XXXII DOMINGO ORDINARIO XXXII "C" 5 y 6 de Noviembre del

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XXXII DOMINGO ORDINARIO XXXII "C" 5 y 6 de Noviembre del
XXXII DOMINGO ORDINARIO XXXII "C"
5 y 6 de Noviembre del 2016
Tradicionalmente, en el calendario litúrgico de la Iglesia, el mes de Noviembre ha sido
designado como el tiempo para recordar y orar por todos los que han muerto. Este fin de
semana, comenzaremos nuestra celebración de la Eucaristía proclamando públicamente los
nombres de los miembros de nuestra parroquia que a través de su muerte han sido reunidos
a Dios desde esta misma fecha del año pasado hasta ahora. Una vez más hemos erigido
nuestro Santuario del Recuerdo en el Narthex y muchos de nosotros hemos traído fotos de
nuestros seres queridos para recordarlos. También hemos rellenado las tarjetas de oración
con los nombres de los seres queridos que especialmente recordamos y los colocamos en
una canasta cerca de la fuente bautismal donde estarán cada fin de semana hasta la
solemnidad de Cristo Rey el 20 de Noviembre. Desde este año, después de las Misas del
Domingo, esta canasta será llevada a la Capilla Burke para que aquellos de nosotros que
participamos en la Adoración Eucarística podamos sacar una o dos cartas durante nuestra
hora de oración para rezar y recordar aquellos cuyos nombres están escritos en la tarjeta.
Todo esto refleja nuestro tradicional tema de Noviembre: "Nuestros Huéspedes Invisibles
aún en la Mesa", y proclamar, especialmente cuando celebramos la Santa Eucaristía, el de
pertenecer al Cuerpo de Cristo a través del bautismo, el enlace con Cristo y los unos a los
otros como miembros de la Iglesia que nos conecta a nosotros aquí, pero también con
aquellos que han pasado por esta vida y ahora viven eternamente en Cristo en el cielo. Las
Lecturas de hoy, especialmente el Evangelio y la primera Lectura, dirigen nuestra atención a
la doctrina de la Resurrección: la de Jesús y la nuestra.
Pero, ¿qué es la vida resucitada? Esta pregunta es tan antigua como la vida humana
misma. La Biblia revela que Dios reveló la resurrección de los muertos a su pueblo en
forma progresiva. En el tiempo de Jesús, como hoy en día, hubo una amplia gama de
opiniones y creencias sobre lo que sucede después de la muerte corporal. Algunas culturas,
como los romanos, creían que no había vida después de la muerte. Los saduceos (como
algunos de hoy) creían que una persona vivía después de la muerte a través de sus
descendientes, especialmente los varones que llevaban el "apellido"de la familia, y por lo
tanto la importancia de que una pareja produzca un heredero varón. Es desde esta
perspectiva que los saduceos presentan a Jesús con la ridícula historia en el Evangelio de
hoy.
Jesús revela la verdadera naturaleza de la Resurrección. La vida resucitada no es
viviendo a través de sus descendientes, ni es una reencarnación, o un retorno a la vida física
ya sea en un cuerpo humano o en ninguna otra creación física, tampoco es una reanimación,
o de un cuerpo ya muerto que vuelve a la vida y reanuda la vida humana donde la dejó justo
antes de la ‘interrupción’ de su muerte. Jesús revela que la resurrección, la vida eterna, es
una completa nueva creación, una nueva orden de existencia, una vida que como su origen
es la vida y el ser de Dios mismo, que no está sujeta a las leyes de la naturaleza.
Jesús nos revela lo que él mismo es: "Yo soy la resurrección (y la vida)" (Jn. 11:25). Es a
través de una relación personal con Jesús, de colocar fe en él, de que entramos en unión con
él y experimentamos incluso ahora la vida eterna que es de él, como el Hijo eterno de Dios.
Es el mismo Jesús quién, cuando el orden creado del universo dejará de existir, levantará a
aquellos que han creído en él, a los que han comido su cuerpo y a los que han bebido su
sangre (Jn 5: 24-25; 6: 40, 54 ). Los Evangelios revelan que Jesús, en su ministerio terrenal
prefiguró la resurrección de todos los muertos en su levantamiento de algunas personas de
entre los muertos. Mientras estos individuos murieron de nuevo una vez más, su
resucitación señaló el cumplimiento final de las palabras de Jesús: su propia resurrección de
los muertos por el poder del Espíritu Santo, después de su muerte y entierro. En su
subsiguiente glorificación, Su ascensión a la derecha de Dios, Jesús se llevó consigo nuestra
naturaleza humana, un cuerpo físicamente transformado, renovado y glorificado que ya no
está sujeto a las limitaciones del tiempo y del espacio. Lo que Dios hizo en Jesús, es nuestro
destino final. Esta es la esperanza expresada por los hermanos Macabeos la cual los sostuvo
y los fortaleció en su sufrimiento. Este es un ejemplo para nosotros cuando nos enfrentamos
a los desafíos y sufrimientos de la vida y en nuestro testimonio de Jesús.
Nuestra fe y esperanza se puede resumir en estas palabras que ligeramente son adaptadas
de la Tercera Oración Eucarística que se usa con frecuencia en la Misa Funeraria: Señor,
concédenos que aquellos de nosotros un día estaremos unidos con tu Hijo en una muerte
como la de él, que podamos ser uno con Él en su Resurrección, cuando desde la tierra
levantará a aquellos que han muerto, y transformará nuestro humilde cuerpo según el
modelo de Su propio cuerpo glorioso.
Padre Jim Secora

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