zabala de la serna - Madrid a tu estilo
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zabala de la serna - Madrid a tu estilo
ZABALA DE LA SERNA • rimer artículo del 2001 Y un deseo por encima del resto: salud para todos. Apenas sonaba la última campanada que despedía el año, nos recibía a portagayola un horizonte cada vez más cercano de ferias, y una enorme pereza nos invadía. La cuesta de enero acaba en febrero, que nos trae Valdemorillo como antesala de marzo y Valencia y Castellón, que por este orden toca. Desde esta nebulosa de fiestas, muchos entienden el año nuevo como obligada renovación de hábitos, como el arranque de la dura preparación, como vida nueva para seguir, a medio plazo, en la vida de "'iempre. ¿Cuántos harán la vana promesa de ~ejar de fumar? Andrés Fagalde considera fácil acabar con la dura adicción a la nicotina, y de hecho él mismo lo ha conseguido en contables ocasiones a lo largo y ancho de su "currículum" de fumador, con la contrariedad de que el puntillero ha levantado al bicho "in extremis", por una copita, por ese "voy a echar unas caladitas ahora que estamos tan a gusto", por aquella faena que necesita de la honda bocanada gris para ser evocada. Tiempo ha que a Fagalde le blanqueó tanto el cabello que las sienes se le tornaron azules en una lejana madrugada de aquellas que poblaban el Madrid de los cincuenta y que ahora encuentran cobijo entre ese torrente de anécdotas y vivencias de su voz. ¿Murieron las tertulias por desidia o por falta de conversadores como Andrés, porque nadie tiene nada que contar, porque hablan de oídas, por un masificdo "no sabe, no contesta", o quizá sea por la muerte figurada de los orejeros, en guardia permanente para tratar de aprender a base de escuchar? ¿O simplemente desaparecieron las veladas de los Madriles de Enrique Herreros, memoria de nostalgia y "glamour", cuando las estrellas del espectáculo se fundían con los protagonistas del rito mágico y trágico de los ruedos en un mar de "whisky" y humo? Andrés Fagalde habla siempre en primera persona, como testigo presencial de casi todo, como apóstol de un difuminado planeta de los toros, mensajero de sus tipos y sainetillos, de su grandeza y su intrahistoria. Y, entre pitillo y pitillo, los años extendieron su capa blanca más allá del cabello azul y tiñeron su alma del mismo color.