etica y magisterio de la iglesia

Transcripción

etica y magisterio de la iglesia
EDUARDO LOPEZ AZPITARTE
ETICA Y MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Ética y magisterio de la Iglesia, Proyección 27 (1980) 23-31
Ciertos interrogantes y dificultades han cuestionado modernamente el valor y la
importancia del magisterio. Sin pretensiones de exhaustividad propondremos algunas
reflexiones esclarecedoras en su papel de formación de la conciencia moral.
Hacia una nueva valoración: Hipótesis actuales
En el fondo de los planteamientos actuales late el problema de la autoridad del
magisterio en doctrinas éticas no directamente relacionadas con la revelación. No dudan
de la función única e insustituible de la Iglesia en la custodia y defensa de la
interpretación del mensaje, ni tampoco que a ella toca decidir si una tesis, que se
presenta como un derecho natural, es conciliable o no con la doctrina revelada. Pero
piensan, en cambio, que las declaraciones, incluso solemnes, sobre contenidos éticos sin
fundamento bíblico, no tienen el carácter de magisterio doctrinal, sino sólo una función
pastoral u orientadora y por tanto no son infalibles ni absolutamente obligatorias si su
contenido no es manifiesto en la misma revelación.
En ciertas exigencias de la ley natural, la Iglesia podrá, e incluso deberá pronunciarse,
pero no en virtud de su magisterio doctrinal, sino para iluminar prácticamente las
conciencias en casos de especiales dificultades o de incapacidad de los fieles.
Desempeñará entonces un papel vicario, a veces imprescindible, en el discernimiento o
en el proporcionar datos, pero no podrá obligar a una sumisión total de entendimiento y
voluntad. Subrayemos de nuevo que se trata de temas en que no existe una enseñanza
particular revelada. Es difícil ver entonces qué otro recurso, fuera de la reflexión y el
esfuerzo honesto de la razón, podría aducirse para que la doctrina proclamada tuviera un
ca rácter obligatorio. En ese campo, la conciencia deberá juzgar de todos los
argumentos, sin que los del magisterio vengan privilegiados por una mayor
obligatoriedad.
La doctrina clásica justificaba la obligatoriedad de ese magisterio en una peculiar
asistencia del Espíritu que, sin excluir un posible error, le daba sólida garantía.
Enseñaba a los católicos a analizar más la autoridad que proponía las normas, que las
razones de la doctrina. Pero la apelación inmediata al elemento sobrenatural puede
incidir en la sospecha de suplir la falta de sólidos argumentos.
La referencia al Espíritu es un criterio válido, pero insuficiente, si se prescinde de otros
elementos, como son la atención a los datos, las preguntas inteligentes y las respuestas
coherentes, el respeto y la sensibilidad por las objeciones, la atención a lo que han
enseñado otros maestros cristianos y la sintonía con el mundo concreto de los cristianos.
Todos estos autores modernos, sin negar el servicio del magisterio, se inclinan a una
nueva valoración del mismo que haga desaparecer su carácter estrictamente autoritario y
se convierta en estímulo para la maduración de la conciencia.
EDUARDO LOPEZ AZPITARTE
El planteamiento tradicional: Nuevas matizaciones
La doctrina tradicional era muy rígida y firme en determinados aspectos. Consideraba
que la ley natural forma parte del depósito de la fe que la Iglesia ha de guardar y
transmitir y puede por tanto imponer cualquier doctrina en ese campo, pues el hombre
se juega también en él sus relaciones con Dios. Ta l planteamiento, aceptado por muchos
entonces como doctrina común, se ampliaba hasta exigir un asentimiento al magisterio
ordinario no infalible, que no dejaba lugar a ningún reparo. Pio XII sentenció que el
parecer del Papa sobre una doctrina no infalible, hacía que tal cuestión no pudiera ya
discutirse libremente en adelante. El teólogo no tenía otro papel que el de indicar que tal
postura se encontraba más o menos contenida en la escritura o en la tradición. El
hipotético disentimiento quedaba prácticamente anulado por los requisitos exigidos y
por la tacha de presunción o soberbia atribuida a quien se atreviese a anteponer su
criterio al de la Iglesia oficial.
Sin entrar en el problema de fondo del carácter doctrinal y obligatorio o pastoral y
orientador del magisterio y admitiendo incluso el planteamiento más tradicional
aceptado por el Vaticano II, lo cierto es que las relaciones entre teología y magisterio
han de establecerse en un contexto nuevo. Ambos buscan interpretar los textos bíblicos
a nuevas situaciones y pretenden una misma fidelidad a la palabra de Dios, pero desde
perspectivas diferentes.
Relaciones entre teología y magisterio: Diferentes perspectivas
La función del magisterio es conservar y transmitir el patrimonio de la verdad revelada.
Por eso, omite pronunciarse sobre cuestiones discutidas que no ponen en peligro la fe o
la moral y tiene como preocupación principal mantener incontaminado el depósito
revelado. Le preocupa más defender y repetir que renovar y actualizar, porque le
interesa sobre todo asegurar una evolución homogénea, sin rupturas ni contradicciones.
Por otra parte, el magisterio está siempre orientado por un interés pastoral tendente a
evitar la desorientación o el escándalo de los fieles. Es normal que no asuma ideas
innovadoras no plenamente verificadas. Y en este sentido, y sin ningún matiz
peyorativo, el magisterio es conservador y está atento a advertir sobre los riesgos o
dificultades de los nuevos planteamientos. La frase de Inocencio III al arzobispo de
Compostela describe ese talante: "De todas estas cosas te respondemos en forma
escolástica. Pero si nuestra respuesta conviene que sea apostólica lo haremos con mayor
simplicidad y más cautamente".
El teólogo, en cambio, se preocupa mucho más por hacer inteligible la verdad,
acomodarla a la cultura y la sensibilidad de los hombres, profundizar en la Revelación o
deducir las consecuencias éticas para el mundo actual, que por transmitirla. Eso le lleva
a proponer hipótesis diferentes a las tradicionales, a adelantarse al magisterio e incluso a
desencadenar ciertas inquietudes en quienes, por temperamento, formación o ignorancia
se desconciertan más fácilmente.
La colaboración de ambas perspectivas ayudaría a una mayor y mejor credibilidad. Pero
la dialéctica entre enfoques distintos, incluso con finalidad común, no es fácil y, de
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hecho, surgen tensiones y conflictos. Pero la mera repetición de lo oficialmente
aprobado bloquearía cualquier progreso teológico o moral.
La historia enseña que el progreso doctrinal habría sido una pura entelequia sin la
"desobediencia" de los teólogos; así como, sin las señales de alerta del magisterio, se
hubieran producido otros lamentables daños. De ahí que como indica la Comisión
teológica internacional: "En el ejercicio de las funciones propias del magisterio y de los
teólogos no raramente se encuentra una cierta tensión. Lo cual no es extraño ni hay que
esperar que semejante tensión pueda alguna vez solucionarse por completo en esta
tierra. Al contrario, donde hay verdadera vida, tiene que haber tensión. Esta no supone
enemistad o auténtica oposición, sino una fuerza vital y un estímulo para cumplir juntos,
en forma de diálogo, el propio oficio de cada uno". Muchos factores coyunturales
explican que ese enfrentamiento tenga hoy casi un carácter permanente. Sería bueno
evitar los excesos exclusivistas de cada una de las perspectivas. Aplicando lo dicho al
campo moral, haría que tener en cuenta los siguientes puntos fundamentales.
Justificación y racionabilidad de su enseñanza: La hermenéutica de los textos
Ya que la ética y los problemas más importantes del derecho natural no están
explícitamente resueltos en la Biblia, la autoridad deberá fundamentarse más en la
convicción y el razonamiento que en una imposición autoritaria que no logre hacer
razonables las exigencias presentadas. Con una coacción extrínseca, alejada de la
estructura racional y valorativa de la conciencia moderna. Será cada vez más difícil que
el hombre, consciente de su autonomía y responsabilidad, preste su asentimiento. Y no
se puede calificar precipitadamente de espíritu de rebelión si hay estima a la Iglesia y un
deseo sincero de buscar la verdad, sino de una ayuda a la credibilidad y al asentimiento
que la misma Iglesia debería agradecer.
Ninguna enseñanza magisterial nace fuera del espacio y el tiempo ni podrá conseguir
una adhesión madura sin la hermenéutica adecuada. La aceptación literal corre el riesgo
de dejar en la penumbra muchas verdades de las que no es lícito prescindir. Los
comentarios de las diversas conferencias episcopales a la Humanae Vitae ilustran este
hecho. Es natural que la interpretación de un documento dé lugar a pluralidad de
lecturas y nadie debería extrañarse, ni nadie debería defender una lectura como la única
correcta, máxime cuando no ha habido ningún tipo de condena oficial.
Además, como explicamos en otro escrito, la moralidad sólo se da en el juicio personal
de conciencia, una vez se han ponderado los diversos datos y teniendo en cuenta todas
las consecuencias. Lo que la Iglesia enseña -dijimos- son propiamente los valores
premorales y abstractos, para cuya aplicación concreta se precisa conocer las demás
circunstancias. Podrá decirse que alguna conducta es mala en teoría -y así habrá que
aceptarlo ordinariamente en la práctica- pero nadie podrá decir que sea así en cualquier
hipótesis, como el mal absoluto, que estuviera por encima de cualquier otro.
Un disentimiento respetuoso: Condiciones fundamentales
Por estas razones el mismo magisterio admite un cierto disenso cuando la doctrina tiene
poca fundamentación racional. Y es un signo de que la Iglesio no quiere imponer una
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enseñanza sin convicción personal y razonada. Es obvio que eso no autoriza un
individualismo moral, como si cualquiera fuera el creador de sus valores éticos y
pudiera prescindir de la autoridad y experiencia del magisterio. Pero cuando serias y
fundadas razones se oponen a una doctrina, es una posibilidad lícita disentir de ella.
En otras épocas el disenso era sólo privilegio de personas muy especializadas y sin
ninguna repercusión pública, ya que se exigía un silencio obsequioso. Otros autores,
más estrictos todavía, imponían el asentimiento, aunque existieran sólidas razones en
contra, mientras la Santa Sede, a la que se podía recurrir, no hubiera modificado su
enseñanza.
Esas posturas parecen hoy rigoristas. Se hallan hoy "expertos" en el campo moral y no
siempre son teólogos profesionales. Muchos problemas están relacionados con las
ciencias humanas y cualquier profesional seglar puede tener a mano la bibliografía para
formarse un juicio maduro y responsable. Una postura mantenida por teólogos serios,
parece que puede ser defendida, aun con reparos del magisterio, mientras se le respete y
estime. En la misma Lumen Gentium se habla de una "religiosa sumisión" al
magisterio, pero no se quiso incluir la afirmación de Pío XII de que en tal caso no puede
ser objeto de libre discusión.
El mismo "silencio obsequioso" parece que ya no es posible mantenerlo hoy.
Escamotear las dificultades no parece honrado ni se puede tampoco entablar diálogo o
formular hipótesis en círculos de iniciados sin que los medios de comunicación los
transmitan al gran público. Eso hace que la conflictividad sea actualmente más
frecuente que en otras épocas.
La solución no parece que deba buscarse en la línea de una autoridad más amenazadora
o impositiva ni tampoco en el desprecio del papel doctrinal de la Iglesia en ese campo.
Sólo la estima y la comprensión harán fecundo el diálogo que no pretenda eliminar, de
modo simplista, las divergencias y tensiones. La obediencia estará puesta al servicio de
la verdad y el deseo de alcanzarla nos hará ser críticos y, a la vez, atentamente
reflexivos a las orientaciones del magisterio.
Extractó: JOSE M. ROCAFIGUERA

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