El chico se quedó paralizado por el miedo

El chico se quedó paralizado por el miedo

El chico se quedó paralizado por el miedo. No sabía cómo reaccionar, y decidió echar a correr en dirección contraria a
los inquietantes sonidos.
Bajó las escaleras del sótano, con el fin de esconderse, y entró en el laboratorio. Se encontraba completamente sumido
en la oscuridad, ya que, al parecer, las luces se habían fundido. A pesar de que no surtía efecto, Ramón no dejaba de
insistir con aprensión, de pulsar una y otra vez el desgastado interruptor.
En ese momento, escuchó unos pasos que se acercaban con velocidad hacia su posición. Ramón no lo dudo y entró en
el aula. Se metió debajo de la mesa y se aovilló. Entonces, el desconocido entró a la habitación. Respiraba
agitadamente, y por sus acelerados movimientos parecía nervioso. El misterioso visitante, abrió las persianas y la luz
recorrió la estancia. Ramón, que solía ser muy valiente, a la vez que temerario, en esta ocasión fue invadido por el
miedo. Aún así, reunió toda su fuerza y coraje y asomó la cabeza por encima de la mesa.
Al ver a la persona misteriosa, su ritmo cardíaco descendió, cada vez se hizo más pausado hasta que alcanzó una
velocidad normal. Por fin respiró aliviado. Era Don Luis.
-¿Ramón? ¿Qué haces aquí?
-Es que hoy me han llamado del colegio; me dijeron que viniera a clase de refuerzo.
-¿Y qué hacías en el laboratorio?
-Pues… la verdad es que me estaba escondiendo, admitió con timidez el muchacho.
-Ramón, ¿no te da vergüenza, con lo mayor que eres, ponerte a jugar al escondite en vez de irte a clase?
-Pero, no estaba jugando, estaba…
-Nada de peros, vete a clase, anda.
-Está bien, ya voy…, contestó resignado.
Subió las escaleras y volvió al tenebroso pasillo que unos instantes atrás había conseguido asustarle. Su clase de
refuerzo se encontraba dos pasillos más allá, así que decidió pasar rápidamente por aquel mal trago. Las lámparas
parpadeaban, parecía que iban a apagarse en cualquier momento. Aceleró su paso y decidió olvidarse de lo sucedido.
No obstante, de camino a su clase, una sombra, procedente de la misma clase de la que salían los escalofriantes
sonidos invadió parte del pasillo. Ramón, hizo de tripas corazón y cargándose de valor, decidió entrar para desvelar, de
una vez por todas, el objeto de sus miedos. Antes de que posara su mano sobre el picaporte, la puerta se abrió. Al otro
lado apareció una chica morena, de ojos azules, que parecía tener su misma edad.
-¡Ramón!-exclamó la chica con alegría.- Menos mal que eres tú.
-¿Y tú quién eres?-fue lo único que el sorprendido chico fue capaz de pronunciar.
-Vamos, Ramón, soy Laura. Estoy en tercero C. ¿No te acuerdas de mí?
-Lo siento, pero no. ¿Tú eras la de los golpes?
-No, solo entré para ver qué eran. ¿Tú también los has escuchado?
-Sí. Sonaba como si alguien moviera sillas y mesas… Ha sido muy extraño, sobre todo porque dentro… no encontré a
nadie. No obstante, ahora mi sorpresa es encontrarte por aquí cuando llevo todo un año sin verte por el colegio. Eso sí
que me parece sorprendente. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?, preguntó el chico mirándola fijamente con sus
penetrantes ojos.
-También he venido a clase de refuerzo de… matemáticas, comentó de forma dubitativa.
-Pero… ¡si hoy no hay refuerzo de matemáticas! Lo que ocurre es que estarás haciendo una de las tuyas. ¡Recuerdo
que eras toda una maestra!.
- Eh… vaya… me has pillado, dijo Laura aliviada.
Los dos iniciaron su caminar hacia el aula. Por el escaso trayecto, fueron charlando animadamente. Durante la clase,
Ramón, como de costumbre, no atendió nada. Pero aquella vez, su mente se encontraba más dispersa de lo habitual.
No paró de darle vueltas al asunto. Algo no encajaba. Tampoco encontró respuesta a los ruidos, ni a la presencia de D.
Luis por la tarde en el colegio. Pero, de todo aquello, lo que le más lo intrigaba era la misteriosa chica. ¿Serían los
ruidos debidos a la avanzada edad del edificio?... Mejor pensar eso y descansar tranquilo esa noche, pensó Ramón.
Adaptación del documento de Almudena Horcas