DE LOS EUFEMISMOS AL DESCONCIERTO ÉTICO Y SOCIAL. Por

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DE LOS EUFEMISMOS AL DESCONCIERTO ÉTICO Y SOCIAL. Por
DE LOS EUFEMISMOS AL DESCONCIERTO ÉTICO Y SOCIAL.
Por el Padre Mario García Isaza
Vivimos, no cabe duda, tiempos de confusión y desconcierto. Ya no disfrutamos del sosiego y la firmeza
de quien sabe a qué atenerse, en materia de discernimiento entre lo verdadero y lo falso, entre lo
bueno y lo malo, entre lo que es lícito y lo que es prohibido. Y se me ocurre pensar que en esta situación
de incertidumbre, tiene mucho que ver la ambigüedad del lenguaje. Es que se nos ha olvidado llamar las
cosas por su nombre. Y la estrecha relación que existe entre el lenguaje y el pensamiento, hace que si
aquel no es claro y preciso, éste adolezca de oscuridades ; y lo uno y lo otro conduce a titubeos en el
comportamiento, a opciones y actitudes que se visten de la misma ambigüedad de las palabras.
Me explico. El relativismo ético y el subjetivismo que han invadido grandes corrientes de pensamiento,
hacen que muchas cosas cuya calificación moral o social era clara, y que casi todos reconocíamos como
aceptables o censurables, ya hoy no lo parezcan. Si no en teoría, sí en la práctica la sociedad ha caído en
la anomia. Aun sin decirlo, se pretende que no puede haber normas que tengan fuerza vinculante pata
todos y en todo momento. El aceptar la existencia de una ley natural que, precisamente por serlo, es
universal e inmutable, y está por encima de toda ley positiva, parece a muchos una negación de la
autonomía del hombre y un atentado contra la libertad; una libertad exaltada “hasta el extremo de
considerarla como un absoluto que sería la fuente de los valores” ( Benedicto XVI, Veritatis splendor, 32
) Y esa forma de pensar, lleva naturalmente a negar que hay acciones y cosas que son en sí mismas
buenas o malas, independientemente de que estén mandadas o prohibidas por una autoridad
cualquiera. Para muchos, legal equivale a lícito y bueno; lo cual no es cierto. Hay quienes piensan que
comportamientos que antes fueron malos, hoy han dejado de serlo; lo cual, en muchos casos, no puede
admitirse. En aras de defender y exaltar los derechos del individuo, se llega a desconocer los de la
comunidad. Y so pretexto de reivindicar los derechos, se cae en la negación de los deberes.
Dije antes que en todo esto juega papel importante la ambigüedad, muchas veces buscada
intencionalmente, del lenguaje. Y es que, para paliar el aspecto éticamente inaceptable de muchas
cosas, o para atenuar el rechazo que ellas provocarían si se les diera su verdadero nombre, se las
disfraza con otros términos, se buscan eufemismos arteros e hipócritas. Y se utilizan “comodines”
verbales que resultan útiles. Tales, para dar algunos ejemplos, “el libre desarrollo de la personalidad”
para justificar comportamientos que en sicología social se llaman desviantes, y que violan las normas
sociales, o para frenar el ejercicio de la autoridad en la familia, en el colegio, en la comunidad; “
bandolero” suena demasiado fuerte, digamos más bien guerrillero, o grupos al margen de la ley…o los
alzados en armas…; ya no hay aborto, hay “interrupción voluntaria del embarazo”; ya no se habla de
cuidar la vida del aún no nacido, sino de “ejercer los derechos reproductivos de la mujer y dejarla ser
dueña de su cuerpo”; ya no se le da muerte a un enfermo grave, o a un anciano, o a alguien aquejado
de enfermedad incurable, sino que se le ayuda a “morir con dignidad”; ya no hay anomalías o
desviaciones, sino “elección libre de lo que quiero ser en materia sexual” ; y así podríamos seguir
señalando otros cuantos equívocos verbales, que conducen insensiblemente a equivocaciones en la
acción. Artimañas del lenguaje para no llamar las cosas por su nombre, que van creando una atmósfera
de inseguridad, en la que no existen ya verdades absolutas y objetivas, y que, como por osmosis, nos va
permeando.
Y ese es el camino por el que se llega a expresiones absurdas, y de las expresiones a comportamientos
aberrantes, como la institucionalización del “día del orgullo gay” , y a que un alcalde utilice las
instalaciones oficiales para exaltarlo, en actitud que además de ser el colmo de la memez y el ridículo, es
una ofensa a una ciudad y a la inmensa mayoría de sus habitantes. El homosexualismo es, - en el sentido
etimológico de las palabras, simplemente, - una anormalidad, algo anómalo; como lo son muchas
deformaciones y dolencias síquicas o físicas. Y quien las padece debe ser objeto de respeto como
persona, de atención, de ayuda, de caritativo apoyo para que, en la medida de lo posible, pueda
superarlas o llevarlas con dignidad, pero esas anormalidades no pueden ser motivo de orgullo. Ni deben
erigirse como paradigmas. Que es lo que han hecho la celebración “oficial” arriba señalada, y unas
cuantas páginas recientes de El Tiempo, de Semana y de otros medios de comunicación.
Vivimos en la inseguridad y el desconcierto; y a él nos llevan frecuentemente las anfibologías y
ambigüedades del lenguaje. Tratemos de llamar las cosas por su nombre.
Mario García Isaza c.m.
C 41079

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