CONTROVERSIAS Y LÍMITES DEL GIRO LINGÜÍSTICO

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CONTROVERSIAS Y LÍMITES DEL GIRO LINGÜÍSTICO
CONTROVERSIAS Y LÍMITES DEL GIRO LINGÜÍSTICO
Concepción Ortega Cruz
El objetivo fundamental de este breve artículo es exponer las características generales del denominado nuevo método filosófico: el giro lingüístico. Señalando sólo
superficialmente las relaciones interdisciplinares a que da lugar dicho enfoque, centraremos nuestra atención en la aplicación que del mismo se hace en la Teoría Crítica
habermasiana. Para finalizar, expondremos algunos de los puntos más débiles de dicha caracterización y aplicación.
La extensión del tema y la limitación requerida por la exposición no nos permitirá elaborar un desarrollo profundo de los aspectos y críticas más relevantes. Nos limitaremos, por tanto, a señalar sólo alguno de esos aspectos y a esbozar someramente
alguna estrategia que sirva, al menos, para organizar la teoría de forma más adecuada.
Bien es sabido por todos/as los avatares y escollos a los que ha tenido (y tiene)
que enfrentarse la Filosofía a la hora de definirse como disciplina (la Filosofía se ha
entendido como Historia, como un saber fundamental, como un método o reflexión
metateórica... etc.). A los problemas típicos del ámbito social se suman en este caso
imprecisiones mucho más acusadas en torno a la delimitación, la definición del objeto
(u objetos) y la selección de una metodología propia. Esta situación de desorden interno del ámbito social en general y del filosófico en particular ha dado lugar a multiplicidad de propuestas o alternativas teóricas que no han logrado aún articularse en una
definición precisa de dichas disciplinas. Uno de los elementos más recurrentes a la
hora de organizar esta multiplicidad de perspectivas u horizontes es el lenguaje; el
elemento generador de la Historia Cultural de Occidente ha sido y es «la palabra».
La propia Historia de la Filosofía nos permite constatar este hecho. Basculando
entre la influencia parmenídea de «la palabra lo es todo» y la versión escéptica del
«ser humano como inexpresable e incomunicable» la Filosofía, desde sus orígenes,
reconoce la importancia que tienen las palabras, el lenguaje, a la hora de enfrentarse a
los problemas tradicionales del sujeto, la realidad y el conocimiento. Sin embargo,
será en el siglo XX (sobre todo en la segunda mitad) cuando se redescubra el lenguaje
desde una nueva perspectiva, desde la perspectiva del giro lingüístico1. Las razones
1
Ver planteamiento general en: A. Wellmer, «Comunicación y emancipación. Reflexiones sobre
el giro lingüístico de la Teoría Crítica», Revista Isegoría, nº1, mayo de 1990, pp.15-49. Matización
desde la perspectiva teórica habermasiana en: J. Habermas, «¿Qué significa pragmática
universal?» en J. Habermas, Teoría y acción comunicativa: complementos y estudios previos,
Laguna, Revista de Filosofía, nº 5 (1998), pp. 253-261
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que dan lugar a este cambio de perspectiva podemos clasificarlas en razones externas
y razones internas. Entre las razones externas cabe señalar, por ejemplo, la constitución de una ciencia del lenguaje a partir de la teoría de Saussure y Chomsky2. Entre las
razones internas destaca el reconocimiento, por parte de la propia filosofía, de su
medio natural de expresión, el lenguaje.
Si bien es cierto que la estrategia de sustituir las ideas por las expresiones aparece
ya en los nominalistas medievales, se suele proponer a Frege como el autor que
sistematiza la noción de giro lingüístico al tiempo que funda la Filosofía del Lenguaje
como disciplina. La caracterización más extendida del giro lingüístico es el planteamiento de los problemas filosóficos en términos de lenguaje ordinario. Ya no consiste
en definir qué es lo real o qué es el conocimiento válido sino en lo que se quiere decir
con la afirmación de que algo es real o de que un conocimiento es un conocimiento
válido. Se reconoce así la naturaleza no sólo mediadora sino también constituyente
del sistema simbólico. La Filosofía no se limita, por tanto, a resolver cuestiones de
naturaleza lingüística o filológica sino que, por medio del análisis del lenguaje ordinario, pretende dar nitidez a los problemas típicos de las disciplinas filosóficas y no
filosóficas3.
La recepción del giro lingüístico ha introducido cambios en la definición y organización de disciplinas como la Lógica, ya que la validez de los razonamientos pasa a
establecerse en función de la forma que tienen las oraciones enunciativas y su concatenación. En la Teoría del Conocimiento o Epistemología, donde se ha provocado el
desarrollo de la lógica epistémica y se ha reformulado la distinción tradicional analítico/sintético. En la Ontología, ya que el lenguaje actúa como mediador para conocer
la realidad. En la Psicología y Antropología al reconocerse la importancia del lenguaje
a la hora de segmentar el mundo. En la Estética, al multiplicarse la funcionalidad del
sistema simbólico. En la Lingüística, al reconocerse la naturaleza heterogénea del
significado ... y un largo etc.
Los problemas tradicionales a los que pretende enfrentarse esta nueva perspectiva
se definen como la causa del estancamiento que durante siglos ha sufrido la Filosofía y
las disciplinas sociales. Es por ello comprensible el entusiasmo con el que se acoge el
giro lingüístico dentro y fuera del ámbito filosófico. Un problema fundamental que se le
plantea a dichas disciplinas es la naturaleza propia de su objeto de estudio: el sujeto
humano y sus diversas manifestaciones, que presentan el problema básico de su gran
Madrid, Cátedra, 1989, pp.299-369 y J. Habermas, «Pragmática formal y pragmática empírica.
Significado literal vs. significado dependiente del contexto: el trasfondo de saber implícito»,
en J. Habermas, Teoría de la Acción Comunicativa, Vol.1, Madrid, Taurus, 1987, pp. 419-433.
2
J.H.S. Pescador, Principios de Filosofía del lenguaje, vol.1, Madrid, Alianza Universidad,
1984, pp. 69-175.
3
R. Rorty, El giro lingüístico, Barcelona. 1990.
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heterogeneidad y privaticidad. Urge, por tanto, superar ambas limitaciones, ya que de
ello depende la definición y organización de lo conocido como análisis social4.
El entramado institucional, de interacción cotidiana, ideológica o afectiva se podría
reducir, sin pérdidas significativas, al sistema simbólico. Todas nuestras manifestaciones
se pueden entender como actuaciones sobre un tipo de realidad que se segmenta y define
gracias a un sistema de signos complejo que organiza la información sobre nosotros/as
mismos/as, sobre «lo otro» entendido en términos objetivos y sociales y sobre nuestra
relación con lo externo. La gran heterogeneidad de manifestaciones humanas puede reducirse así al sistema simbólico. Basta analizar este sistema para analizar dichas manifestaciones, con lo cual superamos uno de los escollos teóricos expuestos anteriormente5.
Si además tenemos en cuenta que ese sistema simbólico se aprende socialmente,
es decir, que tiene un carácter convencional, intersubjetivo o público y que los sujetos
recurren a ese sistema simbólico para hablar de ellos mismos o exponer sus estados
internos, estamos reconociendo que existe una vía convencional o pública para acceder a la subjetividad o privaticidad de dichos sujetos. Con lo que se ha resuelto también el segundo problema planteado de forma específica en el ámbito social. Dándose, además, la rentabilidad teórica de que la solución a ambos problemas confluyen en
un mismo punto: el lenguaje.
De esta forma se hace frente al escepticismo y solipsismo al que parece abocada la
filosofía de la conciencia. Si las palabras son públicas y representan a las ideas, basta
recurrir a las expresiones para superar el estancamiento que sufre el campo social. La
conciencia ya no es el objeto de estudio del filósofo/a sino el análisis conceptual, análisis que se descubre como el método propio y apropiado para el ámbito filosófico. Lo
relevante no son los elementos heterogéneos o idiosincráticos sino la manifestación
intersubjetivamente compartida. De esta forma se objetiva el significado, se convierte
en un elemento manipulable y susceptible de un análisis riguroso. Se convierte en un
dato de la experiencia, lo que permite superar las limitaciones de la explicación metafísica al disolver los problemás filosóficos mediante el análisis del lenguaje.
Sin embargo, en este punto surge una nueva cuestión: cómo tratar correctamente
dicho análisis. Si los problemas no surgen por la propia naturaleza de las entidades
sino por la forma en que hablamos de dichas entidades, se pone de manifiesto que el
lenguaje, al menos el ordinario, es fuente de errores. La solución pasa, o bien por
comprender mejor la naturaleza y funcionamiento de dicho lenguaje cotidiano, o bien
por sustituir dicho lenguaje por otro que supere sus limitaciones.
4
J. Habermas, «Lecciones sobre una fundamentación de la sociología en términos de teoría del
lenguaje (1970-1971)» en J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa: complementos y
estudios previos, cit., pp. 19-113 y J. Habermas, «Hermenéutica», en La lógica de las ciencias
sociales, Madrid, Tecnos, 1988. pp. 79-256.
5
Recordemos la tendencia, explícitada a lo largo del desarrollo histórico de la filosofía del
lenguaje, a analizar el significado en términos universalistas y convencionales.
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Las propuestas formalistas del significado se esfuerzan por sustituir teóricamente el lenguaje común por un lenguaje artificial fundamentado en la lógica. Dicho lenguaje artificial superaría las limitaciones del sistema común de símbolos mediante un
conjunto de signos y reglas precisos, tanto en su definición como en su aplicación, lo
que además permitía elevar este análisis al rango de investigación científica. El problema básico de esta propuesta teórica es que su opción por un sistema ideal de signos
deja fuera la gran variedad funcional del lenguaje, se limita única y exclusivamente a
la función representativa o descriptiva del mismo. Sólo se atiende al discurso referencial, se elimina todo el colorido del sistema simbólico y se expulsa al sujeto empírico
del planteamiento y análisis teórico.
La reacción contra estas limitaciones, inspirada por el segundo Wittgenstein y
Austin, se articula bajo el rótulo de Filosofía del Lenguaje Ordinario o concepción
Pragmática del Significado. Las tesis fundamentales de esta propuesta teórica es que
no hace falta sustituir el lenguaje ordinario, hay que comprenderlo mejor, al tiempo
que se reconoce la importancia del elemento que utiliza el lenguaje, es decir, los sujetos. Si queremos elaborar una Teoría del Significado que escape a las limitaciones
contrafácticas se debe asumir, con todas sus consecuencias, la complejidad del lenguaje y de los sujetos que lo utlizan. El fundamento del significado ya no será la
estructura lógica sino el uso. Dicho uso simbólico determina la coordinación e
interacción social, por lo que se hace imprescindible conectar la Teoría del Significado con una Teoría de la Acción y con una Teoría Social.
Uno de los autores que, dentro del ámbito contemporáneo de la Filosofía, reflejan mejor la recepción del giro lingüístico desde una perspectiva pragmatista y defiende la conexión entre los tres ámbitos teóricos expuestos es Habermas6.
Como sabemos, la propuesta teórica habermasiana es, básicamente, completar el
marco constituido por la acción y la racionalidad instrumental con el contexto integrador
de la acción y la racionalidad comunicativa. Este proyecto tiene como consecuencia
inmediata la necesidad de acceder al análisis del lenguaje como el medio que propicia
la comunicación. El estudio se centra en el paradigma del lenguaje en sustitución del
agotado paradigma de la conciencia, se supera las limitaciones de la filosofía trascendental mediante el análisis intersubjetivo y pragmático del lenguaje ordinario7.
Las ideas de Habermas en torno a su Pragmática Universal (también denominada
pragmática formal o trascendental) se fundamentan en la posibilidad de elaborar una
reconstrucción universal y racional no sólo de la «lengua» sino también del «habla»,
es decir, no sólo de la competencia lingüística sino también de la competencia
6
Cfr., a nivel de planteamiento: J. Habermas, «Prefacio» en Teoría de la acción comunicativa,
vol.1, cit., 9-14.
7
J. Habermas, «¿Qué significa pragmática universal?» (1976), op. cit., pp. 299-369 y J.
Habermas, «Pragmática formal y pragmática empírica. Significado literal vs. significado
dependiente del contexto: el trasfondo de saber implícito», cit., pp. 419-433.
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comunicativa. Aborda, en definitiva, la misión de proponer una reflexión sobre las
condiciones de posibilidad de la argumentación.
La Pragmática Formal es la encargada de propiciar a la pragmática empírica los
elementos conceptuales precisos para diferenciar un proceso de entendimiento fundamentado racionalmente en el transcurso comunicativo, de tal forma, que las investigaciones empíricas puedan hacer frente a los problemas definidos como «comunicación
patológica», «comprensión descentrada del mundo» o las «representaciones
lingüísticas» de los diversos planos de la realidad8.
Sin embargo, según Habermas la aportación más importante de la Pragmática
Formal se basa en el análisis de los aspectos bajo los cuales las acciones sociales
representan formas de saber diferentes. Así, las acciones teleológicas conectan con el
saber utilizable técnica y estratégicamente bajo el criterio de eficacia (pretensión de
verdad). Las acciones reguladas por normas representan un saber práctico-moral (pretensión de rectitud). Y las acciones dramatúrgicas expresan un saber relativo a la subjetividad de los individuos, lo que se puede poner de manifiesto mediante los valores
que subyacen a las interpretaciones de los afectos, necesidades o deseos9.
La Pragmática Formal explicita las reglas generales que constituyen la infraestructura de las situaciones de habla. Estas reglas regulan la utilización de las oraciones
así como la ordenación de los elementos en base a la clasificación formal del «mundo» y el «mundo de la vida»10.
Definida en estos términos, la Pragmática Universal tiene que hacer frente a
teorizaciones que actualmente se encuentran dispersas en disciplinas y ámbitos diferentes. Es la «Teoría de la Acción Comunicativa» la que proporciona el sistema de
referencia desde el cual unificar los diferentes constructos teóricos, en la medida en
que el habla proporciona la base común y universal de la vida humana. La Teoría de la
Acción Comunicativa, concebida por Habermas con un carácter no metateórico o
fundamentalista, se propone como la disciplina universal del campo de las ciencias
humanas, al tiempo que se constituye como el marco de referencia de una teoría social
desarrollada con fines prácticos. De esta forma se respeta el planteamiento original de
conectar la teoría con la praxis, anticipándose el objetivo de la Teoría Crítica en el
proceso comunicativo11.
8
Ibid. pp. 419-433.
J. Habermas, «Tres conceptos de acción diferenciados según la relación actor-mundo» en
Teoría de la acción comunicativa, vol.1, cit., pp. 122-136.
10
Con el concepto de «mundo de la vida» Habermas intenta demostrar la conexión existente
entre la Teoría de la Acción y la Teoría de la Sociedad. J. Habermas, «El concepto de mundo de
la vida y el idealismo hermenéutico de la sociología comprensiva», en J. Habermas, Teoría de
la acción comunicativa, vol.II, Madrid, Taurus, 1987, pp. 169-200.
11
J. Habermas, «Observaciones sobre el concepto de acción comunicativa» en J. Habermas,
Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, cit., pp. 479-507.
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Será el interés emancipatorio el que fundamente las ciencias de orientación
«crítica» cuya función es «determinar cuándo las proposiciones teóricas captan realidades invariantes de la acción social y cuándo captan relaciones de dependencia,
congeladas ideológicamente pero en principio susceptibles de cambio»12. La reformulación habermasiana de la Teoría Crítica —con la relación entre un polo filosófico y un polo cientificista— pretende conciliar el nivel universalista, referido a las
pretensiones de validez, con el nivel de hipótesis, referido a la posibilidad de una
comprobación empírica.
Reformando la perspectiva cientificista del marxismo y el psicoanálisis de Freud
es posible, según Habermas, desarrollar una teoría crítica capaz de dar una explicación de la noción de razón e interés emancipatorio y de reconstruir el proceso
autoformativo de la especie humana. La destrucción de las ideologías y la transformación institucional tiene como consecuencia la fundamentación de las normas en el
marco de un consenso libre de todo tipo de coacciones. Al ponerse de manifiesto, por
otro lado, las condiciones que provocan la comunicación distorsionada, el individuo
de la teoría crítica no mantiene una actitud cientificista sino que, antes bien, dirige la
crítica ideológica contra él mismo.
El orden social se identifica con la posibilidad de que al menos dos sujetos coordinen sus acciones, sin conflictos, durante el proceso de interacción13. El habla consensual depende de un consenso perfilado a partir del planteamiento y reconocimiento mutuo de las pretensiones de validez. Es, precisamente, a la hermenéutica a quien
se le asigna la lengua en el empeño de establecer un acuerdo común. Es decir, la
comprensión hermenéutica posibilita el consenso, evitando la parálisis del proceso
comunicativo por influencia del plano vertical de la tradición o el plano horizontal de
la mediación entre culturas y grupos diversos.
Los presupuestos ontológicos del intérprete, al insertarse en situaciones de entendimiento, adquieren la misma complejidad que los del actor, al estar equipado con
la misma capacidad interpretativa que éste14. La problemática que caracteriza a la
Comprensión es que el científico social no puede recurrir al lenguaje como si se tratara de un elemento neutral, tiene que remitirse al saber preteórico inserto en los procesos comunicativos (saber que es adquirido como miembro de un mundo de la vida
intersubjetivamente compartido). La comprensión referida a manifestaciones de tipo
simbólico exigen, por tanto, la participación. Los significados sólo pueden aclararse
desde dentro. La realidad simbólicamente estructurada nunca será comprensible para
un observador neutral que se enfrente a dicha realidad de la misma forma que a los
objetos del mundo físico. La interpretación correcta se mide en función de su capaci-
12
McCarthy, «La teoría crítica de Habermas», nota 1, p. 98.
J. Habermas, «Acerca de la lógica de los problemas de legitimación», en J. Habermas,
Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Argentina, Amorrortu, 1991, pp. 142-171.
14
J. Habermas, «Teoría de la acción comunicativa vol.1», cit., p.167.
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dad para explicitar o adecuar el significado de la manifestación analizada. Así, las
especificaciones metodológicas de un intérprete que, como he dicho, no da significado sino que lo explicita tiene que hacer frente a la pretensión de que la objetividad de
un conocimiento teórico pasa por la independencia contextual y la neutralidad
axiológica. Por ello, la identidad de una regla (que fundamenta la identidad de significados) no puede reducirse a puras regularidades empíricas sino que debe tener un
valor intersubjetivo, garantizado por la posibilidad de crítica recíproca y de instrucción conducente al acuerdo. La identidad de significados se asegura con la intersubjetividad de la correspondiente convención semántica15.
El recurso metodológico del giro lingüístico proporciona a Habermas una serie
de ventajas que sirven para fundamentar su proyecto teórico. En primer lugar, evita el
tener que acudir al método de la introspección, con lo cual supera las limitaciones
básicas de la filosofía de la conciencia sin tener que renunciar al cuño trascendental.
Por otro lado, al objetivar el significado y hacer hincapié sólo en los elementos intersubjetivos o convecionales del proceso comunicativo, define un mundo de significados universales y convencionales que elimina el tan temido problema del relativismo
(pensemos cómo afectaría dicho relativismo a la recuperación del proyecto Ilustrado o
a la constitución de la ética discursiva, por ejemplo).
Sin embargo, la recurrencia habermasiana al giro lingüistico es parcial e interesada ya que obvialos elementos más problemáticos de dicho método y hereda sus
prejuicios teóricos.
Uno de los prejuicios que Habermas hereda de la tradición pragmática y no pragmática del giro lingüístico es la creencia de que para articular una teoría del significado correcta necesitamos garantizar a niveles máximos la naturaleza convencional o
intersubjetiva de los significados. Ya sea desde la perspectiva del sistema artificial de
signos o desde la perspectiva pragmática del lenguaje ordinario, lo importante es elaborar una definición donde se maticen y releguen los aspectos heterogéneos del significado a favor de los aspectos comunes y homogéneos del mismo. Organizar una teoría parece incompatible con el asumir los aspectos relativistas del sistema simbólico.
El prejuicio latente que subyace a esta postura es que recurrir a dicho sistema es garantizar un mecanismo que permite homogeneizar las interpretaciones de la realidad.
Este planteamiento cambiaría completamente si reconociésemos el papel que juega
dicho sistema simbólico a la hora de segmentar la realidad, de organizar nuestra información sobre ella o determinar nuestra actuación sobre la misma. En este caso, el
lenguaje no se descubre como elemento homogeneizador sino como el mecanismo
responsable de la disparidad o heterogeneidad interpretativa16.
15
J. Habermas, «Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos», cit., p.
281.
16
J.M. Chamorro, «Actos de habla: motivaciones, contextos y sociolectos», Revista Gavagai,
vol. 1 nº 2, 1985, pp. 139-169.
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Este prejuicio se refleja claramente, por ejemplo, en la propia evolución de las
teorías pragmáticas del significado. El empeño, desde el segundo Wittgenstein a
Habermas, se centra en la necesidad de garantizar niveles cada vez más exigentes de
convencionalidad como requisito para fundamentar la teoría. Pongo por caso las matizaciones al concepto de regla wittgensteiniano que hace Autin o las matizaciones
que al concepto de regla constitutiva de Searle hace Habermas. Sin embargo, todas
estas puntualizaciones en torno al concepto regulador de la convención (entendida
como regla, teorías del infortunio o pretensiones de validez) se hace a costa de una
definición empírica del sujeto. Si las posturas formalistas del significado asumen la
sustitución del lenguaje ordinario por un sistema artificial de signos, la corriente pragmática, y dentro de ella la propuesta habermasiana, debe asumir el riesgo de sustituir
el sujeto histórico y concreto por un sujeto ideal que responda a los parámetros o
exigencias del perfecto comunicador y miembro de una hipotética comunidad ideal de
diálogo. La definición de la racionalidad en términos de sinceridad, actuación en consecuencia o adecuación, como requisito básico para el correcto funcionamiento de la
teoría, da buena prueba de que el pretendido sujeto empírico del giro lingüístico se
convierte en un modelo ideal ajeno a cualquier tipo de coordenada contextual.
Otro prejuicio teórico que Habermas hereda acríticamente de la tradición del
giro lingüístico se refiere a la privaticidad o carácter inconocible de lo mental. El
razonamiento es el siguiente: si no podemos acceder a los estados mentales forcemos
la teoría para que todos los aspectos relevantes del mundo subjetivo sean traducibles a
criterios externos, de tal forma que baste el análisis de dichos criterios externos para
definir de manera indirecta los estados internos. El criterio externo que propone el
giro lingüístico como sustituto de los estados mentales son las manifestaciones. Aprendemos socialmente un lenguaje y ese lenguaje es el vehículo público de las ideas
(recordemos, por ejemplo, la función teórica que cumple el «principio de expresabilidad» de Searle).
Una primera anomalía que detectamos en este planteamiento adquiere la forma
de círculo vicioso. El requisito para que las manifestaciones sean el sustituto correcto
de las ideas es que dichas manifestaciones reflejen, sin pérdidas significativas, todo lo
que es relevante a nivel mental. Tiene que darse una concordancia absoluta entre lo
que el emisor quiere decir, lo que realmente profiere y lo que el receptor procesa y
entiende. Para justificar teóricamente esta concordancia se necesita un modelo de
actuación comunicativa que implica la sinceridad, la coherencia y el control consciente de los procesos significativos más relevantes. Para definir las características de ese
modelo se recurre a la observación de las manifestaciones externas de los sujetos,
dando por hecho que dichas manifestaciones representan a las estructuras internas. Se
toma, por tanto, como fundamento la misma tesis que se intenta justificar.
Más allá de las críticas internas que podamos formular a este planteamiento detectamos también en él una parcelación interesada del problema del significado. Cuando
admitimos que la palabra es el vehículo público de las ideas estamos afirmando realmente que la señal física de la palabra es el vehículo público de las ideas. Pero la señal
física es sólo un elemento de la palabra, los significados y significantes mentales
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también forman parte de la misma y son, precisamente, estos elementos los que garantizan el que las palabras se refieran a algo y que éstas tengan sentido. Obviar esta
naturaleza heterogénea del lenguaje ha hecho que los distintos enfoques del giro lingüístico, entre ellos el habermasiano, se limiten a analizar la forma de la expresión, lo
que les convierte en propuestas teóricas puramente formalistas o sintácticas.
La tesis que subyace a este prejuicio, tesis asumida explícitamente por Habermas,
es la imposibilidad de desarrollar un análisis científico de lo mental. Esta imposibilidad de acceder científicamente a lo mental es la que obliga a buscar sustitutos externos para los estados internos. Esta postura teórica se fundamenta en el error que consiste en identificar lo empírico con lo directamente observable y en la comprensión
incorrecta de la naturaleza del significado y de lo mental.
El hipotético desarrollo de una teoría de la mente supondría marcar los límites de
la adecuación del conocimiento procedente del lenguaje ordinario, es decir, delimitaría la rentabilidad del saber común entendido en términos de léxico (a partir del cual
elaborar una explicación realmente científica sobre la organización mental). De esta
forma se integra el ámbito de lo simbólicamente estructurado en el nivel del análisis
empírico y causal.
Este acceso de la teoría de la mente al conocimiento científico permite abrir una
serie de fisuras en el planteamiento teórico general del giro lingüístico. Se altera fundamentalmente el principio de inconocibilidad y universalidad, lo que pone de manifiesto la necesidad de formular una teoría del significado que sea coherente con el
desarrollo de una teoría de la mente elaborada en términos materialistas.
Esta teoría del Significado explicará el carácter heterogéneo del mismo, complejizando los aspectos proposicionales con las imágenes, las pautas motoras y el afecto.
Es decir, conectando el plano de las acciones y de los intereses desde un punto de vista
pragmático y complejizando el nivel del conocimiento puro. Esto se completa con el
análisis del nivel superestructural e ideológico, es decir, con la teorización empírica
de los sujetos-tipo definidos en relación a cada clase social, lo que permite explicitar
las diversas relaciones establecidas entre sujetos y significantes o las diferencias existentes entre el conocimiento léxico y el conocimiento reflexivo de los distintos
subgrupos. La aplicación de las teorías científicas al ámbito individual y social hará
más plausible una concepción pragmática y relativista de la mente, a pesar de la tendencia ordinaria a tratar el significado bajo consideraciones universalistas.
Ha colaborado en la concepción
y redacción de este artículo
ESTRELLA ORTEGA ORTEGA
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