el paraiso manuel mujica lainez

Transcripción

el paraiso manuel mujica lainez
EL PARAISO
EL REFUGIO SERRANO DE MANUEL MUJICA LAINEZ
El inigualable “Manucho” pasó aquí, en La Cumbre, la mayor parte de su vida.
La compró en 1968 y, desde entonces, se convirtió en un destino obligado de los
intelectuales argentinos de la segunda mitad del siglo XX. De la mano de su nieto,
Ricardo Rodríguez Aldao Mujica Lainez, descubrimos el fascinante mundo
privado del autor de Bomarzo
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La fachada principal de El Paraíso, la casa
construida en 1922 que tuvo como arquitecto
al francés Leon Dourge –un discípulo de
Alejandro Bustillo que también diseñó el
Palacio Duhau– es un fiel reflejo del estilo
neomudéjar español. Su primer dueño, Ramón
Cabezas, era un capitán de navío español que
heredó una gran fortuna y construyó esta
casa como un templo a su vanidad. La adornó
con soberbio lujo y ahí vivió hasta finales de
la década del 30. Abajo, izquierda: Manuel
Mujica Lainez en una imagen tomada en su
casa de las sierras cordobesas.
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“Era muy común ver a mi abuelo recorriendo la casa junto
a sus invitados, a quienes con mucho entusiasmo les
hacia una visita guiada y les contaba con sumo detalle
la historia de cada objeto, cuadro, foto o libro que se
cruzaba a su paso”
D
escubrió la casa por azar mientras
paseaba. Un cartel anunciaba que
estaba a la venta y, como por arte de
magia, se dio cuenta de que había encontrado su lugar en el mundo. Con asombro,
sus ojos repasaban los detalles de la enorme
casa de estilo neomudéjar que se perdían
entre los árboles centenarios. “Manucho”,
mote con el que su círculo íntimo llamaba
a Manuel Mujica Lainez (1910-1984), tuvo
su coup de foudre con El Paraíso a finales de
1968 durante una visita fugaz que hizo a
La Cumbre, el pintoresco pueblo perdido
entre las sierras de Córdoba. “Siempre
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soñé con un lugar así, apartado y cercano
(…), cuando estuve en él comprendí que
ese era el sitio esperado y desde el primer
momento me apliqué con pasión a conseguirlo”, plasmó el autor en el diario que
escribió mientras compraba y reformaba
la maravillosa propiedad.
Inmediatamente se puso en marcha para
agendar una visita y, a los pocos días, pudo
recorrerla. Desde que cruzó el umbral del
portón principal, se convenció de que la
casa debía ser suya. Caminó habitación por
habitación, empujando puertas y abriendo
ventanas, sin dejar de maravillarse por el
caserón que solamente le revelaba sorpresas. En su cabeza rápidamente comenzó a
amoblarla y a decorarla, a pensar en qué
lugar ubicaría su biblioteca, a llenar las paredes con sus cuadros y sus objetos.
SU LUGAR EN EL MUNDO
Durante los primeros días de 1969, después de haber pagado la ridícula suma de
siete millones de pesos por una propiedad
de seis hectáreas (20.000 dólares estadounidenses de la época, lo que equivaldría
a 130.000 dólares en la actualidad), el autor de Bomarzo le anunció a su mujer, Ana
El espléndido salón o “sala de los
retratos” es el lugar más grande de la
casa, donde “Manucho” organizaba
su famosa fiesta de carnaval todos
los veranos. Cuenta con 80 retratos
y objetos de valor incalculable que
Mujica Lainez fue coleccionando a lo
largo de su vida, como el escritorio de
viaje del general San Martín, un regalo
que su tatarabuela peruana recibió
de manos del Libertador cuando se
casó en 1821. Arriba de la chimenea
sobresale un retrato de Florencio
Varela, un personaje de la historia
argentina por el que Mujica Lainez
tenía devoción.
de Alvear Ortiz Basualdo, que encararían un
nuevo estilo de vida, lejos de Buenos Aires y
de su agitada vida social. Ella, que sentía un
amor ciego por su marido, se puso manos a
la obra e hizo todo lo que estuvo a su alcance
para devolverle, codo a codo con “Manucho”,
el calor vital a ese “paraíso” abandonado.
Junto a sus tres hijos –Diego, Ana y Manuel–
armó el equipaje y, con devoción, comenzó
una nueva vida al lado del hombre con el que
se casó en 1936. “El entusiasmo de Anita me
secundó desde el primer instante. No por
nada ella lleva en las venas la sangre del constructor del palacio Sans Souci, Carlos María
de Alvear. (…) Mucho más práctica que yo,
mucho más consciente, compartió, empero,
mi sueño y eso me dio alas”, escribió Mujica
Lainez en su diario.
Su primera noche en la casa fue la del 3 de
abril de 1969. En aquel momento fue cuando
recién se enteró por Marian Lodi –la encantadora inglesa que regentaba el pintoresco
Hotel de Cruz Chica de La Cumbre– que, en
1922, un rico español llamado Ramón Cabezas le encomendó al arquitecto francés Leon
Dourge, discípulo de Alejandro Bustillo y
quien diseñó el Palacio Duhau, que construyera El Paraíso. El dueño de casa estaba fasci9
“‘Manucho’ fue un coleccionista ecléctico y refinado: a lo largo de toda
su vida puso especial empeño en la búsqueda de objetos, esculturas,
retratos de familia y cuadros de los más variados estilos, épocas,
procedencias o materiales”
Izquierda: en este pequeño living, decorado con muebles estilo Luis XV, es donde el dueño de casa recibía a sus amigos
más cercanos durante el invierno. Está decorado principalmente con dibujos que le fueron regalando a lo largo de su
vida. Al fondo, se aprecia el jardín de invierno. Abajo, centro: retrato de Ana de Alvear de Mujica Lainez, obra que el
famoso acuarelista argentino Jorge Larco realizó en 1942. “Mis abuelos tenían una relación bastante particular, casi
de vanguardia. Eran como dos universos paralelos que convivían”, cuenta Ricardo. Abajo: la mesa del comedor, estilo
español, está puesta de la misma forma en la que se hacía cuando vivía el escritor. Los platos, obra de la ceramista de
Emma Gargiulos, eran sus favoritos. Al fondo, destaca una cajonera antigua fabricada en Burgos, sobre la que siguen
alineadas las cuatro tejas que “Manucho” compró en Pekín, las que representan a algunos sabios y filósofos chinos.
nado con las historias de su “palacio”. Cada
día que trascurría, más se convencía de que
había hecho el mejor negocio de su vida.
En muy poco tiempo, la casa se convirtió
en un centro de reunión obligado para los
intelectuales de la época y en el lugar en el
que Mujica Lainez escribió la mayor parte
de su obra. Ahí vivió hasta su muerte, en
abril de 1984.
Protagonista indiscutible del mundo de
“Manucho”, su nieto Ricardo Rodríguez
Aldao Mujica Lainez –hijo mayor de Ana–
recibe a ¡Hola! en El Paraíso, lugar en el
que pasó gran parte de su infancia y por el
que hoy lucha junto a su madre para ponerlo en valor y regresarle el esplendor que
tuvo mientras su abuelo vivió. En una entrevista sincera, hace un repaso de la vida y
la obra de un hombre que lo marcó y pasó
a la historia como uno de los autores argentinos más importantes del siglo XX.
MEMORIAS DE LA INFANCIA
–¿Cuáles son tus primeros recuerdos de
esta casa?
–Son tantos que me sería imposible
enumerarlos todos. Uno que aún tengo
muy presente es cuando bajábamos en
bicicleta, una Aurorita plegable, al pue10
blo [La Cumbre]. Era una inyección de
adrenalina, ya que eran tres kilómetros de
bajada con uno entero de pendiente pronunciada, con curva y contracurva: una
experiencia inolvidable. También nuestras mañanas de invierno deslizándonos
por la nieve con improvisados trineos, las
tardes de lluvia jugando a las cartas y las
“sesiones” de espiritismo con mis hermanos, en las que leíamos cuentos de terror.
–¿Cuál es tu lugar favorito de El Paraíso?
–Creo que los grandes jardines, el cañaveral y el lago. Ahí pasé días divertidísimos durante mis veranos. En las tardes,
pasábamos horas comiendo damascos, ciruelas, manzanas y peras que tomábamos
directamente de los árboles. En invierno,
juntábamos castañas que tostábamos en la
chimenea por la noche. Otro de mis sitios
favoritos eran los techos, adonde trepaba
desde el costado del cuarto de “Manucho”,
por donde me encantaba circular. También
la galería de la parra, porque ese era el mejor lugar para andar en patines.
UN HOMBRE UNICO
–¿Cómo era su personalidad?
–Mi abuelo era un gran trabajador, que
dedicaba incontables horas a lo suyo, un
apasionado, que lo hacía con fervor y dedicación, era un estudioso, muy culto. Seguramente había leído muchos más que
todos esos libros que actualmente están en
la biblioteca. Estudió en Londres y Paris,
viajó en submarino y en el Zeppelin. Fue
un aventurero de su época, un coleccionista de rarezas. Creía en todas las cosas
en las que se pueda creer, era esotérico y
supersticioso: si había trece personas para
comer, se generaba un problema y, sin
dudarlo, agregaba una mesa para evitar
ese número. Siempre trató de usted tanto a sus hijos como a sus nietos. No era
un hombre muy adepto a los chicos. De
hecho, una de sus frases más recordadas era “children must be seen and not
heard” [los chicos deben ser vistos, pero
no escuchados].
–¿Recuerdas cómo era un día en
su vida?
–Las horas de “Manucho” transcurrían en su escritorio, en donde
escribía con su lapicera Mont Blanc
y luego transcribía todos sus textos
a máquina. Recuerdo muy bien el
sonido de las teclas, ya que era una
señal de que no debíamos molestarlo. Y cuando, sin querer, lo inte11
La biblioteca, con más de 12 mil volúmenes,
era una de las obsesiones del escritor: los
alineaba por temas y por orden alfabético
Ricardo, uno de los seis nietos que tuvo Mujica Lainez, posa en la
biblioteca de su abuelo. El gran busto que está a su derecha es del poeta
y dramaturgo francés Jean de Rotrou. Originalmente estaba colocado
en la terraza, pero la hija de Mujica Lainez decidió ubicarlo en este sitio
después de un par de robos que sufrió la propiedad. Izquierda: Ricardo y
“Manucho” en una imagen de 1976 tomada en los jardines de El Paraíso.
rrumpía, sabía que me iba a hacer sonar
los nudillos, una costumbre con la que
torturaba a todos los chicos. Algo que
también hacía religiosamente todos los
días era ir al correo, porque todos los
días llegaban y salían cartas desde y hacia
todo el mundo. Como yo coleccionaba
estampillas, era fascinante verlo llegar
cargado de cartas y descubrir nuevos
sellos. Algunas veces desayunaba en su
cuarto, pero siempre bajaba para el almuerzo, para tomar el té y para comer
a la noche.
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UNA PAREJA DE VANGUARDIA
–¿Cómo era la relación entre tus
abuelos?
–Ellos tenían una relación bastante
particular, casi de vanguardia. Mi abuelo
dormía en su cuarto en la casa grande y
Anita, como cariñosamente llamábamos a
mi abuela, tenía una pequeña casa aparte.
Nunca presencié una discusión de pareja.
Nunca un sí ni un no. Eran como dos universos paralelos que convivían. Anita se
encargaba de lo cotidiano, del mantenimiento de la casa, del trato con el servicio
domestico, de las compras, de las cuentas
y de todo lo que tuviese que ver con el
funcionamiento de El Paraíso. “Manucho” escribía o viajaba para asistir a conferencias o visitar a sus editores. Se querían
mucho y lograron convivir siguiendo sus
respectivas formas de vida.
–¿Qué es lo que más extrañas de
“Manucho”?
–Conmigo fue particularmente generoso: cuando cumplí quince años, me
regaló un ciclomotor. Extraño estar a su
lado mientras recibía a alguna visita ilus13
tre, como cuando se estrenó Bomarzo en
el Teatro Colón y muchas celebridades
vinieron a visitarlo. También verlo firmar libros y recibir premios, o abrir una
revista y ver una entrevista suya. Con el
paso de los años, fui tomando conciencia de la dimensión de su obra. Fue un
hombre que no solo escribió, sino que
también tradujo y dibujó mucho, y que
jamás dejó de hacer lo que le daba la
gana. Me gustaría haber hablado mucho más con él, preguntarle cosas de su
vida, de sus viajes y de su obra.
El escritorio de “Manucho” es uno de los rincones más pintorescos
de la casa. Ahí, el autor se sentaba todos los días a escribir, ya fuera
alguna de sus obras o los artículos que religiosamente publicaba en
La Nación, donde fue crítico de arte durante muchos años. Sobre la
mesa, se aprecia uno de los tantos álbumes que Manucho preparó a lo
largo de su vida con todo lo que le parecía interesante en las distintas
publicaciones que leía y que le llegaban de todo el mundo. Arriba:
caricatura realizada por Villarreal en 1978. Derecha, arriba: máquina de
escribir Woodstok, regalo de Bartolomé Mitre. Detrás permanece aún
colgado el matamoscas que utilizaba el escritor.
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“Las horas de mi abuelo transcurrían en su escritorio,
en donde escribía con su lapicera Mont Blanc y luego
transcribía todos sus textos a máquina”
Arriba: “Manucho” junto a su gato Balzac en su escritorio. Abajo: el austero dormitorio se
mantiene intacto desde el día de su muerte. Ahí conviven dibujos de Proust y Rilke –hechos
por Héctor Basaldúa– con una obra de Juan Batlle Planas y otra del pintor surrealista
argentino Roberto Aizenberg, así como con dos esculturas de Pablo Curatella Manes. A un
lado de su cama, aún permanecen los libros que estaba leyendo, entre ellos la obra del poeta
griego Constantino Cavafis.
SITUACION DESESPERADA
–Esta casa-museo está atravesando
por momentos difíciles. ¿De qué forma
el gobierno o la sociedad civil podría
ayudar a mantenerla en pie?
–Los años 2013 y 2014 fueron de pérdidas, porque esta casa se sustenta sólo
con los ingresos que recibimos de la venta de entradas y del alquiler de la casa
en la que vivió mi abuela. A pesar de los
esfuerzos para realizar exposiciones y
editar publicaciones, no hemos logrado generar los recursos necesarios para
mantener la casa en las condiciones que
merece. Y si el museo sigue abierto, es
gracias a los aportes de varios amigos
que nos ayudan desinteresadamente.
Nuestra situación es complicada, ya que
no tenemos recursos para problemas
tan elementales como relocalizar a los
murciélagos que con el tiempo han ido
copando los techos. Es urgente equipar
el museo con un sistema de cámaras de
seguridad, ya que en dos oportunidades
entraron a robar. Después de escribir
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En 1972, Manucho escribió
un libro al que tituló Cecil
en honor a su inseparable
whippet. Narra la vida del
autor en su retiro serrano a
través de la voz de su perro
cartas desesperadas, primero a las
autoridades locales, luego a las provinciales y finalmente a las nacionales, logramos una entrevista con la
ministra Teresa Parodi, quien mostró el deseo de ayudar y transfirió el
pedido a Patrimonio Histórico, pero
hasta ahora nadie se ha puesto en
contacto con nosotros.
–¿Creés que le quedó alguna asignatura pendiente a “Manucho” en su vida?
–Publicar su primera obra, que escribió en francés cuando tenía sólo
13 años. Trataba sobre el hijo de Luis
XVI, el delfín de Francia que murió a
los diez años en la prisión del Temple
de París. El único ejemplar de este
libro, que fue mecanografiado y encuadernado por su madre, se perdió
después de su muerte y tristemente
jamás podrá ser leído.
•
Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón
Fotos: Tadeo Jones y álbum familiar de la
familia Mujica Lainez
Agradecemos a Gustavo Godoy, a Mauro
Fernández Barrio y a la Fundación Mujica Lainez
(www.fundacionmujicalainez.org)
Arriba: la entrada a
El Paraíso está
enmarcada por dos
enormes parras. El
portón es una obra
del artista José María
Suhurt. Izquierda:
tumba de Cecil, que
murió seis años
antes que su dueño.
Derecha: “Manucho”
y su mascota, quien
muchas veces lo
acompañaba al cine
y si era necesario le
sacaba una entrada,
porque la película
sólo se proyectaba
con un mínimo de
dos espectadores.
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