“Más negro que un negro” A propósito del debate en torno al

Transcripción

“Más negro que un negro” A propósito del debate en torno al
“Más negro que un negro”
A propósito del debate en torno al Soldado Micolta
Centro de Estudios Afrodescendientes- PUJ
En los últimos meses hemos sido testigos, principalmente por redes sociales y medios de
comunicación, de la polémica que se ha generado alrededor del personaje que representa el
humorista Roberto Lozano en el programa Sábados Felices desde hace, ya, doce años. Micolta es
un supuesto soldado negro raso, con ojos saltones, labios exageradamente rojos y una forma de
hablar que intenta imitar de forma “graciosa” y estereotipada el acento característico del Pacífico
Colombiano. Pero no es solo su apariencia física lo que llama la atención, sino también el
conjunto de atributos morales, sociales y culturales que le son relacionados. Un hombre de juicios
elementales, con “poca cultura”, ignorante, imprudente, perezoso, torpe, conchudo y mal
hablado. En suma, un conjunto de imágenes y comportamientos que se construyen sobre la
primitivización e infantilización del personaje, asociándolo, además, a un rasgo particular. Una
supuesta negridad que es sobre-representada, exagerada y caricaturizada recurriendo a una
reprochable y centenaria práctica de vejación y racismo como lo es blackface.
El Soldado Micolta, por lo tanto, no es otra cosa diferente a un estereotipo, siendo éste, de
acuerdo a autores como Stuart Hall, Franz Fanon y Homi Bhabha, la práctica significante clave
de los racismos en la modernidad con sus correlatos de colonialidad. El sujeto de la diferencia es
atrapado en un aparecer del cual no es responsable y ello conlleva un conjunto de atributos que
lo convierten efectivamente en “negro”, como signo de inferioridad política, social y cultural. De
este modo, diferencias social e históricamente configuradas, son reducidas a unos cuantos rasgos
esenciales y fácilmente memorizables a través de los cuales se garantiza y se legitima en el
tiempo toda una forma de organización de la vida y administración del poder.
Pero estereotipar no sólo es inferiorizar. Articula, en sí mismo, una pedagogía y una gramática a
través de la cual se nos enseña desde pequeños el lugar que nos corresponde por “naturaleza”. El
estereotipo debe, entonces, ser repetido, gestionado, producido y reproducido en diferentes
campos y lenguajes de la vida social. Roberto Lozano podrá “amar a sus amigos y su familia
negra”, tal como lo manifestó en la entrevista hecha por la W Radio el pasado 2 de noviembre1.
Sin embargo, parafraseando a Fanon, el Soldado Milcolta, no hace otra cosa más que “hacer
hablar como negrito” a la numerosa, heterogénea e irreductible población negra de nuestro país.
Y ello equivale a adherirlos a una imagen preconcebida y reduccionista, diciéndoles “ustedes
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Escuchar:
W Radio (02/11/2015). ¿A favor o en contra? Soldado Micolta y Ray Carrupí hablan sobre el reclamo del colectivo.
http://www.wradio.com.co/escucha/archivo_de_audio/a-favor-o-en-contra-soldado-micolta-y-ray-charrupi-hablansobre-el-reclamo-del-colectivo/20151102/oir/2988168.aspx
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quédense dónde están”. En otras palabras, dicho personaje es causa y efecto de este juego
permanente y cotidiano a través del cual se reproducen jerarquías y estatus sociales en forma de
normas, prejuicios y valores naturalizados.
¿El Soldado Micolta es, entonces, una representación racista? Ante la pregunta que dio origen al
debate, hay que responder con contundencia que sí. Y lo es, por que está soportada sobre un
conjunto de estereotipos y prejuicios sobre lo negro, arraigado en nuestro sentido automático de
la realidad, que justifica y reproduce el racismo estructural sobre el cual se ha conformado la
sociedad colombiana desde el siglo XIX. Un racismo que se manifiesta a través de toda una
geografía racializada, en la cual ciertas regiones del país son vistas como más o menos negras,
más o menos primitivas, más o menos civilizadas, esto con consecuencias económicas, políticas
y sociales.
Por ello no sorprende que el Soldado Micolta sea resultado, justamente, de un contexto muy
particular dentro de dicha geografía de regiones. El Valle del Cauca, un departamento con una
gran proporción de población negra y mulata, resultado de la relación histórica y, valga decir,
asimétrica que ha mantenido con la región por antonomasia negra y, por ello mismo, periférica de
la nación: el Pacífico Colombiano. De forma semejante, tampoco sorprende que Micolta sea
caracterizado como un soldado de bajo rango, pues la contraparte de ese racismo estructural en
ciudades como Cali, Bogotá y Medellín, se manifiesta a través de un mercado laboral fuertemente
segregado en el que las labores y los oficios de más bajo estatus, de escaso valor social y, por
supuesto, mal remunerados son ejercidos en una gran proporción por población negra o
afrocolombiana.
Sin embargo, y muy pesar de las contundentes evidencias, lo que resulta aún más paradójico y
sorprendente en la discusión, es el temor y rechazo que todavía existe a la hora de abordar al
racismo en la agenda pública como un tema estructurante y transversal de la sociedad
Colombiana. Y ello se pone en evidencia cuando al calor de la discusión, por ejemplo, poco a
poco el racismo se va desplazando a un lugar secundario, considerando que lo verdaderamente
problemático radica en la vulneración de la “libertad de expresión” del comediante, en particular,
y de los comediantes, en general.
Lo anterior en el mejor de los casos, pues en otros se prefiere deslegitimar el debate recurriendo a
la descalificación de sus promotores, en su mayoría representantes y activistas afrocolombianos.
“No hay gente más racista que los propios negros”, “los negros son resentidos y acomplejados, es
cultural”, “la discusión es resultado del oportunismo de unos cuantos negros con muchas ganas
de mojar prensa”, “deberían ocuparse de los verdaderos problema de su comunidad, en vez de
dedicarse a coartar el talento de un personaje que lo único que hace es sacar sonrisas y alegrar el
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alma”, “entonces mañana también prohibirán los chistes de gays, pastusos, abuelos, suegras,
gordos, calvos, etc... En este país un grupo de ignorantes no conoce la palabra humor”2.
Los anteriores son algunos ejemplos de los lugares comunes que son activados dentro de la
discusión. Éstos ilustran la manera en que el racismo se niega e intenta ser evacuado rápidamente,
al tiempo que, paradójicamente, se termina dando cuenta de la ambigüedad a través de la cual el
estereotipo funciona como cerramiento discursivo. Lo negro es bueno, divertido y amigable
mientras no cuestione, mientras se quede en su lugar y se comporte de acuerdo a los roles y las
reglas sociales estipuladas previamente. Ello es lo que representa la imagen del Soldado Micolta.
En cambio si, por el contrario, lo negro se atreve a cuestionar ese orden que lo oprime y lo niega,
el otro polo del estereotipo está atento a activarse para recordar el lugar que a cada quien le
corresponde. Lo negro se vuelve, entonces, peligroso, problemático, ignorante, resentido,
acomplejado y hasta racista. Se le pone candado, de esta manera, a un sistema de diferencias y de
jerarquías, deshistorizándolas, despolitizándolas y reduciéndolas a una cuestión de naturaleza. En
el mejor de los casos, a un problema de cultura. Una vez más se le niega al sujeto negro la
posibilidad de hablar y tener voz propia, de representarse a sí mismo sin necesidad de héroes
parlantes o apoderados que le digan qué hacer y cómo hacerlo, reduciéndolo nuevamente a un
objeto de consumo, diversión y entretenimiento.
Por todas estas razones, desde el Centro de Estudios Afrodescendientes de la Universidad
Javeriana nos manifestamos, no en contra del humor como lo quisieran creer algunas apasionadas
reacciones, sino en rechazo de aquel que se aprovecha de las diferencias históricamente
constituidas en el seno de una sociedad, para ridiculizar, burlar y seguir subalternizando a todo
aquello que escapa de lo que hegemónicamente se ha constituido como lo bonito, lo deseable, lo
bueno, lo valorable, etc. La invitación, en cambio, es a imaginar un humor más creativo, político,
informado y comprometido. Que en vez de reificar jerarquías, permita interrumpir y
problematizar aquellos poderosos sistemas de clasificación, heredados del colonialismo y el
eurocentrismo, sobre los cuales se ha asentado una sociedad clasista, racista y supremamente
excluyente. En suma, un humor que contribuya a construir una opinión más crítica, pensante y
reflexiva.
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Las anteriores citas fueron tomadas en su mayoría del foro de opinión derivado del al artículo “Decidí acabar con el
personaje del „Soldado Micolta”, publicado el 04/11/2015 en la revista Semana.com. Sin embargo, referencias
semejantes pueden encontrarse en los diferentes foros de opinión y espacios de discusión abiertos a propósito del
personaje de Micolta.
Respecto al reclamo de que en el futuro se censurarán, con estos mismos ánimos, los chistes sobre “gays”, gordas,
suegras y un largo etcétera, hay que anotar que habría razón para hacerlo, pues efectivamente esta forma de humor
juega sobre la misma lógica: la del estereotipo. Sus mecanismos de representación y sus efectos no son menos
complejos que los ya descritos. Sin embargo, si bien los chistes clasistas, regionalistas, sexistas, etc., comparten un
mismo mecanismo discursivo, se anclan en densidades históricas específicas que exceden a discusión generada a
propósito del personaje Micolta.
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