HOLLYWOOD: ¿TEATRO DE LA POLÍTICA? | Juan Carlos Moya

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HOLLYWOOD: ¿TEATRO DE LA POLÍTICA? | Juan Carlos Moya
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HOLLYWOOD: ¿TEATRO DE LA POLÍTICA? | Juan Carlos
Moya
HOLLYWOOD: ¿TEATRO DE LA POLÍTICA?
Juan Carlos Moya
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Años atrás, oficiando de crítico de cine con una columna semanal en la prensa, llegaban a mis
oídos la constante cantilena de satanizar a Hollywood o beatificarlo. Un vano ejercicio
maniqueo, para quienes apreciamos la reflexión que procura matices.
Debo decir que varias veces me entusiasmé con los nuevos íconos de Hollywood o con sus
hijos rebeldes. Uno de ellos —Tarantino— me acompañó puntualmente cuando cumplí 20 años.
Era 1994. Pero, a la vuelta de la esquina, dejé de interesarme en él. La ‘tarantinitis’ me
parecía una fiebre adolescente, vacua. Y preferí conocer más a Víctor Erice (El Sur).
Por esos años, se me ocurrió levantar una columna para desenterrar a todas las divas de la
belle epoque de Hollywood. Habría de llamarse: Polvo de estrellas. Alcanzaron a salir: Romy
Schneider, Alain Delon y algunos más. La lista que había concebido era: Lana Turner, Veronica
Lake, Edward G. Robinson, James Cain, Mae West, Angela Lansbury, Betty Hutton, Joe E.
Brown, James Stewart, Lee ‘cara de borracho’ Marvin, entre otros.
Al igual que a Manuel Puig, las divas y divos a blanco y negro ejercieron en mí una fascinación
literaria.
¿Los besos fueron inventados en Hollywood? Posiblemente una manera de besarse, una
manera de cruzar miradas en la noche y dejar a contra plano flotando el suspenso, las
sombras, un guante negro, una automática y un disparo.
Dejemos hasta aquí el lado romántico de la industria y la magia de los estudios anclados en el
sur de California, donde el sol y los días son más largos, y filmar allí es toda una aventura.
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Hollywood, como presupuesto, trabaja con valores emblemáticos del pueblo norteamericano o
del establishment. Y en esta edición de la entrega de los Óscares (2013), Michelle Obama
entregó una estatuilla a la mejor película (Argo), filtrando un discurso de efectos colaterales y
geopolíticos.
Esta aparición de la señora Obama merece mayor reflexión, sobre todo cuando las industrias
culturales hoy son la punta del iceberg estratégico de toda nación.
Además de poner en entredicho el discurso estético de una obra, la Academia de Hollywood
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está subrayando sus estamentos, cimientos, normas, etiqueta y puerta de salida.
De ahí que Sundance, a más de ser una platea para cine alterno, ha sido el espacio para los
que no usan el mismo esmoquin de la factoría. Cannes, años atrás, era también un horizonte
donde la estética y la vanguardia eran ponderadas. Pero ha ido sucumbiendo a la réplica
política y su quehacer.
Taxi Driver, en 1976, fue la película que nos sumergió en la mente del americano perturbado
–ex marine, insano, alcohólico, sicótico— que deambulaba por las calles de Nueva York; no
calificó para un Óscar. Las palabras de Travis Bickle, mientras conduce su taxi, pedían —de una
vez por todas— una lluvia de fuego sobre las calles sucias de su sociedad. Travis no es para
nada el americano ejemplar. Por el contrario: su carácter anárquico lo lleva a deslegitimar la
presencia de un nuevo candidato en la escena política de la ciudad. Travis ya no cree en el
llamado de la política y su falsa representación. Y un rastro de su humanidad es intentar salvar
a una joven (Iris/Jodie Foster) de las calles, volviéndose desde la marginalidad en un redentor
muy a su pesar. Aunque se presume que el final de Taxi Driver fue suavizado para los grandes
públicos. Pues sin él, la cinta habría sido muy ácida.
El Óscar de 1976 fue para Rocky y Scorsese no pudo ocultar su desengaño. Taxi Driver, obra
maestra, de grandes cotas plásticas, estilísticas, narrativas y con una partitura exquisita (B.
Herrmann) perdió ante el joven italoamericano que lucha a golpes de puño por un sueño. Y
finalmente su tenacidad, su fe en los estamentos de su patria, lo llevan a la victoria: Rocky.
¿A quien habría premiado la Casa Blanca?
¿A quién habría premiado Marlon Brando (hijo rebelde de su propio país)?
Precisamente, cuando Brando fue ganador de un Óscar por El padrino, el actor se negó a
recibirlo y envío a la actriz estadounidense de origen indio llamada Sacheen Littlefeather, quien
cuestionó el tratamiento que recibía su pueblo en las películas de Hollywood.
“Cuando fui nominado por El padrino, me pareció absurdo ir a la ceremonia de entrega de los
premios. Resultaba grotesco festejar a una industria que había difamado y desfigurado
sistemáticamente a los indios norteamericanos a lo largo de seis décadas, mientras en aquel
momento doscientos indios se hallaban sitiados en Wounded Knee”, declaró Brando a la
prensa, en ese tiempo. Y corre la leyenda que el vaquero de vaqueros, John Wayne, escondido
tras bastidores, había querido llevarse a rastras a Sacheen Littlefeather para que no leyese su
discurso o dijera palabra alguna en contra de la industria.
“Los Premios de la Academia son parte de la enfermedad de América, ya que tienes que
pensar en términos de quién gana, quién pierde, quién es bueno, quién es malo, quién es el
mejor, quién es el peor… No me gusta pensar así. Cada uno tiene su propio valor, a su manera,
y no me gusta pensar quién es el mejor en esto. Quiero decir, ¿de qué nos vale?”, declaró
Brando, haciendo uso de su habitual disidencia.
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La tendencia en Hollywood ha sido premiar el discurso políticamente correcto: como el del
coronel Slade (Pacino) en Perfume de mujer o celebrar los estereotipos ‘made in hollywood’
entregándole el Óscar a Los imperdonables (Clint Eastwood) en vez de celebrar la belleza
sublime de El piano (J. Campion). Eso pasó en 1993.
Y un año después, para volver a Tarantino (en latente decadencia), se premió con bombos y
platillos a Forrest Gump una cinta edulcorada y patriótica, que nos decía a las claras, otra vez,
que un americano después de Vietnam puede llegar a tocar el cielo y el amor, superar todos
sus problemas gracias al valor de su espíritu. Pulp Fiction, un ejercicio de estilo narrativo y
apropiación de la cultura pop y cinematográfica, fue la perdedora.
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Los Óscares de este año, importante platea para la moda, el glamour, el espectáculo, el
mercadeo de los filmes y de las estrellas, también incluye una valoración ética y estética de los
trabajos.
Sin embargo, unos factores pueden contraponerse con otros.
La vida de Pi no fue electa como la ganadora. Pero sí Argo una cinta con base geopolítica (EE.
UU. alternando con Irán).
The Masters, una cinta valiente por su desafió a la secta de la cienciología y por su apuesta
estética, quedó muy relegada. Su director Paul Thomas Anderson logra un ritmo narrativo (es
habitual esto en él) muy sugerente, lleno de giros y pausas para cuajar atmósferas y que los
diálogos enchufen en su ritmo vital.
Haber premiado al excelso actor Daniel Day Lewis por Lincoln comprueba la pasión de
Hollywood por su territorio ideológico.
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Decir que Hollywood tiende al statu quo y que por ello hay que denostarlo puede ser
extralimitado. Y resulta que la ecuanimidad y la mesura son deber ser, en términos de diálogo y
reflexión.
Cada región, aldea, república, país o isla defiende su visión y sus arquetipos con legitimidad.
Qué sería si no de la literatura asiática y su cine tan bello y sublime, que manejan otros
arquetipos y también creencias.
Hollywood es una institución de prestigio que no solo ofrece diversión e ideologías.
Ha enseñado a muchos otros como filmar/trabajar con sentido profesional y despliegue técnico.
Hacer cine en Hollywood es hablar de una producción superlativa. Y todos lo saben, desde
John Waters (Pink Flamingos) hasta Ron Howard (Splash/Daryl Hannah).
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Es cierto que hay grandes presupuestos. Pero pensemos: ¿qué pasaría con ese dinero en
manos de un novato (sin talento) o en manos de una producción cuyos aperos no sean
profesionales y de excelencia?
Por otra parte, cuando Hollywood se lanza a filmar películas como Back to the future (Bob
Zemeckis) lo hace con encanto, y ese charm marca épocas y origina adeptos: un público.
Imposible olvidar, The power of love de Huey Lewis & The News. Mucho swing, tonada cool y
refrescante.
¿Pero qué sería del mundo y de las salas de cine con solo películas comprometidas con un
discurso político o cintas solo con un dolor sordo a lo Michelangelo Antonioni?
Hollywood no descuida la diversión, o el entretenimiento (caben ahí el suspenso, el terror, el
cine negro, etc.). Me parece recordar que Eco, en El nombre de la rosa, reflexiona sobre la
actitud seria y adusta del Mesías, quien no ríe.
Y para echarse un sábado, a espaldas de la ciudad, se me viene a la mente la cinta Some Like
It Hot (Billy Wilder, 1959), The Twelve Chairs (Mel Brooks, 1970) o ¡Qué bello es vivir! (Fran
Capra, 1946). Y en corte policial clásico —al parecer las mimadas de Javier Marías—: Misterio
en la noche (Lewis Allen, 1945), Es mi hombre (Lloyd Bacon, 1934), Campo de cebollas
(Harold Becker, 1979), Marlowe (Paul Bogart, 1969), Duro y a la cabeza (Ray Enright, 1934,
con James Cargney). Y la infaltable: La jungla de asfalto del maestro John Huston, 1950.
Película de MGM Studios, 1924 (fusión de Metro Picture Corporation, fundada en 1915;
Goldwyn Pictures Corporation, fundada en 1923; y Louis B. Mayer Pictures, fundada en 1918).
Si usted no ha visto La jungla de asfalto…
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Juan Carlos Moya es escritor y periodista. Autor de la novela ‘Caballos en la niebla’ y ganador del Premio Jorge
Mantilla Ortega. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano le hizo merecedor de una beca de estudios con
Ryszard Kapuscinski. Ha trabajado en prensa, radio y televisión. [email protected]
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