Dragon Buster 3... o algo así Espada, brujería y
Transcripción
Dragon Buster 3... o algo así Espada, brujería y
Nada sabemos de la vida de Clovis Barclay. Nada hasta el día en que vio su pueblo arrasado por un incendio y presenció cómo su hermana Erina moría consumida por las llamas. Tras ver cómo todo cuanto amaba quedaba reducido a cenizas, Clovis sólo encontró un motivo para aferrarse a la vida: dar muerte al dragón que se la destrozó. Así comienza para nosotros la crónica de todo un linaje de cazadores de dragones, también conocidos como Dragon Valor, un magnífico cantar de gesta en forma de videojuego cuyos versos escribimos nosotros con fuego, sangre... y nuestros pulgares. Dragon Buster 3... o algo así Publicado en Japón a finales de 1999 para PlayStation (en Europa y Estados Unidos vería la luz a mediados del año siguiente), Namco concibió Dragon Valor como la tercera y hasta ahora (que yo sepa) última entrega de la saga Dragon Buster, que se inició en los salones recreativos con un juego extrañamente complejo para lo que estábamos acostumbrados a ver en los salones de mediados de los 80; siguió con una segunda parte más aventurera para Famicom (Dragon Buster II: Yami no Fuuin) y que culmina con esta fusión atípica pero genial de hack and slash y RPG que comentamos aquí. Una saga de la que, por desgracia, Namco no parece acordarse, ni hay noticias de que vaya a continuarla, resucitarla, remozarla o rebootearla de forma alguna, cosa que sí ha hecho con, por ejemplo, Dead to Rights. Venga, no os riáis tan alto, tened un poco de consideración, coño. Espada, brujería y decisiones difíciles Cuando un amigo nos pregunta por algún juego que no conoce, casi siempre se lo describimos hablando de los que creemos que son sus principales referentes e influencias. Blur es como un Mario Kart con coches reales, Bayonetta es como un Devil May Cry cómico y erótico-festivo, Resonance of Fate es como aquella pesadilla horrenda que tuviste... y así. Si tuviese que describir Dragon Valor según este esquema de pensamiento, diría que es como un Golden Axe modernizado, con elementos aventureros y con una estructura narrativa ramificada, es decir, con un desarrollo no lineal en el que, tras cada nivel, se nos ofrece la opción de seguir varios caminos posibles, excluyentes entre sí, y que nuestra decisión e incluso la forma en que exploremos cada nivel llevará nuestro avance en el juego por derroteros muy distintos. Respecto a su faceta como hack & slash, Dragon Valor podría haber pasado perfectamente como uno de los grandes exponentes del género en aquel ya lejano 1999. Deudor de King of the Dragons, Golden Axe, o el nunca suficientemente elogiado Knights of the Round, el juego de Namco que nos ocupa aún hoy sorprende por la maestría con que recoge las convenciones del género y las moderniza. No sólo se adorna de gráficos en 3D (bastante toscos y crudos a los ojos del jugador actual, eso sí), sino que, aprovechando la mayor versatilidad del mando de PlayStation, nos ofrece la posibilidad de realizar una enorme cantidad de movimientos ofensivos y defensivos distintos, que nos permitirán adaptarnos a cada combate y a cada enemigo con gran facilidad, gracias a un control intuitivo y de respuesta rápida y eficiente. Algunos de estos movimientos, como técnicas de evasión que podemos tornar fácilmente en contraataques o el uso de la magia, están sorprendentemente bien implementados. Aún hoy, doce años después, Dragon Valor puede sorprendernos por su modernidad; dejando a un lado su poco pulido aspecto gráfico, ha envejecido bastante bien, a pesar de que hoy, si nos ceñimos estrictamente a su dimensión de “yo contra el barrio”, tendría que enfrentarse a monstruos como Bayonetta o God of War. Pero Dragon Valor no se conforma con ser un juego de mamporros. Avanzar, apiolarse a los enemigos que nos bloquean el camino y seguir avanzando habría hecho que este juego me hubiese terminado sabiendo a poco. Sin embargo, estoy aquí gastando teclado cantándoos sus excelencias no sólo porque resulte brillante en su faceta de juego de hostias, sino también porque añade a esos elementos de beat’em up unas pocas pero muy bien elegidas y mejor diseñadas caracteristicas de juego de aventuras. No estamos ante un action RPG convencional; no estamos hablando de un imitador de Zelda. Dragon Valor es una experiencia de juego distinta, casi única (lo más parecido que se me ocurre es el también grandioso Threads of Fate de Squaresoft, del que quizá os hable otro día). Dragon Valor tiene un alma y una personalidad propias. Como dije al principio de este artículo, es como un cantar de gesta hecho videojuego, un poema épico ingente, apasionante, adictivo, que nos relata las hazañas, no ya de un héroe, sino de todo un linaje de héroes cuyos designios, incluidas las circunstancias de sus nacimientos, estarán en nuestras manos. Intentaré explicar todo esto de la mejor forma posible. Como ya hemos dicho antes, el desarrollo del juego no es lineal, y esto es así en más de un sentido. Primero, a la hora de elegir cuál será el próximo escenario (o mazmorra, si gustáis) se nos pueden presentar varias posibilidades, que nos llevarán por itinerarios distintos, dando lugar a aventuras distintas. Pero esto no es todo: dichas mazmorras, aunque no son demasiado amplias, sí ofrecen bastantes posibilidades de exploración que no sólo sirven para satisfacer nuestras ansias de tesoros o simplemente de aventuras, sino que en algunos casos visitar una sala concreta o pasar de largo delante de ella puede marcar una diferencia crucial en el desarrollo de nuestra aventura, llegando incluso a determinar quién será el próximo héroe que nazca en el seno de la familia y cómo empezará su historia. En resumen, algunos de los eventos que desencadenemos en la partida determinarán no sólo nuestro futuro, sino el de nuestro linaje. Por ejemplo, en la aventura de Clovis, el primer arco del juego, visitar o no cierta sala de la última mazmorra supondrá, en última instancia, que nos casemos con una princesa o con una plebeya, dando como resultado que nuestro hijo sea o bien el príncipe destronado Arlen o el pícaro Kodel, cuyas historias (y cuyos itinerarios, posibles decisiones y posibles vástagos, por ende) serán completamente distintas. Por fortuna, las opciones desechadas a lo largo de nuestra gesta no estarán totalmente perdidas, ya que, cada vez terminemos el juego, se nos dará la posibilidad de volver a comenzarlo desde el principio, para así tener la posibilidad de cambiar nuestras elecciones. Además, dependiendo de la derrota de nuestra aventura, tendremos a nuestra disposición, al final del juego, una galería de ilustraciones con todos los personajes con los que hemos jugado, nuestros compañeros de viaje, los dragones a los que nos hemos enfrentado y estampas alusivas a nuestras aventuras. Por todo esto, no sólo tenemos un juego de acción y aventuras razonablemente largo, divertido y profundo, sino además rejugable. Si Dragon Valor nos engancha, lo cual es bastante probable, casi seguro que volveremos sobre él, no una, sino varias veces más. Arma virumque cano Vale, admito que este epígrafe es de coña. Cuando digo que Dragon Valor es como un poema épico hecho videojuego, no pretendo exaltar lo apasionante o profundo de su guión literario. De hecho, la historia, o mejor dicho, las posibles historias de Dragon Valor son bastante simples, pero esto tampoco tiene mayor importancia. Por mucho que quienes se empeñan en convertir este medio en un hermano pobre del cine se pongan decúbito supino, decúbito prono o de canto, creo que cualquiera que sepa distinguir una videoconsola de una tostadora sabe que en la narrativa de un videojuego tienen más importancia las posibilidades que se nos dan para explorar y transformar su mundo que la habilidad de sus creadores para describírnoslo. Que nadie espere que Dragon Valor sea Juego de Tronos. Sin embargo, su mecánica de juego de hostias clásico, su variedad de itinerarios y opciones de resolución, así como su inusualmente prolongada vida útil serán motivos más que suficientes para dedicarle un buen puñado de horas a este juego. Pero sobre todo, lo que redondea el conjunto y hace de Dragon Valor un juego grandísimo (y que merece mucho más reconocimiento del que tuvo en su día) es la sensación de que estamos ante una aventura viva, sorprendente y de cuyo desarrollo nosotros somos responsables, mediante nuestras decisiones más o menos inopinadas ante determinadas encrucijadas del destino. Y esto, en un medio en el que medran tantos títulos insustanciales que se juegan prácticamente solos, ya es mucho.