24 martinez.indd - Paliativos Sin Fronteras
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ESPERANZA Y DIGNIDAD EN EL PACIENTE ONCOLÓGICO Koldo Martínez Urionabarrenetxea Esperanza y dignidad en el paciente oncológico INTRODUCCIÓN su utilización utilitariamente partidista, que el concepto dignidad es de relevancia fundamental para el discurso moral: El modo en que pensamos sobre la dignidad humana influye en la forma en que pensamos sobre cómo queremos vivir y morir, es decir, en cómo nos analizamos a nosotros mismos, en cómo nos vemos en tanto que individuos y en cómo deseamos ser tratados así como en cómo vemos y tratamos a los demás. “Azkenik esku hutsik hiltzen gara, biluztasunak itzultzen gaitu gure lehen sorlekua izan zen loaren atsedenera, zertarako orduan ospea, garaipena, afanaren ondasun pilatuak…”. Xabier Lete. Egunsentiaren esku izoztuak, 2008 Los médicos hemos redescubierto recientemente la importancia de la esperanza en nuestro trabajo. Los pacientes, a su vez, han identificado la esperanza como una fuerza importante de promoción de vida que ayuda a adaptarse al cáncer, reduce el distress psicológico, aumenta su calidad de vida y puede ser reforzada a través de las relaciones con los sanitarios. Por todo ello, esperanza es una palabra que utilizamos mucho siempre pero de manera especial cuando hablamos del final de la vida. Y todos pensamos que su significado está muy claro. Para todos. Pero hay muchas ambigüedades en su significado. ESPERANZA “¿Acaso no estamos obligados a hablar como científicos, no de un nuevo cohete o un nuevo combustible o un nuevo gas, sino de esta antigua pero redescubierta verdad, la validez de la Esperanza en el desarrollo humano?”. Menninger K. The academic lecture: Hope, 1959 La esperanza suele definirse como el estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. También puede definirse como la probabilidad subjetiva de un buen resultado1. La probabilidad se usa en un sentido técnico, para significar el amplio rango que va desde lo posible a lo muy probable. La probabilidad subjetiva es un estado mental en el que la probabilidad de un suceso, tal y como lo juzga cualquier sujeto individual, es una declaración del grado de fe de una persona en que ese suceso ocurrirá2. La esperanza es, pues, una especie de estado de fe. La fe está en el nivel de probabilidad del resultado bueno. Y “bueno” se refiere al juicio subjetivo de beneficio para uno mismo, un ser querido u otras personas en un El concepto de dignidad es también una especie de enigma; a pesar de que figura de forma preeminente en una gran variedad de documentos internacionales que proclaman el derecho de todos los seres humanos a ser tratados con igual respeto moral y de ser invocada en la legislación que pretende analizar los derechos específicos de los moribundos, su contenido concreto es muy escurridizo. Además de que carecemos de una definición consensuada de la misma, la dignidad es utilizada para defender y justificar actos o prácticas diametralmente opuestos, por ejemplo, en las decisiones y debates sobre el final de la vida. Pienso, sin embargo, en contra de algún autor que opina que es un término inútil dada 373 Koldo Martínez Urionabarrenetxea contexto y en un tiempo concretos, y por eso podemos analizar la esperanza como una emoción3. Evidentemente, el juicio sobre lo que es bueno puede variar, y de hecho lo hace, con la experiencia. La esperanza es reconfortante y por ello se construye narrativamente y está orientada al futuro4. la confianza en el sentido de la vida. Hay quien afirma que la esperanza hace referencia a la posibilidad de una experiencia llena de sentido junto con otros en esos momentos en que uno más necesita confort y compañía5. Otros autores la describen no como el deseo de cierto resultado sino como un proceso por el que esperamos algo bueno en el futuro y hacemos planes para conseguirlo6. Desde este punto de vista, la esperanza es perpetua y algo que todos los seres humanos hacen de forma natural. Más aún, la esperanza no se limita a un solo objetivo: somos capaces de esperar múltiples cosas al mismo tiempo, y es que las esperanzas son muy personales y únicas para cada persona. La esperanza es un continuum, no es algo dicotómico. Cuando hablamos de no perder la esperanza hablamos de mantener (o de aumentar) un nivel de probabilidad subjetiva, más que de no hacerla ir hacia abajo. La esperanza es una emoción y, como todas las emociones, puede funcionar como un filtro informativo (determinando qué razones debe tener en cuenta el enfermo a la hora de la toma de decisiones), como un modo de interpretación (que determina si se analiza un suceso concreto como algo amenazante o únicamente irritante, por ejemplo), y como un esquema de gravedad (para determinar cuánta importancia se les da a las razones tenidas en consideración) Así, la esperanza implica el reconocimiento de la importancia de las cosas que están fuera de uno mismo y que uno no controla. Las emociones, entre ellas la esperanza, son expresiones de la dependencia humana que nos recuerdan continuamente que el ser humano es un ser social, relacional, interdependiente, expresiones que nos permiten evaluar los cambios y responder a ellos, ayudándonos así a crear relaciones y conexiones con los demás. Al mismo tiempo, las emociones son más que meros sentimientos: son una forma de ser conscientes del mundo, una de las formas en que interactuamos en el mundo, fruto de una mezcla de creencias, juicios y sentimientos, y por ello determinan la importancia de las cuestiones y nos orientan en la toma de decisiones a la hora de actuar. Lupton describe un “discurso de la esperanza” en el que, afirma, las personas con cáncer son alabadas si dan la sensación de mostrar valentía, no dejándose abandonar a la enfermedad; hay un énfasis, dice, en la “fuerza de la voluntad” que defiende que si uno tiene la suficiente esperanza, puede producir un cambio en la evolución de la enfermedad7. Por eso, la esperanza puede ser vista como apoyo o como fuente de trastornos en el cuidado del paciente con cáncer. Se convierte en un trastorno cuando se trata de una “falsa esperanza”, que Groopman caracteriza como aquella que interfiere negativamente con el compromiso esperanzado de una persona con sus valores y con su capacidad para realizarlos8. Cuando a la creencia popular de que la voluntad de una persona puede cambiar el curso de la enfermedad y provocar la La esperanza es una abstracción, quiere expresar desde un alto grado de certeza respecto de un resultado hasta 374 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico positivo10, lo que responde a su naturaleza compleja, multidimensional, dinámica e individualizada. curación se le añade la narrativa dominante de “ganar la guerra al cáncer”, no hay duda de que la esperanza es vista como un arma esencial para la curación. Desafortunadamente, una narrativa centrada en imágenes de guerra produce un resultado de vencedores y vencidos. Unos ganan y otros pierden. Hay cuatro aspectos con los que la esperanza está íntimamente relacionada11: 1. El deseo, porque se espera lo que se desea. Es decir, de algún modo, la esperanza sugiere la posibilidad de que lo deseado ocurrirá. La certeza no es un objeto de la esperanza. La esperanza implica cierto grado de incertidumbre. Así, alguien que “sabe” que se curará del cáncer no espera la curación sino que tiene certeza de la misma. Otras personas que rodean a esta persona con cáncer pueden tener distintos niveles de esperanza en la curación pero estar lejos de la certidumbre. Por lo tanto, los niveles de esperanza pueden variar ampliamente en una comunidad de personas implicadas en el cuidado de uno o más miembros de ese grupo. La esperanza se da en contextos sociales. En el contexto de la enfermedad, hay sujetos que sienten un nivel concreto de esperanza, y otros cuyos niveles de esperanza pueden variar. Las diferencias en los niveles de esperanza pueden provocar juicios interpersonales forzados y mala comunicación9. La esperanza es catalogada de “poco realista” cuando alguien entra en un estado de creencia que choca frontalmente con las probabilidades subjetivas de los demás. Cuando hay un conflicto entre creencias, puede no haber solución porque lo que está en juego son, precisamente, creencias. Y la creencia “verdadera” sólo se confirma por el resultado y de manera retrospectiva. La esperanza es pues, técnicamente, siempre irreal en el sentido lingüístico de algo que no es actual ni factual, está siempre abierta al futuro, implica la participación activa por parte del individuo y hace referencia a la posibilidad de un resultado 2. Los valores y los objetivos de quien espera. Esta conexión es la base para que los demás entiendan la esperanza e incluso para que uno entienda qué es importante para él mismo. Y no hay que olvidar que estos valores y objetivos cambian con el conocimiento de la enfermedad y con su respuesta a ella, y que estos cambios pueden ser temporales o permanentes; bruscos, rápidos, paulatinos… 3. La imaginación y la incertidumbre, porque hay una conexión indudable entre la consideración de las distintas posibilidades y la incertidumbre de las mismas con la esperanza, así como una necesidad de imaginar lo que aún no ha pasado pero que todavía es posible. Esto es algo distinto a la fantasía y los deseos grandiosos, porque la esperanza va unida a los hechos, a lo realmente presente, y tiene unos límites claros, marcados por lo que llamaré la imaginación realista, que se trata de una comprensión, interpretación e integración narrativas, que nos obliga a imaginar con los demás, a imaginar juntos. 375 Koldo Martínez Urionabarrenetxea 4. La acción, porque en relación con ella se toman decisiones de conducta dirigidas a mantener la esperanza o a realizarla, porque la persona esperanzada no se rinde y actúa a distintos niveles (físicos, espirituales, reflexivos, emocionales…) Aunque quizás sea conveniente recordar aquí que no hacer también es hacer, no actuar también es actuar. La esperanza va íntimamente unida también a la vulnerabilidad: No toda esperanza se realiza, por lo que siempre existe la posibilidad de la desilusión. Esto nos conduce a tres formas de vulnerabilidad, no sé si añadidas, quizás –seguramente– sean intrínsecas, debidas: 1. a la incertidumbre de lo esperado que no sabemos si ocurrirá; 2. a la necesidad de compartir la esperanza que es personal pero también social y compartida; y 3. a la sensibilidad puesta en relación con la esperanza, y cuya irrealización puede ser sentida en mayor o menor grado dependiendo de la misma. La esperanza conlleva un sentido de lo posible, de lo realizable. Esto es, lo que uno espera puede ser difícil pero debe ser plausible. Por eso, frente a la desesperación la esperanza supone la elaboración de una aventura abierta hacia delante, la conciencia y el sentimiento de que hay una salida a la dificultad, una solución, limitada a lo realista. Porque una esperanza sin límites no es más que una invitación a la desesperanza y a la desesperación12. DIGNIDAD1 “Frases como “muerte con dignidad” han sido utilizadas de formas tan conflictivas que sus significados, si alguna vez fueron claros, se han vuelto desesperadamente nebulosos”. La esperanza se distingue del optimismo porque el optimista espera que las cosas mejorarán desde fuera, mientras que el esperanzado está implicado desde dentro, confiado en el proceso. La esperanza depende de la relación de uno consigo mismo y con los demás; la tendencia a construir la esperanza sólo como un recurso interior de cada uno es inadecuado y autodestructivo. Por eso el apoyo de los sanitarios, de la familia, de los amigos es absolutamente necesario. Pero también hay que distinguir la esperanza del objeto esperado: La esperanza no va unida a objetos concretos. La esperanza es siempre esperanza condicionada, una ilusión que se convierte en expectativa… No hacer esta distinción convierte los objetos de esperanza en objetos de desesperanza y aumenta la vulnerabilidad y la frustración. President’s Commission for the Study of Ethical Problems in Medicine and Biomedical and Behavioral Research, Deciding to Forego Life-Sustaining Treatment, 1983 Todo el mundo acepta que la dignidad es una característica fundamental del ser humano. Pero nuestros conceptos de dignidad dan origen a 1 Para el tema de la dignidad, remito al lector al capítulo titulado “La dignidad del paciente terminal” escrito por mí, publicado en: Ser Humano, Persona y Dignidad, (ed.) J. Masiá. Ed. Desclée de Brower, Madrid 2005, pp. 167-197. Elimino además toda ulterior referencia bibliográfica ya que se puede encontrar en dicho texto. 376 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico esperanza y auto-estima al de dignidad. Mientras que la mayoría de estos temas se refieren a estados internos de la mente, la dignidad está dotada también de un componente externo basado en la percepción del valor del honor de uno mismo y del de la estima de los demás. El mantenimiento de la dignidad hacia los enfermos se alcanza demostrando cuidado, aceptación, respeto, y compasión hacia cada paciente concreto y hacia cada familia concreta. Así, la muerte con dignidad no sería un constructo separado o aislado sino un proceso interactivo entre el moribundo y sus cuidadores. Por ello, para identificar y poner en marcha opciones respetuosas para con la dignidad es de ayuda posicionar al moribundo a lo largo de tres dimensiones, dimensiones que están totalmente interrelacionadas: lo personal, lo familiar y lo cultural. Pero es precisamente también ahí donde debe situarse el profesional porque debido a nuestra aculturación se da un riesgo sustancial de asumir la localización personal, familial y cultural como algo que sólo es aplicable al paciente y no a uno mismo. Más allá de esto puede darse –y de hecho se da– una singular falta de conciencia por nuestra parte, en cuanto sanitarios, de los efectos de estar totalmente inmersos en una cultura profesional que objetifica a las personas como unidades biológicas o como fuentes de datos médicamente interesantes. dos ideas fundamentales: la dignidad como valor intrínseco o básico y la dignidad como valor personal, juzgado según constructos sociales extrínsecos. La noción de dignidad intrínseca es asumida como un valor último que no cambia según el juicio moral, las circunstancias o el contexto. Como tal, no es una cualidad condicional o relacional; es independiente de cualquier característica personal. La dignidad que depende de percepciones de algunos atributos personales cae dentro del campo de los constructos socioculturales y de nuestras ideas sobre el honor, el estatus y la aceptabilidad. Hay dos posiciones extremas posibles en el tema de la dignidad. Una de ellas promulga y tolera una única narrativa dominante en relación con la naturaleza de la dignidad universal. En este contexto la dignidad básica es inflexible, dificultando así la libre expresión de la dignidad personal. Las narraciones alternativas no están permitidas y quienes las mantienen pueden ser perseguidos o se les puede negar derechos fundamentales. La postura extrema en el otro lado defiende la inexistencia de un aparato histórico, cultural o conceptual que sustente algo que no sea más que la expresión y afirmación de posturas altamente individualistas de la dignidad personal. Frente a estos posicionamientos extremos yo defiendo que ambas, la dignidad básica y la personal, son necesarias para nuestra comprensión comunitaria de lo que somos en tanto que seres morales y para la forma en que expresamos esa comprensión en nuestras vidas individuales y comunitarias. Establecer la dignidad es un proyecto permanente para las personas en el mundo contemporáneo. Por eso deberíamos mirar limpiamente a la dignidad para que no se nos aparezca como un ideal peligroso, vacío, inestable, inútil o autodestructivo. Las exigencias que la dignidad nos impone son innegablemente profundas y pode- Es habitual en la sociedad igualar conceptos como orgullo, respeto por uno mismo, calidad de vida, bienestar, 377 Koldo Martínez Urionabarrenetxea rosas motivacionalmente. Todos y cada uno de nosotros somos susceptibles de indignarnos en relación con ciertos actos, haciendo de la preocupación por la (in)dignidad de los mismos un elemento universal. La dificultad viene de intentar deletrear las exigencias de la dignidad en positivo porque las personas respondemos de formas distintas a los distintos actos. La indignidad se descubre fácilmente, casi de manera automática; el respeto de la dignidad es siempre más complicado, porque de alguna forma supone y requiere la aquiescencia de la persona de la cual estamos sopesando la dignidad. Pero afirmo al mismo tiempo que no hay una única forma preferida de vivir y de morir. Cualquier principio de dignidad humana que reconozca y acepte este hecho debería reconocer la inevitabilidad de la existencia de puntos de vista alternativos, y respetarlos. Allí donde una pluralidad de narrativas entra en conflicto, el Estado es responsable de acomodar las visiones divergentes, no sólo por razones de prudencia política, sino en base a su razonabilidad. De ahí que más que limitar la elección, el Estado puede y debe facilitar la realización de opciones basadas en valores razonables, apropiados y que no provoquen daños equivocados e innecesarios a los demás. En ausencia de un daño obvio a las personas o a su dignidad, el Estado no debería intervenir más allá de lo necesario, evitándose así legislaciones que injustificadamente frustran o intimidan a sus ciudadanos en uno de los puntos más personales y privados de la vida, en la hora de su muerte. Dada la diversidad de utilizaciones y de significados de la dignidad sin un análisis más profundo nos puede llevar a caer en dos trampas: (1) La de creer que los valores del paciente son imágenes espejo de los del profesional de la salud; y (2) La de analizar los valores del paciente como algo completamente extraño o impenetrable. Hay quien afirma que los médicos solemos tener escaso conocimiento de los valores de los pacientes, que no entendemos sus deseos e incluso que proyectamos nuestras preferencias personales hacia ellos. LOS PACIENTES ONCOLÓGICOS Y SUS EVOLUCIONES Concedo suma importancia a lo que Chochinov llama “terapia de la dignidad” y a los modelos de mantenimiento de la dignidad propuestos por los Emmanuel y por DeVecchio. Pienso sinceramente que dichos autores marcan pautas y vías de actuación que pueden ayudarnos a mantener, y quizás incluso a aumentar, el sentido de dignidad en nuestros pacientes. Pautas y vías de actuación que debemos investigar seriamente además de aplicar concienzudamente en nuestra práctica clínica. Los enfermos oncológicos nos pueden servir como objeto de estudio del funcionamiento en profundidad de la esperanza y la dignidad. De entrada, debiéramos siempre tener presente que la unidad de cuidado en el cáncer avanzado está formada por el paciente y sus seres queridos13,14 y que cualquier conversación sobre la esperanza o sobre la dignidad en este tipo de enfermedad debe incluir necesariamente a estos últimos15-17. Se suele afirmar que la buena comunicación personal sani- 378 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico cación de un Port-a-Cath, no poder conducir, necesitar a otra persona para el aseo personal, etc. Todas las transiciones implican la experiencia de cambio de un estado a otro, y los pacientes deben ajustarse a ellos para negociarlos con éxito. La incertidumbre les deja de nuevo debilitados y vulnerables. Además, muchas veces en el caso del cáncer, la nueva situación a la que se tienen que adaptar es generalmente peor que la previa y, por tanto, no deseable. Todo ello suele ir asociado a una rabia, tristeza y ansiedad intensas. Ajustarse a ellas supone manejar estas emociones y ser capaz de reconceptualizar y reconstruir la propia vida de otra manera. Estas transiciones se pueden agrupar en cinco fases fundamentales: la crisis existencial en el momento del diagnóstico; un centrarse en la terapia durante el periodo del primer tratamiento; una relativa paz de espíritu durante el tiempo en que la enfermedad “no se ve” en las radiografías; otra crisis existencial con el diagnóstico de la recurrencia; y la crisis final al recibir la noticia de que ya no hay más tratamientos válidos. Cuando se informa a los pacientes de que tienen cáncer, sufren una inmensa desesperación que provoca una crisis existencial. El optimismo se suele ir desarrollando a lo largo de la primera fase de tratamiento y más aún cuando el cáncer deja de ser visible y el paciente se siente curado, pero tiende a desaparecer cuando el tumor recurre, pudiendo volver a desarrollarse de nuevo, aunque en menor grado, durante los siguientes cursos de tratamiento. Poco a poco, los pacientes descubren la realidad de su mal pronóstico, en parte por el deterioro físico y en parte a través del contacto con otros pacientes que están en una fase más avanzada de la enfermedad22. tario-paciente satisface seis funciones: el intercambio de información, la toma de decisiones, la promoción de una relación terapéutica, la capacitación del auto-manejo por parte del paciente, el manejo de la incertidumbre y la respuesta a las emociones que surgen con el conocimiento del diagnóstico y demás información18. Por eso, la comunicación y la información han ido ganando importancia en el tratamiento de los pacientes con cáncer. El diagnóstico de cáncer suele generar incertidumbre, miedo y pérdidas que pueden ser aliviados por la información y la comunicación. Cuando se les pregunta, la gran mayoría de los pacientes oncológicos dice querer ser informada sobre su enfermedad, su diagnóstico, las opciones de tratamiento y los efectos colaterales del mismo19. Esta información es importante para los enfermos porque les capacita para entender mejor su enfermedad y lo que les está pasando, les ayuda a participar en las tomas de decisiones y les asegura de la capacidad técnica de quienes les atienden. Los pacientes, además, quieren sentir que el personal sanitario entiende y se preocupa de ellos como personas. Este sentimiento engendra confianza en que el tratamiento se adecuará a su situación y necesidades específicas, lo que también es importante para los enfermos que dejan las decisiones en manos de sus médicos20,21. El cáncer presenta habitualmente una trayectoria plagada de transiciones, de procesos de cambio de una situación a otra: la comunicación del diagnóstico inicial, un cáncer que progresa, o la noticia de que ya no hay más tratamiento, etc., pero también otras que pueden parecer menos importantes como la caída del cabello, la colo- 379 Koldo Martínez Urionabarrenetxea Aunque en las primeras consultas los pacientes quieren principalmente información cognitiva, datos concretos, sobre el cáncer, los aspectos personales de la relación con los sanitarios se hacen más importantes que las habilidades técnicas a medida que avanza la enfermedad. Los pacientes buscan apoyo y diálogo sobre sus miedos y preocupaciones23. Especialmente para los pacientes cuya enfermedad progresa, a medida que el futuro se hace más incierto, el principio de no abandono, el compromiso abierto de enfrentarse al futuro juntos, se vuelve más importante. Los enfermos quieren saber que el sanitario estará allá con ellos, aun cuando los tratamientos de prolongación de la vida no sean posibles. la cuestión del largo plazo, esto es, el pronóstico y la probable forma de evolución de la enfermedad. Sólo se habla de ello si el curso de la enfermedad cambia bruscamente o si el paciente pregunta, lo que ocurre raras veces. Que los pacientes no pregunten los médicos lo solemos interpretar como que “no quieren saber”. Cabe por ello decir que los pacientes tienen más influencia en lo que se dice y lo que no se dice en la consulta que lo que se cree habitualmente. Por otro lado, los médicos, cuando hablamos, utilizamos inintencionadamente palabras ambiguas. Por ejemplo, “tratamiento” tiene un significado mucho más positivo para el paciente que para el médico. Si el médico dice que “el tumor puede ser tratado” (lo que en algunos casos quiere decir que hay tratamientos que prolongan la vida) el paciente escucha que “se puede hacer algo al respecto” (es decir, que se puede curar.) Hay también cierta ambigüedad intencionada dirigida a que el paciente haga una interpretación optimista de los resultados del tratamiento así como algunas formas de ambigüedad no verbal que nacen del mero hecho de que “se está haciendo lo que hay que hacer”. El resultado de todo ello es que los pacientes no pueden comprender que los esfuerzos y el gasto hechos en el tratamiento intensivo no acaben provocando la curación. A pesar de ello, lo cierto es que los médicos rara vez decimos que no hay curación para algunos cánceres cuando los diagnosticamos. No damos detalles de su probable progresión y del pronóstico. A los pacientes les decimos que es muy difícil hacerlo porque cada paciente es único. Y reafirmamos la individualidad de cada persona diciendo que quizás les podremos dar más información sobre el pronóstico después de ver los resultados de los primeros tratamientos. La mayor parte del tiempo y de la energía utilizados en la consulta en la que se informa del diagnóstico se emplea en hablar de tratamientos. Las conversaciones posteriores entre médico y paciente suelen limitarse casi estrictamente a la planificación de las sesiones de quimioterapia, sus efectos colaterales y los resultados de las pruebas. El médico y el paciente se alían para centrarse en el calendario de tratamiento, evitando así analizar Muchas veces, en las primeras fases de la enfermedad, los pacientes y sus familiares –aunque seguramente no sólo ellos– participan junto con los médicos, incluso sin ser conscientes de ello, en lo que llamaré el “complot de la curación”: ayer el paciente estaba bien, hoy está enfermo, pero mañana 380 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico estará mejor de nuevo, gracias a los esfuerzos del médico, del paciente y de todos sus cuidadores. A pesar de que ocasionalmente todas las partes –individualmente– tienen dudas sobre la validez de este complot, no las confiesan públicamente para que nadie les vea como saboteadores de la esperanza, de la confianza que todos los demás tienen –o parece que tienen– en la curación del enfermo. lo que pueden para negar la realidad con el fin de ahorrarse angustia mutuamente. En las fases finales, la adherencia a este complot provoca a menudo una situación en la que el paciente es consciente de su mal pronóstico pero no lo acepta de manera explícita. El resultado es que en esas fases, los médicos y también los pacientes saben que la curación es imposible y la muerte, inminente, pero aún así se siguen contando mutuamente “cuentos”, historietas, de curación. Estos y otros factores provocan que muchos pacientes muestren un falso optimismo sobre su recuperación, en el sentido de que las interpretaciones sobre su pronóstico son considerablemente más optimistas que las de sus médicos. No es raro que los pacientes digan a sus seres queridos que el médico les ha informado de que están curados, cuando de hecho no es así y el pronóstico es muy malo. Esta cuestión es importante porque las ideas de los pacientes sobre su pronóstico influyen en las decisiones que toman en relación con su tratamiento y su cuidado al final de la vida. Por eso, el falso optimismo ayuda en un primer momento a los pacientes y sus familiares a soportar las fases de tratamiento, pero es extremadamente doloroso cuando más tarde se hace claro que estaba basado en falsas esperanzas e ilusiones, porque hace más difícil aceptar la realidad de la muerte y dificulta el decir adiós a tiempo y el arreglar cuestiones pendientes (herencias, reconciliaciones, perdones, etc.) Esto suele causar una grandísima pena tanto en los pacientes como en sus seres queridos. Algunos médicos parecen aceptar que la enfermedad priva a los pacientes de su autonomía y evitan decirles la verdad sobre el pronóstico, porque según ellos la verdad produce una ansiedad enorme y puede comprometer las posibilidades de recuperación del paciente precisamente porque les hace perder la esperanza. Y por eso inculcan esperanzas a sus pacientes aún cuando éstas sean falsas, ilusorias e irreales, porque están convencidos de que ésta es una forma efectiva de beneficiarles y de maximizar sus posibilidades de recuperación25. El falso optimismo de los pacientes de cara a su curación no es sólo resultado de la ocultación de información a los pacientes que desean saber24. También los pacientes parecen aceptar agradecidos cada oportunidad que les ofrece el médico para “olvidar” el futuro y centrarse en el presente, un presente caracterizado por un gran activismo médico (consultas, análisis, tratamientos, pruebas, nuevas consultas, nuevos análisis…) Cuando los pacientes experimentan una recaída o cuando éstos o sus familiares observan que la condición de su ser querido experimenta un deterioro, surgen las dudas. Pero incluso entonces, los pacientes y sus familiares hacen todo Frente a ellos, parece que la gran mayoría de pacientes quiere que su médico sea honesto y realista, y que la 381 Koldo Martínez Urionabarrenetxea verdad se equilibre con esperanza262728. Centrarse sólo en la esperanza puede dejar a los pacientes desconocedores de su expectativa limitada de vida. Suele ser habitual que estos pacientes elijan terapias prolongadoras de vida en situaciones en las que son rara vez efectivas. Cuando los médicos se centran sólo, o sobre todo, en la esperanza, los pacientes pueden centrar su tiempo y energía de manera poco realista en tratamientos que probablemente no darán resultado. Estos médicos también pueden sentir que no han sido honestos con sus pacientes, lo que puede hacer más difícil para ellos enfrentarse a los límites de la medicina, por lo que con cierta frecuencia se apartan cuando el paciente está moribundo; los enfermos sienten entonces abandono y pueden responder solicitando aún más atención médica, por ineficaz e ineficiente que ésta sea. provocadas por la enfermedad, y en sus propias necesidades y sacrificios pasados hechos durante la enfermedad. A menudo quieren dejar de lado las palabras dichas en apoyo amoroso durante la enfermedad para continuar con las relaciones familiares habituales. Pueden incluso sentirse molestos por temor a que las personas enfermas recuerden lo dicho y se aferren a ello. Si el superviviente busca encontrar la esperanza de aumentar el sentido de la vida, esto puede ser entendido como un rechazo a los demás por parte de los seres queridos o como una muestra de egoísmo. En este proceso, el enfermo curado puede hacerse consciente de las discrepancias y tensiones existentes entre sus modelos de la persona que quiere ser, la persona que siente que debería ser y la persona que de hecho es. Estas discrepancias pueden causar una pérdida drástica del sentido de bienestar y cierta autocensura. La culpa del superviviente del cáncer refleja a menudo un sentido de deseos y expectativas no realizados. Reparar el bienestar dañado implica nuevas formas de realizarse y de expresarse social y personalmente. Esto conlleva la consecución de cierto grado de autonomía, un sentido de capacidad social y personal, y la conciencia de la capacidad de entrar en y de disfrutar de relaciones personales satisfactorias. El sentido de bienestar se crea y mantiene según paradigmas hedonistas o eudaimonistas. Los primeros enfatizan el placer –viajes, compañías, entretenimientos. Los segundos subrayan la auto-mejora –educación, nuevas habilidades, desarrollo estético y espiritual, servicio a los demás. Los dos suelen ir muy unidos: Muchas personas obtienen placer del auto-desarro- Mucho –aunque seguramente es necesario mucho más– se ha escrito sobre los pacientes que sucumben a la enfermedad. Pero ¿qué pasa con aquellos enfermos que sobreviven? Durante la enfermedad, el enfermo y sus seres queridos están unidos por la esperanza que tienen de evitar la muerte y desarrollan una relación extraordinaria, pudiendo decirse palabras que en situaciones normales no se dirían. Quienes rodean al enfermo ofrecen amor y admiración porque quieren ofrecer apoyo pero también porque temen la muerte del enfermo. Cuando la esperanza de vida se realiza y parece que se ha alcanzado la curación, los familiares esperan comprensiblemente una vuelta a la normalidad. Pueden entonces volcar sus esperanzas en la restauración de viejas relaciones, la resolución de tensiones 382 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico llo, y por otro lado, algunas actividades placenteras ensanchan el alma. Sin embargo los patrones eudaimónicos son más exigentes, más difíciles de manejar para los demás. Alguien cuya esperanza de cara al futuro se basa en el servicio y el auto-desarrollo actúa como un recordatorio de sus potenciales insuficiencias para los demás y de sus deberes hacia el mismo y hacia los demás. buena muerte, una muerte “digna”, lo que habitualmente incluye esperanza en la formulación de sentido para esa vida que se acaba. Si parece haberse alcanzado la curación, la esperanza de vida se ha realizado, y la esperanza entonces se vuelve hacia la expansión del sentido de la vida, al encuentro de la auto-realización. Este cambio de objeto de la esperanza (de la vida al sentido de la misma) es difícil de entender y aceptar para las personas que rodean y han cuidado al enfermo. En algunos pacientes, el sentimiento de liberación e incluso la euforia por haber sobrevivido son características de esta fase. Al parecer, un 30% está afectado de forma significativa por el estrés en ese momento, y sólo una pequeña minoría es explícita sobre su conciencia de los retos para el sentido provocados por la realidad de sus propias muertes. El resto se implica en proyectos de restitución (vuelta al orden valioso que existía antes de la enfermedad) o de desarrollo heroico (expansión de la vida vivida antes de la enfermedad hacia proyectos nuevos, deseables y admirables) Parte de la aflicción puede depender del reconocimiento de que en la experiencia de la enfermedad y de la muerte cercana, la esperanza es frágil y su final inseguro. Esperamos sobrevivir ahora, pero para enfrentarnos a la muerte después en otra ocasión. La esperanza está dirigida al futuro, pero cuando el futuro ha llegado y la esperanza se realiza, otro futuro contiene el final de la esperanza29. REFLEXIONES FINALES La esperanza auténtica es consciente de sus amplios horizontes, que van intrínsecamente unidos a lo que da a la vida su significado último. Por todo ello, los profesionales sanitarios (y los seres queridos de los enfermos) no debemos recurrir a cualquier grado de engaño como medio de ayudar al paciente a “mantener la esperanza” y así asegurar (falsamente) las máximas posibilidades de recuperación porque, al hacerlo, proyectamos un fin que los pacientes pueden quizás no desear y además les privamos de su autodeterminación personal30. Los sanitarios y seres queridos debemos apoyar la esperanza –no inculcarla ni forzarla– y hacerlo además desde otra postura vital. Más que luchar ciegamente para “ganar la guerra al cáncer”, debemos abrir los ojos y subrayar y ayudar a entender el valor de mantener a lo largo de la vida (y de la enfermedad) una calidad de vida tolerable, tanto para el paciente como para sus seres queridos. Para ello, los profesionales de la salud debemos comprender que eliminar el sufrimiento de nuestros pacientes incluye, sí, el Así pues, la “esperanza” cambia su objeto durante el curso de la enfermedad. En fases avanzadas de cáncer, por ejemplo, se espera que la vida continúe. Si la enfermedad avanza hacia la muerte, se espera tener una 383 Koldo Martínez Urionabarrenetxea deber de abrigar la esperanza. Pero la esperanza de lo esperablemente esperable. Esto nos obliga a establecer una relación con el paciente y sus seres queridos basada en la verdad, la empatía y la confianza31. Ser honestos con los pacientes y respetar su autonomía se convierte así en un componente necesario de nuestro actuar beneficente. Más aún, ayudando a nuestros pacientes a entender qué podemos esperar de manera realista, les estamos reconociendo el respeto debido y la responsabilidad para que ellos mismos formulen sus propias auténticas esperanzas y para que tomen las decisiones que ellos consideren oportunas y válidas. rían, en un extremo, la de mantener con vida a alguien que claramente no desea vivir y, en el otro, la de acabar con la vida de alguien que desea seguir viviendo. Entre ambas se abre un sinfín de posibilidades de indignidades más o menos necesarias que son las que deberíamos analizar éticamente en profundidad con cada paciente de cara a minimizar su impacto en la calidad de vida (y de muerte) de cada persona. BIBLIOGRAFÍA 1 TULSKY JA. Hope and hubris. J Palliat Med 2002; 5:339-341. El deseo de ser tratados con dignidad es una preferencia universal en la mayoría de culturas, si no en todas. Este tratamiento requiere actos positivos de respeto en la conducta de los sanitarios hacia el enfermo y sus seres queridos. Pero también tiene implicaciones negativas, sobre todo en la evitación de la provocación de daños. No parece que los profesionales de la salud podamos, sólo nosotros, asegurar que alguien muere con dignidad, en gran parte porque la dignidad es algo que las personas llevan a la muerte, no es algo que los profesionales podamos conferir. Pero, sin embargo, sí podemos hacer que alguien muera sin indignidad. Esto implica asegurar que en la medida de lo posible respetamos la autonomía de las personas y el uso de la razón (y de las emociones con ella imbricadas), y que eliminamos las barreras a la dignidad que pueden ser eliminadas, por ejemplo, el dolor (controlable). Esto es, que tenemos el deber de no imponer indignidades innecesarias y de minimizar las necesarias. Por cierto, en mi opinión, entre las indignidades innecesarias esta- 2 HEAP SH, HOLLIS M, LYONS B, SUGDEN R, WEALE A. The theory of choice: A critical guide. Oxford: Blackwell, 1994. 3 NUSSBAUM M. Upheavals of thought: the intelligence of emotions. Cambridge: Cambridge University Press, 2001. 4 MATTINGLY C. Healing dramas and clinical plots: The narrative structure of experience. Cambridge: Cambridge University Press, 1998. 5 AGICH GJ. Autonomy and longterm care. Oxford: Oxford University Press, 1993. 6 VON ROENN JH, VON GUNTEN CE Setting goals to maintain hope. J Clin Oncol 2003; 21:570-574. 7 LUPTON D. Medicine as culture: Illness, disease and the body in western societies. London: SAGE Publications, 2003. 8 GROOPMAN J. The anatomy of hope: How people prevail in the face of illness. New York, NY: Random House, 2003. 384 Esperanza y dignidad en el paciente oncológico 18 EPSTEIN RM, STREET RL. PatientCentered Communication in Cancer Care: Promoting Healing and Reducing Suffering. 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