estos y otros escritores contemporáneos están de acuerdo en que las primeras fueron de color negro claro, pero a principio del siglo XVII ya
había blancas, mollares, albillas, moscateles y otras.
En la región de Pisco, Ica y Nasca se vendimiaba en el mes de marzo o “por
Semana Santa” y se tendía la uva al sol sobre largas esteras por algunos días antes de
pisarla en los lagares. Los dos cronistas observaron un procedimiento ingenioso
que Cobo atribuye a “un indio que al no tener lagar en que pisar la uva de un parralillo
suyo la pisó en unos costales de lienzo” Parece que el método tuvo imitadores en la
región y seguramente en pequeña escala. Cobo comentaba; “aprendieron los españoles de lo que el indio hizo por necesidad”34
MANO DE OBRA
El plantío de las vides y los trabajos que se requerían a lo largo de todo el año
hasta la producción del mosto no se habrían podido realizar sin la intervención de
30
Vásquez de Espinosa, A.: Compendio y descripción de las Indias Occidentales. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial Atlas. Madrid. 1969.
31
Cobo, B. Op. cit. T.I. p.392.
32
Vázquez Op. cit. 1.350 p. 326 y Cobo Op. cit. T.I. p. 94.
33
AGN. Real Audiencia, Causas Civiles. Leg. 46. Cd.174.
34
Cobo Op. cit. T. I. p. 392.
53
Ana María Soldi
una mano de obra servil. La población indígena había estado disminuyendo de
manera dramática y la importación de esclavos, casi todos negros, fue la que proporcionó los brazos necesarios.
El riego, tan importante en los valles semiáridos de Pisco, Ica y Nasca, requería
de esclavos regadores, otros dedicados especialmente a la vid debían traer y labrar
la madera para “empalar las parras”; era necesario abonar oportunamente, podar,
cosechar y por último vendimiar, “pisar” la uva, verter el mosto en tinajas y después
guardar el mosto o el vino en botijas u odres. Con frecuencia incluso el transporte
de los productos estaba a cargo de los “negros arrieros”.
El número de esclavos estaba en relación con la extensión de los viñedos y con
las posibilidades económicas de los hacendados. En el caso de Pisco, en 1620 “cada
hacienda tiene un pueblo de negros para el beneficio de las viñas... habrá en este
valle más de 10.000 negros, y es de advertir que cada negro cuesta cuando menos
500 a 600 pesos si es de buena casta y disposición.”35
MOSTO Y VINO
En los documentos que he consultado para fines del siglo XVI casi nunca se
encuentra la palabra vino. Se calculaba la producción de un viñedo en botijas de
mosto, con mosto se vendía y se compraba, se hacía contratos de arrendamiento y se
pagaba deudas, siempre en el caso de indígenas, rara vez de españoles, tratándose
de cantidades relativamente modestas. Ya en las primeras décadas del siglo XVII el
autor anónimo de la Descripción del Virreinato del Perú escribía “Muchos indios
que viven alrededor de la villa y tienen todos sus viñas, nunca recogen sus vinos ni
lo guardan, todo lo venden en mosto...lo hechan en tinajas grandes de 70 y hasta 80
arrobas y daquí lo trasiegan en botijas que llaman piruleras...”36. Cobo, refiriéndose
al vino que producían los españoles menciona una sola vez al mosto y como agregado: “Cuécese alguna cantidad de mosto y lo mezclan con lo demás vino; y en muchas partes hechan algún yeso”37
Como se lee en los contratos que cita Sánchez Elías para los últimos años del
siglo XVI, los precios del mosto variaban debido a factores propios del mercado
local. En Ica valía en promedio algo más de un peso cada arroba, pero se contrataba
en reales y el peso podía ser de a 8, de a 9 y en un caso hasta de a 13 reales. Lo que
sí parece haber sido constante era la diferencia entre el precio del mosto de españoles (13 reales) y el mosto de indios (12 reales). Había salvedades en cuanto a entregas
a futuro: “según el precio que tuviera en el mes de agosto próximo”38.
35
Vázquez de Espinosa Op. cit. 1.349, pp. 325-326.
36
Anónimo Descripción del Virreinato del Perú. Crónica inédita de comienzo del siglo VXII. Edición de Boleslao
Levin. Universidad Nacional del Litoral. Rosario. Argentina 1958. pp.107-109.
37
Cobo Op. cit. T. I p.392.
38
Sánchez Elías, J. Cuatro siglos de historia iqueña. Editorial Victory. Lima 1957. pp.42-43.
54
La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
En 1550 Cieza escribía: “...hasta agora no se ha hecho vino y por esto no se sabe
que tal será”. Setenta años después y sólo en Pisco la producción anual del valle
ascendía a 260.000 botijas de un vino que según Cobo “es de más cuerpo y más a
propósito para pasar la mar.” En Ica parece que la mayor parte de las 400.000 botijas
que se producían cada año era de vino blanco.
En las hoyas del desierto entre Pisco e Ica las viñas producían un total de 20.000
botijas anuales “de un vino que es más parejo y tiene siempre más precio que los
demás.” En Guayurí, un pequeño valle entre Ica y Nasca donde había sólo dos viñas, se obtenía también 20.000 botijas de vino cada año y en los valles de La Nasca,
sólo el de Ingenio producía 70.000 botijas de un vino que según Vázquez de Espinosa era “lo mejor del Reino”.
En cuanto a los precios del vino, Cobo recordaba que “...antes de que acá se
diera se traía de España en botijas y valía tan caro que más rehusaba uno convidar
huéspedes en su casa por no dalle de beber que la costa que podía hacer en dalles de
comer... unas veces valía una botija en esta ciudad de Lima cincuenta pesos, otras
veinte y más o menos conforme acertaba a venir poco o mucho... más ahora es tan
barato que en los valles donde se coje, vale de tres a cuatro pesos la arroba.”39
Fuera del mercado corriente, el vino era el equivalente para transacciones de
otro tipo. Sánchez Elías cita tres escrituras que se registraron en Ica durante la última década del siglo XVI.40
Lope Sánchez declaraba que debía a Pedro de Aranda 190 botijas de “vino de la
tierra por el precio de una negra nombrada María”. En 1596 Jerónimo de Barrios y
su mujer dieron en dote a su hija Melchora 1.400 botijas de vino cuyo valor era de
4.000 pesos.
Pedro de las Casas Grijalva le prestó a su hermano Juan de Salazar por espacio
de un año 1000 arrobas de vino para que Juan, su esposa y otra mujer “se aviasen
para ir a los Reinos de España en la flota del año venidero de 1594”.
Para los contratos y obligaciones de cierta importancia era costumbre especificar que se trataba de arrobas de vino “embotellado a vista de mojón.”. Mojón es el
equivalente del catavinos, la persona que tenía por oficio certificar de la calidad y
medida de los vinos. En esos tiempos la “mojona” o “mojonería” era un oficio que se
arrendaba en los lugares donde se despachaban los vinos y que consistía en hacer
cumplir con el tributo que debía pagarse por la medida del vino objeto de la transacción. Se empezó a arrendar por disposición del Virrey don García de Mendoza y
para la Corona representaba una cantidad que correspondía a los gastos que la ciudad de Lima hacía para el recibimiento de los virreyes.41
39
Cobo, op. cit. T.I .pp.392-393.
40
Sánchez Elías Op. cit. pp. 41-43.
41
López de Caravantes F. Noticia General del Perú y Tierra Firme en Relaciones Geográficas de Indias. Biblioteca de Autores Españoles Tomo CLXXXIII. Madrid 1965. Apéndice II p. 30.
55
Ana María Soldi
TINAJAS Y BOTIJAS
Muy pronto, la creciente producción de mosto y de vino hizo que se necesitara
recipientes adecuados para envasarlos y transportarlos y fue en Ica donde temprano comenzaron a trabajar los alfareros que encontraron en el valle numerosos depósitos de una excelente arcilla y donde había una clientela que no podía prescindir de
su trabajo.
Parece que uno de los primeros alfareros en instalarse fue Pedro Sánchez Albo,
quien antes había trabajado en Vítor, un valle cerca de Arequipa donde ya se estaba
produciendo vino en cantidades considerables. El hecho es que en 1569, cuando
quiso regresar a España se le prohibió salir para que se quedara a enseñar a fabricar
botijas y tinajas en el Perú.42
En 1593 encontramos a Sánchez Albo en su botijería de Ica comprometiéndose a
fabricar para dos dueños de un viñedo 500 botijas y entregarlas “empegadas a razón
de 4 y 1\2 reales cada una”. En el mismo año otro botijero, Juan Santa Cruz se comprometía a trabajar por un año en el obraje que un hacendado del valle tenía en su
chacra, labrando cada día 60 botijas y entregándolas “talladas y horneadas”.
En 1597 el “oficial de hacer botijas” Pedro Parraga hacía el mismo convenio con
otro hacendado, quien le pagaría 450 pesos al año especificando otras condiciones
acerca del trabajo43.
También se aceptaba botijas como pago por ciertas transacciones, como fue el
caso de Simón Rodriguez Acevedo y su mujer quienes vendieron a Francisco Alegre
“una casa en la villa por el precio de 3.226 botijas vacías”44
El interior de tinajas y botijas debía ser impermeabilizado, “empegado”, con
brea, una sustancia viscosa de origen vegetal, una resina que se obtenía de la madera de algunas coníferas. En ese tiempo se traía de Nicaragua “donde hay más de
cincuenta leguas de espesos pinares donde se hace toda la brea que se lleva a los
Reinos del Pirú...para empegar las tinajas y botijas para el beneficio del vino que se
hace en todas las viñas de los llanos y valles del Pirú”45.
Buenaventura de Salinas y Córdova precisa “Tráense de Nicaragua más de 20.000
quintales de brea para el beneficio de las botijas de vino”46. Más tarde se comenzó a
utilizar para este fin la brea de Amotape, un producto mineral, derivado de la destilación de la hulla.
42
Mendiburu M. de: Diccionario Histórico Biográfico del Perú. 2º Edición, T X. Imprenta Gil. Lima, 1924. p.26.
43
En Ica “hay cuatro botijeros que dan abasto de botijas a todos los señores de viñas y son los más ricos y a quien
todos han menester... y sin estos hay mucho dueños de viñas que tienen botijerías en sus casas y hornos para el
beneficio de sus vinos...” (Vásquez de Espinosa p.328)
44
Sánchez Elías Op. cit. pp.39-41.
45
Vázquez de Espinosa Op. cit. 707, p.158.
46
Buenaventura de Salinas y Córdova, fray: Memorial de las historias del Nuevo Mundo Pirú. Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Colección Clásicos Peruanos, Vol. I Lima. 1957.p. 250.
56
La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
TRANSPORTE
Desde las haciendas donde se producía el vino se transportaba a los lugares de
consumo por tierra o por mar envasado en botijas u odres de piel de cabra. Cuando
su destino eran las sierras inmediatas el viaje se hacía en caravanas de llamas. Así,
parte del vino de Pisco se encaminaba valle arriba hacia Castrovirreyna y
Huancavelica, centros mineros de plata y azogue, mientras que parte de la producción de los valles de Nasca subía hasta el Cuzco vía Puquio y Abancay. Cuando los
vinos de Ica iban a ser embarcados en el puerto de La Magdalena de Pisco debían
necesariamente atravesar 12 leguas de desierto y el viaje se hacía en dos etapas con
una pascana en las hoyas de Villacurí. Las mulas hacían el transporte bajo la conducción de “los negros arrieros”47
Otra ruta apuntaba hacia el sur donde según Vázquez de Espinosa “a 9 leguas
de Ica tiene su puerto de Morro Quemado donde se embarca lo más de su vino para
Lima y Arica”48 ¿Cuáles serían las razones de esta alternativa? Según los autores de
dos derroteros de principios del siglo XVIII, el puerto de Morro Quemado “es muy
malo y azotado por vientos violentos” y “es el más ventoso de esta costa, no hay
agua ni leña...en 1720 se despobló por ser tan riguroso y una bodega que había se
pasó a Paraca”49.
Al principio del siglo XVII la mayor parte de los vinos de los valles de La Nasca
se transportaba en caravanas de llamas a Guamanga y al Cuzco, mientras los que
estaban destinados a Lima se embarcaban en el puerto de Caballa a 12 leguas de
distancia. El camino puede seguir por un trecho a lo largo del cauce del río, pero
después corre serpenteando entre dunas en un paisaje árido y desolado hasta el
puerto de Caballa. Según un autor anónimo de fines del siglo XVII este puerto “es
muy limpio y de buen surgidero para navíos de mediano porte”. Sin embargo, lo
mismo que Morro Quemado es muy ventoso y su acceso por mar es difícil Ambos
autores de los Derroteros citados opinan que “es de algún peligro en razón de los
varios bajíos que hay cerca de él” y “es de peligro por el mucho viento y mar que
suele haber”50. Es muy probable que esos “navíos de mediano porte” se dirigían al
puerto de La Magdalena de Pisco, donde llegaban los vinos de su valle y también
los de Ica, todos destinados a seguir viaje hacia el Callao donde ya en la primera
década del siglo XVII sólo de Pisco, Ica y Nasca llegaban más de 400.000 botijas de
vino cada año. Otra parte de los vinos de Pisco navegaba hacia el sur hasta Arica
desde donde, en caravanas de llamas subía rumbo a las minas de Oruro, Porco y
47
Cobo Op. cit. TI p.57.
48
Vásquez de Espinosa Op. cit. 1.352, p.327.
49
Un derrotero inglés de la costa de América (1703-1704) Dirección General de Intereses Marítimos. Lima. 1988
y Derrotero general del mar del Sur Año de 1730. Dirección de Intereses Marítimos Lima 1993. 1703 p.83 y
1730, p.65.
50
Un derrotero inglés de la costa de América (1703-1704) Op. cit. 1703 p. 82 y 1730 p. 66.
57
Ana María Soldi
Potosí donde, ya en 1571 estaban llegando los azogues de las minas de Huancavelica
“para el beneficio de la plata”.
DESASTRES NATURALES
Desde las últimas décadas del siglo XVI hasta la mitad del siglo XVIII terremotos, maremotos y erupciones volcánicas asolaron con violencia la zona centro sur
del Perú. Estos desastres naturales que ocurrieron en esos tiempos fueron registrados por los cronistas de los siglos XVI y XVII quienes a veces los presenciaron y
describieron sus consecuencias; otras veces tuvieron noticia de ellos durante su estadía en el Perú o escucharon relatos de los testigos españoles o indígenas. Vázquez
de Espinosa y Cobo son los cronistas que han descrito más ampliamente las secuelas
de muertes, destrucción de edificaciones y de campos cultivados, lamentando en
especial los daños que sufrieron las bodegas y las viñas así como la pérdida de sus
cosechas.
Ica, fundada en 1563, fue arruinada por un terremoto en 1568; reubicada y reconstruida para más tarde ser gravemente afectada por otro sismo en 1589. Si podemos juzgar por las fechas de los contratos de compraventa de mostos, vinos y botijas
que se celebraron en la última década del siglo XVI y las primeras del XVII, es evidente que las viñas y las bodegas del valle se habían multiplicado y las industrias
prosperaban. Sin embargo, en 1647 y 1664 dos terremotos nuevamente destrozaron
la villa de Ica, muchos de sus habitantes murieron bajo los escombros y las bodegas
sufrieron terribles daños, sobre todo a causa del segundo terremoto. José de
Mugaburu, testigo presencial, describía las ruinas y lamentaba los daños que estaba
sufriendo la industria principal del valle “...corrían arroyos de vino en las bodegas,
quebradas y vertidas las cosechas del año que se evaluaron en más de 300.000
pesos...llegó también esta ruina a Pisco.“51 Sin contar los daños sufridos por las bodegas a causa de este terremoto, el pueblo de La Magdalena de Pisco a orillas del
mar fue víctima del maremoto que acompañó el sismo.
Más al sur, en 1600 la erupción del volcán Huaynaputina cerca de Arequipa
había lanzado piedras y cenizas sobre una vasta zona y estuvo acompañada de terremotos y maremotos que llegaron hasta cerca de Arica. Los cronistas de la época
describieron ampliamente sus consecuencias desastrosas desde Guaman Poma ”se
perdieron todas las viñas...”52 y Cobo ”sólo en el valle de Vítor donde los moradores
de Arequipa tenían la mayor parte de sus viñas, se cojían cada año más de cien mil
botijas de vino...no se cojió en los seis años siguientes gota de vino”53 En la región
costera los daños no fueron menores; la población de Camaná fue diezmada y las
viñas que se encontraban no muy lejos de la playa fueron inundadas por las aguas
51
Sánchez Elías Op. cit. p. 54.
52
Guaman Poma de Ayala, F. Nueva Corónica y buen gobierno. Paris: Institut d´Ethnologie. Paris. 1936. p.1053.
53
Cobo, Op. cit. T.I p.101.
58
La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII
del maremoto que al retirarse “las dejó abrasadas que no fueron más de provecho y
se secaron”54.
Después del terremoto de 1664 siguieron veinte años de recuperación hasta que
en 1687 un gran terremoto sacudió toda la región desde el norte de Lima hasta Nasca
y más al sur. Ica fue nuevamente destruida y tuvo que ser reconstruida, esta vez en
el lugar que ocupa hoy.
El pueblo y puerto de Pisco fueron destruidos por un maremoto y sólo después
de dos años y muchas discusiones se pudo comenzar con la reconstrucción de la
villa en un lugar suficientemente alejado del mar. Las viñas estaban valle arriba y no
sufrieron tanto los embates del terremoto, mientras que las bodegas, por su cercanía
al puerto, se vieron más afectadas como en anteriores terremotos. No conocemos lo
que pudo haberse perdido en los almacenes del puerto de Pisco, pero en Nasca conocemos el informe que para el año 1687 envió a sus superiores el administrador de
la hacienda jesuita de San Javier en el valle del Ingenio. Todo el vino y el aguardiente
que estaba destinado a salir por mar desde el puerto de Caballa: .
“...con la ruina del terremoto y la salida del mar se perdieron todos los frutos de aquel año y del antecedente...porque pasan de seis mil botijas las que
se llevó el mar y más de cuatrocientos quebró el terremoto, a que se llega
que los reparos que necesita la casa, oficinas y la viña no se puede costear ni
con otros dos años de frutos.”55
Según la historiadora Margarita Suárez, desde mitad del siglo XVII el vino producido en el territorio actual del Perú había saturado ya no sólo el mercado andino,
sino que también se exportaba a Tierra Firme, Centro América y parte de Nueva
España56. Esto pudo darse a pesar de las consecuencias de los desastres naturales
que habían afectado viñas y bodegas, de las trabas que el gobierno español había
puesto al comercio exterior y de la amenaza de las incursiones de los piratas.
A principio del siglo XVIII la situación cambió; en las estadísticas publicadas
por Manuel Moreyra Paz Soldán relativas a las mercaderías que se embarcaban en
el Callao en los años 1701-1704, tanto en las exportaciones que salían hacia los puertos del sur como las que salían hacia el norte, el vino figura con cifras que son la
mitad de las que se refieren al aguardiente57. Para este periodo el caso de Panamá es
notable: el número de botijas de aguardiente es tres veces mayor que el número de
botijas de vino.
Desde entonces las estadísticas publicadas en trabajos que tratan de la producción y difusión del aguardiente muestran que si el siglo XVII vio el auge del vino en
54
Vázquez de Espinosa Op. cit. 1.385, p. 336.
55
AAL. Sección Jesuitas, años 1657-1688. Siglo XVII, Leg. 2.
56
Suárez, M. Desafíos transatlánticos. Mercaderes, banqueros y estado en el Perú virreinal (1600-1700). Lima 2001.
57
Moreyra y Paz Soldán, M. Estudios sobre el tráfico marítimo en la época colonial (1944). Lima 1994.
59
Ana María Soldi
el Perú, desde principio del siglo XVIII el aguardiente comenzó a rezagarlo en lo
que se refiere a comercio interno y exportación.
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