el carisma de la acogida - Renovación Carismática Católica en

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el carisma de la acogida - Renovación Carismática Católica en
Renovación Carismática Católica en España
Material de Formación
EL CARISMA DE LA ACOGIDA
Se habla mucho de los carismas llamativos, pero hay
otros, no tan espectaculares y no por ello menos
importantes. Uno de ellos quizás sea el de la acogida.
Se habla mucho de la necesidad de la acogida y no
siempre se hace lo que se dice. En los últimos años
son varios los documentos eclesiales en los que se
recomienda vivamente. Sólo hay que acudir a la
experiencia para darse cuenta de su necesidad. En
nuestras parroquias hay mucha gente que se acerca
puntualmente a pedir información o ayuda, a sacar
partidas o encargar Misas, a solicitar el Bautismo
para sus hijos o para recibir el sacramento del
Matrimonio... A veces, se les recibe de mala cara, de
forma rutinaria; otras veces, más que atenderles y
escucharles con paciencia y afecto, solo se les ponen
dificultades... En definitiva, haciendo de la acogida un
mero trámite. Como podían haberla hecho en
cualquier oficina de cualquier organismo.
Desperdiciando, por consiguiente, la ocasión para un
encuentro fraterno, de comunión y evangelizador.
Olvidando que, para mucha gente, la primera
impresión es lo que le va a quedar. A veces incluso
para toda la vida.
En la Renovación, si no se está atento, nos puede
pasar lo mismo. Con frecuencia nos llegan personas
nuevas al grupo. Nos llegan traídas por algún
hermano o simplemente atraídas por nuestra oración
o nuestra alegría. Pero nos llegan normalmente
cargadas de sufrimiento, de deseos de búsqueda, de
heridas que siguen abiertas, desorientadas... Sería
importante que nos preguntáramos cómo las
recibimos, cómo las acogemos, si de hecho nos
ocupamos de cada una de ellas. Si a veces, incluso,
nos dejamos llevar exclusivamente por su aspecto
externo.
Yo, en la parroquia en la que estoy ejerciendo el
ministerio, por regla general, los domingos me pongo
en la puerta del templo saludando a los que llegan. Y
cuando acaba la Eucaristía parroquial, cada domingo,
salgo a la puerta todavía revestido con los
ornamentos litúrgicos para saludar a todos, para
interesarme por cada uno, para estar cercano. La
parroquia no es solo el sitio donde cada persona
viene a cumplir con los preceptos y a buscar
individualmente al Señor; la parroquia es también el
lugar donde nos reunimos los que nos sentimos
hermanos, los que queremos compartir nuestra fe.
La acogida de los demás debe ser el signo de la
acogida amorosa de Dios, que quiere a sus hijos
reunidos y unidos en su casa. Y lo que digo de la
parroquia está claro que se puede aplicar a nuestros
grupos de oración.
LA ACOGIDA EN LA PALABRA DE DIOS
Son muchos los momentos en los que la acogida está
presente a lo largo de las páginas de la Biblia. A veces
es Dios quien acoge, otras es el hombre el que acoge
a Dios, y otras son las personas las que se acogen
mutuamente. Trataré de poner algunos ejemplos a
fin de que todos podamos comprender su
importancia.
LA ACOGIDA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Hay un texto precioso en el libro del Génesis en el
que se manifiesta que, cuando se acoge, es a Dios
mismo a quien se acoge; y que, cuando se acoge,
Dios se manifiesta a través de sus dones: El Señor se
apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré,
mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda,
en lo más caluroso del día. Alzó la vista y vio a tres
hombres frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro
desde la puerta de la tienda, se postró en tierra y
dijo: Señor mío, si he alcanzado tu favor, no pases de
largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para
que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol.
Mientras, traeré un bocado de pan para que
recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis
pasado junto a la casa de vuestro siervo (Gen 18,1-5).
Abrahán está sentado a la puerta de su casa. Hace
calor. Pero cuando ve a aquellos tres hombres
reconoce en ellos la presencia del Señor. Es el Señor
el que llega. Se levanta y corre a su encuentro. No
sigue sentado buscando su comodidad. Es más: se
postró, porque quien llega pasa a ser el protagonista.
Y desde esa actitud, el servicio, el darle al otro
cuanto necesita. Por eso la promesa y el don no se
hacen esperar. Abrahán y Sara no habían tenido
hijos. Nuestros grupos, a veces, no crecen. Pero
cuando hay una actitud de acogida y servicio siempre
puede aparecer y rebrotar la vida. ¿Hay algo
demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a
visitarte por esta época, dentro del tiempo de
costumbre, Sara habrá tenido un hijo (Gn 18,14).
Otro texto significativo puede ser el de la acogida de
la viuda de Sarepta al profeta Elías. Era un tiempo de
El carisma de acogida
Pepe Márquez
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sequía y de hambre. Y, sin embargo, aquella viuda y
su hijo, que estaban abocados a la muerte, aun con
una resistencia inicial, supo fiarse de Dios, abrir su
casa a Elías y darle incluso lo poco que tenía para
subsistir. ¿No nos puede recordar esta realidad algo
que estamos viviendo en la Iglesia y en algunos de
nuestros grupos de oración? Nos mantenemos con
pocas perspectivas de futuro y hasta nos resistimos
en abrirnos a algo nuevo. Pero, cuando en nuestra
pobreza somos capaces de abrirnos al Señor, que
siempre nos llega a través de signos y de personas, el
don, la vida, la comunión y la promesa se hacen
siempre realidad. Porque así dice el Señor, Dios de
Israel: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de
aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor
conceda lluvias sobre la tierra (1 R17,14).
En fin, la acogida debe estar relacionada también con
el templo, la casa de Dios, de la que ningún miembro
de su pueblo puede sentirse excluido, ya que somos
templos de Dios habitados por el Espíritu Santo.
Algunos salmos expresan esta actitud del corazón
abierta a los hermanos: Por mis hermanos y
compañeros, voy a decir: La paz contigo. Por la casa
del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien (Sal 122,
8-9). Quien tiene un corazón acogedor transmite paz
y desea siempre el bien para todos. Tal vez por eso,
el salmo 133 expresa la alegría del compartir y la
unidad: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los
hermanos unidos (v. 1).
LA ACOGIDA EN EL NUEVO TESTAMENTO
El carisma de acogida
En el Nuevo Testamento hay muchos textos que nos
hablan de acogida; unas veces es Jesús y sus
discípulos los que son acogidos; otras, es Jesús quien
acoge; otras, en fin, son los discípulos los que se
acogen entre sí. Y hay también otro tipo de acogida:
la que se hace a los pobres, enfermos y pecadores.
De todo ello intentaré dar algunas pinceladas.
Aunque el comienzo es un toque de atención que
nos da el evangelio de Juan: En el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de él y el mundo no lo
conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron
(Jn 1,10-11). Y bien lo experimentaron María y José
cuando, buscando posada para pasar la noche, no
encontraron sitio (Lc 2, 7). Menos mal que el cuarto
evangelio nos da una esperanza: Pero a cuantos lo
recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre (v. 12).
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Es tan importante la acogida que Jesús se identifica
con aquellos a quienes se acoge: Era forastero y me
acogisteis (Mt 25, 35c). Dos ejemplos de acogida a
Jesús lo tenemos en Mateo y en Zaqueo. Cuando
ambos se encontraron con Jesús, ambos le abrieron
las puertas de su casa. Y en ambos, igualmente, se
dieron frutos de conversión tras la acogida. Lo
podemos leer en los evangelios: Mateo se convirtió
en discípulo (Mt 9, 9-13) Y Zaqueo empezó a
compartir sus bienes (Lc 19,1-10). Y es que no puede
haber encuentro con Jesús que no lleve consigo la
apertura del corazón y la acogida hacia todos
aquellos con los que Jesús se identifica.
Un caso distinto fue el de Simón el fariseo: acogió a
Jesús en su casa pero no pasó del mero formalismo,
fue acogedor externamente pero su corazón siguió
cerrado a la misericordia. Esa es la razón por la que
no comprendió que Jesús se dejara tocar por la
mujer pecadora (Lc 7, 36-50).
Para Jesús y para el Evangelio la acogida tiene mucho
que ver con la misericordia. La persona que piensa
que la gracia de Dios le viene por el esfuerzo
personal tendrá siempre el corazón cerrado hacia los
débiles, hacia los que se equivocan, hacia los
pecadores. Todos los publicanos y los pecadores se
acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas
murmuraban diciendo: Éste acoge a los pecadores y
come con ellos (Lc 15, 1-2). Jesús nos enseña que no
solo hay que acoger a los que nos caen bien, a los
que son como nosotros, a la gente buena, sino a
todos. Hay una explicación para poderlo
comprender: esta es la actitud del Padre. Por eso, en
la parábola del hijo pródigo, el padre acoge al hijo
que no se portó bien sin pedirle explicaciones. Es
más, la acogida del padre de la parábola es tan
impresionante que el evangelista nos dice que, ante
el hijo que regresaba, manifiesta las siguientes
actitudes: lo ve de lejos, se conmueve, corre hacia él,
se le echa al cuello y lo besa efusivamente, le pone el
mejor vestido, un anillo en su mano y sandalias en
sus pies, le mata el novillo cebado y celebra en su
honor una fiesta (Lc 15,20-23). ¿No podría ser este el
mejor ejemplo de lo que debe ser una acogida por
parte de alguien que ha descubierto que tiene que
ser signo del amor de Dios?
El ejemplo contrario está en el otro hermano, en el
que no está dispuesto a acoger porque piensa que el
que se ha equivocado no se lo merece. Quien desde
el cumplimiento y el esfuerzo personal rechaza a
quienes son diferentes, a quienes tienen problemas,
a quienes pecan, no puede ser signo del amor de
Dios. Y si no hay este signo, no puede haber
auténtica acogida. Es como aquella parábola de los
invitados a la boda, una boda que es la
representación del Reino de Dios, de la fraternidad.
Aquellos a los que lógicamente les llega antes la
invitación, la rechazan; los pobres y lisiados, los
ciegos y cojos son los que van a ocupar su lugar (Lc
14, 15-24). Es cierto que, una vez dentro, no pueden
seguir como si estuviesen fuera. Pero esa sería
precisamente una de las tareas del ministerio de
acogida.
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Los discípulos de Jesús están, por tanto, llamados a
ser acogedores, como lo es el Padre. Pero también
están llamados a ser acogidos. Cuando el Señor envía
a los setenta y dos les dice: En la ciudad en que
entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad
los enfermos que haya en ella, y decidles: El Reino de
Dios está cerca de vosotros (Lc 10,8-9). Y es que, allí
donde hay acogida, allí se manifiesta el Reino de Dios
y se multiplican los dones del Espíritu. Esa fue la
experiencia de San Pablo y de tantos enviados que, a
lo largo de la historia, han vivido la experiencia de la
fraternidad, del amor del Padre a través del abrazo
de todos los hermanos que les han acogido y recibido
como heraldos del Evangelio. Los Hechos de los
Apóstoles y el testimonio de tantos misioneros nos
dan la mejor prueba de que allí donde hay acogida,
allí brota y crece la Iglesia, multiplicándose por
consiguiente los carismas. Y teniendo en cuenta que
si los misioneros son acogidos es porque siempre hay
detrás una comunidad que les acoge.
QUÉ ES LA ACOGIDA
Creo que la Palabra de Dios nos ha ayudado bastante
para comprender cuál es la acogida que el Señor
quiere, la que la Iglesia y todo grupo cristiano
necesita para ser fiel al Evangelio. Pero quiero ahora
subrayar dos aspectos que me parecen esenciales.
Debe haber, en primer lugar una acogida externa a
las personas que acuden al grupo, al templo, a la
parroquia. Esto significa que hay que estar pendiente
de quien viene, de quien se acerca por primera vez,
de quien viene tal vez triste o preocupado, de quien
se pone en un rincón intentando pasar
desapercibido.
Una comunidad cristiana debe tener las puertas
abiertas, debe ser hospitalaria. Un templo parroquial
no debería permanecer cerrado durante todo el día,
debería haber personas que estuviesen atentas a
acoger a quien llega necesitado de oración, de
escucha, de desahogo. Y un grupo cristiano debería
también estar abierto a quien quisiera acercarse,
porque una persona que es capaz de romper el
miedo y llamar a su puerta, es una persona que
ciertamente está buscando: a Dios o a una Iglesia
que responda a sus inquietudes y preocupaciones.
Pero esto, con ser tan importante, no basta. Esta
acogida externa debe ser acompañada por la acogida
del corazón. No solo hay que ofrecer un lugar, sino
una comunidad de hermanos, un hogar en el que las
personas se puedan sentir queridas, comprendidas,
escuchadas, perdonadas y ayudadas. Si nos
quedamos solo en lo externo seríamos como Simón
el fariseo; si no tenemos entrañas de misericordia
seríamos como el hermano mayor de la parábola del
hijo pródigo. Hay que abrir, por tanto, las puertas de
nuestras iglesias y de nuestros grupos, pero sobre
todo hay que abrir el corazón. En el mundo en que
vivimos hay mucha gente que sufre, que se
encuentra sola, desorientada, perdida. Y si no
encuentran la acogida que necesitan en el seno de la
comunidad cristiana, ¿dónde la podrán encontrar?
No podemos olvidar que estamos llamados a ser
signo del corazón acogedor del Padre, que no
rechaza a nadie sino que tiene abiertos sus brazos
para acoger a todos. Cualquier otra cosa sería un
auténtico antitestimonio.
LA ACOGIDA EN LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA
El tener un corazón acogedor es un don del Espíritu
Santo, y esto hace posible que el carisma de la
acogida sea una riqueza para la Iglesia y para todo
grupo cristiano. La Renovación Carismática, que debe
estar siempre abierta a los dones del Espíritu no
puede renunciar a este carisma, porque el tenerlo es
garantía de crecimiento y maduración, y el no
tenerlo el mayor riesgo para el estancamiento de la
vida de nuestros grupos de oración.
Llegados a este momento, habría que preguntarse si
este carisma está o no presente en los grupos. Y si lo
está, si hemos hecho de él un auténtico ministerio.
Que lo mismo que existe el ministerio de intercesión
o de alabanza, esté también presente encada grupo
el de acogida, hermanos y hermanas que se ocupan y
preocupan de las personas que vienen, de los
nuevos, de los que nadie se ocupa, de los que se
sienten marginados o que vienen rechazados de
otros espacios eclesiales. Los hermanos de este
ministerio deben ser como el corazón de Dios abierto
a las personas que se acercan por primera vez,
brindándoles una bienvenida afectuosa y fraterna.
Por eso, han de interesarse por ellos, anotando sus
datos más importantes: nombre, dirección, teléfono,
fecha del santo y cumpleaños... Al menos hasta su
integración en el grupo una vez que hayan hecho el
El carisma de acogida
Hay un texto también precioso en el que Jesús es
acogido por Marta, la hermana de Lázaro y de María,
en Betania: Yendo de camino, entró en un pueblo; y
una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa (Lc
10,38). Acogida que se hizo después disponibilidad y
servicio. Pero acogida que tuvo además sus riesgos:
Marta perdió la paz y lo pagó con su hermana. Y una
enseñanza por parte de Jesús: la acogida es buena, y
es buena la prontitud para estar al servicio de los
hermanos; pero no es buena nunca ni la pérdida de
la paz interior ni la murmuración hacia otros
hermanos que no hacen lo que nos gustaría que
hicieran. Si la acogida es signo de amor, el amor no
nos puede llevar a perder los papeles, sino a ser
pacientes, a no tener envidia, a no juzgar.
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Seminario de la Vida en el Espíritu, deben estar
cercanos a sus vidas, conocer mejor sus motivaciones
y sus inquietudes, como si fuesen sus pastores, ya
que están llamados a cuidar de ellos en nombre de
Cristo Pastor. En este sentido deben ayudarles a
introducirlos en nuestra espiritualidad: lo que es un
grupo de oración, lo que se hace cuando el grupo se
reúne, la importancia de la alabanza, de la Palabra de
Dios, del canto en lenguas... Es obvio que para llevar
adelante una tarea como esta deben intentar
formarse tanto en lo que se refiere a las enseñanzas
de la Iglesia como a las de la Renovación Carismática,
y, sobre todo, en el cómo conocer y orientar mejor a
las personas. Es evidente, así mismo, que quien está
en el ministerio de acogida, debe ser una persona
que se sienta plenamente identificada con el grupo
de oración y con la Renovación Carismática, ya que la
acogida no la hace a nombre personal sino en
nombre del grupo. Debe estar también muy unido al
equipo de servidores, ya que en virtud de su
ministerio los servidores podrán conocer mejor a las
personas, sus necesidades, sus problemas, sus
aspiraciones.
Se podrían dar también algunas características de
quienes están llamados y enviados a ejercer este
ministerio. Creo que deben ser personas abiertas,
comunicativas, sencillas, alegres, que sepan
transmitir confianza, que la apariencia no les lleve a
hacer acepción de personas; detallistas, cariñosas,
que sepan escuchar y aconsejar, que sean discretas;
en definitiva, que sean personas llenas de amor y de
sensibilidad, que deseen el bien del hermano y que,
al mismo tiempo, no creen lazos innecesarios de
dependencia.
El carisma de acogida
Sería estupendo que los que hayan sido agraciados
por el Espíritu con estos dones percibieran la
necesidad de ponerse al servicio del grupo, y que el
equipo de servido les confirmase el carisma
instituyendo este ministerio. Sería la forma no solo
de acoger a los que llegan sino también de estar
pendientes de cuantos hermanos asisten a los
encuentros de oración, ayudándoles así a su
integración y a su apertura a los dones y carismas
que el Espíritu tiene preparados para ellos. A veces
no florecen suficientemente los carismas porque
algunos hermanos necesitan, en sus temores e
indecisiones, un pequeño empujón que les haga
descubrir su lugar dentro del grupo.
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Por último, una pequeña cosa más. Normalmente la
Renovación está inserta en la vida de una parroquia.
A esta no le vendría nada mal personas disponibles
para que, tanto el templo como los salones y las
oficinas, sean lo suficientemente acogedores como
para que toda la gente que se acerca por una u otra
razón se encontrase acogida, escuchada, querida.
¿No podrían los hermanos de nuestros grupos de
oración aportar este carisma también en beneficio de
toda la comunidad parroquial?
Sería no solo un gesto de generosidad por nuestra
parte sino igualmente un signo de comunión que
favorecería nuestra integración en la parroquia y, al
mismo tiempo, el crecimiento y la maduración de la
misma.
Revista Nuevo Pentecostés nº 136

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