EL DEBATE DE LA REFORMA ORTOGRÁFICA Y ANDRÉS BELLO

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EL DEBATE DE LA REFORMA ORTOGRÁFICA
Y ANDRÉS BELLO
SANTIAGO ALCOBA RUEDA
Universidad Autónoma de Barcelona
“El principal argumento, a primera vista incontestable, de los reformistas,
puede formularse así en sustancia: la escritura es signo de la palabra hablada;
el signo es tanto más perfecto, cuanto es más sencillo, fiel y exacto; luego la
ortografía adquirirá el sumo posible de perfección cuando se reduzca a ser
signo del sonido, sin atender a uso ni a origen. Esto sostuvo Bello en el
Repertorio Americano; esto sostenía el Nebricense; [sic, por ‘Nebrisense’, ¿de
una lectura de la ortografía clásica ‘Nebrixense’?] esto repetía Voltaire; esto
sostendrán todos los partidarios del sistema neográfico”. (Suárez, 1885: 68)
“Rabo de toro. Limpiar los rabos del cebo [sic, por ‘sebo’] y cortarlos en trozos
buscando las coyunturas (en las carnicerías, a veces, los quieren cortar en máquina, pero no es lo mismo)”. En El País Semanal, “Cocina”, 21-01-1007, pág. 83.
RESUMEN
En este trabajo se presenta el debate de la reforma ortográfica del español
enmarcando las propuestas de A. Bello. Aquí se reúnen las fuentes y diferentes
posturas del debate en su literalidad, en una labor de selección, ordenación y
disposición de los textos cruciales de diferentes autores, con los argumentos más
significativos de cada uno a favor o en contra de la reforma ortográfica del español. Así se compone un trabajo hipertextual de selección hilvanada donde se
confrontan diferentes voces y textos. Se deja al lector que se forme su propia
idea sobre la reforma del sistema ortográfico del español con los textos literales
de los distintos autores citados; para que, así, pueda edificar su postura sobre los
argumentos, a favor o en contra, que considere más convincentes.
El texto se ordena en los siguientes apartados: 1) sobre la identificación de
la cuestión, donde se enuncia el objeto, la ortografía española, como posible
motivo de reforma; 2) donde se reúnen y suceden los principales argumentos a
favor de esa reforma; 3) donde se presenta el retraimiento y contención de las
actitudes académicas reformistas. En ese tercer apartado se incluye la presentación literal de la reforma de Bello, sus motivos, propuestas, resultados y puntos
pendientes, así como las respuestas de Bello a las prevenciones y objeciones a su
propuesta. Se concluye en el apartado (4) donde se suceden los principales
argumentos en contra de esa reforma.
PALABRAS
puestas.
CLAVE:
Reforma ortográfica del español. Andrés Bello y sus proEspañol Actual, 88/2007.
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ABSTRACT
This article presents the debate of the ortographical reform of the Spanish
language offering a frame for A. Bello’s proposals. We gather the different
sources and positions of this debate literally, by the selection, order and
disposition of the key texts of different authors, giving the most relevant
arguments –for or against the ortographical reform of the Spanish language–
offered by each one of them. With this weaved selection we develop a
hypertextual work in which several voices and texts are compared. In such a way,
readers can form their own idea about the reform of the ortographical system of
the Spanish language with the literal texts of the different quoted authors;
therefore, readers can base their opinion on the for-or-against arguments that
they consider more convincing.
The text is structured as follows: 1) on the identification of the question,
where the object, Spanish ortography, is stated as possible point to be reformed;
2) where the main arguments in favour of that reform are gathered and exposed; 3) where reserve and restrainment of the reforming academic attitudes are
presented. This third part includes the literal presentation of Bello’s reform; its
reasons, proposals, results and unresolved aspects, as well as Bello’s anwers to the
preventions and objections to his proposal. The last part (4) offers the main
arguments against this reform.
KEY-WORDS: Ortographic reform of the Spanish. Andrés Bello and his proposals. Ortography. Lexicon. Pronunciation. Etymology. Use.
Con motivo de otros trabajos tuve ocasión de repasar algunos argumentos aducidos por diferentes autores, en distintos momentos, a
favor y en contra de la reforma ortográfica del español1. Mientras buscaba aquí y allá, en algunas fuentes de acceso no fácil, pensaba que
hubiera sido cómodo, para situarse, disponer de una compilación con
los argumentos esenciales al respecto2. A eso dediqué Alcoba (2006c),
para que, quien sólo necesite hacerse una idea al respecto, pueda
hacerlo con criterio, sin ir más lejos; y para que quien quiera ir más
lejos disponga de algunas pistas bien orientadas y encuentre el cabo de
la madeja, si pretende devanarla.
Pero en Alcoba (2006c), por limitaciones de espacio y tiempo,
faltaban voces fundamentales como la de A. Bello, y la de otros como
1
Me refiero a Alcoba (2007a), (2006b), (2006c) y (2007b), que menciono por el orden
de redacción, independientemente del orden de publicación al que alude la fecha de referencia.
2
Este trabajo es una versión muy ampliada de Alcoba (2006b). Algunas labores fundamentales de la investigación necesaria para la realización de este trabajo han sido financiadas con una ayuda de la DGICYT para el proyecto de investigación de referencia: HUM200401252/FILO.
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R. J. Cuervo y J. Casares. Era un trabajo de posturas extremas, de pros
y de contras; y, quizá por eso, tampoco cabían en él posturas matizadas
como las de los autores que acabo de mencionar, con propuestas circunstanciadas por la intención, por la moderación, por el razonamiento o por la ironía y hasta el sarcasmo de don Miguel de
Unamuno3.
Aquí, aprovechando literalmente los dos pilares del arco levantado
en el citado trabajo de (2006c), intentaré cerrarlo con la clave definida por los textos de Bello, tantas veces y en tantos sitios mencionado,
pero sin citar sus palabras, dejando una oscura sensación de extrañeza
por lo que parece una iniciativa muy discutible, de reforma ortográfica, en el autor de una obra como la Gramática de la lengua castellana para
el uso de los americanos, cuya cita de autoridad no falta en cualquier trabajo, clásico o actual, de investigación o estudio, sobre cualquier aspecto, general o específico, de la lengua española.
Por tanto, a continuación, reitero el debate de la reforma ortográfica
del español enmarcando, antes y después, las propuestas de Bello. Por
mi parte, me limito a ordenar y disponer la literalidad de las fuentes en
una labor de selección y ordenación de textos cruciales de diferentes
autores, con los argumentos más significativos de cada uno a favor o en
contra de la debatida reforma ortográfica del español. Así, estas líneas
componen un trabajo hipertextual donde se reúnen y ordenan diferentes voces y textos, de selección hilvanada, con una intervención mínima
por mi parte. Dejo al lector que se forme su propia idea sobre la reforma del sistema ortográfico del español con los textos literales de los distintos autores citados; y que edifique su postura cimentada en los argumentos, a favor o en contra, que considere más convincentes.
Ordenaré el texto en cuatro apartados: 1) sobre la identificación de
la cuestión, donde se enuncia el objeto, la ortografía española, como
posible motivo de reforma; 2) donde se reúnen y suceden los principales argumentos a favor de esa reforma; 3) donde se presenta el retrai
donde se reúnen y suceden los principales argumentos en contra de esa
reforma.
1. LA ORTOGRAFÍA DEL ESPAÑOL COMO MOTIVO DE REFORMA
De la preocupación por la ortografía del español como motivo de
reforma son buena prueba estas palabras del prólogo al diccionario
conocido como de Autoridades: “Es muy grande el descuido, o igno3
En Polo (1974) he podido encontrar algunas referencias sustanciales para este trabajo.
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rancia que se padece en la Orthographia, aunque en ninguna lengua
habrá más tratados de esta esencial parte de explicar por escrito el idioma, porque pasan de treinta autores los que han escrito sobre la
Orthographia Castellana. La Academia no se ha introducido a impugnar, ni calificar a ninguna y para su proprio uso ha establecido, y fijado
su Orthographia, porque su intención no es enseñar, sino proceder
por sí, constante en el modo de escribir, siguiendo para este fin las
reglas que le han parecido más proporcionadas de los mismos autores
que han escrito de este asunto: como se comprueba por el tratado de
Orthographia que sigue a este Prólogo: en cuya inteligencia se podrá
seguir el método que pareciere conveniente, pues en tanta confusa
variedad no podrá faltar comprobación”4.
El mencionado “tratado de Orthographia” se puede considerar
como una primera versión de la Ortografía, de RAE (1741), obligadamente necesaria antes de componer un diccionario, que requiere de
un “libro de estilo” para unificar criterios de transcripción y edición en
el texto fragmentado en mosaico de las entradas y artículos de un diccionario.
En esta versión de la Orthographia del Prólogo del Diccionario de
Autoridades (1726-1739) ya se distinguen con claridad los dos principios
de decisión y de sistematización de la ortografía del español: a saber, el
principio etimológico o de origen de las palabras, y el principio fonético o de la pronunciación. Luego se introduce el fundamento del uso
constante. Así, al adoptar la etimología, la pronunciación y el uso constante, como fundamento para fijar la ortografía de la lengua, veremos
que, por las contradicciones evidentes que manifiestan estos tres principios en muchos casos, se convierten en motivo constante de la controversia sobre la reforma ortográfica.
El razonamiento del “Discurso proemial de la Orthographia”
(1726), en adelante DPO, es el siguiente. Existe una gran variedad de
usos: “Esta irregularidád y defecto es tan indecoroso y ofensivo de la
nobleza y lustre de la Léngua, que siendo en sí purissima, elegante y
clara, la hace obscúra, intrincada y dificultosa: y al passo que dá motivo para que se dude en muchas palabras el modo con que se deben
escribir, ocasiona en los extraños el embarazo de que dificulten o no
alcancen lo que se quiere dár a entender, por halladas diversamente
escritas”5.
La solución alternativa parece evidente: “Para vencer todas estas y
otras diferéncias y encuentros de opiniones han sido algunos de dictáRAE (1726-1739, Prólogo, §6).
En DPO, pág. LXVII. En este caso en concreto mantengo la ortografía segmental y acentual para esta y sucesivas citas de la misma fuente DPO.
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men, que la única y segura regla para reducir con perfección al papél
la Léngua Castellana, es escribir lo que en ella se habla, y en la realidád se pronúncia: respecto de que esto solo es lo que legitimamente la
constituye, y hace diversa de las demás. Esta opinión (vulgarmente
reputada por tan clara, que paréce no se puede dudar de su firméza)
pudiera tener algun fundamento si concurrieran en el uso y practica
de la Léngua Castellana las circunstáncias que son necessárias para que
se manifieste, que lo que se escribe y debe escribir es conforme a lo que
se pronúncia”6.
Pero esta que podría parecer “la única y segura regla para reducir
con perfección al papél la Léngua Castellana” presenta las dificultades
que ya advirtieron con precisión los autores del diccionario de
Autoridades en dos observaciones que valen hasta hoy: primero, las
variedades de pronunciación dialectal entre castellanos, andaluces,
asturianos y gallegos: “No hai uniformidád en la pronunciación, respecto de la diversidád que se experimenta en el modo de hablar y proferir muchas voces entre los naturales de algunas Províncias, donde es
común la Léngua: pues los Castellanos jamás usan de la letra H, y aunque precisamente la pidan diferentes palabras, en su boca no se oye el
mas leve indicio de aspiración: lo que no sucede en Andalucía, y en casi
toda la Extremadúra, donde se hábla con tan fuerte aspiración, que es
dificultoso discernir si pronúncian la H, ò la J. Nadie ignora la diversa
pronunciación de los Asturiános y Gallégos, y lo familiar que es entre
los Andaluces el trueque de la S por C, de que nace el cecéo con que
naturalmente hablan: y siendo esto tan contrário a la común pronunciación, palpablemente se reconoce que no hai uniformidád en el uso
de la Léngua”7.
Y más en contra del principio de acordar la ortografía a la pronunciación, ya se advertía en 1726, están las variedades (sociales, culturales, etc.) de pronunciación entre los hablantes de un mismo dialecto
castellano: “Aun entre los mas preciados de verdaderos y legítimos
Castellanos tampoco hai igualdád en el modo de pronunciar, porque
lo que unos profieren con toda expressión, diciendo Acepto, Lección,
Lectór, Doctrina, Propriedád, Satisfacción, Doctór: otros pronúncian con
blandúra, y dicen Aceto, Leción, Letór, Dotrina, Propiedád, Satísfación,
Dotór: unos especifican con toda claridád la letra X en los vocablos que
la tienen por su orígen, y dicen Expressión, Excesso, Explicación, Exacto,
Excelencia, Extravagáncia, Extrémo, y otros en unas palabras la mudan en
En DPO, pág. LVII.
En DPO, pág. LXVII. Este mismo argumento, más explícito, de la fragmentación de la
lengua, se reitera ciento cincuenta años más tarde, en Suárez (1885), tal como se verá más
adelante.
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c, y en otras en s, diciendo Eccesso, Eccellencia, Espressión, Esplicación,
Essacto, Estravagancia, Estrémo: unos expressan las consonantes duplicadas en várias voces, diciendo Accento, Accidente, Annata, Innocencia,
Commoción, Commutación, y por el contrário otros no las usan, y dicen
Acento, Acidente, Anata, Inocencia, Comoción, Comutación, de suerte que es
innegable la variación, y diversidád en la pronunciación”8.
Además de las variedades de pronunciación dialectales, geográficas
y sociales, ya se destacaban, en segundo lugar, las variedades ortográficas tradicionales o de uso de determinadas pronunciaciones, según las
cuales se representaba una misma pronunciación con distintas ortografías impuestas por la tradición y el uso constante: “Aun dado el caso
de que todos hablen y pronuncien de un mismo modo, y sin la menor
diferéncia, no es dable que en muchissimas palabras se pronuncien tan
distinta y separadamente las mismas letras de que se compónen, que se
conozca por sola la pronunciación quales son, y de que modo se deben
escribir. Que esto sea cierto lo demuestra y convence la misma experiéncia: porque hasta ahóra ninguno, por mas vivo que tenga el oído,
ha podido distinguir por la mera pronunciación de estas voces Cuenta,
Qüestion, Cueva, Eloqüencia, Freqüencia, Pescuezo, Quanto, Qual, Cuajo,
etc. quales son con C, y quales con Q: en estas Agente, Consejero, Aloxa,
Ximiu, Xabón, Enxambre, Paja, Page, quales son con G, y quales con J, y
quales con X: en estas Cidra, Cyprés, Ministerio, Mysterio, Symbolo, Cithara,
quales son con I Latina, y quales con Y Griega: en estas Agüero, Huevo,
Huero, Degüello, Huella, Pingüe, Regüeldo, Hueco, quales son con G, y quales con H, y assi de otras letras que se profieren con tal igualdád, que
las unas no discrepan un ápice de las otras: de que se infiere con evidéncia, que aunque haya quanta uniformidád se pueda imaginar en la
pronunciación, de ninguna manéra puede servir de regla generál, para
que por ella se forme y establezca la Orthographía”9.
Tras estas consideraciones generales, se despliega el cuerpo del DPO
para el primer diccionario académico en perfecta disposición lógica: primero un epígrafe donde se enuncian las causas de la variedad y confusión ortográfica y los presupuestos axiomáticos donde se funda la regularización: 1) la lengua castellana usa los caracteres latinos; 2) se han de
usar algunas letras griegas (Y, K, CH, PH, TH) para voces griegas; 3) las
dicciones que vienen del latín han mudado y alterado pronunciación y
escritura; 4) dada la variedad de pronunciación, mejor recurrir a los orígenes y etimología; y 5) la ortografía ha de ser ajustada a los usos propios
o irregulares de los autores más clásicos y juiciosos.
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En DPO, pág. LXVIII.
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Hemos recordado en detalle las palabras del DPO de 1726 para
dejar claro desde el principio lo que se entendía como las causas de la
“variedad y confusión” de la ortografía, los principios de solución (etimología, pronunciación y uso constante) y las dificultades de aplicación de tales principios por las variedades geográficas y sociales de pronunciación y por las diferencias de uso entre los autores y editores de
los clásicos10. También hay que destacar y subrayar entre los axiomas
orientadores de regularización que, ante la variedad de pronunciación, se decidirá por la etimología; y que los autores más clásicos y
juiciosos constituyen un norte de orientación autorizada de las decisiones.
También nos sirven estas primeras referencias del DPO para poner
de manifiesto cómo esas causas de la “variedad” (motivo de la reforma), esos principios de regularización o “simplificación” y esos axiomas de actuación mantienen viva hasta hoy la cuestión de la ortografía
del español como posible motivo de reforma.
Con cuánta claridad enuncia R. J. Cuervo en su primera nota a la
Gramática de Bello el asunto del desajuste o reajuste entre pronunciación y escritura de la lengua: “Examinados cuidadosamente los sonidos
de una lengua literaria, ya dentro de ella misma, ya comparándolos con
los de otras, resulta que su número es generalmente mucho mayor que
10
A este respecto, podemos citar las palabras de Francisco Rico en declaraciones a Juan
Cruz, en El País, Domingo, de 22 de Abril de 2007, pág. 8: “Cervantes no tenía ortografía alguna, como no la tenían las personas privadas. La ortografía la tenían las imprentas, hasta que
la Academia la organizó un poco. Los escritores escribían haber sin hache, con uve o con be,
daba igual. Cervantes no ponía ni puntos ni comas, ni por casualidad. Lo ponían los editores antiguos, por su cuenta, unas veces interpretándolo bien y otras veces haciéndolo mal. Y
Cervantes les dejaba absoluta libertad. ¡Él escribió toda su vida Cervantes con be! Él sabía
que lo que ocurría antes de la imprenta y durante la imprenta eran cosas distintas”. Es lo
mismo que, en un tono más formal y argumentado, Francisco Rico dice en su “Nota al texto”
de su edición crítica de Don Quijote: “Cuando menos hasta el siglo XVIII, en España como en
el resto de Europa, la grafía y la puntuación de un libro eran incumbencia del impresor, no
del autor, y para la mayoría de los escritores ambas toleraban tanta variación como podía (o
puede hoy) haberla entre los múltiples dibujos individuales de una misma letra del alfabeto,
sin más limitación que la inteligibilidad. La ortografía era tan libre como la caligrafía, y en
el bien entendido de que no sólo era ortografía lo que hoy designamos como tal, sino asimismo la opción entre las pequeñas oscilaciones fonéticas y morfológicas propias de la lengua de la época. Los hábitos gráficos de Cervantes en particular eran tan flexibles (o laxos),
que no le impedían escribir unas veces tuue y otras tube, o bien e y he (de haber), ansi, assi y
asi, rescibos, reçiuo, receui y reciui, mesmo y mismo, dozientas, duzientas y docientas, etc., etc.” (pág.
XCIV, de la edición de la RAE, Santillana, 2004). Evidentemente, estas consideraciones debilitan sobremanera el criterio, invocado como veremos en diferentes sitios y momentos, de
“el uso de los que mejor han escrito”, como fundamento de fijación o reforma de la ortografía. Y hasta, incluso, el criterio de la pronunciación. Según esto, la ortografía sería el
resultado de decisiones más o menos fundadas y más o menos arbitrarias; pero de uso general fija y constante.
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el de los caracteres con que el uso los representa; de suerte que cada
signo, más que un sonido único y exclusivo, denota el tipo de una serie
de sonidos más o menos parecidos. Sin acudir a las lenguas extranjeras,
ni siqiera a las pronunciaciones provinciales, en nuestra habla común
hay bastante diferencia en la d o la s según están en medio o en fin de
dicción, como en la j antes de a y de i. No sería pues extraño que hubiese modificaciones expresadas por un solo signo, más distantes entre sí
que otras que representamos con signos distintos. Así, en rigor no
siempre es exacto dar como número de los sonidos el número de
letras, y por consiguiente es poco científico el llamado principio de
escribir como se pronuncia, sin variar el alfabeto de cada localidad y de
siglo en siglo. El alfabeto, como cosa tradicional y heredada, tiene cierta fijeza que se aviene mal con la fluidez del lenguaje hablado; de
donde resultan conflictos entre la pronunciación y la escritura, tanto
en razón de la diferencia de los lugares como en razón de la de los
tiempos”11.
Según RAE (1974), “el abecedario de un idioma representa gráficamente, en su intención originaria, el conjunto o sistema de los fonemas usuales, es decir, los sonidos que de modo consciente y diferenciador emplean los hablantes. En la historia del idioma y en sus
variedades geográficas se altera la correspondencia entre el sistema
fonológico y las letras o signos alfabéticos que lo representan en la
escritura. Una ortografía ideal debería tener una letra, y sólo una, para
cada fonema”12. Este último punto ha sido para algunos autores una llamada implícita a hacer algo al respecto.
Más adelante, en la misma fuente, se enumeran todas y cada una de
las manifestaciones de la falta de correspondencia entre el conjunto de
letras y el de sonidos o fonemas: la quiebra del principio “una letra
para cada sonido (fonema) y un solo sonido (fonema) para cada letra”.
Hay que leerlo en su literalidad, sin recortar, de punta a cabo, porque
el español se habla en 22 países y los problemas no se reducen al uso
de b/v, de g/j y de h que suele ser lo primero que se menciona cuando
coinciden en una misma frase las palabras “ortografía” y “reforma”.
En concreto, en RAE (1974) se enuncian exhaustivamente los casos
y motivos de la quiebra del principio citado de correspondencia estricta entre los sonidos de la pronunciación y las letras de la escritura:
“Entre las lenguas modernas de cultura, la ortografía española se ha
mantenido relativamente cerca de la pronunciación real. Sin embargo,
En Bello (1847: Nota 1 de R. J. Cuervo). Cuervo en esto habla con el fundamento y la
autoridad de su extenso y prolijo trabajo, Cuervo (1895), sobre la pronunciación y la ortografía de Nebrija.
12
En RAE (1974: § 1b).
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existen diferencias entre una y otra, motivadas por la evolución fonética del idioma, por sus variantes geográficas y por la misma tradición
ortográfica. Así la h, que en otro tiempo fue aspirada, carece hoy de
valor fonológico y no es más que un signo ortográfico ocioso, mantenido por una tradición respetable; la v y la b representan un mismo
fonema bilabial, salvo en ciertas zonas levantinas de España, c-k-q representan un solo fonema velar, oclusivo y sordo, como en casa, kilómetro,
quien; g-j son iguales en colegio y jardín. Hoy la c castellana ante e, i, tiene
el mismo valor fonológico que z; no ocurría así siglos atrás, pues con c
o ç se representaba un fonema sordo (crece, plaça), y con z el correspondiente sonoro (vezino, haze). Las letras j, x representaban en la ortografía medieval dos fonemas palatales distintos, sonoro el primero, y
sordo el segundo, como en paja y caxa, respectivamente. Ambos sonidos se identificaron primero en el sonido sordo, y a partir del siglo XVI
evolucionaron hacia el fonema moderno de j, velar fricativo y sordo; así
pronunciamos y escribimos hoy paja, caja, Quijote, jícara. La grafía intervocálica s se diferenciaba de ss en que la primera era sonora y la segunda sorda, como en casa y passar; en la Edad Moderna se perdió esta
diferencia fonética en favor de la sorda, y la ortografía reflejó el cambio empleando la s única en todos los casos. En los países y regiones
donde se practica el seseo, c (ante e, i), z y s se identifican en el fonema
de s predorsal, si bien la ortografía mantiene el empleo de las letras
según el uso castellano. Lo mismo ocurre con la pronunciación yeísta,
que confunde la ll con la y. El español antiguo escribía las letras i, u, v,
sin distinguir si eran vocales o consonantes, por ejemplo, iacía, io, iunque, cuéuano, uestir, vno, vsar, que hoy escribimos yacía, yo, yunque, cuévano, vestir, uno, usar. Desde Nebrija hasta hoy, doctos gramáticos han
pugnado por reformar la ortografía española, con el intento de que se
escriba como se habla, pero esto halla siempre obstáculos y dificultades
grandes. Las modificaciones más importantes se llevaron a cabo entre
1726 y 1815, por iniciativa de la Academia, como consecuencia de los
cambios de pronunciación ocurridos en los siglos XVI y XVII”13.
Como se ve, también hay dificultades y vacilaciones ortográficas
debidas al seseo y al yeísmo que no suelen citar los reformistas y que alteran no ya el sistema fonético del español sino hasta su sistema fonológico. Y no se suele hacer referencia a las variaciones de “s” en la coda
de la sílaba, o en el ataque, de ejemplos como ‘nebricense’ y ‘cebo’ de las
citas que encabezan este texto.
Aquí están enumerados todos y cada uno de los motivos de dislocación entre el sistema ortográfico y el sistema fonológico (o fonético)
del español: evolución fonética, variantes dialectales geográficas y
13
En RAE (1974: § 2b).
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sociales, y tradición ortográfica. La distinción entre sistema fonológico
y sistema fonético no es baladí, como veremos, para una lengua que se
habla desde el Mediterráneo hasta el Pacífico y desde el Río Grande a
la Patagonia, en veintidós países. En todo caso, a continuación, en RAE
(1974) se recuerdan y suscriben los principios que desde 1726, 1741 y
1815 han orientado la sistematización ortográfica del español: “Tres
principios dan fundamento a la Ortografía española: la pronunciación de
las letras, sílabas y palabras; la etimología u origen de las voces, y el uso
de los que mejor han escrito. Voces escribimos con arreglo a su etimología u origen, es decir, como se escribía cada una de ellas en la lengua
de donde fue tomada para la nuestra; voces tenemos que por la fuerza
del uso se escriben contra la etimología. Preciso es, pues, conocer las
varias reglas que se derivan de los tres principios enumerados. Conviene
añadir que para el porvenir de nuestra lengua, hablada en muchos y extensos
territorios, es indispensable mantener la unidad del sistema ortográfico por encima de las variantes locales de pronunciación”14.
Esta última precisión, destacada por mí, es esencial para entender
la extremadísima prudencia con que se ha de considerar un asunto
como el de la reforma ortográfica de una lengua de veintidós naciones,
extendida por dos continentes y que se manifiesta en cuatro o cinco
grandes variedades dialectales.
2. ARGUMENTOS A FAVOR DE LA REFORMA ORTOGRÁFICA
Para hacer una presentación lineal empezaré por Noboa (1839),
que, con un argumentario semejante al de autores que veremos a continuación, hace una propuesta específica de reforma ortográfica concretada ya en la publicación de la misma obra citada.
Noboa confirma el sentido tradicional que se reitera en los partidarios de la reforma ortográfica del español cuando dice lo siguiente:
“Siendo la palabra escrita una representación de la pronunciada, es evidente que no debe haber más regla para escribir correctamente que la
pronunciación, y que tampoco deben emplearse en la escritura más ni
menos letras que las que se pronuncian. Por cuyo motivo, siendo diecinueve las articulaciones de la lengua castellana (sin contar la aspiración), y cinco los sonidos vocales, solo deberán ser veinticuatro las
letras que representen estas articulaciones y sonidos”15.
En RAE (1974: § 3).
En Noboa (1839: 310). Todas las citas de este autor se transcriben en la ortografía
actual y general, aunque hemos de apuntar que los originales están publicados según la ortografía propuesta por el mismo Noboa.
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Según Noboa, son dos los principales “Inconvenientes de la ortografía
actual. El primero es tener que establecer una multitud de reglas con
otra multitud de excepciones, lo cual es un gran obstáculo para escribir con uniformidad; pues que ni todos las aprenden, ni las pueden
conservar en la memoria, y así muy pocos las observan escrupulosamente. El segundo es que, si se ha de atender al origen de las palabras
para escribirlas, teniendo nuestra lengua tantas palabras de origen
griego, árabe y otros, y sobre todo latino, será menester que tenga
conocimiento de estas lenguas el que quisiera escribir con exactitud la
castellana”16.
Y continúa el mismo Noboa con las “Dificultades para la enseñanza. ¿Y
qué impedimentos y dificultades no causan estas anomalías para aprender a leer? ¿Qué trabajo no les cuesta a los niños y principiantes, y
cuánto tiempo no pierden en aprender tales irregularidades y devorar
tantos absurdos?”17.
Más adelante, Noboa, para contestarlas, identifica las “Objeciones contra la corrección de la ortografía: Lo primero que oponen es que se inutilizarían los libros impresos hasta ahora según la ortografía actual; lo
segundo, dicen, que aun cuando se haya de mudar la ortografía, no
debe hacerse de una vez, sino sucesivamente, aguardando a que se
manifieste la opinión de los sabios; lo tercero, que de mudar la ortografía podrían resultar muchas equivocaciones”18.
A lo que responde que, si examinamos estas razones, veremos que
no es tan difícil, según Noboa, arreglar la ortografía a la pronunciación:
En cuanto a la primera objeción decimos, que no porque se varíe la ortografía del modo que propondremos, han de quedar incomprensibles los libros
actuales, pues para evitar esto, bastará explicar en las escuelas los defectos de
la ortografía actual, y las variaciones hechas en ella. ¿Por ventura se han inutilizado los libros anteriores a este siglo, sin embargo de las muchas variaciones
que de pocos años a esta parte se han hecho en la escritura?19.
La segunda causa porque se sostiene la ortografía presente, sin embargo de
reconocerla todos viciosa y contraria al orden regular, es porque no se quiere mudar de repente, sino que se vaya dilatando para ver el dictamen de los
sabios; pero a eso diremos que cuanto más pronto se corrija, será más fácil
establecerla. Porque o se quiere hacer esta mudanza o no. Si se quiere hacer,
¿no será más fácil cuando haya menores inconvenientes? Pues si se dilata,
cada vez serán estos mayores20.
Op. cit., págs. 310-312.
Op. cit., pág. 313.
18
Op. cit., pág. 314.
19
Op. cit., pág. 315.
20
Op. cit., pág. 316.
16
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Vamos a la tercera objeción, que es la que tiene más fundamento. Es cierto
que si de repente se mudase la ortografía del modo que algunos quieren,
resultarían algunas equivocaciones que no se podrían evitar por algún tiempo. Por esta razón, la ortografía que vamos a establecer, nos proponemos
arreglarla exactamente a la pronunciación (salvo algunas excepciones que se
conservarán por ahora), sin que resulte confusión ni equivocación alguna, y
chocando lo menos posible a la vista del lector21.
No es difícil reconocer en A. M. de Noboa, casi ciento cincuenta
años antes, los mismos argumentos y respuestas semejantes a las que se
presentan a continuación, de J. Mosterín.
La propuesta de reforma del sistema ortográfico del español de
Mosterín (1981), incluida en Mosterín (1993: 147-361), de donde citaré, es la última propuesta sistemática razonada, argumentada y aplicada. De este trabajo tomaremos los argumentos esenciales, porque, al
ser una propuesta explícita de reforma, reúne toda la argumentación
tradicional y la de formulación del propio J. Mosterín.
Primero, el argumento de la eficacia de la función comunicativa de
la escritura: “La comunicación por escrito entre los humanos se ve
inútilmente dificultada y obstaculizada por unos códigos ortográficos
(los actualmente vigentes) deficientes. Si queremos optimizar la eficacia de ese importante medio de comunicación que es la escritura, no
nos queda más remedio que proceder a la reforma de los códigos ortográficos vigentes”22.
Segundo, el argumento de comenzar la tarea por la parte más fácil:
“Casi todas las escrituras necesitan ser reformadas. ¿Por dónde empezar? Paradójicamente conviene empezar por reformar las escrituras
menos necesitadas de reforma, pues en ellas el cambio resultará más
fácil y menos traumático”23. En concreto, “las escrituras alfabéticas
latinas más necesitadas de reforma son la del inglés y la del francés.
[…] Pero precisamente por ese enorme alejamiento de las tradicionales escrituras inglesa y francesa de las lenguas que representan, su necesaria reforma supondrá un cambio bastante radical y revolucionario.
[…] La necesaria reforma de las escrituras alfabéticas no puede empezar por los casos más difíciles y complicados, como el del francés o el
del inglés. Mucho más fácil y factible parece comenzar por los casos
más simples, como el del español o el del italiano, cuyas escrituras
están lo suficientemente cerca del ideal alfabético como para que la
reforma pueda realizarse sin ningún tipo de traumas”24. Dada esa difiOp. cit., pág. 318.
En Mosterín (1993: 225).
23
Op. cit., pág. 225.
24
Op. cit., pág. 226-227. Para ver hasta qué punto trascienden estas dificultades de reforma ortográfica de algunas lenguas, pueden verse las noticias o reportajes de artículos perio21
22
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cultad, parece lógico suponer, según Mosterín, que, como “la ortografía española es relativamente buena; por eso puede ser tan fácilmente
reformada”25.
Tercero, el argumento de la necesidad y de la urgencia: como la
ortografía no es perfecta, es necesaria su reforma, que es urgente por
dos motivos. Primero, porque “la explosión demográfica del mundo
hispanohablante plantea unos problemas pedagógicos-sociales tremendos, que esta reforma puede contribuir a solucionar”26. Y segundo,
porque “el mundo hispanohablante tiene dos problemas de alfabetización: 1) lograr que la totalidad de la población aprenda a leer y escribir en el plazo más breve posible y con los medios más económicos
posibles, y 2) lograr que la totalidad de la población escriba bien, prácticamente sin faltas, de modo que nadie tenga que sentirse inferior ni
discriminado por el uso que haga de la escritura”27.
Cuarto, argumentos de “autoridad” y, entre ellos, los aducidos por
J. Mosterín de las propuestas reformistas de la Academia Argentina, de
la de El Salvador y de la de Uruguay al II Congreso de Academias (VV
AA, 1956); de la propuesta de la Academia Cubana al III Congreso de
Academias (VV AA, 1960); y de la propuesta de la Academia Filipina al
IV Congreso de Academias (VV AA, 1964).
Aunque, en lo que se refiere a estos argumentos, si nos fijamos en
la literalidad de sus propuestas, vemos que no van muy lejos, y manifiestan contradicciones. Tomemos del II Congreso de Academias la
propuesta del académico de Uruguay, más detallada y numerosa: “lº.
Los sonidos je/ji fuertes. 2º. Supresión de la h. 3º. La y vocal. Su supresión. 4º. La c tendrá siempre sonido fuerte. 5º. Se considerarán a la k y
a la w como signos foráneos que representan fonemas ya signados en
español: la k por la c, la w por la v o la u, según fuera el vocablo de origen germano o anglosajón”28. Los puntos (1º-4º), coinciden en referencia con los puntos (1, 2, 3, y 7), de la propuesta de Bello (1823) y
(1826), que veremos más adelante.
La propuesta de El Salvador coincide en el punto 3º anterior29. Y la
propuesta del académico de Argentina se refiere a los puntos anteriores 1º, 3º y 4º; pero con distinta solución para este punto 4º, suprimiendo c, sustituida por z o por k : “Cuando las dichas novedades
hubieren dejado de serlo, se dará otro paso, por ejemplo, la eliminadísticos como Ferrer (2005), sobre el neerlandés; Sorolla (1989), sobre el francés; y Tertsch
(1997) y Krauthausen (2004), sobre el alemán.
25
Op. cit., pág. 229
26
Op. cit., págs. 229-230.
27
Op. cit., pág., 230.
28
VV AA (1956: 132).
29
VV AA (1956: 135-137).
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ción de la h o de la c, dejando a la z que reemplace a la c en las combinaciones ce, ci, y dando a la k el oficio de representar los sonidos consonantes de ca, co, cu, que, qui, con lo que ipso facto quedarían eliminadas la c y la qu”30.
Esta solución del argentino, que no coincide con la del uruguayo,
tampoco concide con la 7ª de Bello (1823), que anticipo aquí:
“Sustituir la q a la c fuerte.” O sea, que según Bello, qa, qe, qi, qo, qu;
según el argentino ka, ke, ki, ko, ku; y según el uruguayo ca, ce, ci, co, cu.
Quizá parezca reiterativo, pero el problema de la reforma ortográfica
queda perfectamente identificado.
El académico de la cubana, en el III Congreso de Academias, destaca un único argumento a favor de la reforma: “¿Argumentos? Uno
solo, y muy breve: ir sin más demora a la reforma de la ortografía es el
servicio más eminente que la Academia puede prestar hoy a la alfabetización, al estudio de la lengua, y, en última instancia, a la integración
del mundo hispánico”31. Y propone una intervención en cuatro etapas
referidas a puntos coincidentes o consecuentes de los propuestos por
Bello, cuyo formato enunciativo anticipo para resaltar las coincidencias: Primera etapa. 1. Sustituir la j a la x y a la g en todos los casos en que
estas últimas tengan el sonido gutural árabe. 5. Sustituir la z la c suave.
Segunda etapa. 3. Suprimir el h. Sustituir la b a la v. Tercera etapa. Sustituir
gu por g. Cuarta etapa. Sustituir x, ante consonante por s; y entre vocales por gs32.
El académico de Filipinas, en el IV Congreso de Academias, propone lo siguiente: “La h hay que suprimirla, porque no se pronuncia. La
v queda sustituida por la b. […] La i basta. Sobra la y: ia, ie, io, iu suenan igual que ya, ye, yo yu. […]. La q desaparece absorbida por la k […].
El sonido actual de c en ce, ci lo da perfectísimamente la z. […] C para
el sonido ca, co, cu debe ceder su puesto a la k. […] La c, pues, debe eliminarse del alfabeto por ser letra superflua. La g debe tener siempre
sonido suave, […] o, dicho de otro modo, debe adquirir el valor de gue,
gui; v.gr. sigen, segimiento. La g (fuerte) debe desaparecer en los sonidos
ge, gi, y ser sustituida por la j”33. Esta propuesta se suma a la de ka, ke, ki,
30
31
VV AA (1956: 139).
VV AA (1960: 265).
Los números coinciden con los de las propuestas de Bello que se verán más adelante.
Así se intenta poner de manifiesto las coincidencias. De hecho, no hay más novedad que lo
referente a la b, y las propuestas sobre la x, que veremos cómo se zanjan en DRAE (18378).
La cifra del exponente al final de la fecha significa aquí y en todo el trabajo el número de la
edición citada, para que el lector pueda tener con facilidad ambos datos, de año y de edición. Porque no se van a incluir en las referencias finales las distintas ediciones de los DRAE:
se remite a RAE (1999), Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, NTLLE.
33
VV AA (1964: 172).
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ko, ku del argentino en el II Congreso. Es evidente lo delicado y difícil
del asunto. Cuando entramos en el detalle específico de las propuestas
no se acaban de entender bien las referencias argumentativas de autoridad aducidas por Mosterín.
De más estricto argumento de autoridad son las palabras de J. Casares
citadas por Mosterín: “no es lícito considerar como una invitación al desorden ortográfico el intento de señalar los defectos e incongruencias del
sistema vigente, a fin de procurar una prudente revisión que lo haga más
lógico y sencillo y, por tanto, más asequible a todo el mundo”34. Pero de
toda esta clase de argumentos aducidos por Mosterín, el primero y más
relevante es el de Andrés Bello “quien en 1823 propuso una reforma
racional de la ortografía española, reforma que fue adoptada por el
gobierno chileno, que había llamado a Bello para organizar la enseñanza en el país”35. En todo caso, conviene destacar cómo J. Mosterín sitúa
este argumento con precisión, calificándolo estrictamente, cuando dice
a continuación que “la ortografía reformada de Bello estuvo vigente en
Chile entre 1844 y 1927, en que se volvió a la ortografía académica, a fin de
restablecer la unidad de la ortografía española”36.
Para concluir, resume Mosterín su panoplia argumental en el silogismo siguiente: “casi todas las escrituras actuales tendrán que ser
sometidas más tarde o más temprano a una reforma ortográfica con
criterios uniformes. Parece oportuno empezar por el español, pues su
ortografía necesita ser reformada (por las mencionadas razones sociales, pedagógicas y comunicativas), pero esa reforma se presenta como
especialmente fácil y factible en su caso, dado que su escritura no está
tan alejada de la lengua como la escritura de otros idiomas de comparable importancia”37. Lo de fácil, factible y coherente de este razonamiento no es demasiado consistente cuando hemos visto en detalle
algunas propuestas parciales recientes de los congresos de Academias
de 1956, 1960 y de 1964.
Con este argumentario, J. Mosterín propone una “ortografía fonémica” basada en un Principio Fonémico no estricto, delimitado por tres
restricciones fundamentales: la Restricción Transdialectal, la Restricción
Morfémica y la Restricción Semántica.
“Principio Fonémico: El principio fonémico exige que haya una letra
y sólo una para representar cada fonema de la lengua y que un fonema
y sólo uno corresponda a cada letra. Dicho en otras palabras, el prinOp. cit., pág., 245.
Op. cit., pág. 238.
36
Op. cit., pág. 238. El destacado es nuestro.
37
Op. cit., pág. 232-233. Evidentemente, la primera premisa del silogismo, en futuro
imperfecto, no tiene por qué cumplirse y deja en suspenso la validación del razonamiento.
34
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cipio fonémico postula una biyección (o correspondencia biunívoca)
entre el conjunto de los fonemas y el de las letras de tal modo que a
cada secuencia de fonemas corresponda unívocamente una secuencia
de letras (lo que facilita al máximo la escritura) y a cada secuencia de
letras corresponda unívocamente una secuencia de fonemas”38.
“Restricción Transdialectal: Hay que distinguir dos niveles de escritura:
la escritura dialectal, que refleja exactamente la estructura fonémica del
dialecto en cuestión, y la escritura oficial o estándar, que representa un
compromiso entre todas las posibles escrituras dialectales. La escritura
dialectal es perfectamente admisible en cartas, peticiones y otros escritos privados y su empleo no debiera ser considerado nunca como una
falta. Pero la escritura oficial o estándar es la única que debiera emplearse en los documentos oficiales, en los diarios y revistas, en los libros y
publicaciones de todo tipo, etc., así como en la enseñanza”. […] “una
de las razones que pueden justificar que un hablante se desvíe del principio fonémico a la hora de escribir consiste en que el hablante esté dispuesto a complicarse ligeramente la vida (toda desviación del principio
fonémico estricto es una complicación suplementaria) en aras de una
más fácil, eficaz y barata intercomunicación entre todos los hablantes de
los diversos dialectos de su lengua. A esto es a lo que llamamos la restricción transdialectal del principio fonémico”39.
“Restricción Morfémica: el desviarse del principio fonémico para unificar la representación gráfica del mismo morfema está justificado en
algunos casos (como los morfemas gramaticales [moler / muelo, nadar /
natación] más frecuentes) y es discutible o defendible en todos”40.
Y Restricción Semántica: en casos de homonimia (vaca, baca; vasto, basto,
etc.) “puede estar justificado desviarse del principio fonémico, que nos
commina a escribir como hablamos. […] El principio fonémico es el
principio básico de la escritura alfabética. Pero en las escrituras actualmente usadas se dan dos tipos de desviaciones de este principio: por un
lado, las desviaciones justificables (o al menos discutibles) en función de
las restricciones transdialectales, morfémicas y semánticas que acabamos
de considerar, y por otro, las desviaciones patográficas, que carecen de
justificación posible y que no se prestan siquiera a discusión”41.
Op. cit., pág. 168.
Op. cit., págs. 173-175.
40
Op. cit., pág. 181.
41
Op. cit., pág. 185. Las desviaciones patográficas del principio fonémico, según
Mosterín, “entorpecen la comunicación y dificultan el aprendizaje, sin ningún tipo de ventaja compensatoria. He aquí las principales: 1) poligrafía de los fonemas; 2) polifonía de los
grafemas; 3) homografía de morfemas heterófonos; 4) heterografía de morfemas uniformes; y 5) composición de los fonogramas”. (pág. 187). Para el desarrollo de estos puntos
véanse págs. 187-201.
38
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Nos hemos detenido con algún detalle en Mosterín (1981-1993),
porque es la última propuesta reformista, porque es una propuesta
total y porque reúne muy bien la panoplia argumental de los reformistas.
Martínez de Sousa (1984) se suma a la propuesta de J. Mosterín, y
recuerda sus principales argumentos y el sentido de la reforma: “Las
razones que amparan una propuesta de simplificación y reforma de
nuestro sistema ortográfico aparecen, pues, claras: a) introducir coherencia y lógica interna en el sistema; b) rescatar del analfabetismo, en
corto tiempo y al menor coste posible, a los millones de hispanohablantes que aún no tienen acceso a los bienes de la cultura; c) facilitar
la escritura, con la menor cantidad posible de faltas, a todos, cualquiera que sea su condición social. En este sentido, la reforma de la ortografía debería consistir en lo siguiente: a) cada fonema (sonido) debe
representarse con un grafema (letra) y sólo uno; b) todo grafema que
no represente sonido debe desaparecer de la escritura; c) en la grafía
de las palabras deben prevalecer el uso constante y el fonetismo sobre
la etimología, especialmente cuando ésta no está bien establecida o se
opone al genio del español. La mayor dificultad del escribiente actual
radica precisamente en el hecho de que existe inadecuación entre lo
pronunciado y lo escrito. Una vez acomodado lo uno a lo otro, el sistema ortográfico será coherente y habrán desaparecido muchas de las
causas por las que se cometen faltas de ortografía incluso por personas
formadas”.
Más recientemente, García Posada (1999) se incorpora a la propuesta, con algunos ejemplos: “Cuando hace un par de años lanzó
Gabriel García Márquez su heterodoxo y jocundo discurso contra la
ortografía conservadora, no hablaba en el vacío, ni incurría en la mera
boutade, como creyeron algunos. Pues esa reforma ortográfica espera al
español, antes o después. Uno no cree que su prodigiosa unidad se base
en la ortografía solamente; la cultura agraria y, como tal, arcaizante, en
la que viven muchos millones de hispanohablantes, es responsable, al
menos en igual medida, de la cohesión idiomática. Con cerca de cuatrocientos millones de hablantes, grandes bolsas de analfabetismo y la
expectativa de una inevitable industrialización en esas áreas agrarias, la
simplificación ortográfica será un arma decisiva a favor de una lengua
que carece hoy, y es casi seguro que seguirá careciendo mañana, de la
hegemonía política y comercial que sustenta a la lengua inglesa,
mucho más fragmentada hoy que la española. Para ir haciendo camino, no es mucho pedir que vayan proponiéndose, al menos como
medidas facultativas, el uso de la jota para el sonido velar y sordo
(*jenio, no genio, *jirar, no girar, como hereje y cajita) y la ese para la
equis en palabras como esquisito, escavar, esterior. En suma, algunas de las
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innovaciones que introdujo en sus libros Juan Ramón Jiménez, muy
latinoamericano en sus posiciones y felizmente citado en el prólogo”.
Ante esta diversidad de argumentos, es opinable que la cohesión
idiomática del español se deba a “la cultura agraria y, como tal, arcaizante, en la que viven muchos millones de hispanohablantes”; pero,
según los autores y textos que citaremos a continuación, no parece
nada opinable que esa consistencia y cohesión unitaria tenga uno de
sus fundamentos principales en la fijeza ortográfica.
3. RETRAIMIENTO Y FRENO DE LAS REFORMAS
En el epígrafe anterior hemos visto dos propuestas de reforma ortográfica más o menos radicales y sistemáticas: Noboa (1839) y Mosterín
(1981), separadas por ciento cuarenta y dos años, pero orientadas por
parecidos fines y fundadas en argumentos semejantes, aunque con las
naturales diferencias de la propuesta de Mosterín, que se sirve de los
principios y condiciones de una fonología estructuralista, que intenta
aplicar con rigor a sus propuestas.
A continuación, dedico este epígrafe a examinar cómo se presentan
las últimas propuestas reformadoras de la Academia, de la RAE, desde
la 8ª edición de la Ortografía, de 1815, pasando por las declaraciones
ortográficas de los prólogos de sucesivas ediciones de los diccionarios
académicos, desde DRAE (18175) hasta DRAE (186911). En esta última
publicación se declaran concluidas las reformas significativas, porque
después no hay más que precisiones menores. Las reformas académicas y sus sugerencias a los “doctos” desde los prólogos de los diccionarios nos introducen en lo que vamos a llamar la “reforma Bello”. Así,
se va a entender mejor cómo surgen y se enuncian las propuestas de
Bello en sucesivos artículos de revista, desde Bello (1823) hasta Bello
(1844); pero propuestas que no se ratifican en Bello (1847), en la
Gramática, su obra magna.
3.1. La Academia espera que los doctos promuevan las reformas y que el uso
las generalice
En la Ortografía de RAE (18158) podemos decir que se dan por concluidas las grandes reformas del proceso de fijación ortográfica definitiva de nuestra lengua, que se inició en el “Discurso Proemial de la
Ortografía”, en DRAE (1726). Aun advierte la Academia algunas irregularidades del principio de correspondencia entre pronunciación y
ortografía, pero adopta una actitud sancionadora de posibles usos futu-
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ros, que no se atreve a promover: “La Academia persuadida de que
cada sonido debe tener un solo signo que le represente, y que no debe
haber signo que no corresponda a un sonido o articulación particular,
ha reducido la x al sonido suave que tiene en examen, exención, excitar.
[…] Siempre será un obstáculo para la perfección de la ortografía la
irregularidad con que pronunciamos las combinaciones o sílabas de la
c y de la g con las vocales […]. Ni han faltado escritores que han pretendido dar a la g en todos los casos y combinaciones la pronunciación
menos áspera que ya tiene con la a, o, u, remitiendo a la j toda la gutural fuerte: con lo cual se evitaría el uso de la u que se elide sin pronunciarse después de la g y siguiendo otra vocal, como en guerra, guía,
y la nota llamada crema o los dos puntos que se ponen sobre la u cuando ésta ha de pronunciarse como en agüero, vergüenza y otras. Pero la
Academia, pesando las ventajas e inconvenientes de una reforma de tanta trascendencia, ha preferido dejar que el uso de los doctos abra comino para autorizarla con acierto y mayor oportunidad”42. He destacado estas últimas palabras porque van a ser, por un lado, particularmente significativas de la
postura académica, de su actitud ante el hecho de las reformas ortográficas; y por otro lado, porque permiten explicar el origen de la
“reforma Bello”.
En efecto, en el “Prólogo” de DRAE (18175) se corrobora lo dicho y
se reitera con otras palabras que también destacamos: “Hubiera sido en
consecuencia inexcusable el que la Academia no siguiese con puntualidad en su Diccionario las reglas que tiene prescritas en su Tratado de
Ortografía. Algunas de ellas se han simplificado y perfeccionado en la
última edición hecha en el año de 1815, y esto ha obligado en el
Diccionario a variaciones que siempre son de mucha considración en
obras donde tanto influye y de tanta importancia es el orden alfabético. […] Aunque la Academia ha manifestado en su Ortografía el deseo
que tiene de que el sonido áspero y gutural se circunscriba exclusivamente a la j, todavía lo conserva la g en algunas combinaciones. Otro
tanto viene a suceder con las letras c y z. La Academia preferiría que se
escribiesen con esta última las dicciones que la tienen en su raíz, como
pazes, felizes; pero en este y otros casos hay diversidad entre los doctos, el uso
fluctúa, y la Academia, que puede dirigirlo, no tiene derecho por sí sola a fijarlo. Es de desear que la práctica común y general señale y establezca reglas sencillas, uniformes e inalterables en esta materia; y la Academia que ha experimentado ya la docilidad con que la nación ha contribuido a realizar las mejoras
ortográficas de la lengua castellana, siguiendo y adoptando sus consejos e insinuaciones, […] espera que el uso de las personas instruidas y de los buenos
42
RAE (18158), Prólogo.
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impresores continúe auxiliando sus deseos de dar la última mano a la perfección de este ramo de nuestra cultura”43. Entre Heráclito y Parménides.
Por tanto, M. F. Suárez, aunque acierta en la incitación académica
de Bello, no identifica exactamente las causas de la reforma de Bello:
“Después de la publicación de los primeros escritos de Bello sobre
ortografía, y antes de salir a luz la Gramática de nuestro sabio, la
Academia adoptó una reforma muy interesante, cual fue la supresión
de la x con sonido de j. De forma que Bello –aun dado que pensara
conveniente y racional someterse a la autoridad de aquel Cuerpo,
como parece indudable que pensó– no pudo considerar cerrada la
época de las reformas ortográficas, iniciables por los escritores de nota,
admisibles por el uso y sancionables definitivamente por la
Corporación encargada de la conservación y perfeccionamiento de la
lengua”44. La reforma académica de sustitución de la x por j en pronunciaciones de velar fricativa es de RAE (18158), confirmada en DRAE
(18175), antes de los primeros escritos sobre ortografía de Bello, de
1823 y 1827. Lo que realmente incita a Bello son, en efecto, las peticiones académicas; pero no por la alternancia x/j, que estaba resuelta
desde 1815, sino por las vacilaciones entre g y j y entre c y z45.
Es lo que Casares identifica como ruptura por parte de Bello del
círculo vicioso entre la actitud académica de espera de la inicitiva de
los escritores y la actitud de estos esperando las normas académicas.
Decía la Academia en 1815: “Ni han faltado escritores que han pretendido dar a la g en todos los casos y combinaciones la pronunciación
menos áspera que ya tiene con a, o, u, remitiendo a la j toda la gutural
fuerte..., pero la Academia, pesando las ventajas e inconvenientes de
una reforma de tanta trascendencia, ha preferido dejar que el uso de
los doctos abra camino para autorizarla con acierto y mayor oportunidad.» […] De estas citas […] se deduce lo siguiente: 1.° que el proyecto de desterrar el uso de la g ante e, i, no es una novedad de nuestros
días; 2.° que la Academia reconoce la conveniencia de la reforma, la
desea hace mucho y tiempo y la ha efectuado ya en gran número de
voces; y 3.° que la Academia invita a los doctos a que se adelanten en
la sustitución de la g por la j, dispuesta de antemano a sancionar el
nuevo uso. Las conclusiones, como se ve, no pueden ser más gratas
para los fonetistas, si bien la última parece conducir a un círculo vicio43
DRAE (18175), Prólogo. El texto destacado en cursiva del último punto es nuestro. Esta
referencia, como todas las que proceden de diferentes DRAE, las hago por RAE (1999). Así
ahorro citar la lista de DRAE consultados.
44
En Suárez (1885: 65).
45
Precisamente a estas vacilaciones responden, como veremos, dos de sus propuestas
reformadoras de la “Época Primera: 1. Sustituir la j a la x y a la g en todos los casos en que
estas últimas tengan el sonido gutural árabe. 5. Sustituir la z a la c suave”.
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so: la Academia, deferente con los escritores, espera que éstos le abran
el camino, y los escritores, respetuosos con la Academia, aguardan a
que ella dé la norma. Pero, en realidad, el círculo está roto desde hace
mucho tiempo. Por un lado, la Academia empezó ya a implantar la
reforma, aplicándola a gran número de voces, y por otro lado, los doctos, entre los que descuella el insigne Andrés Bello, no se han privado
de predicar con el ejemplo”46.
En el Prólogo de DRAE (18378), al tiempo que se rechaza cualquier
alteración en la ortografía de la x, cuyos usos se consideran fijados, se
practican algunas sustituciones de g por j; pero con “pulso y circunspección”. Se insiste en la actitud sancionadora de usos futuros que les
den “más fundados motivos” a los académicos para proponer la sustitución definitiva de g por j en las pronunciaciones de fricativa velar
sorda: “En lo que se echarán de ver algunas, aunque no muchas, innovaciones, es en la parte ortográfica, pues atendiendo al deseo y conveniencia general de simplificar en lo posible la escritura de la lengua
patria, ha creído oportuno la Academia sustituir la j a la g fuerte en
gran número de voces que hasta aquí se habían escrito con la segunda
de estas consonantes. Mas procediendo con el pulso y la circunspección que acostumbra, se ha limitado por regla general a escribir con j
las palabras en cuya etimología no se halla la g, conservando en las
demás esta letra por respeto a su origen y a la antigua posesión que lo
autoriza. Tal vez algunos años más serán suficientes a legitimar el uso contrario, y entonces la Academia, como fiel observadora del rumbo seguido por los
buenos escritores, hallará quizá más fundados motivos para descartar la g fuerte de todas las voces castellanas, empleando exclusivamente esta letra en
aquellas sílabas en que se pronuncia con suavidad, como gracia y golilla. Otra novedad va introduciendo, de algunos años acá, la práctica de
varios impresores, y es la de escribir con es la sílaba ex, bien se halle en
principio de dicción, como en extraño, experto, bien en medio de ella,
como en pretexto, contextura. Sin embargo, no es tal ni tan calificada la
generalidad de esta alteración, que se atreva la Academia a adoptarla,
y mucho menos al considerar que por ella se confunden voces de diferente significado; v.g. los verbos espiar y expiar […]. Más repugnante, si
bien no tan general, parece a la Academia la manía de escribir con cs
las sílabas xa, xen, xi, como en examen, exento, eximio, poniendo en su
lugar ecsamen, ecsento, ecsimio; innovación que ninguna razón justifica, y
de la cual no se sigue la más leve utilidad o ahorro. Desterrada ya la x
de las voces en que representaba el sonido de la j, su pronunciación es
fija, conocida, uniforme, sin que en ningún caso ofrezca duda ni ambigüedad. ¿Qué razón, pues, hay para echarla del alfabeto? […] Así la
46
En Casares (1941: 272-273).
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Academia está muy lejos de admitir una novedad, que sobre no representar con exactitud la verdadera pronunciación de la x, complica la
escritura en vez de simplificarla, y de tal modo desfigura las palabras
españolas, que parecen de alguno de los idiomas septentrionales”47.
En DRAE (18439) la sustitución de g por j, que se anunciaba como
posible en la edición anterior, se frena definitivamente: “El sistema
ortográfico, seguido por la Academia en esta edición, es igual al de la
precedente, sustituyendo siempre la j a la g a excepción de aquellas
voces que, de notoriedad, tienen en su origen esta última consonante,
como regio, ingenio, régimen. El arrojo con que algunos escritores con
más ligereza que discreción se empeñan en desnaturalizar la escritura
de las voces castellanas, ha obligado a la Academia a proceder en esta
parte con el mayor detenimiento y mesura”48. No podemos concretar a
qué escritores se refiere el prólogo del DRAE, pero es seguro que esta
generalización de sustituir “siempre la j a la g” se suspende definitivamente y, salvo los usos particulares de algún autor, la distribución ortográfica de g se mantiene tal cual hasta hoy.
En DRAE (186911) ya no se ven en el horizonte reformas ortográficas
mayores: “Respecto de la ortografía, ninguna novedad notable ofrece
esta undécima edición. Sin estimar del todo perfecta la ortografía castellana actual, y sin renunciar por completo a las reformas que andando el
tiempo puedan adoptarse, ha creído, no obstante, la Academia, que por
ahora no conviene alterar su ortografía, bien consentida años hace por
los doctos y dotada ya de cierta perfección relativa”. Si en algún momento, en publicaciones anteriores, de 1815, de 1817 y de 1837, la Academia
esperaba la iniciativa de los “doctos” para sancionar sus usos, ahora, en
47
DRAE (18375), Prólogo. El destacado es nuestro. Nótese que en lo referente a la x ya se
manifiesta aquí una postura cristalizada frente a la propuesta de RAE (18158: cap. III, §35,
págs. 54-56) y su regla III cuando dice lo siguiente: que la pronunciación de la x “equivale á
cs, como en examen, exequias, extensión, éxtasis, sintaxis. El sonido gutural que la x ha tenido
hasta ahora en algunas voces, y nos vino del árabe, debe remitirse en adelante á la j y á la g
en sus casos respectivos, como se ha dicho hablando de estas letras: y reducida por consiguiente la x al sonido suave, debe suprimirse el acento circunflejo que se ha colocado hasta
ahora sobre la vocal á quien hería para distinguir esta pronunciación de la gutural. Con esta
novedad, hecha para facilitar la escritura y perfeccionar la ortografía castellana, se establecen las reglas siguientes: I. La x solo ha de tener el sonido suave equivalente á cs en todas las voces
en que se halle. II. Los sonidos fuertes ó guturales, que antes se agregaban á la x en algunas voces, se
remitirán constantemente á la j y g en los casos y combinacines que respectivamente les correspondan.
III. Por facil tránsito y conmutacion de la x á la s podrá esta sustituirse á la primera cuando la sigue
una consonante, como en estrangero, estraño, estremo, ya para hacer mas dulce y suave la pronunciacion, ya para evitar cierta afectacion con que se pronuncia en estos casos la x. IV. Se conservará la x en las pocas voces que terminan con esta letra, como relox, box, carcax, relex, dix, almoradux; pero inclinando siempre la pronunciacion á la suavidad de la cs, por no ser propio de nuestra
lengua las terminaciones fuertes de la g y de la j en fin de diccion”.
48
DRAE (18439), Prólogo.
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1869, ya considera que los usos generalizados han determinado la “perfección” de la ortografía, el fin de los cambios y de las reformas en busca
de la correspondencia estricta entre pronunciación y grafía49. Podemos
decir que los académicos de mediados del siglo XIX, en el Prólogo de
DRAE (186911), hacen pública su postura de contención y freno a otras
reformas que no sean las ya sedimentadas. Las dos razones de esta contención se enuncian al final: primero, porque la ortografía del momento ya tiene años de general consentimiento y aceptación unitaria por
parte de los “doctos”; y segundo, porque esa ortografía ya manifiesta una
“cierta perfección relativa” o correspondencia entre el conjunto de sonidos y el de grafías, entre pronunciación y escritura.
3.2. La “reforma Bello”
El objetivo de esta reforma se proclama en los siguientes términos:
“Entre los medios, no sólo de pulir la lengua, sino de extender y generalizar todos los ramos de ilustración, pocos habrá más importantes que
el simplificar su ortografía, como que de ella depende la adquisición más
ó menos fácil de los dos artes primeros, que son como los cimientos
sobre que descansa todo el edificio de la literatura y de las ciencias: leer
y escribir”50. La simplificación de la ortografía parece motivada fundamentalmente por este objetivo de “facilitar la adquisición de la lectura y
de la escritura”, origen de cualquier conocimiento. Para ello se establece como guía el principio de la pronunciación, por encima de los principios del origen o etimología y del uso constante de los clásicos.
49
Es el fin de una historia que resume R. J. Cuervo en unas pocas líneas: “Desde la primera mitad del siglo XVIII la Academia Española ha ido remediando el desorden ortográfico
que sin mermar reinaba todavía al tiempo de su fundación (1713) y acercándose cada día
más a la escritura fonética. Para regularizar el uso de la h y la y tomó como base, aunque no
con rigurosa consecuencia, la etimología, que era acaso lo único que podía hacerse supuesta la vacilación que hay en la pronunciación de dichas letras. Esto hizo en el Diccionario de
Autoridades (1726) y lo ratificó en la Ortografía (1741); ahí mismo desechó la ç y deteminó el
empleo de la c y la z. En la 3ª edición de la Ortografía (1763) abolió la duplicación de la s; en
la 4ª del “Diccionario” (1803) desterró la h de christiano, la ph de philosopho, y dio a la ch y la
ll el lugar y orden de letras distintas; en la 8ª de la Ortografía (1815) escribió cuatro, cuestor
por quatro, qüestor, decidió que en adelante no se emplease la x con el valor gutural de j, que
antes tenía en dixo, y le adjudicó el de la combinación cs (que sólo por pedantería se usaba
en el siglo XVI), quedando por consiguiente abolido el uso de la capucha o acento circunflejo que en 1741 había preceptuado se pusiese a la vocal siguiente cuando la x había de pronunciarse a la latina: examen, exorbitante, refiexion; y separó las funciones de la i y de la y, con
algunas excepciones ‘por ahora’ (rey, va ‘y’ viene); en la 12ª edición del «Diccionario» (1884)
considera la rr como letra indivisible, semejante a la ll, mas no le da todavía lugar propio en
el orden alfabético”. En Bello (1847: 418. Nota 1 de R. J. Cuervo).
50
En Bello (1823: 212).
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En este epígrafe, que hemos titulado como de retraimiento o contención de las reformas ortográficas, aunque a primera vista parezca
contradictorio, incluyo la que voy a titular “reforma Bello”. ¿Por qué?
Primero, porque, como advierte J. Casares, las propuestas de Bello se
han de entender como una respuesta a la postura académica de “dejar
que el uso de los doctos abra camino” a la reforma “para autorizarla
con acierto y mayor oportunidad”; como atención a la postura académica de “espera que el uso de las personas instruidas y de los buenos
impresores continúe auxiliando sus deseos de dar la última mano a la
perfección” de la ortografía51. Y segundo, porque las propuestas de
Bello son, de hecho, una manifestación de contención y prudencia, del
“detenimiento y mesura”, del “pulso y circunspección” preconizado
por los académicos: son propuestas (1823-1826) localizadas y graduadas; y consciente de que no se generalizan, Bello no las aplica ni propone en la Gramática, de 1847.
En efecto, así lo aprecia M. F. Suárez cuando apunta que Bello desiste de la reforma. “Corrieron años, y Bello, fuese porque a este propósito
sus opiniones se modificaran, fuese porque el uso común se resistiera a
adoptar la mayor parte de las innovaciones por él propuestas, no señaló
ya en su Gramática notable alteración, consignando apenas aquellas de
sus reformas recibidas generalmente en los países americanos”52. Y aún
más adelante, el mismo Suárez se mantiene en la misma observación,
tras distinguir entre las dos posturas que se observan ante el hecho de la
reforma ortográfica. “Hay en ella [la reforma ortográfica] un sistema
especioso y seductor, como lo es la libertad en todas sus manifestaciones;
pero en el fondo irrealizable y nocivo: de otro lado se exhibe el sistema
tradicional, mucho más sólido, pero no tan inflexible que se niegue a toda mudanza necesaria y a todo paso de verdadero adelanto. Cualesquiera que fueran en un principio las opiniones y planes de Bello a este propósito, creemos que en su Gramática nuestro ilustre sabio se acercó más al segundo
de aquellos dos sistemas”53. Esta es la proclamación de los académicos, en
DRAE (186911), de mantener con actitud flexible el sistema ortográfico ya
generalizado y consolidado.
El orden de los epígrafes siguientes permite inferir estas consideraciones. Comenzaré por la literalidad de las propuestas de Bello que se
mencionan en tantos sitios y que no es fácil encontrar en cita literal.
Luego situaré las publicaciones de Bello entre las académicas, para
facilitar interpretaciones de correspondencia entre unas y otras, y para
poder apreciar con más precisión los objetivos, prevenciones y res51
RAE (18158) y DRAE (18175).
52
En Suárez (1885: 63-64).
En Suárez (1885: 74).
53
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puestas de Bello (1844) y de Bello (1847), donde no se mencionan ni
se aplican las reformas propuestas en 1823 y 1826.
3.2.1. Las propuestas, resultados y puntos pendientes
Las propuestas de reforma y fijación ortográfica de A. Bello no son
tantas, ni son tan esenciales, ni son algo que no estuviese en las publicaciones académicas: ortografías y prólogos a los diccionarios. Se postulan para una aplicación en dos etapas y su enunciado literal es el
siguiente.
Sometamos ahora nuestro proyecto de reformas a la parte ilustrada del público americano, presentándolas en el orden sucesivo con que creemos será conveniente adoptarlas.
ÉPOCA PRIMERA.
1. Sustituir la j a la x y a la g en todos los casos en que estas últimas tengan el sonido gutural árabe.
2. Sustituir la i a la y en todos los casos en que ésta haga las veces de simple vocal.
3. Suprimir el h.
4. Escribir con rr todas las sílabas en que haya el sonido fuerte que corresponde a esta letra.
5. Sustituir la z a la c suave.
6. Desterrar la u muda que acompaña a la q.
ÉPOCA SEGUNDA.
7. Sustituir la q a la c fuerte.
8. Suprimir la u muda que en algunas dicciones acompaña a la g”54.
El mismo Bello analiza los efectos de su propuesta sobre los elementos del sistema ortográfico, y sobre los principios determinantes de
la ortografía, que se acercarían bastante al nebrisense de la pronunciación: “Quedarían así desterradas de nuestro alfabeto las letras c y h,
la primera por ambigua y la segunda porque no tiene significado alguno; se excusaría la u muda y el uso de la crema; se representarían los
sonidos r y rr con la distinción y claridad conveniente, y, en fin, las consonantes g, x, y tendrían constantemente un mismo valor. No quedaría,
pues, más campo a la observancia de la etimología y del uso que en la
elección de la b y de la v, la cual no es propiamente de la jurisdicción
de la ortografía, sino de la ortoepía, porque a ésta toca exclusivamente señalar la buena pronunciación, que es el oficio de aquélla repre54
En Bello (1823: 227-228).
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sentar”55. El objetivo es muy simple: “Deben desterrarse de nuestro alfabeto las letras superfluas; fijar las reglas para que no haya [más que]
letras unísonas; adoptar por principio general el de la pronunciación, y
acomodar a ella el uso común y constante sin cuidarse de los orígenes”56.
Es lo que Unamuno considera como todo un curso de posibilismo
reformador y positivo, en una postura intermedia entre los principios
de la pronunciación y los del origen o etimología de las palabras.
“Procediendo por ejemplos para mostrar lo que es el sano posibilismo en
reformas ortográficas, mencionaremos al meritísimo don Andrés
Bello, espíritu circunspecto, aplomado y poco amigo de brusquedades,
que escribía i latina siempre que ésta fuera vocal (i, hai, voi) y jota en
todo sonido de ge fuerte (lójica, jeolojía), relegando la g para las sílabas
ga, gue, gui, go, gu. Nótese que esta modesta reforma, sin romper asociación ninguna y manteniendo el sonido actual de la jota y de la ge,
introduce un orden en aquella anarquía de escribir mujer o muger,
extranjero o extrangero, y reduciendo la ge a no más uso que el de su sonido suave, prepara el olvido de que sonara como la jota, y la caída consiguiente de la u de gue, gui, naturalísima cuando ya no se emplee ge
con sonido de jota. En esta pequeñez de escribir Bello jeolojía, ¡qué
curso de verdadero posibilismo! […] Entre estas dos tendencias extremas, los revolucionarios fonetistas y los etimologistas, marchan paso a
paso los conservadores o posibilistas, los que sin violentar la marcha
natural de las cosas procuran acelerarla, o más bien quitarle estorbos
del camino”57.
Esta actuación considerada por Unamuno como de posibilismo se
parece bastante al proceder que, más tarde, va a defender Casares: “No
sabemos lo que habría pasado si de la noche a la mañana la Academia
hubiese decretado una reforma radical de la escritura, que llevase la
implantación del fonetismo hasta sus últimas consecuencias; y, en cambio, sabemos que dicha corporación ha ido proponiendo, discretamente y con prudentes intervalos, normas de simplificación (la última
ha sido la supresión de acentos innecesarios en ciertas partículas), que
han sido sienpre inmediatamente acatadas en todos los países de habla
española: acatamiento ejemplar que hay que poner muy por encima de
cualesquiera otras consideraciones […]. Procede, pues, a mi juicio,
preparar detenidamente un plan completo de reforma y estudiar al
propio tiempo las etapas en que se ha de aplicar, escalonándolas convenientemente y adoptando el criterio de no lanzar ninguna innovación hasta que la anterior esté completamente asimilada por el uso”58.
En Bello (1823: 230).
En Bello (1823: 232).
57
En Unamuno [1894] (1966: 306).
55
56
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En las propuestas de la reforma de Bello, de orientación peninsular,
que no considera el “seseo” o el “yeísmo”, queda pendiente el caso de
la x: “No faltará quien extrañe que no comprendamos en estas innovaciones el sustituir a la x los signos simples de los dos sonidos que se dice
representar, escribiendo ecsordio, ecsamen, o eqsordio, eqsamen; pero nosotros no tenemos por seguro que la x se resuelva o parta exactamente
ni en los sonidos c, s, como afirman casi todos, ni en los sonidos g, s,
como (quizá acercándose más a la verdadera pronunciación) piensan
algunos. Si hemos de estar por el informe de nuestros oídos, diremos
que en la x comienzan ya a modificarse mutuamente los dos sonidos
elementales, y que en especial el primero es mucho más suave que el
de la c, k o q ordinaria, y se acerca bastante al de la g”59. La hipotética
reforma de x que algunos propugnan no está bien fundada.
Más tarde, en los debates de la Facultad de Humanidades de
Santiago de Chile sobre la reforma ortográfica, con el mismo argumento de DRAE (18378), recogido más arriba, prevalece la postura de
mantener la x, según se puede leer en Bello: “La x dio motivo a una
larga discusión. Querían algunos miembros de la Facultad que se desterrase esta letra del alfabeto, sustituyéndole la combinación cs. Pero
prevaleció la opinión contraria por una razón que nos parece incontestable. El sonido de la x se ha suavizado tanto en la pronunciación,
que casi se confunde con el de la s. Pronunciar ecsamen, ecsonerar,
dando su verdadero y perfecto valor a la c, parecería afectación y
recalcamiento. Pronunciamos más bien egsamen, egsonerar, dando a la
combinación gs un sonido suavísimo, que se aproxima al de la s, pero
sin confundirse con él. La x, en suma, representa ya una articulación
peculiar”60. Es lo que se decía, más o menos, en DRAE (18378), de cuya
cita reitero las últimas palabras para mayor comodidad: “Desterrada
ya la x de las voces en que representaba el sonido de la j, su pronunciación es fija, conocida, uniforme, sin que en ningún caso ofrezca
duda ni ambigüedad. ¿Qué razón, pues, hay para echarla del alfabeto? […] La Academia está muy lejos de admitir una novedad, que
sobre no representar con exactitud la verdadera pronunciación de la
x, complica la escritura en vez de simplificarla, y de tal modo desfigura las palabras españolas, que parecen de alguno de los idiomas
septentrionales”.
Por último, quedan definitivamente pendientes la sustitución de
la j por la g y la supresión de la h: “Y falta, en segundo lugar, la sustitución de la j a la g en todos los casos en que la última de estas dos
En Casares (1941: 266-267).
En Bello (1823: 228-229).
60
En Bello (1844: 265).
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consonantes tiene el mismo sonido que la primera; acerca de lo cual
podemos ya citar en cierto modo el sufragio de la Academia misma,
que en el prólogo de la novena edición del Diccionario ha estampado
estas palabras: ‘El sistema ortográfico, seguido por la Academia en
esta edición, es igual al de la precedente, sustituyendo siempre la j a
la g; a excepción de aquellas voces que de notoriedad tienen en su origen esta última consonante, corno regio, ingenio, régimen’. Admite la
sustitución por regla general, y la etimología por excepción, y aun
eso con la precisa calidad de que sea notorio el origen. Pero ¿cuántos
son capaces de juzgar de la notoriedad en esta materia?”61. Es evidente
la postura conciliadora de Bello, que ante un caso como la sustitución de g por j que se advierte de unanimidad difícil y de excepciones fundadas en la “etimología notoria”, más difícil aún, prefiere
mantener los usos más generalizados. De todos modos, veinticinco
años después de la publicación de su propuesta, dos puntos como los
referidos a la h y a la u de qu, están pendientes: “¿Qué es, pues, lo que
falta para una aprobación completa de la ortografía aprobada por
nuestra Facultad de Humanidades? Falta primero la supresión de la
h inútil, a la cual (prescindiendo de la práctica, no muy antigua, de
omitirla en muchísimas palabras en donde sin necesidad ni conveniencia alguna se ha resucitado, en el verbo haber, por ejemplo) se
aplica completamente cuanto se dijo de la u muda de que viene seguida la q”62. Si el fundamento fonetista de estas propuestas simples es
claro, a nadie se le escapa el efecto transformador, de desfiguración
evidente, que se produciría en tantas palabras, como emos, abía, qe,
qien, etc.
3.2.2. Bello y la Academia
Para situar las ideas de A. Bello en el contexto de las publicaciones
académicas, hemos intercalado las publicaciones y algunos hitos vitales
de A. Bello en el siguiente cuadro cronológico. Así, convenientemente
situadas respecto a las publicaciones académicas, se pueden aquilatar
mejor las ideas de Bello a propósito de la reforma ortográfica, que se
irán desgranando a continuación. También es fácil hacer, así, lecturas
particulares de las sucesivas referencias de Bello, en distintas publicaciones, a las ideas y propuestas académicas. Todo se entenderá mejor y
con más precisión, según el momento preciso de la publicación de
cada texto, de Bello o de la Academia.
61
62
En Bello (1844: 287).
En Bello (1849: 287).
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BELLO en el calendario de las reformas ortográficas
Publicaciones y novedades
Añoed
1726
Discurso Proemial de la Orthographía
1726-17391 Autoridades. Ch y Ll variantes respectivas de C y L y en orden alfabético internacional. Nacimiento lexicográfico de la Ñ.
17411
Ortografía de la lengua castella
17702
Autoridades
17755
Ortografía de la lengua castella
17801
DRAE
17832
DRAE
17913
DRAE
18034
DRAE. Nacimiento lexicográfico de Ch y Ll. Sanción de Ñ. Se
excluye K
1810
Bello, A. Delegado de la Junta Revolucionaria de Caracas en
Londres.
18158
Ortografía de la lengua castella
18175
DRAE. Sanción de Qua > Cua, de Y > I y de X > J/G.
Advertencia de vacilaciones J/G, C/Z
18226
DRAE. Eliminación de dobletes de fonología provincial, rústica,
de mal gusto; o bien de versión neolatina cultista.
1823
Bello, A.: funda con el colombiano Juan García del Río la revista
Biblioteca Americana, y publican la primera versión de
“Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la
ortografía en América”.
1826
Bello, A.: funda con el colombiano Juan García del Río la revista
Repertorio Americano, donde se publica la segunda versión de
“Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la
ortografía en América”.
18269
Ortografía de la lengua castella
1827
Bello, A.: “Ortografía castellana”, en Repertorio Americano.
1828
Bello, A.: último año en Londres. Ha estudiado griego. Se ha
familiarizado con la doctrina “positivista” de A. Compte. Se aparta de la “Gramática general” de Port Royal, de 1660. Fundación e
impulso de la revista El Repertorio Americano.
1829
Bello, A.: primer año en Chile. Oficial mayor del Ministerio de
Relaciones Exteriores de Chile.
18327
DRAE
18378
DRAE. “Sustituye la J a la G fuerte en gran número de voces”.
Adevertencia contra X = S y contra X = CS
18439
DRAE. Advertencia e insistencia en mantener J y G
1843
Bello, A.: primer Rector de la Universidad de Santiago de Chile.
1844
Bello, A.: “Ortografía”, en Araucano. Se mantiene la X y queda
pendiente la sustitución de G por J.
1847
Bello, A.: Gramática de la lengua castellana para uso de americanos,
primera edición de Chile después de un trabajo de veinte años.
1849
Bello, A.: “Reformas ortográficas”, en Revista de Santiago. Está pendiente la supresión sistemática de la H.
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185210
1865
186911
188412
DRAE. Ninguna novedad ortográfica digna de mención.
Bello, A.: muere en Chile.
DRAE. Cierre del “sistema ortográfico”
DRAE. Fijación de variantes léxicas u ortográficas: b/v, j/g, s/x, s/z,
y/ll, bs/s, h/Ø, de acento, de derivación, de silabificación.
Considera la rr como letra indivisible pero en el orden alfabético
de la r simple.
En este cuadro se ve cómo las propuestas reformadoras de Bello
(1823) y (1826) se publican precisamente tras RAE (18158) y DRAE
(18175), donde, por un lado, se hacen las últimas grandes reformas académicas apuntadas en el cuadro, y, por otro, se proclama la actitud de
espera por parte de los académicos a las iniciativas de los “doctos”, de
los “buenos escritores”, de las “personas instruidas” y de los “buenos
impresores”.
En este doble contexto se sitúa A. Bello, que elogia la labor reformadora de la Academia: “En cuanto a la Academia Española, nosotros
ciertamente miramos como apreciabilísimos sus trabajos. Al comparar
el estado de la escritura castellana, cuando la Academia se dedicó a
simplificarla, con el que hoy tiene, no sabemos qué es más de alabar, si
el espíritu de liberalidad (bien diferente del que suele animar tales
cuerpos) con que la Academia ha patrocinado e introducido ella
misma las reformas útiles, o la docilidad del público en adoptarlas,
tanto en la Península como fuera de ella. Su primer trabajo de esta
especie, según dice ella misma, fue en los proemiales del tomo primero del gran Diccionario; y desde entonces ha procedido de escalón en
escalón, simplificando la escritura en las varias ediciones de su
Ortografia”63.
También proclama Bello la inserción de su trabajo en la labor académica, que quiere perfeccionar: “A fin de motivar las reformas que
apuntamos, examinaremos, por la última edición de 1820 del tratado
de ortografía castellana, los distintos sistemas de varios escritores y de
la Academia misma, y deduciremos de todos ellos el nuestro”64. Por eso,
porque considera que sus propuestas son una respuesta a las incitaciones académicas, no entiende muy bien las críticas. Porque las reformas
de Bello son una aplicación consecuente de los principios orientadores de las reformas de RAE (1815): “Si los que reprueban nuestro sisteEn Bello (1823: 214-215).
En Bello (1823: 213). Por la última edición de 1820 se ha de referir a una impresión
de la 8ª, de 1815, donde se publican las últimas grandes reformas: de sustitución de qua por
cua, de y por i, en muchas posiciones de valor vocálico; de x por j/g; y donde se insiste en
mantener los usos tradicionales de: j/g, c/z. Porque la siguiente 9ª edición la Ortografía de
la RAE es de 1826.
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ma condenasen también el de la Academia, serían a lo menos consecuentes, y mostrarían conducirse en sus juicios por algún principio
racional, y no por el hábito envejecido de preferir autoridades a razones. Y si condenan las reformas de la Academia, quisiéramos preguntarles: ¿qué sistema es el suyo? ¿En qué época de la lengua suponen fijada invariablemente la ortografía? ¿O en qué consiste la perfección de
la escritura? ¿O con qué argumentos prueban que la suya ha llegado a
este dichoso término de que ya no puede pasar? […] Nuestras reformas, por otra parte, son consecuencia inmediata de los principios que
ha seguido en las suyas la Real Academia Española. ¿No se desentendió
ésta de la etimología y el uso escribiendo elocuencia, cual, cuanto? ¿Es
más repugnante a la vista el sustituir la j a la g en ángel, ingenio, que la
g a la x en exemplo, exercicio? Se pudo poner i por y en baile y peine, y ¿no
se podrá hacer otro tanto en taray, convoy?”65.
Aquí es ilustrativo recordar la famosa anécdota atribuida por Bello
al académico D. Joaquín Lorenzo de Villanueva para explicar la incoherencia de no sustituir la y por la i, sistemáticamente, en todos los usos
vocálicos de y: “La Academia había propendido hace tiempo a separar
enteramente los usos de la i latina y la y griega, empleando la primera
como vocal y la segunda como consonante. Con este objeto, propuso
que se sustituyera la i latina a la griega en todos los diptongos ay, ey, oy,
uy, en que el acento carga sobre la primera vocal, excepto en fin de dicción. En vez de ayre, peyne, coyma, como antiguamente se escribía, introdujo la práctica de escribir aire, peine, coima; pero siguió escribiendo
taray, ley, voy, muy. No parece que había fundamento alguno para esta
excepción singular. Dícese que estaba ya para promulgarse la regla
general de la sustitución de la i a la y en todo diptongo grave terminado por y, cuando uno de sus miembros hizo presente que, adoptándose generalmente la regla, sería preciso corregir la ortografía de la
estampilla con que se firmaban los despachos y provisiones reales, yo el
rey, dificultad que a los señores académicos pareció insuperable. Se
propuso, pues, y se adoptó la excepción de los diptongos finales. En las
repúblicas americanas ha sido, sin embargo, frecuentísima la práctica
de escribir esos diptongos universalmente con la i vocal llamada latina.
La Facultad [de Humanidades de Santiago de Chile] no ha hecho más
que extender esta práctica a la conjunción y, y aun en eso la han precedido algunas repúblicas americanas y varios escritores europeos”66.
En otro sitio señala Bello las dificultades y contradicciones que
resultan de orientar la ortografía por los tres principios de pronunciación, uso y origen: “La Academia adoptó tres principios fundamentales
65
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En Bello (1827: 238).
En Bello (1844: 248-49)
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para la formación de las reglas ortográficas: pronunciación, uso constante y origen. De éstos, el primero es el único esencial y legítimo; la
concurrencia de los otros dos es un desorden, que sólo la necesidad
puede disculpar. La Academia misma, que los admite, manifiesta contradicción en más de una página de su tratado”. Y a continuación precisa: “Dice en una parte que ninguno de éstos es tan general que pueda
señalarse por regla invariable; que la pronunciación no siempre determina las letras con que se deben escribir las voces; que el uso no es en
todas ocasiones común y constante; que el origen muchas veces no se
halla seguido. En otra, que la pronunciación es un principio que merece la mayor atención, porque siendo la escritura una imagen de las
palabras, como éstas lo son de los pensamientos, parece que las letras y los
sonidos debieran tener entre sí la más perfecta correspondencia, y, consiguientemente, que se había de escribir como se habla y pronuncia. Sienta en un lugar
que la escritura española padece mucha variedad, nacida principalmente de que por viciosos hábitos, y por resabios de la mala enseñanza o de la inexacta instrucción en los principios, se confunden en la
pronunciación algunas letras, como la b con la v y la c con la q, siendo
también unísonas la j y la g; y en otros pasajes dice que por la pronunciación no se puede conocer si se ha de escribir vaso con b o con v, y
que, atendiendo a la misma, pudieran escribirse con b las voces vivir,
vez”67.
En este contexto, Bello responde a los objetores de sus propuestas
reformadoras con tres puntualizaciones de autoridad académica.
Primero, la Academia también reforma: “Examinemos, pues, las
objeciones que se hacen a la nueva escritura. A todas ellas podemos
oponer la práctica y la doctrina de la Academia Española, que es la
autoridad a que muchos se acogen, y que en esta materia es digna de
respeto sin duda. Extraños debieron parecer a la vista ejemplo, ejecución,
ejercicio, escritos con g [sic, por j] en lugar de la x etimológica68; extraños cuanto, elocuencia, acuso, con c; baile, aire, peine, con i latina, etc. Sin
embargo, no se paró la Academia en esa extrañeza, ni tuvo escrúpulo
en apartarse de la etimología para simplificar la escritura. ¿No podremos, pues, dar nosotros algunos pasos más en el mismo camino, guiados por los mismos principios, y llevando puesta la mira en el mismo
objeto de la sencillez ortográfica, que es en otros términos la facilidad
de las dos artes más importantes para la vida social, de los dos instrumentos más poderosos de civilización, la lectura y la escritura? ¿Hasta
En Bello (1823: 219-220).
Es una errata de imprenta evidente porque estos datos, según RAE (1999), NTLLE,
ejemplo, ejecución, ejercicio, aparecen así desde DRAE (1817), y como exemplo, execución, exercicio
en los DRAE de (1732) al de (1803), y no aparecen con g en ningún diccionario.
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donde ha llegado la Academia podremos llegar, y no más? La
Academia misma ha sido de diferente opinión, y lo ha dicho expresamente”69.
Segundo, la Academia incita a las reformas: “Lo más raro es el culto
supersticioso de ciertas personas a la Academia en materia de ortografía, cuando las vemos quebrantar a cada paso sus reglas y sus doctrinas
en puntos más graves. [Y eso que la Academia, lejos de complacerse
con ese incienso, ha excitado a que se le abra camino para reformas ortográficas más completas que las promulgadas por ella. ‘La Academia,
pesando las ventajas y los inconvenientes de una reforma de tanta
transcendencia, ha preferido dejar que el uso de los doctos abra camino para autorizarla con acierto y mayor oportunidad’. Así dice ella
misma en el prólogo a la novena edición de su Ortografía; y téngase presente que se trataba de nada menos que de suprimir enteramente la c,
sustituyéndole en unos casos la k y en otros la z; y no sólo de quitar a la
g el sonido de la j, sino de omitir la u muda y la crema después de la g
escribiendo, por ejemplo, kantar, zielo, jeneral, gia, gerra, aguero, vergueza.] Si se opusiese a las innovaciones un Capmany o un Hermosilla, respetaríamos su desaprobación, por infundada que nos pareciese. Pero
¿no es gracioso el gesto que hacen a reformas cimentadas en los principios de la Academia, los mismos que creen engalanar su estilo salpicándolo con los más chocantes galicismos; los mismos que contravienen sin el menor escrúpulo a las reglas gramaticales de la Academia, y
que aun desfiguran la ortografia, confundiendo la c con la s?”70.
Y tercero, la Academia, si no hace otras propuestas reformadoras
pendientes, es porque prefiere que los doctos reformen y que se consoliden las reformas: “La Academia, pesando las ventajas e inconvenientes de una reforma de tanta transcendencia, ha preferido dejar
que el uso de los doctos abra camino para autorizarla con acierto y
mayor oportunidad.» Así se expresa aquel Cuerpo acerca de la más
atrevida de las reformas que pide el alfabeto castellano; de una reforma que nuestra Facultad de Humanidades tampoco ha creído conveniente adoptar desde luego, y, sin embargo, la Academia permite, excita a que se introduzca esta reforma con el ejemplo de los doctos”71. En
estas palabras se advierte el comedimiento, la contención y la prudencia evidente en un asunto del que Bello es el primero en reconocer su
trascendencia.
En Bello (1844: 243-44).
En Bello (1849: 290). Insertamos entre corchetes una nota del original.
71
En Bello (1844: 244-45). Aquí está la prueba de lo que Casares (1941: 272-273) denomina el “circulo vicioso”, tal como se aprecia en la cita recogida más arriba.
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3.2.3. Respuestas de Bello a las prevenciones y objeciones
Frente a las prevenciones y objeciones respecto a las propuestas
reformadoras de la ortografía por parte de Bello, sancionadas por la
Facultad de Humanidades y aplicadas en Chile, Bello responde que ya
se encuentran en otros autores anteriores, y que, frente a la diversidad
de propuestas, prevalecerán y se generalizarán las más convenientes y
adecuadas. “Nuestro sistema no es nuevo, ni, cuando dimos el artículo
citado de la Biblioteca, tuvimos la menor pretensión de originalidad. Si
se examinan nuestras reglas ortográficas, se verá que apenas hay una
que no haya sido puesta en práctica antes de ahora”72. “Pero ¿no es de
temer, se dirá, que esta libertad ocasione confusión, y que tomándose
cada cual la licencia de alterar a su arbitrio los valores de los signos alfabéticos, se formen tantos sistemas diferentes como escritores? Nosotros
no lo tememos. Entre las varias tentativas que se hagan para perfeccionar la ortografía, prevalecerán aquellas que la experiencia acredite ser
las más adecuadas al fin; el interés propio hará que cada escritor someta su opinión a la del público literario; las Academias mismas se verán
precisadas a respetarla, y las extravagancias en que incurran algunos
pocos por la manía de singularizarse no tendrán séquito ni sobrevivirán a sus autores”73.
En todo caso, frente a la hipotética proliferación de ortografías locales, Bello destaca el carácter “conservador” de sus propuestas: “Dícese
también que es necesario que estas reformas partan de un centro
común, de una autoridad literaria reconocida; porque no siendo así, se
adoptarían en un país unas y en otro otras, y aun se verían en uno
mismo muchas ortografías diferentes según el juicio ó capricho de los
escritores; vendría la escritura a ser un caos, y la lectura, lejos de ganar
en facilidad, se rizaría de embarazos y perplejidades. Pero no puede
hacerse este reparo a las innovaciones recomendadas por la Facultad
de Humanidades: ellas no alteran el valor usual de ninguna letra, de
ninguna combinación.[…] La Facultad ha sometido sus procederes a
estas reglas fundamentales: 1º, caminar a la perfección del alfabeto,
que consiste, como todos saben, en que cada sonido elemental se
represente exclusivamente por una sola letra; 2º, suprimir toda letra
que no represente o contribuya a representar un sonido; 3º, no dar por
ahora a ninguna letra o combinación de letras un valor diferente del
que hoy día se les da comunmente en la escritura de los países castellanos; 4º, no introducir gran número de reformas a un tiempo”74. Es la
En Bello (1823: 237).
En Bello (1827: 240-241).
74
En Bello (1844: 246-248).
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respuesta de Bello a la sugerencia académica de “detenimiento y mesura” en las reformas.
Tan conservadoras y continuistas con las académicas considera sus
propuestas Bello que de ninguna manera las entiende como una ruptura con el pasado. “La primera [objeción] es la necesidad de enseñar al
niño dos métodos ortográficos, el antiguo y el nuevo, para que pueda
entender todo lo que hay escrito en letra de molde y de mano. En esto
hay exageración. El método antiguo y el nuevo son uno mismo con muy
ligeras alteraciones. […] Obsérvese que toda reforma ortográfica ha
debido ocasionar igual embarazo. Cuando la Academia sustituyó la c a la
q y la g o la j a la x, ¿no fue tan necesario como ahora hacer a los niños
algunas advertencias para que pudiesen leer los innumerables libros
escritos con la q y la x etimológicas?”75. Así se manifiesta en Bello el “pulso
y circunspección” recomendado por los académicos.
Y los problemas y dificultades que podrían causar en el manejo del
diccionario no son distintos de los causados por la ortografía no reformada, y tendrían la misma solución que ya aplican los usuarios. “La
segunda objeción consiste en la dificultad de buscar las voces en el diccionario. Este es un inconveniente que sólo puede alegarse respecto de
la supresión de la h, y existe únicamente para los adultos que saben
algo, y que dudan o sobre el verdadero significado de una palabra, o
sobre su legítima pronunciación, o sobre su ortografía. Éstos, sin duda,
tendrán una que otra vez que buscar una palabra con h y sin h. Pero
¿no sucede ahora lo mismo? ¿No les es necesario buscar una palabra
con b o con v; con z, con c o con s, y también con h y sin h?”76.
Evidentemente, la reforma Bello no es tan drástica, y esta réplica no
deja de tener sentido.
Otro tanto se puede decir de las homonimias resultantes de los cambios ortográficos. Son estos tan menores y localizados que bien se
puede decir que tales homonimias se van a resolver como las de la lengua oral, donde las diferencias de sentido se especifican por las diferencias de situación, de contexto o de configuración sintagmática.
“Objétase asimismo la confusión que resulta de la supresión de la h,
porque a, v. gr., puede ser una preposición y un tiempo de aber; e, una
conjunción y un tiempo del mismo verbo; abría puede ser un tiempo
de aber o un tiempo de abrir; aya, un tiempo de aber, una nodriza o un
árbol. Esta confusión, si tal puede llamarse, existe en la lengua hablada; del mismo modo se pronuncia aya o haya cuando se dice dudo que
haya llegado la nave, que cuando se dice la haya es un árbol copado, o la
niña se echó en brazos del aya. Y si existe en la lengua hablada, ¿por qué
75
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En Bello (1844: 251-52).
En Bello (1844: 252).
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no en la escrita, que debe ser un retrato del habla? Y si lo consigue
completamente, no habrá hecho poco. Pero la verdad es que estas
homonimias no han ocasionado jamás un momento de embarazo a
nadie, porque el contexto determina suficientemente la palabra. Amo
es sustantivo y es verbo; lo mismo puede decirse de ama, de cambio, de
encuentro, de…”77.
En todo caso, la prevalencia de un principio (la pronunciación)
sobre otros (el origen o el uso más extendido de los clásicos) de un
modo más sistemático no tiene menos fundamento que su equiparación formal, pero invocados de manera discreccional en cada caso. “La
tercera objeción es que suprimiendo la h inútil no podremos encontrar
la etimología de las palabras. ¡Grande inconveniente por cierto para
los niños que aprenden a leer! Vuelvo al ejemplo de la Academia.
Cuando la Academia escribió cual con c y enjambre con j, ¿hizo alguna
cuenta de la etimología? La infinidad de escritores que antes de la
Academia escribieron aver, avia, uvo, sin h, y con v, ¿ignoraban acaso
que este verbo se derivaba del latino habere? ¿Y quién ha dicho que la
escritura tiene por objeto conservar las etimologías?”78. Para situar convenientemente estas ideas, estas palabras, cuando está a punto de nacer
la lingüística como ciencia, la gramática histórica, conviene recordar
que tres años más tarde, en 1847, Bello publica su Gramática.
4. ARGUMENTOS EN CONTRA DE LA REFORMA ORTOGRÁFICA
En contra de la reforma ortográfica recordaré las palabras de algunos autores del siglo XIX y la respuesta sutil del prólogo a la última edición de la Ortografía, revisada por las Academias de la Lengua
Española. En algún caso se reiteran citas de Alcoba (2006c), porque
aquí, en el formato hipertextual de este texto, cobran un sentido especial y adquieren una función significativa particular, de mayor relieve y
contraste.
Para V. Salvá: “Sería de desear que no hubiese más reglas para la
ortografía que la pronunciación. Aunque nuestra escritura no sea enteramente perfecta, puede sin temor asegurarse que ninguna de las lenguas vivas, inclusa la italiana, nos lleva ventajas en esta parte. Porque es
la primera regla de la ortografía castellana, según sienta el docto
En Bello (1844: 255). Anticipa una respuesta a Suárez (1885: 71): “Otro de los detrimentos que ocasionaría al idioma el establecer para cada sonido un signo exclusivo, sería la
confusión de voces idénticas en pronunciación y diversas en sentido, como son todas las
palabras homónimas de la lengua”.
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En Bello (1844: 253).
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Lebrija, que así tenemos de escribir como pronunciamos e pronunciar
como escribimos. Nos desviamos, pues, diariamente de la etimología
ajustándonos a la pronunciación, y vamos como de camino para conseguir este objeto. Las reglas de nuestra ortografía no pueden tener,
por lo mismo, el carácter de permanentes y estables, sino el de transitorias. En la carrera que llevamos, quieren los unos que se proceda
poco a poco, mientras otros prefieren llegar de un golpe al fin de la jornada. Yo pienso que conviene caminar con alguna pausa, porque a las
mismas personas ilustradas desagradan y repugnan las grandes novedades ortográficas; y si se adoptasen muchas a la vez, inutilizaríamos cuantos libros hay impresos, o sujetaríamos a todo el mundo a que aprendiese dos o
tres sistemas de ortografía, y ya vemos cuán difícil es que se sepa uno
medianamente bien. Por tanto, consideraré la ortografía española cual
se usa al presente en las ediciones más correctas, advirtiendo las variaciones que desde 1808 se han introducido para que se lean sin embarazo los libros impresos antes de aquella época”79. Es evidente que se
está refiriendo a una reforma radical. Cuando Bello replica a este argumento, como hemos visto al final del epígrafe anterior, lo hace desde
una reforma gradual y no rupturista.
En este mismo argumento de preservación de la lectura de las
bibliotecas insiste Hermosilla (1831): “Advierto que estas mejoras, buenas en sí mismas, tienen el gravísimo inconveniente de que, una vez
introducidas, es menester, o reimprimir y copiar, respectivamente,
según la nueva ortografía, todos los impresos y manuscritos que existen
(cosa, como se ve, imposible), o enseñar en las escuelas dos ortografías, la nueva y la antigua”80. Y concluye: “En suma, con la nueva ortografía se aprendería más pronto a leer lo que según ella se escribiese;
pero costaría muchísimo trabajo, aprender a leer todo lo escrito según
la antigua. Escójase entre este grave inconveniente, y aquella ligerísima
ventaja”81. Porque “aun siendo posible el convenio voluntario para
mudar de lengua y de escritura, al ir a ejecutarle en naciones numerosas, y que tuviesen muchos escritos, sería preciso renunciar a la empresa por la necesaria, pero impracticable, operación que sería consiguiente, la de traducir a la nueva lengua y copiar en la nueva escritura
todos los escritos anteriores a aquella época”82.
Este argumento pierde el sentido radical que hemos visto le dan
Salvá y Hermosilla, cuando, según Casares, la reforma no procede por
saltos ni es radical. “Otro de los argumentos tradicionales a que hemos
aludido anteriormente, contra la ortografía fonética, se apoya en el
En Salvá (1830: § 21.1). El destacado es nuestro.
En Hermosilla (1831: 232-233).
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En Hermosilla (1831: 234).
82
En Hermosilla (1831: 239).
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supuesto de que toda reforma de la escritura significa una solución de
continuidad en la tradición literaria, por cuanto los libros impresos
antes de la reforma quedan ipso facto anticuados o, cuando menos, relegados al olvido por la incomodidad que ofrece su lectura. La objeción,
en teoría, no parece desprovista de importancia; pero la experiencia ha
demostrado cumplidamente que carece de fundamento. En un artículo anterior hemos visto cuán profunda fue la reforma ortográfica introducida por la Academia a fines del siglo XVIII, y nadie podrá afirmar
con verdad que con ella se ha creado a las generaciones posteriores un
obstáculo para el conocimiento de nuestros clásicos […]. El argumento, en suma, carece de valor apreciable; y además queda completamente descartado si la simplificación ortográfica se ha de hacer, como
yo entiendo que debe hacerse, de manera, casi insensible”83. Coincide,
como se ve, con Bello (1844).
En Suárez (1885) se resume el motivo reformista de correspondencia entre sonido y letra con el silogismo siguiente: “El principal argumento, a primera vista incontestable, de los reformistas, puede formularse así en sustancia: la escritura es signo de la palabra hablada; el
signo es tanto más perfecto, cuanto es más sencillo, fiel y exacto; luego
la ortografía adquirirá el sumo posible de perfección cuando se reduzca a ser signo del sonido, sin atender a uso ni a origen”84. A partir de
este silogismo, a continuación, el mismo M. F. Suárez destaca el principal argumento antifonetista del peligro de fragmentación del idioma
por la variación dialectal de la ortografía: “Un sistema enteramente
fonético que fuese copia fiel de la pronunciación, habría de cambiar
en cada dialecto y en cada época, multiplicando así las dificultades en
lugar de disminuirlas, y acelerando la corriente de las mudanzas del
lenguaje85”.
En cambio, el mantenimiento de la ortografía o la progresiva introducción de muy moderadas intervenciones permitiría, por un lado,
poder apreciar mejor algunas relaciones diacrónicas de las palabras,
porque “la ortografía mantiene viva y clara la cognación de las palabras, que no por pronunciarse de diversa manera dejan de tener idéntico origen: si fuese la escritura copia fiel, y nada más que copia, de los
sonidos, perecería uno de los medios, el más seguro acaso, para establecer las relaciones de las palabras […]. Las palabras, no sólo en sus
remotas derivaciones al través de una lengua a otra, pero también en
las más próximas que se verifican dentro del recinto de un mismo idioma, experimentan alteraciones constantes; y en esa corriente de variaEn Casares (1941: 265-66).
En Suárez (1885: 68).
85
En Suárez (1885: 72).
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ciones, al arte de escribir le toca un oficio utilísimo, que consiste en
conservar las huellas, tan interesantes para la ciencia, de aquellas derivaciones y afinidades”86. De ahí las ventajas de la contención en las
reformas ortográficas, de una actitud de moderación y del mantenimiento de una ortografía semietimológica: “Y dadas las intrínsecas ventajas de la ortografía semietimólógica, así como el hecho de que la
fonética es apenas una necesidad que muy de tarde en tarde puede
imponerse, pero sin ningún título racional en el fondo, parece también muy acertada la opinión de los que sostienen que en el estado
actual de nuestra ortografía, ella debe hacer alto o andar más lentamente en el camino de las modificaciones”87.
Es la misma actitud que Unamuno enuncia a su modo. “Los unos
quieren entrar a tajo y mandoble en la ortografía y no dejar h y v con
hueso sano, y revolver todas las ces, qus y ges y jotas haciendo tabla rasa
de aquellas reglitas, llenas de encanto tradicional, acerca de las palabras que se escriben pon b y con v, aquellas reglitas impregnadas de
dulces recuerdos infantiles. Sería una medida crudelísima que ocasionaría grandes sinsabores a los hombres hechos y acostumbrados a la
ortografía hoy usual, proporcionándoles larga serie de tropiezos y dificultades la ruptura de la asociación mental establecida por hábito
entre la palabra escrita y la hablada, pues un escrito falto de ortografía
es costosísimo de leer”88.
Ya lo apuntamos al principio, pero ahora insistimos en destacar, con
R. J. Cuervo, que “El alfabeto, como cosa tradicional y heredada, tiene
cierta fijeza que se aviene mal con la fluidez del lenguaje hablado; de
donde resultan conflictos entre la pronunciación y la escritura, tanto
en razón de la diferencia de los lugares como en razón de la de los
tiempos”89. Por no hablar de las diferencias sociales, las diferencias geográficas y las debidas al paso del tiempo que determinan desajustes evidentes entre la pronunciación y la ortografía. Los desajustes debidos al
paso del tiempo permitirían reajustes uniformes; pero ¿cuál sería el criterio de consenso ante los desajustes debidos a diferencias geográficas
o sociales?
Este es el gran argumento, enunciado en pocas palabras, contra la
reforma ortográfica. Puestos a adoptar una ortografía fonológica del
español, el problema es decidir cuál: ¿de qué dialecto?, ¿la del seseo?,
En Suárez (1885: 70).
En Suárez (1885: 73-74).
88
En Unamuno [1894] (1966: 304-305). Aquí se aprecia la relevancia de señalar la fecha,
1894, del texto de Unamuno, coetáneo a los citados de M. F. Suárez. La forma de decir en
esta cita de Unamuno se entiende en el texto de una colaboración periodística del autor, que
adopta un tono comunicativo no académico, para lectores heterogéneos.
89
En Bello (1847: 418. Nota 1 de R.J. Cuervo).
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¿la del yeísmo?, ¿una de las españolas?, ¿por qué no la andaluza?, ¿la
mexicana?, ¿la argentina? Puestos a reformar… podemos reiterar y destacar así las palabras de M. F. Suárez: “Un sistema enteramente fonético que fuese copia fiel de la pronunciación, habría de cambiar en cada
dialecto y en cada época”.
A este problema responde J. Mosterín lo siguiente: “Estamos en una
situación conflictiva. Queremos mantener dos principios (el fonémico
y el de la uniformidad) que en algunos puntos concretos pueden contradecirse. Tal contradicción sólo puede ser resuelta mediante un compromiso. Este compromiso es el que justifica las desviaciones del principio fonémico por razones de uniformidad transdialectal de la
escritura de la lengua. Hay que distinguir dos niveles de escritura: la
escritura dialectal, que refleja exactamente la estructura fonémica del
dialecto en cuestión, y la escritura oficial o estándar, que representa un
compromiso entre todas las posibles escrituras dialectales. La escritura
dialectal es perfectamente admisible en cartas, peticiones y otros escritos privados y su empleo no debiera ser considerado nunca como una
falta. Pero la escritura oficial o estándar es la única que debiera emplearse en los documentos oficiales, en los diarios y revistas, en los libros
y publicaciones de todo tipo, etc., así como en la enseñanza. La escritura dialectal refleja el sistema fonémico del dialecto de que se trate.
Eso está claro. Pero ¿qué sistema fonémico reflejará la escritura estándar? Para contestar a esa pregunta hace falta construir un sistema lingüístico ficticio, pero necesario para la comunicación transdialectal;
sistema al que podemos llamar la lengua estándar. Así la escritura francesa estándar (ideal, no la actual) reflejará el sistema del francés estándar; la escritura italiana estándar reflejará el italiano estándar, etc. Pero
¿qué es el francés estándar, el italiano estándar, etc.? Una lengua estándar tiene aspectos gramaticales, léxicos y fonémicos. Sólo estos últimos
nos interesan aquí. ¿Cuál es el sistema fonémico de la lengua estándar?
Por lo pronto, todos los fonemas comunes a los diversos dialectos (a
todos o a la mayoría de ellos) serán fonemas de la lengua estándar. Los
fonemas que sólo se den en pocos dialectos minoritarios o regresivos
no sirven para la comunicación transdialectal y, por tanto, no son fonemas de la lengua estándar”90.
La cuestión es, ahora, cuál es la diferencia entre este “sistema ortográfico de lengua estándar” frente a la “escritura dialectal” y la situación actual que distingue la ortografía común (culta) y las ortografías
“dialectales” como las que se conocen como “con faltas de ortografía”.
Son evidentes los riesgos de ruptura del principal signo de unidad de
la lengua, de la ortografía y, por ese camino, de fragmentación de la
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En Mosterín (1993: 172-173).
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lengua. Total, para llegar a distinguir entre “ortografía estándar o fonológica” y “escritura dialectal”, o sea, entre “escritura ortográfica” y
“escritura con faltas de ortografía”. Parece todo un recorrido circular
con llegada al punto de partida y, como resultado, fragmentación de la
lengua por el camino: con una “escritura fonológica” correspondiente
a esos cinco grandes dialectos. Los hablantes se acostumbran a las
variedades orales (y hasta léxicas) y las aprenden pronto por inmersión. Algo muy distinto de la situación resultante de esas grandes variedades de ortografías fonológicas.
Para concluir, estas son algunas respuestas sutiles del “Prólogo” de
RAE (1999) sancionado por todas las Academias de la Lengua y donde
se da por concluido el proceso de actualización y consenso ortográfico:
“La normativa ortográfica de la lengua española es fruto de un proceso de adaptación y simplificación de los variados y variables usos antiguos, que esta Institución emprendió casi al tiempo de su nacimiento
y que quedó de hecho acabada con la publicación, en 1844, del
Prontuario de ortografía de la lengua castellana, dispuesto por Real Orden para
el uso de las escuelas públicas por la Real Academia Española con arreglo al sistema adoptado en la novena edición de su Diccionario”91.
Luego se recuerda el peligro de la ruptura ortográfica que se da por
sorteado: “Quedó así, probablemente, truncada, como efecto no buscado de la sanción regia, la pausada marcha innovadora de la
Academia, que no pudo dar ya los pasos proyectados para ajustar sus
normas a los deseos de Bello y a los avances de la llamada «ortografía
chilena» difundida por diversos lugares de América. Predominó la idea
y la voluntad de mantener la unidad idiomática por encima de particularismos gráficos no admitidos por todos: poco a poco, las naciones
americanas de nuestra lengua se mostraron conformes con la ortografía académica y la hicieron oficial en las diversas repúblicas. El proceso
se cerró en Chile, donde más tiempo se había mantenido el cisma, con
el decreto que firmó el presidente Ibáñez, el 20 de junio de 1927,
donde se disponía que, a partir del 12 de octubre de aquel año, se
adoptase la ortografía académica en todos los establecimientos de
enseñanza pública y en la redacción de todos los documentos oficiales.
[…] La Real Academia Española ha elevado a la categoría de objetivo
prioritario en los estatutos vigentes el de ‘velar porque los cambios que
experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene
en todo el ámbito hispánico’92.
91
92
En RAE (1999: Ortografía, XIII).
En RAE (1999: Ortografía, XIV-XV).
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Y sigue una respuesta sutil a los reformistas de “mejor intención que
acierto”, a los que se dirige en los siguientes términos: “A todos estos
entusiastas debería recordárseles que ya Nebrija, su más antiguo e ilustre predecesor, quien recuperó para nuestra lengua el principio de
Quintiliano según el cual se debe escribir como se pronuncia, no olvidó en ningún caso que el propio calagurritano había hecho una salvedad: nisi quod consuetudo obtinuerit, y advirtió que ‘en aquello que es
como ley consentida por todos es cosa dura hacer novedad’”93.
Luego se aduce un ejemplo menor, más ilustrativo por tanto, de esas
grandes dificultades: “Baste recordar aquí que un asunto mínimo, ni
siquiera ortográfico sino clasificatorio, la recuperación del orden alfabético latino universal, que la Academia había alterado para el uso hispánico en 1803, al otorgar carácter de letras unitarias e independientes a los
dígrafos ch y ll, movida precisamente por su vocación fonológica en la
interpretación de la lengua escrita, requirió dos congresos de Academias
y larguísimas discusiones para su aprobación, pese a que nos lo solicitaban los organismos internacionales y en nuestras propias naciones eran
ya muchas las entidades, públicas y privadas, que lo habían adoptado”94.
Un bien impagable, la unidad ortográfica, porque es el sostén de la
unidad de la lengua: “Lo que la Real Academia Española cree, con
todas las Academias asociadas, es que un código tan ampliamente consensuado merece respeto y acatamiento, porque, en última instancia,
los hispanohablantes hemos de congratularnos de que nuestra lengua
haya alcanzado con él un nivel de adecuación ortográfica que no
muchos idiomas poseen. Pueden existir dudas para un oyente en el
momento de elegir el signo que corresponde a tal sonido en una voz
determinada, pero no existe prácticamente nunca problema a la hora
de reproducir oralmente el sonido que le corresponde a cada letra, en
cada situación, según las reglas establecidas. Y eso, en un mundo intercomunicado por distintos sistemas de signos, es un bien impagable,
aunque, por supuesto, pueda ser mejorado”95.
Desde luego, es evidente que si es caro alfabetizar en la ortografía
actual, qué no sería alfabetizar en la nueva ortografía y en la antigua (para
leer las bibliotecas), o en las nuevas ortografías (¿del seseo?, ¿del yeísmo?,
¿del ceceo, tal como se aprecia en las citas de la cabecera de este trabajo?)
y en la antigua. Porque, puestos a cambiar, y una vez resueltos los puntos
que coinciden en citar los reformistas de b/v, g/j, c/qu/k (cuando se acordase una propuesta de consenso general, que ya se ha visto que no existía en las propuestas de qa, qe, qi, qo, qu, de Bello (1823); de ka, ke, ki, ko,
En RAE (1999: Ortografía, XV).
En RAE (1999: Ortografía, XVII).
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En RAE (1999: Ortografía, XVII-XVIII).
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ku, del académico argentino, en VV AA (1956: 139); y de ca, ce, ci, co, cu,
del académico uruguayo, en VV AA (1956: 132)), x/s y h, cómo se resuelve el asunto de establecer la “ortografía estándar” en una lengua como el
español, de gran extensión geográfica y de contacto con otras lenguas. En
una lengua que, con tales condiciones de extensión, tiene la feliz situación de un nombre, español, que se refiere a algo distinto de cualquiera
de sus variedades dialectales y que todos aceptan, sin falsas rivalidades de
vecindad, porque designa algo diferente de cualquier dialecto: castellano,
andaluz, argentino, mexicano, venezolano.
Sirva como conclusión el texto irónico de un autor, Juan José Millás
(1997), no lingüista: “La tolerancia ortográfica podría tener a largo
plazo consecuencias desastrosas. Los hijos de esas parejas en las que
ahora se fomentan las minusvalías cacográficas nacerían con igados en
lugar de hígados. No sabemos cómo funcionan los igados, pero lo más
probable es que segreguen vilis en vez de bilis, lo que dispararía el
gasto hospitalario para sacarlos adelante, incluso aunque se crearan
enseguida unidades epaticas que, siendo más baratas que las hepáticas,
exigen inversiones iniciales de orden analfavetico muy superiores. No
quiere uno ni imaginar, de otro lado, las consecuencias del alumbramiento masivo de seres que en el sitio de la cabeza tradicional tuvieran
una suerte de caveza cuya vobeda craneal sólo diera para albergar un zerevro. Si el mundo va como va (o ba como ba más vien) con encéfalos normalmente constituidos, no es difícil imaginar los horrores resultantes
de una mutación de esa naturaleza. […] Hay mucho miedo a la ingeniería genética, pero los efectos de la ortográfica no se quedan atrás.
Piensa uno en el vajo bientre de esos seres nacidos al amparo del caos
gramatical y se le ponen los pelos de punta ante la idea de acariciarles
la rejion jenital o el beyo puvico. No a la reproducción de clónicos, de
acuerdo, pero que se ponga freno también a la multiplicación de onvres
y mugeres en cuyo rostro se manifiestan los mismos hogos, vocas, o varviyas de espanto que alimentan nuestros terrores nocturnos”.
Hemos dejado hablar a los autores y a Bello, invocado por unos y
por otros. Son los textos reunidos los que por sí mismos dicen lo que
dicen y lo que se deduce del contraste con los textos que les preceden
o les siguen. En esta composición en forma de hipertexto, cuya interpretación y adscripción a una u otra postura dejamos enteramente al
lector, sólo hemos querido hacer algunos subrayados y dejar plantadas
algunas preguntas al paso de citas y referencias particularmente sugestivas, sugeridoras, incitantes, provocativas o provocadoras. Por eso
hemos dado la última palabra a J. J. Millás, al sarcasmo de un espejo
cóncavo que pone en altorrelieve la cuestión de la reforma ortográfica
del español, que resalta los perfiles de los argumentos a favor y en contra de esa reforma.
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publicado en el tomo 1 de la Biblioteca americana, Abril de 1823, y reimpreso
con algunas adiciones en el tomo 1 del Repertorio americano, Octubre de 1826.
Está suscrito con las iniciales G. R. y A. B. correspondientes los nombres de
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