XXXVII COLOQUIOS DE LA PUNTA DE LA MONA 22 agosto

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XXXVII COLOQUIOS DE LA PUNTA DE LA MONA 22 agosto
XXXVII COLOQUIOS DE LA PUNTA DE LA MONA
22 de agosto de 2014
Fernando Artigas Sabatés, sacerdote, psicólogo y Misionero del Espíritu Santo.
1. ¿Qué somos? ¿Una ensalada o una galleta?
Una ensalada es un agregado de ingredientes visibles y separados, aunque
mezclados. Una galleta tiene unos componentes que la constituyen, ya no
puedes separar el azúcar, el huevo, el harina, el coco.
Para la antropología cristiana, somos una galleta. Para el mundo griego,
somos una ensalada: cuerpo y alma juntos momentáneamente pero de
sustancias distintas. Jesús, como buen judío, no tenía esa antropología
griega. Para él somos una unidad. Todo yo soy cuerpo. No tengo una
emoción. Soy mis emociones y mis pensamientos. Tengo también una
capacidad y dimensión espiritual.
¿Qué es el valor, si no el comportamiento de una persona que es honesta?
No están por un lado mis valores y por otro lado yo.
Somos una realidad única, biológica, afectivo-psicológica y espiritual.
Podemos situarnos delante de esa realidad de muchas maneras: viendo
sólo la perspectiva biológica, o bien sólo desde lo psicológico, o desde lo
espiritual. Pero eso no hace que tales dimensiones estén separadas.
En hebreo, “basar” se traduce por “carne”, pero es el ser humano desde su
limitación y pequeñez.
La palabra “nefesh”, lo emocional, lo que nos mueve a actuar (literalmente
vísceras).
La palabra “ruah”, espíritu. Ese soplo de Dios que está dándonos vida.
Ese ser humano completo fue hecho para el placer. Busca naturalmente
sentirse bien, la emoción agradable.
Desde su biología busca el placer. Impulso, emoción. Emoción es algo que
surge desde mí, no la escojo. Pero no soy sólo emoción. Está en la base de
mi naturaleza, me impulsa actuar.
Yo en mi dimensión psicológica busco la satisfacción. El sentimiento es
algo que yo elaboro y no está en la biología sino en la psicología. Las
emociones las transformo en sentimientos. Por eso a veces las cosas
pueden ser satisfactorias, pero muy displacenteras (mi cansancio después
de haber hecho todo lo que tenía que hacer). Y pueden ser placenteras pero
insatisfactorias (el placer fugaz con una persona que ni amo ni amaré). Mi
psicología me lleva a buscar seguridad en la autonomía afectiva y a actuar
según mis valores.
Mi dimensión espiritual me lleva a buscar comprender (componente
cognitivo), buscar el sentido y la trascendencia: a tener unas creencias y
una visión del mundo. Busca naturalmente la seguridad en la vida y un
amor que dure siempre. Todas las personas tienen una dimensión espiritual
aunque no profesen una religión específica.
2. ¿Cómo vamos a vivir humanamente los valores? Mientras el impulso
(nuestra biología) es lo que nos mueve y orienta, no estamos
suficientemente humanizados. Jesús de Nazaret, el hombre más pleno,
incorpora su emoción y actúa en fidelidad con sus valores.
Autonomía afectiva. La vivencia de los valores es lo que hace que una
expresión biológica sea humana o sea infrahumana. En razón de los valores
que vivimos, nuestro comportamiento muestra esa coherencia. Y si esto
pasa con lo emocional, también pasa con lo espiritual.
Lo espiritual tiene un componente racional. No puede haber una vivencia
espiritual sin lo racional. Lo trascendente va más allá de la razón, no está
contra la razón. Porque desde una visión puramente biológica no alcanzamos a
ver lo definitivo. Por eso vemos en la escritura que “todo sirve para el bien de
los que aman a Dios”. Somos capaces de ir más allá, resignificarlo.
Ante un conflicto no resuelto de nuestra psicología, o lo erotizamos las
actitudes a través de adicciones que no tienen fin, o las espiritualizamos:
huimos a un mundo espiritual o religioso que nos aleja de nuestros
compromisos concretos y de esos conflictos.
Los valores vividos
Lo material es evidente. No tengo que hacer un acto de fe para decir
que esto es un vaso. En cambio, lo auténtico espiritual no puedo
describirlo con medidas y dimensiones: se muestra en la actitud
cotidiana, concreta, en la relación con los demás.
El examen final (de Dios) no va a ser sobre si estuviste bautizado, sino
cómo has sido con los demás.
La persona es el lugar privilegiado donde Dios se hace presente.
Ser persona es ser sujeto, no objeto.
La persona no está del todo hecha, la persona se está haciendo
permanentemente.
La persona autónoma convierte su potencial para llegar a ser lo que está
llamada a ser.
Debe elaborar sus sentimientos y pensar sus pensamientos.
¿Cómo saber quién soy? ¿Qué quiero ser?
Conocernos, aceptarnos y asumirnos como somos. Y esto no lo
hacemos sin la soledad, o la capacidad de estar con nosotros mismos
pacíficamente, armónicamente, esencial para la salud de una persona.
Levantarse por la mañana y aceptarse. Estar bien conmigo.
La fuerza personal, creyendo en mis propios recursos. Mis
posibilidades, de las que he sido dotado. Soy único, irrepetible, pero
igual a todos los demás en dignidad.
Nadie le sobra a Dios.
Gracias a un “tú” que tengo delante, sé quién soy.
La solicitud o mirada atenta sobre los demás. No hay mayor alegría que
dar.
Dejar a otro darte algo, lo dignifica.
Si creemos en la revelación a través de su Palabra, del Amor que ofrece
Dios al hombre, sabe que la madurez es mayor en quien vive abierto a
Dios (¡aunque podemos engañarnos!).
Dios se ha “equivocado” en dos cosas: nos puso ojos para ver fuera,
ninguno para dentro. Y no nos vemos a nosotros mismos. Vivimos
alienados sólo mirando hacia fuera. Pero por eso nos pone a los demás,
que nos hacen de espejo, nos devuelven una imagen que debemos
acoger y comprender, de nosotros mismos, para cambiar si es
necesario.
La otra cosa en que “se equivocó”: nos hizo algún hueco en algún sitio,
porque nunca estamos satisfechos. Nada nos llena. Estamos
permanentemente insatisfechos; los deseos cuando se cumplen, nos
lanzan a nuevos deseos. ¿Cuándo aprenderemos a quedar saciados?
El animal sabe. Distingue muchas cosas. Pero no sabe que sabe.
Nosotros sabemos que sabemos. Y esa es nuestra conciencia. La
conciencia nos indica cuando nos hemos equivocado (culpa sana). La
culpa enferma me hace volcarme sobre mí mismo, me contraría mi
omnipotencia narcisista, y me hago daño constantemente, volviendo
una y otra vez sobre mis propios errores, sin salir de ellos.
¿Cómo vivir coherentemente con nuestros valores?
Para una autoterapia de un mes
Sugiere hacer este trabajo personal, a ser posible a la misma hora todos
los días durante un mes. Se trata de 20 minutos diarios de trabajo
personal.
Lo primero es preguntarme qué es lo que me está pasando. La cabeza
miente, las manos dicen la verdad.
1. Me coloco en tranquilidad a la hora que decidí, y, escribo cómo me
siento. Proceso mi emoción. La emoción no es buena ni mala, pero
tenemos que apoderarnos de ella para que no se apodere de
nosotros. Las emociones son principio de supervivencia, pero no
podemos dejarlas crecer y apoderarse de nosotros.
Durante 10 minutos, ponerme a escribir realmente cómo me siento. Hay
que sacar fuera la emoción, sin juicio.
2. Puedo romper el papel, da igual. Pero se trata de elaborar el
sentimiento. Cuando Jesús dice “perdona a tu enemigo”, no dice “de
cerquita”. Hay que tomar distancia, elaborar el sentimiento para
poder perdonar. Durante 5 minutos respiro la emoción contraria a la
emoción que saqué.
3. Y durante 5 minutos, espiritualidad. Confianza, un salmo, contactar
con Dios. El Señor es mi Pastor, nada me falta…
Este ejercicio durante un mes, hace cambios muy grandes.
--Tenemos una memoria racional y una memoria emocional. La racional
está muy desarrollada. La memoria emocional está en el sistema
límbico.
Hay que trabajar también esa memoria, ponerle nombre a los hechos,
eso es elaborar nuestra propia historia. No basta saber las cosas con la
razón.
--Dios es todopoderoso sólo en el Amor. No tiene más poder que el que
le hemos dado nosotros para nuestra vida. Si lo dejas entrar y le das
todo el poder en tu vida, entonces te llena y la psicología queda
periférica.
No somos compartimentos estancos. La enfermedad es un conflicto de
la persona y el alma.
Sergio Sánchez
En la zona donde estoy, del Estado de Hidalgo, cultura Otomí, hay unos
grandes valores en torno a la muerte y a la comida. El valor central es la
generosidad.
Más allá del dos de noviembre, se realiza una fiesta en torno a la muerte
de los seres queridos. Y se hace una gran comida, sobre todo al final del
novenario.
La fiesta consiste en que toda la comunidad vaya. Unos 500 habitantes.
No están sólo los amigos, sino todas las personas, cada uno puede
invitar a otros. Es algo enraizado en la vivencia religiosa: si Dios me ha
dado tanto, yo también doy todo lo que puedo.

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