Tres reflexiones des-coloniales Por Rafael Bautista S. Resumen
Transcripción
Tres reflexiones des-coloniales Por Rafael Bautista S. Resumen
Tres reflexiones des-coloniales 1 Por Rafael Bautista S. 2 Resumen Estas tres reflexiones des-coloniales, son parte de una perspectiva que tematiza la descolonización como aquel criterio metodológico que nos permite establecer las condiciones iniciales de producir pensamiento crítico. En ese sentido, el concepto no puede resumirse a su consideración lógica sino debe insistir en su constitución histórica; por eso no puede obviar la tematización del locus histórico del cual se parte y al cual se debe toda reflexión crítica. Estas tres reflexiones tienen que ver, entonces, con el concepto, con su aparecer lógico e histórico. El racismo, es constitutivo de la naturalización de las relaciones de dominación; la clasificación antropológica que produce es el contenido del eurocentrismo, como la ideología pertinente del mundo moderno; desde allí se puede comprender el androcentrismo prototípico de un ego dominador. La descolonización no puede prescindir de la constitución histórica de la modernidad en tanto proyecto, a partir de una clasificación antropológica que establece las fronteras de lo humano para, de ese modo, presentarse como lo único racional posible. Abstract These three decolonial reflections are part of a point of view that views decolonization as a methodological criteria that allows us to stablish the initial conditions to produce a critical thought. In this sense, the concept cannot be reduced logically but it should insist on its historical creation: hence it cannot omit the theme of its historical locus as the place from where reflection starts and to which one owes any critical thought. These three reflections have to do with the concept, with its logical and historical appearance. Racism is a result of the naturalization of power relations; the anthropological classification that comes forth is filled with eurocentrism as the appropiate ideology of the modern world. One can only understand from this point of view, the prototipical androcentrism of a dominant ego. Decolonization cannot disregard the historical formation of modernity as a project that departs from an anthropological classification establishing human borders in order to present itself as the only rational possibility. 1 Anticipo de nuestro próximo libro: La primera teoría de la descolonización. Escritor y filósofo boliviano. Autor de: Pensar Bolivia del Estado colonial al Estado plurinacional, vol. I y II; La Masacre no Será Transmitida; Del Mito del Desarrollo al Horizonte del Suma Qamaña; La Descolonización de la Geopolítica; etc. Es columnista en diversas páginas de información y pensamiento alternativos, como rebelión, ALAI, loquesomos, argenpress, aporrea, foromundialdealternativas, etc. 2 Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 102 El concepto A mi padre, in memoriam La descolonización atraviesa un reposicionamiento que manifiesta su vigencia en nuestros procesos de liberación. Como toda novedad paradigmática, se enfrenta no sólo a la incomprensión, sino al prejuiciamiento que carga todo conservadurismo. Un nuevo paradigma inaugura una ruptura inevitable, más aun cuando se trata de un paradigma que trasciende las esferas teóricas y se presenta en casi todos los ámbitos de nuestra existencia. Por eso la descolonización no es una agenda pasada, tampoco algo de simple resolución. Su insistente permanencia, muestra la constante actualidad de su problemática. Por eso, no es exagerado decir que, la descolonización, es el tema del siglo XXI. Pero, ¿qué es la descolonización? Como en todo proceso histórico, la respuesta que se pueda dar a una gran pregunta, se remite siempre al contexto en el que la pregunta nace. Ese contexto, para nosotros, es el proceso de revolución democrático-cultural que se inaugura, en Bolivia, a partir de la asunción democrática del primer presidente indígena. El hecho no es menor, pues representa, no sólo una novedad, sino una profunda interpelación histórica que, el boliviano, se hace a sí mismo. En esta interpelación se juega su destino, porque preguntar por la historia es preguntar por sí mismo. Bolivia ya no es la misma cuando apuesta a mirarse como lo que es, porque lo que es, es la más irracional persistencia en negar lo suyo de sí, lo más propio. Por eso tiene sentido la afirmación que encarnó nuestra Asamblea Constituyente: “Bolivia es un Estado sin nación y nosotros, los pueblos indígenas, somos naciones sin Estado”. Por eso la insistencia en refundar algo que había sido mal fundado. Si no hay fundamento firme, nada tiene futuro. Por eso nuestro Estado era aparente, porque su fundamento no estaba fundado en sí mismo sino en un auto-engaño: querer ser lo que no se es. El Estado es aparente porque no tiene contenido nacional; porque todas las formas que adopta, para ser algo, no son la expresión de lo más propio que se tiene. La auto-negación de nuestras elites descubre la patología de un Estado que, a nombre de independencia, no hace sino apostar voluntariamente a la más cruda dependencia. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 103 El paso de la colonia a la república no logra traducirse en una superación de la condición colonial. Ésta persiste, de forma tal, que evidencia el carácter estructural de una condición que atraviesa, ya no sólo, al estamento oligárquico sino a casi toda la sociedad (urbana sobre todo). A un Estado colonial le corresponde una sociedad colonial. La legitimación de ese Estado, impuesta por una estructura legal heredada de la colonia, también logra hegemonía entre la sociedad citadina y, contra toda profecía, aun las propias revoluciones, insisten en la auto-anulación. Por eso, la “revolución nacional” de 1952, acaba también y, como siempre, en la capitulación. La propia cultura social que va asimilando los valores señoriales, hace que, las propias apuestas revolucionarias se hagan, con el paso del tiempo, bastante conservadoras. Ya no se trata sólo de una ideología señorial sino de la adopción paulatina de las creencias que sostiene a una oligarquía que, como nunca mira para adentro, tampoco nunca descubre al país que sí le vio nacer. Heredera del señorialismo más decadente (aun en la propia España) y proclive siempre a la xenofilia antes del amor a lo propio, no concibe otra forma de sobrevivencia que el entreguismo más denodado. Por eso también su señorío es aparente y, por eso mismo, no sabe hacer otra cosa sino transferir sus miserias a su propio pueblo. Se cree “libre” y “Señor” sólo mientras haya indios. Esa es su creencia básica e irrenunciable: la constatación de su “superioridad” es la miseria del indio. El indio no es sólo su sostén material sino también espiritual. La negación del indio es su afirmación. Su riqueza, la miseria de aquél. Por eso no puede superar su condición colonizada; como no se afirma en su propia nación, tampoco afirma al Estado. Vivir a costa de su propia nación, se convierte en cultura política que permea en sus subalternos; cuando esto se generaliza, la propia nación y el Estado se hacen vulnerables y, quienes soportan todo esto, los más vulnerados, los indios, evidencian la colonialidad de un Estado constituido en contra de su propia nación (la violencia de ese Estado es la pura impotencia de su saberse frágil, sin legitimidad ni vocación de poder real). Entonces, la nación que dice representar, es un remedo que busca suplantar su propia realidad. Su existencia se hace patológica; argumentar contra sí mismo se vuelve la más recurrente plataforma que le sirve a los poderes foráneos para socavar una soberanía débil. Por eso el Estado es aparente, porque su soberanía se diluye, paulatinamente, en una Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 104 suerte de servidumbre voluntaria a poderes foráneos que le prestan la legitimidad que no posee. Incapaz de proponerse como nación, su devenir es la pura adaptación resignada a escenarios que se deciden siempre al margen de éste. Cuando nuestras repúblicas nacen a la vida “independiente”, el mundo ya se halla constituido en cuanto mercado mundial. Ingresar a éste supone adecuarse a prescripciones ya establecidas por los poderes mundiales. La independencia no asegura una situación postcolonial sino todo lo contrario, pues los nuevos mecanismos de una economía globalizada aseguran, de modos más sofisticados, una disposición que expresa la consolidación colonial del mundo moderno: centro-periferia. Por eso los procesos emancipadores, por sí mismos, no pueden remediar una situación que es estructural a nivel mundial. El centro dispone de la periferia en un mundo organizado por las necesidades de un mercado en continua expansión y una acumulación global de capital en continuo crecimiento; en ese sentido, son las propias necesidades concéntricas de la economía, las que condenan toda independencia. El precio de la sobrevivencia, en un mundo estructuralmente injusto y desigual, es un precio que, en el mediano y largo plazo, resulta impagable. Pero, aun así, el mundo sigue su curso y la economía, a pesar de sus crisis, sigue mostrando un crecimiento y desarrollo imparable. Pero, ¿cómo se sostiene aquello? La disposición centro-periferia explicita una clasificación previa que le da sentido a esta suerte de dicotomías, con las que nace y se desarrolla el mundo moderno. Para que exista un centro único, la periferia debe estar constituida según las necesidades del centro. La transferencia continua, creciente y sistemática de recursos, sólo es posible si esta transferencia implica, a su vez, el no aprovechamiento autóctono de esos mismos recursos; es decir, en aquella transferencia va, como un añadido esencial, una plus-valorización creciente hacia el centro que, significa también, una desvalorización continua del lado contrario. Las materias primas no van solas al mercado, sino que conllevan la humanidad de los productores, en este caso, la negación de su humanidad. Sólo de ese modo se hace estable la relación centro-periferia. Porque esta relación expresa una clasificación Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 105 antropológica previa, que estructura la propia racionalidad moderna: el centro es la imagen del “desarrollo” y la “civilización”, mientras que la periferia mundial es el retrato del “atraso” y el “subdesarrollo” (condición supuestamente previa, propia del estancamiento económico que caracteriza a una sociedad pre-moderna). Esta clasificación es consustancial al mundo moderno, pues expresa la posibilidad de concebirse, a sí mismo, como la culminación providencial de lo humano: el hombre moderno es superior, por eso es “civilizado”, “desarrollado”, “moderno”; el atraso del resto de la humanidad es a causa de su inferioridad congénita, por eso los “bárbaros” del mundo moderno son “subdesarrollados”, son “pre-modernos”. La inferioridad naturalizada de unos, es condición para hacer estable y duradero, el carácter concéntrico del desarrollo moderno del centro. La clasificación antropológica moderna que separa lo humano de lo no humano, al “civilizado” del “bárbaro”, es el primer mito moderno; pues sólo de ese modo la dominación se naturaliza. Sólo de ese modo, la invasión y conquista del Nuevo Mundo puede considerarse un “descubrimiento” o la colonización un “acto civilizatorio”. En ese sentido, la dicotomía centro-periferia o desarrollado-subdesarrollado, tiene su fundamento histórico en la dicotomía civilizado-bárbaro, superior-inferior. En ese sentido, la conquista aparece como fundamento del mundo moderno y no como mera anterioridad que se haya superado; la conquista es el suelo fundacional de un proyecto global de dominación planetaria, de una desnuda voluntad de poder absoluto. En eso consiste la modernidad. Sin la conquista es impensable la consolidación de Europa, y después USA, como centro mundial. Ser centro y saberse centro es la determinación civilizatoria del mundo moderno. Ese es el diagnostico histórico que origina una toma de consciencia: la descolonización. Por lo que se ve, no se trata de un colonialismo a la usanza antigua sino de una re-significación del concepto mismo, pues una nueva forma de colonización inaugura el proyecto moderno, que va determinando sus posibilidades mientras la conquista se va desarrollando. España (como el primer imperio moderno) va ir desarrollando su colonización por medio de una argumentación de derecho: el “derecho de conquista” se justifica mediante la inferiorización naturalizada de las víctimas que está produciendo. Esta argumentación ha de ser el núcleo de una dominación naturalizada. Deshumanizar a Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 106 las víctimas ha de convertirse, metódicamente, en el acto de transferencia de subjetividad que el naciente ego moderno ha de requerir para reconstituir su propia subjetividad (que arrastra su historia medieval como enclaustramiento cultural). La experiencia de haber sido colonia musulmana, por ocho siglos, será la base histórica para que España despliegue, desarrolle y sofistique los métodos de colonización en el Nuevo Mundo. Despliega lo que ya contiene, pero ahora en situación propicia, teniendo no sólo un vasto territorio a su disposición sino millones de dominados para su entera disposición. Esta constatación cambia definitivamente la subjetividad del conquistador: ahora se sabe y se comporta como un ego dominador. La transferencia no sólo de riqueza (en todos los sentidos, desde el vegetal hasta el mineral) sino, sobre todo, de acumulación superlativa de trabajo impago, será la verdadera acumulación originaria que hará posible la llamada “acumulación primitiva” que da origen al capitalismo. Es decir, la sangre de millones de seres humanos, de indios y, posteriormente, negros (del literal no-pago de su trabajo), será el fundamento de la riqueza moderna; riqueza que, constantemente, debe volver a producir genocidios semejantes para desplegar nuevos procesos de acumulación de capital. El trabajo impago de indios y negros presupone, el tiempo de vida, la existencia y la humanidad de estos, concebidos como no humanos. Se trata, entonces, de una transferencia sistemática de valorización unilateral, de vaciamiento sistemático de la humanidad de las víctimas; de ese modo se llena y se completa una subjetividad dominadora, de todo lo que le vacía a sus dominados. Se trata de un despojo total, del vaciamiento absoluto de todo su mundo de la vida; si el mismo sentido de humanidad que se posee es vaciado, entonces no hay modo de recomposición, lo único viable y posible se deduce de lo que es el dominador, de modo que, el dominado, para ser algo, debe negar lo suyo de sí y aspirar a ser lo que no es. Entonces, la colonización moderna es un fenómeno nuevo que, ha demostrado hacer de la dominación, algo mucho más sofisticado, estable y duradero, a partir de una clasificación antropológica que sostiene a toda la clasificación social y la división mundial del trabajo. Ya no se trata de una colonización sólo material sino de la trasferencia Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 107 sistemática de humanidad, de los dominados a los dominadores. El ego moderno, como voluntad de poder, constituye su voluntad a partir de toda la vida que extrae de sus víctimas; se trata de una transferencia de voluntad, de vida (por eso no es gratuita la metáfora que usa Marx, refiriéndose a la dominación del capital al trabajo: es como el vampiro que chupa ya no sólo sangre sino vida en sentido explícito). La colonización ya no constituye sólo tributarios sino que estos tributarios empiezan a consentir, de modo voluntario, una tributación ya no sólo de riqueza sino hasta de su propia humanidad. Por eso las primeras colonizadas son las elites, pues éstas acaban siendo las más fieles administradoras de este vaciamiento sistemático de la humanidad de sus propios pueblos. Por eso la independencia sorprende a unas elites colonizadas que ven, en la libertad lograda, apenas la oportunidad para buscar un nuevo amo. Su poder adquirido se diluye en una trágica vocación de transferir, también ese su poder, como reconocimiento de lo aparente de su propio poder. En esa resignada capitulación condenan, a sus propios pueblos, a una más inmisericorde, por más consistente, explotación y dominación colonial. La descolonización, entonces, no describe una situación clásica de colonialismo tributario, sino de una más compleja dominación estructural, desplegada en casi todos los ámbitos de la propia existencia, de modo que, hasta los procesos emancipatorios persiguen, como lo único posible, el horizonte moderno que prescribe el propio dominador; es decir, hasta el mismo dominado persigue realizar, en sí mismo, el proyecto que niega su humanidad, en consecuencia, no halla más salida que negar y vaciar, todavía más, el resto de humanidad que todavía posee: se libera para dominar, a imagen y semejanza del dominador moderno; por eso busca a quién dominar y encuentra a sus propios hermanos, que cargan con el estigma de la dominación, o sea, su inferiorización justifica el que se los domine. La dominación se ha naturalizado. Esto quiere decir que, hasta en las propias estructuras mentales, en los prejuicios, los hábitos y las costumbres, la concepción del mundo y de la vida, la conciencia de uno mismo, se halla atravesada por el factum de la Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 108 dominación, contaminada por la visión del dominador. Esto es lo que quiere decir colonización de la subjetividad. Cinco siglos de expansión moderna testimonian las consecuencias de una racionalidad moderna que, en nombre de la razón, destruye todos los mitos de la humanidad para afirmar su propio mito: auto-concebirse “perfecta”, “buena”, “racional”, “verdadera”, “justa”, “universal”, etc. Frente a su conocimiento y su saber pretendidamente “universales”, absolutamente “racionales”, todo otro conocimiento y saber es puro mito, según siempre la racionalidad moderna. Para mostrarse lo moderno como lo único posible, viable y deseable, no sólo destruye todo otro tipo de conocimientos y saberes sino que los niega y los declara “irracionales”, “salvajes”, “míticos”, “premodernos”. Cuando el dominado llega a creer esto, todo proyecto que pretenda, acaba en la frustración; pues si lo único viable es lo que le niega, entonces, nada positivo puede producir para sí. La modernidad sólo puede aparecer deseable para todos, cuando la inferiorización de todo lo que no es ella, se ha hecho sentido común. Para eso produce sus más sofisticadas armas: la ciencia y la filosofía. Para que las víctimas de la conquista, sean concebidas como inferiores, se debe justificar “racionalmente” la conquista como si se tratase de un hecho emancipatorio. En eso consiste la concepción moderna de “ilustración”. La víctima es culpable, porque rechaza la “civilización” de sus “superiores”. De ese modo lava su conciencia el victimario: él no tiene culpa alguna, toda la culpa la tiene la víctima. La constitución de una subjetividad que ha de desplegar la dominación global, de modo decidido, cuenta, de ese modo, con la legitimación que le otorga un conocimiento que se funda en aquellos prejuicios que dan origen al mundo moderno. La fundamentación de la filosofía y la ciencia moderna formalizan aquellos prejuicios y le otorgan legitimación racional. Por eso la ciencia moderna no es inocente. En ella se expresa la experiencia fundacional de la conquista, por eso encubre, de modo sofisticado, su más profunda referencia. Por eso una liberación, si quiere hacerse real, no puede partir ya más del conocimiento del dominador, sino que necesita producir un conocimiento propio; porque todo proyecto político nace de la propia historia, de la reflexión necesaria que brinda la historia cuando el presente se debate su propio porvenir. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 109 Por eso, no se puede partir de otro fundamento que no sea el propio o, lo que más coloquialmente se dice en la siguiente sentencia: “si no sabes de dónde vienes, es imposible que sepas a dónde ir”. La afirmación de lo propio es la primera muestra de autoconsciencia que adquiere un genuino proceso de liberación, ya no solamente de emancipación. Cuando un pueblo decide, por voluntad propia, libre y autodeterminada, producir su propio destino, es cuando el pueblo se hace sujeto histórico. Despojarse de la imagen que tenía de sí, como expresión de la visión que le dominaba, es la clara muestra de su liberación. Por eso tiene sentido hablar de descolonización. La descolonización no es “volver al pasado” sino afirmar la propia historia negada. No es darle la espalda al presente sino enfrentar sus contradicciones, como contradicciones acumuladas históricamente. No significa el encierro fundamentalista hacia lo meramente autóctono, sino la apropiación crítica de conocimiento, cultura, ciencia y tecnología, que le puedan posibilitar el despliegue de un proyecto de liberación, cuya base fundamentativa parta siempre de lo más propio, de lo que, precisamente, había negado la modernidad para afirmarse exclusivamente ella. No son las culturas indígenas las que “deban modernizarse”, sino la modernidad es la que debe reconocer que, lo que había negado, es la alternativa a su propia decadencia. Si ya no sabe ofrecerle alternativas a la humanidad, en medio de la crisis que ha originado ella misma, es ya hora que deje de verse exclusivamente a sí misma y reconozca, en el resto de la humanidad, las salidas al laberinto que ella misma ha generado. La crisis civilizatoria actual es el contexto para insistir en una descolonización planetaria. Por eso llegó la hora de ceder la palabra a los pueblos y naciones indígenas. Lo más despreciado por el mundo moderno, resulta ahora lo más necesario para seguir viviendo, para darle un nuevo sentido a la vida, como una necesaria re-cualificación del sentido mismo del vivir. En eso consiste la descolonización: en el proceso de toma de consciencia de una nueva forma de vida, más justa, más digna, más libre y más igualitaria. El androcentrismo moderno-occidental Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 110 A mi madre La lucha por los derechos de las mujeres indígenas, nunca se expresaron en términos exclusivistas, marcando un distanciamiento paulatino del hombre, como dos realidades sin posibilidad de reconciliación. Ésta ha sido una diferencia básica que motiva a plantear una lucha distinta a los feminismos radicales. Porque el fundamento y el horizonte del “vivir bien” presupone, siempre, a la comunidad, como postulado irrenunciable de nuestra propia identidad. Somos comunidad, es decir, nos debemos, hombres y mujeres, el reconocimiento mutuo de nuestra dignidad humana. Por eso peleamos, por reconstituir la comunidad que siempre presuponemos, en nuestras luchas y en nuestra vida. Creemos que la vida es sólo posible en y como comunidad. Por eso una dignificación de la mujer no es una cuestión de incumbencia sólo de las mujeres sino de los varones también. No creemos en una lucha que nos enfrente sino que nos reconcilie, a partir del reconocer que padecemos ambos una sociedad machista, que ha naturalizado el sometimiento de las mujeres a las necesidades exclusivas de un modelo de hombre auto-centrado, ensimismado en su propio yo masculino que, desde el hogar hasta la política, concibe al mundo como el teatro de su realización individualista. Por eso, la lucha de la mujer, es lucha también por el hombre, porque un mundo hecho a imagen y semejanza exclusivamente suya, no sólo encubre e invisibiliza a la mujer, sino termina destruyendo toda posible convivencia humana. La crítica a un sistema machista tiene que ver con la crítica a la auto-referencialidad del hombre como único ser de derechos, de voz, de decisión, de mando, dejando a las mujeres como un mero apéndice de todas sus realizaciones personales egoístas (porque en éstas tampoco ya incluye a su familia ni a sus hijos, dejando a la mujer cargar con toda una responsabilidad que nunca la asume también como suya). Las mujeres luchan entonces por remediar esta situación injusta, a nombre también de los hijos e hijas que sufren las consecuencias de un mundo concebido sólo para los adultos varones. ¿De dónde viene todo esto? Viene de la asimilación paulatina de, sobre todo los varones, a un mundo que no respeta lo sagrado, lo espiritual, la vida y la comunidad. Cuanto más se destruye las formas de vida comunitarias, más expuestas están las mujeres a Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 111 una dominación que domestica sus prioridades, haciendo olvidar que, como madres, son ellas el conducto de trasmisión cultural a las hijas e hijos, ellas son la personificación de la PachaMama como dadora de vida y que, como criadoras, son la imagen de nuestras huacas y apus, que nos enseñan que la vida se cría continuamente. El resultado dramático de ésta desvalorización no es más que la desvalorización de la vida misma. Por eso la declaración siguiente no es gratuita: este sistema actual moderno es un sistema de la muerte; por eso ve la procreación no como un acto sagrado, por eso la profana, para el puro placer egoísta de unos, sin goce ni bienestar para otras; por eso ya no reivindica al hogar, porque hace de la vida pública la única forma de realización personal, dejando la intimidad a una suerte de confinamiento de los puros fracasos; por eso los hijos se convierten en pura carga, porque si todos velan por sus propios intereses egoístas, entonces nadie se hace responsable de nadie; por eso dispone la vida de todos, como cosas al servicio de uno. El desprecio hacia la mujer, sobre todo, a su condición de madre es, en realidad, el desprecio hacia la vida que manifiesta un sistema de la muerte. El capitalismo es eso. El mundo moderno es eso. La mujer entonces se convierte en la alerta de la vida. Por eso reivindican a la PachaMama, porque saben lo que es ser madre, porque saben lo que es criar. Por eso la crítica: “nuestra lucha es su lucha, porque si no se libera a la mujer, tampoco el hombre será libre”. Cuando a la mujer se le priva la salud, la educación, el trabajo digno, la herencia, la identidad, etc., lo que se priva, en realidad, es justicia, y eso llena el alma de dolor, de pena, de fracaso y frustración, y de eso también se llenan los hijos, porque la madre transmite, inevitablemente, todo eso a sus hijos. Esa frustración se convierte en frustración de los hijos y hasta de los padres, porque la frustración se convierte en un mal-estar general. Esta es una mirada crítica que específica la dominación naturalizada que sufren las mujeres, pero, especialmente, la mujer indígena (cuyo grado de exclusión y negación es triple: por mujer, por pobre y por india). Denuncia una situación que atraviesa al todo social que, de la ciudad se extiende al campo, desconstituyendo saberes y formas de vida, haciendo que la frágil situación en la que se encuentran las mujeres se vuelva todavía más Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 112 precaria, generando discriminaciones al interior de los propios núcleos familiares, desarrollando prácticas que no coinciden con las propiamente ancestrales (lo cual no significa que todo haya sido un paraíso sino que ninguna dominación es comparable a lo que ha producido una dominación naturalizada, prototípica de la colonización moderna) y que acelera la destrucción de nuestras comunidades. Decimos naturalizada porque hasta la propia mujer llega a creer que no tiene voz ni voto en esta situación, que “así nomás es la vida”, cargando un conjunto de discriminaciones como si se tratara de una maldición divina. El hombre cree que, por ser “amo y señor”, decide todo sin tomar en cuenta a la mujer, esto que es “normal” en el hogar también se hace “normal” en la política, donde la mujer, pese a luchar incluso más que el hombre, no decide. La decisión es algo privativo del hombre. Esta naturalización de las relaciones de dominación permite hacernos creer que, si hay “señor”, debe haber siempre siervos, que, si el “señor” es el hombre, la sierva natural es la mujer, que nadie puede cambiar eso. Pero las relaciones de dominación son producto de historias de poder y esta particular forma de dominación naturalizada es la que sufrimos desde la invasión y conquista del Abya Yala. Por eso la descolonización denuncia aquella naturalización como la más sofisticada forma de dominación que ha existido y que atraviesa, material y espiritualmente, nuestras vidas y hasta los procesos de liberación que protagonizamos. Cuando la clasificación antropológica que produce el racismo inferioriza a los dominados, las más expuestas fueron las mujeres, por eso también las más vulnerables; vencidos los guerreros, quienes quedaron fueron domesticados en la más cruda servidumbre, donde se los privó de humanidad, o sea, de dignidad, por eso también, entre los varones, reprodujeron aquella dominación con los y las más vulnerables, socavando todavía más aquella precaria existencia que persistía en sobrevivir. La naturalización de las relaciones de dominación facilita aquello, pues las víctimas ya no aparecen como víctimas, como seres humanos, sino privados de humanidad, por lo tanto, la violencia ya no es culpa del verdugo sino de la propia víctima, por negarse a obedecer a su “superior”, a su “señor”, porque la violencia que se le aplica es concebida hasta como un favor que se le hace a la víctima, en su resistencia a obedecer. Para el “señor” es cosa justa, por derecho natural, Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 113 que los brutos obedezcan al hombre y la mujer al marido, porque en esto consistiría la perfección, el supremo bien que establece un mundo machista. Por eso también se denuncia que, nuestras propias prácticas y costumbres, se hallan contaminadas por aquello que denunciamos, lo cual nos impele también a asumir, de modo crítico, nuestra propia tradición. Porque si bien la dominación naturalizada que nace con el mundo moderno es algo que nos llega de afuera, también descubrimos resabios de discriminación en nuestras propias culturas. Eso nos permite también hacernos la autocrítica, porque lo que nos proponemos ya no es una liberación de esto o aquello sino liberarnos de toda forma de dominación. Por eso insistimos en recuperar un proceso de liberación desde nuestra propia identidad, de modo crítico y responsable. Porque se trata de reconstruir la comunidad, que era y es nuestro horizonte de vida. Por eso la lucha de las mujeres busca la complementación, el encuentro con el varón, para reunir lo que se ha separado y producir, de nuevo, la comunidad, es decir, la vida. La vida reúne lo diferente. La comunidad no es algo que se impone sino algo que se propone en la complementariedad; en ésta no puede haber enfrentamiento u oposición, porque la complementación sólo puede ser recíproca, mutua, donde el uno y la otra se brindan en la libertad y la responsabilidad. Nuestra identidad concibe una dualidad originaria; por eso la PachaMama necesita del Alaxpacha. Todo es par: la luna necesita del sol, el día se corresponde con la noche, el frío pide el calor, el macho busca a la hembra y la hembra espera por el macho; los que son pares, al complementarse recíprocamente, crean la vida. Una crítica al mundo androcéntrico quiere reivindicar la responsabilidad que significa ser padre y madre. Por eso las mujeres indígenas hablan por las hijas e hijos, cuya vulnerabilidad lanza a las madres a denunciar el acumulado rechazo machista a asumir la responsabilidad de ser y comportarse como padre. En eso nuestras antiguas culturas se mostraban más dignas que la actual, moderna (extendida hasta nuestras comunidades), donde ya nadie quiere ser padre y, hay que decirlo, tampoco nadie quiere ser madre, porque todos quieren velar exclusivamente por sus propios intereses individualistas. Así actúan los Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 114 poderosos, los ricos, y así también empezamos a actuar nosotras y nosotros, legitimando el mundo que tanto criticamos. Por eso la descolonización es sólo viable si acontece, de modo práctico, en nuestras propias creencias y acciones. Hay que recuperar, en nuestras culturas, los valores de responsabilidad, que implicaba el hacerse cargo de los demás y, en primera instancia, de los hijos; y la dignificación de la mujer, que permitía recibir a las niñas no con resignación sino con alegría, porque la primogénita quería siempre decir “casa llena”. Esa dignificación hacía posible que, hasta en la lucha, varón y mujer, dirigían y comandaban conjuntamente a los pueblos indios, porque en estos, en sus mitos y creencias, la mujer significaba la vida y la vida era lo más preciado, más que el oro, era lo que había que cuidar y respetar siempre. Por eso no hay Manco Kapac sin Mama Ocllo, tampoco hay Túpac Katari sin Bartolina Sisa. Volver a aquello no es “volver al pasado” sino restaurar en el presente los sentidos que hacían posible esa forma de vida. Tenemos que resignificar la función del padre y de la madre; que ser padre sea algo que se desea, con responsabilidad, que ese hacerse cargo sea vivido con la alegría del vivir: el hacerse criador es corresponder a la propia vida que cría todo lo que crea. La PachaMama cría, porque es dadora de vida. La vida de los hijos se deduce de la afirmación de la vida de la madre; por eso el padre contempla, como su primera responsabilidad, el cuidar y proteger la vida de la madre. Por eso hay como una pasión por la vida en la afirmación de la naturaleza en cuanto PachaMama, porque no se trata de una ajenidad sino de la fuente de la vida, por eso, ser Madre es algo sagrado. La cultura actual profana todo lo sagrado, por eso hasta de la belleza de la mujer hace patrimonio público, cuando es algo digno y sagrado que sólo puede brindarse en lo íntimo del respeto y amor plenos. Una cultura que profana todo, afirma una total irresponsabilidad que confunde con la libertad, porque resume toda libertad a la libertad individualista, sin responsabilidad. Adquirir la responsabilidad de una nueva vida significa convertirse en modelo de vida. El jaq’i quiere decir eso, porque jaq’i se dice de alguien responsable. El mérito de ser autoridad proviene de aquello, sólo puede ser responsable alguien que ya proviene de una experiencia responsable. En la comunidad, la política es servicio porque el servicio a la comunidad es algo que se desea, de modo libre y Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 115 responsable. Lo que hace posible la política, en la comunidad, es la experiencia previa del hacerse responsable, y eso empieza en la familia, para trascender a la política misma: el hacerse responsable por todo y por todos y todas, es una vocación que adquiere un alguien que no se concibe como “arrojado en la existencia” sino como un “enfamiliado en el ayllu, en la comunidad”: con fiesta se le recibe y con fiesta se le despide. No nacemos solos sino en comunidad, tampoco morimos en la soledad sino acompañados por la comunidad. La vida misma testimonia la reunión de quienes se complementan para hacer posible vida. Esto quiere decir el chacha-warmi. Es un ideal que da sentido a la noción de complementariedad y aparece como el criterio de evaluación al que acudimos para advertir si lo que producimos coincide con aquello que nos proponemos. El chacha-warmi no quiere significar la corroboración porcentual de una distribución numérica, tampoco una obligación moral al matrimonio. Es un ideal que se asume como figura modélica de lo que debiera ser una reunión o relación común, por complementación recíproca; la conjunción recíproca y complementaria, libre y responsable, es lo que hace que la vida se manifieste como fiesta. A esto tienden, de modo voluntario, quienes se conciben como criadores. Criando la vida es como la vida empieza a criarles. La madre es el testimonio vivo de esta vocación de servicio; el desvivirse de la madre por los hijos es la prodigalidad de la propia vida que, en cuanto PachaMama, es madre que otorga sus frutos por pura generosidad. Esa es la experiencia que poseían nuestros pueblos que veían el trabajo, la cosecha, como fiesta, como realización de la comunidad. Pero la vida moderna destruye toda forma de comunidad, nos hace creer que estamos solos, que los demás no son hermanos sino enemigos. Necesitamos la recuperación de nuestras comunidades, pero no como una adopción romántica de lo que fue sino recuperar críticamente lo que ha despreciado el mundo moderno. La lucha de la mujer no busca anular la familia sino resignificarla, desde nuestras identidades, para hacer posible concebir una familia verdadera, es decir, liberadora; por eso decimos, ni el varón ni la mujer pueden ser libres si su liberación es unilateral, sólo pueden liberarse si se liberan de toda dominación. A esto apunta una liberación de la mujer, porque desde la mujer, de la triplemente discriminada, por pobre, por india y por mujer, se puede afirmar: la humanidad no será libre si no hace libre antes a la PachaMama. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 116 Somos la cultura de la vida, presuponemos la dualidad, la reunión de lo que la vida ha dispuesto para renovarse siempre; por eso la comunidad es obra nuestra. Las mujeres saben eso, por eso su lucha contiene a las demás. Afirmando la vida de la PachaMama, de la Madre primera, aseguramos la vida nuestra; sus hijas e hijos reconocemos esto en la maternidad y paternidad (experiencia que también se realiza cuando uno o una decide, por ejemplo, ser maestro o maestra, líder o lideresa, que también significa ser madre y padre). Esto es lo que destaca, en todos y todas, por opción libre y soberana, hacerse ser humano, porque eso quiere decir: hacerse responsable de la vida, no sólo de mi vida sino de la vida toda. La locha de la mujer es entonces la afirmación más contundente de la vida toda. El racismo como mito fundacional del mundo moderno A mis abuelos El racismo es una invención moderna. A lo largo de la historia de la civilización humana, no encontramos un tipo de devaluación absoluta de la humanidad del otro que se domina. Dominación existe, explotación del trabajo también, lo mismo que la esclavitud y el colonialismo, pero nunca la dominación se había naturalizado como hace el racismo, inferiorizando a las víctimas, o sea, hacerlas desaparecer como víctimas y mostrarlas como inferiores. Esta devaluación absoluta de la humanidad de los conquistados, aparece en los albores del mundo moderno. Entonces, el racismo aparece en el suelo fundacional de un proyecto, gracias al cual, Europa sale de su enclaustramiento económico y cultural (relegada, desde los griegos y romanos, a ser mera extensión periférica del Mediterráneo) y que, desde la conquista e invasión del Nuevo Mundo, no sólo provoca un despegue civilizatorio sino que afirma, a sangre y fuego, su nueva condición de centralidad mundial. El precio de esa centralidad lo va a pagar absolutamente su primera periferia; en la experiencia de conquista y posterior coloniaje es donde aparecen los términos exclusivos de la dominación que desarrolla. Para desarrollarse a sí misma, debe hacerlo a costa de su Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 117 primer conquistado, el indio, luego del afro; en estos descarga, en primera instancia, los costos reales (materiales y existenciales) de su proyecto de dominación global. Europa ya no es la misma después de la conquista. Su propia historia medieval no le proporciona una base existencial que pueda traducir en proyecto civilizatorio (frente al apogeo árabe, turco, persa, hindú, chino, etc., no tiene contrapeso alguno). Pero la conquista cambia todo. La propia imagen que tiene de sí, empieza a re-evaluarse, por eso la imagen de nuevo mundo no es casual, porque en ésta empieza a concebirse de nuevo modo, (el sentido original del concepto “moderno”); re-evaluarse significa reconstituirse, pero no es una reconstitución desde sí sino una reconstitución por desconstitución. Para reconstituirse, la subjetividad europea, debe desconstituir a alguien, al otro que encontró allende la mar océano: el indio. Transfiere lo que es en el otro, de modo que la humanidad del otro retorna como reconstitución suya. Cuando transfiere al indio sus propias miserias, su humanidad aparece recuperada y empieza a concebirse en los términos exclusivos a los que apuesta: se concibe como “superior”. Para que haya “superior” debe de haber “inferior”. Pero, para producir la “inferioridad” que necesita, como contraparte de su “superioridad”, debe vaciarle toda humanidad a su víctima, de modo que la conquista se justifique por ese acto de transferencia; pues si lo que busca es desprenderse de todo lo que era, no hay otra forma que acabar con eso que era, que ahora lo representa el otro. Por eso la conquista despierta una crueldad inimaginable hasta para los propios cronistas y religiosos críticos. El conquistador será el nuevo modelo de humanidad que se impone. Inferiorizar a las víctimas será fundamental para concebirse, para siempre, en los términos de la primera dicotomía moderna, explícitamente racista: superior-inferior, que, en los términos ideológicos que empiezan a enmarcar el discurso científico moderno, aparece de este modo: civilizado-bárbaro. La categoría de “raza” empieza a ser el criterio de clasificación antropológica que nace con el mundo moderno y que, por medio de una naturalización de las relaciones de poder y dominación, clasifica a la humanidad en “superiores” e “inferiores”, expresando también una línea evolutiva, que sitúa al hombre moderno en la cúspide de un supuesto Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 118 desarrollo humano, dejando a las otras “razas” en la prehistoria de la humanidad. La transferencia ha sido total. El precio de la humanidad, ahora moderno-europea (después norteamericana y, siempre, anglosajones “blancos”), lo paga la humanidad restante. El racismo produce, por vez primera, la identificación de las diferencias culturales como si fuesen biológicas, por eso la fenotipia de los caracteres humanos se moraliza: lo blanco es “puro”, “bueno”, “limpio”, “inmaculado”, etc., mientras que lo negro es “sucio”, “impuro”, por naturaleza. La naturalización de las diferencias produce las más sofisticadas relaciones de dominación que hayan existido, haciendo de éstas, relaciones mucho más estables, sólidas y duraderas. El racismo moderno inaugura un desarrollo que condena al 80% de la humanidad a su desaparición, justificando aquello –hasta científicamente– por una suerte de “selección natural” que adopta la propia “mano invisible” del mercado (por eso, la propia ciencia no escapa a estos prejuicios modernos). Decimos que el racismo es moderno porque, sin la experiencia de la conquista, esta nueva subjetividad conquistadora y dominadora, como prototipo del nuevo ser humano, jamás podría haberse desarrollado. El impacto de la dinámica de la producción económica moderna oculta aquello, pues nunca se había dispuesto, de modo tan cruel e infame, del trabajo (además nunca pagado) de millones de indios y afros, de sus recursos, de sus alimentos, en fin, de su riqueza, exclusivamente hacia un centro único, de carácter mundial. Por eso la conquista no cesa, por eso, en cada nuevo proceso de acumulación, debe reproducirse nuevas conquistas, como el fundamento de un proyecto que, retornando siempre a lo que es, nos muestra lo perverso de sus propósitos. El racismo constituye el nuevo horizonte de creencias del mundo moderno, que se traduce en los prejuicios típicos que asimila la subjetividad moderna, como el núcleo desde el cual organiza su concepción de la vida y el mundo y que, por mediación del conocimiento científico y filosófico, se traduce en sistema institucional. La racionalidad prototípica del mundo moderno, el eurocentrismo, representa la formalización de ese horizonte de creencias. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 119 Para comprenderse y desarrollarse, a sí misma, la nueva subjetividad moderna, se concibe siempre, desde aquellos prejuicios asimilados continuamente, con vocación de dominio y poder. Para esta nueva subjetividad, ser significa ser dominador. La dominación le brinda la posibilidad de hacerse “superior”. De ese modo ordena, construye y hasta critica sus propias posibilidades, en un mundo comprendido bajo la lógica de la dominación, o sea, se auto-interpreta como medio para la realización de los fines de toda dominación posible. Por eso el racismo no se reduce a una teoría o ideología política. Constituye, más bien, el núcleo mítico fundacional de la modernidad. En ese sentido, fundamenta la racionalidad eurocéntrica que sostiene al pensamiento moderno. No precisa mostrarse de modo explícito, pero, cuanto más encubierto se encuentra, más afirma el prejuicio que dice que, sin la modernidad, la humanidad “seguiría en la barbarie”. Cuando el racismo inferioriza la humanidad del otro, inferioriza también su cultura, su religión, su arte, su ciencia, su medicina, sus alimentos, su música, su lenguaje, su filosofía, en suma, inferioriza, deshumaniza, toda su civilización. Por eso, aunque pueda demostrarse, “científicamente”, las falacias racistas, éstas siguen intactas en la subjetividad moderna como estructurantes de ella misma, a modo de prejuicios, es decir, como una convención pre-lógica que adquiere por acumulación cultural y reiteración pedagógica; además por la consolidación institucional clasificatoria que se corresponden con aquellos prejuicios. Objetiva y subjetivamente, el racismo penetra y atraviesa todas las esferas de la existencia, agudizando y agravando el alcance del conjunto de discriminaciones que, con la naturalización de las diferencias y su inferiorización, desata la violencia de modos inauditos; produciendo hasta movilizaciones sociales para “restaurar el orden” impuesto, cuando los inferiores osan desafiar lo que se concibe como “orden natural”. Entonces, el racismo no es un algo dado, una vez y para siempre sino, más bien, se trata de algo en continuo proceso de resignificación. La formalización de sus contenidos se halla en el fundamento mismo del pensamiento moderno; por eso también hasta puede prescindirse de la idea de raza y, no por ello, abandonar las dicotomías prototípicas del Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 120 mundo moderno. Superior-inferior, civilizado-bárbaro, son el sentido que expresan las dicotomías centro-periferia, desarrollado-subdesarrollado, atrasado-moderno, Norte-sur, etc., etc. Por eso la superación del racismo, no es sólo y únicamente, una tarea institucional. Se trata, más bien, de un proceso de reconstitución de la subjetividad de las propias víctimas, de su mundo, de su cultura y de todo aquello inferiorizado; de un proceso de liberación de toda naturalización de las relaciones de dominación y de clasificación jerarquizada de roles, trabajos y funciones. Por eso se trata de una tarea compleja que prescribe una transformación institucional como acompañante de una reconstitución y constitución de una nueva humanidad. Las estructuras coloniales de una sociedad y un Estado, que basan su clasificación social en una clasificación racial, delatan un sistema de dominación naturalizada que opera, tanto a nivel objetivo como en la propia subjetividad de los individuos. La transformación de todo aquello supone un proceso de transformación integral que se objetive, no sólo en nuevas instituciones sino en un nuevo ser humano, que deposite en esas instituciones su propia transformación, como constatación de la nueva forma de vida que porta la nueva intersubjetividad en proceso continuo de liberación de toda forma de dominación. La atención decidida a la superación del racismo, tiene que ver con su función legitimadora de toda forma de discriminación del mundo moderno; pues todo el conjunto de discriminaciones que conocemos se promueven siempre a partir de la devaluación absoluta del otro, de la naturalización y moralización de las diferencias. Eso es producto del racismo, como especificidad estrictamente moderno-occidental. No se trata de un fenómeno que atraviesa toda la historia de la humanidad, como una discriminación más, sino del mito fundacional del propio mundo moderno. La creencia en la “superioridad” europeo-occidental es lo innegociable en la idiosincrasia moderna, porque constituye la base y el fundamento de todos sus prejuicios, formalizado y desarrollado por las ciencias y la filosofía modernas. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 121 En tanto prejuicio o convención pre-lógica, el racismo es un mito, en el que se elabora la creencia básica de la conquista: hay “superiores” e “inferiores” por naturaleza. Es ideológica, porque es la visión básica de una subjetividad colonial que afirma lo ajeno antes que lo propio, valoriza más la forma de vida de los dominadores cuanto más desvaloriza su propia forma de vida, desprecia lo suyo como “inferior” y admira a los “superiores” (porque quiere ser como ellos), por eso se brinda a despojar más a los suyos para beneficio exclusivo de sus admirados. El racismo no es el resultante negativo de alguna exacerbación étnica; de este modo, apenas sería el exceso espurio de algún etnocentrismo. Pero ningún etnocentrismo ha desarrollado una clasificación naturalizada como lo hace el racismo moderno. Por eso no se trata de un fenómeno más, sino del “núcleo esencial” de un mundo profundamente injusto que, en cinco siglos, ha desatado la más acelerada carrera por la destrucción de todo y de todos. La riqueza moderna es injusta porque es el fruto del despojo sistemático de toda la riqueza de la humanidad y la naturaleza. Para hacer legítima esa situación, la modernidad debe justificar sus propias pretensiones, y lo hace a partir de sus propios mitos. En ellos se encuentra el racismo. Que no se trata de un mito de liberación sino de dominación, porque es, en su esencia, irracional, impuesto contra toda la historia y la humanidad y promovido en función del aniquilamiento sistemático de todas las víctimas que produce la expansión moderna. Hoy por hoy, el racismo pretende ser encubierto como una discriminación más, que se inscribiría en la propia naturaleza humana. Pero esto no es más que la sofisticación retórica de la misma naturalización de la dominación que ha producido el racismo. De ese modo se cree que, el racismo, puede ser considerado fuera de la historia; pero, si es así, entonces la modernidad afirma, de nuevo, su inocencia, y nos hace creer que la conquista es apenas un episodio, además, “superado”. Pero la injusticia monumental que produce la economía moderna –el capitalismo– es producto de toda la historia de despojo sistemático que se ha hecho y se sigue haciendo de la humanidad y del planeta. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 122 Si el racismo se nos apareciera como alguna “esencia metafísica o natural”, al margen de la historia, entonces, nadie tendría que hacerse responsable, ni siquiera el racista. La responsable sería esa “esencia”, “impersonal”, “neutra”; vindicación prototípica de un gnosticismo al servicio del poder. Por eso hablamos de una superación del racismo en cuanto reconstitución de la subjetividad de las víctimas. Por eso la historia, sobre todo, nuestra historia excluida y negada, se hace fundamental en ese proceso de reconstitución que precisamos, para enfrentar uno de los males más acuciantes del mundo que nos tocó vivir. Bolivian Research Review/Revista Boliviana de Investigación v11 n1 Agosto 2014 123