El texto que ofreceré a continuación está extraído del libro TEORÍA
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El texto que ofreceré a continuación está extraído del libro TEORÍA
El texto que ofreceré a continuación está extraído del libro TEORÍA DE LA ESCRITURA, de Jesús Mosterín. Si queremos comunicarnos por escrito unos con otros, si queremos leer y escribir, hemos de aceptar todos el someternos a una normativa común, a una ortografía. Cualquier ortografía, por mala que sea, es preferible a la ausencia de norma común, pues la comunidad del código es una condición imprescindible de la comunicación. Pero el que necesitemos una ortografía no significa que la actualmente vigente sea la única posible, ni la mejor. La mejor escritura es la escritura alfabética perfecta, es decir, la que se ajusta al principio fonémico. Es la más fácil de aprender y de usar, la más económica y eficaz. Pero el principio fonémico se ve limitado por las restricciones transdialectal, semántica y morfémica. Pasa lo mismo que con una carretera que deba unir dos ciudades. Lo mejor, en principio, (lo más eficaz y económico) es que las una en línea recta. Pero sin entre medio hay algún desnivel, pendiente u obstáculo natural, puede ser preferible bordearlo. También vale la pena apartarse del trazado recto para salvar algún árbol centenario o algún monumento de interés. Lo que sería absurdo es que la carretera describiese curvas peligrosas y cerradas en medio de la llanura y en ausencia de obstáculos que bordear o de monumentos que salvar; si eso ocurriese, habría que reformar el trazado de la carretera, para ahorrar tiempo, esfuerzo y gasolina, sin perder nada a cambio. Lo mismo ocurre con la ortografía. En algunos casos nos desviamos justificadamente del principio fonético. Pero otras desviaciones son absurdas, no contribuyen para nada al proceso de la comunicación, constituyen una complicación engorrosa, antiestética y sin contrapartida de la escritura y deben, por tanto, ser eliminadas mediante la correspondiente reforma ortográfica. La reforma ortográfica tendría enormes ventajas económicas, pedagógicas, científicas y estéticas. La ortografía alemana tiene un nivel de complicación parecido al de la española, y L. Weisgerber ha calculado que se pierden al año más de 200 millones de horas de aprendizaje (alumnos) y más de 7 millones de horas de enseñanza (de maestros) en aprender, retener y ejercitar las patografías inútiles de la escritura alemana. Un cálculo provisional efectuado por mí y por algunos maestros de escuela indica que cada infante español dedica más de 600 horas de su vida a aprender, retener y ejercitar la ortografía tradicional. Los ingleses y los franceses (¡y no digamos los chinos y japoneses!) tienen que emplear mucho más tiempo. Pero la reforma fonémica de la ortografía permitiría liberar la mayor parte de esas horas para actividades más importantes, especialmente para adquirir una mayor soltura en el manejo del lenguaje, una mayor facilidad de expresión y un vocabulario más rico. Las “faltas de ortografía” (que son defectos de la ortografía vigente y no del que las “comete”) tienen también nefastas consecuencias en la vida de los adultos. Muchos se sienten inhibidos por el miedo a cometerlas y escriben menos cartas, instancias, peticiones, informes, etc., de lo que harían con una ortografía racional que eliminase dichas faltas. Julio Casares ha señalado cómo el recelo por toda reforma ortográfica que sienten los mediocres que ya han logrado dominar la ortografía tradicional se basa en el miedo a perder el miserable privilegio que tal dominio les confiere. Pero Casares invita a estos semicultos a adoptar una actitud más positiva ante la reforma, pues ella contribuiría a que los niños del mañana puedan dedicar todo el esfuerzo al cultivo del lenguaje, que es la más fecunda gimnasia del pensamiento. Con la reforma podrían los infantes aprender a hablar y escribir con soltura, claridad y precisión, en vez de perder su tiempo y esfuerzo memorizando arbitrariedades mediante los temidos dictados ortográficos. “Lástima -escribe José Polo- que los educadores recurran a estas pruebas tan faltas de sentido profundo y creen héroes que no necesitarían serlo”. Aquí viene a cuento la anécdota de BERTOLD BRECHT, que, al escuchar, “dichosos los pueblos que tienen héroes”, replicaba:”No, dichosos los pueblos que no necesitan héroes”. Lo que necesitamos no son más héroes de la ortografía tradicional, sino una nueva ortografía que haga innecesarios los héroes. La implantación de la reforma ortográfica fonémica, que elimina de raíz la necesidad de héroes de la escritura, constituye una política cultural incomparablemente más racional, filantrópica, barata y realista que la sádica y utópica política alternativa, que pretende convertir a la totalidad de la población en héroes de la ortografía. De todos modos, ni el tiempo perdido, ni los esfuerzos mal empleados, ni el dinero despilfarrado, ni los traumas sociales inducidos son la peor consecuencia de la ortografía tradicional. Aún más lamentable resulta la educación para la irracionalidad, para la aceptación ciega y acrítica de normas autoritarias incomprensibles, y la frustración del sentido lógico incipiente de los infantes. El gran lingüista F. Brunot decía en un informe dirigido al Ministerio Francés de Educación: “Como la mayor parte de las veces resulta imposible fundamentar las normas ortográficas en la razón, como los sofismas y las contradicciones abundan en ella, la ortografía desconcierta las facultades lógicas tan notables del infante, y le habitúa a aceptar lo absurdo y a creer ciegamente lo que no comprende”.