postales desde el cielo

Transcripción

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POSTALES DESDE EL CIELO
LA TRADICIÓN BÍBLICA
Y LA NOVEDAD DE LA FE
Miren Junkal Guevara Llaguno, rjm*
Fecha de recepción: abril de 2013
Fecha de aceptación y versión final: mayo 2013
RESUMEN
La revelación bíblica resulta novedosa, revolucionaria incluso, en la presentación de los contenidos de la fe. La imagen de Dios y la imagen del ser humano
que filtramos en los textos bíblicos delinean unos rasgos en unos y en otros que,
cuando los textos fueron escritos, y todavía hoy, interpelan, desafían y, a veces,
desconciertan. El artículo recorre los textos como contemplando un álbum de
postales e invita a acompañar y hacer nuestra la experiencia del pueblo de
Israel discerniendo, formulando y defendiendo la novedad de su fe.
PALABRAS CLAVE: revelación, Escritura, autocomunicación, Gracia.
POSTCARDS
BIBLICAL
FROM HEAVEN.
TRADITION AND THE NOVELTY OF FAITH
ABSTRACT
Biblical revelations appear to be novel, even revolutionary, in presenting the
contents of faith. God’s image and that of human beings shown in biblical texts
outline certain traits in each which, when the texts were written, and even
*
Miembro del consejo de redacción de Sal Terrae. Profesora de Teología. Facultad de
Teología de Granada. <[email protected]>.
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today, call into question, challenge and, at times, disconcert. The article explores
the texts as if it were contemplating a postcard scrapbook and it invites the readers
to come along and put themselves in the shoes of the people of Israel by being able
to discern, formulate and advocate the novel nature of their faith.
KEY WORDS: revelation, Scripture, self-communication, Grace.
–––––––––––––––
La carta apostólica Porta fidei se abre con una cita del libro de los Hechos (Hch 14,27) que es enormemente sugerente por su plasticidad:
«Cuando llegaron y reunieron a la Iglesia [de Antioquía], contaron todo
lo que Dios había hecho con ellos, y que había abierto la puerta de la fe
a los gentiles». Subrayo su plasticidad, porque me vienen a la memoria
algunas famosas puertas...
La puerta dorada (oriental) del Templo de Jerusalén (Ez 43 y 44), vinculada a la presencia y ausencia de Dios en medio de la Tierra; la puerta
de Ishtar, una de las antiguas puertas de la muralla interior de Babilonia,
de una belleza incomparable; y la puerta del armario de los abrigos de El
león, la bruja y el armario, de C.S. Lewis por la que los protagonistas accedían al mundo de Narnia a través de los abrigos.
Cada una de estas puertas nos sugiere alguna cosa, pero todas evocan la
experiencia en la que nos introduce una puerta que se abre: un desafío,
una oportunidad, una sorpresa... «La puerta es siempre la clave de la leyenda» dice un poema de García Lorca.
Vamos en este artículo a atrevernos a traspasar la puerta de la fe a través
de algunos relatos bíblicos y acompañando a algunos de sus personajes
en esas travesías. Propongo que nos enfrentemos a la novedad, la originalidad y el desafío que despliega esa fe-puerta que estamos invitados a
abrir. Y sugiero que lo hagamos pasando las páginas de la Escritura como si fueran páginas de un álbum de postales, esos que hemos podido
coleccionar después de un viaje o que hemos podido recibir de otros o,
sencillamente, que hemos comprado por su belleza. Esas buenas postales «que capturan la esencia de los lugares, hablan de su gente, las traen
hacia nosotros y, si uno se concentra, podría hasta escuchar su música y
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sentir sus olores»1. Podríamos desplegar muchos álbumes; sugiero ahora
dos: uno, lleno de postales con imágenes de Dios; otro, con postales que
muestren la imagen del hombre revelada en la Escritura.
1. Primer álbum. Postales de una nueva imagen de Dios
Cuando uno abre la Biblia por la primera página, traspasa una puerta invisible que lo introduce en un viaje fascinante: el de la Revelación de
Dios a su pueblo, que culmina con la imagen de este mismo Dios llamando a la puerta de su Iglesia (de las siete Iglesias: Ap 1,9 – 3,22) para invitarse a entrar y cenar.
La primera página de este álbum de postales de la fe lleva impresa en letras grandes una palabra: «¡exista!» Es la primera postal-texto, se repite
una y otra vez (Gn 1,3.6.9.11.14.20.24.26) y trae a nosotros la imagen
de un Dios que muestra su ser dador de vida, y vida buena (Gn 1,31). Y
que crea porque sí; por pura gratuidad: «traer a la memoria los beneficios rescibidos de creación, redempción y dones particulares, ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y
quánto me ha dado de lo que tiene y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quanto puede según su ordenación divina (EE 234).
Quizás esto que digo puede sonar a sabido; pero cuando leemos los poemas sumerios y babilonios que influyen en la redacción de Gn 1, nos
damos cuenta de que el mensaje bíblico está presentando, con más
contundencia de la que podemos imaginar, una imagen de Dios bastante revolucionaria.
Notemos que este Dios no presenta ninguna tarjeta de visita o currículo
que lo acredite como tal. No hay relatos sobre su existencia en «el cielo»,
ese mundo superior en el que solemos colocar a los dioses. No puede
contar hazañas de peleas contra otros dioses, de conquistas o batallas...
Advirtamos que parece más práctico que efectista: primero, luz para poder ver lo que pasa; después, una bóveda firme para evitar el caos; y lue1.
L. CONTRERAS, Postales, Cuarto Propio, Santiago de Chile 2005, 16.
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go, por orden, los mares, los continentes, las criaturas inferiores... y, así,
hasta los humanos.
Fijémonos que elige a estos últimos como ƒelem («estatua») suya (Gn
1,27)2, empleando un término hebreo que sugiere la capacidad del hombre para poner en relación con Dios a todo el que se acerca a él, aunque
figurativamente no represente a la imagen de Dios y aunque el pecado
tenga cabida en el hombre-estatua-de Dios.
Estas primeras notas revelan la novedad de un Dios que en su primera
manifestación, la creación, aparece comunicándose, saliendo de sí,
creando y buscando un otro en el que mostrarse, al que revelarse y en el
que dejarse representar.
«Comprendo que toda perfección, incluso natural, es la base necesaria del organismo místico y definitivo que Tú edificas por medio
de todas las cosas. Tú, Señor, no destruyes los seres a quienes adoptas, sino que los transformas, conservando todo lo que siglos enteros de reacción han elaborado de bueno en ellos»3.
Un Dios así, disponible, es un Dios personal, un Dios en relación, que
se arriesga a ponerse en la tesitura de este mundo y sus criaturas, lo que
significa que acepta que estas lo busquen a tientas, lo comprendan a veces y lo representen dignamente solo en algunos momentos.
En esta perspectiva comprendemos mejor muchos textos-postal que se
abren ante nosotros a medida que pasamos las páginas de la Biblia. No
nos sorprende, entonces, encontrar textos que denuncian el sinsentido y
la vaciedad del culto dado a los ídolos: «plata y oro, hechura de manos
humanas: tienen boca y no hablan; tienen ojos y no ven; tienen orejas y
no oyen; tienen nariz y no huelen; tienen manos y no tocan; tienen pies
y no andan; no tiene voz su garganta» (Sal 115,4-7).
Nos gusta detenernos en los textos con los que Israel alaba a su Dios y
reconoce su presencia amorosa en la creación y en la historia:
2.
3.
N. LOHFINK, «La estatua de Dios», en A la sombra de tus alas. Nuevo comentario sobre textos bíblicos, Desclée de Brouwer, Bilbao 2002, 35-55.
P. TEILHARD DE CHARDIN, Presencia de Dios en el mundo, LXXIX.
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«Haces crecer los pastos para los animales, y las plantas que el hombre cultiva para sacar su pan de la tierra, el pan que le da fuerzas, y
el vino que alegra su vida y hace brillar su cara más que el aceite»
(Sal 104,14-15).
«Señor, yo me alegro en ti de corazón, porque me das nuevas fuerzas. Puedo hablar contra mis enemigos, porque me has ayudado.
¡Estoy alegre! ¡Nadie es santo como tú, Señor! ¡Nadie protege como
tú, Dios nuestro! ¡Nadie hay fuera de ti!» (1 Sam 1,1-2).
Agradecemos los cánticos e himnos del Nuevo Testamento (Lc 1,47-55;
68-79; Flp 2,6-11; 1 Cor 13; Ap 4,8.11), textos-postal que llevan impresa una manera de avivar la fe en la práctica cotidiana de quienes, «pasando toda nuestra vida como en una fiesta, persuadidos de que Dios está en todas partes, trabajamos cantando, navegamos al son de himnos,
nos dedicamos a todas nuestras ocupaciones rezando»4.
Pasando las páginas de este álbum, encontramos también esos textos tan
imponentes y desconcertantes para nosotros que llamamos teofanías y
que muestran una creación que se conmueve y expresa su sentir ante la
presencia de Dios:
«Todo el monte Sinaí echaba humo, debido a que el Señor había bajado a él en medio de fuego. El humo subía como de un horno, y
todo el monte temblaba violentamente. El sonido de trompetas fue
haciéndose cada vez más fuerte; Moisés hablaba, y Dios le contestaba con voz de trueno» (Ex 19,18-19).
«Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda aquella tierra
quedó en oscuridad. El sol dejó de brillar, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Jesús, gritando con fuerza, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Dicho esto, murió» (Lc 23,44-46).
Pero la imagen de Dios que la revelación nos muestra no se agota en su
presencia creadora, fecunda y vivificadora.
4
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata 7, 7, 23, citado por F. RAMÍREZ, «El himno»:
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La segunda página de nuestro álbum nos muestra a Dios actuando en el
escenario de la historia: «todo en la historia del mundo está grávido de
eternidad y vida eterna o de corrupción infinita»5.
Por esa razón, las primeras postales son textos que invitan a salir y buscar
a Dios en la historia («No te hablé a escondidas, en un país tenebroso, no
dije a la estirpe de Jacob: “Buscadme en el vacío”»: Is 45,19); a discernir su
presencia en la propia biografía («Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo;
tú me formaste en el vientre de mi madre [...] No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos»: Sal 139,13.15).
Pero esta segunda página del álbum recoge también textos que sacuden
nuestra cortedad de miras: «Muéstrame ahora tu valentía y respóndeme
a estas preguntas: ¿Pretendes declararme injusto y culpable para que tú
aparezcas inocente? ¿Acaso eres tan fuerte como yo? ¿Es tu voz de trueno, como la mía? Revístete, pues, de grandeza y majestad; cúbrete de gloria y esplendor. Mira a todos los orgullosos: da rienda suelta a tu furor y
humíllalos. Sí, derríbalos con tu mirada, aplasta a los malvados donde se
encuentren» (Job 40,7-12).
Y, como no puede ser de otro modo, no faltan textos en los que los hombres dan rienda suelta a sus sentimientos y emociones: Jeremías: «Me sedujiste» (Jer 20,7); Job: «El Señor me persigue y me desgarra, me amenaza como una fiera, clava los ojos en mí cual si fuera mi enemigo» (Job
16,9); Tobías: «Alabado seas, porque me has llenado de alegría, y no sucedió lo que yo temía, sino que nos trataste de acuerdo con tu inmensa
bondad» (Tob 8,16); Jesús: «Padre mío, si no es posible evitar que yo sufra esta prueba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42).
Pero en este álbum han quedado textos-postal que son como instantáneas de encuentros y desencuentros personales.
5.
K. RAHNER, «Historia del mundo e historia de la salvación»,en Escritos de Teología
V, Cristiandad, Madrid 20032, 110.
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La atrevida historia de Abraham, «padre de pueblos numerosos, no manchó nunca su honor, cumplió las órdenes del Altísimo e hizo con él un
pacto. En su propio cuerpo marcó la señal del pacto, y cuando Dios le
puso a prueba, se mostró fiel» (Eclo 44,19-20).
La apasionante misión de Moisés, de quien dice la Escritura: «nunca más
hubo en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor hablara cara a cara, o que hiciera todos los prodigios y maravillas que el Señor le
mandó hacer en Egipto contra el faraón, sus funcionarios y todo su
país, o que le igualara en poder y en los hechos grandes e importantes
que hizo a la vista de todo Israel» (Dt 34,10b-12).
Y las desgarradoras experiencias de Jeremías, que tiene que colocarse un
yugo y pasearse por Jerusalén para interpretar el peligro real de la amenaza que supone Nabucodonosor (Jer 27); o de Oseas, que tiene que casarse con una prostituta que lo traicionará una y otra vez (Os 1,2); o de
Ezequiel, que pierde lo que más quiere, a su esposa, y Dios le prohíbe hacer luto para que los israelitas comprendan cómo su pecado les ha llevado a la ruina (Ez 24,18).
Cerrando esta página podemos colocar en un lugar destacado la postal
del «sí» de María, el texto de la anunciación; telegráfico, condensado:
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 2,38).
De esta manera, la tercera página de nuestro álbum la preside el rostro
de Jesús, el Dios-con-nosotros; su logos-palabra definitiva. Porque desde
la primera postal, con la imagen de Dios creador y dador de vida, se han
sucedido postales que nos han mostrado a Dios comunicándose con sus
criaturas: «En otros tiempos habló Dios a nuestros antepasados muchas
veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Pero en la plenitud de la historia nos ha hablado por el Hijo. Él es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma del ser de Dios» (Hb 1,3).
Y en esta página las postales que se suceden pueden resultarles a algunos
desenfocadas, desconcertantes; escandalosas incluso. No es nada nuevo:
«Los judíos quieren ver señales milagrosas, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos a un Mesías crucificado. Esto resulta
ofensivo a los judíos, y a los no judíos les parece una tontería; pero para
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los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, ese Mesías es el poder y
la sabiduría de Dios» (1 Cor 1,22-24).
Las imágenes de estos textos-postal discurren ante nosotros y revelan a
un Dios-niño ante el cual el sabio Simeón se postra (Lc 2,28-32), los espíritus se agitan (Mc 1,34b), la fiebre desaparece (Mc 1,31b), los excluidos participan (Mt 26,6-13), los postrados se levantan (Mt 9,1-8) y los
poderes de este mundo se sublevan (Jn 11,57).
Este primer álbum de postales desde el cielo nos ha mostrado que la imagen del Dios revelado en la Biblia es una imagen en movimiento; no
puede atraparse en la instantánea de una fotografía al uso. Ese movimiento parte de un descenso que se inaugura en la creación, continúa en
la historia y se consuma en la encarnación: «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos» (Flp 2,7). Y ese
movimiento no se detiene, no se atasca en la tierra, sino que escapa de
nuevo a la atmósfera de la vida divina, habitada ahora por muchos (dice
la Escritura que son ciento cuarenta y cuatro mil «los que han pasado por
la gran aflicción, los que han lavado sus ropas y las han blanqueado en
la sangre del Cordero»: Ap 7,4.14).
2. Segundo álbum. Postales para una nueva imagen del hombre
Cuando proponía abrir el primer álbum del postales, mostraba la foto de
ese Dios creando, por pura gratuidad, a un hombre-estatua, imagen de
sí mismo. Quiero proponer ahora que contemplemos un segundo álbum: el que muestra la novedad que la fe bíblica aporta a la mirada sobre la condición humana.
La primera página de este álbum tiene un primer texto-postal que puede resultarnos muy familiar; sin embargo, invito a mirarlo con detenimiento. Estamos muy acostumbrados a escuchar el v. 26 del capítulo 1
de Génesis, donde se dice: «a imagen de Dios los creó; hombre y mujer
los creó». Breve; contundente. Sin embargo, más allá de esa sustancia
que impregna el uso del vocabulario hebreo para hablar del hombre como imagen-estatua, y que ya hemos anotado, se hace muy necesario coSal Terrae | 101 (2013) 555-569
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tejar este texto con otros de la antropología del contexto que los autores
bíblicos han conocido. Así en el poema babilónico Enuma Elish6, probablemente un relato de enorme importancia religiosa, ya que se recitaba durante el Festival de Año Nuevo, la creación del hombre se justifica por la
necesidad de crear a alguien destinado a ocuparse del culto a los dioses:
«Voy a amasar la sangre y haré que existan los huesos;
voy a suscitar un salvaje, cuyo nombre sea hombre;
ciertamente, voy a crear al hombre-salvaje
para que se encargue del servicio de los dioses,
de modo que estos sean aplacados» (Enuma Elish VI 4-8).
Frente a los mitos mesopotámicos, la revelación bíblica habla del hombre
como un ser creado por pura liberalidad, dotado de capacidad de comunicarse e invitado a la amistad con Dios, eso que K. Rahner llamó «capacidad subjetiva trascendental»7. Además, habiéndosele confiado la tarea de
colaborar en la creación, recreándola, conservándola y cuidándola, se erige en criatura con autonomía y poder de decisión en el mundo.
Esta condición tan genuina de la revelación bíblica despliega en la imagen de lo que la persona es una gran cantidad de dimensiones.
Un texto bellísimo de los apócrifos árabes cristianos profundiza en estas
dimensiones y dice: «La causa por la que Dios creó con su santa mano a
Adán a su imagen y semejanza fue para darle la sabiduría, la facultad de
hablar, el movimiento animal y el conocimiento de las cosas»8.
Cuando explico estos capítulos del Génesis en clase, me encanta incidir
especialmente en una de esas facultades, a saber, su capacidad de crear
cultura; es decir, de «hacer algo por el mundo [...] que lleva el sello de
nuestra creatividad, de nuestro deseo, otorgado por Dios, de hacer más
de lo que nos ha sido dado [...] también en el sentido más profundo de
6.
7.
8.
Escrito durante la primera dinastía babilónica, probablemente en tiempos de
Hammurabi (siglo XVIII a.C.).
K. RAHNER, Experiencia del Espíritu, Narcea, Madrid 1978, 19.
Se trata del Libro de las revelaciones, que la tradición manuscrita siríaca de la «Caverna de los tesoros» atribuye a la obra de San Efrén; cf. Apócrifos árabes cristianos,
Edición y traducción de J.P. MONFERRER, Trotta, Madrid 2003, 61 y 66.
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la frase [...] Dar sentido a la maravilla y el horror del mundo es la preocupación humana original»9. Y me gusta por muchas razones, pero especialmente porque muestra de una manera muy intensa lo que significa
tomarse en serio el diálogo con Dios en la historia que nos toca vivir, y
la asunción del hecho de ser sus estatuas.
Así, este álbum colecciona postales-texto que, a lo mejor, no estamos
acostumbrados a leer y que hablan de la creación de inventos, de la cultura política, del arte de la composición literaria... Porque «es propio de
la persona humana el no llegar a un nivel verdadera y plenamente humano si no es mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y los
valores naturales. Siempre, pues, que se trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente» (GS 53).
«Adá dio a luz a Jabal, de quien descienden los que viven en tiendas
de campaña y crían ganado. Jabal tuvo un hermano llamado Jubal,
de quien descienden todos los que tocan el arpa y la flauta. Por su
parte, Silá dio a luz a Tubal-caín, que fue herrero y hacía objetos de
bronce y de hierro» (Gn 4,20-22).
«El plan le pareció bien al faraón y a sus funcionarios, así que el faraón les dijo: “¿Podremos encontrar a otro hombre como este, que tenga el espíritu de Dios?” Y a José le dijo: “No hay nadie más inteligente y sabio que tú, pues Dios te ha hecho saber todo esto. Tú te harás
cargo de mi palacio, y todo mi pueblo obedecerá tus órdenes. Solamente yo seré más que tú, porque soy el rey. Mira, yo te nombro gobernador de todo el país de Egipto”. Al decir esto, el faraón se quitó
de la mano el anillo que tenía su sello oficial y se lo puso a José. [...]
Después le hizo subir en el carro que siempre iba detrás del suyo y ordenó que gritaran delante de él: “¡Abrid paso!” Así fue como José quedó al frente de todo el país de Egipto» (Gn 41,37-44).
«Considerando la cantidad de números y la dificultad que, por la
abundancia de materia, se presenta a quienes quieren seguir minu-
9.
A. CROUCH, Crear cultura. Recuperar nuestra vocación creativa, Sal Terrae, Santander 2010, 25.
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ciosamente las narraciones de la historia, nos esforzaremos por ofrecer entretenimiento a quienes leen por el solo gusto de leer; facilidad a los que quieren aprender de memoria y, en fin, utilidad a todos los que lean este libro» (2 Mac 2,24-25).
Pero, además, al declarar a los hombres y mujeres sus estatuas, el Génesis
está indicando cómo deben relacionarse los humanos entre sí y con Dios.
«Al hacer de la humanidad la estatua cultual de Dios en el templo
cósmico del universo, el texto no solo está declarando inadecuado,
más aún, falso, el reinado del hombre sobre el hombre, sino también toda aproximación humana a Dios mediada por figuras cultuales. Si la humanidad es la estatua de Dios, ningún derecho asiste ya a estatuas de Dios de madera, piedra o bronce»10.
Así hemos de entender, entonces, los textos que cuestionan las perversas
dinámicas que actúan en las relaciones entre los israelitas.
Ante la muerte de Abel, Dios declara a Caín: «La sangre de tu hermano, que
has derramado en la tierra, me pide a gritos que haga justicia» (Gn 4,10).
Ante el estilo de vida de las mujeres ricas de Samaría en tiempo de prosperidad, Amós advierte:
«Escuchad esto, vacas de Basán,
flor y nata de Samaría,
que oprimís a los pobres,
maltratáis a los necesitados
y ordenáis a vuestros maridos
que os traigan vino para beber.
Dios el Señor juró por su santidad:
“Vienen días en que a vosotras
se os llevarán con ganchos,
y vuestros hijos serán enganchados con anzuelos”» (Am 3,1-2).
10. N. LOHFINK, «La estatua de Dios». en A la sombra de tus alas. Nuevo comentario sobre textos bíblicos, Desclée de Brouwer, Bilbao 2002, 52.
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Y en ese mismo marco hay que situar los textos que proponen el ejemplo de israelitas que muestran otra manera de vivir y de ser personas, como es el caso de Tobías: «En tiempos de Salmanasar ayudé muchas veces
con obras de caridad a los demás israelitas. Compartía mi comida con
los que padecían hambre y daba de mi ropa a quienes no tenían. Y cuando algún israelita moría y su cadáver era arrojado fuera de las murallas
de Nínive, si yo lo veía, iba y lo enterraba» (Tb 1,16-17).
Y así hay que entender textos clave de la vida pública de Jesús, como el discurso de pan: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré
por la vida del mundo» (Jn 6,51); o el lavatorio: «Él siempre había amado a
los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
La segunda página de este álbum contiene otra imagen que me gusta
destacar y que ofrezco a la reflexión: la del hombre como criatura del
tiempo. El primer texto-postal de la Biblia está transido por el tiempo:
siete días; una tarde, una mañana... El tiempo es él mismo criatura y, en
cuanto tal, relativo. Hay un tiempo objetivo, el de la hora dada, el del
ritmo inscrito en nuestro organismo, que no conviene perturbar; y hay
un tiempo subjetivo, la conciencia que yo tengo del tiempo, que depende mucho de la intensidad con la que vivimos. Pero hay tiempo, y nos
envuelve, nos organiza y nos permite vivir: «En este mundo todo tiene
su hora. Hay un momento para todo cuanto ocurre» (Qo 1,1).
Esta condición temporal constitutiva hace también de la fe algo que tiene que ver con el tiempo. Nuestra búsqueda de Dios se articula en el
tiempo: el tiempo del proceso de maduración; el tiempo de nuestra biografía; el tiempo de la Historia que nos toca vivir; el tiempo sagrado de
la liturgia; el final de nuestro tiempo.
Y es interesante notar que nuestra condición de criaturas afectadas por el
tiempo tiene enfrente a otro, Dios, de quien decimos que es «el Eterno»
y para quien «mil años son como un día» (Sal 90,4); es decir, que se erige como Señor del tiempo. Y nuestra relación con él parte de «la condición temporal, histórica y biográfica de la condición humana» y la convierte en una aventura de encuentro y comunión mutua que llamamos
fe y que consiste en «ir educando al creyente a transitar de la necesidad
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al deseo y, por tanto, a padecer la duración no como un motivo de desesperación o de escepticismo, sino como una escuela de paciencia y esperanza, siguiendo siempre el mandato paulino: “no os canséis de hacer
el bien” (2 Tes 3,13) y la invitación lucana: a fuerza de constancia salvaréis vuestras vidas (Lc 21,19)»11.
Ahora bien, no quiero dejar de mostrar en este álbum de novedades, una
página con algunas postales también muy originales que nos revelan que
nuestra condición de criaturas hace de nuestra vida una tarea trabajosa,
un permanente conflicto entre nuestra condición de estatuas, nuestra capacidad de trascendernos, nuestra autonomía y originalidad, y nuestra libertad para echarlo todo por tierra.
La primera postal que quiero colocar es un testimonio muy vivo de Pablo: «Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer lo bueno, solo encuentro lo malo a mi alcance. En mi interior me agrada la ley de Dios;
pero veo en mí otra ley que se opone a mi capacidad de razonar: la ley
del pecado que hay en mí y me tiene preso» (Rom 7,21-23).
Es la postal, muy real, del drama que experimentamos. Nos reconocemos en esa condición de imagen-estatua; sabemos discernir y nombrar
muchas ocasiones en las que somos capaces de trascendernos, de llevar a
otros a Dios, de dar testimonio público de Él y de su señorío en nuestra
vida: «la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo
de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gal 2,20b). Pero también nos vemos divididos, enfrentados a nosotros mismos y a los
otros en lo más profundo de nuestro ser. Tenemos un fino sentido de lo
que está bien, de lo que nos lleva a Dios; y, sin embargo, «no estamos a
la altura». Nos descubrimos pecadores y reconocemos que vivir no es
cualquier cosa, porque «toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas» (GS 13).
De hecho, vivimos un momento histórico en el que «el progreso se ha
convertido en algo así como un persistente juego de las sillas en el que
11. P. RODRÍGUEZ PANIZO, «La fe y el paso del tiempo»: Sal Terrae 174 (2013) 11.
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miren junkal guevara llaguno, rjm
un momento de distracción puede comportar una derrota irreversible,
una exclusión inapelable»12.
Pero no podemos cerrar este álbum, y con él nuestro recorrido por la novedad de la fe bíblica, con esta página. Pertenece a lo específico de la fe
bíblica mostrar la entraña misericordiosa del Dios revelado: «¿Acaso una
madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabada en mis manos; siempre tengo
presentes tus murallas» (Is 49,15-16). Dios sale de sí, se comunica con
nosotros en un diálogo perpetuo, constante, que nos salva y nos acepta
en su amistad: «por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres
como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV 2). Dios
nos crea y nos conserva en su amistad, y ese diálogo se inicia cuando somos llamados a la existencia y no se silencia. Creación y salvación constituyen una única realidad e imprimen a nuestra vida un ritmo que la
anima de modo constante. Somos a-Graciados; la Gracia de Dios es una
mano tendida a nosotros permanentemente.
«Cuando se hunde todo lo concreto y lo posible de gozar, cuando
todo suena a silencio mortal, cuando todo sabe a muerte y destrucción, o cuando todo desaparece como en una bienaventuranza inefable casi blanca y sin color, inasible, sabemos que no solo el espíritu, sino el mismo Espíritu Santo está obrando de hecho en nosotros. Es la hora de su gracia. Y entonces la falta de suelo que experimentamos en nuestra existencia es la insondabilidad del Dios que
se nos comunica, el comienzo de la llegada de su infinidad, que ya
no tiene caminos, que gusta a nada porque es infinidad»13.
12. Z. BAUMAN, citado por M. PÉREZ OLIVA, «La vida en tres tercios», El País, 21 de
marzo de 2013.
13. K. RAHNER, Escritos de Teología III, Cristiandad, Madrid 20024, 99-100.
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postales desde el cielo
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3. Conclusión
Este recorrido por los álbumes de la novedad bíblica nos ha ayudado a
atravesar «la puerta de la fe» y a avivar esas dos grandes imágenes en las
que la revelación bíblica se muestra novedosa, original, desafiante: la
imagen de Dios y la imagen del hombre. Como si fueran instantáneas,
han pasado ante nosotros la autocomunicación de Dios al hombre, la
condición de este como «oyente de la palabra» (K. Rahner), la Escritura
como lugar de encuentro y diálogo entre Dios y la humanidad...
Pero, además, la fe como puerta ha vuelto a invitarnos a atravesarla, actualizarla, reemprendiendo una y otra vez su camino. Ahora bien, la fe no
se ha mostrado solo como una apertura de la persona al futuro, a lo que
todavía no está presente... La puerta de la fe y las historias de los hombres
y mujeres de fe se sostienen en la realidad presente, en la que es posible discernir la presencia de Dios habitándolo todo. Esa presencia cambia el presente, redimensiona el tiempo y nos pone de cara a Jesús, la puerta por la
que entramos y salimos gustando ya los signos del Reino.
«[...] ¿Qué hora tienes tú, Señor?
Contemplen a Jesús de Nazaret,
Él es la hora del Reino,
el tiempo exacto.
¡Quién pudiera ser lúcido y libre
para decir: “Esta es la hora”,
la hora en punto,
la tuya y la nuestra
en una sola...!»14.
14. B. GONZÁLEZ BUELTA, «Tu tiempo», en La utopía ya está en lo germinal, Sal Terrae,
Santander 1998, 55.
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ANDRÉ DUPLEIX
Orar con
Pierre Teilhard de Chardin
160 págs.
P.V.P. : 12,50 €
Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) se dio a conocer como teólogo y
como especialista en paleontología. Pero fue una vida interior muy intensa lo que permitió a este jesuita afrontar, dentro de la más estricta fidelidad a la Iglesia, los riesgos de su investigación y los dolorosos conflictos
que esta le deparó. Y es que Teilhard fue, ante todo, un gran orante. De
alguna manera, orar con Teilhard de Chardin es situarse en el punto de
intersección de la revelación y los desarrollos del mundo, de la palabra
única de Dios y las llamadas o los gritos de los seres humanos. Es encontrarse con un sabio y un místico, un hombre de acción y un contemplativo, un ser humano que sufre y que confía.

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