La fría precisión de los francotiradores apura la rendición

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La fría precisión de los francotiradores apura la rendición
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Archivo Tea y DeporTEA
Material seleccionado para uso interno
Diario Clarín, viernes 8 de diciembre de 2000
Ubicación: BD00179.pdf
CARAPINTADAS, ULTIMA PARTE:
CAE EL EDIFICIO LIBERTADOR Y TERMINA LA REBELION
La fría precisión de los francotiradores apura la rendición
Sin apoyo, a oscuras y sin agua, los carapintadas que habían tomado el edificio
Libertador decidieron rendirse al caer la noche. Fue allí cuando uno de ellos cayó bajo las
balas de un francotirador leal.
Pasadas las 17 de ese lunes 3 de diciembre de 1990, dos bombarderos Canberra
sobrevuelan al edificio Libertador, en una actitud amenazante. Francotiradores leales y
rebeldes intercambian disparos a discreción. Por el microcentro ululan sirenas de
ambulancias que llevan heridos en los combates de Palermo y del edificio Guardacostas,
tomado por los Albatros. Apenas sofocado el foco carapintada en el Regimiento de
Patricios, el subjefe del Ejército, general Martín Balza, que sigue con su fusil FAL en la
mano, se dirige en un jeep Volkswagen al edificio Libertador, sede de su fuerza, que ya
estaba cercado por dos anillos de fuerzas leales. La toma del Libertador fue uno de los
principales símbolos de la rebelión: por primera vez en la historia, una facción militar
había logrado tomar por asalto el edificio donde está el despacho del jefe del Ejército, el
principal centro de comunicaciones y operaciones y la jefatura de Inteligencia. En el
camino, Balza recibe una llamada de un alto funcionario del gobierno que intenta indicarle
cómo recuperar el Libertador. "Lo que vamos a hacer lo vamos a decidir nosotros. Y
si sale mal, correrá nuestra cabeza", responde Balza mientras llegaba a la plaza
Colón, ubicada delante de la Casa Rosa da, donde le dicen que no siga porque estaban
tirando "con una ametralladora 12,7 desde el Libertador", según consta en el fallo de
la Cámara Federal consultado por este Equipo de Investigación. Balza da un rodeo y
entra por la avenida Belgrano. Mientras corre hacia un árbol en la plaza que se encuentra
frente al edificio de la Aduana, le gritan: "Tiran mi general". Balza ve como pican las
balas a su costado, se parapeta tras el árbol, carga su fusil y hace 6 ó 7 disparos
contra los rebeldes del Libertador, según su propio relato, diez años después. En el
interior del Libertador la situación es cada minuto peor. Desde la mañana no hay agua ni
luz: Balza había ordenado cortar el suministro eléctrico horas antes. El capitán Gustavo
Breide Obeid y unos 100 suboficiales rebeldes habían tomado el edificio a las 2 de la
madrugada a la espera de que el teniente coronel Julio Carreto (quien terminaría sien do
diputado bonaerense del MODIN de Aldo Rico) se pusiera al frente. Pero Carreto nunca
llegó, el regimiento Patricios en Palermo había sido recuperado por los leales, se había
frustrado la fuga de Seineldín y por radio habían escuchado la noticia del suicidio del
coronel Jorge Romero Mundani.
Ante este cuadro de situación, siendo poco más de las 19, Breide Obeid decide rendirse.
Pero aún intenta un gesto de fuerza. Hace llevar a su puesto de mando al detenido
teniente coronel Jorge Tereso, jefe del Centro de Operaciones que es el punto neurálgico
del Libertador, y le comunica su intención de rendirse ante el coronel Aníbal Laíño y
no frente a Balza. "Ordené a mis hombres replegarse a un patio interno, dejé al
sargento Daniel Ver des y otros suboficiales detrás de las puertas de vidrio de la puerta
principal del edificio Libertador y sacamos una bandera blanca para que saliera Tereso",
relató Breide Obeid a este diario. El sargento Verdes era el emblema mediático de los
rebeldes. Desde la madrugada se había exhibido en la puerta del Libertador con la cara
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pintada, una escopeta recortada en la mano y hasta había tratado con rudeza a Alberto
Kohan, que llegó a parlamentar. Breide Obeid estaba en un patio interior del edificio
cuando llega gritando un suboficial: "Lo hirieron a Verdes". Sale corriendo hacia la
puerta principal. Y cuenta hoy: "Traté de acercarme a Verdes, que estaba tirado en el
piso con un disparo en la cabeza, pero también me disparaban a mí. Me arrastré
cuerpo a tierra y lo empujé hasta detrás de una columna". Quienes dispararon con una
precisión fría e implacable fueron los francotiradores que la cúpula del Ejército había
ordenado poner en las terrazas del Ministerio de Defensa y de Aerolíneas
Argentinas, edificios ubicados sobre la avenida Paseo Colón al 200, frente al edificio
Libertador.
Breide Obeid pide una ambulancia a los leales. Un grupo de suboficiales quiere de volver
los disparos. Breide los contiene a gritos. Llega una ambulancia del CIPEC hasta las
escaleras del Libertador, pero los francotiradores también les disparan a los
paramédicos y uno queda herido. La ambulancia se retira a toda velocidad. Todos
creen que Verdes ya está muerto. Lo rodean. Rezan un Padrenuestro. Mientras tanto el
teniente coronel Tereso, que portaba la bandera blanca, llega hasta la recova del
Ministerio de Economía donde está el coronel Laíño, en ese entonces director de la
Escuela Superior de Guerra, más tarde subjefe del Ejército y el hombre que Seineldín
quería que pasara a conducir la fuerza como garante de un eventual nuevo acuerdo.
Cae el sol. Laíño deja su armamento y se dirige hacia la puerta principal del Libertador,
donde dos suboficiales rebeldes se le tiran encima. Al principio, se asusta pero pronto
entiende que lo habían sacado de la línea de fuego de un francotirador. "Mi coronel,
depongo mi actitud" le di ce Breide Obeid a Laíño delante de unos 50 suboficiales y del
cuerpo de Verdes que está en un charco de sangre. Laíño hace ingresar una segunda
ambulancia que carga a Verdes. El sargento muere camino hacia el hospital por el
impacto de una bala de fusil FAL en la cabeza. El tiro había atravesado los vidrios de la
puerta de entrada del edificio Libertador y habría sido disparado por un francotirador leal
desde el Ministerio de Defensa. Ya entrada la noche, Laíño se encuentra con Balza y
ambos dan la vuelta al Libertador por la avenida Madero donde se estaban agrupado los
rebeldes rendidos. Ordena que se saquen los borceguíes y permite a los fotógrafos
que retraten la rendición, mientras civiles enojados tiran piedras contra todos,
confundiendo leales con rebeldes. Después llega Breide Obeid, y Balza le ordena poner
en marcha los vehículos militares ubicados en la playa de estaciona miento porque temía
que les hubieran colocado bombas. También por precaución, le ordena "ir delante mío"
por los 13 pisos del Libertador, que seguía a oscuras. Se decía que habían colocado
cazabobos en las escaleras, pero no fue así. A medianoche Balza llama al jefe del
Ejército, teniente general Bonnet, y le comunica: "El Libertador está recuperado". De
inmediato le da la misma noticia al ministro de Defensa, Humberto Romero, y le
comunica que ya no queda ningún foco rebelde. Recién entonces se dirige a su
despacho en el quinto piso, se da una ducha, se pone su uniforme y se encamina hacia
el velatorio de Pita y Pedernera.
En las primeras horas del martes 4, el presidente Carlos Menem cerró el día del último
acto carapintada con una cena en la residencia de Olivos. Estuvieron varios ministros y
secretarios y la infaltable María Julia Alsogaray. El entonces vocero presidencial,
Humberto Toledo, recuerda que fue "una cena multitudinaria y de distensión". Pero juró
no recordar si aquella noche, en Olivos, estuvo también Graciela Borges, la estrella del
cine argentino.
EXPLICACION: LA ESTRATEGIA REPRESIVA
Los tiradores especiales
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Actuaron en el Libertador, Palermo y Boulogne. Balza admite que los puso a disposición.
Y una versión involucra a Galimberti y la Side.
Al sargento Daniel Verdes lo mataron con un disparo hecho desde unos 150 metros, con
un fusil FAL, presunta mente desde la terraza del Ministerio de Defensa. Le dieron en la
cabeza y aún algunos oficiales leales consulta dos para esta investigación consideran
que fue "una muerte innecesaria". El general Balza admitió a este diario que "el Ejército
puso a disposición tira dores especiales en ciertos lugares para cerrar el cerco y
recomponer esa situación a cualquier precio antes de que se haga de noche; pero no
eran franco tiradores, que son tiradores arteros". La decisión sobre su ubicación exacta,
según Balza, fue decisión de "otro organismo", en alusión al Estado Mayor Conjunto que
conducía el almirante Emilio Ossés, quien no quiso hablar sobre el tema. Acerca de sí
participaron los campeones de tiro del Ejército, como el coronel Chazarreta, Balza
respondió que "todas las unidades tienen tiradores especiales. Puede ser que haya
estado Chazarreta, como usted indica. Era del equipo de tiro, pero estaba destinado,
creo, en el Estado Mayor Conjunto". Una versión sin confirmación, surgida de fuentes
carapintadas, sostiene que ese día el ex montonero y actual empresario Rodolfo
Galimberti se ofreció al Gobierno para formar parte de un grupo de francotiradores junto a
agentes especiales de la SIDE.
TESTIMONIO
"Pensé que yo era el próximo muerto"
Por JORGE GRECCO. Periodista.
Fernando Carnotta está muerto y ahora me toca a mí. La mancha de sangre empapa mi
brazo izquierdo, donde se apoya la cabeza de Fernando. La segunda tanda de balazos
me empuja contra la puerta del Renault 12, la puerta se abre y caigo sobre el asfalto. No
alcanzo a descubrir dónde me dieron. Sólo sé que mi brazo izquierdo ya no es mi brazo,
que tiene vida propia, que otras dos manos me sacan del auto y me llevan a mí y a mi
brazo hacia la combi de Radio Continental. A Fernando lo vuelvo a ver en una sala de
urgencias del Hospital Argerich. No está muerto, basta escucharlo gritar. Tiene la cabeza
venda da y, como yo, está semidesnudo. A Fernando Carnotta, periodista de Radio Mitre,
lo conocí ese mismo día, 3 de diciembre del 90, a la madrugada. El, como yo (por
entonces en la revista Somos), daba vueltas con su auto alrededor del Edificio Libertador.
Ambos, también lo sabría después, teníamos noticias de que ese día un grupo de
militares tomaría la sede del Ejército.
El Renault 12 era de todo menos discreto: el nombre de la radio estaba pintado en el
techo. Yo me movía en un remís. La guardia periodística comenzó a la medianoche pero
recién a las 3 de la madrugada empezó el copamiento. Carnotta transmitió la primicia
desde su auto y los fotógrafos se acercaron para retratar el asalto.
A media mañana, cuando todo el país sabía lo que estaba pasando, Carnotta y yo ya
estábamos con otros colegas. Los primeros disparos se escucharon, justamente, cerca
del Puerto. Carnotta me invitó a subir a su auto e ir juntos hacia el edificio Guardacostas,
objetivo aparente de los Albatros, el grupo rebelde de la Prefectura. Llegamos en pocos
minutos y estacionamos a unos cien metros del edificio. El Renault 12, rojo y blanco,
resultó un blanco demasiado atractivo para los prefectos que estaban allí, todos ellos
del sector leal. Y comenzaron a disparar. El Renault 12 quedó como un colador. A
Carnotta lo hirieron en la base del cráneo y a mí en el brazo izquierdo: ambos
sobrevivimos. Pero por un instante pensé que él había muerto y que yo era el próximo.
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Se lo recuerdo cada vez que nos vemos, mientras charlamos de cómo crecen nuestros
hijos, para tratar de alejar los últimos fantasmas, esos que cada tanto se empeñan en
recordarme que esa mañana hubo un milagro.
CUESTIONES QUE TODAVIA ESTAN PENDIENTES DIEZ AÑOS DESPUES
Las condenas judiciales y el indulto que no fue
En 1991 la Cámara Federal condenó a Seineldín. Menem quiso indultarlo antes de dejar
el poder, pero De la Rúa no lo acompañó en esa decisión.
DANIEL SANTORO
El trágico 3 de diciembre de 1990 fue una bisagra en la historia de la conflictiva relación
entre militares y gobiernos civiles de la Argentina, en especial del capítulo escrito tras la
recuperación democrática de 1983. Pero diez años después de aquel último acto de los
cara pintadas, hay cuestiones políticas y judiciales que siguen abiertas. Los carapintadas
habían sido condenados el 2 de diciembre de 1991 por la Cámara Federal porteña
–integrada entonces por Horacio Cattani, Mario Costa y Juan Carlos Rodríguez
Basavilbaso– que fijó, entre otras, las siguientes penas por motín agravado con
derramamiento de sangre:
· Coronel Mohamed Seineldín: cadena perpetua.
· Coronel Luis Baraldini: 20 años.
· Coronel Oscar Vega: 20 años.
· Teniente coronel Osvaldo Tévere: 18 años.
· Mayor Pedro Mercado: 20 años.
· Mayor Hugo Abete: 20 años.
La condena fue cumplida primero en la prisión militar de Magdalena y luego en la de
Campo de Mayo, donde se encuentran actualmente. Pocos días antes de entregar el
poder el 10 de diciembre del año pasado, el entonces presidente Carlos Menem tenía
listo para firmar el decreto para indultar a Seineldín y los otros cabecillas de la
última rebelión carapintada. Ese decreto, que nunca llegó a firmarse, incluía además a
los terroristas del Movimiento Todos por La Patria que coparon el regimiento de La
Tablada en enero de 1989, con excepción de Enrique Gorriarán Merlo, cabecilla de aquel
ataque y del MTP. El indulto de Seineldín había sido solicitado a Menem por Zulema
Yoma, por el ex obispo de Mercedes, monseñor Emilio Ogñenovich y por el ya fallecido
presidente Arturo Frondizi, entre otros. Poco antes de dejar el poder, Menem envió a un
miembro del Estado Mayor del Ejército a la cárcel militar de Campo de Mayo a
comunicarle su decisión a Seineldín y los otros cabecillas carapintadas que aún siguen
presos.
El mismo Balza, comandante de la represión del alzamiento del 3 de diciembre, conocía
esa decisión de Menem. "Creí que ese indulto salía. Estaba convencido que salía a
fines de 1999. Me sorprendió cuan do no salió", explicó a este Equipo de Investigación. Y
le restó trascendencia institucional: "El futuro del Ejército no va a estar condicionado por
un indulto ni por ninguna figura. Ni por Seineldín, ni por Balza", aseguró el hombre que
comandó el Ejército durante ocho de los diez años de mandato de Menem.
La noticia de que Menem iba a firmar el indulto en ese momento también le fue trasmitida
a Seineldín por varios obispos. Convencido de que era algo irreversible, el coronel preso
empezó a mudar sus cosas personales a su departamento de Belgrano para pasar
la Navidad con su familia. Pero todo se frustró cuando Menem llamó al presidente electo
Fernando De la Rúa para consultarlo sobre el indulto y pedirle apoyo a esa decisión. "No
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lo firme, que son problemas que vamos a resolver nosotros", contestó De la Rúa
según afirmó el propio Menem en la entrevista con el Equipo de Investigación, al explicar
por qué no estampó su firma en el decreto de indulto. "Ahora sería injusto si De la Rúa
posibilita algún tipo de indulto para los de La Tablada y no para los otros", se cuidó en
destacar Menem en alusión a Seineldín. Salvo indulto presidencial, Seineldín recién podrá
salir de la cárcel dentro de tres años, cuando cumpla 70 y pueda gozar del beneficio del
arresto domiciliario.
CUATRO PROFUGOS
De rebelde a general croata
Cinco carapintadas, que se sepa, lograron fugar luego del 3 de diciembre y eludir la
acción de la Justicia. Sólo uno de ellos fue capturado casi nueve años después, y por
casualidad. Se trata de un suboficial que el año pasado manejaba un camión de reparto
de soda en el Gran Buenos Aires. La policía lo detuvo por una nimiedad: en el parabrisas
del camión no se veía la oblea que, por entonces, implicaba que el portador había pagado
el famoso y resistido impuesto docente. Los otros prófugos son cuatro oficiales: el ex
teniente coronel Jorge Di Pascuale, el ex mayor médico Pablo Santiago Llanos (se
sublevó en Entre Ríos, donde un soldado fue asesinado de un balazo en la cabeza por
los rebeldes), el ex mayor Pablo Coni y el ex teniente primero Rodolfo Barrio.
La de Barrio es la más singular de todas las historias. Tras el motín viajó a Croacia y se
alistó en el ejército de esa región de la todavía existente Yugoslavia. Entrenó a la
infantería croata y sus servicios fueron re conocidos nada menos que con el grado de
general. Barrio aún revista allí, con Croacia convertida en una nueva república. El ex
teniente primero se topó varias veces con sus ex camaradas de armas que prestaron
servicios en los batallones "Ejército Argentino", integrantes de los Cascos Azules, el
cuerpo de paz de las Naciones Unidas, que sirvieron en Croacia desde 1992.Voceros
militares recordaron a Clarín que varios oficiales argentinos quisieron detener a Barrio
por su actuación como carapintada. No pudieron. Lo impidió el hecho que el ahora
general croata se hallara en otro país. Pero sobre todo, que cada vez que Barrio se
movía por las zonas donde podía toparse con sus compatriotas, iba custodiado por un
pequeño ejército privado que desaconsejaba cualquier acción violenta.

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