DOLOMITAS: Seis días, un verano

Transcripción

DOLOMITAS: Seis días, un verano
Dolomitas 2004
DOLOMITAS: Seis días, un verano... el del 2005
Cinco días, un verano es el nombre de una preciosa película de temática
montañera protagonizada por Sean Connery y ambientada en su totalidad en los Alpes
suizos. Pese a que la he visto infinidad de veces, me sigue gustando tanto o más que la
primera vez que la vi, pues me trae a la memoria veranos llenos de montañas...
montañas tan hermosas como las Dolomitas.
Antonio Gala, escritor cordobés de sobras conocido, dice que el sexo sin amor es
como un baile sin música, hay gente con tanto ritmo que es capaz de bailar en el más
absoluto silencio, pero para algunos lo uno no es posible si no va unido a lo otro (en el
tema musical imagino que a la mayoría le ocurrirá esto, en el otro... vete tú a saber).
Pues bien, yo digo que se puede ir a la montaña sólo, pero como todo en esta vida, el
verdadero sentido se encuentra cuando se comparte con un grupo de amigos. Vosotros,
todos los que habéis pasado este verano por las Dolomitas, sois la banda sonora del
viaje... y por supuesto, si no os quisiera, tampoco hubiese escrito el relato que estáis a
punto de leer. A todos y cada uno de vosotros está dedicado el mismo.
Abro el diccionario de la Real Academia Española, busco la palabra dolomita...
y me remite a otra similar, dolomía. Encuentro dolomía y leo lo siguiente “(Del fr.
Dolomie, de Dolomieu, naturalista francés) f. Roca semejante a la caliza y formada por
el carbonato doble de cal y magnesia; es más común que la verdadera caliza”...
¡Increíble!, Eso es todo. De una cosa estoy seguro, la persona o personas que
hayan elaborado estas entradas, ni eran químicos, ni eran geólogos, ni habían pisado
jamás estas hermosas montañas -tal vez va a ser cuestión de coger por banda al señor
García de la Concha, actual Director de la RAE, llevarle al Pelmo o a las Tres Cimas de
Lavaredo, leerle lo que su diccionario dice al respecto y luego pedirle opinión.
Sevilla, 11:00 AM; Madrid, 17:30; Zaragoza, 21:30; Barcelona, 3:30. Inicio de
un largo, larguísimo viaje. Aunque sin lugar a dudas son los sevillanos los más
“sufridos” miembros del grupo, a todo el mundo le espera un buen número de horas de
autobús para llegar a un destino que, si no desconocido por completo, se podría
considerar incierto. Imagino que más de uno ni siquiera había oído hablar de las
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Dolomitas cuando se apuntó al viaje (y aún menos de los Montes Pallidi, que es como
en realidad se llaman estas montañas desde el tiempo de los romanos, “los montes
pálidos”).
GIRO DEL PELMO
Se dice, y creo que con razón, que quien no ha visto el Pelmo no ha visto las
Dolomitas.
Sevilla tiene la Giralda,
Granada su Alhambra,
Barcelona una Sagrada Familia...
pero en el valle de Zoldo,
el Pelmo es el que manda.
Un escritor inglés que visitó esta zona a comienzos del siglo XX, S. H. Hamer,
en su libro “The Dolomites”, publicado en Londres en 1910 y que fue un referente en su
época para los viajeros británicos, realizó la siguiente apreciación del Pelmo: “El Pelmo
es el Rey de las montañas, es majestuoso en todos sus aspectos. Domina todas las cimas
que lo rodean, como un monarca que no admite rivales (inciso, esto lo digo yo... por si
hay algún despitao, está hablando del Pelmo, no de George Bush). A medida que
levantamos los ojos hacia la cima más alta, podemos abarcarlo poco a poco con la
mirada. El Pelmo es una montaña en todo el sentido de la palabra, es el modelo de
coloso dolomítico”. Bueno,
de lo que se deduce de esta
cita, al parecer al tal Hamer
realmente le impactó lo que
vio.
Afortunadamente, no
solo podemos decir con
fundamento
que
hemos
visto este fantástico torreón,
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sino que casi hemos vivido en él. En todo momento, su silueta en forma de gigantesco
trono -de ahí que también haya sido denominado “il seggiolone del Padreterno”, o lo
que es lo mismo, “el trono del Señor”- nos servía de referencia para saber dónde
quedaba Palafavera cuando nos desplazábamos en el autobús para conocer otras
montañas y otros valles de la zona.
De entre las más altas cimas dolomíticas, la primera en ser conquistada por el
hombre fue la del Pelmo. Este coloso de 3168 m fue ascendido el 19 de septiembre de
1857 por el reputado científico y alpinista inglés Sir John Ball, primer presidente del
British Alpine Club (el club alpino más antiguo del mundo, fundado en Londres en
1958). Conozcamos un poco más de esta primera escalada y de su principal
protagonista.
Los pocos turistas que llegaron al Tirol antes de 1860 eran exclusivamente
ingleses que, después de haber realizado algunas excursiones por los glaciares de Suiza,
querían ver algo distinto; o bien se trataba simplemente de geólogos y naturalistas. John
Ball ya era un buen conocedor de los Alpes y contaba en su haber con importantes
ascensiones a montañas helvéticas y tirolesas, pero cuando vio por primera vez el Pelmo
en 1857, su impacto fue tan grande que llegó a afirmar que no admitía comparación con
ninguna otra montaña alpina.
Se dice que quien no espera lo inesperado, nunca lo encontrará. Sir Ball tuvo que
ser uno de esos hombres que más que esperar lo inesperado, lo que hacía era salir en su
búsqueda. Y eso fue lo que hizo... hasta que finalmente lo encontró.
Hasta entonces, los alpinistas habían escalado casi exclusivamente los glaciares
y les faltaba experiencia en roca. Era preciso encontrar una nueva técnica de escalada y
ejercitarse en ella para superar los torreones, las chimeneas y las grietas que surcaban
las verticales paredes dolomíticas.
El 19 de septiembre de 1857, John Ball acompañado por un cazador de sarrios
de la zona que decía haber encontrado un sendero hasta la cima, parte a las 3 de la
mañana del pueblo de Borca di Cadore. Tras de un par de horas de marcha, llegaron al
lugar donde hoy se asienta el refugio Venezia, remontaron las pedreras que se
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encuentran a los pies del Pelmo, y subiendo por fáciles escalones alcanzaron el
comienzo de una repisa que atraviesa de derecha a izquierda la pared este del Pelmo
(este tramo, llamado Cengia Ball –en italiano cengia hace referencia a una zona muy
estrecha- es parecido a las fajas que recorren las paredes laterales del valle de Ordesa o
del cañón de Añisclo... pero mucho más estrecho). Recorrieron la cengia en toda su
longitud, llegando a superar tres pasos críticos: en dos partes la repisa estaba cortada, y
además, había un lugar por donde, a primera vista, no se podía pasar, debido a un techo
muy bajo. Como si esto no fuera suficiente, al parecer, en ese preciso instante se
desprendió un bloque de roca que fue a caer al precipicio. Fue entonces cuando el
cazador quiso volverse atrás, alegando que era imposible continuar.
Pero Ball, que era mucho Ball (no olvidemos que en inglés ball significa
pelota... y éste tenía que tener dos, y bien puestas), no se dejó impresionar. Se arrastró
bajo la amenazante cornisa colgada en el vacío como si fuera un gato (de ahí el nombre
“il paso del gatto”) y logró pasar. Este derroche de valentía alentó al cazador, que no
quería quedar de cobarde, y aunque no se apellidaba Ball... también los tuvo que tener
bien puestos para seguir al inglés y vencer ese miedo interior que a todos nos atenaza en
infinidad de ocasiones y que tanto cuesta superar.
Superado este paso, los dos protagonistas alcanzaron el gran valle suspendido
que se encuentra en la mitad superior de la montaña. Subieron fatigosamente hasta que
alcanzaron el borde de un pequeño glaciar (hoy inexistente, en verano es tan solo una
pedregal), lo cruzaron, atravesaron más pedreras y, por último, llegaron a un sitio desde
donde se podía abarcar con la mirada todo el valle de Zoldo. Imagino que el guía local
daría un gran suspiro al llegar a este punto pensando que la escalada había concluido,
pero Ball le hizo notar que había una arista dentada que parecía llegar a la verdadera
cima, y que ésta aún se encontraba unos metros por encima del lugar donde ellos
estaban.
¿Qué cosas rondarían por la cabeza del guía valzoldano en estos momentos? No
me extrañaría nada que pensase lo siguiente: “Este Ball ya me está tocando las idem -es
decir, las pelotas”. El guía no estaba dispuesto a seguir, aseguraba que se trataba tan
solo de una arista muerta que no conducía a ninguna parte y que la auténtica cima era el
punto en el que se encontraban en ese momento. John Ball, que aparte de tenerlos bien
puestos debió de ser un cabezota de padre y señor mío (como también lo soy yo),
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abandonó allí al cazador y se propuso encontrar una vía que le condujese a la cumbre;
finalmente, después de algunas dificultades consiguió, por fin, poner sus pies en el
punto más alto de la montaña.
Antes comentábamos que Sir Ball no sólo era un consumado alpinista, sino que
también era un apasionado científico, pues bien, su coraje y determinación en buscar el
camino a la cima tuvo como recompensa el descubrimiento de varias especies de flores
endémicas de la zona y que eran desconocidas hasta ese momento. ¿Acaso pudo resultar
más fructífero aquel 19 de septiembre de 1857?
Ya han pasado casi 150 años desde entonces, nosotros no íbamos a hacer cumbre
y tampoco entraba en nuestros planes el descubrir ningún endemismo nuevo. Nuestro
objetivo era únicamente DISFRUTAR del Pelmo, y a buen seguro que lo conseguimos,
¿o no? (¡ah!... y que quede bien claro, que nosotros también los tenemos bien puestos,
¿eh?)
Comienza nuestro giro
Desde Palafavera al Passo Staulanza, punto de partida de nuestro itinerario,
apenas se tarda quince minutos. El Passo Staulanza se encuentra a las faldas de la pared
noroeste del Pelmetto y a una altitud de 1766 m.
A la derecha de la carretera sale un sendero marcado con señales rojas y blancas
(aparece en los mapas y en los carteles indicadores con el número 472), éste es nuestro
camino. A escasos cinco minutos el sendero se divide en dos, el ramal de la izquierda se
dirige hacia el refugio Città di Fiume, nosotros tomamos el de la derecha que es el que
va al refugio Venezia (desde este punto indica 2h 30 min). En su primera parte, el
recorrido discurre por un hermoso bosque de píceas y alerces que, aunque no nos
permite ver el monte que tenemos encima, es un balcón fabuloso para ver la montaña
que tenemos justo enfrente, que no es otra que la Civetta, y otras algo más lejanas pero
también fácilmente reconocibles.
Una paradita en mitad del camino, la gente en fila india, comienzo a explicar
algunas cosillas.
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Miguel Ángel (que soy yo): Mirad, nosotros estamos ahí abajo. Aquel monte de
allí enfrente es la Civetta. No sé si veis en la parte derecha un collado, ese es el Coldai,
justo debajo está el refugio Coldai donde iremos mañana o pasado. Para ir al lago, ese
que pone en vuestro programa que es el “lago esmeralda”, tan solo hay que cruzar el
collado.
Cliente1: ¡Y hasta allí tenemos que llegar! ¡Hasta tan alto!
Cliente2: ¿Allí cuándo vamos?
Cliente3: ¿Y es muy duro?
¡Todos hablando al
mismo tiempo!
Cliente4: ¿Qué ha dicho? Yo he llegado tarde
Miguel Ángel: Tranquilo, luego lo repito para los que no lo oigan. Decía que
aquel monte de allí enfrente era la Civetta, y que no sé si veíais a la derecha un
collado... (y así hasta casi el final... porque cuando estaba terminando, entonces llega el
cliente 5)
Cliente 5: ¿Puedes repetir? Es que yo he llegado tarde porque estaba haciendo
una foto y no me enterado de lo que decías.
Bueno, espero que después de todo, quien más y quien menos se enterase de
lo importante... que posiblemente no lo fuera tanto (pasar cinco minutos en silencio
contemplando la Civetta es mucho mejor que estar ese mismo tiempo aguantando lo
que yo pudiera estar diciendo de ella).
El camino va ganando altura poco a poco y casi sin darnos cuenta subimos
unos ciento cincuenta metros y nos situamos en el nivel de los 1900 m. El paisaje
cambia por completo. Nos encontramos justo en el límite superior del bosque,
encima nuestro tenemos la enorme muralla del Pelmetto (que recuerda bastante por
su colorido y su estructura a las paredes de Ordesa, en concreto a mí se me asemeja
mucho a la Fraucata), abajo queda Pècol y su pequeña estación de esquí, y a la
izquierda de la Civetta aparecen otros dos importantes grupos montañosos, en primer
lugar aparece el grupo del San Sebastiano (2488 m) y algo más abajo, la imponente
cresta en forma de sierra del Spiz de Mezzodi (2324 m).
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El sendero continúa, siempre más o menos a la misma altura y adaptándose a las
irregularidades del terreno, hasta
llegar a un punto desde el que se
aprecia claramente la brecha que
separa el Pelmetto (2990 m) del
Pelmo (3168 m). Este enorme tajo se
denomina “la Fessura” (2726 m) y a
sus pies se abre una inmensa pedrera
que llega prácticamente hasta el
mismo camino. Si nos situamos de
espaldas a esta brecha, vemos en el horizonte una sucesión de torres a cual más hermosa
y espectacular, son las que componen el grupo del Bosconero. De todas ellas, la más
llamativa se denomina Sasso di Bosconero (2468 m).
El camino sigue hacia el este, cada vez más cercano a la base del Pelmo, lo que
nos permite apreciar la verticalidad de sus paredes y agujas. Una última subidita por una
pendiente herbosa (tal vez a alguno el término subidita le suene a cachondeo, pero... la
montaña es así) nos conduce a un pequeño collado desde el que ya vemos el refugio
Venezia (también llamado Alba de Luca). Aunque tentador por su cercanía, antes de ir al
refugio es aconsejable alejarse unos metros y dirigirse a una pequeña estación
meteorológica que está en la falda del monte da Pena (2196 m), pues desde ella se
contempla
panorámica
una
del
preciosa
Pelmo
distinguiéndose claramente el
itinerario seguido por Sir
John Ball en su histórica
ascensión y que hoy día
constituye la vía normal para
subir esta montaña.
Desde la terraza del
refugio Venezia (1946 m) la
vista
es
impresionante,
destacando hacia el este la pirámide del Antelao (3264 m) y a su izquierda, la gran
pared rocosa del Sorapis.
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¿A qué sabe un bocata en un lugar como este? A gloria... y si el refugio no está
muy atestado de gente y consigues que te pongan un café o una birra... te quedas como
nuevo.
El giro del Pelmo continúa subiendo por una pedrera bastante incómoda (un
tramo está asegurado con un cable) hasta la Forcella Val d´Arcia (2476 m). Subir un
desnivel de más de 500 metros por un terreno tan áspero no parece la opción más
apropiada para un grupo numeroso, así pues, nosotros abandonamos en este punto la
vuelta al Pelmo y hacemos una variante, que no por ello es menos interesante.
Retrocedemos sobre nuestros pasos (una hora aproximadamente), y una vez
alcanzado el punto desde el que se veía la fessura tomamos un sendero que sale a la
izquierda y que desciende a Coí (señalizado en el mapa con el número 473). La bajada
es fuerte... ¡pero tan bonita! De nuevo en el bosque, un camino flanqueado por flores,
mariposas revoloteando... ¡qué más se puede pedir! Llegamos a una curva pronunciada
donde hay una fuente (parada obligada para reponer líquido y descansar las rodillas),
Coí se ve abajo, pero nosotros nos desviamos del sendero 473, cogemos la pista que sale
a la derecha, y tras andar por ella unos trescientos metros, volvemos a tomar otro
sendero que sale a la izquierda y que conduce a Maresón (numerado como 498).
Maresón marca el final de
etapa... y qué mejor final que
tomarse un cervezón, o una
Radler (esa cerveza con limonada
tan apetecible en verano) en el
bar de Carmelo. Carmelo ya
sabéis, es ese argentino calvo,
gordito, con cara de bonachón (lo
es), fanático del Boca Juniors y
luchador incansable contra el
tabaquismo (al menos en su bar).
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Para terminar, muchos me han preguntado por el significado de “Pelmo”.
Deciros que lo he preguntado infinidad de veces a la gente de la zona y nunca me han
sabido dar respuesta... pero si os sirve de algo, Pelmo en dialecto zoldano se dice Pelf.
LAGO COLDAI
Este día es más tranquilo que el primero, no hay desplazamiento en bus (todo un
alivio para el cuerpo cuando éste lleva acumulados más de 2000 km de carreteras
españolas, francesas e italianas) y además el recorrido es relativamente corto.
Si el primer día anduvimos a los pies del Pelmo, esta segunda jornada le toca el
turno a la Civetta (3220 m). S. H. Hamer escribió en su libro “The Dolomites”: “Si el
Pelmo es un rey, la Civetta es sin duda una reina. Un nombre masculino no sería
adecuado para esta montaña, observadla por la mañana y os convenceréis: como una
dama muy distinguida se viste al alba, quitándose el velo de las nieblas nocturnas. Por
la tarde inciden sobre ella los rayos de oro del sol de poniente.”
Desde Palafavera (1550 m), cogemos un telesilla (sillovia en italiano) que nos
ahorra una subida de algo más de 300 metros y nos deja a 1887 m en una pequeña
pradera con una panorámica amplísima. Exceptuando los esquiadores, que estarán
habituados a este tipo de remontes mecánicos, imagino que para muchos esta
experiencia de subir con los pies colgados y con la aparentemente escasa protección que
proporciona una simple barra de acero (siempre y cuando alguno de los que vayan
montados se haya tomado la molestia de bajarla) tiene su gracia. Más de uno y más de
una habrán dudado en el momento de dejarse arrastrar por la silla para iniciar el
ascenso, pero aún mayores serían las dudas a la hora de bajarse ya que cada uno debía
salir hacia su lado y esta maniobra requería decisión (supuestamente un hombrecillo que
trabaja en el telesilla te ayuda, pero seguir sus instrucciones en un dialecto zoldano tan
cerrado que resulta incomprensible para los mismísimos habitantes del valle es cosa
altamente difícil... ¿no?).
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Las vistas desde esta
pradera son fantásticas, se
divisa la Civetta, la Cima
Coldai, la Marmolada (en
concreto su cara sur, una
pared rocosa de 900 metros
de
altura,
el
glaciar
se
encuentra en la vertiente
norte de esta montaña y no se
ve desde este punto), el
macizo del Cernera, la Croda
da Lago, el Sorapis, las torres de Bosconero, los Spiz de Mezzodi... y como no, la
impresionante mole del Pelmo.
Tomamos un cómodo sendero y en poco más de diez minutos llegamos a una
granja con una rústica fuente. Este sitio se llama Malga Pioda (1892 m), sirve de refugio
y cuenta con una parte abierta impecablemente limpia a pesar de su fácil acceso y de ser
un lugar muy transitado durante los meses de verano.
El camino hacia el Coldai es muy evidente, hay una traza principal y luego
innumerables atajos, pero todos ellos conducen al mismo sitio, el refugio, que aunque
no llega a verse se intuye... y esto anima mucho. La subida en sí es corta, una hora
aproximadamente, pero la pendiente en algunos puntos se las trae. El refugio A. Sonino
al Coldai (2132 m), típica edificación recubierta de madera de alerce oscurecida por el
paso de los años, ofrece las comodidades características de la mayoría de los refugios
dolomíticos. Este establecimiento
está
gestionado por un agradable señor de pelo
cano y ojos claros que es muy querido en
todo el valle de Zoldo. Su hija era una de
las mejores escaladores italianas y gozaba
de un merecido prestigio cuando falleció
junto a su novio al ser alcanzados por un
alud durante la escalada a la Torre Egger
en la Patagonia argentina.
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Una parada en el refugio Coldai para tomar un café o simplemente para disfrutar
del sol y de las vistas que ofrece su terraza y continuamos el recorrido. El lago Coldai se
halla a escasos diez minutos, tan solo es preciso cruzar al otro lado del collado (forcella)
Coldai, y nos lo encontramos a una altura de 2143 metros a los pies de la Civetta. Es un
lugar fantástico, lástima que al encontrarse habitualmente lleno de gente pierda mucho
de su encanto. Las veces que he estado aquí a primera hora de la mañana o a última hora
de la tarde, en soledad, con una luz dulce que nada tiene que ver con la hiriente claridad
del mediodía... el Coldai recupera toda la magia perdida.
Vamos contorneando el
lago y nos acercamos a un
promontorio a cuyos pies se
abre
un
tremendo
vacío.
Abajo, muy abajo, aparece el
pueblo de Alleghe y su lago
homónimo.
Levantamos
la
vista y volvemos a contemplar
la Marmolada, el grupo Sella
(coronado por la cima cónica
del Piz Boé), el grupo del Sassolungo, etc. Pero si algo caracteriza al paisaje dolomítico,
es la combinación de estas montañas esbeltas con el verde de los valles y el blanco de
los pueblos. Todo ello se puede apreciar desde este privilegiado mirador.
Mientras unos descansan a orillas del lago Coldai, nosotros continuamos y
siguiendo la Alta Vía Dolomítica número 1 nos dirigimos hacia el refugio Tissi. La Alta
Vía 1 data de 1966, es sin duda la más bella de las existentes y une el lago de Braies con
Belluno en un recorrido de unos 150 km de longitud. El sendero discurre a los pies de la
cara noroeste de la Civetta, una impresionante muralla de más de 1200 metros de altura
y casi kilómetro y medio de longitud, por donde discurren vías de escalada de enorme
dificultad que han contribuido a ensalzar el carácter mítico de esta montaña (la llaman,
la reina del sexto grado, o lo que es lo mismo, de la escalada extrema).
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¿Pero por qué se llama así esta montaña? ¿De dónde procede el nombre Civetta?
Os hago una pequeña reseña histórica. El monte aparece citado por primera vez en un
documento de 1665 con el nombre Zuita, y así sale también en el primer mapa
topográfico oficial del Tirol (año 1774), sin embargo, en un mapa de 1883 ya aparece
con otro nombre, en concreto Monte Civita.
Hay quien piensa que Civetta deriva de Zuita, Zuita de Zuel y Zuel de Zoldo.
Otros consideran que Civetta viene de Civita, y que éste Civita hace referencia a
la palabra latina civitas que vendría a significar algo así como ciudad o fortaleza en
referencia a las dimensiones de la colosal pared noroeste.
Por supuesto, no falta quien atribuye el nombre Civetta, que en italiano como
bien sabéis significa “lechuza”, a la forma de la montaña (personalmente, yo no le
encuentro el parecido por ninguna parte).
Pero sin duda, la explicación más bonita la dio el fantástico montañero italiano
Emilio Comici. Este escalador opinaba que la montaña se apoderaba de la voluntad de
los alpinistas, ejerciendo una especie de poder hipnótico sobre ellos (como los ojos
grandes y redondos de la lechuza) que los llamaba a la acción, a la escalada.
Para terminar esta historia decir que la primera ascensión de la Civetta de la que
se tiene constancia tuvo lugar en 1867 por un tal Simeone de Silvestre, apodado
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“Piovanel” de Zoldo acompañado de otros tres montañeros -el itinerario seguido fue el
más evidente y fácil, discurre por la vertiente que se encuentra en la vertical de Pècol y
en la actualidad constituye la vía normal de ascensión, también llamada vía Piovanel.
La pared noroeste de la Civetta fue escalada por vez primera por una cordada alemana
liderada por Emil Solleder en 1925, en su tiempo fue considerada la vía de escalada más
difícil de las Dolomitas, y aún hoy, transcurridos más de 75 años sigue conservando su
prestigio y es un itinerario de envergadura al alcance de muy pocos.
Regresamos al lago, comemos tumbados en la hierba un menú a base de panino
con speck, formaggio o salame, algo de fruta, un poco de chocolate y luego, unos bajan
al refugio a tomarse el café o el chocolate caliente con una porción de strüdel y otros
nos aproximamos a la cima Coldai.
El
siguiendo
descenso
el
se
mismo
realiza
camino
empleado en la subida hasta llegar
a
Malga
Pioda,
desde
allí,
continuamos bajando por una pista
que en poco más de media hora
nos
conduce
directamente
a
Palafavera.
LAS TRES CIMAS DE LAVAREDO
Sin lugar a dudas se trata de la jornada reina, una excursión que podríamos
clasificar de 5 estrellas.
Este día partimos a las 7 de la mañana, sin desayunar y un poco más
adormilados que de costumbre, porque pese a que la distancia que tenemos que recorrer
en el autobús no es demasiado grande (apenas 50 km), necesitaremos casi dos horas y
media para llegar a nuestro destino.
Cogemos la carretera SS 251 (strada statale 251) dirección Passo Staulanza y
continuamos por ella atravesando algunos pueblecillos (Pescul, Santa Lucia...) hasta
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llegar a Selva di Cadore. Pese a que este pueblo no es mucho más grande que los
anteriores tiene una mayor relevancia al estar situado en un cruce importante. Nosotros
nos desviamos hacia la derecha y tomamos una carretera que conduce a Cortina
d´Ampezzo a través del Passo Giau. La carreterita se las trae, estrecha, sinuosa y con
una pendiente muy fuerte.
Vamos ganando altura, vemos el puerto y a su izquierda dos importantes
torreones dolomíticos. El pico de la derecha, con un refugio en su cima, se llama
Nuvolau, el de la izquierda es el Averau.
La
panorámica
desde el Passo Giau es
fabulosa, reconocemos la
Civetta, la Marmolada, el
grupo
que
Sella
(montañas
nos
resultan
familiares
porque
las
hemos venido viendo los
días
anteriores),
sobre
todo
pero
resulta
francamente espectacular
asomarse a la vertiente de Cortina. Aparece un nuevo horizonte desconocido hasta el
momento, las Tofanas, el Cristallo, el Antelao o el Sorapis nos dan la bienvenida
envueltos en la bruma matinal.
La bajada es fantástica, uno no sabe muy bien donde mirar. El color rojizo del
inmenso paredón de la Tofana di Rozes, la afilada arista que conduce a la Tofana di
Mezzo, el grupo de las Cinque Torri en el que tantas generaciones de escaladores
ampezzanos han aprendido y perfeccionado su técnica de escalada, y ya muy cerquita de
Cortina, vemos sobresalir de entre las nubes la espectacular cara norte del Antelao y los
sucesivos espolones del grupo del Cristallo. Cortina d´Ampezzo, sin ser especialmente
bonita (y el ambiente pijo la hace aún menos apetecible) se encuentra en un lugar
privilegiado que fue sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1956. Hace algunos
años el “grandísimo” actor norteamericano Silvester Stallone (Rambo para los amigos)
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visitó estas montañas para rodar algunas escenas de Máximo Riesgo. La película en sí es
un rollo de muy señor mío, supuestamente la acción transcurre en las Rocosas, pero se
rodó entre la Tofana y el Cristallo (la escena del puente colgante con la que se inicia la
peli se filmó en el célebre Cliffhanger, al comienzo de la ferrata Ivano Dibona del
Cristallo). Para doblar al valiente Rambo en las escenas más peligrosas escogieron al
mejor escalador del momento, el alemán Wolfgang Güllich. Güllich fue el primero en
encadenar una vía de escalada de noveno grado (Action Directe), y no tuvo que
ejercitarse en ningún gimnasio para coger una musculatura similar a la de Stallone pues
ya contaba con ella (por cierto, contaba con los mismo músculos... pero con un número
infinitamente mayor de neuronas). Poco después del rodaje, Güllich fallecería en un
lamentable accidente de tráfico -imagino que como se dice de los toreros, que prefieren
morir en el ruedo, a él le hubiese gustado mucho más morir entre montañas... pero el
destino... ya se sabe.
El año pasado Cortina estuvo de fiesta. Celebraban la
conquista del K2 por parte de una expedición de guías locales que
conmemoraba el cincuentenario de la primera ascensión a la segunda
montaña más alta de la Tierra por los italianos Lacedelli y
Compagnoni (1954). Desde la casa más humilde (¿acaso hay alguna?)
hasta la iglesia o el ayuntamiento, toda la población estaba engalanada
con banderas rojas y blancas con la silueta de la ardilla ampezzana.
Abandonamos Cortina y tras cruzar el Passo de Tre Croci llegamos al lago de
Misurina, situado a los pies del macizo del Sorapis. Como curiosidad decir que en este
lago (completamente helado en invierno) se disputaron las pruebas de patinaje de
velocidad de las olimpiadas del 56.
Según reza la leyenda, Sorapis era un rey justo y bueno que amaba con locura a
su única hija, llamada Misurina. La princesa, caprichosa y egoísta, aún a sabiendas de la
bondad y cariño que le profesaba su padre le pide a éste una prueba de su amor. Sorapis,
incapaz de llevarle la contraria a su pequeña accede a su deseo, que no era otro que el de
llevarle la más bella flor del reino, una que tan solo crecía en el punto más alto de las
Cimas de Lavaredo. Sorapis, mejor rey que escalador, llega a la cumbre y coge la flor,
pero durante el descenso sufre una caída fatal que le causa la muerte. Al enterarse
Misurina de la suerte de su padre, muerto por su capricho infantil, comenzó a llorar... y
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Dolomitas 2004
tan largo fue este llanto, que dio origen a un lago... así fue como se originó el lago de
Misurina.
Una paradita de algo más de media hora para desayunar y comprar algo de
comida para el día y... tras pagar el peaje (90 euros de nada) subimos los últimos siete
kilómetros que nos separan del refugio Auronzo.
Desde
Auronzo
(2316
el
refugio
m)
nos
dirigimos hacia el oeste y al
poco tiempo atravesamos un
collado (col di Mezzo, 2313 m)
desde el que vislumbramos los
montes nevados de la cercana
Austria. El sendero continúa a
media ladera atravesando una
pedrera que precisa de una cierta
atención por parte del senderista, puesto que más abajo se abre un profundo barranco.
Tal vez debido a este cuidado que hay que prestar al andar, fijándose muy buen dónde
se pisa, uno no se da cuenta de lo que tiene encima hasta que alguien señala hacia lo alto
y dice: “¡Mirad, gente escalando!”, “¿dónde, dónde?” –responderán otros. Unos antes y
otros después imagino que al final todos lograríais ver a los escaladores, apenas unas
hormiguitas en la inmensidad de la Cima Oeste de Lavaredo. La Cima Oeste es casi
gemela a la central o Cima Grande, y se caracteriza por un enorme sistema de techos
que recuerda a uno de esos puzzles tridimensionales. Las dimensiones de esta pared, en
general las de todo el conjunto de cimas, son impresionantes, más de 600 metros a pico
desde la cumbre hasta la pedrera que cubre su base. Tras una breve parada para
contemplar las maniobras y las evoluciones de los escaladores continuamos nuestra
marcha hacia el refugio Locatelli, también conocido como Dreizinnenhütte (2405
metros). El refugio, inaugurado en 1885, goza sin lugar a dudas de una de las mejores
panorámicas de todas las Dolomitas, situado frente a la cara norte de las Tres Cimas de
Lavaredo –que como su propio nombre indica son cinco: Cima Oeste (2974 m), Cima
Grande (2999 m), Cima Piccola (2856 m), Punta di Frida (2805 m) y Piccolissima
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Dolomitas 2004
(2688 m)- y a los pies del no menos espectacular Monte Paterno (o Paternköfel) y de la
Torre Toblin (insignificante torreón en comparación con sus vecinos, pero de enorme
importancia estratégica durante la Primera Guerra Mundial).
Sentado en el prado que está delante del refugio, mientras la gente se repone del
esfuerzo comiendo alguna cosilla, mi mirada se fija en el panorama que se nos brinda al
tiempo que me vienen a la memoria imágenes y momentos de mi niñez, cuando
comenzaba a despertarse en mi interior esa pasión por la montaña que desde entonces
no ha hecho sino crecer.
En
aquella
época no estaban de
moda ni el trekking
ni el senderismo, de
hecho si alguien se
hubiese atrevido a
decir “me voy de
trekking” o “yo soy
senderista”
los
amigos le habrían
dicho que si se había
fumado algo o qué
coño le pasaba. A comienzos de los 80 la gente decía sencillamente, “me voy al monte”,
esta expresión resulta mucho más adecuada y además infinitamente más bonita. Casi
todos los de mi generación nos iniciamos en la montaña con las típicas chirucas, unas
botas bastante cómodas y con una relación calidad/precio más que aceptable. Pero para
hacer cosas más serias, como por ejemplo ir a Sierra Nevada o a Gredos, se precisaba un
calzado mejor. Las botas más extendidas eran las llamadas “tipo Cleta”, botas más
rígidas y con una estupenda suela Vibram que se adaptaban perfectamente a casi todos
los terrenos. Las utilizábamos lo mismo para escalar que para andar, tanto en verano
como en invierno, y además le aplicábamos grasa de caballo para que aumentase su
impermeabilidad. Compré mis primeras cletas en Madrid, eran de la marca Roc Neige, y
en la caja aparecía una fotografía a blanco y negro de las Tres Cimas de Lavaredo.
Conservé esta caja durante bastante tiempo, casi diez años, y cada vez que la sacaba del
17
Dolomitas 2004
armario en el que estaba guardada, le echaba una mirada a la foto y me decía si algún
día lograría verlas en la realidad... y por qué no, también escalarlas. Me calzaba las
botas para ir a la sierra de Grazalema o a la Sierra de las Nieves con la mente puesta en
las Dolomitas, ¡qué cosas! Han pasado ya muchos años desde entonces, más de veinte,
ahora estoy frente a las Cimas de Lavaredo y me acuerdo de ese niño que fui, de mis
primeras cletas, y... cómo no, también de mis montañas gaditanas.
Pero continuemos con el relato de la jornada, que aún queda bastante.
Las Dolomitas de Sesto
fueron escenarios de cruentos
combates
entre
las
tropas
austrohúngaras (Alpenkorps) y
las italianas (los célebres Alpini).
Pese a que ya han transcurrido 90
años desde entonces, las huellas
de este brutal conflicto bélico son
evidentes por todas partes. Pero
como bien dice Graham Greene, “con el paso del tiempo, hasta los campos de batalla
se convierten en lugares poéticos”, como muestra de esta afirmación os cuento la
siguiente historia.
3 de julio de 1915, el capitán de la Alpenkorps von Wellean encomienda a Seep
Innerkofler la importante misión de conquistar el monte Paterno (2746 m), considerado
una pieza clave en la batalla de las Tres Cimas. El reputado guía, como tantos otros
convertido en soldado por una mala jugarreta del destino, en principio se muestra reacio
a cumplir este cometido dado lo peligros que conllevaba. Sin embargo, como donde
manda patrón no manda marinero, al gran Seep (así era conocido) no le quedó más
remedio que claudicar y afrontar la que iba a ser su última misión. Al frente de un
pequeño destacamento de cinco hombres, comienzan la ascensión al Paterno a primeras
horas de la madrugada para evitar ser vistos por el enemigo. La escalada es dura, la roca
no del todo buena, y además con el riesgo de ser descubiertos y abatidos por los
francotiradores italianos en cualquier momento... Y así fue como sucedió, un encuentro
casual con nueve soldados del Battaglione degli Alpini Val Piave, una escaramuza
donde acontecería de todo... y finalmente una bala disparada por el italiano Piero de
18
Dolomitas 2004
Luca ponía fin a la vida de Innerkofler. La repercusión de este episodio fue tal que se
rodaron varias películas inspiradas en el mismo. Erich von Stroheim le dedicó la
película “Blind husband” (“El marido ciego”) al que consideró “el guía alpino más
grande del mundo”, resaltando en ella el carisma y la personalidad del escalador
austriaco. Arnold Fanck, el inventor del género de cine de montaña rodó la película “La
gatta nera” en la que se recrea la última hazaña de Innerkofler pero con la novedad de
la introducción de personajes ficticios (en concreto la presencia de Christel, hija de
Seep, papel interpretado nada y nada menos que por la mismísima Leni Riefenstahl –
futura amante de Hitler). Y si con esto no fuera bastante, Luis Trenker también rodó
“Berge in Flammen” (“La montaña en llamas”) con los mismos personajes y la misma
trama que la anterior y que tuvo una gran acogida por parte del público de la época.
Hasta 1918 no fue posible recuperar el cuerpo de Innerkofler. Al llegar a la
cumbre del Paterno un grupo de amigos encontró los restos del austriaco junto a una
cruz con la siguiente inscripción “Seep Innerkofler, guía”. El descenso al valle fue
difícil, numerosas fotografías de la época dan fe de las dificultades que tuvo que salvar
el importante dispositivo de rescate montado para tal efecto. En la actualidad, una lápida
de bronce situada junto al refugio Locatelli y colocada por los guías italianos rinde
honor a la memoria del gran Seep.
Continuemos nuestro
recorrido. Desde el refugio
Locatelli, nos dirigimos hacia
el este dejando a nuestra
derecha el grupo del Paterno.
En esta parte del recorrido lo
habitual es encontrarse con la
gente que desciende de su
cima tras haber realizado la
Luca-Innerkofler, una ferrata
no muy complicada y que a la ascensión en sí, añade el interés de atravesar numerosas
galerías construidas durante la guerra. La subida al collado Pian di Cengia es
posiblemente la parte más dura del recorrido, el desnivel a subir no es excesivamente
19
Dolomitas 2004
grande, pero como se gana altura en muy poco tiempo las rampas son duras y es preciso
acometerlas tranquilamente y sin carreras. Las vistas que se contemplan desde lo alto
son, sin duda, la mejor recompensa al esfuerzo realizado. La fantástica Croda dei Toni
(3094 metros) aparece como si fuese un enorme barco varado en medio de las
Dolomitas. Croda dei Toni significa literalmente, la “cima de los truenos”, al parecer
alrededor de esta mole rocosa se condensan durante los meses de verano las nubes
precursoras de amenazantes tormentas. Esta montaña, también llamada Cima Dodici, es
la más alta de entre las cumbres que señalan las horas del día (para los habitantes de
Sesto la montaña está al sur e indica el mediodía).
Desde el collado
al refugio tan solo hay un
paseo,
escasos...
minutos!
volvemos
diez
minutos
pero
A
a
lo
ver
¡qué
lejos
el
Locatelli, hacia el norte
divisamos las montañas
de Austria, hacia el este
el perfil dentado de la
Cima Undici. El refugio
Pian di Cengia, también
llamado Büllelejoch Hütte (2585 metros), fue inaugurado en 1965 y es a mi parecer uno
de los más coquetos de las Dolomitas.
Desde el refugio retrocedemos al collado Pian di Cengia y luego descendemos
por un sendero zigzagueante (en los mapas aparece numerado como el 104) hasta llegar
a un pequeño llano en el que destaca un túmulo erigido para recordar a los caídos en la
guerra. A nuestros pies se abre un inmenso valle, destacando a lo lejos el pueblo y el
lago de Auronzo. Dejando a nuestra derecha el macizo del Paterno nos dirigimos hacia
el oeste, hacia las cimas de Lavaredo. El continuo subir y bajar va haciendo mella y el
cansancio se deja notar, pero como suele decirse, “sarna con gusto no pica”, y estar aquí
rodeado de estas montañas, ajenos por completo a la rutina del resto del año compensa
con creces el esfuerzo realizado.
20
Dolomitas 2004
La última cuesta nos lleva a la Forcella Lavaredo (2454 m), entre la Cima
Picolissima y una de las puntas del grupo del Paterno que se denomina Croda
Passaporto (la cima del Pasaporte, 2701 m) porque precisamente en ella se situaba la
frontera entre Italia y Austria a comienzos del siglo XX.
Normalmente se suele llegar a este punto en torno a las cinco o cinco y media de
la tarde, cuando la luz comienza a ser dulce y dorada, cuando el juego de luces hace que
el relieve de las montañas resalte espectacularmente y que las paredes vayan
adquiriendo las tonalidades que tantas veces hemos visto en las postales y en las
fotografías de los libros de las Dolomitas. El rojo, el anaranjado, el amarillo, el blanco y
el negro están presentes en las rocas, el azul en el cielo, el verde intenso en los prados...,
el atardecer dolomítico es una sinfonía de color.
Dejando
a
nuestra
izquierda el pequeño refugio
Lavaredo, continuamos por
una
pista
concurrida
siempre
muy
(sendero
101),
aunque afortunadamente, a
esta hora de la tarde ya lo está
algo menos. Uno no sabe
muy bien dónde dirigir la
mirada, ya que si la sucesión
de agujas y torreones que conforman el perfil dentado de la Cadini di Misurina reclama
nuestra atención, la mole del Antelao o el fondo del profundo valle que se abre a
nuestros pies también hace que nos fijemos en ellos.
Pero sin levantamos el cuello, la verticalidad de la más difícil de las cimas que
conforman el grupo de Lavaredo acaparará toda nuestra atención. La Cima Piccola fue
considerada inexpugnable durante mucho tiempo y no fue vencida hasta 1881 por una
potente cordada de escaladores liderada por Michel Innerkofler, por aquel entonces el
mejor guía de las Dolomitas. La escalada de la Cima Piccola abrió una nueva era en la
historia del alpinismo, su conquista hizo prevalecer nuevos conceptos sobre las
posibilidades técnicas de la escalada y sus dificultades. Junto a la cumbre principal, la
21
Dolomitas 2004
cima sur se yergue como un afilado cuchillo apuntando hacia el cielo, se trata del
célebre “Spigolo Giallo”, el “espolón amarillo”, conquistado por primera vez en 1933
por Emilico Comici, una de las primeras escaladas de 6º grado (extremadamente difícil)
y que aún hoy conserva su prestigio.
Sin dejar de admirar la elegancia de estos perfiles continuamos caminando por la
pista de tierra siguiendo la evolución de los alpinistas que descienden rapelando por la
pared tras una dura jornada de escalada.
Las Dolomitas hacen que los escaladores puedan experimentar en grado máximo
esa petición que hacía Stevenson en uno de sus libros: “Todo lo que pido es el cielo
sobre mi cabeza y el camino bajo mis pies”. Verticalidad, vacío, cielo... y tierra. Para el
escalador, ésta es la libertad.
Un poco más adelante llegamos a la pequeña capilla de los Alpini, dedicada a los
italianos que lucharon en este cruento frente durante la guerra. Todavía es posible ver
las lápidas dedicadas a algunos de estos soldados muertos en combate, en las que
aparecen sus fotografías y el regimiento o el batallón al que pertenecieron.
Junto a la capilla, a la derecha del camino, justo debajo de la Cima Grande de
Lavaredo, una placa con la efigie de Paul Grohmann conmemora la primera escalada a
esta montaña llevada a cabo por este escalador en compañía de los guías Peter Salcher y
Franz Innerkofler el 21 de agosto de 1869.
Desde la capilla de los Alpini en apenas diez minutos llegamos al refugio
Auronzo, punto de partida y punto final de este hermoso recorrido circular alrededor de
las Cimas de Lavaredo y del Monte Paterno.
LA MARMOLADA
La Marmolada es en las Dolomitas lo mismo que el Mont Blanc representa en
los alpes franceses o el Cervino en los suizos. No se trata sólo de la montaña más alta,
también es la más conocida y la que en primer lugar atrajo la atención de algunas
personas, cuando a comienzos del siglo XIX estos montes aún no interesaban casi a
nadie.
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Dolomitas 2004
Cuando llegasteis a Palafavera muy poquito sabíais de las Dolomitas, de hecho
más de uno llegó allí casi de rebote, porque no había salido otro viaje al que estaba
apuntado o porque era el que mejor se ajustaba económicamente o por cuestión de
fechas a su situación. Posiblemente si a la gente le sonaban de algo estas montañas,
sería porque algunas de las etapas más bellas y duras del Giro de Italia pasaban por
aquí. Los puertos de la Marmolada y del Pordoi, ambos de categoría especial, son dos
de los más emblemáticos en esta vuelta ciclista, a ellos nos dirigimos en esta jornada.
Desde Palafavera
salimos
hacia
la
Staulanza,
continuamos
dirección Selva di Cadore
y
dejando
a
nuestra
derecha los desvíos que
conducen
al
Passo
Falzarego y al Passo Giau
(para acceder a Cortina
d´Ampezzo) seguimos las
indicaciones
hacia
el
Passo Pordoi. La carretera es fabulosa... pueblos perfectamente integrados en el paisaje,
pequeñas iglesias de influencia austrohúngara con los campanarios apuntados o en
forma de bulbo, praderas de un verde increíble, la muralla de la Civetta como telón de
fondo... así hasta llegar a Arabba, pueblo que se asienta en la base de esta vertiente del
puerto y que para no ser menos, también es precioso.
La subida al Passo Pordoi se las trae, 9 kilómetros de carretera sinuosa y
estrecha (aunque se trate de una strada statale, es decir, de una nacional), 33 tournantes
numeradas... y algunas otras que no lo están, infinidad de ciclistas, motoristas, gente
torpe al volante de coches magníficos, vacas que cruzan la carretera sin conocer qué es
el estrés, autobuses que suben y que bajan, algún que otro fitipaldi... en definitiva, un
caos.
En lo alto del puerto (2239 metros) nos encontramos un mercadillo e infinidad
de tiendecillas de recuerdos, restaurantes, hoteles... un pequeño “paraíso” para el turista
convencional, aunque no tanto para los que no nos tengamos en tal consideración. En
23
Dolomitas 2004
cualquier caso, es un buen sitio para tomar un cafelito, hacerse con algún mapa o algún
libro de la zona, comprar un recuerdo para la suegra (un delantal), el nene (una
marmota), el compañero de salida al monte (un pin), el hermano o hermana (un
almanaque)... o para escribir esa postal a la familia o al amigo (que normalmente llegará
después de que nos hayamos llevado la reprimenda por no haber escrito desde Italia
según lo prometido).
Es una pena que
el
sitio
está
tan
masificado, porque el
lugar
en
sí
es
fantástico. A nuestra
derecha se eleva el Piz
Boé (3152 metros), la
cumbre más alta del
grupo Sella, fácilmente
reconocible
por
el
funicular que llega a su
misma cumbre. Por los paredones verticales de esta montaña discurren numerosas vías
ferratas, una de las más célebres y populares es la denominada Brigada Tridentina. A
los pies del Piz Boé, encontramos una extraña construcción en medio de la pradera, se
trata de un osario donde se conservan los huesos de algunos de los muchos soldados
austriacos caídos en el terrible frente de la Marmolada.
La carretera de bajada del Passo Pordoi a Canizei es igualmente sinuosa y
peligrosa. Mirando en esa dirección (es decir, hacia el oeste) vemos el grupo del
Sassolungo (3181 metros), constituido por tres torreones unidos que llevan por nombre
Punta Grohmman, Cinque Dita (que significa “cinco dedos”), y Sassolungo (“piedra
grande”). A nuestros pies se abre el Val di Fassa, hacia la derecha, la carretera que se
dirige al Passo Sella conduce a Val Gardena. ¡Cuánto nos queda aún por ver!
Afortunadamente, las Dolomitas dan para mucho, para mucho más de la semana corta
que pasamos aquí.
24
Dolomitas 2004
La jornada de
hoy es relativamente
suave, sobre todo si la
comparamos con la del
día anterior. El desnivel
de subida es mínimo,
apenas
150
metros,
pero la bajada sin ser
larga, 400 metros, tiene
una pendiente que se
las trae.
Vamos a recorrer la que se llama Vièl dal Pan, en ladino “senda del pan”, por ser
el camino que seguían tradicionalmente los arrieros que llevaban el grano del Passo
Pordoi al Passo Fedàia (punto final de nuestro recorrido). El camino es cómodo y
espectacular. En cierta medida se podría decir que es la excursión menos dolomítica de
las que hacemos, en primer lugar porque la Marmolada es una montaña caliza y además
porque aquí no veremos esos torreones o esas paredes extremadamente verticales que es
lo que habitualmente suele asociarse a las Dolomitas. La vista que se contempla en esta
excursión a mí me recuerda mucho a la que se tiene desde el Portillón de Benasque en
dirección al macizo Aneto-Maladeta, o a la que se puede disfrutar desde las
proximidades del Lac Blanc (Chamonix) cuando se mira al Mont Blanc. La senda del
Vièl dal Pan es un privilegiado mirador que tiene justo enfrente el glaciar de la
Marmolada y la pirámide perfecta del Gran Vernel.
Este macizo fue escenario del enfrentamiento más atroz y, sin lugar a dudas, el
que se desarrolló en condiciones más duras, de toda la contienda bélica entre italianos y
austriacos. La batalla fue prácticamente cuerpo a cuerpo y se desarrolló en pleno glaciar
-mucho más extenso por aquel entonces, todo hay que decirlo- en el que se habían
excavado hasta 12 kilómetros de galerías que servían de cobijo, trinchera, dormitorio o
simplemente de conexión entre líneas. Os podéis imaginar cómo resultarían los
encuentros fortuitos entre soldados de uno y otro bando al coincidir en alguno de estos
25
Dolomitas 2004
túneles (y éstos se producían con relativa frecuencia), rodeados de hielo por todas
partes, expuestos a las avalanchas y a las gélidas temperaturas, mal equipados...
El itinerario es muy transitado y fácil de seguir, parte a una altitud de 2275
metros y tras pasar por una pequeña capilla donde se honra a algunos alpinistas muertos
en la montaña, se llega aun refugio bastante grande y feo llamado Rifugio Fedarola
(2387 m). La “senda del pan” sale de este punto y va a media ladera en dirección este,
buscando el lago Fedàia que se intuye a lo lejos. Existe una alternativa a la senda, algo
más “incómoda” pero mucho más bella, tomar directamente la cresta herbosa por su
punto más alto, de esta forma la visión de la Marmolada se completa con la que se tiene
en dirección al Piz Boé.
A mitad de recorrido nos encontramos el remozado refugio Vièl dal Pan (2430
metros), inmejorable lugar para comer y, al mismo tiempo, recrearse con la vista del
glaciar, en el que dicho sea de paso, es posible la práctica del esquí estival.
La Marmolada es
una
montaña
que
presenta dos cumbres
principales, la más alta
es la Punta Penia (3344
metros) y la otra es la
Punta di Rocca (3309
metros).
La
primera
ascensión a la Punta
Penia tuvo lugar el 28 de
septiembre de 1864 y
corrió a cargo, cómo no, del eminente Paul Grohmann. Grohmann fue sin duda el
montañero más importante y más activo durante la etapa de conquista de las Dolomitas,
efectuó innumerables primeras ascensiones (picos que aún no habían sido escalados con
anterioridad) y contribuyó a que estas montañas fuesen más conocidas por la sociedad
de la época, como reconocimiento, una de las cimas del grupo del Sassolungo lleva su
nombre, la Punta Grohmann.
26
Dolomitas 2004
Desde el refugio, el sendero continúa a media ladera aproximándonos cada vez
más al lago. Al final, una corta pero fuerte bajada por terreno irregular (marmotero por
excelencia) nos conduce al refugio Castiglione (2031 metros) situado a orillas del lago,
en el mismísimo Passo Fedàia, donde nos espera el bus que nos llevará esa tarde al
bonito pueblo de Alleghe.
LA CRODA DA LAGO
A estas alturas del viaje la mayoría de la gente es capaz de reconocer las
principales montañas de esta parte de las Dolomitas del Véneto. El Pelmo, la Civetta, el
Antelao, la Marmolada, el Sorapis, el Cristallo, las Tres Cimas, los grupos del
Sassolungo y del Sella, las Tofanas... de los que antes desconocíamos hasta su
existencia, pasan a resultarnos de lo más familiar. Siempre digo que esta jornada sirve
como “examen” de identificación porque es muy panorámica y, cuando el tiempo lo
permite, la amplitud de las vistas a lo largo del recorrido nos permite divisar todos estos
picos y muchos más. A decir verdad, todos superasteis este test con buena nota,
demostrando un buen sentido de la orientación y una buena memoria fotográfica.
La Croda da Lago es una agrupación dolomítica relativamente modesta si la
comparamos con los montes nombrados anteriormente, pero se encuentra ubicada en un
sitio idílico, encima de Cortina d´Ampezzo. De la importancia del emplazamiento da
cuenta el hecho de que se hayan encontrado restos que evidencian la presencia de
antepasados nuestros hace nada más y nada menos que 10000 años. La existencia de
buenos prados y las posibilidades de cobijo que ofrecían la base de las paredes hicieron
que los cazadores del Mesolítico deambularan por estos parajes a la caza del íbex y del
ciervo. En estos abrigos naturales se han encontrado un gran número de útiles y
herramientas fabricadas en hueso, sílex o cristal de roca. Posiblemente el hallazgo más
espectacular haya sido el del esqueleto de un Cro-Magnon, al que se ha llamado “el
hombre de Mondevàl”, en lo que parecía un enterramiento con carácter ritual. Todas
estas piezas pueden contemplarse en el museo de Selva di Cadore.
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Dolomitas 2004
El recorrido que vamos a realizar hoy era el camino que seguía habitualmente la
gente de Zoldo Alto (Pecol, Mareson, etc) cuando tenía que ir a Cortina d´Ampezzo
para hacer alguna gestión y aún no existían ni los coches ni las carreteras asfaltadas.
El punto de partida
de este itinerario es un
parking que se encuentra
situado
un
par
de
kilómetros más abajo del
Passo Staulanza (1766).
Salimos en dirección al
refugio Città di Fiume
siguiendo
una
pista
(sendero 472) que atraviesa
un bonito bosque mixto de alerces, píceas, pinos y abetos. El refugio se encuentra en
una pradera soleada frente a la imponente muralla septentrional del Pelmo.
En este punto, tras una breve parada para recuperarnos de la subida inicial,
tomamos el sendero marcado como 436, que según nos indica el cartel nos conduce al
refugio Palmieri. En esta zona nos podemos encontrar con numerosos ejemplares de
Alchemy, una planta que debe su nombre a que los alquimistas usaban las gotas de rocío
que quedaban retenidas en sus hojas a primera
hora de la mañana como ingrediente básico en
sus preparaciones.
El camino gana en belleza, ya no es una
pista sino un estrecho y cómodo sendero que tras
un tramo de subida se hace bastante más tendido
y cómodo de andar. Las vistas comienzan a ser
amplísimas, especialmente cuando se llega a un collado herboso llamado Col de la
Puìna (2028 metros) desde el que se tiene una maravillosa panorámica del Antelao y del
macizo del Sorapis.
Tras la habitual sesión fotográfica, ya que el lugar realmente la merece, nos
encaminamos hacia una granja que se observa a lo lejos atravesando una pradera donde
28
Dolomitas 2004
no resulta nada extraño el encuentro con las simpáticas marmotas. Malga Prendera, que
es el nombre de la granja, está situada a 2148 metros de altitud, en la base del farallón
de la Rocchetta (2496 m).
El
sendero
continúa ascendiendo,
sin duda es la parte más
dura del recorrido, pero
el esfuerzo tendrá su
recompensa al llegar
arriba. Efectivamente,
alcanzamos el Col de
Duro (2295 m), nos
quitamos las mochilas
y nos tiramos en la
hierba,
bebemos
un
trago de agua, nos abrigamos, picamos alguna cosilla... y a disfrutar.
La vista es fantástica, a nuestra derecha queda el torreón aislado del Becco di
Mezzodi (2602 m), frente a nosotros vemos el perfil dentado de la Croda da Lago y al
fondo, casi tapado por ésta, la pirámide de la Tofana di Rozes. A la izquierda de la
Croda observamos una curiosa formación, una gran laja inclinada que sobresale de las
praderas circundantes, se trata del Lastoni di Formin. A nuestra izquierda se abre el
valle de Mondevàl, lugar de aparición de los restos anteriormente mencionados, el Passo
Giau, el Piz Boé, la Marmolada...
Ya queda muy poquito, una media ladera en sentido ligeramente descendente
nos lleva a la Forcella Ambrizzola (2227 m), desde la que se domina una espléndida
panorámica de Cortina d´Ampezzo y las montañas que la circundan. Desde el collado
tan solo resta descender al refugio Palmieri, asentado a orillas del lago Federa a una
altitud de 2046 metros. La Croda da Lago, que significa literalmente “la cima del lago”,
muestra una sucesión de pináculos y agujas con dos torreones centrales que constituyen
las dos cimas principales del grupo. El torreón sur, denominado Cima di Formin o Cima
Ambrizzola, es el más alto con 2716 metros, mientras que la cima norte denominada
sencillamente Croda da Lago tiene una altitud 2701 metros.
29
Dolomitas 2004
Lamentablemente, el ambiente que se respira en el refugio Palmieri es bien
diferente del que se puede disfrutar en los restantes refugios dolomíticos. Cortina
d´Ampezzo está muy cerquita, apenas una hora a pie, pero es que además muchos
“montañeros potentados” contratan un taxi todoterreno para que les ahorre el esfuerzo y
los sitúe directamente en la puerta del refugio. La verdad, pegan un “cante”. El pijoterío
se les nota hasta en los andares, se les huele en el perfume... y mejor no entrar en la
indumentaria que suelen llevar, muy cara... pero como el dinero a veces parece que está
reñido con el buen gusto... realmente hortera. Imagino que ellos pensaran que van
equipados como “auténticos montañeros”... probrecillos.
Más de uno me planteó que por qué en vez de retroceder al punto de partida
siguiendo el mismo itinerario no bajábamos a Cortina y que nos recogiese allí el bus (así
tendrían ocasión de callejear un poco por este pueblo). Bueno, ésta hubiese sido una
posibilidad... pero vuelvo a repetir que Cortina d´Ampezzo no es especialmente bonita y
que su atractivo radica más en el lugar en que se encuentra que en el pueblo en sí... y de
la gente mejor no hablar. Los precios son realmente altos, basta decir que el precio del
metro cuadrado ronda los 13000 euros, ahí es nada, como si estuviésemos hablando del
Paseo de Gracia en Barcelona. En Pocol, un pueblecillo situado a unos 5 Km de Cortina
y poco más grande que los que encontramos en Zoldo, el precio del metro cuadrado
sigue estando al alcance de muy pocos bolsillos, en torno a 8000 euros. Y así todo. Por
una noche en un camping de lo más normalito pagas más de 18 euros. Si quieres coger
alguno de los funivías que salen de las proximidades... de nuevo toca aligerar la cartera
de lo lindo. Ya comenté con anterioridad que el año pasado el pueblo estaba de
celebración porque la expedición al K2 de los guías ampezzanos habían alcanzado su
objetivo. Pues bien, así como en las tiendas de deporte pueden vender las camisetas de
fútbol del Madrid o del Barcelona, allí vendían la equipación oficial de la expedición
Scoiattoli-K2. El precio de la chaqueta de gore-tex, llena de publicidad de pasta Varilla,
superaba ampliamente los 800 euros, no está mal, ¿no? Después de preguntar por el
coste de la chaqueta se me quitaron las ganas de seguir preguntando por el de las gafas
oficiales, las botas oficiales, la ropa interior oficial...
30
Dolomitas 2004
Tras la paradita
de rigor para la comida
y
nuevamente,
una
sesión fotográfica junto
al
lago
Federa,
retrocedemos
sobre
nuestros pasos hacia la
Forcella Ambrizzola. Es
curioso
llegar
cómo
a
puede
cambiar
el
paisaje en función del
sentido de marcha. Te
fijas en cosas en las que no lo habías hecho a la ida, ves cosas desde una perspectiva
diferente... en algunas ocasiones la gente casi ni reconoce haber cogido por allí. Vamos
subiendo y divisamos a nuestra izquierda las Cimas de Lavaredo iluminadas por el sol.
El Antelao casi siempre envuelto entre nubes, el Sorapis una montaña salvaje y
bellísima, el Cristallo...y a nuestras espaldas el colorido de la Croda Rossa d´Ampezzo
(literalmente, la Cima Roja). Pasamos por la base de los torreones de la Croda da Lago,
en los que tantas generaciones de escaladores ampezzanos han depurado su técnica de
escalada antes de afrontar
empresas más serias. La
primera ascensión de esta
montaña tuvo lugar el 19 de
julio de 1884 y corrió a
cargo de Michel Innerkofler,
el itinerario seguido durante
esta escalada es considerado
en la actualidad la “vía
normal” a la Croda da Lago.
Desde la Forcella Ambrizzola vamos retornando a la Staulanza, el Pelmo surge
como un torreón gigantesco tras las lomas herbosas que aparecen en primer plano. El
éxito de una buena fotografía no se debe tanto al motivo a fotografiar como a la luz. Si
31
Dolomitas 2004
un pintor necesita de una buena calidad de pintura, un fotógrafo necesita una buena luz.
A esta hora de la tarde la luz es maravillosa, sin la dureza del mediodía los relieves se
destacan de una forma asombrosa, la luz se filtra por las ramas del bosque creando
efectos increíbles, a mí personalmente me transmite una sensación de paz muy
agradable. Caminar en silencio, detenerse a hacer una fotografía y reconocer las
maravillas que nos brinda la Naturaleza -que si es grande en las cosas más grandes... es
enorme en los detalles más minúsculos-, respirar aire puro, simplemente dejarte llevar y
dejar que tus pensamientos te lleven. En definitiva, sentirse afortunado por estar en este
lugar en este momento, tan lejos de las preocupaciones diarias, tan lejos de la
monotonía, no sé... la vida parece mucho más sencilla de lo que luego resulta ser (o de
lo que la hacemos).
La parada en el refugio Città de Fiume a la vuelta es obligatoria, en este caso no
tanto porque se vaya cansado, sino porque se está muy a gusto al solecito y da pena
marcharse. La pedrera que se extiende a los pies del Pelmo es tremenda, se intuye un
pequeño caminito por el que a esta hora de la tarde bajarán unos puntitos negros que no
son ni más ni menos que aquellos que finalizan el giro completo de la montaña, y
descienden de la Forcella Val d´Arcia hacia el Passo Staulanza, precisamente nuestro
destino.
REFUGIO BOSCONERO
Última jornada dolomítica, todo tiene un final en esta vida, y éste es el último
recorrido del viaje. Posiblemente muchos de los que habéis pasado este año por las
Dolomitas llegada esta jornada os dabais más que satisfechos con lo realizado, sin
embargo, siempre existen esos “jartibles”, insaciables, machacas, o como se les quiera
llamar, que piden un poco más. Para este género de personas, entre las que me incluyo,
se planteó esta excursión. No queremos irnos, nos da pena, nos gusta donde estamos y
preferimos apurarlo hasta el último momento.
Ese día madrugamos un poco más. Supuestamente, las mochilas y los bolsos se
dejaron medio listos la noche anterior, pero siempre hay que repasar las cosas, que no se
olvide nada... y los del camping encima tendrán que recoger sus sacos y aislantes.
Cargamos el bus antes de desayunar, algunos y algunas aparecen vistiendo sus mejores
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galas, la ropa de “explorador” quedó guardada y en espera de la lavadora, pero los más
guerreros siguen con su indumentaria guerrera... ya habrá tiempo para la otra.
La mañana es un poco tristona, todas las despedidas lo son. Han pasado apenas
seis días desde la llegada, pero han sido unas jornadas tan intensas y la gente del lugar
es tan encantadora... que da pena abandonar el que ha sido nuestro hogar. Esta vez no
nos dirigimos hacia la Staulanza, sino valle abajo, dirección Longarone. El Pelmo y la
Civetta van quedando atrás, atravesamos Pécol, Mareson, Fusine, Dont... y llegamos a
Forno di Zoldo, el pueblo más grande del valle. En Forno, For en dialecto zoldano, una
parte del grupo se queda para tomarse la mañana en plan tranquilo, pasear por las villas
antiguas de los alrededores, comer en la pizzería Camino Nero... y el resto continuamos
en el bus 4 kilómetros más. La ruta comienza en Pontesèi, a una altitud de 825 metros, y
discurre en su integridad por un fantástico bosque, donde nos iremos encontrando hayas,
abedules, acebos, píceas, alerces, abetos, pinos... un poco de todo. El recorrido en sí no
tiene ninguna pérdida, remontar el sendero 490 hasta alcanzar el refugio Càsera di
Bosconero, una subida continua de algo más de 600 metros de desnivel... y cuando digo
continua, es porque realmente lo es, no hay descanso -la pendiente a veces es muy
fuerte, sobre todo al comienzo y al final, en el tramo central lo es algo menos, pero no
encontramos ni un solo llano en las dos horas que suele tardarse en alcanzar el refugio.
Posiblemente sea la jornada en la que más se sude, por una parte la dureza del
camino, que como hemos dicho no da tregua, y por otro la elevadísima humedad
reinante en el bosque. Aquí, por mucha camiseta Power-dry que uno lleve la mojada
está asegurada. Pero, ¡qué más da! Llevamos una existencia demasiado cómoda, a veces
estos pequeños “sacrificios” se hacen necesarios, nuestro cuerpo... y casi más diría
nuestra mente, nos lo piden. Yo nunca me he tomado la montaña como un deporte,
aunque lógicamente se esté realizando una actividad física considerable eso no es ni
mucho menos lo más importante. Para mi la montaña es sentimiento. Hay gente que sin
haber pisado en su vida un monte “sienten” o tienen esa especial sensibilidad hacia lo
que significa el mundo de la montaña. Por el contrario, muchos escaladores y algún que
otro alpinista carecen de esta sensibilidad, únicamente practican deporte, para ellos la
montaña o la pared sería el equivalente al gimnasio del culturista o a la pista de
atletismo del velocista. Este tipo de gente, cuando alguna lesión o sencillamente el paso
de los años les impide estar a un alto nivel, abandona por completo el monte y todo lo
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relacionado con él. ¡Qué pena! Muchos me dicen, “yo no soy montañero. Yo no escalo,
tengo vértigo y me dan pánico las cuerdas”. Siempre les respondo lo mismo, ¡qué tiene
que ver una cosa con la otra! La montaña está ahí, cada uno tiene que disfrutarla a su
medida, sentirla, respetarla y hacer lo posible por que otros también la conozcan y
respeten. La montaña está ahí para ayudarnos a que nos reencontremos con nosotros
mismos. En la montaña a veces se sufre, en algunas ocasiones incluso se sufre
muchísimo, pero no hay ninguna obligación de que esto tengo que ser así por fuerza.
Cada uno debe poner el listón de hasta dónde está dispuesto a sacrificarse, y no tiene
porqué hacerlo más allá. No somos masoquistas, únicamente tenemos que ser
conscientes de que la montaña no es un juego, y que no se la puede minusvalorar (más
bien somos nosotros los que no tenemos que sobrevalorarnos), no se trata de temer...
simplemente se trata de conocer y respetar. La montaña es hermosa, pero los que de
verdad la hacen maravillosa son los compañeros de salida. ¡Cuántas veces he llegado a
una cumbre solo... y he echado en falta ese amigo con quien compartir el instante! En la
mayoría de las ocasiones sobran las palabras, basta una sonrisa o una mirada para saber
que ese compañero es cómplice, que disfruta tanto como tú de estar allí... y de qué tú
también estés allí. Vuelvo a repetir, todo esto son apreciaciones muy personales y
respeto a todos los que gustan de disfrutar el monte en soledad.
Patrick Gabarrou, un fantástico alpinista francés de la actualidad dijo en una
ocasión “Únicamente quiero vivir la montaña compartiéndola con los amigos que amo,
para compartir la belleza del mundo, el esfuerzo, una voluntad común”, básicamente el
mismo mensaje que os quería transmitir pero con palabras bastante más bonitas.
Michel Ende, el célebre autor de La Historia Interminable expresó muy bien lo
que tan difícil resulta explicar a veces, el sentido que tiene subir montañas. Cito
textualmente a este escritor alemán, nacido en Garmisch (donde cada 1 de enero se
disputa la prueba de Saltos de Esquí de los 4 Trampolines): “Las pasiones humanas son
un misterio y a los niños les sucede igual que a los mayores. Los que se dejan llevar por
ellas no las pueden explicar, y los que no las han vivido no las pueden comprender. Hay
hombres que se juegan la vida por subir una montaña. Nadie, tampoco ellos, pueden
explicarse realmente porqué”.
Para mí, esta excursión de Bosconero tiene un valor muy especial, posiblemente
se trate de un recorrido para “iniciados”... y me explico. Todo el mundo puede entender
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y pasar un buen rato escuchando Las Cuatro Estaciones o la Novena de Beethoven, sin
embargo, para disfrutar de la Sinfonía Alpina o de los Cuatro Últimos Lieder de Richard
Strauss (no confundir con el de los valses) se precisa estar habituado a escuchar música
clásica. Pues de la misma forma, imagino que hay que ser muy “cazurro” o “insensible”
para no quedarse prendado del paisaje que disfrutamos el día del Coldai, Lavaredo o de
la Marmolada, pero para saborear un paseo por un bosque cerrado hay que estar
habituado al lenguaje de la naturaleza. Decía Gaston Rébuffat, posiblemente el guía
francés que mejor ha sabido transmitir el sentimiento de la montaña, “un paisaje no es
sólo aquello que se ve con los ojos”... y cuánta verdad hay en esta aseveración. El
bosque se siente, se huele, se oye, te envuelve y llegas a sentir que formas parte de él...
porqué pensáis si no, que tantísimos cuentos se desarrollan dentro de un bosque. El
crujir de la hojarasca bajo las botas, la gota de humedad que te cae en la cara, la seta
crecida en el tronco de un árbol caído, el ulular del viento que se cuela entre las ramas,
el rumor de un arroyuelo invisible... ¿acaso se necesita más? Decía Rousseau de sitios
como este “bosque negro”, “este lugar ignorado es merecedor de la contemplación de
los hombres. Sólo le falta, para ser admirado, espectadores que lo sepan ver”. Espero
que los que anduvisteis por él fueseis esos espectadores que supieron ver lo que se les
ofrecía, que era mucho, y que no salierais defraudados.
Tras esta divagación filosófico-montañera o como queráis llamarla, continúo con
lo poquito que falta.
La llegada al refugio es fantástica. Se ha superado un buen desnivel y en no
mucho tiempo nos hemos plantado a 1470 metros de altitud. Estamos casi en el límite
superior del bosque, o al menos en esta parte ya no es tan denso como más abajo. El
sendero tuerce a la izquierda y de pronto, ¡zas!, surge una linda pradera donde está
asentada una casita que parece sacada del cuento de Hansel y Gretel, rodeada de
columpios de lo más rústico... y a juzgar por el éxito que tuvieron, de lo más
disfrutones. El emplazamiento del refugio Càsera di Bosconero no puede ser más
idílico, al pie del enorme torreón que es el Sasso di Bosconero (2468 m), rodeado de
agujas por todas partes, lo que lo convierte en un lugar muy frecuentados por los
escaladores que van a la Rocchetta Alta, la Rocchette Della Serra o al mismo Sasso, con
una estupenda vista de los Spiz de Mezzodi o de las cimas del grupo del San Sebastiano
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al otro lado del valle... Mónica, la chica que regenta el refugio es realmente
encantadora, y pese a que el establecimiento carece de algunas comodidades, aquí todo
es mucho más rústico, el buen servicio y la simpatía están asegurados.
Primero un café, luego una cerveza con la que acompañamos el queso o el
fiambre que hayamos subido para almorzar, una pequeña siesta o al menos un
duermevela tumbado al sol... ¿quién se acuerda ya de la subidita? Nos sentimos
afortunados de estar aquí. Miramos con envidia a la pareja de gatitos que juguetea con
las cuerdas puestas a secar por unos escaladores sobre la baranda de madera del refugio.
Paz, mejor despedida imposible.
La bajada se hace corta, cuando la
pendiente es tan fuerte aunque uno no corra
se desciende de forma bastante rápida.
Muchas veces la gente se da cuenta de la
magnitud de la subida durante el descenso...
y con razón. Llegamos nuevamente a
Pontesèi, ahora sí que se puede decir que
han terminado las marchas dolomíticas.
Llega el bus y la gente nos cuenta
emocionada lo buena que estaba la pizza o
el helado que habían tomado en Forno.
Posiblemente
los
que
se
quedaron
terminaron convencidos de haber tomado la
decisión correcta al renunciar a la marcha del día por un poco de confort y turismeo. De
lo que no cabe duda es de que los que estuvimos en Bosconero también terminamos
convencidos de que hicimos lo mejor, de que hubiese sido una pena irse sin haber
estado allí arriba, sin haber visto ese precioso refugio, sin haber tomado el sol de la
mañana tendido en el prado, sin haber jugueteado con los columpios como posiblemente
no habíamos hecho desde la infancia...y lo más importante, hubiese sido una pena
marcharse del lugar sin disfrutar de la paz, de esa paz y esa pureza que tan solo se puede
sentir en las alturas.
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El bus continúa su viaje a Venecia. Pasamos junto al puente colgante de Igne (el
río Maé va encajonado 140 metros más abajo), cada vez van quedando menos curvas,
finalmente llegamos a Longarone... o lo que es lo mismo, se acabaron las hermosas
Dolomitas.
Quisiera acabar con dos preciosas frases de uno de mis autores preferidos, el
escritor y viajero Javier Reverte (no confundir con Arturo Pérez Reverte). La primera de
ellas dice así “Qué pocas son las cosas necesaria para la vida: un plato de comida,
agua, un camastro, un camino por delante, los buenos recuerdos, y un poco de amor”.
Creo que, afortunadamente, todos vamos servidos de comida, agua y camastro,
espero que los recuerdos que haya dejado este viaje hayan sido buenos (para mí lo han
sido... y mucho). También espero que os hayan quedado ganas de “más marcha”, ganas
de seguir haciendo camino en el sentido más amplio de la palabra, ganas de conocer,
ganas de aprender, ganas de ver, ganas de luchar por un objetivo. Y nunca olvidéis
tampoco que así como no hace falta ser un escalador extremo para sentirse montañero,
tampoco es preciso hacer muchos kilómetros para convertirse en viajero. Un buen viaje
no es aquel en el que nos hemos ido muy lejos, un buen viaje es aquel del que volvemos
cambiados... cambiados para mejor.
La última de las frases de Reverte que cito no necesita ningún comentario
adicional, es lo suficientemente clara y con ella os dejo:
“¿Cuál es el paraíso en la Tierra? Mi paraíso es el camino”.
Miguel Ángel
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