Lengua y Literatura Cuarto

Transcripción

Lengua y Literatura Cuarto
Lengua y
Literatura
Cuarto
ODA III
Cuando mi blanda Nise lasciva me rodea con sus nevados brazos y mil veces me besa,
cuando a mi ardiente boca su dulce labio aprieta, tan del placer rendida que casi a hablar no acierta,
y yo por alentarla corro con mano inquieta de su nevado vientre las partes más secretas,
y ella entre dulces ayes se mueve más y alterna ternuras y suspiros con balbuciente lengua,
ora hijito me llama, ya que cese me ruega, ya al besarme me muerde, y moviéndose anhela,
entonces, ¡ay!, si alguno contó del mar la arena, cuente, cuente, las glorias en que el amor me anega.
Textos 6/2017
Tema 1 de Literatura: la literatura
del siglo XVIII.
CIENCIA DE LOS CORTESANOS DE
ESTE SIGLO
Bañarse con harina la melena,
ir enseñando a todos la camisa,
espada que no asuste y que dé risa,
su anillo, su reloj y su cadena;
hablar a todos con la faz serena,
besar los pies a misa doña Luisa,
y asistir como cosa muy precisa
al pésame, al placer y enhorabuena;
estar enamorado de sí mismo,
mascullar una arieta en italiano,
y bailar en francés tuerto o derecho;
con esto, y olvidar el catecismo,
cátate hecho y derecho cortesano,
mas llevaráte el diablo dicho y hecho.
(DIEGO DE TORRES VILLARROEL)
MELÉNDEZ VALDÉS
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La reforma de nuestro teatro debe empezar
por el destierro de casi todos los dramas que
están sobre la escena. No hablo solamente de
aquellos a que en nuestros días se da una
necia y bárbara preferencia; de aquellos que
aborta una cuadrilla de hambrientos e
ignorantes poetucos que, por decirlo así, se
han levantado con el imperio de las tablas
para desterrar de ellas el decoro, la
verosimilitud, el interés, el buen lenguaje, la
cortesanía, el chiste cómico y la agudeza
castellana. Semejantes monstruos
desaparecerán a la primera ojeada que echen
sobre la escena la razón y el buen sentido;
hablo también de aquellos justamente
celebrados entre nosotros, que algún día
sirvieron de modelo a otras naciones y que la
porción más cuerda e ilustrada de la nuestra
ha visto siempre y ve todavía con entusiasmo
y delicia. Seré siempre el primero a confesar
sus bellezas inimitables: la novedad de su
invención, la belleza de su estilo, la fluidez y
naturalidad de su diálogo, el maravilloso
artificio de su enredo, la facilidad de su
desenlace, el fuego, el interés, el chiste, las
sales cómicas que brillan a cada paso en
ellos. Pero, ¿qué importa si estos mismos
dramas, mirados a la luz de los preceptos y
principalmente a la de la sana razón, están
plagados de vicios y defectos que la moral y la
política no pueden tolerar? ¿Quién podrá
negar que en ellos, según la vehemente
expresión de un crítico moderno, «se ven
pintados con el colorido más deleitable las
solicitudes más inhonestas, los engaños, los
artificios, las perfidias, fugas de doncellas,
escalamientos de casas nobles, resistencias a
la justicia, duelos y desafíos temerarios,
fundados en un falso pundonor, robos
autorizados, violencias intentadas y
ejecutadas, bufones insolentes, y criados que
hacen gala y ganancia de sus infames
tercerías»? Semejantes ejemplos, capaces de
corromper la inocencia del pueblo más
virtuoso, deben desaparecer de sus ojos
cuanto más antes.
JOVELLANOS.
LEANDRO FERNÁNDEZ DE
MORATÍN, La comedia nueva o
El Café.
Advertencia (1825)
«Esta comedia ofrece una pintura fiel del
estado actual de nuestro teatro (dice el
prólogo de su primera edición); pero ni en los
personajes ni en las alusiones se hallará nadie
retratado con aquella identidad que es
necesaria en cualquier copia, para que por ella
pueda indicarse el original. Procuró el autor,
así en la formación de la fábula como en la
elección de los caracteres, imitar la naturaleza
en lo universal, formando de muchos un solo
individuo.»
De muchos escritores ignorantes que
abastecen nuestra escena de comedias
desatinadas, de sainetes groseros, de
tonadillas necias y escandalosas, formó un
don Eleuterio; de muchas mujeres sabidillas y
fastidiosas, una doña Agustina; de muchos
pedantes erizados, locuaces, presumidos de
saberlo todo, un don Hermógenes; de muchas
farsas monstruosas, llenas de disertaciones
morales, soliloquios furiosos, hambre
calagurritana, revista de ejércitos, batallas,
tempestades, bombazos y humo, formó El
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gran cerco de Viena; pero ni aquellos
personajes, ni esta pieza existen.»
La escena es en un café de Madrid, inmediato
a un teatro.
El teatro representa una sala con mesas, sillas y
aparador de café; en el foro, una puerta con
escalera a la habitación principal, y otra puerta a
un lado, que da paso a la calle.
La acción empieza a las cuatro de la tarde y acaba
a las seis.
Acto I
Escena I
DON ANTONIO, PIPÍ.
(DON ANTONIO sentado junto a una mesa; PIPÍ
paseándose.)
DON ANTONIO.- Parece que se hunde el techo.
Pipí.
PIPÍ.- Señor...
DON ANTONIO.- ¿Qué gente hay arriba, que anda
tal estrépito? ¿Son locos?
PIPÍ.- No, señor; poetas.
DON ANTONIO.- ¿Cómo poetas?
PIPÍ.- Sí, señor; ¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y
han tenido una gran comida: Burdeos, pajarete,
marrasquino, ¡uh!
DON ANTONIO.- ¿Y con qué motivo se hace esa
francachela?
PIPÍ.- Yo no sé; pero supongo que será en
celebridad de la comedia nueva que se representa
esta tarde, escrita por uno de ellos.
DON ANTONIO.- ¿Conque han hecho una
comedia? ¡Haya picarillos!
PIPÍ.- ¿Pues qué, no lo sabía usted?
DON ANTONIO.- No, por cierto.
PIPÍ.- Pues ahí está el anuncio en el diario.
DON ANTONIO.- En efecto, aquí está (Leyendo el
diario, que está sobre la mesa.) : COMEDIA
NUEVA INTITULADA EL GRAN CERCO DE
VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen
una comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí,
cuánto más vale ser mozo de café que poeta
ridículo!
PIPÍ.- Pues mire usted, la verdad, yo me alegrara
de saber hacer, así, alguna cosa...
DON ANTONIO.- ¿Cómo?
PIPÍ.- Así, de versos... ¡Me gustan tanto los
versos!
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DON ANTONIO.- ¡Oh!, los buenos versos son muy
estimables; pero hoy día son tan pocos los que
saben hacerlos; tan pocos, tan pocos.
PIPÍ.- No, pues los de arriba bien se conoce que
son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado
por aquella boca! Hasta las mujeres.
DON ANTONIO.- ¡Oiga! ¿También las señoras
decían coplillas?
PIPÍ.- ¡Vaya! Allí hay una doña Agustina, que es
mujer del autor de la comedia... ¡Qué! Si usted
viera... Unas décimas componía de repente... No
es así la otra, que en toda la mesa no ha hecho
más que retozar con aquel don Hermógenes, y
tirarle miguitas de pan al peluquín.
DON ANTONIO.- ¿Don Hermógenes está arriba?
¡Gran pedantón!
PIPÍ.- Pues con ése se ha estado jugando; y
cuando la decían: «Mariquita, una copla, vaya una
copla», se hacía la vergonzosa; y por más que la
estuvieron azuzando a ver si rompía, nada.
Empezó una décima, y no la pudo acabar, porque
decía que no encontraba el consonante; pero doña
Agustina, su cuñada... ¡Oh!, aquélla sí. Mire usted
lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.
DON ANTONIO.- Seguramente. ¿Y quién es ése
que cantaba poco ha y daba aquellos gritos tan
descompasados?
PIPÍ.- ¡Oh! Ese es don Serapio.
DON ANTONIO.- Pero ¿qué es? ¿Qué ocupación
tiene?
PIPÍ.- Él es... Mire usted. A él le llaman don
Serapio.
DON ANTONIO.- ¡Ah, sí! Ése es aquel bullebulle
que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a
la silla cuando pasan, y va todos los días a saber
quién dio cuchillada; y desde que se levanta hasta
que se acuesta no cesa de hablar de la temporada
de verano, la chupa del sobresaliente y las partes
de por medio.
PIPÍ.- Ese mismo. ¡Oh! Ése es de los apasionados
finos. Aquí se viene por las mañanas a desayunar;
y arma unas disputas con los peluqueros, que es
un gusto oírle. Luego se va allá abajo, al barrio de
Jesús; se juntan cuatro amigos, hablan de
comedias, altercan, ríen, fuman en los portales.
Don Serapio los introduce aquí y acullá hasta que
da la una, se despiden, y él se va a comer con el
apuntador.
DON ANTONIO.- ¿Y ese don Serapio es amigo
del autor de la comedia?
PIPÍ.- ¡Toma! Son uña y carne. Y él ha compuesto
el casamiento de doña Mariquita, la hermana del
poeta, con don Hermógenes.
DON ANTONIO.- ¿Qué me dices? ¿Don
Hermógenes se casa?
PIPÍ.- ¡Vaya si se casa! Como que parece que la
boda no se ha hecho ya porque el novio no tiene
un cuarto ni el poeta tampoco; pero le ha dicho que
con el dinero que le den por esta comedia, y lo que
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ganará en la impresión, les pondrá casa y pagará
las deudas de don Hermógenes, que parece que
son bastantes.
DON ANTONIO.- Sí serán. ¡Cáspita si serán! Pero,
y si la comedia apesta, y por consecuencia ni se la
pagan ni se vende, ¿qué harán entonces?
PIPÍ.- Entonces, ¿qué sé yo? Pero ¡qué! No,
señor. Si dice don Serapio que comedia mejor no
se ha visto en tablas.
DON ANTONIO.- ¡Ah! Pues si don Serapio lo dice,
no hay que temer. Es dinero contante, sin remedio.
Figúrate tú si don Serapio y el apuntador sabrán
muy bien dónde les aprieta el zapato, y cuál
comedia es buena y cuál deja de serlo.
PIPÍ.- Eso digo yo; pero a veces... Mire usted, no
hay paciencia. Ayer, ¡qué!, les hubiera dado con
una tranca. Vinieron ahí tres o cuatro a beber
ponche, y empezaron a hablar, hablar de
comedias. ¡Vaya! Yo no me puedo acordar de lo
que decían. Para ellos no había nada bueno: ni
autores, ni cómicos, ni vestidos, ni música, ni
teatro. ¿Qué sé yo cuánto dijeron aquellos
malditos? Y dale con el arte; el arte, la moral y...
Deje usted, las... ¿Si me acordaré? Las... ¡Válgate
Dios! ¿Cómo decían? Las... las reglas... ¿Qué son
las reglas?
DON ANTONIO.- Hombre, difícil es explicártelo.
Reglas son unas cosas que usan allá los
extranjeros, principalmente los franceses.
PIPÍ.- Pues, ya decía yo: esto no es cosa de mi
tierra.
DON ANTONIO.- Sí tal, aquí también se gastan, y
algunos han escrito comedias con reglas; bien que
no llegarán a media docena (por mucho que se
estire la cuenta) las que se han compuesto.
PIPÍ.- Pues, ya se ve; mire usted, ¡reglas! No
faltaba más. ¿A que no tiene reglas la comedia de
hoy?
DON ANTONIO.- ¡Oh! Eso yo te lo fío; bien
puedes apostar ciento contra uno a que no las
tiene.
PIPÍ.- Y las demás que van saliendo cada día
tampoco las tendrán, ¿no es verdad, usted?
DON ANTONIO.- Tampoco.¿Para qué? No faltaba
otra cosa, sino que para hacer una comedia se
gastaran reglas. No, señor.
PIPÍ.- Bien; me alegro. Dios quiera que pegue la
de hoy, y luego verá usted cuántas escribe el
bueno de don Eleuterio. Porque, lo que él dice: si
yo me pudiera ajustar con los cómicos a jornal,
entonces... ¡ya se ve! Mire usted si con un buen
situado podía él...
DON ANTONIO.- Cierto. (Aparte.) ¡Qué
simplicidad!
PIPÍ.- Entonces escribiría. ¡Qué! Todos los meses
sacaría dos o tres comedias. Como es tan hábil...
DON ANTONIO.- ¿Conque es muy hábil, eh?
PIPÍ.- ¡Toma! Poquito le quiere el segundo barba;
y si en él consistiera, ya se hubiesen echado las
cuatro o cinco comedias que tiene escritas; pero no
han querido los otros, y ya se ve, como ellos lo
pagan. En diciendo: no nos ha gustado o así,
andar, ¡qué diantres! Y luego, como ellos saben lo
que es bueno; y en fin, mire usted si ellos... ¿No es
verdad?
DON ANTONIO.- Pues ya.
PIPÍ.- Pero deje usted, que aunque es la primera
que le representan, me parece a mí que ha de dar
el golpe.
DON ANTONIO.- ¿Conque es la primera?
PIPÍ.- La primera. Si es mozo todavía. Yo me
acuerdo... Habrá cuatro o cinco años que estaba
de escribiente ahí, en esa lotería de la esquina, y le
iba muy ricamente; pero como después se hizo
paje, y el amo se le murió a lo mejor, y él se había
casado de secreto con la doncella, y tenía ya dos
criaturas, y después le han nacido otras dos o tres,
viéndose él así, sin oficio ni beneficio, ni pariente,
ni habiente, ha cogido y se ha hecho poeta.
DON ANTONIO.- Y ha hecho muy bien.
PIPÍ.- Pues, ya se ve; lo que él dice: si me sopla la
musa, puedo ganar un pedazo de pan para
mantener aquellos angelitos, y así ir trampeando
hasta que Dios quiera abrir camino.
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