Días de preparación

Transcripción

Días de preparación
Capítulo 13
Días de preparación
DESPUÉS de su bautismo, Pablo dejó de
ayunar y permaneció "por algunos días con los
discípulos que estaban en Damasco. Y luego en las
sinagogas predicaba a Cristo, diciendo que éste era
el Hijo de Dios." Osadamente declaraba que Jesús
de Nazaret era el Mesías por mucho tiempo
esperado, que "fue muerto por nuestros pecados,
conforme a las Escrituras; . . . fue sepultado, y . . .
resucitó al tercer día," después de lo cual fue visto
por los doce, y por otros. "Y el postrero de todos,"
añadió Pablo, "como a un abortivo, me apareció a
mí." (1 Cor. 15: 3, 4, 8.) Sus argumentos de las
profecías eran tan concluyentes, y sus esfuerzos
estaban tan manifiestamente asistidos por el poder
de Dios, que los judíos se confundían y eran
incapaces de contestarle.
Las noticias de la conversión de Pablo llegaron
a los judíos produciendo una gran sorpresa. El que
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había ido a Damasco "con potestad y comisión de
los príncipes de los sacerdotes" (Hech. 26: 12),
para aprehender y perseguir a los creyentes, estaba
ahora predicando el Evangelio de un Salvador
crucificado y resucitado, fortaleciendo las manos
de los que eran ya sus discípulos, y trayendo
continuamente nuevos conversos a la fe que una
vez combatió acerbamente.
Pablo había sido conocido anteriormente como
un celoso defensor de la religión judía, y un
incansable perseguidor de los seguidores de Jesús.
Era valeroso, independiente, perseverante, y sus
talentos y preparación le capacitaban para prestar
casi
cualquier
servicio.
Razonaba
con
extraordinaria claridad, y mediante su aplastador
sarcasmo podía colocar a un oponente en situación
nada envidiable. Y ahora los judíos veían a ese
joven de posibilidades extraordinarias unido a los
que anteriormente había perseguido, y predicando
sin temor en el nombre de Jesús.
Un general muerto en la batalla es una pérdida
para su ejército, pero su muerte no da fuerza
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adicional al enemigo. Más cuando un hombre
eminente se une al adversario, no solamente se
pierden sus servicios, sino que aquellos a quienes
él se une obtienen una decidida ventaja. Saulo de
Tarso, en el camino a Damasco, podría fácilmente
haber sido muerto por el Señor, y se hubiera
restado mucha fuerza al poder perseguidor. Pero
Dios en su providencia no sólo le perdonó la vida,
sino que lo convirtió, transfiriendo así un campeón
del bando del enemigo al bando de Cristo. Como
elocuente orador y crítico severo, Pablo, con su
firme propósito y denodado valor, poseía
precisamente las cualidades que se necesitaban en
la iglesia primitiva.
Mientras Pablo predicaba a Cristo en Damasco,
todos los que lo oían se asombraban, y decían:
"¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que
invocaban este nombre, y a eso vino acá, para
llevarlos presos a los príncipes de los sacerdotes?"
Pablo declaraba que su cambio de fe no había sido
provocado por impulso o fanatismo, sino por una
evidencia abrumadora. Al presentar el Evangelio,
trataba de exponer con claridad las profecías
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relativas al primer advenimiento de Cristo.
Mostraba concluyentemente que esas profecías se
habían cumplido literalmente en Jesús de Nazaret.
El fundamento de su fe era la segura palabra
profética.
A medida que Pablo continuaba instando a sus
asombrados oyentes a "que se arrepintiesen y se
convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento" (Hech. 26: 20), "mucho más se
esforzaba, y confundía a los Judíos que moraban en
Damasco, afirmando que éste es el Cristo." Pero
muchos endurecieron sus corazones y rehusaron
responder a su mensaje; y pronto su asombro por la
conversión de Saulo se trocó en intenso odio, como
el que habían manifestado para con Jesús.
La oposición se tornó tan fiera que no se le
permitió a Pablo continuar sus labores en
Damasco. Un mensajero del cielo le ordenó que
dejara el lugar por un tiempo; y fue "a la Arabia"
(Gál. 1: 17), donde halló un refugio seguro.
Allí, en la soledad del desierto, Pablo tenía
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amplia oportunidad para estudiar y meditar con
quietud. Repasó serenamente su experiencia
pasada, y se arrepintió cabalmente. Buscó a Dios
con todo su corazón, sin descansar hasta saber con
certeza que su arrepentimiento fue aceptado y sus
pecados perdonados. Anhelaba tener la seguridad
de que Jesús estaría con él en su ministerio futuro.
Vació su alma de los prejuicios y tradiciones que
hasta entonces habían amoldado su vida, y recibió
instrucción de la Fuente de la verdad. Jesús se
comunicó con él, y lo estableció en la fe
concediéndole una rica medida de sabiduría y
gracia.
Cuando la mente del hombre se pone en
comunión con la mente de Dios, el ser finito con el
Infinito, el efecto sobre el cuerpo, la mente y el
alma es superior a todo cálculo. En esa comunión
se halla la más elevada educación. Es el método de
Dios para desarrollar a los hombres. "Amístate
ahora con él" (Job 22: 21), es su mensaje a la
humanidad.
El solemne cometido que se dio a Pablo en
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ocasión de su entrevista con Ananías pesaba de
modo creciente sobre su corazón. Cuando, en
respuesta a las palabras: "Hermano Saulo, recibe la
vista," Pablo había mirado por primera vez el
rostro de este hombre devoto, Ananías, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, le dijo: "El Dios de
nuestros padres te ha predestinado para que
conocieses su voluntad, y vieses a aquel Justo, y
oyeses la voz de su boca. Porque has de ser testigo
suyo a todos los hombres, de lo que has visto y
oído. Ahora pues, ¿por qué te detienes? Levántate,
y bautízate, y lava tus pecados, invocando su
nombre." (Hech. 22: 14-16.)
Estas palabras estaban en armonía con las de
Jesús mismo, quien, cuando detuvo a Saulo en el
camino a Damasco, declaró: "Para esto te he
aparecido, para ponerte por ministro y testigo de
las cosas que has visto, y de aquellas en que
apareceré a ti: librándote del pueblo y de los
Gentiles, a los cuales ahora te envío, para que abras
sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la
luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que
reciban, por la fe que es en mí, remisión de
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pecados y suerte entre los santificados." (Hech. 26:
16-18.)
Mientras consideraba estas cosas en su corazón,
Pablo entendía más y más claramente el significado
de su llamamiento "a ser apóstol de Jesucristo por
la voluntad de Dios." (1 Cor. 1: 1.) Su llamamiento
había provenido, "no de los hombres, ni por
hombre, mas por Jesucristo y por Dios el Padre."
(Gál. 1: 1.) La magnitud de la obra que le
aguardaba le indujo a estudiar mucho las Sagradas
Escrituras, a fin de poder predicar el Evangelio "no
en sabiduría de palabras, porque no sea hecha vana
la cruz de Cristo," "mas con demostración del
Espíritu y de poder," para que la fe de todos los que
lo oyeran "no esté fundada en sabiduría de
hombres, mas en poder de Dios." (1 Cor. 1: 17; 2:
4, 5.)
Mientras Pablo escudriñaba las Escrituras,
descubrió que a través de los siglos, "no . . .
muchos sabios según la carne, no muchos
poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
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y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar
lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado
escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que
es: para que ninguna carne se jacte en su
presencia." (1 Cor. 1:26-29.) Y así, viendo la
sabiduría del mundo a la luz de la cruz, Pablo se
propuso "no conocer nada, . . . sino a Jesucristo, y a
éste crucificado." (1 Cor. 2: 2. V.M.)
En el curso de su ministerio ulterior, Pablo
nunca perdió de vista la fuente de su sabiduría y
fuerza. Oídlo años más tarde declarar todavía:
"Para mí el vivir es Cristo." (Fil. 1: 21.) Y otra vez:
"Y ciertamente, aun reputo todas las cosas pérdida
por el eminente conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por amor del cual lo he perdido todo, . . .
para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo
mi justicia, que es por la ley, sino la que es por la
fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a
fin de conocerle, y la virtud de su resurrección, y la
participación de sus padecimientos." (Fil. 3: 8-10.)
De Arabia volvió Pablo "de nuevo a Damasco"
(Gál. 1: 17)," y hablaba confiadamente en el
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nombre de Jesús." Incapaces los judíos de rebatir la
sabiduría de sus argumentos, "hicieron entre sí
consejo de matarle." Día y noche guardaron
diligentemente las puertas de la ciudad para que no
escapara. Esta crisis movió a los discípulos a
buscar a Dios ardientemente, y al fin, "tomándole
de noche, le bajaron por el muro en una espuerta."
Después de haber huído de Damasco, fue Pablo
a Jerusalén a los tres años de su conversión, con el
principal objeto de "ver a Pedro," según él mismo
declaró después. Al llegar a la ciudad donde tan
conocido fuera un tiempo como Saulo el
perseguidor, "tentaba de juntarse con los
discípulos; mas todos tenían miedo de él, no
creyendo que era discípulo." Era difícil para ellos
creer que ese fanático fariseo, que tanto había
hecho para destruir la iglesia, pudiese llegar a ser
un sincero seguidor de Jesús. "Entonces Bernabé,
tomándole, lo trajo a los apóstoles, y contóles
cómo había visto al Señor en el camino, y que le
había hablado, y cómo en Damasco había hablado
confiadamente en el nombre de Jesús."
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Al oír esto, los discípulos lo admitieron en su
medio, y muy luego tuvieron abundantes pruebas
de la sinceridad de su experiencia cristiana. El
futuro apóstol de los gentiles estaba a la sazón en la
ciudad donde residían muchos de sus antiguos
colegas, y anhelaba explicar a estos dirigentes
judíos las profecías referentes al Mesías, que se
habían cumplido con el advenimiento del Salvador.
Tenía Pablo la seguridad de que los doctores de
Israel con quienes tan bien relacionado estuvo, eran
igualmente sinceros y honrados como había sido él;
pero no tuvo Pablo en cuenta el ánimo de sus
colegas judíos, y se trocaron en amargo desengaño
las esperanzas que había puesto en su rápida
conversión. Aunque "hablaba confiadamente en el
nombre del Señor: y disputaba con los Griegos,"
los dignatarios de la iglesia judaica no quisieron
creer, y "procuraban matarle." Entristecióse el
corazón de Pablo. De bonísima gana hubiera dado
su vida, si con ello trajera a alguien al
conocimiento de la verdad. Avergonzado, pensaba
en la activa parte que había tomado en el martirio
de Esteban; y en su ansiedad de lavar la mancha
arrojada sobre el calumniado mártir, quería
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vindicar la verdad por la cual había entregado
Esteban su vida.
Afligido por la ceguera de los incrédulos,
estaba Pablo orando en el templo, según él mismo
atestiguó después, cuando cayó en éxtasis, y
apareciósele un mensajero celestial que le dijo:
"Date prisa, y sal prestamente fuera de Jerusalén;
porque no recibirán tu testimonio de mí." (Hech.
22: 18.)
Pablo estaba inclinado a quedarse en Jerusalén,
donde podría arrostrar la oposición. Le parecía un
acto cobarde la huída, si quedándose podía
convencer a algunos de los obstinados judíos de la
verdad del mensaje evangélico, aunque el quedarse
le costara la vida. Así que respondió: "Señor, ellos
saben que yo encerraba en cárcel, y hería por las
sinagogas a los que creían en ti; y cuando se
derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo
también estaba presente, y consentía a su muerte y
guardaba las ropas de los que lo mataban." Pero no
estaba de acuerdo con los designios de Dios que su
siervo expusiera inútilmente su vida; y el
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mensajero celestial replicó: "Ve, porque yo te
tengo que enviar lejos a los Gentiles." (Vers. 1921.)
Al enterarse de esta visión, los hermanos se
apresuraron a facilitar a Pablo la fuga, en secreto,
de Jerusalén, por temor de que lo asesinaran, y "le
acompañaron hasta Cesarea, y le enviaron a
Tarso." La partida de Pablo suspendió por algún
tiempo la violenta oposición de los judíos, y la
iglesia disfrutó de un período de sosiego, durante el
cual se multiplicó el número de creyentes.
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