El grito: reclamo contra la exclusión
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El grito: reclamo contra la exclusión
El grito: reclamo contra la exclusión en América Latina Jaime A. Preciado Coronado Profesor Investigador del Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos, de la Universidad de Guadalajara y Presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), México Resumen La conmemoración del Bicentenario de la independencia de los países de América Latina es un buen momento para recordar cómo se forjaron, cómo el pueblo sustituyó a los reyes en la toma de decisiones y la creación de lo que hoy definimos como Estado nacional moderno. Qué significaba el concepto de nación una vez dejada atrás la idea decimonónica de la misma. Los diversos nombres de América Latina han tenido una utilización y un simbolismo claramente políticos. Se plantea un nuevo concepto de independencia nacional en la que se tenga presente a los miembros excluidos de la sociedad, con nuevos actores sociales como protagonistas, entre los cuales nunca habría que olvidar a los pueblos indígenas. Palabras clave Nación, indígena, independencia, bicentenario, América, exclusión. Abstract The celebrations of the Bicentenary of the independence processes of the Latin American countries is a good time to recall how they were founded, how the people began to replace the monarchy in decision-making and in the creation of what we nowadays know as a “modern national state”; what the concept of “nation” meant once the nineteenth-century definition was left behind. The diverse names given to Latin America have clearly been given a political symbolism and use. A new concept of national independence is set forward, where those socially excluded members of society may be taken into consideration, with new social actors as key players among which the indigenous peoples should not be forgotten. Key words Nation, indigenous, independence, bicentenary, America, exclusion. La historia es una paradoja andante. La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad. Eduardo Galeano, en La paradoja andante Conmemorar es un momento antes que nada para traer la memoria colectiva juntos, es luchar contra el olvido de la palabra y contra la derrota de su fuerza. Es una oportunidad de escucha interior y de las y los otros. Conmemorar es un co-ejercicio del recuerdo y la evocación de quehaceres conjuntos. Es entender lo que en la historia nos hace ser singulares; vernos transformados y entendernos con nuestras complejas contradicciones en una oportunidad única de síntesis entre pasado, presente y futuro. Comprendernos dentro de procesos compartidos que nos orientan para encontrar lo que somos, en el devenir de lo que fuimos y en el imaginario de lo que queremos ser. Cuando se conmemora la memoria colectiva de nuestra historia social, tratamos de unir los hechos con los símbolos que le dan sentido a nuestra existencia humana, al nosotros que nos hace vivir aunque no siempre convivir juntos. Interpretar es en todo caso la condición para ordenar y comunicar nuestra memoria, y encontrar su sentido en la pluralidad de significados. Además, las interpretaciones en plural descubren proyectos realizados y frustraciones colectivas pues, al evitar la unanimidad artificiosa de las interpretaciones oficiales, evidencian la mano del poder como guía maestra de la historia. Una visión que implica a ganadores y perdedores, pero en la que destacan las visiones derrotadas, frustradas, incompletas. Un Bicentenario Latinoamericano Así, la conmemoración del Bicentenario de las independencias en América Latina, abre un nuevo compás de interpretación sobre capacidades de transformación de nuestras sociedades, pero también de frustraciones y derrotas, de limitaciones en el cumplimiento de aspiraciones. El siglo XIX vio surgir repúblicas sin republicanos, vio emerger logrados textos constitucionales que se inspiraron en las luchas independentistas de los Estados Unidos y de Francia, pero que no se tradujeron en instituciones capaces de asegurar los derechos enunciados. Y, la voz de quienes desde el pueblo respondieron al llamado a gritos de independencia, no fue recogida por quienes gobernaron las primeras naciones independientes. “Somos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el coquetón de Norteamérica y la montera de España.” (Martí, 1889) El pueblo, se constituyó en el nuevo demandante de soberanía en la nación, fue el que sustituyó el poder de las monarquías, sus reyes y reinas, mediante procesos revolucionarios que fundaron eso que llamamos el Estado nacional moderno. Las ideas emancipadoras de la revolución de la Unión Americana y de la Revolución Francesa, influenciaron las ideas independentistas de esta Nuestra América a la que se refiere José Martí. Empero, estas primeras independencias registradas en la memoria latinoamericana fueron copadas por criollos ilustrados que luego se convertirían en elites dirigentes, las cuales fueron olvidando las voces de aquellos excluidos que se arriesgaron, hasta el límite de sus vidas, a gritar sus reclamos. Arturo Uslar Pietri1 nos recuerda la amalgama contradictoria que presentaron las luchas independentistas: “La larga guerra de la Independencia sirvió para definir y afirmar el sentimiento nacional. No fue fácil. Durante todo su largo y cambiante proceso esa lucha tuvo más un carácter de guerra civil que de conflicto internacional. Surge a raíz de la ruptura brusca de la legitimidad monárquica de España con la invasión de Napoleón y la usurpación de José Bonaparte. Luego aparece un proceso en el que las viejas divisiones sociales se convierten en frentes de lucha. No pocas veces la masa popular estuvo con las autoridades españolas contra la insurgencia de los criollos blancos. Tanto como en España misma en la América, con las diferencias naturales, se refleja el duro afrontamiento entre liberales y tradicionalistas.” En las independencias latinoamericanas, se rebasa inclusive la idea decimonónica de nación, lo que añadió nuevos ingredientes ideológicos, tanto como desafíos y frustraciones en la construcción nacional en esta región. Otra vez Uslar Pietri: “¿Habría que preguntarnos qué entendían bajo el concepto de nación los iniciadores de la Independencia de la América Latina? A través de sus palabras y de sus proyectos no sólo se refieren a la propia provincia nativa, sino que más frecuentemente hablan de toda la América hispana y piensan de su porvenir como una unidad. Miranda concibe un Estado tan grande como el continente, con un gobierno propio común y con una constitución calcada sobre la inglesa. Esa visión de unidad, que implica una concepción de toda la América Latina como una sola nación, persiste en todos los documentos de la época y es la que se esfuerza en realizar contra todos los obstáculos Simón Bolívar, el Libertador. Desde el comienzo de su incomparable acción Bolívar expresó de un modo claro e inolvidable esa condición: «Nosotros somos un pequeño género humano: 1 Uslar Pietri, Arturo: Nuevo mundo, mundo nuevo, selección y prólogo José Ramón Medina ; cronología y bibliografía ensayística Horacio Jorge Becco, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02580585499114906317857/p0000008.htm?marc a=independencia%20america%20latina#1635 poseemos un mundo aparte; cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil».” Las primeras independencias latinoamericanas combinaron el grito por la República, por la Democracia y por la unidad latinoamericana, pero fueron silenciadas las voces de l@s excluid@s. Entre esas voces, quedaron opacadas las demandas por construir naciones que tomaran la forma de repúblicas incluyentes, democracias que fueran abriendo el ámbito de la representación legítima, proyectos visionarios de unidad que desembocaran en una gran patria latinoamericana, en Nuestra América. Los usos políticos del imaginario latinoamericano Walter Mignolo, nos previene sobre el uso de la idea latinoamericana por intelectuales post-independentistas: “«América Latina» es el nombre admitido en diversas disciplinas para designar una vasta macro-área antropogeográfica. Lingüísticamente, es un sustantivo compuesto equivalente a «Latinoamérica». Se forma de un sustantivo simple adjetivado «América latina». El caso es semejante para «Hispanoamérica» que se forma de un sustantivo adjetivado «América hispana». La misma lógica afecta la formación de «Indoamérica» o «Iberoamérica». Históricamente, estos nombres comienzan a forjarse después de los movimientos de independencia. Culturalmente, tales nombres y expresiones han sido y son empleados por varias generaciones de intelectuales post-independentistas para construir su propio marco territorial.” (Mignolo: 151)2 América Latina, sus nombres y expresiones han sido cambiantes en nuestra historia social común; de hecho, su heterogeneidad nos ha obligado a movernos entre la reivindicación de la diversidad por su carácter enriquecedor, hasta la ambigüedad de sus alcances. Disyuntivas que, lejos de resolver, alimentaron las independencias nacionales en la región, pues las visiones unitarias de los libertadores, como Miranda, Bolívar o José Martí, se enfrentaron con el énfasis por construir el Estado nacional, que tomaron las (primeras) independencias triunfantes. El caso mexicano es representativo al respecto pues entre los independentistas, como Hidalgo o Morelos, se impuso la urgencia de construir la nación, ciertamente, frente a la metrópoli española, pero sin que hubiese un proyecto supranacional de unidad que condicionara la emergencia del país independiente. No sería sino hasta el proceso de Reforma, que Juárez interpelara a los países independientes de la región, pero invocando una vez más el respeto de la soberanía nacional, sin que en su proyecto político asomara la idea de la unidad latinoamericana, como refuerzo de la propia independencia nacional. Paradójicamente, la aventura imperial de Maximiliano en México dio nueva visibilidad a la idea latinoamericana. Fue el economista francés Michel 2 Mignolo, Walter. “La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales).” Dispositio, 1986 11 (28-29): 137-160. Chevalier en 1862, quien recoge este concepto de Miranda y Bolívar, con el fin de acentuar las diferencias entre la América protestante anglosajona y la América latina y católica y así darle por primera vez un sentido geopolítico al término. Ya que la influencia geopolítica de la primera se oponía al crecimiento del Imperio de los Habsburgo (con Maximiliano a la cabeza, asentado en México) en la región, mientras que la unidad lingüística y sobre todo católica de los países susceptibles de ser recolonizados por Francia, ofrecía perspectivas de ampliación para la influencia geopolítica americana de la Casa de los Habsburgo3. Otros autores nacidos en esta región utilizarían el término América Latina, pero con fines de explorar la identidad cultural. Miguel Rojas Mix, en su obra Los Cien Nombres de América, destaca que el chileno Francisco Balboa utilizó esta imagen en una conferencia en Paris, en 1856, intitulada: “La iniciativa de la América”, en la que distingue la división étnica entre lo sajón y lo latino en las dos Américas. Un colombiano, José María Torres Caicedo adoptaría también el término: «La raza de la América Latina al frente tiene la sajona raza». En el poema «Las dos Américas», el cual fue escrito en la ciudad de Paris, en el año de 1856, de acuerdo con Rojas Mix, unos días después de haber escuchado la conferencia de Balboa en esa misma ciudad. La segunda independencia latinoamericana, que no llega. Después de las independencias nacionales hasta finales del siglo XIX, el ideal latinoamericano se constituye como una idea excéntrica, no por su rareza u originalidad, sino porque el centro de referencia de su identidad está en otra parte: Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, u otra potencia que predominara en tal o cual país, en tal o cual momento de su historia. Esta excentricidad culminó con el pretendido proyecto de modernidad que encabezaban los países centrales, al que apostaron por ser incluidas las elites nacionales cuyo poderío económico y político ofrecieron en alianza a la potencia en turno. Solamente unos cuantos intelectuales y hombres de acción, destacadamente José Martí, vieron la necesidad de gritar por una segunda independencia, que sólo sería posible en términos de la unidad latinoamericana frente a las amenazas internas y externas: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia” (Martí, 1889) 3 “Profesor de Economía en el Collège de France y entusiasta promotor de las aspiraciones imperiales de Francia en América, Chevalier argumentaba que al ser México latino y católico, a diferencia de los Estados Unidos y Canadá de raigambre anglosajona y protestante y poseídos por un espíritu invasor, el país galo debía asumir la custodia de la región, ya que, según sus propias palabras, «…si las naciones latinas desapareciesen algún día de las escena del mundo, la Francia se hallaría en irremediable debilidad y aislamiento. Sería como un general sin ejército, casi como una cabeza sin cuerpo». Cfr. Efrén Rodríguez Toro: “Una América mucho más que Latina”, Madrid, 4 de marzo de 2007, en Especial para Ideas Públicas (www.ideaspublicas.org) Otro francés, Alain Rouquié, Embajador de su país en El Salvador y luego en México, plantea las implicaciones políticas e ideológicas de esa excentricidad, en su libro: América Latina: introducción al extremo occidente, en el que constata el impacto del proyecto de la modernidad occidental en nuestra región. Donde las alianzas entre las elites nacionales y las trasnacionales están determinadas por un trasfondo geopolítico, que es la disputa entre las potencias mundiales por dirigir la región y por un trasfondo nacional, que es el territorio de los estados nacionales con límites cada vez más marcados en su independencia y soberanía nacionales. El programa independentista de nuestros países basado sobre el de la modernidad, nunca cumplido, como lo señala el antropólogo Bruno Latour, dejó su impronta de frustración en la región. El progreso, como idea de porvenir para todos no llegó, tampoco la formación de ciudadanas y ciudadanos libres, ni sus ideales igualitarios. Los mecanismos de solidaridad social apenas crearon sistemas de seguridad social con universalismos fragmentados en la salud y en la educación; en el caso de ésta última fue un grave fracaso, pues la capilaridad y el ascenso social que prometía la educación en el programa de la modernidad, era la clave de todo el edificio institucional. Sin ella, no había oportunidad de cambio en las sociedades y el peso de los grupos “premodernos” se veía como un obstáculo para el avance moderno. El mundo de los indígenas o pueblos originarios no lo pudieron integrar ni liberales ni conservadores, herederos de la independencia nacional; unos suponían que su integración como ciudadanos la ofrecería el mercado –uno de los casos más agresivos fue el de la llamada Ley de Expropiación de Manos Muertas, en México (Ley Lerdo), que buscó desinflar el poder de las corporaciones al integrarlas al mercado, pero combatiendo por igual a la iglesia católica y a las etnias marginales al mercado; mientras que otros querían imponer el molde de los valores occidentales para la integración de grupos que se veían como inferiores. Así, los indios no habían sido los destinatarios del grito de las primeras independencias, y fueron encontrados culpables de oponerse al progreso por lo que se les combatió ferozmente durante el periodo post-independentista. Y, nuevamente, en México se les oye dar un segundo grito de independencia; cien años después, la Revolución Mexicana llegaría con voces renovadas y parte de ellas expresión de las demandas de los indios; pero, los indios-indios con Emiliano Zapata, los campesinos mestizos, con Francisco Villa, fueron los derrotados de ese proceso y otra vez su grito quedó excluido en la construcción de la nación mexicana. Durante la primera mitad del siglo XX, las voces indígenas fueron acalladas, silenciadas, en América Latina, donde tampoco lograron hacerse oír. La singularidad de la Revolución Mexicana no la hacía exportable hacia otros países de la región y las propuestas marxistas, influenciadas por el triunfo de la Revolución Soviética, fueron incapaces de entender la voz, de oír el grito, de esos actores tradicionales “atrasados” que todavía no tenían cabida en el programa de la modernidad que arrastraban las iniciativas revolucionarias. Sería José Carlos Mariátegui quien plantearía un caso excepcional para el tratamiento de la cuestión indígena, en su trabajo Siete ensayos sobre la realidad peruana, al criticar el dogmatismo marxista para tratar ese tema, por no encontrar una solución que resolviera atinadamente la tensión entre clase y etnia. Pues los indios no respondían a esa matriz clasificatoria en la que los encuadraba el marxismo hasta entonces ortodoxo. Sin negar que hubo sublevaciones y gritos aislados de los indígenas en regiones y países latinoamericanos durante esa primera mitad del siglo XX, no sería sino hasta 1992 con la oposición a la celebración triunfalista y eurocéntrica del V Centenario del Encuentro entre Dos Mundos –nombre con el que se intentó conciliar la visión de vencedores y vencidos- que surgiría un movimiento de alcance continental: 500 Años de Resistencia Negra, Indígena y Popular, que reivindica la dignidad y proyecto propio para los pueblos originarios. Aquí destaca también en 1994, la sublevación indígena en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que llamó la atención sobre lo que podría ser la primera revolución post-comunista después de la caída del Muro de Berlín, caracterizada por un nuevo protagonismo de los excluidos, los del “color de la tierra”, que tienen la legitimidad para alzar su voz y hacer visibles sus demandas. De las independencias nacionales a Nuestra América independiente El debate entre modernidad occidental, homogeneizante y heterogeneidad de los pueblos mestizos y originarios de Latinoamérica se acentuó durante el periodo posterior a la II Guerra Mundial. Primero sería el paradigma del desarrollo y luego el de la globalización la referencia obligada para entendernos como países. Si los años de la posguerra trajeron a la región cierto bienestar con los Estados llamados Desarrollistas, que por cierto beneficiaron fundamentalmente la creación de fuertes burguesías nacionales, las sucesivas crisis económicas y de gobernabilidad en nuestros países, dieron pie a experiencias revolucionarias como la cubana, que triunfa en 1959. A partir de entonces, hay nuevos intentos por dignificar la idea de América Latina y una creciente influencia del triunfo cubano sobre otros procesos que quisieron ser revolucionarios ¿Otros gritos de llamado a una segunda independencia? Otra originalidad que aporta Latinoamérica para el debate sobre las independencias nacionales y la independencia de la región es la llamada Teoría de la Dependencia. En un primer momento, influenciados todavía por el paradigma de la modernidad, los teóricos de la dependencia elaboran una visión del desarrollo pretendidamente adecuada a la historia que compartimos en la región: la colonización por metrópolis, la desigualdad y la exclusión, las independencias nacionales frustradas, el fracaso de los intentos autonómicos evidenciado en el desmantelamiento del Estado del Bienestar y en el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la crisis del sector rural que produjo entre otros efectos una acelerada urbanización y las migraciones internas e internacionales como fruto de la descomposición del campo, la concentración de la propiedad rural. Aspectos todos que tenían un común denominador en la dependencia de nuestros países frente a potencias centrales que se fueron relevando a lo largo de la historia. Fernando Henrique Cardoso, a la postre Presidente de Brasil, y Enzo Faletto, fueron pioneros en estos análisis. Pero, el desmedido acento que pusieron en la fuerza de los factores internos, sin vincularlos a los operadores de la dependencia en cada país, les valieron críticas que luego propiciarían una segunda época de pensadores sobre nuestra dependencia latinoamericana. Ruy Mauro Marini en Brasil, Agustín Cueva en Ecuador, René Zavaleta en Bolivia, Anibal Quijano en Perú, entre otros originales y enérgicos pensadores, lograron relacionar lo externo y lo interno, lo exógeno y lo endógeno en una obra intelectual que levantó grandes debates en la región. A la luz del triunfo de la revolución cubana y en medio de un complejo contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial, se cuestionaban las independencias de nuestros países, pues las demandas sostenidas durante los procesos independentistas en Latinoamérica enfrentaban el desafío de emanciparse de la dependencia de los grupos internos y, simultáneamente, de liberarse de la dependencia externa. Estados Unidos aparecía una vez más, como el factor que obstaculizaba la verdadera independencia de nuestros países. Pablo González Casanova introdujo un concepto que sigue siendo clave en la interpretación de obstáculos y potencialidades independistas; el concepto de colonialismo interno, dentro del cual enfatizó el rol protagónico de las oligarquías nacionales en esta dependencia. En este análisis habría que combinar entonces las condiciones impuestas por las metrópolis con las alianzas y maneras de operar de los grupos dominantes. Una nueva jerarquía entre centro y periferia, entre países y regiones internas iba dibujando el nuevo mapa latinoamericano, el cual arrastraba mucho del viejo orden que las independencias no habían logrado borrar del todo. Con la irrupción de los movimientos sociales después de 1959, con el arribo de Fidel Castro al gobierno de Cuba, nuestra región empieza a constatar grandes transformaciones; muchas de ellas de carácter dramático. La década de los 60 encontró su propio despertar; el mayo del 68 en México y en Córdoba, Argentina, apeló a urgentes reformas sociales, populares, nacionales, que encontraban una fuerza ampliadora en Latinoamérica. La década de los 70 mostró con toda su crudeza los contrastes, las polarizaciones en todos los órdenes, que asolaban una frágil y artificial paz social propiciada por cierto éxito, extremadamente limitado, del desarrollismo de la posguerra. También se vivió la esperanza y en pocos años la derrota del socialismo chileno de Salvador Allende. Al mismo tiempo que la polarización militar vio el auge del movimiento guerrillero, nacido en el campo, creciente en las ciudades, y la imposición de dictaduras con sello militar y oligárquico, sostenidas por el gobierno estadounidense. El sociólogo Alain Touraine señala que si bien la década perdida de los 80 produjo una gran penuria y destrucción económica, reforzada por el papel de las dictaduras militares, también habría que registrar el impacto de las fuerzas sociales sobre la democratización de la región, que llevó a las llamadas transiciones políticas, así como habría que apreciar la visibilidad que ganan los actores antes excluidos. El movimiento urbano-popular, la aparición en la escena pública de las mujeres organizadas y movilizadas, en defensa de las libertades políticas y los derechos humanos, así como la Teología de la Liberación, hacían de Latinoamérica una región de esperanzas en sus potencialidades, pero desgarrada en sus condiciones materiales. Las reformas impulsadas tuvieron logros limitados: había nuevos gobiernos que iban suplantando a las dictaduras militares, pero la industria y el campo seguían arrastrando los problemas que las independencias decimonónicas habían sido incapaces de resolver: enclaves industriales dependientes del exterior, programas de implantación de industrias maquiladoras que no resolvían los problemas de fondo en el empleo, reformas agrarias que se postergaron y corrupción de la primera reforma agraria del siglo XX en México. Al finalizar ese siglo, la década de los noventa encontró una América Latina fragmentada; con diferentes apuestas en el modo de insertarse al nuevo dinamismo del mercado mundial y golpeada por los llamados programas de ajuste estructural, los países de nuestra región tomaron caminos separados en lo económico: los que se afiliaban de una manera cuasi religiosa a la ortodoxia neoliberal, como México y Chile, o los que buscaban una vía diferente manteniendo ciertas inquietudes comunitarias como Brasil, principal impulsor del Mercosur, junto con Argentina y Uruguay, en un primer momento. Caminos separados también en lo político, pues nuestros países optan por vías distintas en su búsqueda democrática; varios gobiernos llegan al poder mediante procesos electorales legítimos con programas de izquierda que apelan a la independencia y autonomía nacionales. Constatamos así que el siglo XXI ofrece nuevas perspectivas institucionales, y nuevos actores en la escena pública y ciudadana latinoamericana. Otra celebración del Bicentenario está emergiendo. Ella recupera la voz de los excluidos, sus demandas postergadas. El Foro Social Mundial y el Grito de los Excluidos… En parte como fruto de la resistencia contra las políticas neoliberales que impulsan las burguesías nacionales globalizadas, en parte como resultado de procesos sociales constructores de alternativas, nuestra región latinoamericana ha jugado un rol protagónico en la emergencia de nuevos actores sociales. Por una parte, la oposición popular a la implantación de tratados de libre comercio en nuestros países y muy particularmente del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) -que trató de imponer la política comercial de Estados Unidos en el continente-, fueron enfrentados por organizaciones sociales que lograron converger en amplias demandas de independencia y soberanía nacionales. De hecho, la iniciativa estadounidense del ALCA fue derrotada como propuesta continental. Por otra parte, la ciudad de Porto Alegre, Brasil, vio nacer el Foro Social Mundial, cuyo lema: “Otro mundo es posible”, expresa la aspiración de cambios favorables para nuestras poblaciones excluidas de los “beneficios” del desarrollo y la globalización. Un conjunto de demandas recogidas por el llamado movimiento altermundista, que ha permitido la comunicación entre personas y agrupaciones que enfrentan problemas locales, nacionales, internacionales y globales, que están conectados entre si. Un movimiento que merece particular atención, para los fines de comprender mejor las voces que se alzan en nuestra región, es el Grito de l@s excluid@s. Un nuevo movimiento social que combina la denuncia de los conflictos vividos por personas de carne y hueso, que se han decidido a intercambiar sus experiencias de resistencia frente a los impactos perversos de la globalización neoliberal, y a elaborar un programa de acción que convoque a la ampliación de la resistencia y a la solución de demandas que bien pueden encuadrarse en el grito por una auténtica independencia, tanto en lo relativo a la soberanía del Estado-nación como a la fundación de nuevas relaciones internacionales. Además del Grito de l@s excluid@s y otras redes de organizaciones latinoamericanas, la novena edición del Foro Social Mundial, realizada en Belem, Brasil, del 27 de enero al 1 de febrero de 2009, reunió mas de 100 mil asistentes de 132 países. Los movimientos sociales instalaron numerosos espacios de discusión, enfoques y análisis de aspectos diversos de la realidad, desde los agrocombustibles y la soberanía alimentaria, el derecho al agua y el medio ambiente, la vivienda, el suelo urbano, la tierra y la cuestión de los desalojos y las alternativas autogestionarias, la crisis financiera global, hasta la redimensión del papel de los nuevos movimientos en el estadio considerado por algunos como postneoliberal, signado por la emergencia de gobiernos progresistas en el continente y como lidiar autónomamente los movimientos sociales presionando en favor de la profundización de los cambios Se reafirmaron resistencias sociales contra los efectos devastadores del capitalismo: guerra, combinación explosiva, única en la historia humana, de tres crisis simultáneas: energética, financiera y ambiental, que han llevado a la polarización económica, al empobrecimiento mayoritario, desigualdades y exclusiones sociales sistemáticas. También se afinó una agenda social alternativa, producida mediante reflexión y diálogo entre quienes cotidianamente construyen esa otra manera de actuar y convivir, de procesar paralelamente demandas y propuestas de solución. Se definieron alternativas sectoriales mediante modelos de gestión colectiva democrática del agua, tierra, vivienda y crédito, una carta laboral, así como movilizaciones mundiales por otro sistema financiero, por la paz mundial, la cooperación y un desarrollo sustentable “antiimperialista, feminista, ecológico…” En una actitud convergente, los movimientos sociales identificaron su quehacer común; los indígenas llamaron a una Movilización Global en defensa de la Madre Tierra; organismos planetarios como Vía Campesina o la Asamblea de Movimientos Sociales, comunicaron sus conclusiones que precisan acciones y sueños a realizar. Se reivindicó la diversidad intercultural e interreligiosa con críticas a la dominación neocolonial. Una teología de la liberación revalorizada cree que “otra iglesia es posible”. Elementos infaltables del grito de llamado a una Segunda Independencia. La riqueza del FSM para entrelazar escalas socioespaciales es manifiesta. Por la ubicación estratégica de Belem, el Foro Panamazónico ocupo todo un día de actividades. Siete países aportan partes para la Amazonía, territorio emblemático de la biodiversidad asediada. En más de 100 localidades de una treintena de países “Belem Ampliada” le dio densidad mundial al Foro; donde hubo actividades en esa semana de acción global. Destacó la discusión sobre Lo Alternativo, pues el diagnóstico sobre la dimensión de la crisis mundial del capitalismo es heterogénea ¿crisis terminal o eficiencia adaptativa? No es lo mismo ser anti-neoliberal que anticapitalista. Y, el significado del Post-neoliberalismo confronta la disyuntiva entre cambio y reproducción capitalista. Lo realmente alternativo para el FSM, es entonces el socialismo del siglo XXI, concepto en el que compiten gobiernos y pueblos: consensos de abajo hacia arriba o decretos verticales estatistas. Los discursos de cinco presidentes (Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela) en Belem, evidenciaron un nuevo protagonismo del Estadonación, en su contribución a la agenda mundial alternativa. Frente al hiperrealismo del estado-centrismo neoliberal –su máxima expresión Estados Unidos-, asoma la alternativa del Estado social nacional, factor decisivo del grito de la Segunda Independencia. Ese Estado social con programa nacional-global, deja interrogantes. Si los movimientos sociales son antisistémicos ¿cómo se pueden relacionar con el mundo instituido heredado? Particularmente con el complejo entramado de procesos electorales, gobierno y régimen político ¿Cómo se formulan nuevas Constituciones nacionales, en tanto pactos sociopolíticos incluyentes, pluralistas? ¿Qué significa construir actores con nuevas formas de ciudadanía en este marco nacional-global? Los migrantes, o los ciudadanos de los bloques comunitarios regionales ¿tienen derecho a doble ciudadanía, a una ciudadanía supranacional, a una ciudadanía mundial? Dispersar el poder, más que descentralizarlo ¿contribuye a la autonomía étnica y regional, al protagonismo local? ¿Cómo derrotar las reacciones oligárquicas regionales y de poderes fácticos contra ese poder local-global democrático? ¿Quién lleva la mano en la generación de relaciones Sur-Sur, los gobiernos, los pueblos, la “sociedad civil”? Los Derechos Económicos, Sociales y Culturales cobraron centralidad en el FSM. Su vulnerabilidad, tanto como su promoción y activa defensa mostraron su vigencia como alternativa para la convivencia, sin inseguridad pública, sin diversas manifestaciones de violencia guerrera o invasora y agresiones contra mujeres, viejos desvalidos; sin militarización de la seguridad pública que criminaliza la protesta pública; con derecho a manifestarse contra el malestar, la desigualdad y la exclusión. Para concluir este ensayo, presento algunos aspectos que son complementarios respecto de las proposiciones de corte sociopolítico, tales como las que elabora el Foro Social Mundial. Esta complementación es particularmente importante para el caso mexicano, pues al mismo tiempo que celebramos el Bicentenario de la Independencia, conmemoramos el Centenario de la Revolución de 1910. Retomo la propuesta de contenidos democráticos y democratizantes, horizontales y para la totalidad de la población, que harían del Bicentenario un hito cultural, para todos nuestros países; adapto las que Mempo Giardinelli enumeró para el caso argentino 4: 1. El Bicentenario es oportunidad de reafirmación cultural, entendida como compromiso y acción, estatal y privada, para recuperar valores tradicionales, rediscutidos, resignificados y reconfirmados en su esencia. 2. Es oportunidad de construir [un país reasentado] en esos valores: honestidad, decencia, esfuerzo, solidaridad, respeto al derecho ajeno, orgullo de pertenencia, educación universal y gratuita, lectura para todos/as. 3. Es oportunidad para erradicar la marginación sociocultural: la miseria, el analfabetismo, el racismo, la discriminación en todas sus formas, son inadmisibles en [cualquier país]. 4. Es oportunidad para restablecer sistemas de control público y/o estatal, democráticos, transparentes, abiertos, participativos y orientados hacia el control de monopolios, la eficiencia en los servicios y el mejoramiento de la calidad de vida. 5. Y es oportunidad ideal para realizar el gran censo del Patrimonio Cultural […] provincia por provincia, con prohibición absoluta de su enajenación. El grito por la Segunda Independencia latinoamericana y por la Segunda Revolución Mexicana, es un reclamo contra la exclusión en todos los órdenes de la vida social. 4 Síntesis de la ponencia leída en Tucumán, en el 2º Congreso Argentino de Cultura, 21 de octubre de 2008. http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2008-10-21.html