Hugo Saúl Rojas Pérez Héctor B. Fletes Ocón Doctorado en

Transcripción

Hugo Saúl Rojas Pérez Héctor B. Fletes Ocón Doctorado en
Hugo Saúl Rojas Pérez
Héctor B. Fletes Ocón
Doctorado en Estudios Regionales, Universidad Autónoma de Chiapas.
Boulevard Los Laguitos 338, segundo piso, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
961-6178000 ext. 1701 y 1702
[email protected]
[email protected]
Relaciones interétnicas y concepciones de higiene en el comercio de
hortalizas guatemaltecas en Tapachula, Chiapas.
Palabras claves: Mames, fronteras culturales, tráfico hormiga, mercado,
antropología económica.
Actualmente una de las principales actividades comerciales entre el Soconusco,
Chiapas, México, y la región suroccidental de Guatemala se basa en el flujo de
hortalizas frescas de Guatemala a México. Este tipo de comercio circula de un
país a otro por caminos de extravío mediante tráfico hormiga: es decir, ingresan
por medio del contrabando de pequeñas cantidades, pero de manera constante,
utilizando pasos fronterizos tolerados a pocos metros de las garitas oficiales. El
flujo de hortalizas guatemaltecas a México es una actividad comercial muy
antigua, incluso trasciende la delimitación de la línea fronteriza (Jan de vos, 1993;
Voorhies, 1991) y constituye en la actualidad la principal fuente de verduras
frescas en la ciudad tropical de Tapachula, superando en oferta y diversidad a las
que proceden del centro de México que se expenden en los mercados de esta
misma ciudad. La ponencia se centra en el consumo de hortalizas de los
habitantes del barrio
de
San
Sebastián
de
la
ciudad de
Tapachula,
específicamente en la re-significación social negativa que hacen estos
consumidores en relación a las hortalizas guatemaltecas.
El consumo de la hortaliza es usual y cotidiano entre los habitantes de los
barrios populares de la dicha ciudad, incluyendo el barrio de San Sebastián donde
se realizó la estancia de campo durante todo el año de 2011 y parte del 2012 1.
Esta ponencia es el resultado de una investigación realizada en dicho periodo en
los mercados públicos de Tapachula, surge de notas etnográficas centradas en la
observación de las relaciones de intercambio entre consumidores mexicanos y
comerciantes de hortalizas guatemaltecos; se describen las formas en que los
consumidores incrustan en unos humildes vegetales y sus comerciantes juicios de
valor relacionados con la nacionalidad, el grupo étnico y la higiene.
La finalidad, al resignificar las hortalizas con juicios de valor relacionados con
la supuesta contaminación del agua durante su producción y la carencia de
higiene de sus vendedores de origen mam, se puede interpretar como el intento
de instauración de una frontera cultural con respecto a los del otro lado. Esta
manera de hacer distinciones sirve para delimitar “quien es de allá” y “que cosas y
quienes somos de aquí” mediante una diferenciación directa con los “otros”, lo que
conlleva una jerarquización cultural en un contexto social donde las relaciones de
intercambio cara a cara se presentan de forma cotidiana en los que se generan
conversaciones cordiales y cercanas con el marchante, no obstante se guardan
las distancias sociales. Interpretamos que las percepciones que están detrás de
los juicios de los consumidores en relación a la hortaliza y comerciante es que el
estándar de salubridad de México es superior al de este sector indígena de
población guatemalteca y de ello irreflexivamente se auto deduce que los
mexicanos que habitan en los barrios populares de esta ciudad poseen una
superioridad social y cultural frente al marchante guatemalteco.
Hay dos argumentos de fondo que guían teóricamente la investigación: el
primero, una vieja premisa de la Antropología Económica desarrollada por Karl
Polanyi (2009, 111): la incrustación de la esfera económica en procesos
socioculturales. En esta ponencia se trata de evidenciar cómo procesos de
jerarquización social fundamentados en la higiene, la etnia y la nacionalidad de las
1
La ponencia es parte de un trabajo de campo más amplio basado en la etnografía multisituada
que consistió en seguir literalmente a los comerciantes por los lugares de producción de la
hortaliza en Guatemala, compra de hortaliza, introducción a México y reventa en Tapachula.
cosas y las personas del otro lado, influye en la valoración negativa de las
hortalizas por parte del consumidor e irremediablemente condiciona su precio.
El segundo consiste en una preferencia metodológica que hemos adoptado y
que es un postulado básico de la Antropología Económica (Douglas e Isherwood,
1990; Appadurai, 1989; Mintz, 2003); se trata de fijar la atención en la capacidad
comunicativa que tienen los bienes para emitir mensajes sociales, estéticos, crear
deseos y generar acciones en un contexto predeterminado. En este sentido
durante el trabajo de campo nos percatamos que no solo los bienes emitían
mensajes comunicativos sino también el vendedor de dichos bienes por tener el
mismo origen que el bien. En varias ocasiones se confundía, durante las
verbalización de los juicios de los tapachultecos, si se trataba de la verdura o la
verdulera. Es decir, nunca desciframos con exactitud en que momentos se
expresaba que la verdura de Guatemala era la antihigiénica o si era la marchante.
Nuestro análisis consistió, más bien, en centrase en las mutaciones de
significados, a veces encarnadas en los bienes y otras veces en sus vendedores.
Es importante comentar que la introducción ilegal de la hortaliza a México y
la condición de irregularidad migratoria del comerciante no es una preocupación
central del consumidor mexicano. Más que en la circulación, es durante el proceso
de intercambio de las hortalizas, en las relaciones cara a cara en sitios como los
mercados, cuando estas son fetichizadas.
Las hortalizas guatemaltecas que se ofertan en los mercados de Tapachula
son zanahorias, rábanos, lechugas, brócoli, coliflor, legumbres como chicharos,
garbanzos, habas y tubérculos como la papa. Vegetales que no se cultivan en el
Soconusco por varias razones: entre ellas el clima tropical con lluvias todo el año,
la vocación agrícola de la región volcada a la agro producción de café y frutas,
además de la existencia de un lazo mercantil histórico basado en la venta de
verduras frescas del altiplano guatemalteco al Soconusco.
La ilustración 1 representa dos itinerarios delineados por los circuitos
mercantiles de la hortaliza. La distribución en dirección a Tapachula tiene dos
rutas: el primero inicia en los pueblos de Almolonga, Zunil y San Juan Ostuncalco
en las cercanías de la ciudad de Quetzaltenango; en estos pueblos de Guatemala
se produce, se embala y comercializa al mayoreo por medio de empresas
acaparadoras hasta la ciudad fronteriza de Tecún-Umán, donde cruzan el río
Suchiate en cámaras de tractor para desembarcar en Ciudad Hidalgo, México. De
esta población se trasportan en pequeñas camionetas de fletes mexicanos hasta
el mercado San Juan en Tapachula el cual funge como central de abastos. En
este flujo participan almacenadores mayoristas, transportistas, prestadores de
servicios fronterizos, formales e informales y vendedores por pedido que colocan
las verduras en los mercados de Tapachula.
El segundo inicia en la zona metropolitana de las ciudades comprendidas por
San Marcos cabecera del departamento del mismo nombre y San Pedro
Sacatepéquez; el grupo de comerciantes de origen mam que seguí, oriundos de
San Andrés Chapil, también ubicados en la periferia de esta zona metropolitana,
viaja aprox. 70 km, junto con cosechas locales y verduras que compran a
mayoristas y posteriormente las introducen por pasos de extravío, mediante trafico
hormiga, para revenderlas en el mercado San Juan de Tapachula. Son cantidades
de 200 a 300kg que cruzan el río Suchiate por debajo del puente entre El Carmen
Guatemala y Talismán México. En torno a estos dos itinerarios podemos definir un
circuito mercantil transfronterizo.
Durante el trabajo de campo, desarrollado a partir del seguimiento estos dos
flujos de hortalizas, se patentizaron los sistemas de clasificación social acerca de
las mercancías y sus vendedores. Empíricamente evidencié las fricciones
culturales en las que se desenvuelve las relaciones de intercambio.
Ilustración 1: Dos itinerarios delineados por los circuitos mercantiles de la hortaliza
guatemalteca a México.
(Elaborado por los autores basado en los datos recolectados en el trabajo de
campo durante 2011 y 2012)
El mercado
En los mercados de Tapachula se venden alimentos perecederos y diversas
mercaderías manufacturadas, cuyos circuitos de comercialización están al margen
de las cadenas de autoservicio. En estos sitios acontecen en gran número
acciones de intercambio entre grupos de diversos orígenes étnicos y sociales. La
investigación se realizó en el mercado provisional San Juan, por fungir el papel de
central de abastos de esta ciudad.
El mercado San Juan (ilustración 2) había en 2011, 20 puestos de hortalizas,
todos encabezados por mujeres líderes de su grupo familiar extenso y de
paisanos. Todas de nacionalidad u origen guatemalteco y utilizaban como idioma
de negocios el mam, pero enfrente del consumidor se expresaban en castellano.
Rentaban locales fijos ubicados sobre las aceras principales en la misma nave o
naves contiguas y estaban espacialmente organizados espacialmente según lazos
parentales o de paisanaje.
Ilustración2: Croquis del mercado provisional San Juan y la disposición de puestos
reconocidos por Doña Carmen.
(Elaborado por los autores basado en los datos recolectados en el trabajo de
campo durante 2011 y 2012)
La mayoría de las hortalizas que expenden ellas no se pueden cultivar en el
Soconusco por las razones ya expuestas, y por lo tanto, son traídas de su país por
medios ya descritos2. Estas comerciantes practican el comercio al mayoreo y al
2
En los municipios de Motozintla, el Porvenir y Frontera Comalapa, Chiapas, también se producen
hortalizas, sobre todo papas. No obstante, en todas mis visitas que realicé a los diversos mercados
de Tapachula no encontré productos de esta zona. Al parecer este tipo de mercancías se
desenvuelven en otros circuitos mercantiles, cuya plaza de mercado principal es Huixtla y
Motozintla. En el mercado de Huixtla encontré una oferta significativa de papas, lechugas y
repollos provenientes de esos municipios.
menudeo al público en general, pero especializándose en clientes de la misma
nacionalidad, ya sea vendiéndoles al mayoreo a través de un sistema de crédito y
fiado, o bien, ofertando productos agrícolas específicos únicamente conocidos por
oriundos de los valles volcánicos guatemaltecos. Al menos cinco de estas
comerciantes tienen puestos en el mercado del mosquito en San Pedro
Sacatepéquez, Guatemala, donde también introducen verduras mexicanas cuando
hay escasez.
El viaje de las verduras desde Guatemala hasta los mercados de Tapachula
implica una serie de mecanismos de cruce por la frontera; sobre todo la existencia
de una cadena de facilitadores de servicios, entre ellos compañías de fletes de un
lado y otro del río, cargadores, policías, personal de aduanas, tricicleros, buzos y
balseros. El circuito binacional de las verduras siempre fluye en una combinación
entre mecanismos que podríamos considerar económicamente formales con otras
informales que evidencian de forma concreta cómo la llamada economía informal
se desarrolla dentro de la economía formal (Castells y Portes, 1989).
En las prácticas cotidianas de comercio fronterizo llevadas a cabo por las
comerciantes de hortalizas guatemaltecas, aunque tienen claro que existe una
regulación de SENASICA y el SAT para su introducción a México y que el uso de
los caminos de extravío es penado por las autoridades mexicanas, las
comerciantes justifican el paso de sus verduras de un país a otro apoyándose en
la connotación moral que ellas creen que reviste su actividad en esta región
fronteriza. En palabras de Doña Carmen, una de las vendedoras de verduras del
mercado San Juan3:
“No existe nada de malo en pasar verduras del otro lado: es normal, es
una costumbre de la gente de aquí, que a nadie le hace daño como sí
pasa con las armas o las drogas, pues las verduras alimentan y son
baratas. Y aquí, en el cruce ya nos conocen los de la aduana y todos […].
3
Específicamente yo recolecté datos de campo, en Guatemala y México, con el grupo familiar de
Doña Carmen (50 personas aproximadamente). En 2011, esta señora tenía 51 años y viajaba tres
veces a la semana de San Pedro a Tapachula. Doña Carmen, su esposo, dos hijos y su prima,
manejaban 6 puestos de verduras en el mercado San Juan, una red de niños para la venta
itinerante de verduras y adicionalmente, tienen un puesto grande en el mercado El Mosquito, en
San Pedro, en la periferia de la ciudad de San Marcos.
Sí, hay leyes diferentes, pero ya conocemos cómo funcionan”.
(Conversación personal, noviembre 2011)
Para Pepe, quien consume verduras de Guatemala compradas en el San
Juan, se trata de tráfico tolerado y acostumbrado, e igual que Doña Carmen, se
expresa:
“Bueno, no se trata hondureños o salvadoreños que vienen a delinquir o
pedir dinero”. La suciedad, para José Luis, es que estén podridas y
maltratadas, pero sobre todo que tengan enfermedades que producen
infecciones estomacales como la salmonelosis”. (Conversación personal,
noviembre 2011)
El hallazgo de la investigación fue evidenciar cómo la mercancía y sus
vendedoras guatemaltecas aunque simbolizan la otredad, son más conocidas y
aceptadas que otras personas de origen centroamericano que transitan o viven
aquí en Tapachula. Con los guatemaltecos de origen mam se conviven
cotidianamente, ellos se clasifican en otra escala de valor, donde el referente local
de lo que significa legalidad e ilegalidad no es el principal motivo por el cual se les
valora. A las vendedoras guatemaltecas se les clasifica como “personas
derechas”, “personas de origen humilde”, pero de poca higiene, cualidad que
también se asigna a sus hortalizas.
Para cualquier persona que venga de fuera y viva uno o dos años en esta
pequeña ciudad de 200,000 habitantes aproximadamente (INEGI 2010), se dará
cuenta que existe una jerarquización social de las personas que se basa en una
intersección de diferentes elementos de clasificación cultural, entre estos
elementos están el grupo étnico de pertenencia, el idioma que se habla, la
supuesta clase social a la que pertenece, la nacionalidad, la actividad a la que se
dedica, etc. Jerarquías que son reconocidas y reproducidas por todos los
moradores de la Perla, donde el mayor estatus lo detentan los descendientes de
los migrantes transcontinentales (japonenses, libaneses, chinos alemanes)
destacando los alemanes por tener una supuesta cultura del trabajo industriosa y
ser dueños de las agroindustrias más importantes de la región Soconusco ligadas
al café. También son denominados finqueros y constituyen en esta parte del
estado una jerarquía social aparte.
En los últimos peldaños de esta jerarquía social se encuentran los tras
migrantes de origen hondureño y salvadoreño. Racialmente muchos de los
pertenecientes a estas comunidades nacionales son de piel más blanca que los
oriundos de las colonias populares de Tapachula, pero aquí no se les juzga por su
piel blanca, sino por su supuesta incapacidad para ser civilizados. Para los
moradores del callejón de San Sebastián: “ellos (hondureños y salvadoreños) no
pueden mantener un trabajo honrado y con horarios fijos, dado que todo el tiempo
quieren ganar dinero fácil para movilizarse y además no hacen bien los trabajos.”
(Conversación personal, 2011)
En este sentido, la red de comerciantes mam que hemos seguido está lejos
de autoclasificarse como humilde, sucia y dedicarse exclusivamente al comercio al
menudeo para la sobrevivencia como lo creen los moradores de San Sebastián.
Ellos creen que desempeñan una función importante en el abasto de verduras
frescas en la región. En el caso de Doña Carmen, líder de la red oriunda de San
Andrés Chapil, cerca de San Pedro Sacatepéquez, también participa en la
modalidad de medio mayoreo por las que se caracteriza el mercado San Juan y
abiertamente admiten que es el margen de ganancia es lo que les permite seguir
realizando esta actividad. Para este grupo familiar es el clima tropical de
Tapachula lo que produce la falta de higiene y no las costumbres que traen ellos.
Pero para los consumidores mexicanos de San Sebastián, las verduras se
riegan con aguas negras, que se re-contaminan nuevamente por su cruce en el río
Suchiate, además de ser vendidas por tacanecos mam (oriundos de las faldas del
volcán Tacaná) “que no saben usar un baño de caja, porque no tienen éste tipo de
servicios en sus comunidades”. Me decían mis vecinos de San Sebastián: “¡Cómo
no va a tener salmonella tú mujer!, si compras pura verdura del otro lado, esas
verduras vienen con larvas […], huelen a humedad, las riegan el agua sucia que
les sobra de su servicio, ¡Ya no las compres! Mejor cómpralas en Chedraui, están
más limpias”. (Conversación personal, 2011)
Un ejemplo: las papas fetichizadas por la higiene, la etnia y la nacionalidad
La comercialización de la papa en los puestos del mercado San Juan, es un claro
ejemplo de que cómo se incrustan valores sobre la higiene, la etnia y la
nacionalidad en este tubérculo. La papa de México, según las propias vendedoras
guatemaltecas, tiene una vida de almacén de una semana a temperatura
ambiente; es tipo alfa, grande, blanca, sin tierra y se vende por kilos. Ellas creen
que los clientes mexicanos la piden, porque es la misma calidad que se expende
en los centros comerciales de Tapachula con la diferencia de que tiene un precio
más reducido. En palabras de ellas mismas, la papa de Guatemala es más
humilde, porque “es pequeña, viene con tierra y es roja por fuera y amarilla por
dentro”, pero, es más suave y dulce, por lo que su cocción es rápida, además, “se
cultiva de forma natural con agua de pozo profundo y no viene refrigerada como la
papa de México”. “Los que saben”, según un empleado de Doña Carmen,
“prefieren esta papa, porque es más chingona”. Efectivamente, existe un sector de
los clientes que comparten los juicios de valor que las vendedoras atribuyen al
tubérculo. Se trata de hombres y mujeres de la misma nacionalidad y que
provienen de la zona del altiplano guatemalteco y que se han instalado temporal o
permanentemente en Tapachula. Los compradores indican que estas verduras
tienen una consistencia y olor especial con el cual pueden hacer los guisos
similares a los de su lugar de origen, calificando las verduras de México como
desabridas y caras.
Las transacciones entre paisanos son a precios especiales: uno o dos pesos
menos que al público en general (observación participante, 2011). En el caso de
ventas al mayoreo, aunque son precios similares para todos, las peculiaridades es
que se fía a los clientes de confianza, es decir, a los paisanos conocidos por la
red.
No obstante, este sistema de valores compartidos se modifica drásticamente
cuando los compradores son tapachultecos, personas como la señora Ovando o
Lupita del barrio de San Sebastián. Los vegetales guatemaltecos ofertados por
marchantes de la misma nacionalidad tienen una carga emotiva particular para los
consumidores de Tapachula. Llamarles “verduras cachucas” implica dotarles al
igual que sus vendedores de un carácter de inferioridad que significa devaluado y
chafa en comparación con lo mexicano4. Sobre todo, por su condición de
indígenas mam con respeto a ellos que se autoevalúan como más civilizados que
ellos. Clasificar personas y mercancías con esta palabra implica, desde un
principio, crear las diferencias que conforman la frontera cultural.
Estos juicios de valor se expresan concretamente en el precio de estos
vegetales, considerados “de segunda” por los moradores del barrio.
Los comerciantes revendedores no contabilizan su trabajo de traslado, de
exhibición de la mercancía en los puestos de mercado, etc., sino únicamente
toman en cuenta los costes de inversión, la renta y trasporte, y la subsecuente
ganancia. Evidencié que ellos utilizan este trabajo no contabilizado como
“sacrificios”, de forma similar a como lo conceptualizó Simmel; como sinónimo de
privaciones o pago de esfuerzos para poder revender su mercancía en
condiciones óptimas (Simmel, 1977). El trabajo no contabilizado es un gasto de
energía que no crea valor para el consumidor, pues este avalúa por juicios y
tampoco el comerciante lo contabiliza cuando tasa sus precios. Sin embargo, sí
influye como un argumento de negociación entre el revendedor y sus clientes.
Para el revendedor es un bien que vale por esos sacrificios, mientras para el
cliente evalúa en torno a otros sentimientos: prejuicios sobre la higiene, la etnia y
la nacionalidad.
Juanita de 42 años5, la cual acompañé en tres ocasiones al mercado San
Juan, me confesó que adquiría la papa de Guatemala cuando no les alcanza el
dinero para comprar la papa de México6. Me comenta:
4
Según el cronista de Tapachula, Sr. De León Orozco, en la actualidad con el término cachuco las
personas que habitan esta ciudad se refieren a todo lo originado en Guatemala. (2000, 27).
5 Ama de casa, residente de la colonia el Pedregal de Tapachula, la cual, para fines explicativos, la
podría clasificar como de “clase acomodada” en el contexto tapachulteco, pues posee carro de
modelo reciente, usa ropa de marca, su esposo tiene un trabajo fijo como profesor universitario de
base y de forma regular compra una parte de su despensa en el supermercado.
“La papa de Guatemala viene húmeda y agusanada, porque se moja en
el río Suchiate y suda con el calor; a veces sabe a podrido, porque se
riega con aguas negras… sin embargo no me queda de otra pues mis
ingresos tienen un límite y la mayoría de las veces termino comprando
papa del otro lado… también porque me queda dinero para comprar otras
cosas que no son alimentos pues me parece exagerado el precio que
llega a alcanzar la papa de México… Una vez lavada con jabón (la papa
de Guatemala), se pela y se le quita lo podrido, se cose y después se
incorpora al guisado o lo que se quiera hacer, así se quita el olor a
humedad” (Conversación personal, 2011)
La opinión sobre la higiene de la hortaliza de Guatemala no es exclusiva de
unas cuantas amas de casa. Comentarios similares se expresan por otros
moradores de la ciudad. Por ejemplo, son comunes los comentarios de los
funcionarios públicos relacionados con este mercado, los cuales hacen
constantemente analogías entre el comportamiento de las comerciantes
guatemaltecos y las “ratitas”: en octubre de 2011 un funcionario de mercados
públicos nos comentó lo siguiente:
“Si te das cuenta, ellos almacenan las verduras en el suelo sin levantar
sus desperdicios. […] Parecen ratitas; ahí la limpian, comen y duermen.
Es como hacer necesidades [fisiológicas] y comer en el mismo lugar”
(Conversación personal, octubre 2011).
Creen que la higiene de los guatemaltecos, sobre todo de origen indígena, es
un problema para la salud pública, porque proporciona una imagen del mercado
como un sitio antihigiénico. Aunque reconocen que es una “circunstancia
6
No todos los consumidores mexicanos son de Tapachula, hay personas que vienen de otras
partes del Soconusco, los cuales compran la papa de Guatemala, porque la consideran de buen
sabor y económica.
incontrolable”, porque el mercado es provisional y no hay el dinero ni la
infraestructura suficiente para mantener limpio el mercado.
Notas periodísticas donde se reproduce la opinión de líderes sindicales e
introductores de verduras también, en determinadas circunstancias relacionan la
verdura de Guatemala con lo sucio, pero atribuyéndoles una condición de
ilegalidad.
“El Orbe, Tapachula, Chis.; 17 de septiembre 2011.- Diariamente ingresan
por la frontera sur hacia México incuantificables toneladas de mercancías
de contrabando, entre ellas frutas y legumbres provenientes de
Centroamérica, particularmente de Guatemala, que ingresan al país sin
ningún control ni revisiones sanitarias [...]. Representa un riesgo en la
salud de los consumidores. Estos productos pueden tener enfermedades,
debido a que al ingresar sin revisión, se desconoce si se encuentran aptos
para el consumo o si tienen algún tipo de plaga o estén infestados de
larvas. […].”7
Como notamos, tanto en las prácticas de intercambio que llevan a cabo
cotidianamente diversas amas de casa, como en los comentarios de funcionarios
públicos y notas periodísticas de los diarios locales, no existe una distinción clara
entre qué o quiénes son sucios: ¿Si es la verdura o la persona? En general, el
sistema de valores que está operando aquí es con base en un criterio sanitario
sobre lo que entra de Guatemala sea persona o cosa, los cuales son percibidos
como sucios y en menor medida ilegales.
Conclusión
El análisis del proceso de valorización, según su connotación higiénica ligada a su
nacionalidad y etnicidad surgió de observaciones empíricas en sitios como los
mercados. Estas mercancías que simbolizan lo guatemalteco se materializan
7Fuente:
http://elorbe.com/portada/09/18/%c2%a1%c2%a1%c2%a1-toneladas-de-mercanciaingresan-por-la-frontera.html Consulta realizada en septiembre 2011.
empíricamente en juicios de valor e inexorablemente influyen en su precio. Las
verduras mexicanas o las vendidas por mexicanos tienen una carga emotiva
positiva en el sentido de personificar lo nacional, lo limpio, la expectativa de la
modernidad que viene del centro de México, lo moderno en contraste con lo
guatemalteco, atrasado y sucio. Lo guatemalteco incrustado en las papas o las
zanahorias es donde se hace tangiblemente la frontera cultural con México basada
en una oposición muy arraigada en las habitantes de San Sebastián entre
civilizado y no civilizado.
Desde luego, hay una diferencia en el coste total de producción y
transportación entre las verduras de las dos nacionalidades, lo que se determina
bajo la lógica de criterios de mercado. No digo que el precio u otros factores de
carácter logístico y administrativo, y los significados lo sean todo, pero lo que
descubrí es que la connotación valorativa es un elemento muy importante para el
consumidor en el momento de la compra: es en esos instantes de selección donde
se condensan los juicios valorativos y se expresan como criterios clasificatorios de
manera casi inconsciente.
La nacionalidad como lo detalló Anderson en su libro la comunidad
imaginada (1993) sigue siendo un artefacto cultural que delimita quiénes son los
que pertenecen a un país. En el caso de la frontera México-Guatemala tiene una
connotación particular; si bien la frontera literal, de alguna manera, la podríamos
calificar como inacabada debido a su innegable irracionalidad en cuanto a sus
propios parámetros ideales de funcionamiento, (véase Escalona, 2011, 45), lo que
representa logró internalizarse en los imaginarios de los moradores de la región
fronteriza. Son ellos quienes las conservan y las exteriorizan con el propósito de
diferenciarse de los otros.
En sitios como los mercados de Tapachula, observé cómo convergen
guatemaltecos y mexicanos, cada uno con una particular forma de clasificar,
asignar y desasignar valor. Más que en los cruces de frontera, los mercados
empíricamente representaron las arenas de disputa donde se presentaron
contiendas para definir el valor de las mercancías en torno a lo que significa la
nacionalidad.
Es otra forma de mirar las fronteras, la que esta está alojada de forma más
perseverante y efectiva en las mentalidades de los sujetos que aquí tienen su
hogar o lugar de trabajo. Son ellos quienes hacen frontera: ellos las construyen y
mantienen las separaciones con las personas del país vecino, a pesar de la
convivencia cotidiana y de la familiaridad con la que se manejan las relaciones con
los otros. Se trata de cercanías distantes: una relación de dependencia comercial
dada a partir del comercio a pequeña y mediana escala de artículos de consumo
diario, en sitios como los mercados de Tapachula, donde se establecen relaciones
cara a cara entre marchantes guatemaltecos y consumidores mexicanos.
Lo que se evidencia es un fuerte vínculo de intercambio mercantil con
marcados distanciamientos culturales donde, si bien, se pueden establecer
relaciones fuera del ámbito comercial, éstas deben de ser jerarquizadas. Se basan
en un alejamiento cultural normalizado y funcional, donde el vendedor
guatemalteco asume acríticamente su distancia étnica y nacional, frente al
consumidor mexicano, como si cada uno de ellos asumiera cuál es su papel y qué
lugar le corresponde. El consumidor mexicano de los barrios populares de
Tapachula asume que puede dominar la relación y el marchante guatemalteco
debe mostrar humildad. Por esta razón, más que una frontera literal, se trata de
una “frontera cultural”8 trazada alrededor de los significados de lo que ellos creen
que representa ser la etnicidad, la higiene, la nación mexicana o guatemalteca.
No obstante, la frontera cultural visibilizada a través de las verduras no
existiría si éstas no cruzaran físicamente la línea fronteriza. La frontera cultural es
una representación, una dimensión de análisis que sólo puede interpretase por el
hecho de que existe una frontera literal.
Finalmente en torno a todos estos procesos culturales que desencadenan
estas humildes hortalizas existe una gran paradoja que será tema de futuras
investigaciones; La paradoja es que, a pesar de que el consumidor mexicano
considera antihigiénicas dichas hortalizas en comparación con las apreciadas
hortalizas mexicanas, su consumo es permanente. En la actualidad, los vegetales
8
El término fronteras culturales ha sido retomado por diversos investigadores, entre ellos quienes
lo han definido con mayor claridad para el sureste de México han sido Jan de Vos (1993) y Edith
Kauffer Michel (2005, 75).
frescos se han incorporado a la dieta de los habitantes de Tapachula, al parecer
una de las causas, aparte de la gran oferta de vegetales guatemaltecos y su
precio relativamente bajo frente a las mexicanas, es la implementación de políticas
públicas nacionales e internacionales relacionadas con programas de nutrición y
prevención de enfermedades crónicas como la diabetes y la obesidad (Rojas,
2012). En forma hipotética, consideramos que se está transformando lo que los
moradores de San Sebastián creen que es la gastronomía de Tapachula, la cual
consististe principalmente en diversas mezclas de derivados lácteos, maíz, carne
de res y camarón con muy pocas cantidades de cebolla, jitomate y ajo
(observación de campo. 2011). Incluso, en el presente, la incorporación de
algunas hortalizas en la dieta cotidiana se han afianzado en los gustos de los
sectores populares, de tal manera que forman parte “conceptual y físicamente”
(Mintz, 1996, 35) de lo que ellos están considerando sus comidas más apreciadas.
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