DET KONGELIGE BIBLIOTEK THE ROYAL LIBRARY

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Era un espectåfu'o vcrdaderamente infernal... (Pagina 38.)
BIBLIOTECA SELEGTA PARA LOS N1NOS
EL COMPANBRO DE YIAJE
EL SAPO. — LA GANDELA Y LA BUJIA
PO ft
ANDERSEN
TRADUCCION CASTELLANA DE GARCIA-RAMON
Ilustraciones de
YAN'DARGENT
PARIS
LIBRERiA ESPANOLA DE GARNIER HERMANOS
6,
CALLE
DES S A I NT S - P É R ES,
G
EL COMPANERO DE VIAJE
La afliccion del pobre Juan era profunda; su pa­
dre se hallaba en el ultimo trance, sin que quedase
esperanza alguna de salvacion. Solos estaban los dos
en la reducida estancia, alumbrada por una lämpara
pröxima å apagarse.
8
ANDERSEN.
« Juan, dijo el enfermo, has sido un buen hijo y
Dios te llevara siempre por el buen camino. »
Le miro con dulce y grave mirada, lanzo un profundo suspiro y espiro. Ilabriase dicho que dormia.
Juan lloraba, pues se encontraba solo en ei
mundo, y arrodillado å la cabecera del lecho besaba
la mano del autor de sus dias, anegändola en amargas lagrimas. Al fin le venciö el cansancio, cerräronse sus ojos y se durmio.
Sono y fué singular su sueno. Viö al sol y å la luna
que se inclinaban ante él, y å su padre, Ueno de vida,
riéndose con la alegri'a de sus buenos tiempos. Le
acompanaba una hermosa doncella, la sien cenida
con una corona de oro no mäs brillante que sus
largos cabellos, que le tendia la diestra; y su padre
le dijo :
« Esta es tu pronietida; no la hay mas bella bajo
la capa de los cielos. »
De pronto, Juan se desperlo yse desvanecieron las
maravillosas visiones ; nadie habia en la habilacion
mäs que él y su padre, que yacia exänime en su
lecho.
El entierro se verified dos dias despues. Juan
acompano el ataüd hasta el cementerio y oyo la
tierra caerle encima ; se inclino y vio aun una punta
de la funeraria caja, pero cayo una nueva azada de
tierra y no viö nada mas. Creia que su corazon iba å
EL COMPANERO DE VIAJE.
O
estallar, pero cuando los asistentes entonaron un
salmo, el piadoso canto inundo de lägrimas sus ojos
y calmo su pesar. El sol lucia por entre los arboles
como diciéndole : « Desecha la alliccion, Juan. Mira
cuän hermoso es el cielo.Pues bien, alli estå tu pa-
<0
ANDEUSEN.
dre que ruega å Dios por til salud y prosperidad. »
« Siempre seré bueno, se dijo Juan, y conseguiré
asi unirme con mi padre en el parai'so. j Qué dicha
la de volver å vernos! j Guåntas cosas tendré que
contarle miéntras que él me detallarå las maravillas
celestes! j Que jübilo el suyo y cual el mio! »
Y su imaginacion le representaba esta union con
tal viveza, que sonreia al traves de sus lägrimas. Los
gorriones cantaban en los castanos con su acostumbrado bullicio, por mås que hubiesen presenciado
las exequias. Acaso, ^ no sabian que el muerto estaba
en el cielo y que tenia dos alas mucho mås hermosas que las suyas? Juan habria querido volar como
ellos, pero entio en su casa y labrö una cruz de madera para la tumba paterna. La llevo al cementerio
por la tarde, y encontrö el sepulcro cubierto de
arena y de flores, obra de algunos vecinos en honor
del finado å quien dispensaban gran aprecio.
Å la manana del dia siguiente, Juan hizo un lio
con susvestidos y guardo en un cinto los cincuenta
escudos y algunos chelines de plata que componian
su herencia, y con los que se proponia recorrer el
mundo. Antes de partir, fué al cementerio, se prosternö sobre la sepultura de su padre y le diö un
eterno adios.
Tomö å campo travieso; abiertas y reluciendo al
sol estaban las flores que se mecian sobre sus tallos
EL COMPANEKO DE VIAJE,
II
como dandole la bienvenida. Se volviö para dirigir
una postrera mirada d la iglesia en que fuera bautizado, y en lo alto, vio al genio de la iglesia aso-
marse por una claraboya del campanario; el genio
benéfico se puso un brazo delante de los ojos para
abrigarse del sol y ver ä lo léjos, y cuando hubo reconocido ä Juan, se quito su gorro encarnado v pun-
12
ANDERSEN.
tiagudo, se puso una mano sobre el corazon, y le enviö con la otra mil besos para manifestarie
carino y desearie buen viaje.
su
Juan continuo su Camino pensando en las cosas
notables que iba å ver en el vasto y maravilloso uni-
EL COMPANERO DE VIAJE.
13
verso. Nunca habia estado tan léjos ; por vez primera
veia las aldeas que atravesaba, y å nadie conocia
de cuantos al paso hallaba. La primera noche tuvo
que dormir en el campo, sobre el heno. No habia
otra cama, pero Juan se dijo que no la tenia mejor
el rey. Å sus piés una magmfica alfombra de verdura ; un susurrante arroyuelo å corta distancia ;
un colchon blando, y sobre su cabeza el estrellado
cielo por dosel. £ Qué alcoba comparable ä esta ? Las
Hores le enviaban sus perfumes ; la luna, colgada de'
la cerülea boveda le servia de lamparilla y no habia
que temer que pegase fuego å las cortinas. Juan po­
dia dormir tranquilo y lo liizo en el acto. Quemaba
ya el sol cuando abrio los ojos, y bandadas de pajarillos revoloteaban å su alrededor, gritändole :
« Buenos dias, vamos, arriba, ; arriba! »
Oyo taner las campanas de la vecina aldea ; era un
domingo y los aldeanos acudian en direccion å la
iglesia. Juan los siguio, unio su voz å la de los fieles y
escucbo la palabra divina, creyendo hallarse en la
iglesia que le viera bautizar. Al lado de la iglesia
habia un cementerio que Juan visilö, entregado
d los recuerdos de su reciente luto. Yiö algunas
tumbas cubiertas de altas yerbas, y pensando en la
de su padre, se dijo que tambien aquella seria inva­
dida en breve por las yerbas, puesto que él no estaria alii para arrancarlas. Entönces se arrodillo, corto
14
ANDERSEN.
las yerbas, enderezo las cruces de madera, arreglo
las coronas que habia derribado el viento. « Tal
vez, se dijo, ålguien hard alii, por mi padre, lo
que kago yo por los muertos olvidados o abandonados. Å la puerta del cementerio liabia un ancia-
LL COMPArsERO DE VIAJE.
15
no que andaba con muletas, y Juan le dio cuantos
chelines de plata tenia. Luego, prosiguio su camino.
Al anoehecer se desencadeno una terrible tempestad. Juan se puso å correr para encontrar un asilo,
pero la noche llego å pasos degigante y la profunda
oscuridad no le permitio ir mås alia. Dio en la cima
de una colina con una ermita aislada y se guareciö
en ella. « Aqui podré descansar, se dijo, pues necesito reposo. » Se acoslo, rezö sus oraciones y se durmiö miéntras el trueno rodaba por el vacio.
Cuando se desperlö, era aun de noche, pero habia
cesado la tormenta ; los rayos de la luna penelraban
por las vidrieras, y viö en medio de la capilla un
ataüd abierto, y en él un bombre que debian enterrar al dia siguiente. Juan no se asusto ; tenia serena
su conciencia y sabia que ni muertos ni espiritus
tratarian de hacerle dano. Los malos son de temer
entre los vivos. Precisamente acababan de entrar dos
en la capilla y se dirigian al ataüd diciendo que iban
å sacar el cadaver y tirarlo en medio de la carretera.
« i Qué våis å hacer ? exclamo Juan presentandose
å ellos. Qué acto impio queréis cometer? \ En nombre del cielo dejad å ese pobre muerto reposai en
paz en su ataüd !
- i Esas son palabras ! respondieron los dos sacrilegos. Este bombre se ha burlado de nosotros; nos
debia dinero, no nos ha pagado y ahora nunca ten-
10
ANDERSEN.
ilremos un cuarto. Queremos castigarle profanando
su cadaver.
— No poseo mås que cincuenta escudos, dijo Juan,
es toda mi herencia; pero, os los daré con gusto
si me prometéis dejar ä ese muerto en paz. Soy jo-
ven y robusto y, con la ayuda de Dios, no tardaré en
ganarme el pan.
— Aceptamos la proposicion, » contestaron !os
otros; lomaron el dinero del joven y se alejaron
riéndose ä carcajadas de su sencillez.
Juan colocö en el ataud al muerto que medio ha-
EL COMPANERO DE VIAJE.
10
bian sacado, rezö una oracion por el reposo d e su
alma y se fué m u y contento.
Gruzö un vasto bosque q u e iluminaba la l u n a . En
los espacios q u e esclarecian sus rayos, J u a n viö u n a
infinidad de geniecillos q u e danzaban alegremente,
y que no se ocultaron pues sabian q u e era bueno y
piadoso. Habiaalgunos tan chicos c o m o l a mitad del
dedo menique, con largos cabellos rubios, q u e j u g a ban entre las gotas de rocio, sobre las plantas. A una
orden del rey, cuatros aranas tendieron un puente
de u n a ä otra flor, q u e sirviö de hamaca a Su Majestad. Los juegos duraron hasta el alba, hora en q u e
los genios huyeron ä refugiarse en las corolas de las
llores. J u a n salia en aquel momento d e la selva,
e u a n d o u n a v o z varonil resono ä s u espalda : « \ E h !
companero, dijo, ^ adönde vais ?
— Yovme por el mundo a la Ventura, respondiö
Juan. No tengo padre n i madre, soy u n pobre m u ckacho, pero Dios me ayudarä.
— Yo tambien recorro el mundo, dijo el desconocido. j Queréis que sea vuestro companero ?
— Gon mucho gusto, respondiö J u a n y siguieron
andando juntos. No tardaron en ser buenos amigos, pues los dos eran valientes y animosos. Pe­
ro Juan notö en breve que su companero sabia
mucho mås que él. Habia visitado casi todos los
ambitos del globo
y referia cosas interesantisi-
20
ANDERSEN.
mas sobre todo c u a n t o e n eluniverso puede hallarso.
Gran parte de su curso habia corrido el sol cuando
se sentaron å la sombra d e un arbol para almorzar
y vieron una anciana q u e häcia se ellos adelantaba.
j Jesus, cuän vieja era ! Andaba encorvada como
u n a ese, apoyandose en una muleta y llevando so­
bre sus hombros un haz d e lefia, En su delantal
asomaban tres varillas tejidas con helechos y ramas
de sauce. Al llegar cerca d e los viajeros, su pié tropezo contra una piedra, cayo dando un gran grito y
se rompio una pierna.
J u a n se lanzo håcia ella, ofreciéndola llevarla a su
morada ; pero el desconocido saco de su morral una
c a j a en la que, les dijo, habia u n ungiiento que c u -
EL COMPANERO DE VIAJE.
2!
raria la pierna rota en un abrir y cerrar d e ojos :
« Podréis marcharos sola, anidiö, pero un servicio
vale otro ; me daréis, en cam bio, las tres varillas que
lenéis en el delantal. — Caro os liacéis pagar, » respondio la anciana meneando la cabeza d e un modo
singular.
Se veia que la costaba mucho separarse d e las va­
rillas, pero como no podia permanecer alli tendida
en el suelo, diö lo que se la pedia. El desconocido
restrego la pierna rota con un poco d e ungüento,
como la cabeza de al filer, y la anciana echo a andar
al instante con mas seguro paso que antes. En verdad,
no era un boticario quien babia preparado aquel
ungüento.
«
Qué quieres kacer con esas varillas? preguntö
Juan u su companero.
ANDERSEN.
Son unos palos m u y lindos, respondio el otro.
Me gustan sin que sepa precisamente por qué. Veras
EL COMPANERO DE VIAJE.
23
que soy muy original, es preciso q u e t e acostumbres. »
Siguieron andando durante largo trecho. « Mira
como se anubla el cielo, dijo J u a n , y q u é enormes
nubarrones s e a m o n t o n a n allä bajo.
— No son nubes, dijo el otro, sino m o n t a n a s ;
montanas mås elevadas que cuäntas basta hoy hayas
visto. Cuando se sube å sus cimas se dominan las
nubecillas y s e encuentra u n o en la atmosfera mås
pura y serena. Y \ q u é vista tan magmfica! Veras desde alii arriba todo el pais que hemos atravesado.»
Un dia fué necesario para llegar al pié de aquellas
montanas, q u e parecian hallarse tan solo å média
legua. Å medida que se acercaban, distinguian las
elevadas selvas de pinos que mecian sus copas entre
las nubes, y moles d e roca mas grandes q u e catedrales. No debia ser cosa facil trepar por alii, y Juan
y s u companero entraron en la posada para descansar y estar fortalecidos al siguiente dia.
Una gran asistencia habia en la sala principal,
d o n d e u n hombre acababa de colocar un teatrito de
munecos. En primera fila se veia u n recboncbo carnicero que habia empujado å todo el mundo para
colocarse en el lugar preferente,y un mastin enor­
me, de feroces ojos, le habia seguido y se hallaba al
lado de s u amo, mirando atentamente el teatro,
como los demas espectadores.
24
ANDERSEN.
Comenzö elespectåculo. E r a u n a graciosa comedia
en la que figuraban un rey y una reina, con corona
en la cabeza y mantos d e lerciopelo en los hombros.
Unos munecoscon ojos de crislal representaban ä los
pajes, q u e no hacian mas q u e a b r i r y cerrar puertas
y ventanas para dar aire, pues la comedia pasaba en
verano.
Erase pues una comedia chistosa que hizo reir å
toda la asistencia. En el momento en que la reina
se levantaba para entrar en su cuarto, el mastin diö
un sallo al tablado, cogiö d la linda reina por el talle
y la dio u n a dentellada. Oyose un crugido horrible y
rodö por tierra la cabeza de la muneca.
El dueno del teatro estaba desesperado, como era
m u y natural, pues la reina era el
personaje mäs
EL COMPANERO DU VIAJE.
2j
interesante d e su compania; entre tanto, como el espectaculo habia terminado, la gente se marchaba. El
companero de Juan ofreciö al dueno del teatro componerle su reina; la untö con una parti'cula del ungüento q u e habia sanado la pierna de la vieja, y al
momento, la muneca comenzö ä bailar y a h a c e r gestos, sin que necesrio fuese tirar d e las cuerdecitas
que la movian. Habriase dicho una enana en vida,
salvo q u e no sabi'a hablar. Elcmpresario estaba loco
de contento. j Qué lortuna 1 Una muneca q u e bailaba
sola. Nunca se habia visto cosa semejante desde el
tiempo en que las hadas habitaban la tierra.
Guando llegö la noche y todo el mundo estuvo recogido en el meson, se oyeron suspiros y sollozos,
tanto que se levantö toda la gente para saber qué
ocurria. Los acentos d e dolor salian del teatrito y los
lanzaban los munecos, pidiendo å voz en grito q u e
los untasen con el maravilloso ungüento para poder
moverse como la reina. Esta se arrodillö y presentando su corona de oro, dijo (pues el dolor la hacfa
hablar): « l o m a d esta joya, cuanto poseo, y dad una
untura ä mi real consorte y ä mis cortesanos. »
El empresario ofreciö al companero de Juan darle
las entradas de una semana, si consentia en untarle
algunos munecos, pero el desconocido pidio solamente el sable que el rey llevaba al costado, y
cuando se lo dieron, unto una docena de munecos,
2
20
ANDERSEN.
q u e se pusieron å bailar en el acto ; las mozas de labranza no pudieron ménos de imitarlos y el bailoteo
fué general durante u n cuarto de hora.
Al dia siguiente, J u a n se puso en camino con su
companero, håcia los pinares de las montanas. Una
vez en la cima, se encontraron å u n a altura tal, q u e
los campanarios les parecian bayas d e arrayan perdidas entre las bojas. Ante si divisaban una extension
inmensa, pensando J u a n que abrazaban sus ojos
toda la tierra. Era magnifico. Los rayos solares iluminaban la limpidez del cielo. Ecos sonoros repetian
los lejanos sonidos d e las bocinas de caza. J u a n lloro
d e alegria y exclamo en alta voz :
« J Dios bondadoso ! i por qué no puedo besarte por
estas maravillas q u e me permites admirar? »
S u companero babia cruzado tambien las manos
para rezar. Quedaban los dos extåticos y absortos
en la contemplacion d e aquellas ciudades, bosques
y campos inundados de luz, cuando una müsica d e liciosa resono por encima de sus cabezas, y vieron
u n gran cisne bianco q u e se cernia en los aires,
cantando como nunca
habian
oido cantar
ave
alguna. Poco ä poco, los melodiosos acentos se
fueron debilitando, cesaron del todo, y el cisne,
ocultando la cabeza bajo una ala, cayo lentamente
a los piés d e J u a n y
muerto.
de su
companero. Estaba
EL COMPANERO DE VIAJE.
27
« i Qué magmfieas alas, qué blancura tan sin igual!
Mira q u é grandes son cuando se exlienden. Yoy å
28
ANDERSEN.
ilevårmelas. i No hice bien ayer en pedir el sable del
rey de los munecos? »
Y con u n solo golpe deestamaravillosaarma, corto
cada ala y las guardo en su maleta. Siguieron a n d a n d o y despues d e håber atravesado la cordillera y
muchas tierras mas, dislinguieron u n a gran
ciu-
dad en la que contaron hasta cien torres que relucian al sol, pues eran de plata maciza. En el centro
d e la ciudad se alzaba u n inmenso palacio de marmol cuyo teeho se componia de lätninas d e purisimo
oro. Alli moraba el monarca.
II
«
Juan y su comp:iiiero no quisieron e n t r a r desde
luego en la ciudad y se detuvieron e n u n a posada de
un arrabal para reparar un poco el desorden de su
traje. El posadero les conlo que el rey era un excelente sugeto incapaz de hacer dano ä una mosca.
« Pero la princesa su hija, anadio, es u n a criatura
de la que Dios nos libre. Es hermosa y graciosa
mas que ninguna joven del reino, pero tiene un
alma negra como u n cuervo. Es causa d e q u e m u chos y seductores principes hayan perdido la vida.
Cuando se trato de casarla autorizo a todo el mundo,
desde los hijos de los reyes hasta los mendigos, a
solicitar su mano.
» P e r o el que se presentaba, debia adivinar por
tres veces consecutivas lo q u e la princesa acabäba
de pensar, y si no acertaba, era decapitado o ahorcado. El anciano monarca estaba desesperado por
semejante crucldad, tanto mds cuanto que no podia
2.
30
ANDERSEN.
impedirlo, habiendo j u i a d j q u e dejaria nbrar ä su
hija ä su antojo en el asunto d e su casamiento.
» De todos los ängulos del mundo llegaron esforzados principes. Ninguno habia podido salir en bien
de la primera d e las tres preguntas y todos habian
perecido. La princesa no habia manifestado nunca
el mäs minimo movimiento de piedad. « Tanto peor
para ellos, decia, nadie les obliga å venir å cansarme y podrian quedarse en s u casa. »
» Es un deconsuelo general. El mås condolido es el
rey. Todas las semanas pasa un dia entero prosternado
con sus soldados y servidores, pidiendo ä Dios dulci0que el corazon d e la princesa. Nada trae remedio.
Hasta las viejas tinen su arguardiente c o n u n j u g o
negro en serial d e luto, y no se las puede exigir
mas.
— i Qué horrible princesa ! Dijo J u a n . Deberian
darle u n a buena paliza para corregirla.»
E n este momento oyeron
ä la muchedumbre
lanzar ; hurras ! en la calle. Era la princesa que pasaba. Era de una hermosura tan admirable que, en
verdad, se olvidaba al verla la crueldad d e su alma,
y el pueblo la saludaba con entusiasmo como si no
hubiese hecho mås q u e bien en toda su vida. Los
viajeros, como los empleados del meson, se apresuraron å salir å verla. Doce camaristas vestidas de
raso blanco con u n tulipan de oro en la mano, galo-
EL COMPANERO DE VIAJE.
31
paban å su lado e n corceles negros. La princcsa
montaba
u n soberbio palafren
blanco
como
la
nieve, cuyos arneses relucian, cuajados d e diaman­
tes y rubies. Su traje era tejido d e oro. La corona
q u e cenia sus sienes fulguraba como la mås luciente
constelacion. Su manto, — rara maravilla, — estaba
compuesto con infinito nümero d e alas d e mariposa. P e r o , l a belleza de la princesa era mucho mas
superior a la d e su vestimenta.
Cuando J u a n la apercibiö, se volviö purpüreo s u
rostro y quedo tan embargado que no pudo pronunciar ni una palabra. La princesa se parecia exactamente å la joven con diadema d e oro q u e viera
en suenos la noche en q u e murio s u padre. Sintio
su corazon ablandarse ante seducciones tantas. « Es
imposible, se dijo, que sea la maga feroz q u e pretenden. \ Gömo, con ese rostro tan suave puede hacer
morir å aquellos q u e no adivinan lo q u e piensa 1
Es imposible. La verdad es q u e cualquiera, h a s t a e l
hijo de u n mendigo,puede pedirsu mano y voy ahora
mismoå palacioå someterme ä l a prueba. Nadapuede
detenerme. »
Al tener conocimiento d e este designio, todos le
suplicaron abandonase
tan
temerario proyecto,
anunciåndole que no podria evitar la suerte d e sus
predecesores. S u companero tratö tambien d e quitarselo de la cabeza. Pero, J u a n declaro que tenia la
C2
ANDERSEN.
certidumbre d e salir bien del paso. Cepillö su vestido, se lavo cara y manos, peino sus largos cabellos
rubios y se fué solo para l a ciudad å llamar ä las
puerlas del palacio.
«jAdelante ! » dijoel anciano rey. J u a n abriö la
p u e r t a . El soberano, de bata y zapatillas bordadas, le salio al encuentro con la corona en la cabeza,
el cetro en la diestra y l a mano de justicia en la
siniestra.
« Un
momento, » dijo, y se puso el cetro debajo
del brazo para dejar libre una mano que ofreciö al
recien llegado. Tan luego supo la intencion del visitante, se desconsolo y hizo tales aspavientos y adcmanes que el cetro rodö por tierra. Lägrimas tan
abundantes corrian por sus mejillas q u e su panuelo
no bastö para enjugarlas y tuvo q u e recurrirä una
punta de su bata.
« En nombre del cielo, exclamo el monarca, abandona ese insano designio. Sucumbinas como los
otros. Yen a ver lo que te aguarda. »
Y condujo å J u a n al jardin d e recreo de la princesa. ; Qué h o r r o r ! De cada ärbol colgaban los esqueletos d e tres 6 cuatro principes que no habian
sabido adivinar el pensamiento de Su Alteza. Cuando
soplaba el viento, los huesos de las victimas resonaban con lügubre ruido, asustando å los pajarillos
q u e habian abandonado aquel recinto maldito. Los
EL COM PANE RO DE VIAJE.
33
rodrigones que sostenian las plantas eran huesos
humanos, las calaveras Servian de mac-eta. y en
este espantoso jardin sepaseabacon solaz la princesa
« i Has mirado bien ? pregunlö el rey. £ Quieres
pues venir ä enriquecer esta osario? Huye, ; huve
34
ANDERSEN.
d e este abominable recinto! Si no tienes apego ä la
vida, apiédate ä lo ménos d e mi, pues cada vez que
matan a un prelendiente m e sangra el corazon. »
Juan se sintiö conmovido por la afliceion del soberano y le beso la mano, compasivo; pero le dijo
que nada temiese, que se arreglaria mejor q u e los
otros y que, ademas, tan enamorado estaba d e Su
Alteza, que preferia la muerte dado el caso d e no
poder ser su esposo.
Yolvia en este momento la princesa de su paseoy
subio å sus habilaciones. J u a n fué llevado por el
rcy al gran salon en q u e se encontraba, y al serie
presentado, la princesa le ofreciö su mano, lo que
le hizo pensar que no debia ser tan mala como decian. Los pajecillos ofrecieron ä J u a n delicados
dulces, como tambien al rey, pero este se hallaba
m u y asustado para comer, y en segundo lugar no
tenia ya dientes.
Se convino que a la manana siguiente Juan iria ä
palacio, donde se reuniria el Consejo de Estado y
los jueces encargados de presidir la prueba. La prin­
cesa l e d a r i a å adivinar el objeto de su pensamiento.
Si mås feliz que sus predecesores, n o fracasaba al
principio, tendria
que
adivinar dos
veces
mas.
« Si no, anadio la princesa con la mayor afabilidad,
seria ahorcado. »
J u a n no experimento ningun miedo al compro-
EL COMPANERO DE VIAJE.
35
meter asi s o vida ; ningunaidea negra le hizo estremeeer. Se sintio Ueno de valor y hasta contento.
Estaba seguro d e q u e Dios le ayudari'a. ,?C6mo? Ni
lo sabia ni queria pensar en ello. Salio del palacio
para regresar al meson, y una vez en el campo se
puso å bailar, cosa q u e es comprensible en u n enamorado.
Encontro ä su companero, å quien n o supo explicar con cuånta gracia y afabilidad le babia recibido la
princesa. Le tardaba verse al otro dia en el trance
d e la adivinacion. El companero meneaba la cabeza
y parecia cuidadoso.
« Soy t u amigo mtirno, dijo; habriamos podido
vivir mucho ticmpo juntos y ser felices y ; béte q u e
debo perderte tan pronto ! j Pobre Juan ! Si n o me
contuviese, lloraria ; pero, puesto q u e es tal vez la
ultima velada que pasamos juntos, n o quiero t u r ­
bar t u alegria. j Estå alegre, m u y alegre ! Manana,
cuando te hayas marchado, lloraré å mi sabor. »
Guando cundiö por la ciudad el r u m o r d e que se
habia presentado u n nuevo pretendiente å la mano
de la princesa, fué una desolacion general; los tea­
tros no se abrieron ; los vendedores d e dulces los
ataron con cintas negras. Llenas d e g e n t e estabanlas
iglesias a l a s que fué tambien el rey. Todos suplica^
ban å Dios que destruyese, al fin, la maldicion q u e
sobre la princesa pesaba. Pero, i como esperar que
36
ANDERSEN.
a quel jöven inocente saliese en bien del paso q u e
habia costado la vida ä tantos prineipes instruidosy
graciosos ?
AI anochecer, el companero d e Juan preparö una
abundante ponche y dijo : « j Viva la alegrfa ! Brin-
fiemos por l a salud d e la princesa. » Habia bebido
Juan dos vasos cuando le acometio el sueno y se
quedö profundamente dormido. El companero le
llevö eon delicadeza ä su lecho.
Enlrada ya la noche, tomö las dos alas de cisne
EL COMPANERO DE V1AJE.
37
y las atö con solidez å sus hombros, se metiö debajo
del brazo la mås larga de las varillas q u e le habia
dado lavieja ä l a q u e euro la pierna, a b r i o l a ventana
y se 1a n p o r los aires volando con igual facilidad
q u e vuela un päjaro. Se dirigiö ä palacio y se poso
en el marco de una ventana, en el piso inferior al
que ocupaba laprincesa.
Un silencio profundo reinaba en toda la ciudad,
cuando diö el reloj la campanada d e los tres cuartos
para las doce. Se abrio una ventana y la princesa,
envuelta en u n gran manto blanco, con enormes alas
negras
como las de un
murciélago
gigantesco,
cruzo los aires, pasö por eneima d e la ciudad y llego ä
una elevada montana que habia å corta distancia.
LI companero la siguio despues d e haberse vuelto
invisible, basta para una magica como ella, y comenzö å darla de palos con la varilla q u e llevaba.
(i ; Cömo graniza, como graniza ! » decia ella a cada
palo que recibia. E n elfondo no la disgustaba, pues
preferia la tormenta å una noche serena.
Llego a la montana y.toco una roca q u e rodö con
el estruendo del trueno. La princesa se precipito en
una 'sasta caverna, y la roca
cerrö de nuevo la
entrada, pero no lo bastante pronto para impedir
que el companero, siempre invisible, se escurriese en
pos de la princesa. Esta siguio un largo corredoi
cu^asparedes despedian u n reflejo singular produ3
33
ANDERSEN.
cido por miles de aranas luminosas q u e por ellas
corrian.
Llegaron ä un gran salon cuyas paredes eran d e
oro y plata; en consolas de märmol habia flores azules
y encarnadas, grandes como soles, pero no h a brian podido cogerse, pues los tallos eran horribles
sierpes venenosas, y las flores, miradas con atencion,
no eran mås q u e las llamaradas q u e brotaban de las
fauces de los espantosos reptiles. Cubiertos estaban
los techos demiliares de gusanillos de luz. Murciélagos con alas azules diåfanas revoloteaban en todos
sentidos y producian
cambiantes admirables en
aquella fantästica iluminacion.
Era u n espectäculo verdaderamente infernal. E n
el centro del salon se alzaba u n trono que sostenian
cuatro esqueletos de eaballo, cuyos arneses tenian,
en vez d e piedras, aranas rojas como carbones e n cendidos. El trono era u n opalo colosal. Como almohadones, u n monton d e ratones que se roian m u tuamente el rabo. Encima del trono habia un dosel
d e telarafias sonrosadas en las q u e innumerables
moscas verdes relucian como esmeraidas.
E n el trono se hallaba sentado un anciano hechicero
de una fealdad repugnante con corona en la cabeza
y cetro en la mano. Beso å la princesa en la frente y la
hizo sentar å su lado ; luego, å un ademan suyo comenzö una müsica singular. La orquesta se componia
EL COMPANERO DE VIAJE.
30
de buhos, d e sapos, d e grandes langostas negras
que arrojaban con furor sus gritos chillones acompanados por los silbidos d e centenares de culebras. Entre tanto, una multitud de genios maléficos, en cuyas cabezas brillaban fuegos fatuos, ejecutaban u n baile que acabö con u n triple galop.
El companero de J u a n se habia colocado detras
del trono para contemplar este espectäculo. Viö e n ­
trar en seguida una infmidad de cortesanos q u e parecian llenos de elegancia y distincion ; pero, mirandolos con atencion nolo q u e n o eran mås q u e palos
de escoba dominados por coles, å los que el hechicero habia prestado una especie d e vida. Tenian
soberbios trajes, y como solo Servian para adorno
del salon, era cuanto se necesitaba, tanto mäs cuanto
que m u y å menudo los cortesanos d e carne y hueso
no tienen mas seso n i corazon que aquellos maniquies.
Guando terminö el baile, la princesa conto al h e chicero que habia llegado un nuevo pretendiente a
su mano, y le preguntoen qué debia pensar al otro
dia para derrotar al temerario. «. Escucha el consejo
que te doy, dijo el hechicero. Elige u n objeto ordinario, pues no se imaginarå nunca lo q u e es y b u s carå una cosa dificil. Piensa, por ejemplo, en uno de
lus zapatos. De seguro no darä con ello.Luego le ha­
ras cortar la cabeza al momento y cuando vengas
manana å con tarme lo que lia pasado. no te olvidcs
40
ANDERSEiN.
de traerme los ojos del mancebo, pues nada me doleita tanto como esas golosinas. »
Inclinöse la princesa con respeto y prometio no
olvidar el encargo. El hechicero la acompanö hasta
lapuerta, abriendo l a r o c a al tocarla con s u c e t r o y l a
princesa seelevopor los aires en direccion å la ciudac.
El companero, q u e la seguia como su sombra, la a p a leö con mäs fuerza aun q u e antes, hasta el punto
q u e se sintio dolorida por el granizo, — como ella
decia; se quejo en alta voz, se apresuro ä llegai å
palacio y por la ven tana abierta penetroen sus habitaciones. El companero entro en la posada aonde
Juan seguia durmiendo ; se quito las alas y se acostö,
pues fäcil es comprender que estaba cansado.
Al dia siguiente, cuando Juan se hubo levantado,
s u companero le conto que habia tenido u n suenc
singular en el que liguraba la princesa y su zapato,
y le aconsejö que dijese zapato cuando la princesa
le preguntase en lo que habia pensado. « Puedo
nombrar un zapato como otra cualquier cosa, respondio J u a n , y tal vez acertaré, pues tengo confianza
en Dios, y quién sabe si no ha sido para ayudarme
que te ha mandado ese sueno. Sin embargo, å Dios,
pues es probable que no vuelva ä verte. »
Seabrazaron con elusion y Juan se traslado å pa­
lacio con paso rapido. Llena de gente sehallaba la
sala del trono. Los jueces se ballaban sobre u n es-
EL COMPANEUO DE VIAJE.
41
trado en sillones comodos para q u e los magistrados
se mantuviesen sin dificultad en u n a actitud conveniente para inspirar respeto. Å la llegada de J u a n , el
anciano rey se levantö y se echo u llorar å moco tendido, puesestavez se habia abastecido d e suficientes
panuelos para enjugar sus lågrimas.
La princesa hizo su entrada poco despues y le p a -
ANDERSEN.
recio ;i J u a n mucho mås hermosa q u e la vispera
cuando se inclino saludando ålaasamblea.Emperono
fué mäs afable para nadie q u e para J u a n , pues le dio
la m a n o al par q u e los buenos dias. Habia llegado el
momento solemne. J u a n debia adivinar el objeto al
q u e la princesaacababa de pensar.La doncellalo miraba con la sonrisa mäs amable del mundo, cuando
le creia condenado å muerte. « Zapato, » dijo J u a n
con u n a voz que no temblaba. Al momento, la prin­
cesa se puso blanca como el yeso, temblö de todos
sus miembros, pero, no podia negarlo, J u a n habia
a d h i n a d o exactamente. j Qué asombro el de la asistencia! Era la vez primera q u e la prueba no era fatal
desde un principio. La multitud aplaudio, lanzö gritos de jübilo a pesar del respeto debido ä S u Majestnd. Pero el mismo soberano daba muestras d e una
locaalegn'a, pues dio tres volteretas sucesivas.
III
Juan regreso modestamente å su posada, y a
pasar delante de u n a iglesia entro en ella para suplicar a Dios que le continuase su proteccion. Su
companero le felicito al saber lo q u e habia pasado.
Pero, no era mas que un paso; al otro dia, era preciso adivinar con exactitud.
Las cosas pasaron corao en la noche anterior;
J u a n se durmiö, la princesa se fué håcia la montana
y el companero la siguio apaleåndola de lo lindo con
dos varillas en vez de una. Nadie lo vit> y él lo oyo
todo. El hechicero dijo ä la princesa q u e pensase en
su guante. El companero refiriö ä J u a n q u e habia
tenido un sueno en el q u e figuraba el guante d e la
princesa.
Juan adivino por segunda vez y el jubilo fué
mayor a u n ; toda la corte se puso ä d a r volteretas
como el rey habia hecho la vispera. La princesa
quedo medio desmayada en u n sofa; la rabia la
4 'i
ANDERSEN.
sofocaba, y no
pronuncio una palabra en todo
el dia.
Quedaba la ultima prueba. Si J u a n salia de ella en
bien, se casaria con la princesa y seria el heredero
d e l a corona ; si fracasaba, tendria que morir y el
espantoso hechicero se comeria sus hermosos ojos
azules.
Por l a noche, J u a n se acosto temprano despues
de håber elevado ä Dios ardientes preces, y se durmiö con lo mayor tranquilidad. El companero se
a t o las alas del cisne, se puso al costado el sable del
rey d e los muriecos que untara con su ungüento y
tomo las tres varillas d e la anciana. Luego se dirigiö
å palacio. Ilaci'a u n a noche m u y oscura y la tormenta se desencadenaba furiosa; caianse las chimeneas d e las casas ; en el famoso jardin d e recreo,
los esqueletos que colgaban de los årboles producian u n a müsica espantosa. Los truenos se seguian
con tal rapidez q u e n o formaban mås que un ruido
continuo parecido al redoble d e los tambores del
ejercito del diabio.
Se abriö la ventana y la princesa tomo su vuelo.
Estaba palida como la muerte, pero sonriö cuando
observö los destrozos q u e causaba la tempestad. Kl
companero, armado d e sus tres varillas comenzö
d apalearla, y l a diö tal paliza q u e lanzö dolorosos
ayes. Creyö q u e no podria llegar ä la monlaua.
EL COMPANERO DE VIAJE.
45
Al fin la alcanzö. « En toda mi vida he visto
ticmpo semejante, dijo al hechicero; he recibido
granizos como huevos d e gallina; mirad, tengo el
rostro ensangrentado. »
Le conto que, por la segunda vez, J u a n habia adivinado. « Si adivina manana, se acabara mi poder
magico y no podré penetrar mas en esta montafia.
— No os alarméis, le respondiö el hechicero.
Esta vez se quedarå corrido como una m o n a . Yoy
å pensar una cosa de la q u e no puede tener la mcnor idea. Entre tanto, jque comience el baile! »
Dio una mano å la princesa y bailo con ella algunas figuras entre los genios que daban vueltas;
3.
4l»
ANDERSEN.
las aranas Iuminosas subian y bajaban å lo largo
de las paredes ; mecianse sobre sus tallos las flores
de fuego. Serpientes, buhos, langostas
y sapos
ejecutaban su extraordinaria müsica. Este espantoso espectdculo parecio reanimar un poco ä la
princesa, que no tardö en anunciar s c deseo d e
partir, para que no se notase su ausencia e n el
palacio. El hechicero, sospechando q u e hubiese
algun traidor entre los genios del antro magico,
no la nombro por el momento lo que queria que hiciese adivinar ä J u a n . Le dijo q u e iba a acompanarla
basta s u casa para conversar de importantes asuntos.
EL COM PANE HO DE V1AJE.
47
Partieron, pues, por entre la tormenta q u e arreciaba. El companero, detras de ellos, se ensano con
el hechicero y le dio tal varapalo que rompio s a s
varillas. El maldito hechicero renegaba d e los golpes, q u e tomaba tambien por granizo. AI llegar
cerca del palacio se despidio d e la princesa, y m u r murö å su oido : « Pensad en mi cabeza. » El com­
panero, que tenia el oido alerto, lo oyö claramente.
La princesa se escurriö por la ventana y el hechicero
quiso volverse, pero el companero le asiö por su
larga barba y con un golpe seco d e su sablecito, le
corlo la cabeza al ras de los hombros; el hechicero
no tuvo tiempo de pronunciar u n a palabra mägica
que habria podido salvarlo.
El companero tiro å un estanque el cadaver, con
el q u e los peces se deleitaron, mantuvola cabeza en
el agua hasta que estuvo exangiie, y se fué å dormir
Uevandosela dentro de
un
panuelo de seda. Al
olro dia entrego el lio å Juan recomendändole que
no lo abriese hasta el mismo momento en q u e la
princesa le dirigiese su pregunta.
La sala del trono estaba atestada, y las cabezas se
veian apinadas como los råbanos en un manojo.
Los jueces se contoneaban en sus sillones, con aire
muy grave por mås que fuesen los entes mås inütiles del mundo. El anciano rey, esperando que la
maldicion que sobre ellos pesaba iba a terminar,
43
ANDERSEN.
llevaba un traje nuevo y habia hccho limpiar con
polvos de ladrillo su corona y su cetro. Su aclilud
en este dia era la de u n soberano importante. La
princesa estaba palida y temblando de calentura.
Habia vestido u n traje negro como si fuese a un
entierro.
« ^En q u é pensaba? » dijo a Juan con insegura
voz. J u a n deslio el panuelo y retrocediö espantado
al ver la asquerosa cabeza del hecbicero. La asamblea dio un brinco de terror. En efecto, aquella
cabeza resumia todo el horror del inflerno. La prin­
cesa permanecia inmovil como una estatua y largo
tiempo pasö, antes d e q u e se reanimase; con la
vista baja, humillada, vencida, adelanto hasta Juan
y presentandole una mano, le dijo rompiendo å
sollozar : « Eres mi d u e n o ; esla noche serå la
boda.
— Eso se llama bablar, dijo el anciano rey, esta
noche se celebrarän los bodas. » La asamblea lanzo
un estrepitoso j hurra !, tocaron las bandas militares,
taneron lascampanas, las vendedoras de dulces quitaron las cintas negras, y tan alegres estaban que
dieron dulces gratis ä los chiquillos de la calle.
Un gran movimiento comenzo por toda la ciudad;
an la plaza mayor, el rey hizo asar u n centenar de
bueyes enteros, rellenos con pollos y palos ; quien
lenia ganas se corlaba una lonja. Las fuenles derra-
EL COM PA NE HO DE VIAJE.
40
maron vino durante todo el dia. P o r la noche, toda
la ciudad estuvo iluminada, los arlilleros dispararon
ciento y un canonazos. Los muchaclios disparaban
cohetes. Se comiö y se bebiö mas q u e se bebe y se
come en u n a semana ordinaria. Luego hubo bailes
c n las plazas y en palacio.
La princesa no habia dejado d e ser magica a u n q u e hubiese perdido su poder, y esto acibaraba
toda la alegria de J u a n . Su companero lo noto y le
dio tres plumas arrancadas å un ala del cisne, y u n
frasquito. « P o r la noche, le dijo, cuando la princesa estard sola en su cuarto, la zambulliras por
tres veces en u n bano en el q u e previamente h a bräs echado el contenido de este frasco y estas tres
plumas. Y despues, te a m a r å tanto como ahora t e
detesta. »
Juan hizo lo q u e su companero le habia dicho.
Cuando zambullo por vez primera å la princesa en
el agua, esta lanzo agudisimos gritos. Salio a la superficie bajo la forma d e un gran cisne negro, de
relucientes ojos, q u e luchaba con furor. J u a n la
zambullo de nuevo con puderoso esfuerzo. Salio
la princesa como un cisne blanco con u n collar de
plumas negras. J u a n pronunciö una ardiente plegaria y la zambullo por tercera vez. Entonces salio
con su figura natural, cien veces mas bermosa que
antes. Se lanzo en brazos de Juan, llorando de jii
50
ANDERSEN.
bilo y le dio gracias por haber roto el encanto que
tan cruel la hiciera.
Al otro dia, el anciano rey, la corte, los notables
desfilaron delante de los nuevos esposos deseåndoles
prosperidad. El ultimo era el companero de Juan
que tenia su palo en la mano y su morral ä la espalda. J u a n lo estrecho contra su corazon, suplicåndole que no se fuese y le permitiese manifestarle su
gratitud. Pero el companero meneo la cabeza y
dijo con dulce y tierno acento : « No, be cumplido
mi tiempo, b e pagado mi deuda. i Te acuerdas del
muerto q u e dos hombres perversos querian arrojar
en medio de u n camino? Diste cuanto poseias para
q u e lo dejasen reposar en paz en su ataüd. Pues
bien, ;aquel muerto era y o ! »
Y esto diciendo, desapareciö.
Los festines y las danzas duraron un mes entero.
El rey viviö contento rodeado de infinitos nietecifos, y cuando al fin murio por la fuerza de los
anos, J u a n fu6 proclamado rey d e todo el pais.
Érase una vez un pozo m u y profundo y tan larga
era la cuerda como era profundo él. Tirar de la
cuerda era mås que suficiente para cansarse, y apé-
AN DE 11 SEN.
nas si quedaba uno con fuerzas para colocar el cubo
Ueno de agua sobre el brocai. Los rayos del sol no
habian podido nunca penetrar hasta el fondo por
muchas ganas q u e tuviesen, pues el agua era tan
clara que gustosos se habrian mirado en ella. Å lo
largo de las paredes, e n t r e las grietas d e las piedras
brotaba el musgo en abundancia.
En lo profundo babitaba una familia de sapos ; la
abuela fué la primera que vino a babitar alli, ä su
pesar; un dia, saltando de un lado al otro del brocai,
habia calculado mal su brinco y se habia caido de
cabeza. La buena vieja vivia a u n ; habia hallado
una familia d e ranas Verdes y se habian reconocido
como primas hermanas.
Habia dado ä luz u n a hija que, un dia, se hallo
metida en el cubo y subiö hasta la superficie, pero
la deslumbro la luz del dia y, fuera de si, dio un
respingo y volviö ä caer con estrépito ; estuvo tres
dias enferma con un vivo dolor en el costado. Aunq u e nada hubiese visto habria podido conlar, como
es costumbre, maravillas de lo que arriba pasaba ,
pero, confeso con la mayor buena fe que no habia
distinguido nada. Empero habia sabido y lo c o m u nicö ä toda la sociedad, q u e el mundo no se reducia
ä su pozo, como hasta entonces lo habian imaginado.
La abuela hubiera podido describir tambien lo que
fuera del pozo existia; pero era hcmbra de concien-
EL SAPO.
53
cia y no decia nada d e los estanques y pantanos cn
los que agradablemente pasara su juventud no q u e riendo dar a sus companeras deseos superfluos y
ambiciones irrealizables.
Pasabanel tiempo murmurando entre ellas. « ; Qnc
obesa y qué fea es la mama s a p o ! , decian u n dia
dos ranas jovenes. Sus sapitos serän tan horribles
como ella. — No digo que no, respondiö la mama
que las babia oido. Pero uno d e ellos tendrå en s u
cabeza una piedra preciosa, a ménos d e q u e no la
tenga y o . »
En efecto, 'como sabe todo liombre del pueblo, d
lo ménos en el Norte, d e vez en cuando se halla en la
cabeza d e un sapo u n magnifico diamante.
Las ranas menearon la cabeza ; n o estaban contentas con lo q u e acababan de saber; hicieron una
mueca y se alejaron. Los sapitos se inflaron de o r gullo, cada cual creia poseerla piedra preciosa. Tenian la cabeza erguida como conviene ä séres privilegiados. Al fin, uno de ellos pregunto lo q u e era
exactamente la piedra preciosa d e la q u e debian
enorgullecerse.
« Es una cosa magnifica é inapreciable, dijo la
madre. Se necesitaria mas elocuencia de la q u e yo
poseo para describirla dignamente. Os procura inmenso placer y la envidia de todo el mundo.
- No soy yo la que poseo la piedra preciosa, dijo
5*
ANDERSEN.
la mas joven de toda la familia, que era capaz de
d a r un susto al miedo. i P o r q u é la desearia? Io que
incomoda å los demas no m e complace. Lo que
mas desearia serfa subir hasta el brocal del pozo y
ver un momento lo q u e alii arriba pasa. Tengo un
presentimiento de que debe ser m u y hermoso.
— Quédate donde eslä? hija mia, dijo la abuela.
EL SAPO.
5ä
Llevas aqui dulce y regalada vida y solo una cosa hav
q u e evitar, el cubo, pues podria aplastarte. No te se
ocurra entrar en él, pues n o todos tienen mi suerte
y salen del lance con u n dolor de costado.
— / Cuac, cuacl dijo la pequenuela, lo que en su
lenguaje equivale ä nuestra exclamacion « ; oh !
i oh ! »
Pero era mas fuerte que s u voluntad, no pensaba
en otra cosa q u e en subir alia a r r i b a ; se sentia
atraida håcia la luz sin conocerla. Al dia siguiente,
el cubo bajö y se detuvo u n momento al lado de la
piedra en que se hallaba la pequenuela ; todo su sér
se estremeciö y de u n salto, sin saber lo q u e haci'a,
se hallo en el cubo que fué subido al instante.
Un mozo d e labranza lo tomo y echo el agua en
u n o t i n a . « i Ay ! exclamo al ver al animal, hacia
tiempo que no veia u n bicho mås asqueroso. » Y con
sn zueco asestö u n golpe å la pobre bestia que, feliz
mente, pudo evitarlo. Iluyo v se escondio en las orti
gas q u e brotaban alrededor, y formaban u n toldo
de verdura por el q u e pasaban los rayos del sol. Fué
un encantador espectäculo para ella, lo mismo que,
cuando en u n a inmensa selva el hombre ve pasar
los rayos solares por las ramas y el follaje, experimenta una religiosa emocion.
« i Much o mås hermoso es esto que el pozo ! excla­
m o . Pasaria aqui toda mi vida. » Permanecio en
rfß
ANDERSEN.
efecto alii una hora, y otra hora. Enlonces se dijo
q u e habiendo intentado la aventura, deberia explorar el nuevo mundo en q u e se habia lanzado. Saltando lo mejor q u e pudo llegö ä la polvorienta carretera, en la q u e el sol vertia sus rayos. Solo cruzändola, el animalillo se habia cubierto d e polvo. Fué
una nueva sensacion para ella y nada agradable en
verdad. Se apresuro ä llegar å un foso donde brotaban iris y miosotis en abund3nciaj en la orilla se
alzaba u n vallado d e blanca espina y saücos mezcla<los con alboholes en flor. Una bandada de mariposas
revoloteaba alrededor. El sapo pensö que eran (lores
sueltas d e las ramas, en Camino para visitar el
mundo, cosa q u e l e parecia m u y natural. « Si p u diese volar con la ligereza de esas florecillas tan lindas, decia : j qué dicha la mia ! »
Estuvo ocho dias y ocho noches e n el delicioso
foso, donde ballaba bueno y abundante alimento.
Al noveno dia se dijo : « j Adelante ! vamos mäs
allä. » i Qué podia esperar mejor q u e este lugar d e
delicias ? Deseaba hallar alguna sociedad, alguna
buena familia de sapos, ö por lo ménos, algunas pri­
mas, las ranas Verdes.
« Se pasa aqui una existencia muy agradable, se
dijo. P e r o ä la larga, la naturaleza desierta, cansa
por hermosa que sea. i Cuänto desearia hallar
algunos de mis semejantes con los que poder ha-
EL SAPO.
57
blar ! » Y se puso en Camino. Despuos de h iber c r u zado varios campos, llegö a un gran estanque rodeado
de juncos y entrö en él.
« Bienvenida seäis, le dijo una rana. Tal vez estä
esto demasiado mojado para vos. En fin, veréis si os
conviene, haremos cuanto podamos para recibiros
bien. » Y aquella misma noche fué convidada å un
concierto de familia. Monotonos eran los cantos,
5B
ANDERSEN.
pero era posible refrescarse ä su sabor y cuando no
se es aficionado ä la müsica, es un recurso precioso.
El sapo prosiguio su camino al dia siguiente ; aspiraba a u n ä algo mejor. Ahora q u e sus ojos se h a bian acostumbrado å la luz, podia admirar el cielo
estrellado y la hermosa l u n a llena. Pero lo que le
dejaba extåtico era el sol q u e veia elevarse en el espacio.
« i Estaré siempre en un pozo, se decia, en un pozo
mayor q u e el otro, y nada mås ? ; Cuanto desearia
dirigirme å ese hermoso espacio azulado ! Ese deseo
me atormenta y m e roe. »
Y, contemplando la luna, el pobreanimalillo creyo,
en su inocencia, q u e tal vez era un brillante cubo d e
cobre q u e iba å baj a r hasta la tierra y al q u e podria
saltar para subir mas arriba.
« No, penso, mås bien debe ser el sol el cubo en el
que se sube mas arriba. \ Cuanto reluce ! Hélo que
baja. Es preciso q u e aceche la ocasion de escurrirme
en él. Adoro la luz, me parece å veces que algo fulgura en mi cabeza. La piedra famosa d e que hablaba
mi abuela no puede tener mas brillo. Ni la poseo,
ni la deseo. Todo Jo q u e ansio es subir håcia la luz
y anegarme en ella. j Yamos, valor, y adelante
Siempre en linea recta. No
retrocederé
nunca;
; como me late el corazon al partir para un viaje tan
largo! »
EL SAPO.
ül>
Y se puso a darsaltitos con cuanta ligereza podia.
Acertö ä pasar por u n lugar habitado y para descansar se detuvo eil un huerlo.
« ; Guäntas cosas nuevas descubro a cada paso!
i qué grande y magmfico es el mundo ! Me alegro
infinito de no håber permanecido en el pozo. ; Qué
delicioso verdor y qué deleitosa frescura !
— Å quien se lo conlais, dijo u n a oruga anidada
en una col. Este es el paraiso y mi boja la mayor de
todas. Puedo pasarme del resto del mundo.
— j Glue, glue! » resono ; era una bandada de
gallinas q u e picoteaban por el jardin. La que iba
delante tenia buenos ojos y distinguiö a la oruga,
se actrcö, y de un picotazo la tiro al suelo.La gallina
la considero u n momento, deseando saber en q u é
pararian sus conto rsiones. « Hay q u e acabar, se
dijo la gallina, y adelanlo elpico con tales intenciones
q u e no lo habria pasado bien el insecto, si el sapo,
Ueno de compasion, no bubiese dado u n sallo adelante para acudir ä su socorro.
La gallina, asustada por aquella brusca aparicion,
huyo gritando. « ; Qué animal mas feol No, estå
resuelto, no quiero comerme esa oruga; tiene unos
pelos largos que deben bacer cosquillas en la g a r ganta.
— i Ilabéis notado, dijo la oruga, mi presencia de
änimo ? i Habéis visto con qué habilidad me be
60
ANDERSEN.
meneado para escapar ä ese monstruo? Pero, n o e s
esto lo mäs i m p o r t a n t e ; tengo q u e dar con la hoja
d e col q u e es mi dominio y mi bien. »
El sapo se acercö y felicito ä la oruga por haberse
librado d e la muerte, regocijändose de haber podido
asustar ä la gallina con su fealdad.
« ^Qué m e decis? replied la oruga. Yo misma m e
he librado, mis gestos son los que la han asustado.
Pero, en verdad, tenéis razon, soisrepugnante.| Ah!
olfateomi col. Quedaos en paz; voy å subir hasta dar
con mi hoja. E n marcha, j adelante!
— Si, adelante, siempre mäs arriba, dijo el sapo.
No estä de buen humor, la amiga ; cierto es que la
gallina la h a asustado; pero piensa como yo : siempre
adelante. »
Levanlo la cabeza y elevö sus ojos al cielo. En el
tejado d e una liermosa casa, vio å u n a cigiiena que
estaba al lado de su nido en el q u e se hallaba su
companera.
« i Qué felices son, se dijo el sapo, de vivir tan
altas ! ^Cuåndo podré llegar yo hasta alii? »
En la casa vivian dos amigos, poeta el uno, n a t u ralista el o t r o . El primero cantaba con placer todas
las maravillas de la creacion, describiendo en sonoros
versos las impresiones d e su corazon ante las obras
del Hacedor. El segundo miraba las cosas m u y d e
cerca, con el microscopio, les daba cien vueltas,
EL SAPO. fi!
usaba del escalpelo cuando habianecesidad. P a r a é l ,
lacreacion era u n simple problema d e matemäticas.
Eraempero inteligente y tenia buen corazon. Los do?
jovenes eran muy buenos amigos, siendo alegres los
dos, y en a q u e l m o m e n l o paseaban por e l j a r d i n .
« i Ah! dijo el naturalista, buen modelo de sapo,
voy ä echarlo en espi'ritu de vino. — Tienes y a dos
parecidos en tu museo, dijo el poeta. Deja ä ese
pobreanimal disfrutar de lavida. — ; Es que es de una
lealdad tan admirable ! respondiö el otro. — Si
estuviésemos seguros de que tiene en s u cabeza !a
piedra preciosa, replied el poeta, yo seria el prirnero
en aconsejarte abrirlo. — £ Una piedra Dreciosa?
ipuedes dar crédito ä esas patranas !
— Hallo u n sentido profundo, dijo el poeta, en esa
creencia popular de que el sapo, el animal mas
horrible de la creacion, posee å veces en la cabeza
un espléndido diamante. <,No sucede acaso lo mismo
en los hombres? Esopo, Socrates eran casi monstruos
de fealdad y su genio brilla a u n hoy como la perla
mas preciada. »
Y los dos amigos siguieron su paseo ; el sapo habia
escapado al peligro de morir en el espiritu de vino.
Solo ä médias habia comprendido la conversacion.
« Han hablado d e la piedra preciosa, se dijo ; felizmente yo no la tengo, pues me habrian jugado una
mala partida por apoderarse de ella. »
G2
ANDERSEN.
Un ruido bullicioso se oyö en el lecho. La cigüena
daba unaleccionå sushijuelosy, encogiéndosedealas,
si asi puede decirse, los ensenaba å los dos jovenes.
« j Qué vanidosas son esas criaturas h u m a n a s !
decia. Oid como hablan sin descanso. Estån orgullosas d e su charla, d e su facundia. ; Bonita lengua !
Å la distancia de u n dia de vuelo no oyen nada.
Nosotras oimos perfectamente, ora estemos en el
norte, ora en el fondo del Africa. Y luego <? saben
volar? ^ Tenemos nosotras necesidad del hombre?
Para nada, y ellos son felices cuando venimos ä
anidar en cima d e sus tejados.
— I Qué discurso tan sensato! pensö el sapo. Y j qué
altas estån ! Y ; qué bien saben nadar ! » anadio vienrio
a papä cigüena lanzarse por el aire con las alas
abiertas.
La m a m a cigüena instruyö å s u vez å los hijuelos.
Les hablo del Egipto, y d e las aguas del Nilo v de su
lodo incomparable cuajado de ranas.
« ; Dios m i o ! cuanto desearia ver ese pafs, dijo el
sapo. j Si una d e las cigüenas quisiera lievarmé d é l !
i Egipto, Egipto! ^ Como llegar ä é l ? Soy feliz d e
aspirar siempre al bien, å lo mds bello, pues sin
esto no habria salido nunca del pozo s o m b n o . Mås
vale esto que tener una piedra preciosa e n la cabeza. »
Pero, precisamente la poseia, la famosa piedra.
No e r a mds q u e esta tendencia constante hacia la
EL SAPO.
altura, hacia el bien. En el interior de su cabecita
brillaba, en verdad, unrellejo mägico.
De pronto, papa cigiiena se le vino encima, pues la
babi'a visto entre la yerba, y la asio en su pico con
dureza. El pobre animalillo sintiö lin vivo dolor, pero
^qué le importaba? Acaso, <?no iba å llevarla å Egipto
la cigiiena? Sus ojos relucian de alegria, echaban
chispas.
La cigiiena apretö el pico. ; Cuac, cuac! El sapo
h tbia m u e r t o ; su cuerpo, por lo ménos estaba sin
vida. Pero el fuego de sus ojos £ do habia ido ? Un
f>4
ANDERSEN.
rayo de sol lo habia rccogido, un rayo d e sol se llcvö
la piedra preciosa. ^Adonde?
No se lo preguntes al naturalista, sino mås bien
al poeta. Te dira q u e la oruga se metamorfosearä en
hermosa mariposa d e nacarados y alabastrinos color c s ; q u e la cigüena va y viene del Norte hasta el
Africa por el Camino mäs corto, sincompas, ni brüjula, ni mapa, y siempre da con su tejado hasta en las
mas grandes ciudades. Esto parece extraordinario,
increible y es, sin embargo, la verdad. Preguntaselo
al naturalista si no los has observado.
Pero, ^ y el sapo y la piedra preciosa?
Büscala en el sol si es que apercibirlas puedes.
No podras ; la luz del astro es demasiado viva. No
coseemos aun la vista necesaria para aprecfar las
maravillas q u e Dios h a creado. Pero las poseeremos
un dia y aquel dia serä el mejor de nuestra existence.
LA CANDELA Y LA BUJIA
Erase una vez una gran bujia d e cera q u e conocia
lo elevado de su alcurnia. « Estoy hecha con cera,
decia; las abejas me han compuesto con el polen
d e las mäs hermosas flores y me han fundido en un
molde. Alumbro mejor y ardo mäs tiempo q u e
cualquier otra luz; mi lugar es un candelabro, una
arana ö u n candelero de plata.
i Qué existencia tan agradable la t u y a ! le dijo
una candela. Yo soy de sebo, d e la mås humildc
grasa de carnero. No he salido de u n molde. Me han
enrollado al rededor d e un mechero, pero no me
4.
66
ANDERSEN.
deseonsuelo. Mojaron el mechero ocho veces consecutivas en el sebo, siendo asi q u e solo lo mojan dos
veces para hacer una cerilla. Si, estoy contenta con
mi suerte. En verdad es mas honroso ser de cera
que de sebo, pero n o se escoge una misma su posicion en el mundo. Tu te contoneas en el salon en
un candelabro 6 en una arana d e cristal; mi lugar
es la cocina. No es la cocina un lugar despreciable;
lodala casa, hasta los amos, no podrian subsistir sin
la cocina.
— Comer es u n detalle infimo en su vida, replied
la buji'a. La sociedad, las visitas, les saraos, esa es
la verdadera existencia ; brillar y ver brillar ä los
otros es el destino con que nacieron, y yo asisto å
ose liermoso especticulo. Asi, esta noche hay baile;
estaré alii con todas mis liermanas. »
Yinieron å tomar en efecto toda la provision de
bujias, pero se llevaron tambien d la candela. El a m a
de la casa, una condesa de alto copete, lacogio entre
sus delicados dedos y la llevö ä la cocina. Alii estaba u n nino, con u n cesto que la senora mando llen a r d e patatas, al par q u e d e frutas y d e una libra
de manteca.
« Esto es para t u madre, hijo mio, dijo la dama, y
esta candela tambien; t u madre trabaja hasta m u y
entrada la noche y la candela le servirä. »
L a h i j a d e la condesa, una condesita, acababa d e
LA CANDELA Y I.A BUJIA.
67
e n t r a r . AI o i r estas palabras : « h a s t a m u y e n t r a d a la
noche, » exclamo c o n alegria : « Yo t a m b i e n estaré
levantada h a s t a m u y e n t r a d a l a n o c h e ; t e n e m o s u n
baile y m e p o n d r ä n u n g r a n c i n t u r o n c o n lazos d e
sedaencarnada. »
i Ay! j Cömo i r r a d i a b a d e jübilo la Jinda carita d e
la n i n a l No, n o bay bujia q u e brille m å s q u e los
ojos d e la infancia. E s t o observö l a candela : « ; Qué
fulgor d e gozo ! s e dijo ; n u n c a lo olvidaré. E s i n dudable q u e n o volveré å verlo j a m a s . »
E n este m o m e n t o la m e t i e r o n e n el cesto y el
m u c h a c h o s e la llevö c o n t o d o l o d e m a s .
03
ANDERSEN.
« i Adönde i r é a p a r a r ? pensaba l a c a n d e l a . A u n a
c a s a d e p o b r e s d o n d e quizå n o e n c u e n t r e n i u n c a n d e l e r o d e cobre, m i é n t r a s q u e l a bujia s e solazard
e n el o r o y la plata y t e n d r a el h o n o r d e a l u m b r a r ä
personas d e elevado n a c i m i e n t o . Asi l o q u i e r e la
s u e r t e ; s o y d e sebo y no d e c e r a . »
L a c a n d e l a llegö å u n h u m i l d e c u a r t i t o , d e l a n t e d e
la vasta y h e r m o s a casa d e l a q u e salia. Alli vivia,
e n la m i s e r i a , u n a viuda c o n Ires hijos.
(( j Bendiga Dios å l a excelente s e n o r a ! dijo l a
viuda. j Qué soberbia c a n d e l a ! Me v a å a l u m b r a r , d e
s e g u r o , h a s t a las d o c e d e l a n o c b e . »
Guando llegö l a n o c h e , e n c e n d i e r o n la candela.
« / Fit, f i t ! dijo c b i s p o r r o t e a n d o d e disgusto;
i q u é m a l o s fosforos t i e n e n a q u i ! Apestan horriblemente. »
E n f r e n t e , e n la rica m a n s i o n , encendieron t a m ­
bien l a s l u c e s q u e a l u m b r a r o n t o d a la calle. Los
coches q u e llevaban ä los convidados al baile, llegar o n c o n e s t r é p i t o . E n breve, r e s o n a r o n los acordes
de la müsica.
a j S e c o m i e n z a ! s e dijo l a c a n d e l a . /Fit! ; Cömo
d e b e fulgar d e jübilo el r o s t r o d e l a c o n d e s i t a ! E s t o y
s e g u r a d e q u e s u s ojos eclipsan h a s t a la bujia d e
esta m a n a n a , t a n orgullosa d e s u luz. No, n u n c a volveré å v e r t a n e n c a n t a d o r especlaculo. »
L a c r i a t u r a m a s joven d e la viuda e n t r a b a e n
LÅ CANDELA Y LA BUJlA.
CO
a q u e l m o m e n t o . Era tambien u n a niuita m u y l i n d a .
Beso a
sl
h e r m a n o y å s u h e r m a n a y les dijo e n vo/
c a j a , a) oido, con gran misterio : « ; Figuraos q u e
esta n o c h e c o m e r e m o s p a t a t a s fritas c o n m a n t e c a ! »
y su r o s t r o irradiaba l a felicidad; l a n i n a d e l a
/nansion o p u i e n t a nc h a b i a d e m o s t r a d o m a y o r a l e gria c u a n d o h a b i a dicho : « E s l a n o c h e , e n el baile,
llevaré u n c i n t u r o n c o n g r a n d e s lazos e n c a r n a dos. »
« i Es t a n g r a n Ventura c o m e r patatas fritas? » s e
preguntö l a c a n d e l a . Estaba e n c a n t a d a d e h å b e r
vuelto a ver el destello l u m i n o s o d e los ojos i n f a n ­
tiles ; e s t o r n u d o y chisporroteo p a r a manifestar s u
satisfaccion, c o m o a n t e s lo hiciera p a r a
expresar
s u disgusto, p u e s las candelas n o poseen m a s q u e
u n solo l e n g u a j e p a r a d a r a c o n o c e r sus-diversos
sentimientos.
S e puso la m e s a ; sirvieron l a s p a t a t a s fritas. j Q116
festin! Y p a r a postre, c a d a n i n o recibio u n a raanz a n a . Luego la n i n a recito la oracion d e gracias :
<( Mi a m a d o Dios, t e d a m o s las gracias p o r t o d o
t u s d o n e s y t u b o n d a d p a r a c o n nosotros. A m e n . »
Y a n a d i o despues d e u n m o m e n t o .
« i No e s verdad, m a m a , q u é h e d i c h o bien m i o r a ­
cion esta n o c h e ?
— No debes p e n s a r e n ti, n i d e b e s h a b l a r d e ti,
respondiö l a m a d r e . No pienses n a s q u e e n Dios
'O
ANDERSEN.
q u e t e lia proporcionado u n a c e n a I a n apetitosa esta
nocke. »
Un i n s l a n t e d e s p u e s acosto l a viuda å los ninos,
q u e s e d u r m i e r o n t a n l u e g o h u b i e r o n recibido u n
beso d e s u m a d r e . Esta s e s e n t o y s e p u s o ä t r a b a j a r
b a s t a m u y e n t r a d a la n o c h e .
L a b u e n a m u j e r t r a b a j a b a c o n ahinco, c o n t o d o
s u corazon, p u e s era p a r a e d u c a r ä s u s h i j o s .
E n la rica m o r a d a d e e n f r e n t e , a r a n a s y c a n d e l a bros s e g u i a n brillando y s e oia u n a müsica alegre.
Desde el cielo, l a l u n a vertia u n a luz igual s o b r e
las m o r a d a s d e los ricos y s o b r e l a s d e los pobres.
« L a velada b a sido e n e x t r e m o divertida, s e dijo
l a c a n d e l a . Dudo q u e la buji'a e n s u candelero d e
plata o e n la a r a n a d e cristal k a y a t e n i d o m a s c o n t e n t o q u e y o e n esta m o d e s t a c a s a , d e n l r o d e esta
LA CANDELA Y LA BUJIA.
palmatoria d e t i e r r a . T e n d r i a s u m o g u s t o e n saberlo
a n t e s d e exhalar m i p o s t r i m e r destello. »
E n el m o m e n t o d e a p a g a r s e n o t o , e n u n a vision,
los ojos d e las dos ninas brillando d e u n fulgor sin
igual, p o r mås q u e la u n a fuese a l u m b r a d a p o r el
vivo rellejo d e las bujias y la o t r a p o r el rellejo m o desto d e u n a c a n d e l a .
Y e n esto s e cifra todo el c u e n t o .
INDICE
EL
COIIPANERO DE
YIAJE
EL SAPO
LA CANDELA Y LÅ BUJIA
417.84,
— CORBEIL.
ImprOnta
CUKTL.
HISTORIA DE UNA MADRE
Una m a d r e estaba s e n t a d a j u n t o ä l a c u n a d e s u
h i j o ; estaba m u y ailigida p u e s t e m i a q u e s e m u riese. La carita del n i n o e s t a b a m u y pålida, y c e r r a d o s estaban s u s ojitos. llespiraba c o n dificultad y å
veces t a n p r o f u n d a m e n t e q u e s e h a b r i a dicho q u e
g e m i a ; poro la m a d r e inspiraba m d s l å s t i m a q u e el
pequeno sér moribundo.
l l e t e q u e llaman y e n t r a u n p o b r e b o m b r e , m u y
viejo, envuelto e n u n a g r a n piel d e caballo q u e a b r i g a b a m u c h o , c o m o convcnia. p u e s el invierno e r a
5
74
ANDERSEN.
m u y d u r o . E n cl exterior todo e s l a b a c u b i c r l o d o
nievc y d e hielo y el viento soplaba con t a n l a fuerza
q u e c o r t a b a el r o s t r o .
El p o b r e h o m b r e t e m b l a b a d e f r i o ; c o m o el nifio
acababa de dormirse por algunos instantes, la ma­
dro s e le van l o y coloco s o b r e la estufa u n a vasija
llena d e ccrveza; e r a p a r a c a l e n l a r al viejo. S e s e n l o
e s t e y s e p u s o å m e c e r a l n i n o . L a m a d r e cogio u n a
silla desvencijada y s e s e n l ö ä s u l a d o . Gontemplaba
a s u hijo e n f e r m o q u e respiraba m a s r u i d o s a m e n t e ;
liabia eogido s u m a n e c i t a .
« i No e s verdad q u e c r e e s t a m b i e n q u e l o c o n s e r v a r é ? Dios n o m e l e l l e v a r a . »
Y el b u e n h o m b r e , — e r a l a M u e r t e , — hizo u n
signo singular c o n l a cabeza q u e podia significar
t a n t o q u e si c o m o q u e n o . L a m a d r e bajo los ojos
hacia l a t i e r r a ; g r u e s a s l a g r i m a s corrian p o r s u s
mejillas. S e sintiö l a c a b e z a pesada ; hacia t r e s dias
y t r e s n o c h e s q u e n o h a b i a pegado los ojos. Cabeceo
u n m o m e n t o , u n solo m i n u t o , luego s e despertö s o bresaltada, t e m b l a n d o d e frio.
« i Qué sucede ? » exclamo echando å su alred e d o r m i r a d a s extraviadas. E l a n c i a n o s e h a b i a ido,
el n i n o n o estaba e n la c u n a , s e lo habia llevado el
viejo. E n el rincon, cl a n t i g u o reloj m e l i a g r a n ruido,
s u s r u e d a s r e c h i n a b a n , el peso d e p l o m o v i n o a l s u e l o :
j p a f ! y n a d a s e movio : cl reloj e s l a b a o a r a d o .
IIISTORI A DE UNA MADHE.
73
La pobre m a d r e se precipito f u e r a tie l a c a s a ,
gritando c n pos do s u liijo.
F u e r a , sobre l a nieve, e s l a b a s e n t a d a u n a m u j e r
iiillffll
vestida c o n largos liabilos ncgros. « La Muerte b a
e n t r a d o e n t u casa, dijo. La b e visto salir corriendo
llevändose tu hijo. Ya m;is d e prisa q u e el vienio y
m u n c a devuelve lo q u e b a cogido.
76
ANDERSEN.
— Dime solo e n q u é direccion s e h a ido, dijo la
m a d r e . T e lo suplico, dimelo, y l a e n c o n t r a r é .
— S e el c a m i n o q u e h a tornado, respondio l a m u jervestida de negro. Pero, antes de que te lo ens e n e , e s preeiso q u e m e h a g a s o i r t o d a s l a s canciones
q u e c a n t a b a s å t u hi jo. Me g u s t a n , m e g u s t a t u voz.
S o y la Noehe, t e h e oido varias veees y h e visto t u s
lagrimas c u a n d o c a n t a b a s .
— ; Oh ! l a s c a n t a r é todas, todas, p e r o m å s t a r d e ,
dijo l a m a d r e . E n e s t e m o m e n t o n o m e detengas
p a r a q u e p u e d a alcanzarla y hallar a mi hijo. »
L a Noche p e r m a n e c i o silenciosa. E n t ö n c e s la m a ­
d r e , t o r c i é n d o s e l a s manos, llorando å lagrima viva,
s e p u s o å c a n t a r . Habia m u c h a s c a n c i o n e s , pero
h u b o a u n m a s lagrimas q u e palabras.
Al c a b o l a Noche dijo : « Vé å l a d e r e c h a , p o r el
s o m b r i o b o s q u e d e pinabetes. P o r alii h a h u i d o la
m u e r t e c o n t u hijo. »
L a m a d r e corrio h ä c i a el b o s q u e ; å l a m i t a d , el
c a m i n o s e a b r i a e n d o s ; n o sabia q u e direccion t o m a r . Delante d e ella h a b i a u n a zarza erizada d e e s ­
pinas, sin hojas, n i flores; e r a e n invierno y g r a n d e s
t é m p a n o s colgaban d e s u s r a m a s .
« i No h a s visto å la Muerte q u e s e llevaba a m i
h i j o ? » l e p r e g u n t o la m a d r e .
« Si, respondio l a zarza. P e r o n o t e indicaré el
camino sino ä condicion d e q u e m e calientes a n t e s
IIISTORIA. DE UNA MADRE.
77
c n l u scno. Mc hieio sin r e m c d i o , m e vuelvo do
bielo. »
1 la m a d r e e s t r e c b o å la zarza c o n t r a s u corazon,
p a r a d e s h e l a r l a ; las espinas p e n e t r a r o n e n su c a r n e ,
s u s a n g r e corrio a goterones. P e r o la zarza e c h o
liojas frescas y Verdes y s e c u b r i ö d e Hores, e n aquella
fria n o c h e d e invierno, t a n c a l e n t u r i e n t o a r d o r h a y
e n el s e n o d e u n a m a d r e afligida.
Y la zarza l a dijo el c a n i m o q u e debia s e g u i r . Llego
å orillas d e u n g r a n lago d o n d e n o habia p u e n t e , ni
baica. No eslaba b a s t a n t e belado p a r a q u e fuese
posible pasar a pié sin h u n d i r s e , y e r a m u y p r o fundo p a r a atravesarlo a vado. Y sin e m b a r g o tenia
q u e pasar si queria hallar å su bijo. E n el delirio d e
su a m o r se arrojo al suelo, p a r a ver si podria b e b e r
loda el agua del l a g o . E r a imposible, p e r o pensaba
q u e p o r piedad Dios haria tal vez u n milagro.
78
ANDERSEN.
« No, cso n o sucedera, dijo el lago. S6 razonable,
y v e a m o s si p o d e m o s c n t e n d e r n o s a m i s t o s a m e n t e .
Me g u s La ver perlas e n el fondo d e m i s aguas, y t u s
ojos s o n d e u n t o r n a s o l m a s h e r m o s o q u e el d e las
perlas m a s preciadas. Si q u i e r e s q u e a fuerza d e llor a r s e d e s g a j e n d e t u rostro, l e llevaré hacia el g r a n
i n v e r n a d e r o q u e s e alza e n m i o t r a orilla : e s e i n v e r n a d e r o e s l a m o r a d a d e la Muerte, y alli cultiva s e s
ä r b o l e s y flores; c a d a u n o e s la vida d e u n s e r l i u m a n o .
— J Oh ! j q u é n o d a r i a p o r poseer a m i h i j o ! »
dijo la m a d r e . i Quién h a b r i a creido q u e podria llor a r a u n ? P e r o lloro m a s a m a r g a m e n t e q u e n u n c a ,
y s u s ojos s e escaparon d e s u s o r b i l a s y cayeron al
ion d o del l a g o ; s e volvieron d o s perlas c o m o n i n g u n a r e i n a h a b i a poseido o t r a s .
El lago l a levantö e n t o n c e s c o m o si h u b i e r a e s t a d o e n u n c o l u m p i o , y con u n solo movimiento d e
o n d u l a c i o n , l a llevo å la o t r a orilla d o n d e s e alzaba
u n edificio maravilloso, m å s largo q u e u n a l e g u a .
De léjos n o s e sabia si e r a u n a m o n t a n a c o n g r u t a s
y b o s q u e s 6 u n a construccion d e a r t e . P e r o l a p o b r e
m a d r e n o podia ver n a d a ; liabia d a d o s u s o j o s .
« i Como r e c o n o c e r é a h o r a a l a Muerte q u e m e h a
r o b a d o å m i h i j o ? » dijo e n voz alta, e n s u d e s e s peracion.
« No h a llegado todavia, » l e dijo u n a b u e n a vieja
q u e iba d e acå p a r a alia vigilando el i n v e r n a d e r o y
HISTORIA DE UNA MADRE.
79
ouidando las p l a n t a s . « i Gomo h a s d a d o c o n ei Ca­
m i n o para llcgar a q u i ? . . . i Quién l e h a a y u d a d o ?
— Dios m e h a socorrido, respondiö. E s misericordioso. T u t a m b i e n t e n d r ä s piedad d e m i . Dime e n
d o n d e p o d r e hallar a mi a d o r a d o hijo.
— No l e conozco, dijo la a n c i a n a , y t u e r e s ciega.
Hay a q u i m u c h a s florcs, p l a n t a s y drboles q u e ' s o
h a n secado cela n o c b e ; l a Muerte va a v e n i r d e n t r o
d e n n m o m e n l o p a r a sacarlas del i n v e r n a d e r o . P o r q u e sin d u d a sabes q u e todo s6r h u m a n o tiene a q u i
u n a r b o l , u n a flor q u e r e p r e s e n t a s u vida, s u c a r ä c t e r y q u e m n e r e c o n 61. AI verlos s e t o m a r i a n p o r
vejetalesordinarios, pero c u a n d o s e tocan s e sienten
l a s pulsaciones d e u n corazon. Guidte p o r eso, tal
vez reconozcas los lalidos del corazon d e t u hijo.
Y i q u 6 m e d a r a s si te e n s e n o lo q u e s e d e b e h a c c r
lnego
5*
80
ANDEUSEN.
— Nada m a s longo q u e d a r t e , dijo l a m a d r e c o n
tristeza. P c r o i r é ä b u s c a r t e h a s t a el fin del m u n d o
aquello q u e m ä s t e plazca. — F u e r a d e a q u i n o t e n g o
necesidad d e n a d a , respondio la a n c i a n a . D å m e t u s
largos cabellos n e g r o s ; sabes q u e son h e r m o s o s , m e
'agradan. Los c a m b i a r é c o n t r a mis cabellos c a n o s . —
I No pides m a s ? p r e g u n t o l a m a d r e . Torna, t e los
d o y guslosa. » Y s e c o r t o el magmfico cabello, u n
t i e m p o s u orgullo d e joven, y recibio e n c a m b i o
los cabellos blancos y c o r t o s d e la a n c i a n a .
E s t a l a t o m o d e u n a m a n o y e n t r a r o n e n el g r a n
i n v e r n a d e r o , d o n d e crecia u n a vegetacion m a r a v i llosa. Bajo c a m p a n a s d e cristal s e veian delieados jac i n t o s y al l a d o g r a n d e s peonias vulgares. Habia
t a m b i e n p l a n t a s acuäticas, u n a s llenas d e savia,
o t r a s m e d i o a j a d a s y c u y a s raices e s t a b a n rodeadas
d e viscosas c u l e b r a s . Mas alia s e elevaban magmficas
p a l m e r a s , robles, p l ä t a n o s ; e n o t r a region habia parq u e s d e perejil, d e tomillo y o t r a s hortalizas, e m b l e m a s d e l g é n e r o d e utilidad d e aquellos c u y a s
vid a s simbolizaban. Habia t a m b i e n grandes a r b u s t o s
e n m a c e t a s p e q u e n a s q u e p a r e e i a n iban a e s t a l l a r ;
p e r o h a b i a luego florecillas insignificantes e n g r a n ­
d e s vasos d e porcelana, r o d e a d a s d e musgo, y m u y
bien cuidadas. T o d o e s t o r e p r e s e n t a b a la vida d e los
h o m b r e s q u e e n e s l e m o m e n l o existian e n la tierra,
desde la China h a s t a Groenlandia.
inSTOrUA DE UNA MADRE.
81
La a n c i a n a q u e r i a explicar t o d o esto misterioso
arreglo, p c r o l a m a d r e n o la escuchö y pidio s e r llevada al lado d e las p l a n t a s p e q u e n i t a s ; l a s palpaba
p a r a s e n t i r las pulsaciones del c o r a z o n : d e s p u e s d e
h a b e r t o c a d o miles d e ellas, reconocio l a s p u l s a ­
ciones del corazon d e s u h i j o .
« J E s é l ! » exclamö extendienrio la m a n o h å c i a
u n pequeno azafran, q u e , inclinado h ä c i a u n l a d o .
parecia m e d i o m u s t i o .
« No lo toques, dijo la a n c i a n a . Q u é d a t e a q u i
y c u a n d o llegue la Muerte, q u e n o p u e d e t a r d a r ,
prohibela q u e a r r a n q u e esta p l a n t a ; a m e n ä z a l a c o n
a r r a n c a r todas las flores q u e h a y a l r e d e d o r . Tendra
m i e d o ; e s responsable d e todo y d a c u e n t a s å Dios.
Ninguna planta d e b e tocarse a n t e s q u e él lo p e r mita. »
E n e s t e m o m e n t o so sintio u n viento glacial y la
m a d r e adivino q u e e r a la Muerte q u e s e a c e r c a b a .
« i Como lias podido h a l l a r el c a m i n o h a s t a a q u i ?
p r e g u n t o e n efecto la Muerte. Y ; llegar a n t e s q u e
y o ! i Como lo h a s h c c h o ? — S o y u n a m a d r e , » r e s pondio ella.
Y l a Muerte alargo s u larga m a n o gafia håcia el
p e q u e n o azafran.
P e r o , l a m a d r e lo t e n i a r o d e a d o con s u s d o s m a n o s , bien a p r e t a d a s ; t e n i a m u c h o cuidado d e n o
a j a r n i n g u n o d e lus delicados pétalos. La Muerte
82
ANDERSEN
soplo e n l o n c c s sobre l a s m a n o s do l a m a d r o , q u o
l a s s i n l i ö c a e r sin fucrza. Aquel halito e r a m å s frio
q u e los vientos del m å s rigoroso invierno.
« Nada p u e d e s c o n t r a mi, » dijo la Muerte. — P e r o
Dios e s m a s fucrte q u e Iii, respondiö ella. — S f , p e r o
h a g o l o q u e 61 q u i e r e . S o y s u j a r d i n e r o . T o d a s estas
planlas, cuando no prospcran aqui, las trasplanto å
IIISTORIA DE UNA MADRE
83
otros j a r d i n e s , u n o d e l o s cuales e s el g r a n jardin
del paraiso. S o n regiones d e s c o n o c i d a s ; lo q u e alii
s u c e d e , n o t e lo p u c d o d e c i r .
— i P i e d a d , piedad ! exclamo la m a d r e . No m e
a r r e b a l e s å mi hijo a h o r a q u e l e lie hallado. » S u plicaba y g e m i a . La M u e r t e n o la e s c u c h a b a ; e n tonces, d e p r o n t o
asiö d o s
e n c a n t a d o r a s flores
y dijo d l a M u e r t e : « Mira, voy «'i arrancarlas, y
t o d a s las d c m a s , lo voy a devastar l o d o ; m e desesperas.
— i No tires, n o l a s l a s t i m e s ! exclamo la Muerte.
Dices q u e e r e s tan desgraciada y ; q u e r r i a s destrozar
el corazon d e o t r a m a d r e ! — j Otra m a d r e ! dijo
l a p o b r e m u j e r , y soltö las flores a l m o m e n t o . —
Torna, a q u i tienes t u s ojos, dijo la M u e r t e . Brillaban c o n u n fulgor t a n p u r o q u e los h e sacado del
lago. No sabia q u e fuescn t u y o s . T ö m a l o s y m i r a al
fondo del po/.o; veräs lo q u e h a b r i a s d e s t r u i d o si
liubieses a r r a n c a d o esas Ilores. E n el reflejo del a g u a
veräs pasar la s u e r t e d e s t i n a d a ä c a d a u n a d e esas
llores y t a m b i e n la reservada a t u hijo s i h u b i e s e
vivido. »
S e inclinö sobre el pozo y viö pasar i m ä g e n e s d e
felicidad y alegn'a, c u a d r o s rientes; luego espantosas
cscenas d e miseria, d e luto y desolacion.
« Una y o t r a cosa s o n l a voluntad d e Dios, » dijo
la Muerte.
8*
ANDERSEN.
((
<3,1G mifo,
dijo la madre con angustia, no
distingo lo q u e a mi hijo s e destinaba.
— No t e lo diré, r e s p o n d i ö la Muerte. P e r o , t c lo
repilo, e n t r e todo lo q u e s e t e h a aparecido, h a s
visto lo q u e e n el m u n d o e s p e r a ä t u hijo. »
La m a d r e se p o s t r ö d e hinojos y exclamo ;
« To lo suplico, di'melo, /.era esa s u o r t e horrible
l a q u e le e s t a b a d e s t i n a d a ? No, ^ e s v e r J a d ? jllabla !
<?No q u i e r e s r e s p o n d e r ? j O h ! e n l a d u d a , llcvatele ;
q u e n o c o r r a el pcligro d e sufrir tales desgracias. Le
a m o mas q u e m i m i s m a , ese a d o r a d o i n o c e n t e . S e a
la p e n a p a r a m i . Llévatele a l reino d e los cielos. 01vida m i s lågrimas, m i s oraciones, olvida c u a n t o h e
diclio V c u a n t o h e hecho.
HISTORIA DE UNA MADRE.
8ö
— No t e c o m p r e n d o , dijo l a Muerte. ^Ouieres, si o
no, volver å t e n e r a t u hijo, o d e b o conducirlo a l
lugar desconocido del q u e n o p u e d o h a b l a r t e ?
E n l o n c e s l a m a d r e , torciendo s u s m a n o s , s e a r r o dillo y , dirigiéndose al Todopoderoso :
« No m e escuchéis, exclamö, si r e c l a m o e n el
fondo d e l corazon c o n t r a v u e s t r a voluntad q u e
s i e m p r e h a c e l o q u e convicne. ; No m e escuchéis,
n o m e atendåis ! »
Y agobiada p o r el pesar dejo c a e r l a cabeza s o b r e
su pecho.
Y la Muerte a r r a n c o el p e q u e n o azafran y f u é å
t r a s p l a n t a r l o al desconocido j a r d i n .
i FUEGO! i FUEGO!
CUENTO
INGLÉS
DE
CnASLES.
Skelton, q u e t a n b u e n a s cosas decia y o t r a s m e j o ­
r e s liacfa, e r a inglés d e n a c i m i e n t o . El g r a n Skeltor
f u é e d u c a d o e n Oxford, y allf fué l a u r e a d o p o e t a .
Un d i a , s e habia alejado d e la ciudad p a r a divertirse y h a b i a ido a c o m e r ä Abbington. Cuando regresö, era tarde; se detuvo en el meson del Tabard.
Debeis d e s a b e r q u e Skelton h a b i a comido m u c h a
c a r n e s a l a d a . Bebio con u n placer e x t r e m o al llegar
ä la posada, luego so melio e n l a c a m a . P e r o n o
d u r m i o p o r q u e tenia l a g a r g a n t a s e c a . Å cosa d e
média n o c h e sintiö el fuego e n s u estömago y busco
el a g u a , p e r o n o la h a b i a . Llarno al mozo, pero el
mozo n o fué. Siguio l l a m a n d o y t o d o siguio e n s i lencio. Gritö l l a m a n d o a l m e s o n e r o , ä l a m e s o n e r a ,
a loda l a c a s a , t a n t o q u é forzosamente l e o y e r o n ;
p e r o , n o s e movio ni u n a m o s c a .
E. CIIASLES.
87
— ; Dios mio ! dijo Skellon, m e voy å m o r i r p o r n o
t e u e r i m poco d e a g u a .
Skelton n o q u c r i a morirse. Busco t a n t o q u e a c a b o
p o r e n c o n t r a r el m e d i o d e s e r s o c o r r i d o .
— I F u e g o , f u e g o ! gritö ; F u e g o !
AI m o m e n t o s e d e s p e r t o Loda la c a s a , c a d a cual
s e e c h o abajo d e la c a m a . A c u d i e r o n , u n o s r e s t r e gandose los ojos, o t r o s e n c a m i s a .
— jFuego, I'uego! seguia g r i l a n d o S k e l t o n .
El mesonero, la m e s o n e r a , el c a m a r e r o y el palaf r e n e r o q u e b u s c a b a n p o r todas p a r t e s y n o veian
n a d a , e n c e n d i e r o n luces y fueron a l a habitacion d e
Skelton q u e estaba acostado c o n l a m a y o r t r a n q u i l i dad.
— ^Donde? e x c l a m a r o n . ,;D6nde estd el fuego?
— Aqui, a q u i , dijo S k e l t o n .
No veian n a d a todavia.
— j A q u i ! volvio ä repetir metiendose el d e d o e n
l a boca. i Agua, a g u a !
Le llevaron a g u a q u e bebio c o n fruicion, diciendo
d e vez e n c u a n d o :
— ; F u e g o , fuego . . . !
t n d i g e
Pagina.
EL CO M P A N E H O
7
DE VIAJE
EL
LÄ CA N D E L A
II I S T O R I A
6 Ü
Y LA
/ 3
DE UNA MADRE
\ F U E G O ! JF U E G O !
417-84. — C o r b k i l .
^6
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Cr é t k .
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