El sexismo en lo implícito

Transcripción

El sexismo en lo implícito
El sexismo en lo implícito
1.
Buenos días,
Quiero agradecer públicamente al Instituto Aragonés de la Mujer la
posibilidad que nos ha brindado de estar estos dos días de jornadas
sobre lengua y género, a la Facultad de Filosofía y Letras –en
particular a nuestro vicedecano, José Luis Corral- por su
colaboración a la hora de organizar todos los detalles de la misma,
y al grupo de investigación Sylex, al que pertenezco, por confiar en
mí para la presentación de esta sesión. Gracias, también, a todos
ustedes, por venir a compartir con nosotros este espacio de
reflexión sobre un tema que nos atañe a todos. Espero que mi
intervención les sirva para observar el fenómeno del sexismo en las
lenguas desde otros puntos de vista.
El tema que vengo a presentarles, tal y como aparece en el título de
la ponencia, es el sexismo en lo implícito.
No es, en absoluto fácil abordar este asunto en apenas 45 minutos,
pues supongo que se espera de mi que deje al menos claro qué se
entiende por sexismo, qué es esto de lo implícito y qué tiene que
ver con el uso de las lenguas. Para afrontar el reto, mi propósito es
seguir el siguiente orden en mi exposición:
2.
En primer lugar trataré de introducir el ámbito de “Lo implícito”,
atendiendo, aunque sea brevemente, no sólo a qué es, sino sobre
todo a para qué sirve y a cómo funciona. Para ello, aludiré en mi
exposición a ejemplos concretos de información implícita, llegando
así a los denominados estereotipos sexistas.
En segundo lugar, trataré de relacionar este ámbito de “lo implícito”
con el proceso de comunicación lingüística y les daré una
justificación de por qué creo yo que es relevante el tema que aquí
nos ocupa.
De este modo llegaremos a la parte más importante y extensa de mi
intervención, la que he denominado “Generando información
implícita”. Presentaré algunas nociones fundamentales sobre el
modo en el que las lenguas intervienen en nuestro conocimiento
implícito y entraremos a comentar ejemplos concretos de sexismo
implícito.
Para terminar, el último apartado tiene que ver con nuestra
responsabilidad como hablantes concienciados con esta realidad.
1
3.
Comencemos, pues, por el principio. Vamos a entender por
“conocimiento implícito” un conjunto de conocimientos y creencias
que poseemos de manera consciente o inconsciente y que
utilizamos constantemente para entender el mundo que nos rodea.
También, claro está, para entender los enunciados lingüísticos. Es
la llave que nos ayuda a relacionarnos con los demás y a entender
lo que vemos, olemos, sentimos y oímos. Eso no quiere decir que
todos estos supuestos sean verdaderos. Algunos lo son, y otros no
lo son. Los antiguos creían que la tierra era plana, y al llegar a un
sitio tan bello como Finisterre interpretaban que la tierra se
terminaba ahí. Una vez conocido que la tierra es redonda,
denominar a un lugar como “el fin de la tierra” sólo puede tener un
sentido metafórico.
En cualquier caso, sean verdaderos o no nuestros supuestos, lo
importante ahora es que nos permiten interpretar los hechos. Y es
que ni el mundo fenomenológico, ese que nos aparece por los
sentidos, ni los enunciados lingüísticos tienen sentido alguno si no
los relacionamos con ese conjunto de información que poseemos.
Pensemos en un enunciado tan banal y habitual en estos días como
el de
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“¡Qué frío! ¿verdad?”
Para entender este sencillo enunciado, aun cuando nuestro
interlocutor sólo quiera saber si estamos o no de acuerdo con él, es
evidente que recurrimos, al menos, a la información del mundo
siguiente:
1. La temperatura ambiente del planeta tierra oscila (no es
fija)
2. La temperatura corporal humana es sensible a los
cambios térmicos externos (hasta el punto de que puede
morir por congelación)
3. Nuestro sistema sensitivo nos advierte de la temperatura
exterior, inconsciente (piel de gallina, temblores..) y
conscientemente (sabemos que tenemos frío)
4. La sensación térmica es subjetiva, dentro de unos límites
compartidos
Este sencillo ejemplo nos hace caer en la cuenta, pues, de que para
entender cualquier enunciado ponemos en marcha determinada
información previa sobre cómo es el mundo. Esta información no la
hacemos explícita, sino que funciona en un nivel implícito,
consciente o inconscientemente.
2
5.
Veamos ahora un ejemplo bastante repetido que muestra muy bien
lo que queremos transmitir. Pensemos en una expresión como “ser
capaz de”. En principio, que alguien “sea capaz de algo” no es ni
bueno ni malo. Va a depender de qué sea capaz. Así, una oración
como
Es capaz de quedarse toda la mañana sin hacer nada
Se interpreta como una característica negativa, en el sentido de que
“se deja llevar”. La razón está en que quedarse sin hacer nada toda
la mañana es interpretado como algo negativo
Por el contrario, en una oración como es capaz de conseguir lo
que se proponga, se interpreta como algo positivo, en el sentido de
que consigue algo interesante y difícil. La razón también está en el
sintagma que acompaña a ser capaz de, pues conseguir las cosas
que nos propusimos es algo bueno.
Consideremos ahora las siguientes oraciones: ese chico es capaz
de acostarse con cualquiera frente a esa chica es capaz de
acostarse con cualquiera.
Muchos de ustedes, seguramente los más sinceros, estarán de
acuerdo conmigo en que estas dos oraciones no se suelen
interpretar igual. Mal que nos pese, porque nos pesa, que un chico
sea capaz de acostarse con cualquiera todavía hoy lo interpretamos
así, a bote pronto, como una característica positiva. El chico es
capaz de conseguir a la pareja sexual que desee. Por el contrario,
también a bote pronto, nuestro inconsciente nos lleva a considerar
la segunda oración en principio como algo no tan positivo. Esa chica
se deja llevar. En esta ocasión, la razón no está en el complemento
de la expresión “ser capaz de”, sino en su sujeto. Lo que nos lleva
al siguiente punto:
6.
Porque la verdad es que, mal que nos pese, porque
afortunadamente nos pesa, todos tenemos en mayor o menor
medida la losa de los estereotipos sexistas. En un intento de
simplificar, he tratado de reducirlos a cuatro ámbitos:
1. Obligación de cuidar a los demás, realizar labores
domésticas y salvaguardar el ámbito de la familia
tradicional
2. Dependencia económica, física o moral: infantilización,
sumisión, obediencia. Falta de capacidad de liderazgo
3. Invisibilidad: parece que las mujeres no somos relevantes
en el mundo científico, cultural o profesional. Inferioridad
intelectual. Poca disposición a la técnica.
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4. Obligación (y deseo irrefrenable) de ajustarse a un físico
determinado, frivolización.
Todos estos estereotipos funcionan en la gran parte de los casos en
nuestra sociedad de manera inconsciente. Quiero decir con ello,
que quiero pensar que todos los que estamos hoy aquí rechazamos
de plano cada uno de los estereotipos anteriores. Sin embargo, el
drama está en que los tenemos inconscientemente tan
interiorizados que los utilizamos para entender el mundo que nos
rodea y, por supuesto, sus enunciados. Si volvemos a nuestro
ejemplo anterior, podemos decir que una expresión como “esa chica
(o ese chico) es capaz de acostarse con cualquiera” no es, en sí
misma, ni positiva ni negativa, sino ambigua. En ambos casos se
podría interpretar tanto de un modo como del otro. Seguramente, a
aquellos que con rubor se han descubierto interpretando de distinta
manera las dos oraciones, lo que les ha pasado es que su
inconsciente ha utilizado un estereotipo sexista para desambiguar
una expresión ambigua. En el momento en el que uno usa su
pensamiento consciente, niega el estereotipo y rápidamente puede
interpretar el último enunciado como positivo ¿por qué no?: Esa
chica es capaz de acostarse con cualquiera, tal es su simpatía
y belleza.
Tengo que decir, que aquellos de ustedes que no hayan aceptado
que exista una diferencia en la interpretación de las dos oraciones,
seguramente se deba a que son personas especialmente sensibles
con el tema y a que estamos en un contexto en el que estamos
hablando de forma específica del sexismo en el lenguaje. En
cualquier caso, enhorabuena por sentirse un poco más libres de los
estereotipos dominantes hoy en nuestra sociedad, pero no bajen la
guardia, porque cuando menos se lo esperen se descubrirán
víctimas de estos mismos estereotipos. Desgraciadamente, no creo
que hoy por hoy haya nadie que se libre de ellos.
7.
Una vez introducido nuestro objeto de estudio, consideremos cuál
es la razón por la que puede resultar interesante analizarlo y hablar
de ello en público. Una posibilidad podría ser considerar que, a
pesar de que lo implícito es menos dañino que el sexismo explícito,
este último está prácticamente erradicado de nuestras modernas
sociedades. Desgraciadamente, no es el caso.
Quizá sea cierto que a determinados sectores de la sociedad ya no
nos interpelan con mensajes sexistas explícitos, al menos no como
hace tan sólo una década. Pero la verdad es que estamos lejos de
haberlo erradicado. Y no me refiero sólo a lo de “mujer tendrías que
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ser”, dicho de una conductora, que explicita claramente el
estereotipo número 3, según el cual tenemos cierta incapacidad
para realizar determinadas acciones, como la de conducir un coche.
Tampoco me refiero sólo a lo de “la mujer con la pata quebrada en
casa” que cada vez se oye menos, afortunadamente, y que hace
explícito el estereotipo 1, por el que nuestro ámbito más natural es
el doméstico, sino que me refiero a mensajes explícitos nuevos,
asociados a la publicidad y el marketing.
8.
Especialmente dañinos a este respecto son, claro está, los
mensajes explícitos que dirigen a nuestras hijas. En un Anuncio de
muñecas Bratz se oía una voz en off que aseguraba “Lo
importante es participar y estar guapa”, donde tenemos un claro
ejemplo de estereotipo sexista del tipo 4.
9.
En el siguiente anuncio, recogido de la revista de adolescentes
Loka, fíjense en lo que aparece escrito en la carta que lleva la chica
en la mano: Si no te gusto así puedo cambiar absolutamente
“Todo” lo que quieras. El mensaje se explica aun más si siguen
leyendo y descubren que venden varias fragancias de desodorante
para que la chica se ponga la que le guste al chico en cuestión.
Obviamente estamos ante un estereotipo sexista del tipo 2 muy
explícito, por el que se refuerza el mensaje de que las mujeres
debemos ser sumisas y moldearnos al gusto de nuestras parejas
masculinas.
Quizá quepa hacer aquí una breve reflexión. En nuestra sociedad
actual, este tipo de mensajes dirigidos a mujeres adultas
seguramente no prosperarían. Los ataques explícitos se interpretan
conscientemente y por ello las mujeres adultas tienen ahora sí la
tendencia general a rechazarlos, igual que rechazamos los
estereotipos sexistas cuando los vemos escritos en una diapositiva.
Ahora bien, al dirigir estos ataques explícitos a niñas y
adolescentes, es posible que la reacción de estas sea distinta. No
en vano en esa época de la vida se están buscando referentes para
construir la propia identidad. Es, por esto, que la aparición de este
tipo de mensajes explícitos dirigidos a niñas y adolescentes sea tan
peligrosa.
Pero, volviendo a lo que nos preocupaba, digamos que la ausencia
de mensajes explícitos sexistas no es la razón por la que
consideremos importante hablar de lo implícito. La razón es otra.
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10.
Para entenderla bien, tenemos que volver a describir esa
información acerca del mundo que usamos para interpretar lo que
percibimos por los sentidos, incluidos los enunciados lingüísticos.
Dicha información, almacenada en alguna parte de nuestra
memoria a largo plazo, aparece organizada en supuestos
jerarquizados, de tal modo que unos supuestos los consideramos
más seguros que otros.
La jerarquía tiene que ver, sobre todo, con el modo en el que ha
llegado ese supuesto a nuestro conocimiento. Simplificando
conscientemente mucho las cosas, podríamos decir que lo que más
seguro tenemos es aquello que sabemos como fruto de nuestra
experiencia personal, dejando en segundo lugar aquello que
sabemos porque nos lo han comunicado otros. Y también
dependerá de cómo haya sido nuestra experiencia (más o menos
fuerte) o del grado de veracidad del que nos lo haya contado. En
cualquier caso, no todos los supuestos tienen la misma fuerza.
11.
Por otro lado, es importante saber que dicho conjunto de creencias
no es inmóvil. La experiencia y por supuesto, los enunciados a los
que estamos expuestos, interactúan con dicha información para
reforzarla, debilitarla o incluso sustituirla. Y aquí también hay una
jerarquía: la experiencia tiene más poder para sustituir o cambiar
presupuestos previos que lo comunicado. Y, dentro de lo
comunicado, es más fuerte lo implícito (por la eventual falta de
consciencia) que lo explícito. Y esta es la razón por la que
consideramos relevante hablar de lo implícito hoy aquí: por su poder
con respecto a nuestros supuestos, a nuestras creencias.
Pero, sin quererlo, hemos dado un salto demasiado grande en
nuestra argumentación. Hasta el momento lo único que habíamos
dicho era que lo implícito parte de los conocimientos de una
persona y sirve para interpretar los enunciados. ¿Cómo es posible,
entonces, comunicar lo implícito?
Pues es posible porque las lenguas cuentan con distintos
mecanismos para generar conocimiento implícito. Es decir, para
comunicar afirmaciones sin pronunciarlas.
El caso más sencillo de todos es el de las presuposiciones.
12.
Información IMPLÍCITA asociada a determinadas expresiones
lingüísticas y que constituye un requisito sine qua non para
que el enunciado tenga sentido. Así, por ejemplo, si yo digo “mi
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tío está enfermo” yo no he tenido que decir que “yo tengo un tío”.
No es necesario decirlo expresamente, porque lo he comunicado de
todos modos. Nótese que si yo no tuviera ningún tío, la oración “mi
tío está enfermo” sería absurda, un sinsentido.
Pues bien, recapitulando hasta aquí, resulta que existe un
mecanismo para generar de modo inmediato información implícita,
que todo interlocutor va a recibir, aunque no sea de forma
consciente. Dicha inconsciencia (por parte del receptor) hace que
esta información comunicada sea más poderosa a la hora de
modificar, sustituir o reforzar los supuestos preexistentes. Así, en el
ejemplo anterior, si yo creía que el hablante no tenía familia y le
escucho decir que su tío está enfermo, rápidamente y de forma
consciente o inconsciente, voy a sustituir mi supuesto: a partir de
ahora, ya sé que sí tiene familia. Por el contrario, si yo ya creía que
tenía un tío, dicha oración va a reforzar este supuesto.
Así, vamos a estudiar el sexismo en lo implícito porque cuando nos
comunican (o comunicamos nosotros sin querer) supuestos sexistas
de manera implícita, dicha comunicación va a reforzar el sexismo
imperante en nuestra sociedad, ralentizando el proceso de igualdad.
Acabo de decir que nosotros podemos comunicar supuestos
sexistas y este es un punto importante en el que me deseo detener.
Porque puede parecer que los mensajes sexistas nos los
comunican los otros, los que no están concienciados con la falacia
de los estereotipos sexistas, y que nosotros y nosotras, los que nos
paramos a reflexionar sobre estos hechos, no somos más que
pobres receptores de discurso sexista que nos tenemos que
preparar para encararlo. Lamento decirles que nada más lejos de la
realidad, pues todos y todas somos generadores de discurso
implícito sexista. A continuación les presentaré un conjunto de
ejemplos y en algunos de ellos podremos comprobar cómo
personas poco sospechosas de irreflexivas o despreocupadas por
el tema generan este tipo de supuestos, incluso cuando tratan de no
hacerlo.
Tampoco querría yo que cundiera aquí el desánimo ni el pesimismo.
Creo que es importante ser conscientes de esto, pero recuerden
que he reservado un último apartado en el que hablaré brevemente
de cómo podemos actuar.
13.
Comencemos ya con la ejemplificación que les traigo. Un generador
de presuposiciones es, por ejemplo, la palabra también. En
concreto, conlleva la existencia de otra afirmación anterior y
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más obvia. Así, imaginemos que existen dos grupos de individuos:
el grupo A y el grupo B y alguien dice algo así como Los del grupo B
también vienen. Creo que estarán de acuerdo conmigo que esto
conlleva que el hecho de que los del grupo A vienen es obvio,
conocido y evidente.
De hecho, si no sabemos nada acerca de estos dos grupos, y
alguien dice “el grupo B también viene”, consciente o
inconscientemente obtendremos también la información de que “el
grupo A viene y eso ya deberíamos saberlo de antes”. Si antes
intuíamos que el grupo A venía, la frase “el grupo B también viene”
habrá reforzado de forma clara nuestro supuesto.
14.
Con esta reflexión en la cabeza, consideremos el siguiente ejemplo.
En 2008, el tercer premio Mujer y Publicidad “Crea igualdad” fue
otorgado al anuncio de detergente para lavadoras Punto Matic, por
su llamamiento explícito a la corresponsabilidad en el hogar.
Desgraciadamente, el slogan de la campaña incluía una
presuposición de marcado carácter sexista: Ellos también pueden
presupone que ellas, es decir, nosotras, las mujeres, es obvio,
conocido y evidente que podemos manejar una lavadora. Esto es,
se trata de un estereotipo sexista del primer tipo, que incide en la
obligación de la mujer de dedicarse a las labores domésticas.
Desde que apareció el anuncio, y antes incluso de que fuera
premiado, vengo yo diciendo en mis clases y fuera de ellas la
evidente presuposición sexista que encierra tan desafortunado
eslogan. Muchos me han contestado, sin embargo, que es que las
cosas son así, y que por tanto hay que partir de ahí. Ante eso, dos
matizaciones: (1) en realidad no son así. Las mujeres no podemos
poner la lavadora por el hecho de ser mujeres. Hay muchas jóvenes
que jamás han puesto una, sin menoscabo de su feminidad. Y (2)
aunque así fuera, utilizar un mensaje implícito para comunicar tal
hecho de desigualdad no es, en cualquier caso, un buen camino
para conseguir la tan buscada igualdad real. Si queremos hablar de
cómo son las cosas en el mundo que nos ha tocado vivir, debemos
hacerlo de forma explícita, a modo de denuncia, y no de forma
implícita, pues lo implícito perpetua el statu quo confundiendo que
algo sea real con que algo sea natural.
Nótese, además, en este primer ejemplo, como los estereotipos
sexistas son comunicados por personas que están tratando de
manera fehaciente de trabajar por la igualdad. Hace falta, pues, un
verdadero esfuerzo y preparación para no hacerlo.
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15.
Pasemos a otro ejemplo. Ahora partimos de la palabra pero. Esta
conjunción se utiliza para relacionar dos elementos que
necesariamente han de ser contradictorios entre sí. De este modo,
un enunciado como “Es rico pero honrado” transmite la
presuposición de que los ricos no suelen ser honrados.
De hecho, si nuestra información acerca de cómo es el mundo no
considera que los ricos suelan ser gente poco honrada, lo normal es
que nos sintamos incómodos con la frase que tienen en la
diapositiva. El choque de lo implícito comunicado y sus supuestos
es lo que les hace reaccionar.
16.
Cristina Fernández, Presidenta de Argentina, en declaraciones en
una entrevista, recogidas por gran parte de la prensa nacional e
internacional dijo: Esta presidenta puede ser mujer, pero no se va a
dejar presionar, lo que presupone, necesariamente, que las mujeres
por lo general nos dejamos presionar, esto es, una vez más el
estereotipo sexista número 2, que incide en nuestra falta de
liderazgo y nuestra tendencia a la sumisión y a la obediencia.
Nótese que al transmitir este tipo de presuposiciones: que es obvio
que las mujeres podemos poner la lavadora, o que por lo general
las mujeres nos dejamos presionar, difícilmente va a operar el
consciente (de ahí que haya tanta reticencia a considerar que existe
realmente la referencia sexista), por lo que la consecuencia es que
estos supuestos transmitidos van a poder reforzar de una manera
importante los estereotipos sexistas que todos y todas tenemos.
17.
Más casos. Las palabras hasta o incluso Introducen un argumento
mucho más fuerte que los anteriores, por lo inesperado: nótese que
una oración como Hasta / Incluso mi enemigo me animó en esa
ocasión, lo que hace es dar un argumento fuerte (que fuera mi
enemigo el que llegara a animarme), para la conclusión de que
hubo muchos elementos o personas que me animaron (si lo hizo mi
enemigo, imagínate el resto). Esto mismo explica la rareza de una
oración como ???Hasta / incluso mis fans me animaron, puesto que
lo normal es que los fans animen. Nótese que esta última oración la
interpretaríamos como irónica. Consideramos, pues, que lo que
viene introducido por hasta o incluso es lo menos esperado, lo más
difícil.
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18.
Para ver que esto de las presuposiciones sexistas ocurren en todo
ámbito, les he traído aquí ejemplos de lo más diverso. En esta
ocasión es una frase extraída del Discurso del Método, de
Descartes, quien en un momento determinado afirma que quiere
que le entiendan hasta las mujeres. Obvia decir que considerar que
lo más difícil es conseguir que las mujeres entiendan la filosofía
redunda en el estereotipo sexista tercero. Aquel que considera que
somos inferiores desde el punto de vista intelectual.
19.
Pero cambiemos absolutamente de ámbito, de registro y de siglo.
En la descripción de los Oscar de 2006, el abc.es decía (sólo leo lo
resaltado en negrita): “Incluso los hombres (...) se transforman en
cajas registradoras una vez caminen por la alfombra roja, revelen
las marcas y sonrían a la cámara”, nótese que en esta ocasión lo
que se considera raro es que los hombres se dejen llevar por la
frivolidad de la alfombra roja. Es raro en los hombres, no lo es, claro
en las mujeres, por lo que se incide en el estereotipo sexista 4, que
nos presenta necesariamente ligadas a la frivolización y al mundo
de los sentidos.
20.
Similar es el caso de la expresión aunque sea, que introduce un
fuerte argumento en contra, para decir que va a ser superado. Así,
una oración como Te queremos, aunque seas un desastre,
comunica que “ser un desastre es un argumento en contra, que
consiguen superar, para quererlo”. Nótese lo raro que quedaría que
alguien dijera: ???Te queremos, aunque seas un amor, dado que
ser un amor no es un argumento en contra para quererlo, salvo que
se interprete como irónico.
21.
Volviendo de nuevo al ámbito de las mujeres políticas, La senadora
Jaroslava Moserová se presentó a las elecciones de la presidencia
de la República Checa. En www.radio.cz se le pregunta si su
intención es simplemente debilitar a los favoritos, a lo que ella
contesta: No se debe menospreciar a ninguno de los candidatos,
aunque sea mujer. Lo que está transmitiendo es, claro está, que ser
mujer es un evidente argumento en contra para ser un candidato
aceptable, por lo que retomamos el estereotipo sexista 3, que no
nos considera importantes en el mundo profesional (incluido el
político).
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22.
Los ejemplos son abundantes. Pensemos ahora en las oraciones
introducidas por pronombre interrogativo. Este tipo de oraciones
dan por verdadero el resto de la pregunta, al centrarse en el
pronombre. Esta presuposición es la que ha dado origen a los
famosos juegos del lenguaje del tipo de ¿De qué color son las
mangas de los chalecos rusos?, donde la gracia está en que la
gente se pone a pensar en cuál es el color, sin ser conscientes de
que obviamente los chalecos no tienen mangas (la presuposición de
que el resto es verdadero es tan fuerte, que cuesta darse cuenta); o
en ¿Quién mató a Caín?, pregunta a la que la mayoría contestamos
raudos ¡Abel! Porque no consideramos la posibilidad de que no
haya un asesino conocido de Caín. Esto mismo es lo que explica
por qué es tan peligroso para un adolescente contestar a los
progenitores cuando le preguntan ¿Por qué llegaste tarde anoche?.
En el momento en que conteste, habrá aceptado la presuposición,
que casi queda inadvertida, de que efectivamente llegó tarde.
23.
En este contexto, huelga explicar la pregunta que aparece en una
entrevista a Nuria Cobo. Al preguntar Por qué las mujeres pierden la
cabeza por unos zapatos, comunica que efectivamente las mujeres
vamos perdiendo la cabeza por los zapatos, lo que nos remite una
vez más al estereotipo sexista 4, que nos relaciona con la frivolidad.
Nótese que en este ejemplo, como en los demás, lo único que nos
queda es negar la mayor. Si somos capaces de parar la
presuposición (lo que advierto que no siempre es fácil), se ha de
hacer explícito nuestro rechazo a la presuposición. A algunas
mujeres les pasa eso de que pierden la cabeza por unos zapatos;
pero a otras no. Exactamente igual que les ocurre a ellos.
24.
Un último ejemplo es suficiente antes de hablar de otros asuntos.
En un anuncio publicitario de Philips, en el que varias manos iban
destapando cajas, la única voz femenina en off dice: Veo tecnología
que hace que no me sienta tan torpe. Obviamente, para que algo te
haga sentir menos torpe, debes sentirte torpe previamente, por lo
que volvemos al ya habitual estereotipo Sexista número 3, según el
cual tenemos poca propensión a la técnica.
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25.
Hasta aquí lo implícito producido a partir de presuposiciones. Pero
existen otras muchas formas de construir supuestos implícitos.
Veamos, antes de acabar, algunas de ellas.
Así, por ejemplo, en ocasiones lo implícito surge por motivos
argumentativos.
Si recordamos un poco la lógica clásica, sabrán que para llegar a
una conclusión, del tipo “Sócrates es mortal”, hacen falta dos
premisas, como “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es
un hombre”, por ejemplo.
Pues bien, la argumentación coloquial es un generador de
conocimiento implícito porque de forma explícita sólo presentan una
premisa y una conclusión. Para que la argumentación tenga algún
sentido, la premisa que falta la recoge el interlocutor de forma
implícita.
Nótense las ventajas de este procedimiento frente al clásico: al no
hacer explícita una de las dos premisas y obligar al interlocutor a
rellenar huecos, le está obligando a hacer suya la verdad de dicho
supuesto. Es, de este modo, una forma mucho más potente de
comunicar determinados mensajes.
26.
Un ejemplo lo tenemos en el siguiente fragmento de una telenovela.
Dice uno de los personajes:¿Quién es el marido? Yo ¿no?. Pues
entonces se hará lo que yo diga. Evidentemente aquí sólo se nos ha
presentado una premisa (del tipo “yo soy el marido”) y una
conclusión lógica (“pues entonces se hará lo que yo diga”). Para
enlazar la premisa a la conclusión, es necesario aceptar, por tanto,
que los maridos tienen derecho a mandar, y las mujeres la
obligación de obedecer, lo que nos lleva una vez más al estereotipo
sexista 2
27.
Más ejemplos de mecanismos generadores de lo implícito: Miguel
Ángel Rodríguez, en unas declaraciones bien conocidas dijo:
La constitución ha cumplido 18 años, la edad en que las mujeres se
ponen de largo y los ciudadanos acuden a votar Nótese como
explicita sin ningún rubor el estereotipo sexista número cuatro, que
nos relaciona a las mujeres con la frivolidad, las fiestas de puesta
de largo, etc. No obstante, eso no es lo que hizo famoso el
comentario. Por lo que se le recuerda es por su mensaje implícito:
al contraponer a las mujeres con los ciudadanos, parece indicar que
el supuesto uso genérico de estos últimos no nos acaba de incluir.
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Volvemos, pues, al Estereotipo sexista 3, que redunda en nuestra
invisibilidad.
28.
Un último ejemplo del mismo tipo: El slogan de la consejería de
mujer e igualdad de la comunidad de Madrid del año pasado decía:
La conciliación de la vida familiar y profesional de nuestras mujeres
es posible. Nótese que, en este caso, al hablar de la conciliación de
las mujeres, e invisibilizar (por no nombrarlo) la conciliación de la
vida familiar y laborar de ellos, los hombres, volvemos al estereotipo
sexista número 1.
Creo que con estos ejemplos aportados puede ser suficiente. Creo
que ha quedado claro cómo se genera la información implícita, lo
fácil que es transmitir un estereotipo sexista y lo difícil y necesario
que resulta descubrirlos y cancelarlos. Avancemos ahora nuestra
reflexión un poco más allá, retomando el tema de la sesión que nos
precede.
29.
¿Tiene esto de lo implícito sexista algo que ver con el género
gramatical?
Si esta pregunta se interpreta como si tiene algo que ver lo que
venimos hablando con el género que aparece asociado a
determinadas palabras, sean éstas sustantivos, adjetivos, o
cualquier otra palabra que en la lengua que sea tenga variación de
género, tengo que responder que no. El género de las palabras es
una marca gramatical que no implica, per se, ninguna presuposición
implícita, ni sexista ni de ningún otro tipo. El género es un
clasificador en el caso de los nombres, arbitrario, hasta el punto de
que lo que es femenino en una lengua es masculino en otra y
viceversa. En cuanto al género de otras palabras, como el adjetivo,
únicamente se trata de una marca de concordancia, aspecto este
incuestionablemente lingüístico, como el caso gramatical, por
ejemplo. De este modo, rechazo tajantemente que el hecho de que
cocina sea femenino y salón sea masculino, pongamos por caso,
sean ejemplos del sexismo en el lenguaje. No lo son, en el sentido
de que la razón por la que uno es femenino y el otro es masculino
no tiene que ver con la vida de las personas, sino con la vida de las
palabras. De ahí que tampoco nos debamos sentir aliviados porque
últimamente se hayan puesto de moda comer en los offices (en
masculino), o porque alguien prefiera denominar sala (en femenino)
a la estancia principal de su casa.
13
Hasta ahí lo que corresponde al género en las palabras.
30.
Ahora bien, si lo que se me pregunta es si todo esto de lo implícito
sexista tiene que ver con el género de las expresiones referenciales
sexuadas, ahí mi respuesta es otra. Y es que cuando ya no
hablamos de palabras de una lengua, sino de expresiones para
indicar una realidad de ahí fuera, es evidente que en ese momento
las referencias genéricas cobran importancia en tanto en cuanto nos
ayudan a encontrar al referente adecuado.
Pero no nos precipitemos y vayamos poco a poco. Una de las
primeras presuposiciones que les he mostrado hoy hacía referencia
a la conocida Generalización Existencial, según la cual, cuando
usamos una expresión referencial nos comprometemos con la
existencia del referente. Esto es, que cuando alguien dice que “mi
tío está enfermo” se compromete con la existencia de “su tío”, lo
que nos lleva, ahora sí, a que tiene un tío. Pues bien, si le damos la
vuelta a la generalización existencial, podríamos decir que con
aquello que no se nombra no hay un compromiso de que exista. Y
ahí ya podemos hablar de la importancia del género gramatical de
las expresiones referenciales en la visibilidad de las mujeres.
En este sentido, creo que es importante que las expresiones
lingüísticas hagan visibles a los referentes femeninos.
Así, por ejemplo, consideremos el uso del masculino genérico. Es
fácilmente demostrable que cuando utilizamos un masculino
singular, lo habitual es que nos estemos comprometiendo con la
existencia de un referente masculino y singular. Así, si hablas de lo
que te ha dicho “el médico de cabecera”, mi interpretación,
consciente o no, es que se trata de un referente masculino. Algunas
personas afirman que no, que cuando oyen hablar de “el médico de
cabecera” (y no lo conocen, claro) interpretan un referente
asexuado, como si dichos referentes humanos existieran; y aun hay
otros que afirman que cuando escuchan “el médico de cabecera”
interpretan que se trata de una mujer. Difícil de creer. El problema
está en que todas esas afirmaciones se basan en una
introspección, en una reflexión sobre lo que les pasa cuando
escuchan tal o cual expresión. En ese sentido, es difícil discutir,
pues si mi introspección y la suya no coinciden ¿quién podrá tener
razón?.
31
Un modo más razonable de dilucidar lo que ocurre es con pruebas,
en este caso de ámbito lingüístico. Utilicemos expresiones que se
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desambigüen con el género del referente, del tipo de “ser capaz de
acostarse con cualquiera”. En estos casos, se puede comprobar si
el masculino singular remite a un referente asexuado (en cuyo caso,
aparecerá la ambigüedad absoluta), un referente femenino (con el
estereotipo sexista asociado, qué se le va a hacer), o un referente
masculino (con la idea positiva de la que hablábamos al principio).
Les insto a que hagan ustedes la prueba, con una expresión como
“un español” (un español es capaz de acostarse con cualquiera)
frente a lo que sucedería con “una española”.
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Todo parece indicar, que el masculino singular, en principio, se
compromete con la existencia de referentes masculinos, como no
podría ser de otra manera. Es por esto que parece recomendable
usar una expresión referencial femenina para comprometerse de la
existencia de referentes femeninos.
Es decir, que si la persona que te ha juzgado esta mañana era una
mujer, lo suyo es que te refieras a ella con una expresión referencial
en femenino: “la juez”. Nótese que digo la juez y no la jueza. Mi
elección no es debida a que desprecie el neologismo, sino al hecho
de que, por un lado no es en absoluto necesario (la juez remite al
mismo referente femenino que la jueza) y a que, por otro lado, creo
que hoy en día la terminada en a no ha triunfado sobre la terminada
en consonante: hay diversidad al respecto y por ende tengo libertad
para elegir no duplicar las palabras existentes en mi lengua. El día
que la duplicidad haya ganado la partida, me rendiré, como tantas
otras veces he hecho, pero sin considerar que hayamos ganado en
la lucha por la igualdad. Será, para mí, un reajuste lingüístico
promovido seguramente por un fenómeno de analogía.
Hay otro tipo de genéricos que admiten una discusión un tanto
mayor: los plurales.
No me estoy refiriendo aquí a los plurales de los adjetivos que
concuerdan con expresiones referenciales bien definidas. Esto es,
en una oración como Los hombres y las mujeres están satisfechos,
el acto de referencialidad está promovido por las expresiones
referenciales “los hombres” y “las mujeres” respectivamente, por lo
que no es en absoluto necesario incluir la doble referencia en el
adjetivo. La concordancia es un asunto de la lengua, no del
referente y por ello no añade información ni ventajas hacerlo.
Que no se me entienda mal. A los hablantes que gustan de hacer
estos dobletes, no tengo nada que decirles. Bien sé que la lengua
es nuestra y que con ella podemos jugar como gustemos. Lo que
15
quiero decir, simplemente, es que no colaboran con la identificación
de la referencia, que ya está hecha, y que por tanto, a efectos de la
visibilidad de las mujeres ya no aportan gran cosa.
Dejando a un lado los adjetivos en concordancia, pasemos a las
expresiones referenciales plurales. Dicen los que están en contra de
distinguir los géneros de las expresiones referenciales, que un
masculino en plural incluye tanto a ellos como a ellas. Creo
sinceramente que a veces sí, pero otras muchas veces no. Así, por
ejemplo, si se me acerca alguien y me dice “Tenéis que venir
todos”, esa segunda persona del plural del verbo está
desambiguando el referente de “todos”. Quiero decir que, para que
el enunciado tenga sentido, o me está diciendo que yo soy del sexo
masculino (espero que no), o está utilizando el “todos” como
genérico. Así lo entiendo yo sin problemas, y por ello, quizá no sea
necesario que añada nada más. Sin embargo, los casos en los que
el contexto aclara la posible ambigüedad no son tan comunes como
pudiera parecer en un principio y el uso del masculino plural en
muchas ocasiones lo que logra es, efectivamente, invisibilizarnos.
Como muestra, un botón.
33.
En el desafortunado eslogan de este cartel conmemorativo del
cuarenta aniversario de la universidad nacional de Rosario, se lee:
40 años formando hombres pensantes. Tras leerlo, a muchos de
nosotros nos ha dado la impresión de que se trataba de una
universidad exclusivamente masculina.
En suma. Soy consciente de lo complicado que resulta, en la lengua
oral (no diría lo mismo para el lenguaje administrativo, por ejemplo),
ser fieles a nosotros mismos y ser paritarios al hablar. Les lanzo, sin
embargo, un reto que yo creo que no es tan difícil de cumplir y que
es absolutamente necesario. Asegúrense, en sus conversaciones
privadas y en sus relaciones laborales, que cuando se refieran a
una mujer todo el mundo que les escuche sepa que, efectivamente,
están hablando de una mujer. Sepan que si lo hacen nos estarán
dando a nosotras un lugar en el mundo.
34.
Y así llegamos a la última parte de esta intervención, en la que mi
propósito es que reflexionemos acerca de qué podemos hacer para
conseguir el objetivo. Objetivo que no es otro que acabar con los
estereotipos de género, estos mitos que todos compartimos y que
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conllevan desigualdad, irracionalidad, injusticia y, no nos olvidemos,
violencia y muerte. Hemos avanzado mucho, muchísimo en pocos
años. Mi vida apenas tiene que ver con la vida de mi madre, pero
tengo el propósito firme de que mi hija, dentro de treinta años,
pueda afirmar estas mismas palabras y que su vida tenga, en este
ámbito, también poco que ver con la nuestra. Y eso, lo sabemos,
está en nuestras manos. ¿Qué podemos hacer?
35.
En primer lugar, creo que el primer paso es la introspección, la
reflexión. Si se van de estas jornadas reconociendo que sobre
ustedes pesan los estereotipos sexistas, me doy por satisfecha. Hay
que estar pendientes de nuestras propias interpretaciones de los
hechos, de los enunciados; atentos a nuestros propias palabras. En
segundo lugar, les insto a que estén atentos a los mensajes
explícitos de carácter sexista que todavía hoy aparecen en los
medios de comunicación, en los libros de texto, en la publicidad, en
todas partes. Estén atentos y denúncielos. Por nuestras hijas.
Porque en su búsqueda de referentes para crear una identidad, no
se crean esos mitos que las hacen más pequeñas y menos libres.
Tenemos que conseguir que esos mensajes explícitos no queden
impunes, que las leyes protejan a nuestras menores de estos
ataques absolutamente premeditados y conscientes.
36.
Un poco más difícil, pero también posible: estemos atentos a los
mensajes implícitos y cancelémoslos. Los creativos que fueron
capaces de crear un spot tan interesante como el de Punto Matic,
fallaron en el eslogan. Quizá, si alguien se lo hubiera advertido, lo
habrían sustituido por uno mucho más bonito, sin presuposiciones
sexistas, como el de Todos podemos.
Lo mejor que podemos hacer con el sexismo implícito es negarlo de
forma explícita. Sacar los fantasmas a la luz y decirles que no son
reales. La presidenta Fernández, quizá habría podido decir algo
como: Esta presidenta es mujer, y puede que eso os haga pensar,
por los estereotipos sexistas imperantes, que podríais presionarla,
pero no va a ser el caso.
La consejería de igualdad y mujer de la comunidad de Madrid
simplemente tenía que evitar la reducción del problema, con lo que
podría haber utilizado simplemente un eslogan como el de La
conciliación de la vida familiar y profesional es posible.
La Universidad Nacional de Rosario sin duda habría cambiado en el
suyo ‘hombres’ por ‘personas’.
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Aquí me gustaría hacer una precisión que considero importante.
Como ya he repetido en varias ocasiones, los mensajes sexistas
implícitos los generamos habitualmente de forma inconsciente, es
fruto de una cultura dominante y nadie está libre de hacerlo en un
momento determinado. De este modo, cuando descubramos que
detrás del discurso ajeno hay un implícito sexista, debemos
hacérselo ver, sin hacer que se sienta por ello culpable de nada.
Acabar con los estereotipos es labor de todos y como una bola de
nieve, cuantos más seamos sensibles al problema, más sensibilidad
habrá en la sociedad.
Les he pedido reflexión con sus propios supuestos, valentía para
denunciar los ataques explícitos, mano izquierda para hacer visibles
los ataques implícitos, y aun me voy a atrever a pedirles algo más:
que sean creativos y que se atreva a crear mensajes implícitos con
carga ideológica igualitaria. Hemos aprendido lo valiosa que es la
comunicación implícita para cambiar los supuestos de los demás.
Utilicémosla. No es tan complicado como parece. Consiste en partir
del mundo que nos gustaría tener, en lugar de partir del que nos
han dicho que existe. Un ejemplo de esto es reivindicar a nivel
laboral los derechos de los varones para su conciliación laboral.
37-38.
El tiempo se termina y es momento de pasar al debate. Muchas
gracias por su atención y suerte.
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