La comunicación como valor de unión familiar

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La comunicación como valor de unión familiar
La comunicación como valor de unión familiar
Venimos de una época de especial unidad familiar, de reencuentro, de momentos
compartidos y de vida en comunidad. Venimos de las fiestas de Navidad, de Año Nuevo y
Reyes y del período vacacional: evidentemente estuvimos más tranquilos, con más tiempo
disponible, y con oportunidad de conversar en familia, mirándonos entre nosotros y
tratando temas pospuestos. En definitiva, atendiéndonos el uno al otro, padres a hijos,
hermanos a hermanos, hijos a padres, de una manera más alerta y cordial.
Pero ahora, de nuevo el tráfago de la vida cotidiana, el retorno al trabajo, la escuela y
todas las obligaciones nos dispersan y aíslan. Nuestros horarios se hacen largos y
desordenados, nuestras presiones nos ponen nerviosos, nuestros compromisos nos hacen
desatender lo cotidiano, sencillo y grato de la convivencia.
Y justamente por allí entra el peligro de la incomunicación que, librada a sí misma,
puede crecer y convertirse en aislamiento y en soledad profunda, en estados del alma que
luego debe atender el sacerdote o el psicólogo. Los niños y los jóvenes no pueden ser
víctima de ello; no podemos -como padres y adultos- permitirnos la fatal distracción de
abrir abismos entre nuestros hijos y nosotros.
No hay excusa para la incomunicación familiar, es decir, no debe haberla. No hay
cantidad de tareas, estados de cansancio, presiones externas. La incomunicación familiar, ni
más ni menos que no decir y no escuchar lo mínimo y lo básico para que el otro sepa que
me interesa, que “está presente en mí”, no debe ser tolerada. No hay excusa para no
cumplir con gestos básicos, pero representativos, del amor recíproco.
Entonces, si la incomunicación está instalada y es profunda, los padres deben saber
que hay razones profundas y que deben ser atendidas. Debe haber consciencia de dónde se
producen las crisis personales que afectan nuestras relaciones más importantes y comenzar
a solucionarlas.
Y si la incomunicación, por el contrario, es producto del estrés social, de la locura a la
que nos dejamos arrastrar en la lucha por la supervivencia, entonces debemos saber que no
es grave y puede reconstruirse.
Sencillos consejos para promover la comunicación:
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Interesarse todos los días por el hijo; preguntarle “cualquier cosa” que haga a sus
tareas, actividades, amistades. Es decir, entrar en su mundo.
Compartir nuestras impresiones sobre las cosas, comentarios sobre un tema,
pedirle ayuda en algo, involucrarlo en alguna decisión familiar. Es decir, dejarlo
entrar en nuestro mundo.
Generar un espacio íntimo y propio, donde nos encontremos en singular con
nuestro hijo: un tipo de juego, una lectura, compartir un programa de televisión,
un deporte. Es decir, personalizar tiempos y espacios de la vida.
Recordemos que la toma de consciencia es principio y camino de solución. La vida diaria,
simple, el compartir cotidiano y aún rutinario es la vida posible que tenemos para existir en
familia y debemos mejorarla.

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