Mística y espiritualidad laical
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Mística y espiritualidad laical
MÍSTICA Y ESPIRITUALIDAD LAICAL CAMINO CAÑÓN LOYES Universidad Pontificia Comillas (Madrid) Presentación En un artículo famoso, Espiritualidad antigua y actual1, el teólogo alemán Karl Rahner hablaba de la nueva espiritualidad emergente y subrayaba dos notas: más mística, es decir con más experiencia personal del Dios incomprensible, y más mundana, de mayor compromiso con las realidades temporales. Una de sus expresiones ha sido repetida desde entonces en múltiples lugares: “El cristiano de futuro o será místico, o no será cristiano”. Es decir, terminó el tiempo en nuestra sociedad occidental en que ser cristiano era una cuestión de adscripción: soy cristiano porque he nacido en tal o cual familia, en tal o cual país, me he formado en tal o cual colegio o Universidad. Este hecho lo podemos ver como un cambio positivo, porque implica un desarrollo de la libertad: soy cristiano porque decido serlo, y además quiero serlo en una sociedad que de suyo no invita a ello. Precisamente, es por esta razón, que vivirse como cristiano necesita del sustento de una fuerte experiencia de Dios. No basta la experiencia ética, por muy comprometida que ésta pueda ser. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética”, decía Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Cáritas est (n.1). Pues bien, esa experiencia de encuentro con Dios en la persona de Jesucristo, está llamada a cualificarse, y en algún sentido que precisaremos, a cultivarse como experiencia mística, lo que redundará a su vez en una vida cotidiana fecunda para los laicos en medio de los avatares de la vida profesional, familiar, de relaciones, de la actividad ciudadana y cultural ordinaria. Así pues, el gozne entre mística y espiritualidad laical, lo planteo del siguiente modo. Vivir según el Espíritu como cristiano laico en la sociedad de hoy, comporta vivir la experiencia de Dios de un modo que, según precisaremos, puede ser calificado de experiencia mística. Es decir, la espiritualidad laical conlleva una dimensión mística, si bien ésta es independiente de la condición laical, sacerdotal o religiosa, que posea quien la experimente. La “y” no es, pues, una conjunción copulativa, ya que no cabe la primera sin contener un aspecto de la segunda2. “Ser espirituales” en tiempos de inclemencia En la Carta a los Romanos, San Pablo nos invita a hacernos conscientes del tiempo en que vivimos (cfr. Rom13,11). Un tiempo, que en nuestro caso, está marcado tanto por violencia y desigualdades injustas, como por una fuerte conciencia de la 1 KARL RAHNER “Espiritualidad antigua y actual”, en Escritos de Teología, Tomo VII, Madrid 1967, 22. 2 Esta interpretación me la ha sugerido, sin ánimo de buscar analogías fáciles, el tratamiento que de la “y” hace Zubiri en las últimas páginas de su libro El hombre y Dios: “La “y” de “hombre y Dios” no es una “y” copulativa. Dios no incluye al hombre, pero el hombre incluye a Dios ¿Cuál es el modo concreto de esta inclusión? Es justo “experiencia”: ser persona humana es realizarse como algo absoluto. El hombre es formal y constitutivamente experiencia de Dios” (XAVIER ZUBIRI, El Hombre y Dios, Madrid 3ª edición, abril, 1985, p.379). 1 dignidad humana, por el reconocimiento de la pluralidad cultural y religiosa que configuran las sociedades de las que formamos parte, por la levedad de los vínculos con que nos ligamos entre nosotros. También reconocemos en nuestra cultura el peso de las inmensas y ambivalentes posibilidades de la ciencia y la tecnología junto a la fragilidad que esa ambivalencia comporta para el ser humano, y busca en la ética los límites al principio: “todo lo que puede ser hecho por la tecnología, ha de hacerse”. Un tiempo pues en el que necesitamos tomar conciencia de las consecuencias que todos estos aspectos tienen para la dimensión religiosa de la vida del hombre3. No es éste el lugar para analizar los rasgos de nuestro presente pero pensemos, por ejemplo, en la mentalidad científico-técnica generada por los gigantescos progresos de la ciencia y la técnica. Esta mentalidad lleva a muchos a una posición naturalista, entendiendo por ella la de quienes se sitúan ante la vida sin atisbar, en unos casos, o sin aceptar en otros, ninguna dimensión trascendente. Hemos escuchado no hace mucho la afirmación, amplificada por los medios de comunicación, de un físico famoso, S. Hawkins, “el mundo no necesita de un creador”. Y hace un año conocimos una campaña promovida por un importante genetista, J. Dawkins, que anunciaba en los autobuses urbanos de algunas grandes ciudades “Dios no existe”. Pero nuestro tiempo es sobre todo complejo y plural, y nos sorprende también con situaciones en las que constatamos cómo Dios tiene mil maneras, para cada uno la suya, de mostrar su modo de existir. Basta recordar el acontecimiento vivido en Chile del rescate de mineros sepultados bajo una mina. Acontecimiento que fue seguido por televisión en todo el planeta, con sobrecogimiento y alegría, por el número más grande de telespectadores hasta ahora nunca registrado. Las declaraciones de uno de los mineros que ha querido hacer pública su lucha personal, nos han conmovido a todos: “He luchado con Dios y con el diablo, y ha triunfado Dios, me he agarrado a la mejor mano”. Un tiempo, el nuestro, en el que pueden ser oídas simultáneamente palabras que expresan experiencia de Dios junto a otras que niegan su existencia. Nada puede darse por obvio en nuestro momento de profundo cambio. Por eso, puesto que hablar de espiritualidad presupone asumir que además de materia hay espíritu, hemos de asumir que este supuesto en nuestra cultura ambiente no es una evidencia. Desde la antigua Grecia hasta hoy, ha habido siempre filósofos y científicos que han afirmado: “sólo hay materia”, y si bien la física del siglo XX ha evidenciado que en realidad no sabemos con precisión qué es la materia, y consiguientemente, mal podemos sostener esa afirmación4, esa mentalidad ha permeado nuestra cultura bajo la forma más compleja de un naturalismo construido al calor de las teorías de Darwin, con posiciones filosóficas y vitales que van mucho más allá de lo que las teorías científicas vigentes pueden garantizar. Hay una concepción en ciertos ambientes de que la ciencia es el único camino válido de acceso al conocimiento, y por más que la filosofía en nuestros días haya desarrollado líneas críticas con ella, sigue impregnando, de hecho, un amplio sector de 3 La Iglesia Católica ha sentido la necesidad de crear un nuevo organismo para enfocar y desarrollar lo que se ha llamado nueva evangelización, y que Benedicto XVI describía con estas palabras: “Esta misión [la evangelización] ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas según los tiempos, las situaciones y los momentos históricos. En nuestro tiempo, uno de sus rasgos singulares ha sido confrontarse con el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde hacía siglos parecían impregnadas por el Evangelio” (BENEDICTO XVI, Motu proprio Ubicumque et semper, 21 de septiembre de 2010). 4 Cfr. ULISES MOULINES, “Por qué no soy materialista”, Crítica XI (1977) 26. Este artículo ha sido reeditado en JAVIER ESQUIVEL (ed.), La polémica del materialismo, Madrid 1982. 2 las creencias en muchos ambientes. Y esto es lo más grave, pues no es sólo una cuestión relativa al conocimiento, sino que se ha convertido para muchos en cuestión de creencia. Es decir, muchos sostienen y viven de acuerdo con la convicción de que lo único que existe es lo que puede ser conocido por los métodos de la ciencia, en continuidad estricta con la materia y los métodos de acercarse a ella. Dios ha dejado de estar presente en esos ambientes, donde se piensa, se educa, se gobierna y se legisla bajo el supuesto de la no existencia de Dios, y bajo la convicción de que este estadio es superior en desarrollo a aquel en el que Dios estaba en el centro de las creencias que impregnan la cultura. A esto se añade, y lo denuncia Benedicto XVI, que hay países y naciones del llamado Primer Mundo, en que el bienestar económico y el consumismo – si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria– inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios”5. Este fenómeno del naturalismo se da también bajo otra perspectiva que va ganando terreno progresivamente. Es un naturalismo que si bien sólo reconoce la existencia de seres producto de la evolución de un universo sin Dios, reconoce la dimensión espiritual del ser humano. Cómo explicar esto, ha sido considerado por un autor significativo del MIT de Boston, en un libro titulado El problema realmente duro6. Este título hace referencia al ámbito de las investigaciones acerca de cómo dar cuenta mediante teorías físicas de los fenómenos de conciencia. Un conocido filósofo de la ciencia estableció una distinción entre los problemas fáciles y el problema duro. Por los primeros entiende los problemas relativos a dar cuenta de las funciones cognitivas como puede ser focalizar la atención o discriminar, mientras que el problema duro consiste en explicar por qué todos estos fenómenos han de ir acompañados de fenómenos de conciencia. Las nuevas tecnologías para el estudio del cerebro han dado lugar a un gran optimismo en la comunidad de algunos científicos, expandiendo la idea de que una teoría científica que dé cuenta de la conciencia puede estar próxima. Sin embargo, hay autores que sostienen que a pesar del indudable progreso en el estudio de los relatos neuronales con los fenómenos de la conciencia, persiste un “salto explicativo”7. El problema realmente duro consta que en esta cultura que sólo parece reconocer la materia, se da un hecho innegable: la búsqueda de significado y sentido de la vida humana. Podemos decir en algún sentido muy fundamental, que no vivimos gracias a las cosas, sino gracias al significado de las cosas. Emerge así el reconocimiento de una dimensión no material, la dimensión espiritual y con ella la posibilidad y la necesidad de su cultivo, es decir de una espiritualidad. Para el autor del libro mencionado, su reflexión le parece suficiente para concluir la existencia de una espiritualidad sin Dios. Desde los años sesenta del pasado siglo, abunda la literatura en la que hablar de espiritualidad no remite necesariamente al cultivo de la interioridad humana habitada por el Espíritu de Dios8. Algunos autores9 consideran que en la actualidad la espiritualidad es un fenómeno de de fin de siglo, que habla de la experiencia de 5 BENEDICTO XVI, Motu Proprio Ubicumque et Semper, 21 de septiembre de 2010. OWEN J. FLANAGAN, The Really hard Problem: Meaning in a material World, Cambridge 2007. 7 La revista científica Journal of Consciousness Studies reserva un apartado al cual se invita a los autores a referirse a él como el “problema duro”. 8 Puede verse el libro LAURENCE BROWN ET AL. (Edd.), Modern Espiritualities. An Inquire, Oxford 1997. 9 Entre otros MARGARET CHATTERJEE, “The Smorgasbord Syndrome: availability Reexamined”, en Modern Spiritualities. An Inquiry, L.Brown et al (edd.), Oxford 1997, 20ss. 6 3 inseguridad ontológica que hoy viven muchos y, más psicológicamente, que habla de la fragmentación del yo. O también, que pueda significar protestas contra estructuras autoritarias tales como iglesias establecidas, o más en general protestas contra una cultura homogeneizada. Otra cuestión es si al hablar de espiritualidad podemos entender que estamos en un territorio intermedio entre la religión y lo secular. Hoy hay nuevos estilos para la religiosidad, como podemos comprobar en algunos rituales que tienen un fuerte elemento secular, también en la forma de servicio y de solidaridad. Por otra parte, en las últimas décadas, la espiritualidad de la llamada New Age intenta renovar nuestra comprensión de la naturaleza y de nuestro lugar en el cosmos, renovar nuestros modos de generar y valorar las relaciones humanas, con especial incidencia en las cuestiones de género. Considero que, además de los límites que podamos encontrar en ella, podemos también reconocer su contribución a la revisión que las iglesias cristianas han hecho en sus ideas y sus prácticas en relación a estas cuestiones. Un ejemplo es la conocida como espiritualidad del cuerpo10. No faltan quienes relacionan la espiritualidad con la elección de ciertos estilos de vida, no tanto en el sentido de optar por algo previamente existente a lo que te unes, como de crear algo, quizás con similitudes respecto de algo conocido. Este tipo de creatividad no necesita, en principio, ninguna relación con la religión. Cuando Kandinsky escribió acerca de la vida espiritual como un complicado pero definido movimiento hacia arriba, estaba hablando de la forma de vida del artista. Así pues, hablar del tema que nos ocupa requiere, de entrada, hacernos conscientes de que en la cultura propia del tiempo que vivimos “espiritualidad” no tiene un significado unívoco, antes bien, hay elementos integrantes de la misma que llevan a proponer espiritualidades bajo supuestos muy distintos a los que aquí estamos considerando. La solidaridad, el servicio, una forma de vida consagrada a la creación artística e incluso, como hemos dicho, la misma creencia naturalista tiene la pretensión de sustentar propuestas de espiritualidad que no necesiten remitirse al Espíritu de Dios. En el mundo en el que yo crecí, la palabra “espiritual” pertenecía al campo semántico de “religioso”, casi como un sinónimo; así como “religioso” a su vez, en el uso del tiempo, era equivalente a cristiano-católico. Hoy sin embargo, nos hemos desplazado a otro tiempo, no hay ya lugares comunes, y el espacio de encuentro con nuestros contemporáneos está próximo a lo expresado en unas palabras del poeta Rainer Maria Rilke: “No sé de qué viene, pero todo me afecta más hondamente y no se detiene allí donde antes terminaba. Tengo un espacio interior que hasta ahora ignoraba que existía. Ahora todo se dirige hacia allí. No sé qué es lo que pasa allí”11. 10 Pueden verse por ejemplo los libros de EMMA MARTÍNEZ OCAÑA, Cuando la Palabra se hace cuerpo de mujer, Madrid 2007; Cuerpo espiritual, Madrid 2009, ambos publicados por la Editorial Narcea. 11 Son palabras de su personaje literario Malte, citadas por OTTO BETZ, “Aprendo a Ver. El poder sintetizador del arte”, Christ in der Gegenwart 2(2003). Traducido e incorporado en la "web" con el consentimiento del autor y de la revista CiG. La referencia de la obra de Rilke es la siguiente: RAINER MARIA RILKE, Los Apuntes de Malte Laurids Brigge, Barcelona, 1981,175. Traducción de: Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge, 1910. 4 Y quizás a nosotros, como en otro tiempo a Pablo en Atenas, se nos invita a salir a los nuevos Areópagos de hoy, y dirigirnos a los muchos contemporáneos nuestros, que se identifican de un modo u otro con estas experiencias. Ellos también pueden hacer suya la palabra de San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. Compartamos con ellos el descubrimiento de que ese espacio interior está habitado por el Espíritu de Dios, de este Dios, para tantos hoy, desconocido. Espiritualidad laical Si nos acercamos por un momento a las narraciones de los Evangelios, podemos observar cómo Jesús durante su vida introduce a sus discípulos en una forma nueva de vivir, en una manera nueva de relacionarse, en perspectivas inéditas para contemplar los acontecimientos y los sucesos, para vigilarlos para darles solución. En las vísperas de su pasión, transmite la confianza de que no les dejará solos, de que el Espíritu seguirá hablando de El. Y en su despedida después de resucitado les hace el encargo, les da la misión: id por todo el mundo y anunciad el Evangelio, les hace partícipes de su propia misión: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. (cfr. Mc 16,15; Jn 20,21). O en el lenguaje de las parábolas: “Id también vosotros a mi viña”( Mt 20,4.7). En el lenguaje del tema que nos ocupa, diríamos que espiritualidad y misión son dos caras de la misma moneda. La misión es el envío, el encargo; la espiritualidad, una forma de vida que transparenta la familiaridad con los sentimientos de Jesús, sus modos de hacer y mirar, de relacionarse con los hombres y con Dios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo se va realizando esta proclamación de la Buena Noticia y cómo van naciendo las primeras comunidades. La dimensión comunitaria de la fe aparece desde el inicio ligada a la misión y al sostenimiento de la forma de vida orientada por el espíritu de Jesús. Los cristianos se reconocen como hermanos, tal como Jesús había dicho: “todos vosotros hermanos” (Mt 23,8). Realizan obras de caridad (cfr. Hc 4,34-37), hacen oración (cfr. Hc 12,12). En los textos hay nombres propios, hay nombres de profesiones diversas: médicos, comerciantes; hay esclavos y señores y esclavos, en fin gentes de toda condición: hombres y mujeres, matrimonios, viudas, célibes. El final de la Carta los Romanos (16, 5-13) es un ejemplo muy bello de cómo en una comunidad cada persona es importante, todos los colaboradores se han fatigado de distintos modos en su implicación por extender la buena noticia del Señor. La misión de evangelizar no es una tarea de individuos aislados, el encargo se recibe como miembros de un solo cuerpo, sabiendo que uno sólo es el Señor, y que lo que a cada uno se le ha dado es para la utilidad común (1Cor 12,4-7). Amigos de Jesús, miembros de un pueblo santo, templos vivos, que sabiéndose unidos fuertemente a Cristo, como los sarmientos a la vid, van tomando conciencia a impulso del Espíritu de ser y estar en el mundo al modo de la sal y al modo de la luz. El envío a realizar esta misión de la buena noticia con la palabra y con la vida, es recibida como una vocación a participar de la santidad de Dios. Hoy, después del Vaticano II, comprendemos bien unas palabras de San Gregorio Magno recogidas en la exhortación post-sinodal Christifideles laici, quien, predicando al pueblo, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: «Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor» (ChL n. 2). Es decir, participar en la misión evangelizadora es inseparable de nuestra 5 espiritualidad, que no es otra cosa que nuestro modo de vivir, y de actuar a impulso del Espíritu, en las nuevas situaciones que cada época tiene, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales. Ante ellas “a nadie le es lícito permanecer ocioso” (ChL n. 2). La espiritualidad laical no se caracteriza por las cosas que tengamos entre manos: trabajo, familia, ocio, etc. sino que depende de un sujeto plenamente comprometido en la situación secular, la propia de la inmensa mayoría de los hombres12. Es ésta una afirmación que puede resultarnos obvia, pero que encierra algo muy importante que conviene explicitar. Lo primero, las cosas que hacemos, lo tenemos en común con nuestros conciudadanos, sean o no cristianos, sean o no católicos laicos; sin embargo, la especificidad está en el sujeto mismo que se relaciona con esas cosas, su ser, su modo de hacer, su comunidad de referencia. Destacaré tres rasgos en torno a los cuales se constituye la especificidad de ese sujeto en el cultivo de una vida guiada por el Espíritu de Dios y orientada a anunciar el Mensaje de Jesús, en las condiciones ordinarias de la vida. 1. Vivimos un misterio de comunión Formamos parte del cuerpo de Cristo animado por el Espíritu, y participamos en la comunión de la Iglesia. En este misterio de reciprocidad, nos ofrecemos unos a otros los dones que habiendo sido recibidos, hemos de saber cultivar. Esta dinámica comunitaria alcanza en la liturgia su mayor intensidad, y en el tejido de vínculos fraternos y de amistad al modo de Jesús, la expresión de una dinámica humana muy plenificante. Poco después del Concilio, Pablo VI comentaba: “La Iglesia es una comunión. ¿Qué quiere decir en este caso comunión? […]. Comunión de los santos quiere decir una doble participación vital: la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión a Cristo y en Cristo; y unión entre los cristianos dentro la Iglesia”13. Un misterio de comunión con Cristo, y a través de El con el Padre. “Aquel día – dice Jesús– comprenderéis que Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14,20). Estamos llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia. La imagen de la viña, usada con significados diversos, expresa no sólo el envío, la misión, como decíamos más arriba, sino que desde un punto de vista más interior, los laicos no somos simplemente los obreros que trabajamos en la viña, sino que formamos parte de la viña misma: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (Jn 15,5), dice Jesús. Este mismo Espíritu de Jesús que genera comunión en el interior de la Iglesia genera también una conciencia entre los cristianos de comunión con todo el género humano. Esta dimensión de la fe sustenta una ética universalista que constituye un desafío concreto en las circunstancias ordinarias de la vida: No hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre, todos son para el cristiano hijos de Dios, y en los diversos quehaceres que los laicos tenemos la sociedad hemos de guiarnos por este principio que tiene traducciones muy exigentes, en particular, el reconocimiento del principio y del pacto de la igualdad de todos. En esa doble perspectiva de comunión a la que aludía Pablo VI, la nueva evangelización, –dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a enteros grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas– está 12 13 GERALD PHILIPS, Misión de los seglares en la iglesia, San Sebastián 1956, 247. Citado en ChL n. 19. 6 destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga alimentar una espiritualidad laical que se alimente en la participación habitual de la experiencia de compartir, de participar en la escucha de la Palabra y en la Eucaristía, hasta generar la experiencia de que si un miembro sufre, sufren con él todos los demás miembros; si a un miembro lo honoran, de ello se gozan con él todos los demás miembros (cfr. 1Cor 12). Un misterio de comunión en el interior de la Iglesia, de la que somos parte y participamos del oficio sacerdotal, profético y real. Por la participación en el oficio sacerdotal, en palabras del Concilio Vaticano II, diríamos que: “Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo”.14 La participación en el oficio profético de Cristo, nos habilita y compromete como laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía. Y en tercer lugar los laicos vivimos la realeza cristiana, interior, de discernimiento y de elección espiritual para que con nuestra propia vida podamos anunciar el reino está cerca: que el bien vence al mal, que nuestros propios sentimientos recuerdan a los de Jesús, y que tenemos un corazón disponible y una actitud de entrega para servir, en justicia, en caridad y en verdad, especialmente a los más pequeños (cf. Mt 25,40), de modo que, cada uno a su modo, pueda repetir las palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,1819; cf. Is 61,1-2). 2. Somos barro transparente Los cuerpos opacos no permiten que la luz penetre en su interior y, por lo mismo, no tienen la posibilidad de emitir luz desde su núcleo. En las condiciones ordinarias de la vida, la opacidad es característica corriente de personas y de situaciones que las hace si no sospechosas, cuando menos no admirables. El anuncio del Evangelio exige personalidades que al estilo de Jesús comuniquen a otros lo que han recibido del Padre. Por eso uno de los rasgos de la espiritualidad laical es la transparencia. Hemos de hacernos símbolos que permitan, al vernos, ir más allá de nosotros mismos. Lo expresa bien un autor: “Así que mucho depende de hallar símbolos que, sin ser determinantes, dejen transparentar otro nivel. Sólo esta transparencia los hace aptos para permitirnos ir más allá de los límites del pensar conocido hasta ahora y alcanzar la necesaria apertura”15. La espiritualidad laical requiere de formas sencillas y auténticas. Es la dimensión del ser la que se transparenta a través de ellas. Pedro Poveda decía que quería que los miembros de la Institución Teresiana, por él fundada, fueran “comunes en lo exterior, y singulares con la singularidad del espíritu de Cristo, en su interior”, es decir personas capaces transparentar en las condiciones ordinarias de la vida, en el ejercicio de sus 14 Lumen Gentium, cap. IV, nº 34 15 OTTO BETZ, “Aprendo a Ver. El poder sintetizador del arte”, Christ in der Gegenwart 2 (2003) (Ver nota 11). 7 trabajos, de sus responsabilidades, el gran tesoro del Espíritu de Cristo. Es una espiritualidad que comporta un testimonio en el obrar nacido sencillamente de lo más hondo de la experiencia espiritual del sujeto. No se trata de la grandeza de las obras, sino de la calidad de vida unificada, integrada, del sujeto que la realiza. Es el espíritu quien da brillo a la obra, para que el cristiano sea testimonio viviente del misterio. Hombres y mujeres de Dios, hombres y mujeres que han visto a Dios y en quienes se ve a Dios. El ver a Dios hace semejante a él y a que no se trata de una contemplación teórica, sino de una verdadera transformación del ser. La espiritualidad laical en nuestro tiempo es un modo de vivir capaz de transformar el plural de la abundancia de ofertas y de experiencias y de reclamos de nuestro entorno, al singular de una intensidad centrada en el corazón, en el hombre interior, de donde brotan los pensamientos, las decisiones, las pasiones, los mejores sentimientos. De allí brota la caridad en la verdad de la que habla Benedicto XVI. Y esto es así porque es en ese núcleo de interioridad donde el rostro de Dios brilla y salva, donde nos muestra su verdad y su belleza, donde nos abre al bien, donde nos permite atisbar la participación en su santidad, es decir en su ser de Amor. La dinámica de la oración y la vivencia y acompañamiento del sufrimiento desde ese núcleo interior, hace posible la transparencia de la esperanza y de la fuerza para resistir la dureza de la vida. La tensión hacia la santidad aparece así como un signo luminoso del infinito amor del Padre, de manera que las actividades de la vida cotidiana se convierten en ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad de amor, así como también de servicio a los hombres. Justicia y santidad se reclaman pero no se confunden. “Tras el proyecto de construir la justicia sin santidad puede esconderse una nueva forma, muy actual, de justificarnos, de dar valor y sentido a nuestras vidas, por las obras de la Ley. […] La justicia no es para el cristiano una asignatura optativa; y por cierto no cualquier justicia, sino la justicia humanizadora de un Dios que ama a los hombres y que envía su Hijo al mundo para que tengan vida. […] Sólo cuando atisbamos el Misterio nos ponemos en nuestro sitio y podemos vivir la vida que nos corresponde, que es una vida regalada”16. Y esta misma dinámica de una vida nos agotan la justicia y se abre la santidad de Dios, nos introduce en el tercer y último rasgo con el que caracterizamos aquí la espiritualidad laical. 3. Co-creadores en tensión saludable El tercer rasgo de la espiritualidad laical, se refiere a la tensión inherente de una vida activa propia de quien está inmerso en los negocios y preocupaciones de la vida diaria, y la necesidad del cultivo de vida interior, por la iluminación de la Palabra, del contraste por la comunidad, de la contemplación del misterio, propio de quien busca allí la fuente y la fuerza y el sentido de su obrar. En este mundo inacabado y siempre en devenir, el laico participa de la acción de Dios de múltiples maneras. El cuidado de la naturaleza, el cuidado de la vida diaria de las personas débiles, la rutina de preparar cada día las condiciones básicas para seguir viviendo, o la fabricación con la fuerza de su inteligencia de nuevos espacios que mejoren las condiciones de vida humana, disminuyendo el hambre, posibilitando 16 Estas palabras están tomadas de un texto inédito de Augusto Hostal Alonso, pronunciado como conferencia en unas jornadas organizadas por la Cátedra de historia de la Institución Teresiana en los Negrales los días 2 y 3 de octubre de 2010. 8 mejores viviendas, protegiendo los pies con mejores zapatos, o construyendo vías de comunicación y nuevos artefactos. También creando objetos bellos, poblando el mundo de objetos de arte, y promoviendo espacios de realización de la libertad humana. La tensión saludable viene a ser una tensión que se nutre de la lucidez de quienes se han sentido de algún modo iluminados por la santidad de Dios, y precisamente por ello perciben la distancia del modo como los seres humanos nos tratamos entre nosotros, y el modo como somos amados por Dios. Esta distancia se traduce en situaciones de desigualdad e injusticia. Y recordémoslo, la justicia no es para el cristiano una asignatura optativa; y por cierto no cualquier justicia, sino la justicia humanizadora de un Dios que ama a los hombres y que envía su Hijo al mundo para que tengan vida17. La transformación de nuestras estructuras nunca del todo justas, la educación de los niños y jóvenes abriéndoles estos horizontes y estas perspectivas, la compasión activa con los que sufren, la solidaridad cercana con quienes padecen la exclusión, hacen que el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de nosotros los laicos, porque es ese mundo, no hay otro, el que está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo y son sus hombres y mujeres los que esperan recibir el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia les es deudora ¡El hombre es amado por Dios! La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti Cristo es “el Camino, la Verdad, y la Vida!” (Jn 14,6)18. Tensión saludable para el camino espiritual de quien accede cada día a las dos experiencias polares del vivir humano: el sobrecogimiento de la santidad de Dios que nos envuelve, amor, belleza como verdad, con entrañas de misericordia, y por otro lado, el también misterio profundo del sufrimiento humano. Poner en conexión en sus dos polos en la propia vida, en las condiciones cotidianas, es tarea siempre abierta, siempre permanente, siempre acreedora de la bienaventuranza de Jesús. Esta “visión” de la santidad de Dios y la experiencia de su amor y de su misericordia, abre a un mundo de sanación de soledades, de sufrimientos, donde la compasión y la gratuidad van por delante de los intereses de poder o del mero egoísmo. Mística En una publicación reciente, Juan Martín Velasco afirmaba: “El pasado siglo XX en el que se ha producido en los países occidentales la extensión y la radicalización del proceso de secularización, ha sido a la vez el siglo en el que más atención se ha prestado a la mística y más se ha estudiado la obra de los grandes místicos, sobre todo de la tradición cristiana….”19. Asistimos a la proliferación de nuevos movimientos religiosos, la aparición de movimientos radicales en las grandes religiones, la emergencia de grupos que podrían ser cualificados como sectas y, en el ámbito de la filosofía, la cuestión de Dios y de la religión han reaparecido de un modo nuevo, las relaciones entre la fe y la ciencia son objeto de numerosas publicaciones y de la creación de sociedades interdisciplinares 17 Cfr. AUGUSTO HORTAL ALONSO (Ver nota anterior). Cfr. ChL n. 34 19 JUAN DE DIOS MARTÍN VELASCO, “El hecho místico. Ensayo de fenomenología”, Diálogo Filosófico 77 (2010) 237. 18 9 internacionales que se ocupan del tema. Estos fenómenos han llevado a algunos a preguntarse si no estaremos asistiendo al “reencantamiento del mundo”; si no estaremos ante un “rumor de ángeles”, indicador de un nuevo tiempo de postsecularización. Quizás sea la mística una de las componentes principales de ese rumor de ángeles en nuestra cultura occidental durante las últimas décadas. Y en un mundo de pluralismo religioso, la mística aparece como el punto de encuentro entre creyentes de distintas religiones. Al recorrer la evolución de la “mística” a lo largo de la historia, el jesuita y psicoanalista Michel de Certeau muestra que en el siglo XVI el término “místico” comienza a ser usado como adjetivo que, reemplazando a “espiritual” o “contemplativo”, remite a una “manera de hablar”, a un “estilo” a través del cual se vuelven perceptibles los viajes indecibles de la vida interior. Se multiplican así, durante ese siglo, los Discursos, Elucidaciones, Instituciones, Cuestiones o Tratados “místicos”, en los que “místico” marca el límite entre la descripción de lo visible y la denominación de algo oculto. De esta forma, primero, se convierte en “místico” todo objeto –real o ideal– cuya existencia o significación escapa al conocimiento inmediato; para llegar, luego, sobre todo en el siglo XVII, a constituir el nombre de un saber que se organiza alrededor de los hechos extraordinarios y les da un espacio propio: “la mística”20. Esta mutación lingüística, a través de la que la palabra “mística” se convierte en sustantivo y se constituye en un saber autónomo, desligado ya de la teología mística, manifiesta la importancia que se concede ahora al sujeto, a las prácticas del lenguaje, prácticas del espacio, usos del tiempo, etcétera. “Estas prácticas están especificadas por unos protocolos; tiene ‘recorridos’ propios; se caracterizan por formalidades o ‘estilos’, como por ejemplo, hay ‘estilo’ en pintura”21. Cuando la destrucción de las certezas medievales abre paso a la incertidumbre, en los umbrales de la modernidad europea, la Iglesia se fractura. Para Michel de Certeau, la mística de los siglos XVI y XVII da lugar a “una nueva “forma” epistemológica con los textos que se dan el título de “místicos”. Estos se distinguen de otros textos, contemporáneos o pasados (tratados teológicos, comentarios de la Escritura, etc.), y son irreductibles a ellos. Como en el análisis de otros fenómenos, podemos distinguir también aquí dos corrientes que se constituyen como polos de un continuo. Una de tipo “esencialista”, y otra de tipo “constructivista”. La primera supone la existencia de un núcleo esencial idéntico todas las tradiciones, que se diversifica sólo por las interpretaciones culturalmente diversas que se dan de ese núcleo esencial. Y como no podía ser menos, la de corte constructivista insiste en el influjo decisivo del contexto, de la cultura, y la interpretación, sobre la experiencia. En las últimas décadas, la posición esencialista ha quedado cuando menos cuestionada, al ponerse de relieve que todas las experiencias son necesariamente experiencias mediadas, pues toda experiencia es experiencia interpretada, A ello hay que añadir, que la influencia del segundo Wittgenstein, hace ver que el lenguaje místico es un juego de lenguaje que comunica experiencia de sentido dentro de la comunidad 20 Cfr. MICHEL DE CERTEAU, La fábula de mística : siglos XVI-XVIII, (Traducción de J. López Moctezuma), Universidad Iberoamericana. México 1993, p. 137 21 Cfr. MICHEL DE CERTEAU, Historia y Psicoanálisis entre ciencia y ficción. (Traducción de. Mendiola) 2ª edición. Universidad iberoamericana, México, 2003, 70. 10 concreta que entiende dicho lenguaje, pero que puede no aportar ningún significado especial en otros contextos. 22 Siempre queda la tensión entre ambas posiciones, pues aunque los lenguajes sean cultural y contextualmente mediados, cabe la reserva de si alguien introducido en esas mediaciones pudiera desarrollar la capacidad humana para comprender ese lenguaje. Piénsese por ejemplo en la diversidad de lectores entusiasmados por las obras de Teresa de Jesús a lo largo de los siglos, procedentes de una gran diversidad de culturas y viviendo realidades sociales muy distintas. Pues la experiencia y su expresión en el lenguaje, en los múltiples símbolos utilizados, nos remite a la presencia original del misterio, que es el contenido de la experiencia y el referente de ese lenguaje, el verdadero eje central de la estructura del fenómeno místico. En efecto, los elementos visibles del fenómeno místico remiten como elemento central del mismo, a las experiencias del sujeto. Unas experiencias singulares, que se distinguen porque superan el modo de relación sujeto y objeto vigente en el resto de las experiencias humanas; porque producen o comportan con frecuencia estados alterados de conciencia; van acompañadas de profundas conmociones afectivas, y llevan consigo un alto índice de referencia a la realidad. En el sujeto que vive la experiencia se produce la seguridad de estar en contacto con lo verdaderamente real. Pero todos sus aspectos remiten como a su raíz a algo más fundamental que otorga a todas esas experiencias su verdadero significado, es la referencia a un término, que los sujetos designan con los más variados nombres: el Todo, lo Absoluto, lo Divino, el Tao, Brahmán, Dios, el Espíritu, etc. En la tradición cristiana tendríamos que identificar esa raíz con Dios bajo la forma de padre de Nuestro Señor Jesucristo, que se nos da como espíritu vivificante, como el centro del alma, que en palabras de Juan de la Cruz, es Dios mismo. Se trata de la trascendencia en la más íntima inmanencia23. Podemos decir que la experiencia de los místicos, culmen de la experiencia religiosa, remite como a su contenido, su término y su raíz, a la Presencia original de la más absoluta trascendencia en lo más íntimo de la realidad y de la propia persona, que entabla con ella una relación enteramente original. Si ahora nos situamos en la situación del presente, podemos ver cómo lo místico reviste una enorme proliferación de formas, en el interior del cada vez mejor conocido fenómeno religioso, y también fuera él. El hecho ha originado una notable variedad en el uso de la palabra “mística” que algún autor ha llegado a calificar de “confusión infinita”24. Sin embargo en este modo amplio, encontramos algunas aproximaciones cualificadas de entender hoy la mística, y en ellas queremos situarnos para relacionarla con la espiritualidad laical. Mística y espiritualidad laical 22 Cfr. L. WITTGENSTEIN, Investigaciones filosóficas. México: Instituto de Investigaciones Filosóficas UNAM. 1988, parágrafos 65-71. 23 Cfr. JUAN DE DIOS MARTÍN VELASCO, “El hecho místico. Ensayo de fenomenología”, Diálogo Filosófico 77 (2010) 245. 24 JUAN DE DIOS MARTÍN VELASCO, “El hecho místico. Ensayo de fenomenología”, Diálogo Filosófico 77 (2010) 241. 11 Al inicio de este artículo, recordábamos una expresión de Karl Rahner, repetida en múltiples lugares: “El cristiano de futuro o será místico, o no será cristiano”, de manera que el gozne entre mística y espiritualidad laical, quedaba planteado del siguiente modo. Vivir según el Espíritu como cristiano laico en la sociedad de hoy, comporta vivir la experiencia de Dios de un modo que, según precisaremos, puede ser calificado de experiencia mística. La “y” entre mística y espiritualidad laical, no es una mera conjunción copulativa, pues no cabe la primera, sin contener un aspecto de la segunda. Hoy algunos teóricos de la vida espiritual hablan de la “mística de la cotidianidad”, o experiencia de Dios en la vida cotidiana, experiencia de vivir sabiéndose asentado sobre algo firme, siendo Dios ese fundamento. Dice Zubiri: “Ciertamente la experiencia subsistente de Dios no es una experiencia al margen de lo que es la experiencia de la vida cotidiana: comer, llorar, tener hijos… no es experiencia al margen de esto sino la manera de experienciar la condición divina en que el hombre consiste. […] El hombre tiene que ver en este mundo con todo, hasta lo más trivial. Pero tiene que ver con todo divinamente: justo ahí es donde está la experiencia de Dios”25. El hombre justo es alcanzado por lo Santo, de manera que su acción a favor del sostenimiento de la vida, de la justicia, de la dignidad humana cobra el brillo que le viene de lo más hondo del ser, de su experiencia de trato de amistad con quien sabemos nos ama. El siglo XX ha sido escenario de situaciones de inhumanidad como nunca se habían dado anteriormente. Así lo denuncian quienes se acercan al Holocausto nazi. Por otra parte, los medios de comunicación nos acercan cada día las situaciones de indigencia en que viven millones de personas en nuestro planeta, y si abrimos los ojos a nuestro alrededor no necesitamos ir muy lejos para encontrarnos con situaciones de sufrimiento, exclusión, de muerte. En este contexto surge una mística de la compasión y un modo de caracterizarla como “mística de ojos abiertos”26. “Ver o perecer”. Mística de los ojos abiertos27, es el título de un libro de un autor conocido, Benjamin González Buelta, S.J., en el que de alguna manera expresa su propia experiencia espiritual, podríamos decir, su propia experiencia mística. No duda en afirmar: “La mística es una dimensión de toda vida humana y no un privilegio de personas especiales, aunque en unas pueda alcanzar niveles de altísima profundidad, consciencia y expresión”28.Comparto con este autor este punto de vista, y es desde ahí desde donde afirmamos con Rahner que un cristiano en nuestro tiempo, o es místico o no es cristiano. Dice González Buelta: 25 XAVIER ZUBIRI, El hombre y Dios, Madrid 1984, 326-328. Citado por JUAN DE DIOS MARTÍN VELASCO, “El hecho místico. Ensayo de fenomenología”, Diálogo Filosófico 77 (2010) 251. 26 La expresión “mística de ojos abiertos” se debe a Johann-Baptist Metz, quien la contrapone a una “mística de ojos cerrados”: “La experiencia de Dios que se inspira bíblicamente no es una mística de ojos cerrados, sino una mística de ojos abiertos; no es una percepción relacionada únicamente con uno mismo, sino un percepción intensificada del sufrimiento ajeno” (JOHANN-BAPTIST METZ, El clamor de la tierra: el problema práctico de la teodicea, Estella 1996, 26). Benjamín González Buelta menciona, entre otros, el nombre de Teresa de Jesús, como exponente de la mística de los ojos cerrados. La monja andariega tiene sus obras llenas de alusiones a las difíciles situaciones del tiempo que le tocó vivir; no me parece acertada la caracterización que hace este autor de su experiencia mística. 27 BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, “Ver o perecer”. Mística de los ojos abiertos, Santander 2006. 28 BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, “Ver o perecer”. Mística de los ojos abiertos, Santander 2006, 62. 12 “El místico cristiano no sólo se encuentra con Dios y es consciente de ese encuentro sino que además coloca al Dios de Jesús el cetro de su corazón. Éste hecho personal cambia su visión de la realidad y su manera de situarse la vida. La mirada de Dios sobre la realidad empieza a ser también la suya. […] Al mismo tiempo, en la medida en que empieza a comprometerse por el Reino al estilo de Jesús, se encontrara en la acción con la misma experiencia del Dios que alimenta su intimidad. Necesita tener los “ojos bien abiertos” para hacer la experiencia de contemplar la cotidianidad más espesa atravesada por la luz que hace transparente el barro (2Cor 4,6)”29. Hay varios elementos aquí que conviene destacar: en primer lugar estamos ante la experiencia de encuentro, de un encuentro que colocará definitivamente al Dios de Jesús en el centro del ser. En el punto donde manan los afectos, los desafectos, las pasiones, los mejores movimientos del corazón humano. Y es desde esta perspectiva desde donde la mirada a la realidad diaria y circundante adquiere tonalidades nuevas, formas diferentes, posibilidades inéditas. Las carencias encierran potencialidades, el sufrimiento puede generar paz, en la humillación cabe la sonrisa. Se abren nuevas avenidas, en definitiva, para empeñar las mejores energías al servicio de la promoción humana, que es servicio del Reino. Pero como tantas veces sucede, el movimiento es recíproco, y en la medida que nuestra vida se desgasta, y se desvive en el mejor servicio, recibimos como regalo siempre sorprendente, siempre inesperado, una realidad con perfiles nuevos, una manifestación del barro no en su opacidad sino en su transparencia. Cuando uno se ejercita en el vivir diario en el cultivo de esta dinámica, le sucede aquello que expresaba el personaje literario de Rilke que mencionábamos al principio de esta intervención: “Aprender a ver/mirar. No se de qué viene, pero todo me afecta más hondamente y no se detiene alli donde antes terminaba. Tengo un espacio interior que hasta ahora ignoraba que existía. Ahora todo se dirige hacia allí. No sé qué es lo que pasa allí”.30 Es decir, más allá de lo que se nos muestra en las cosas en su dimensión natural, existe otra realidad que nombramos con lenguaje simbólico y que requiere ese aprendizaje del que habla Rilke. Es toda una construcción del espacio interior que centra nuestra energía hacia un punto de donde a surgir la experiencia de sentido. En el caso de la espiritualidad cristiana esa dinámica de construcción se lleva a cabo con materiales procedentes de la palabra de Dios, con claves interpretativas de la tradición espiritual de otros, y muy especial de quienes la han formulado por escrito, que con frecuencia son aquellos que llamamos místicos de nuestra mejor tradición. Dicho de otra manera el proceso de construcción del espacio interior, precisa de una dinámica que entreteje en la oración y el silencio, la experiencia de comunión con Dios forjada en el encuentro, la experiencia de comunión propia de la espiritualidad laical que describíamos más arriba, con la lucidez respecto del entorno en el que vivimos. La fuerte toma de conciencia de que esa dinámica integra el fuera y el dentro y de que es Dios mismo quien la fundamenta, es un ejercicio apasionante y sutil. Por eso mismo requiere espacios propios, tiempos de silencio y soledad. Quizás por eso algunos 29 BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, “Ver o perecer”. Mística de los ojos abiertos, Santander 2006, 30 Cfr. nota 11 62-63. 13 puedan preguntarse si una dinámica así puede ser vivida en el fragor de la cotidianeidad que es el propio de los laicos como miembros activos de la sociedad que nos toca vivir. Pero a todos se nos alcanza que estamos hablando de un cultivo de la sensibilidad que entendemos está al alcance de cualquier persona se pongan camino de ello. No se precisa tener sensibilidad de artista. Una mujer joven, que ha podido estar inmersa en un mundo superficial, cuando tiene su primer hijo, se encuentra, entre otras cosas, con una sensibilidad nueva para acercarse a él. Ella misma puede reconocer que se siente transformada, que se detiene en cosas que le eran ajenas que nunca antes había mirado. Ahora puede contemplar a su hijo o a su hija, y dedicar ratos de silencio a estar con él, es una soledad acompañada, llena de matices llena de sentimientos, con nuevas imágenes, con nuevas palabras, y también con una energía renovada fruto de la fuerza del cariño. No se trata de un símil fácilmente trasplantable, pero sí sirve para sostener la afirmación de que la capacidad para desarrollar sensibilidad forma parte de lo que somos como seres humanos, está en nosotros elegir como queremos orientarla. Y así como entrar en una relación a fondo lleva consigo el desarrollo de una sensibilidad especial que capta los deseos más útiles de la otra persona, y agranda y modificar cualitativamente las capacidades expresivas, así embarcarse en una dinámica espiritual a fondo amplía nuestro mundo interior extraordinariamente. Y para vivir esa tensión que describíamos de algún modo al caracterizar la espiritualidad laical, siempre contamos con la ayuda de maestros que nos han precedido, y de personas contemporáneas nuestras que nos pueden acompañar en esta aventura. Al modo como la lectura de obras maestras de la literatura nos sirven para poner nombre a sentimientos, deseos, situaciones etc. en nuestras relaciones, así también, la lectura de obras de maestros de espíritu facilitan la construcción de ese mundo interior que va siendo poblado con gran riqueza de elementos. Porque en esta dinámica, tan íntima y tan personal, la fantasía y los miedos se introducen a menudo, como si fueran materiales sólidos para construir el edificio. Para andar por caminos nuevos se precisa experiencia, la experiencia de quien ya se ha encontrado con esas dificultades y sabe cómo se pueden afrontar, sabe discernir, es decir sabe diferenciar entre lo que son fantasmas y lo que son dificultades que tienen referentes de realidad. Ese camino requiere a su vez paciencia, armarse de mucha verdad y no menos humildad para reconocer que no era una piedra preciosa sino un cristal vulgar lo que tenía entre las manos. Por eso, caminar por estas experiencias, construir el mundo interior de la dinámica espiritual en una vida inmersa en las realidades ordinarias, va requerir al menos dos cosas: Un acompañante experimentado en el camino, como es el que acompaña a los exploradores que se adentran en un territorio sin rutas previas y con múltiples peligros; y un contraste continuo con la vida exterior que ha de llevarse a cabo muy concretamente en el ámbito del servicio y del compromiso con los más desfavorecidos de la tierra, empezando por los más desfavorecidos del entorno donde se vive. Es esta dimensión de compromiso, de servicio, de una ética de máximos, donde hay no sólo que verificar nuestro camino de experiencia interior, sino intentar también al falsarlo es decir reconocer aquellos aspectos, aquellos modos de andar y de hacer que no conducen a una mayor disponibilidad y a un mejor servicio. La mística de la cotidianidad aparece así como la dinámica propia de quien consciente de la invitación de Jesús a dar vida y vida abundante a otros, sabe que la fuente donde ha de beber es la misma fuente de donde mana la vida de Jesús, es Dios mismo. Y para eso hay que atreverse a ir a buscar la leche y el vino de balde. Entender 14 el trabajo diario, la vida de familia, la vida de relaciones, como una dinámica que requiere de cada uno de nosotros que ofrezcamos vida a otros, sin gastarnos en el intento, está remitiendo a una fuente a dónde de hemos invitar a otros a ir. No es un manantial para nosotros, es un manantial para todos. A modo de conclusión Llegados a este punto parece obligado preguntarse qué puede decir la experiencia mística de Teresa de Jesús o la de la titular de esta cátedra, Josefa Segovia, a la vida de los cristianos laicos de hoy. En el segundo caso, las ponencias siguientes aportarán extensas respuestas a esta cuestión. En el caso de Teresa de Jesús, sólo abordar esta pregunta requeriría todo un curso, pero no quiero terminar esta intervención, sin habernos acercado a esta mística de “ojos cerrados”, en el parecer de alguno, y de ojos muy abiertos en el mío propio. Sólo un apunte servirá para confirmar lo que acabo de decir. Si nos acercamos directamente a sus textos, llama la atención que precisamente en el último capítulo de la última morada es decir en el capítulo cuarto de la séptimas moradas, donde uno esperaría encontrar un programa sólo asequible para muy pocos privilegiados y quizás retirados del mundanal ruido, predecir con los “ojos bien cerrados”, lo que se encuentra es un programa, que de inicio, parece asequible para quienes andando en medio de los pucheros de la vida, con los ojos bien abiertos, deseen de veras “servir este Señor”31. En el nº 9 del capítulo mencionado, se pregunta Teresa qué es ser espirituales de veras y la respuesta que da en este final de la trayectoria del Castillo interior es clara: hacerse esclavos de Dios, a quien ya han dado su libertad, para que los pueda vender por esclavos de todo el mundo. Parece que la cima de la vida mística no es sino una gran llanura donde habita los hombres y mujeres con los que vivimos y a los que se nos envía a servir en la convivencia diaria, en las relaciones familiares laborales, de amistad. En los proyectos de solidaridad con los que están físicamente lejanos y necesitados de ayuda. En la cercanía a los que sufren marginación y enfermedad. En la tarea de educar, en la gestión administrativa, el ejercicio del poder político, etc. es otra manera de expresar lo que constituye la misión del cristiano: hacer vida el Evangelio en la donación de uno mismo a través de la cual los hombres y las mujeres contemporáneos nuestros pueden tener acceso al modo como se nos entrega Dios mismo. Es un anuncio en el que la Palabra se ha hecho carne y habita en medio de nosotros, en medio de las gentes. Teresa no duda en afirmar que nos ocupemos en la oración, no tanto para gozar, sino para tener fuerzas para mejor servir. Nada más lejos que contentarse en contemplar para uno mismo. Actitud que Josefa Segovia recomendará también32. Recuerdan las palabras de la Santa a aquellas expresiones de Ignacio de Loyola que sintetizan su mejor programa: “en todo amar y servir”, “acatamiento y servicio”. Lo tiene muy claro Teresa: “creedme que Marta y María han de andar juntas”, una bella imagen para el laico de hoy que quiere ser espiritual de veras, es decir que quiere alimentar su experiencia de Dios en su vida familiar, profesional, relacional, y quieren pertrecharse de virtudes sólidas alimentadas en la experiencia espiritual. 31 32 Cfr. Santa TERESA DE JESÚS, Vida 25,18 JOSEFA SEGOVIA, Carta de la vocación, Madrid 6 de enero de 1942. 15 Y en el nº 10 del mismo capítulo, ella misma sale al paso de los que puedan pensar que “hablo con los que comienzan”, pues no duda en afirmar que si no se procuran virtudes, “siempre quedaréis enanas”. Experiencia de Dios que nos hace participar de su santidad, y camino humilde en la ascesis de una espiritualidad que se nutre en el servicio en la entrega diaria de la vida, para que otros reciban la Vida de Jesús vino a traer. Camino Cañón Loyes Universidad Pontificia Comillas (Madrid) 16