El santo non santo - Meditaciones en torno a San La Muerte

Transcripción

El santo non santo - Meditaciones en torno a San La Muerte
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
El santo non santo
Meditaciones en torno a San La Muerte
Sebastian Carassai
¿Quién fue San La Muerte?
Si dentro del fenómeno analizado hay una incógnita imposible de develar en la actualidad y cuya
futura resolución goza de un pronóstico poco favorable, ése es precisamente ¿quién fue San La Muerte?.
Dado los propósitos de este estudio este enigma no entorpece en lo esencial nuestro análisis, pero las hipótesis
y conjeturas elaboradas para resolverlo no dejan de convocar a quienes –como nosotros- nos acercamos a este
verdadero fenómeno de religiosidad pagana popular.
De esta manera, el presente trabajo no sólo no pretende concluir tajantemente quién fue San La
Muerte –objetivo que no conduciría sino a una frustración-, sino que tampoco siquiera se propone avanzar o
realizar aportes tendientes a resolver este misterio. Sí, en cambio, nos interesa qué de todas las hipótesis
vertidas sobre su origen persevera aun hoy en los devotos del Santo, cómo esas hipótesis se relacionan con la
propia creencia de los fieles, y de qué manera los diversos orígenes postulados sirven a los fines de poder
entender la construcción de identidades que se han jugado y se juegan en los devotos, fieles y promeseros de
San La Muerte. Sostenemos como hipótesis propia –además de asumirlo desde un comienzo- que
específicamente en este símbolo que nos convoca, situarse en un determinado supuesto origen, esto es, dar
más crédito a un posible origen que a otro, condiciona luego las apreciaciones con respecto al fenómeno en la
actualidad, de manera que las conclusiones -siempre preliminares- que se establezcan al finalizar esta
exposición guardan relación con el debate que aquí se presenta.
Las discusiones en torno al origen del culto permiten señalar que existen, en términos generales, dos
hipótesis confrontadas: la primera de ellas, la más difundida y a la que suelen adherir buena parte de los
estudios de folklore, podría sintetizarse de la siguiente manera: como tantos otros cultos, lo que hoy
conocemos como San La Muerte proviene de Europa, llega con la evangelización española, y no es más que
un culto cristiano que los aborígenes incorporan con leves modificaciones, apropiándose de -en el mejor de
los casos- o sometiéndose a -en el peor- un símbolo que les es ajeno y al que sólo agregan ciertas
significaciones. Cimiento de orígenes potenciales del santo, sobre éste argumento se edifican diversas
analogías que lo probarían: San La Muerte tendría en más de una de sus imágenes fuertes similitudes con el
Cristo de la Paciencia, lo habrían introducido los jesuitas y por eso su zona de influencia sería el noreste
argentino, y su denominación debió haber sido inspirada en el Cristo de la Cruz, que es el Señor de la Buena
Muerte.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Para ilustrar lo anteriormente dicho basta mencionar aquí algunas breves citas. En su Devocionario
Guaraní, Miguel López Breard propone: “nos inclinamos a pensar que su origen se acerca preferentemente al
Cristo de la Humanidad y Paciencia, pues nos fue dado observar muchas imágenes, en que la esquelética
representación, tiene igual posición que las tallas de origen jesuíticas” (López Breard, 1973). También Félix
Coluccio postula una hipótesis que culmina estableciendo la misma conexión: “El rico santoral correntino,
que incluye al San Ceomo y al San La Muerte, surgió a posteriori de la expulsión de la Compañía de Jesús en
1767. Los jesuitas, devotos de los sagrados misterios, hallaron en los naturales de Corrientes una notable
aptitud artística y descubrieron artesanos de aceptable capacidad, que orientados por ellos produjeron obras
con los principales misterios...”. Luego de la expulsión de los jesuitas y ya sin la correspondiente guía
religiosa, nuevos artesanos habrían introducido -con toda probabilidad, inintencionadamente- “variantes en las
imágenes, de donde surgió el Señor de la Paciencia, que derivó en el San La Muerte o el Señor de la Columna
o San Ceomo, dos distintas interpretaciones de un mismo modelo, que en el santoral correntino para muchos
son casos diferentes” (Coluccio, 1978). En un temprano trabajo, Miranda Borelli asegura: “No dudo que esta
costumbre nació y se desarrolló en un grupo de cultura colonial, fundamentalmente católico” (Miranda
Borelli, 1963).
Estas y otras hipótesis semejantes, a las que podríamos aludir -en términos amplios y haciendo
abstracción de las distinciones que seguramente existen-, con el concepto de “reproductivistas”, se
enfrentarían de esta manera a aquéllas que sostienen que lo que hoy se conoce como el culto a San La Muerte
tiene raíces profundamente americanas, pre-españolas, pre-cristianas, y es allí donde debería trasladarse la
atención de quien indaga –valga la reiteración, no es nuestro caso- su origen. Al sólo efecto de distinguir este
tipo de interpretación del primer grupo de hipótesis, aludiremos a ella con la expresión “creacionista”.
Transcurridos más de diez años del artículo ya citado, el antropólogo Miranda Borelli -en una
monografía a la que mencionaremos más de una vez en este trabajo-, mantenía su convicción aunque con
algunas importantes novedades. En la apropiación del símbolo jugaba un papel determinante la creatividad
popular, y San La Muerte no era solamente la traducción indígena del Cristo de la Paciencia jesuita, sino que
satisfacía al mismo tiempo dos necesidades. Así, por una parte, “teniendo la obligación de aceptar estas
nuevas formas impuestas desde Europa” -representarse sus creencias en imágenes-, y por otra parte, “no
teniendo imágenes que simbolicen el Payé” -el médico brujo de la tribu, pre-existente a la conquista-, en San
La Muerte se resuelven ambas demandas, en un doble movimiento, de un lado, absorbedor -dado que la nueva
imagen resulta similar al jesuítico Señor de la Paciencia-, del otro lado, creador -dado que el Payé encontraría
en San La Muerte su imagen- (los encomillados pertenecen a Miranda Borelli, 1976). Esta clase de
interpretación deberíamos ubicarla a medio camino entre las reproductivistas y las creacionistas.
En una sorprendente muestra de que al verdadero espíritu de investigación, lejos de la quietud y la
certeza, le pertenecen, más bien, el movimiento y la sospecha, es otra vez Miranda Borelli quien formula no
acabada pero sí decididamente una hipótesis creacionista. La siguiente alocución -que conocemos de primera
mano, dado que es un pasaje de la entrevista por nosotros realizada- ilustra su cambio de parecer y sus nuevas
convicciones:
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
(...) entonces escribo eso y me doy cuenta que he hecho lo que han hecho todos los autores
de folklore: es sencillo decir San La Muerte viene de Jesucristo, el Cristo de la paciencia,
que está así o así (gestualiza las diferentes posiciones), es una adquisición europea en
América. Cuando yo estoy diciendo, en cierto sentido, que lo que quiero probar es que en
América había costumbres que eran anteriores a la llegada de los españoles, y que se
adaptan esas costumbres a lo español o a lo europeo en general (Miranda Borelli, 1999).
Cabe, entonces, realizar algunas reflexiones sobre los indicios que sustentarían esta posibilidad.
Dobritzhoffer, refiriéndose a los magos, a los que se les atribuye el poder de curar todos los males y de
infringir males a quienes se les opongan, asegura que “no hay pueblo en Paracuaria que no los tenga... los
indios guaraníes tienen los abá payé, los Payaquas, Pay; los abipones los llaman con el nombre del diablo:
Keebet, o artífices del diablo: porque creen que ha recibido del espíritu maligno, al que consideran su abuelo,
el poder de realizar actos sobre humanos”. Más adelante, agrega: “Estos taimados, de cualquier sexo que
sean, sostienen que con sus artes pueden hacer y conocer cualquier cosa. No hay bárbaro que no crea en sus
hechiceros; que el poder de éstos puede acarrearles la muerte o la enfermedad, curarlos, predecir las cosas
futuras o lejanas, atraer lluvias, el granizo y las tempestades; las sombras de los muertos y consultarles las
cosas ocultas... Se imaginan que estas habilidades les fueron otorgadas por el demonio, su abuelo, no
adquiridas con artes humanas”1.
Los viajeros han documentado elocuentemente la existencia de estos magos, brujos o hechiceros
(que con sus salvedades, no distan en lo esencial de lo que actualmente llamamos curanderos) que podríamos
sintetizar en la figura del Payé2, el que cura todos los males. De las investigaciones de este viajero, surge el
modus operandi de estos Payé: “... se sientan en un viejo sauce inclinado sobre algún lago, guardando
abstinencia durante varios días, hasta que notan que comienzan a prever en su espíritu las cosas futuras”3;
estos mentirosos, como suele llamárselos desde la visión europea, imponen sus manos tres veces sobre la
persona que padece.
La hipótesis de que este Payé habría devenido posteriormente, luego de la llegada de los españoles, en
San La Muerte, comienza a cobrar fuerza cuando se constata que curanderas de Resistencia (provincia de
Chaco, Argentina) que sanan con San La Muerte, ante la pregunta ¿quién fue San La Muerte? contestan de
1
Citado en Miranda Borelli (1976), de Dobritzhoffer: “Historia de los abipones”, U.N.N.E., Resistencia,
1968. Esta clase de relatos no sólo se encuentra en las crónicas de Dobritzhoffer sino también en las de
distintos viajeros, como Del Barco Centenera, Granada y Félix de Azara.
2
Si bien el significado actual del término payé alude a los efectos que se siguen de la intervención del
curandero o médico brujo, o a la receta sugerida por éste para acabar con un mal padecido o propinar un mal a
alguien, no fue así en un principio según la información con la que se cuenta. Antes de pasar a tener dichas
significaciones, el término Payé era exclusivamente reservado a quienes ejecutaban los hechizos y/o
medicinas. Dado que en alguna otra parte de este estudio nos detendremos en los sentimientos que despierta
San La Muerte (y quienes lo poseen) en sus promeseros y detractores, cabe destacar que Paí es palabra de
respeto, y con ella se nombra a las personas respetadas.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
manera similar al relato realizado por Dobritzhoffer en sus crónicas. El siguiente pasaje ilustra lo que
estamos diciendo:
Entonces me cuenta, ¿quién fue San La Muerte?: ‘San La Muerte era un hombre que era el
que estaba debajo de un árbol a la orilla de un río, durante varios días sin comer... (...)’.
Ella hacía lo mismo, la imposición de manos tres veces, porque este hombre (es decir, el
Payé, San La Muerte, que recordemos que ayunaba a la orilla del río) recibió la visita de
una señora, y esta señora le dijo, ‘¿querés comer?, yo te traigo comida’. Le dio de comer y
después de eso: ‘¿y ahora qué quieres que haga por vos?’. ‘Y, quiero que cures a mi
marido que está ahí en mi casa’. Fueron al pueblo, entró, puso la mano tres veces, y lo
curó. Ella curaba poniendo la mano tres veces. Entonces le dijo: ‘Bueno, ¿y ahora qué
quieres?’. ‘Quiero que me enseñes a curar’. ‘No, no. No te voy a enseñar a curar. Vos me
vas a seguir, y cerca del pueblo dejaré mis huesos y esos huesitos te servirán para curar’.
(Miranda Borelli, 1999).
Quizás sea oportuno adelantar aquí, que el más poderoso de los San La Muerte es el que se talla
sobre hueso humano. A este diálogo entre el hombre que ayunaba a la orilla del río y la señora que se topa
con él, se lo ubica entonces en el origen del mito, y así como la señora que le da de comer se convierte en
Payé (lo que luego se llamará médica o curandera), es decir, en sanadora de todos los males, los huesos de
quien estaba ayunando se convierten en el instrumento del Payé, esto es, dentro de la hipótesis que queremos
reseñar, en San La Muerte.
¿Quién es San La Muerte?: San La Muerte es el Payé. ¿Y quién es el Payé?: el médico
brujo de la tribu Tupí Guaraní, o el Tupí o el Guaraní incluido. ¿Por qué?. Porque tenía
que quedar pensando separado de la sociedad durante un tiempo. No comía. O comía
cosas determinadas. Tal vez tomando alucinógenos... (...). Eso estaría probando que es una
creencia anterior, y que coincide (con las crónicas de Dobritzhoffer): es un hombre que
está sentado esperando, flaquito, puro huesito, como decía la mujer, que es la
representación de San La Muerte (Miranda Borelli, 1999).
Es decir, dado que es más probable que la coincidencia entre el relato de la curandera y aquella
historia reflejada por los viajeros, obedezca a una transmisión oral de generación en generación4 que a la -de
todas formas- inadmisible posibilidad de que la curandera entrevistada haya tenido acceso a la lectura de
Dobritzhoffer, resulta al menos verosímil postular que el Payé, aquel que curaba todos los males, debido a la
3
Citado en Miranda Borelli (1976), de Dobritzhoffer: “Historia de los abipones”, U.N.N.E., Resistencia,
1968.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
influencia del cristianismo (y no al revés), con el brusco impacto que produjo la imposición del evangelio
como palabra revelada y de Cristo como aquél que cura todos los males, como el Señor de la vida y de la
muerte; decíamos, resulta verosímil postular que aquél Payé, ahora cristianizado, ahora santificado, ahora
evangelizado, se ha convertido en San La Muerte.
Por eso, digo entonces, que cuando vienen los españoles traen al hombre que tiene
vestimenta talar y una bala insigne, el Cristo cruzado en la cruz, y le dicen a los indios: yo
soy el que trae al Señor que cura todos los males. Aquí está. Ese Señor que cura todos los
males, para la representación cultural indígena, ¿qué era?: el Payé. Porque era el hombre
que curaba todos los males. Y de ahí a darle el nombre de San La Muerte, que es el nombre
católico de una institución, del catolicismo, o de la representación del Señor de la Buena
Muerte, el Cristo en la agonía.... (Miranda Borelli, 1999).
Frente al caudal de interpretaciones reproductivistas, este tipo de hipótesis creacionistas, y no nos
estamos refiriendo exclusivamente a San La Muerte sino también a otros símbolos y creencias populares (por
ejemplo, el Pombero), no suelen abundar en la literatura respectiva, y sólo ese motivo vuelve pertinente su
mención. Sin embargo, para los objetivos de nuestro estudio, la posibilidad de que San La Muerte
efectivamente posea un origen indígena, pre-español, y no sea meramente una reproducción de un culto
introducido por los europeos, resulta de especial significación. Desde luego que, después de siglos de
cristianismo en América, hoy en día, no solamente todos los fieles de San La Muerte -sin excepción- son
cristianos, sino que la mayoría de los relatos revelan un fuerte proceso de sincretismo, en donde las huellas
pre-cristianas brillan por su ausencia -cabe reiterar que nos estamos refiriendo pura y exclusivamente a los
relatos explícitos-. Paradójicamente, ninguna iglesia cristiana lo reconoce oficialmente dentro de su santoral5.
Las imágenes de San La Muerte son numerosas, así como las oraciones que se le rezan6. Existen
imágenes del santo acostado, sentado y parado, con guadaña y con hoz, vestido con una capa negra o
desnudo. La diversidad de las imágenes era explicada por Félix Coluccio, en un texto ya citado, por la razón
de que los artesanos que sucedieron a la expulsión de los jesuitas no contaban con “la indispensable
orientación religiosa” (Coluccio, 1978). Como se advierte en el diálogo siguiente, desde una visión
creacionista se visualizan otros aspectos:
E: ¿A qué obedecen las distintas imágenes que hay de San La Muerte?, porque hay como
distintas posiciones...
4
Elementos que abonan este hecho hemos encontrado hasta el cansancio en las entrevistas realizadas a los
fines de este trabajo. Las frases más elocuentes se consignan -más adelante- textualmente acreditando nuestras
reflexiones.
5
Las relaciones que pueden establecerse entre el culto a San La Muerte y la Iglesia Católica, son
particularmente analizadas en otra parte de este trabajo. Ver Cuestión de imagen.
6
Sobre las diversas oraciones y el objeto y significación de cada una de ellas, ver Oraciones a medida, en este
trabajo.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
M: Son creación.
E: Son creación, o sea, constantemente quien construye el símbolo, al construirlo, lo crea...
M: Lo crea. Mire, le voy a mostrar una pieza que es... (trae una pieza). Había así (señala la
pieza) y había arrodillado y rezando, había parado, había acostado, había sentado y con
guadaña y sin guadaña....
E: ¿Hay gente autorizada para hacerlo, lo hace quien puede?.
M: No, lo hace quien puede. Lo hace quien puede.
E: ¿Hasta hoy se acostumbra a que el que puede y el que cree se hace su San La Muerte, se
lo talla?
M: Sí, pero no hay muchos que hacen. Acá en Corrientes había gente que lo hace....
E: ¿Y en estas capillas?, que sé que hay....
M: En estas capillas, hay varios acá que hacen. Había un muchacho Acevedo, no sé ni
donde vive, lo conozco al padre además... Soy amigo del padre, digamos. Nunca pude
conseguir que me hiciera uno (Miranda Borelli, 1999)7.
Si bien al finalizar la lectura de este trabajo se disciernen claramente los alcances y limitaciones del
mismo, debe notarse aquí lo que insinuamos desde el inicio: no pretendemos ni estamos en condiciones de
arribar a una posición definitiva en cuanto al origen del símbolo, dado que no es un tema en el que hayamos
avanzado más allá de los estudios existentes, lo cual no nos exime de realizar este breve comentario sobre el
estado actual de las investigaciones de aquéllos que sí han dedicado varios años a dilucidar un dilema
apasionante. Nuestra pasión, por otra parte, vinculada más a una sociología capaz de problematizar la
compleja e inagotable relación que se establece entre el símbolo y los sujetos, que a una antropología histórica
cuyo objetivo primordial es dar con los documentos y fuentes que prueben un determinado comienzo
histórico, nuestra pasión –decíamos- puede servirse de estas hipótesis e incluso de la discusión entre las
mismas para enriquecer su mirada, que como toda otra, no deja de guardar relación con el que mira. Y a
propósito, de eso se trata: la creencia guardará relación con el que cree, y es sobre esa relación que se va
construyendo lenta pero inexorablemente una identidad, nunca individual sino siempre colectiva, nunca
acabada sino siempre en construcción, nunca unívoca sino siempre contradictoria. Ese proceso es el que nos
convoca.
7
En todos los diálogos transcriptos de las entrevistas realizadas (ver Entrevistas, al final de este trabajo), con
la letra E se designa al entrevistador, y con la inicial de su respectivo nombre al entrevistado. Todas las
entrevistas fueron realizadas por el autor, los días 14 y 15 de agosto de 1999 en la Prov. del Chaco.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
De la Santa Misa a la Santa Mesa
La veneración de San La Muerte no es improvisada ni desprolija, aunque sí, diversa. Es un santo sin
fecha fija, dado que en algunos sitios se lo celebra el 20 de agosto y en otros el 15 del mismo mes, e incluso
se tiene noticia de que en algún lugar del sur de Brasil se festeja el 13. En cuanto a las celebraciones
semanales, se encuentra aun más variedad; hay quienes lo “respetan” los días lunes, porque los lunes es el día
de los difuntos y hay quienes lo hacen los días viernes, estableciendo alguna relación con la muerte de Cristo,
que aconteció en dicho día. Dado que, como se verá, hay diversos motivos que ocasionan las súplicas, no
faltan quienes asignan a los diferentes días de la semana un tema específico de ruego o pedido. De esta
manera, el día lunes es el que corresponde a los pedidos de trabajo, y el viernes a los de amor. Para algunos
investigadores, este hecho habla de la escasa vigencia de la institucionalización de una fecha; es de suponer,
que es el tiempo el que irá homogeneizando los festejos hasta que el santo tenga una sola fecha y día de
celebración.
Como en toda verdadera celebración o festejo, el clima festivo comienza mucho antes del momento
específico del acontecimiento. En Barranqueras (Chaco), el 15 de agosto es el día del asado y el baile, de la
música y las oraciones, en honor a San La Muerte. Esto sólo es así para el observador improvisado. En
verdad, la fiesta es por el Santo pero para la gente, y comienza varios días antes, con la preparación del
terreno, el armado del escenario, la cocina, las luces, el sonido, los adornos, el decorado, las velas de lujo, las
flores, el ropaje especial del Santo y de los fieles, los carteles, la confección o encargo de las tortas, la
contratación de las orquestas y de la policía8, y un sinnúmero de detalles desde los que no resulta difícil
8
Efectivamente, en el caso del Santo de Doña Porota, como le llaman los naturales de allí, desde hace varios
años que para la fiesta se firman contratos con los distintos conjuntos musicales que se presentan esa noche, y
con la policía, encargada de cuidar el orden:
DP: Porque las orquesta te vienen, nene, y tenés que firmar contrato. Hacés o no hacés, te
cobran.
E: Las orquesta de donde vienen, ¿de Corrientes?
DP: Y de Resistencia. Una de Corrientes y tres desde allá.
E: ¿Y esas las contrata Ud.?
DP: Yo las contrato. Eso va todo por contrato. La policía también por contrato...
E: ¿Viene la policía?
DP: Sí.. todo. Custodia pongo.
E: Para que no pase nada...
DP: No, porque la gente, acá, son gente que les gusta tomar y todas esas cosas...
Amiga DP: Para evitar problemas.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
advertir que se trata de una verdadera fiesta. Fiesta que se organiza estrictamente con ofrendas, regalos y
donaciones de fieles, promeseros, simpatizantes (ya sea del santo y/o de la persona encargada de él) e incluso
de políticos9.
DP: Y le regalan alfombras, ventiladores, aspiradoras... viene de Corrientes.
E: ¿Y él le regala todo?
DP: Todo. Y esta capillita, un pedazo, le regaló un chico, un muchacho joven.
E: ¿Y quién la hizo?
DP: Un señor, un albañil. Pero muy lindo está todo, ¿no es cierto, nena?.
Amiga DP: Sí, sí.
DP: Todas las luces le regalaron.
E: ¿Era más chiquita antes? ¿Y cuándo la ampliaron?
DP: En julio del año pasado. Ahora va a hacer dos años. Esos apliques le trajimos de
Buenos Aires. Los trajeron de Buenos Aires, mi nieta, se fue a Buenos Aires y compró en
Avellaneda. Son hermosos ¿ah?. Esto hay que limpiar todavía, hay que pasarle alcohol.
Todo lo que se ve acá es regalo, nada compré yo.
E: ¿Los relojes...?
DP: Todo regalo. Para..., querés saber, muchacho, él tiene ahí un ropero que yo le compré,
E: ¿Quién?
DP: Mi santito, un ropero, yo le compré un guarda ropa. El tiene ahí todas sus cosas, sus
carpetas... (...). Esta noche viene el florista de Corrientes, de Los Helechos, una florería
muy grande de Corrientes, y traen los arreglos de los costados, sea de rosas, claveles, lo
que sea... todos regalos, ¿ah?; todas son personas que piden su ofrenda y creen en la
gracia que le da el santito... (Doña Porota Morínigo).
En distintas ciudades del país -e incluso, de países limítrofes-, los días que anteceden al 15 de agosto
conllevan la excitación propia de preparar un viaje, en algunos casos de varios cientos de kilómetros, con la
finalidad de visitar al santo. Viajes que en muchos casos hacen las veces de peregrinación, ya sea de familias,
de parejas, de gente que vino sola o de gente que lo está. Según Doña Porota Morínigo, esas escenas se
repiten año tras año, especial aunque no exclusivamente, los días 15 de agosto.
DP: Claro... y ahora la juventud no le interesa nada... Entonces para que la fiesta sea más
organizada, más linda.. se contrata la policía y entonces, cuida el orden. Si no, no va. Yo tengo
miedo, ¿entendés?. Me da miedo. Yo tengo mi yerno y mi nieto, no voy a dejar que... . Por
hora. Eso va por hora.
E: ¿La policía le cobra por hora?
DP: Sí. (Doña Porota Morínigo)
9
Doña Porota Morínigo, propietaria de uno de los santuarios más conocidos de la zona de Resistencia
(Chaco) en donde se venera al Santo, nos confió que en algunas oportunidades el intendente de Barranqueras
había colaborado con ellos facilitando el escenario o el equipo de sonido utilizado.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
DP: Acá viene mucha gente de todos los lados a visitarlo, porque saben que realmente, que
le piden un favor a él y va a ser cumplido...
E: ¿Vienen todos los meses, o solamente el 15 de agosto?
DP: No.. A veces lo visitan..., no muy seguido, porque ahora con mal tiempo... y con toda
la malaria que hay, no hay plata... Se viene cuando uno tiene posibilidades, ¿no es cierto?.
Pero toda gente de todo el país le visitan: de Ushuaia, Santa Cruz, Mendoza, Concepción
del Uruguay, Rosario, Santa Fe, Reconquista, Formosa... (Doña Porota Morínigo).
El almuerzo es un evento particular dentro del día de celebración. Es, por supuesto, la continuación de
una mañana festiva, que ahora adquiere la forma de grandes mesas de tablas y chapas vestidas con manteles
para la ocasión. Con lugares reservados para los más devotos, con invitaciones especiales para los fieles de
cierta antigüedad, el almuerzo es un momento -tal vez el único- en donde se ejerce cierto control a la entrada
del terreno, para que al menos en semejante día ningún comensal sufra escasez. Es un gran asado. “Dos vacas
le han regalado”, comenta Doña Porota, colocando -como siempre- a San La Muerte como el único
homenajeado. Sin mucho que envidiarle a la misa, la mesa se transforma en un rito comunitario, festivo, en
donde nunca falta el vino y los platos rara vez permanecen vacíos. Vino, asado, cumbia -a modo de canto
gregoriano- de fondo; sin embargo, el rito nunca pierde el clima ceremonial, profundo, si se tolera, santo.
La celebración no tiene, en general, un carácter de recogimiento, pero cada una de las personas que
asisten entablan una relación particular con el Santo, que en algún momento -aunque breve- del día adquiere
la forma de una oración introspectiva, sentida, honda. Es, quizás, el momento de mayor conexión entre el
promesero y su santo; en la mayoría de los casos se trata de una oración hablada, improvisada, en donde se le
mencionan al Santo -si esto vale, se le plantean- los problemas, los pedidos, los agradecimientos, y
fundamentalmente, las promesas. Esta oración se realiza de rodillas frente al altar (en todos los casos pequeño
y con un solo reclinatorio) y por lo tanto es de a uno por vez que los devotos se acercan a peticionar, luego de
haber realizado una fila que en cierto horario alcanza una gran cantidad de personas.
Desde muy temprano hasta la madrugada del día siguiente, los fieles desfilan ante el altar dejando su
limosna (que no siempre es dinero), y estableciendo este vínculo personal, exclusivo entre el santo y el
promesero -dado que no ocurre nunca que dos personas se arrodillen al mismo tiempo-. En cuanto a la
mecánica de funcionamiento, si no fuese que del otro lado no hay un sacerdote sino San La Muerte, podría
decirse que se parece bastante a la mecánica de un confesionario tradicional católico. Los más tímidos, o los
que pretenden permanecer más tiempo del que la caravana de fieles permite los días 15, visitan al Santo el día
anterior, día en el que la menor concurrencia posibilita un encuentro prolongado y ante un público más
acotado10.
10
Si bien puede darse el caso de aquél que asiste el día antes porque al otro día trabaja o no puede ir, el grueso
de los fieles que visitan al santo en otro momento -siempre cercano al día del festejo-, le adjudica al motivo de
su visita cierta especificidad, o cierta importancia, que obliga a que su encuentro con el santo deba también
ser particular, especial, importante. No es este un suceso sólo observable en esta festividad. Con otros
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Pero no todas las oraciones son individuales. En dos momentos puntuales del día de celebración, uno a
la mañana y el otro por la tarde, se reza el santo rosario, y es el único momento en el que se suspende el baile,
la música, y la bebida. En el santuario de Doña Porota, ella y su rezadora permanecen dentro del pequeño
santuario y la mayor parte de la gente acompaña -algunos más, otros menos- el rezo desde afuera. Luego del
rosario, se reinicia el baile, la música y la bebida, como si nunca se hubiese suspendido.
Si en estas capillas domésticas no se contase con la presencia de San La Muerte, un observador con
cierto conocimiento religioso aseguraría estar en el domicilio de un sacerdote o de un cristiano practicante, o
incluso fanático, dado que todas las imágenes (en estampas o estatuillas), cuadros, medallas, o cruces
pertenecen a la simbología cristiana, más precisamente, a la católica. En el santuario de Doña Porota las
cuatro paredes están adornadas con cuadros que expresan uno a uno los momentos de la Pasión de Cristo como en muchas iglesias católicas-, además de las imágenes de San Cayetano, San Pantaleón, y las de las
vírgenes de Itatí, Luján y San Nicolás, sólo por mencionar las que más se destacan. Abundan las cruces y los
rosarios, cadenas con medallas de vírgenes y santos, y un Sagrado Corazón de Jesús que resalta por encima
del resto.
Claro que no es este el caso. El observador caería en la cuenta de que se trata de una capilla particular,
dado que todos los santos y vírgenes mencionados se ubican en los escalones inferiores del altar, y los
principales lugares y -desde ya- el trono, son ocupados por San La Muerte, cuya principal imagen
prácticamente no se puede divisar, dado que permanece dentro de un nicho de oro de aproximadamente 5 ó 7
centímetros, cubierto con cadenitas -también de oro-.
En ella (capilla) y en todo el evento predomina el color rojo, “el color de la sangre de jesucristo”,
según Doña Porota. Rojas son las cintitas que penden de la torta, rojas la gran mayoría de las flores, rojo el
altar, y rojas buena parte de las velas.
Estos colores forman parte de un conjunto de códigos visiblemente respetados entre los devotos. La
colaboración, en cualquiera de sus formas, también: ella es precisamente el requisito básico para participar del
acontecimiento. Esta puede ser económica o puede consistir en brindar algún servicio, o en aportar materiales
o comida o infraestructura. Si reparamos –como le hemos hecho- en la relación individual que tiene lugar en
el momento de la oración, relación entre el Santo y el promesero, debemos también resaltar la experiencia
absolutamente colectiva que constituye la fiesta en donde el intercambio se produce bajo la forma del baile, el
canto, y la mesa. Tres expresiones festivas que condensan un único espíritu comunitario. En torno al Santo se
saben idénticos, esto es, saben que comparten esa identidad. Comulgan sin hostias y consagraciones en un
ámbito que lo saben propio. Festejan sin ornamentos y jerarquías una santidad otorgada por la tradición. Esa
es la autoridad que reconocen: su madre, su abuela, su bisabuela, ellas hacían lo mismo.
símbolos, y en la práctica de otros muchos ritos, es frecuente encontrar creyentes que se distinguen del resto
esperando a que el santo, la virgen, Jesús, etc... quede prácticamente sólo, para efectuar su encuentro en la
intimidad, que de esta manera, adquiere cierto aura de especificidad o particularidad frente al resto.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Un santo respeto
San La Muerte imprime en sus seguidores y creyentes, aunque también en muchos de sus tímidos
detractores, un imponente y obstinado respeto. Respeto que asume formas de veneración y prudencia en los
primeros, y de temor y desconfianza en los segundos. Rezarle, pedirle o prometerle a San La Muerte no es
nunca un juego, tanto menos un deporte, pero ni siquiera constituye una rutina. Se debe ser muy medido en
los pedidos y mucho más aun en las promesas. Es, prácticamente, la única exigencia atribuida a este santo. La
mesura a la hora de prometer y de pedir, está íntimamente relacionada a un deber que asume con notable
responsabilidad el devoto de San La Muerte: “se le debe cumplir”.
“Viene gente acá trayéndole una vela, por ejemplo, hace su pedido y le deja bajo el pie el
pedido, lo que ellos quieren, le ponen un plazo, nueve días, lo que sea, pero yo siempre no
permito que le hagan una promesa cara, porque es delicado... Hay que prometerle una
simple florcita, una carpetita, algo que uno pueda cumplir. Y lo que le promete,
cumplirse” (Doña Celia Adelina Ramírez).
“Le piden trabajo... Personas que se tienen que operar del corazón, que se tienen que
operar de todo... ....y él..., todo sale bien. Chicas que son estudiantes, que tienen que rendir
materias, que están estudiando en la universidad, todo, y él todo le concede. Pero hay que
cumplir con él. Si vos le prometés un ramo de rosas, tenés que traérle un ramo de rosas...
El no pide nada, somos uno mismo que quiere regalarle...
(...) El no pide nada, él no dice “me tenés que traer esto”, nada. Noo. Al contrario. Pero
todo hay que cumplirle. Yo, que soy su cuidadora, le mandé..., le digo “te voy a hacer una
placa”, y ahí tengo la placa. Porque yo tengo que cumplir. (Doña Porota Morínigo)
C: Y ahora yo tengo un santuario en Madryn. Me hice un santuario en Madryn.
E: Se hizo su santuario, ¿y la gente va?
C: No, no. Todavía no... ...no porque la gente no es muy creyente allá, no cree mucho.
Pero te digo que algunos sí, ¿ves?, algunos, o pongamos..., otra gente, pongamos, de la
noche... Entonces, yo le digo, yo te voy a dar esto, esto... Le voy dando yo, por ahora les
11
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
voy dando la estampa y les voy diciendo que le recen, y que no le fallen. Les pido que no
le fallen, nada más. (Carlos Urdininea).
Este es, notoriamente, el único rasgo que se advierte en todos y cada uno de los testimonios recogidos,
y obedece, desde nuestro punto de vista, a la ampliamente difundida característica asignada al Santo: por
sobre todas las cosas, es “justo”. Desde ya, no estamos proponiendo que sus fieles no identifiquen otras
propiedades o aspectos del santo, dado que también se lo conoce como aquel que es dueño y Señor de la vida
y de la muerte de las personas, o como el Señor del tránsito de la vida a la muerte, o como aquél que nos
garantiza una buena muerte, etc... pero esto no señala tanto cómo es, sino quién es. Si el interrogante lo
circunscribimos a cómo es San La Muerte, los promeseros responden sin dubitación, antes que nada, que es
“justo”.
Incluso en una de las tantas versiones acerca del origen de San La Muerte se le llama también Señor
San Justo dado que “el Señor de la Muerte cuando Nuestro Señor Jesucristo salió a hacer la campaña para el
mundo... en los caminos... en los trayectos..., entonces él era el hombre Justo... el Señor San Justo él se hizo
(...)”11.
Otro relato habla de un hombre pobre y sin recursos, que se propone encontrar un padrino para su
flamante hijo que se integraba a una prole que ya superaba la decena, y cuyo mantenimiento iba a resultar
imposible. El único requisito que se consigna para asumir el padrinazgo, es que sea “justo”. En la búsqueda de
la persona indicada, el padre tiene ocasión de convocar nada menos que a San Pedro y a San Juan para tal
tarea, pero descarta al primero porque “le abría el cielo a unos y a otros se lo cerraba” y al segundo porque
“siendo muy divertido, no a todos llevaba alegría y había en el mundo mucha gente con pena”. Finalmente, se
encuentra con un señor que dice ser La Muerte, y ella misma se acredita como el “ser más justo” del mundo12.
La dueña de una de las capillas, o más propiamente santuarios -como los lugareños los identifican-,
menciona que tiene noticia de que en otro santuario (se está refiriendo a una señora paraguaya que vive en
Misiones), “se festeja los días 20 de agosto, porque es el día de San Justo, y él (San La Muerte) es justo y
necesario” (Doña Porota Morínigo).
Justicia y venganza en San La Muerte son difícilmente discernibles. Si alguien no cumple aquello que
promete, San La Muerte se cobra esa deslealtad, y ese ‘ajuste de cuentas’ puede ser visto como venganza
desde afuera del símbolo, pero no deja de ser percibido como justicia desde adentro del mismo. En algunas de
11
Nos estamos refiriendo a la versión nº 3 consignada en el trabajo de José Miranda Borelli “San La Muerte”
(Miranda Borelli, 1976). En este trabajo el antropólogo chaqueño realiza un estudio precursor sobre San La
Muerte, que ha sido tenido en cuenta por todos los análisis posteriores, a los que nuestro pequeño aporte se
suma. Allí se describen una decena de versiones acerca del origen de San La Muerte recogidas por el autor,
sobre las que resulta interesante establecer similitudes y contradicciones. Dado que el presente ensayo se
inscribe más dentro del terreno de la sociología de la religión que del antropológico, sólo se consideran los
aspectos que enriquecen nuestros argumentos.
12
Los encomillados de este párrafo pertenecen a la versión nº 7 transcripta en Miranda Borelli (1976).
12
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
las versiones sobre el origen del mito, San La Muerte es engañado por alguien que, por temor, lo encierra en
una botella y lo entierra en un pozo de treinta metros, tapándolo con tierra. Treinta años después, en la visita
que el enterrador le hacía cada década, la calavera, es decir, San La Muerte, estaba afuera de la botella y le
dice: “Ahora te toca a ti”13. Esta y similares frases o historias puestas en boca de San La Muerte -asumidas sin
titubeos por los fieles como verídicas en el sentido más literal de esta expresión-, sumada a la difundida y
eficiente creencia de que San La Muerte se lleva lo más preciado que tenga el promesero falto de palabra o
incumplidor, explican la mesura de los pedidos, el respeto por los compromisos asumidos para con el santo, y
el posterior orgullo del fiel leal, que sabe que nada malo puede pasarle dado que ha cumplido.
Evar.: No, no, no. Hay mucha gente que no lo escucha, no quiere escuchar de San La
Muerte, porque dice que San La Muerte es muy malo... porque... a San La Muerte hay que
cumplirle porque sino le saca lo más querido que tiene uno, dice... Entonces la gente le
tiene miedo...
E: Ah... si no se le cumple...
Evar.: se le saca lo más querido..., que uno tiene... (Evarista)
E: En general, ¿la gente es como que le tiene miedo?
D: Yo siempre, antes, lo respetaba. Eh... te digo que lo tenía ahí, bueno...
E: ¿Ud. cuándo lo conoció? ¿Cuándo oyó hablar de él?
D: No, hablar siempre. Pero era una cosa que, viste, yo... ahí. Nunca le pedí nada, nunca
nada porque lo respetaba y le tenía miedo. ¿El año que viene, viene de vuelta Ud?...
E: Sí...
D: Y después me di cuenta de que no, que no es así... ¿viste?, que no... Yo los vi en la
televisión14, y dije, bueno, yo entro acá y queda a conciencia mía lo que yo le pida... Si yo
le pido cosas malas, bueno, de repente, en algún momento me lo va a cobrar. (Delia)
13
Este relato está tomado de la versión nº 2 transcripta en Miranda Borelli (1976).
La entrevistada se refiere a una suerte de informe que realizó en alguna oportunidad el noticiero
Nuevediario (canal 9), y que es muy recordado por la gran mayoría de los que participan del rito de San La
Muerte allí en Resistencia. Dicho informe, de claro corte iluminista -sólo que con la pobreza usual a la que
nos tiene acostumbrados la “investigación” televisiva- asociaba el fenómeno de San La Muerte con la magia,
a los fieles con la ignorancia y la desesperación, y a quienes ofician los rezos con los “manosantas” o con los
estafadores en general. Esta aparición televisiva de San La Muerte ha sido muy citada en algunas entrevistas,
en más de uno de los casos con el objeto de aclarar que en realidad, “no se trata de lo que la televisión dijo
que se trata”.
Cabe resaltar que el informe televisivo se abocaba a un solo santuario de Resistencia -al que nosostros aun
no hemos aludido-, que no es tradicional, ni añejo, ni multitudinario, y cuyo dueño, en cierta forma, sí puede
asociarse a un oportunista que se aprovecha de la religiosidad que el Santo despierta para obtener un beneficio
propio. Sin embargo, como más adelante se resaltará cuando nos ocupemos de este santuario, este personaje y
lo que él origina no representa al fenómeno San La Muerte, aunque sí -sería inútil desconocerlo- forma parte
del mismo.
14
13
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
No hace falta acudir a complejas elucubraciones psicológicas para advertir que en la sola enunciación
del nombre de este santo, existe un componente que inspira cierto involuntario temor: la palabra Muerte.
Aunque los pedidos y promesas que se le hagan al santo no guarden en nada relación con la Muerte, el
nombre conserva un peso específico propio. A esto debe sumársele que se trata de un Santo, y por lo tanto,
que se trata de alguien que intercede entre Dios y los hombres -porque en esto se asemeja a la función que
cumple cualquier otro santo-. Apelar, entonces, a San La Muerte, es establecer un contacto con la divinidad a
través de un interlocutor -defensor, abogado, custodio- que es nada menos que La Muerte. Indudablemente, si
a algún santo hay que temerle, es a éste.
Existe, por lo demás, una inocultable incomodidad en su pronunciación, hecho que se advierte
rápidamente en quien comienza a conocer el símbolo, pero también puede percibirse en algunos de sus fieles
más antiguos. Nos estamos refiriendo a que La Muerte es femenina, y su santificación debería, entonces,
enunciarse como Santa La Muerte. O, si se tratase sólo de la palabra Muerte, cabría pensar en San Muerte.
¿Pero por qué combinar lo femenino con lo masculino, La Muerte con el San, como si no hubiese diferencias
de género?15. Sin perjuicio de que se distraiga la atención del objetivo principal de reparar en esto (que no es
otro que el de señalar que la incomodidad de su pronunciación vuelve aún más enigmático su contenido),
puede aventurarse un principio de respuesta, para la cual preferimos glosar a Miranda Borelli (1999).
La palabra chipá, por ejemplo, tiene dos versiones, la chipa y el chipá; y en la actualidad, ambas se
utilizan sólo que la primera en la zona de Misiones y la segunda en la zona del Chaco. Esto obedece a que en
guaraní la gramática no tiene sexo. No hay sexo femenino y sexo masculino. Es al pasar al castellano que se
le adjudica un sexo y algunas palabras han adoptado el sexo masculino y otras el femenino. Este hecho podría
estar explicando la combinación de “San” con “La Muerte”, producida al traducirse al castellano un vocablo
asexuado.
El nombre, entonces, como primera fuente u origen del temor y del respeto que irradia San La
Muerte. A ello debe sumársele un contenido no menos atemorizador. La Muerte se cobra en algún momento
las infidelidades. Este no es un sentimiento del todo ajeno al mundo religioso occidental; no hace falta aquí
detallar la -de ningún modo breve- lista de amenazas y venganzas con las que se tropieza en el antiguo
testamento, y también -aunque en menor medida y con otras significaciones- en el nuevo testamento. En el
símbolo analizado esas amenazas encuentran su santo. Es por esto que quienes incumplen la promesa,
conviven luego con la amenaza de que San La Muerte -que como Dios, todo lo sabe y todo lo ve-, se cobre
dicha falta, de vaya a saber uno qué manera (aunque, como ya ha quedado dicho, si la falla es relativamente
grave, se sabe que San La Muerte le quita al devoto desleal lo más preciado que tiene).
Temor y respeto. Probablemente, uno lleva al otro. En el caso de San La Muerte, quien le teme, le
respeta, y quien le respeta, le teme. Pero el temor y el respeto de uno -creyente, devoto- para con el Santo, se
extiende también a terceros, pero para con el creyente. El devoto firme, el promesero fiel, el creyente
15
También debe señalarse aquí que la imagen de San La Muerte es neutra, es decir, no aparece con el
miembro masculino.
14
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
cumplidor, sabe que nada ha de pasarle ni a él ni a los suyos, porque tiene “el mejor abogado”16. Pero además,
quienes conocen dicha devoción se cuidan de no provocar la más mínima sospecha acerca de que ellos serían
capaces de causarle, ni tan sólo desearle, mal alguno al fiel de San La Muerte.
DC: Yo, por ejemplo, con decirle que, yo vivo sola acá, en este inmenso caserón, pero
también mis nietos, mis hijos, por ahí... A mi jamás, nadie me molestó. Acá robaron, acá
balearon, acá todo, y a mi nunca, nunca, nunca, en los años que estoy acá, nadie me
molestó. Porque yo no tengo miedo. Yo me cobijo, pido protección a mi santo, y...
E: Y el la protege...
DC: Sí. Yo no tengo miedo. Y después tiene muchos secretos...
E: ¿Por ejemplo?
DC: Y.... es secreto.... Pero yo a Ud. le voy a dar un secreto, calladito, que es para el aviso
de los peligros... porque tiene sus secretos, a cada devoto que viene, que siempre me va
cumpliendo (y señala al santo), yo le voy dando su secreto. A Ud. yo le di la cinta, de
corazón, para su protección le voy a dar su secreto...
E: Ah, bueno...
DC: Sabe qué, porque es sagrado... Y Ud. que es varón, que anda, que estudia, porque hoy
en la vida que estamos viviendo, hay mucho peligro. Yo tengo ocho nietos varones, el
mayor de 23 años... ¡mama mía!, y una sola nieta entre los 10.... Y si todos saben, yo les
protejo con ellos, con San La Muerte y con Santa Catalina.. Y mi hijo que es gremialista,
mi hijo que es político, mi hijo que..., nadie le puede... Mire, él se va a meter así en la boca
del lobo, todo... Yo le dije, callate hijo que yo voy a poner los nombres no más de tus
enemigos... chau. (Doña Celia Adelina Ramírez)
Indudablemente, uno podría pensar que teniendo semejante santo en su casa, a nuestra entrevistada
nadie le provoca ningún daño porque es tal el temor que inspira San La Muerte, que la gente no se atreve
siquiera a pensar en contra de quienes se encuentran bajo su amparo. De todos modos, cualquier explicación
que acerquemos no anula aquello que aquí estamos sosteniendo: lo respetan y le temen. Quienes son devotos
le temen menos de lo que lo respetan y quienes no lo son, le respetan menos de lo que le temen.
16
Esta expresión aparece en estos términos en las oraciones al Santo. Ver Oraciones a medida.
15
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Oraciones a medida
Rezar es siempre un diálogo, y desde nuestro punto de vista, dicho intercambio nunca deja de ser
también un diálogo con uno mismo. La notable variedad de promeseros y fieles de San La Muerte, sus
diversos orígenes e historias personales y familiares, sus diferentes trayectorias religiosas y culturales,
convierten el esfuerzo de analizar las oraciones en un ejercicio siempre inagotable.
Dado que algunos de ellos no tienen una sólida formación religiosa en ningún credo en particular,
sino que podríamos definirlos como pertenecientes a un vago cristianismo ciertamente impreciso, en muchos
casos ocurre que el rezo no es sino una conversación, en donde el creyente relata su situación, su angustia o
problema particular –motivo del ruego- y luego realiza un pedido a cambio de una promesa. Rara vez se asiste
a San La Muerte por el mero hecho de mantener mediante el rezo un vínculo sin propósitos particulares, es
decir, como oración diaria o por rutina. En general, siempre existe una causa particular y bien concreta: la
pérdida de un amante, el engaño de un amor, la solicitud de protección frente a un enemigo preciso, la cura de
un determinado mal o enfermedad, en fin, en ese sentido, la oración a San La Muerte claramente no es una
Ave María.
También abundan –desde ya- oraciones formales, con un texto determinado, pero a diferencia de
otros santos, no existe una o dos sino más de una decena de oraciones a San La Muerte. Dicha variedad
refuerza la idea comentada anteriormente, acerca de que se acude a San La Muerte por motivos concretos y
con un fin o pedido particular. Existen prácticamente tantas oraciones como motivos para rezarle. De esta
manera, entonces, encontramos oraciones para alguien que nos está dañando, para obtener el amor de una
persona, para que regrese la persona amada, para conservar el amor actual, para castigar al marido o a la
esposa infiel, para alejar los malos espíritus, etc…
De todas ellas sobresale una, a la que no haríamos mal en postular como la más difundida, que de
alguna forma resume todos los favores de los que el Santo es capaz:
“San La Muerte, espíritu esquelético
Poderosísimo y fuerte por demás
Como de un Sansón es tu Majestad
Indispensable en el momento de peligro
16
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Yo te invoco seguro de tu bondad.
Ruega a nuestro Dios Todopoderoso
De concederme todo lo que te pido.
Que se arrepienta por toda su vida
Al que daño o mal de ojo me hizo
Y que se vuelva contra él enseguida.
Para aquél que en amor me engaña
Pido que le hagas volver a mi
Y si desoye tu orden extraña
Buen Espíritu de la Muerte
Hazle sentir el poder de tu guadaña
En el juego y en los negocios
Mi abogado te nombro como el mejor
Y a todo aquel que contra mi se viene
Por siempre jamás hazlo perdedor
Oh! San La Muerte, mi ángel protector. Amén.
Aquí aparecen en una misma oración prácticamente todas sus posibilidades: sus dotes de protector,
su capacidad para vengar una ofensa que nos hayan propinado, su poder para castigar con su poderosísima
guadaña a quien en amor nos haya engañado, y sus virtudes de abogado y defensor en el juego y en los
negocios.
Estas oraciones pueden ir acompañadas –aunque generalmente no lo están- de Ave Marías y
Padrenuestros, e incluso de una decena del Rosario. De cualquier forma, resulta notorio que las oraciones a
San La Muerte han sido construcciones populares en donde no ha mediado ninguna Institución, y ello se
manifiesta no solamente en su estructura gramatical (que muchas veces dista de la gramática convencional)
sino también en los temas que son motivo de las súplicas y el pedido concreto de realizar un daño, una
venganza (hecho que no se encuentra en las oraciones del cristianismo). A San La Muerte puede uno pedirle,
por ejemplo, dominar a otra persona de manera absoluta encargándole incluso al Santo tareas como las de
molestar e inquietar hasta volverlo sumiso:
“Glorioso Señor de la Muerte: tu que fuiste aperseguido hasta tu destino que
llegaste a ser la Muerte así lo pido Señor con tu divino poder tu le apersigas a
(fulano), que se desquita, no lo has de dejar tranquilo en ningún momento, si
anda en mi camino se detendrá a pensar, si está sentado estará molesto y si en
17
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
la cama en que duerme se encuentre afligido pensando en mis horas felices;
así te pido Señor que con tu poder todo sea convencido por los cuatro vientos
del mundo. Fuerza no logrará y estará conmigo cuando yo lo llamo. Así sea
la Muerte. Amén.” (Noya, 1968).
“Señor de la Muerte, ruego que interceda por el amor de Dios y que le
inquiete el alma que no tenga reposo, que no pueda dormir, que no pueda
estar tranquilo en ningún lugar mientras no esté conmigo a mi lado. Señor de
la Muerte, ayúdame con los milagros de Dios y el poder que te ha dado y
conseguir lo que yo quiero y dominarle como yo quiero. Protector mío, amén,
Jesús” (Cerrutti, 1965).
San La Muerte es el cómplice perfecto para una venganza, porque “él es el más justo”. La célebre
diferencia entre venganza y justicia que establecía Hegel en sus Fundamentos para la Filosofía del Derecho
hacia 1821 no tiene aquí lugar. Para el gran filósofo de Prusia la venganza reclama una reivindicación o una
restitución de un determinado derecho que en realidad sólo existe “en sí”. Es por ello, que se trata de una
lesión particular que se ve restituida también particularmente, pero no es justa en sí misma. Es la existencia de
la ley (manifestación concreta de aquél derecho “en sí”) la que permite el salto cualitativo de venganza a
justicia, dado que al estar siempre referida al universal, una vez que el derecho abstracto asume la forma de
ley “en vez de lo particular vulnerado emerge lo universal vulnerado”. Hegel encontraba allí el fundamento
filosófico de la ley, que garantiza que toda lesión a un particular constituye al mismo tiempo una lesión al
universal. Quien obre en contra de un particular obra al mismo tiempo en contra de la ley, del universal, y por
lo tanto, el derecho a restituir no es el derecho individual sino el colectivo, no habría lugar entonces ya para la
venganza sino que sería el turno de la justicia. La mención de esta famosa distinción de Hegel cobra aun más
sentido si se considera que en la base –al menos formal- del derecho moderno actual se encuentra siempre
esta misma fundamentación –o una de carácter similar- legitimando el accionar de la Justicia y el
cumplimiento de la pena o castigo17.
El devoto de San La Muerte no vive esta distinción. La venganza, que de todas formas incluso en
Hegel puede ser vista -aunque no justa– como una forma elemental, rudimentaria o precaria de justicia, es
aquí totalmente justa, y la justicia reclama venganza.
“Oh, Santo Espíritu. Esqueleto poderosísimo, fuerte valor más que un
Sanson. Majestad insuplicable del momento de peligro y la justicia con Fe
buena de Dios Todopoderoso de hacerme lo que pido: que (fulano) se
17
No estamos aquí sugiriendo que efectivamente la ley cumpla la función de custodiar derechos universales y
los Estados modernos latinoamericanos velen por restituir aquellas lesiones que han dañado a la sociedad
mediante la vulneración de un derecho particular, sino que más allá de lo que hagan o sean, legitiman su
18
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
arrepienta y sufra todo minuto seguido, horas, días, semanas, meses y años de
su vida, que no pueda trabajar tranquilo, que esté siempre pensando en la
injusticia en mi y por mi eternamente castigado por ese Espíritu Santo
Esqueleto poderosísimo al espíritu de (fulano) te pido de Dios Todopoderoso
darme un buen pensamiento. Señor de la Buena Muerte le tomo como
abogado. Largue la guadaña, tráigame a mi lado sin capricho, sin adulo, tu
que eres el poseedor de los espíritus del mundo, así también me valgo de tus
milagrosas manos. Amén”. (Cerrutti, 1965).
“Cristo es Dios milagroso padre de San Alejo y el Señor de la Muerte
antepongo toda mi esperanza para cumplir mi deseo así como conseguiste ser
Cristo de Gran Poder mérito, así te ruego me acompañe a conseguir la
amistad de (fulano) para verlo rendido en la puerta de mi casa, que me quiera
a mi sola de todo corazón, que no me olvide ningún momento, que me pida
perdón llorando de día, que no pueda comer de noche, que no pueda dormir,
que le de una desesperación en término de tres horas y tres minutos, Cristo es
Dios milagroso por todos los siglos de los siglos amén” (Referencia Señora
de Quili, citado en Miranda Borelli, 1976).
En nuestras conversaciones con los promeseros, encontramos que incluso episodios altamente
dolorosos como la pérdida de un ser querido, se justifican plenamente cuando se los atribuye a una venganza
de San La Muerte por una promesa incumplida:
A: A mi hermana le llevó su marido. Lo más preciado le llevó….
E: Se murió…
A: Sí. Y de un cáncer feo. Mucho sufrimiento…
E: …
A: …pero ella no cumplió. Yo siempre lo que le pido le cumplo. Pero ella no cumplió.
San La Muerte se ha vengado. Se ha llevado lo más preciado de una persona, pero no porque sí sino
porque ella no cumplió su promesa; San La Muerte ha sido justo.
Casi siempre, las oraciones implican la mención de la persona en cuestión. Pronunciar el nombre
cobra en las oraciones un lugar importante que refuerza aun más la particularidad de las mismas. No se reza
por generalidades, no se pide por la paz mundial, o por la pobreza abstracta. No se reza por el amor en
general, sino por fulano que se ha ido o por mengano que no ha llegado. Además, no se le pide que lo
persuada, o lo convenza, sino que directamente lo traiga y lo haga sumiso, servil, que le brinde adoración.
accionar y reclaman su derecho a garantizar derechos y castigar a quienes no los respeten con un fundamento
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
“Santo Espíritu Esqueleto de la Buena Muerte Grande y poderoso más que un
Sansón, su majestad inexplicable; en todo momento de peligro y de justicia
yo te pido por Dios Todopoderoso para que hagas alcanzar para que mi
amado (fulano) no pueda amar a ninguna mujer soltera, casada, ni prostituta
que esté siempre pensando y soñando por mi y en mi castígalo a este espíritu,
Santo Espíritu Esqueleto de la Buena Muerte, al espíritu de mi amado larga
tus guadañas tráemelo a mi lado sin capricho sin que yo lo adule, tu que eres
el poderoso de los vivos y de los muertos yo también me valgo por tus
milagrosísimas manos, Amén” Tres Padrenuestro (Referencia Señora de
Quili, citado en Miranda Borelli, 1976).
“Poderoso Señor La Muerte así conforme Dios te ha dado el gran poder y
mérito de conquistar el corazón de la persona amada así también te pido
Señor de la Muerte para que me acompañes a conquistar el corazón de
(fulano) que ese hombre o esa magestad me quiera, me adore, y me tenga en
cuenta y que no me muestre una cosa que no es. Destando de gusto de él o de
ella y para mi eso sería la mayor satisfacción y no hallaré otro mayor
consuelo ni otra mayor alegría que conseguir lo que deseo, la amistad de esa
persona, y que no tenga revés ni derecho; Señor de la Muerte una vez que
usted me haga ese favor estaré a sus órdenes, ahora y siempre y en todo
momento y gracias por todo a Dios”. Tres Padrenuestro (Referencia Señora
de Quili, Idem).
No es un proyecto que goce de buen pronóstico el intento de indagar el momento en que dichas
oraciones surgen. Los promeseros las rezan, pero cada uno conoce un puñado de las mismas, desconociendo
el resto, a excepción de la oración central que leíamos más arriba. Muy probablemente se hayan construido
con el paso del tiempo en la reiteración de un mismo pedido que, de tanto repetirse, se haya ido
homogeneizando y cristalizando en un texto único. Los entrevistados saben que las saben desde pequeños,
que las rezaban sus madres o abuelas, pero por sobre todo, saben que hablan de su realidad, de sus problemas
y angustias cercanas, de su cotidianidad.
San La Muerte es un santo que no pide credenciales. No hay una moralidad abstracta y a priori que
haya que respetar sino una ética concreta y cercana que se vive. A San La Muerte no se le pide una felicidad
eterna por los siglos de los siglos, sino que se le encomienda que quien en amor engaña se vuelva perdedor.
San la Muerte no exige comportamientos ejemplares, ni actitudes altruistas, no soborna a sus fieles con
implícito similar al que exhibe Hegel en su Filosofía.
20
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
donaciones abundantes ni sacrificios sobrehumanos. No amenaza en vano ni concibe el perdón como un valor
exaltable. San La Muerte sólo exige que se le cumpla. Luego, así como seamos, así nos acepta.
Carlos Urdininea, devoto de San La Muerte radicado en Puerto Madryn (Chubut), ha viajado a
Barranquera (Chaco) en varias oportunidades, siempre por alguna promesa pendiente con San La Muerte. Su
historia ilustra de manera más que elocuente lo que aquí se insinúa.
E: ¿Cómo llegó a vos?.
C: Me lo dio una curandera en Salta, porque yo andaba en otra cosa. ¿Se puede decir en
todo lo que ando? En otras cosas andaba, y me iba todo mal, y voy de la curandera, y me
andaba mal, todo mal, todo para atrás, para atrás, y fui a la curandera y me lo dio. Me lo
dio y... de ahí en adelante empecé a tenerle fe, a tenerle fe, a tenerle fe..., hasta que en el
año 96’ ya cambio todo... era una fe impresionante que le tuve, una fe pero..., me sacó de
abajo y me hizo cambiar todo. En tres años le doy la gracia a él de todo lo que tengo. Todo
lo que me dio es impresionante, todo lo que me dio y todo lo que me hizo hacer... ...que lo
que le pido.... (me lo cumple) es impresionante.
S: Por ejemplo, ¿en que ves esos cambios, esos tres años que decís que son
impresionantes...?
C: En lo que yo le pedí, porque yo trabajaba... . Mi señora trabajaba en la noche, mi
señora trabajaba en la noche, digamos, en la calle, en la noche. Mi señora trabajaba en la
noche y ella tenía treinta años, y yo le había dicho a mi señora: yo me quiero jugar por
vos. Y entonces yo cambié... Cambié por ella y empecé a tener suerte, y a tener suerte... y
cambié.
Hasta aquí, una historia conmovedora. Al leer la entrevista con posterioridad, al desgrabar aquél
diálogo tenido en el lugar en donde se desarrolla y despliega el proceso que estamos analizando, quien analiza
–en este caso, quien habla- cae en la cuenta de los propios prejuicios, de que a veces se interroga
presuponiendo respuestas, predisponiéndose de tal o cual modo. Hice entonces la pregunta, casi como si
esperase un final de película:
E: Pero por ejemplo ¿qué hiciste? Cambiaste de trabajo, fuiste a buscar trabajo... o
¿cuáles son los cambios?
C: Yo cambié, yo cambié. Cuando me... y me jugué, y me jugué en todo... digamos, en
buscar mujeres... en buscar mujeres. En salir a buscar mujeres...
E: En salir a buscar mujeres...
C: Mujeres para tener un cabaret, para poner un cabaret. Entonces, yo fui, y me jugué y
las fui a buscar, a buscar, a buscar yo, y fui.. a Córdoba, fui a Buenos Aires, fui a Salta, y
hablé con los maridos de las chicas... entonces ellos me mandaban cinco mujeres para allí,
cinco para allá... y tuve como treinta mujeres...
21
Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
E: Y pusiste un cabaret...
C: Un tipo cabaret, tipo cabaret, no es cabaret, cabaret, pero un tipo cabaret... Casa de
pase
E: En Puerto Madryn
C: En Puerto Madryn, Chubut. Y puse una casa de pase y me... y cambié. Y me fue todo
bien, todo para adelante, para adelante...
E: Y tu mujer, ¿siguió trabajando?
C: No, ya no. Yo por eso dije, que ya... ella tenía treinta años, y ya aparecían chicas de 17,
de 18... 19, chicas jovencitas, entonces ya no era para que ya ella... sabía que no iba... no
iba a hacer nada. Así que ya ahí, fue todo. Y lo que le pedía, lo que le pido, me cumple. Por
eso es casi increíble lo que me pasa a mi... lo que yo le pido...
Evidentemente, un cambio. San La Muerte no repara tanto en qué vida llevamos, en cuáles son
nuestras prácticas cotidianas, y a sus devotos no pareciera importarles posibles condenas morales sobre sus
actos. San La Muerte no invierte su poder en sancionar una clase de vida y en exigir otra radicalmente
diferente. La prostituta no asiste a San La Muerte a pedir perdón sino mejor suerte; quien ha participado de un
enfrentamiento armado, no suplica clemencia por la muerte ocasionada sino que agradece hacer salido ileso;
el jugador compulsivo no solicita ser alejado del juego, sino ganar.
Quizás en eso radica su enorme cercanía con los fieles. No debemos cambiar radicalmente la vida
que llevamos para estar dentro de sus filas; no debemos proclamar una moral estricta excepto estemos
dispuestos a cumplirla, no necesitamos prometer grandes renunciamientos ni sacrificios. Es un rito de reglas
escasas pero claras, es un pacto librado de hipocresías, es un trato con el gran fantasma de la cultura
occidental, la muerte, pero plagado de un vitalismo muy concreto, cargado de una enorme significación para
la vida.
El premio que obtiene el devoto fiel no es la eternidad o el paraíso cuando finalicen sus días en la
tierra, sino el amor de la persona amada, aquí, ahora; o el castigo a su enemigo, aquí, ahora. Que San La
Muerte responda a problemas inmediatos no necesariamente quiere decir que lo haga inmediatamente, ni
mucho menos que sus devotos así lo esperen. No es un símbolo post-moderno, sino que, en todo caso, es
posible pensarlo como un símbolo pre-moderno. Es una tradición que tiene siglos, y que permanece
exclusivamente por la transmisión de generación en generación, y el rito y las oraciones se han ido
conformando en esa usina inagotable de creatividad y sentido que es transmisión oral.
De ella han surgido las oraciones que aquí se presentan. Oraciones que, en algunos casos, bregan por
el fortalecimiento del propio espíritu para poder afrontar las adversidades que, generalmente, se personifican,
de manera que también podríamos agregar, para poder afrontar a los adversarios:
“Señor de la Muerte en ti pongo todas mis esperanzas para conseguir mis
deseos así como conseguiste grandes méritos y pone en puerta de mi casa que
venga a pedirme perdón y de día y de noche no pueda dormir hasta que llegue
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
a despedirse en el término de otra y tener sufrimiento San la Muerte cédeme
poder y dame fuerza Señor de la muerte para yo poder vencer con tu poder y
mérito a cualquiera que se ponga de por medio mío, te prenderé velas lunes y
jueves y rezaré un credo en gracia de los favores recibidos con tu poder y
fuerza de hombre valeroso en ti confío glorioso Señor de la Muerte” (B.B.
Calle 12 Nro. 253, Resistencia, Idem).
Cuestión de imagen
La Iglesia Católica debe seguramente tener varias aptitudes que la caracterizan. Una de ellas, a
nuestro juicio, es su enorme capacidad de acomodarse frente a un escenario que considera definitivamente
irrevertible.
Frente al culto de San La Muerte, la Iglesia ha asumido una posición que, como en otros casos, acude
a cierta hipocresía consistente en, por un lado, negar su validez y condenar el culto como una herejía
supersticiosa, y por el otro lado, aceptarlo en la práctica como una forma más de religiosidad popular,
bendiciendo sus capillas, sus estampas, e incluso, a sus seguidores. Estas últimas actividades las realiza en
silencio, camufladamente, incluso a veces, escondiendo al santo debajo de una almohadilla sobre la cual hay
una cruz u otro símbolo propio de la simbología cristiana. Saben los sacerdotes católicos que están
bendiciendo a San La Muerte; es más, algunos de ellos, especialmente los que han sido criados en Resistencia
y/o en Corrientes creen en San La Muerte dado que lo conocen desde pequeños, le han rezado y aún le rezan,
pero son conscientes de que participan de una Institución que los obliga a, al menos externamente, negar su
propiedad.
“Todos creen pero sólo algunos pueden decirlo”, es una conclusión que por su carácter tajante y
definitivo seguramente encuentra válidas resistencias, pero que, con ciertos reparos y permitiendo alguna
incorregible imprecisión no es del todo desacertada para dar cuenta de lo que aquí queremos decir. Creen los
que lo respetan y rezan, así como también creen los que le temen y le huyen, creen los cristianos que van al
templo con su San La Muerte debajo de una almohadilla, pero creen también muchos sacerdotes que bendicen
al mismo tiempo el pretexto –ya sea una cruz, o un santo oficial- que se exhibe en la superficie de la
almohadilla y el texto, el San La Muerte que permanece oculto debajo de la almohadilla. Creen los chaqueños
que le rinden culto público con fiestas y asados y procesiones si hace falta, pero creen también los correntinos
que lo tienen en sus altares domésticos, o lo llevan consigo debajo de alguna prenda.
La idiosincracia de los habitantes de ambas provincias es, sin duda, diferente18. Chaco pertenece al
grupo de provincias argentinas a las que se considera jóvenes. El indio del chaco era un indio belicoso,
18
Agradecemos la amabilidad de Ertivio Acosta quien nos supo ilustrar con imperturbable claridad esta
diferencia (Ertivio Acosta, 1999).
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
combativo. Los españoles no pudieron penetrar con la misma facilidad que en otras tierras. Ni los jesuitas ni
los franciscanos ingresaron cuando se lo propusieron a lo que se conocía como el Gran Chaco19. Hacia
principios de siglo, reducidos ya los indios, Chaco era una tierra promisoria. Muy tempranamente llega el
ferrocarril, se promueve por ley el minifundio que genera el establecimiento de colonias agrícolas y pastoriles,
la explotación de algodón estaba destinada a liderar, apenas unos años más tarde, los volúmenes de
producción mundiales, en fin, hacia principios de siglo Chaco reunía todas las condiciones necesarias para
atraer el más variado tipo de inmigración, tanto interna como externa.
“Muchas y ninguna” respondió Ertivio Acosta cuando fue consultado acerca de la cultura que tenía
este Chaco en el temprano siglo XX. Concisamente, en dos palabras se condensa aquello que posibilitó la
construcción de una idisiosincracia más libre, librada especialmente de ataduras añejas y conservadorismos
heredados. El hombre chaqueño, más que en un proceso, se conforma inicialmente en una especie de schok
cultural en el que confluyen variadísimas culturas, lenguas, y tradiciones.
Lejos de parecérsele, la cercana Corrientes es una provincia que se encuentra en las antípodas del
Chaco. Grandes latifundios que en algunos casos llegan incluso hasta el medio millón de hectáreas, y menos
de diez familias que se alzaron como propietarias de las tierras que se distribuyeron al finalizar la ocupación
jesuítica. La estructura feudal de la provincia se ha mantenido hasta el día de hoy sin significativas
variaciones. Durante mucho tiempo, por ejemplo, el habitante del interior de la provincia de Corrientes no
tuvo noticia de la existencia del dinero dado que anotaba en una libreta lo que compraba en las despensas de
los terratenientes; y, por dar un segundo ejemplo, el correntino se enteraba de que había votaciones por las
bombas que festejaban resultados de urnas que no albergaban ningún secreto. Este pasado, que aun no ha
dejado del todo de ser presente, ha incidido fuertemente en la conformación de la idiosincracia correntina, que
tiene que ver más con la represión que con la libertad, con la paciencia más que con la acción, con la
resignación más que con la rebeldía.
Frente al culto de San La Muerte, el obispo de Corrientes decidió excomulgar a quienes lo
practicasen. Es por eso que allí no se encuentran santuarios públicos, ni se realizan procesiones o actos de
ningún tipo, sino que el culto se repliega sobre los hogares: como toda costumbre o creencia que se reprime,
San La Muerte permanece junto al Gauchito Gil en los altares domésticos, en las mesas de luz, en los portadocumentos, en las agendas, etc…
El correntino, entonces, anda con su San La Muerte o acude a él cotidianamente, pero debe hacerlo
privadamente, en su domicilio o en cualquier sitio en donde esté garantizada la imposibilidad de la sanción de
los gendarmes morales de la provincia. El chaqueño, en cambio, puede practicar sin mayores objeciones su
culto, y lo hace públicamente, colectivamente, sin hacerse eco de prohibiciones religiosas o eventuales
sanciones. Basta que para él no sea inmoral, basta que para él tenga sentido, luego lo que opine o piense el
19
Recién en 1884 el ejército logra entrar en Chaco; nótese que la Argentina moderna de Roca ya tenía varios
años hacia esta fecha. Por otra parte, esto ocurre cuando la capacidad militar de los indios del Chaco se había
reducido notablemente y de allí que la ocupación por el ejército haya sido prácticamente pacífica. El circo de
lo que luego se conoció como la campaña al Chaco, obedeció más a necesidades de galardones y medallas por
parte de las nuevas generaciones del ejército Argentino que a una efectiva lucha heroica y valiente del mismo.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
resto lo tiene bastante sin cuidado. Obviamente, ese “él” no es un individuo, sino un colectivo. Que el resto
crea o deje de creer, que lo aplauda o lo sancione, podrá tener consecuencias en otros ámbitos pero la propia
creencia no se inmuta.
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Símbolos y fetiches en la construcción de la identidad popular: San La Muerte
Conclusiones finalmente principales
Permítasenos acudir al enorme baúl de la filosofía para encuadrar algunas últimas precisiones. La de
Hegel no es una sociología pero su filosofía no deja de sugerir caminos a quien se proponga estudiar lo social.
En las Lecciones de Filosofía de la Historia Universal Hegel aborda el problema de la religión y arremete
contra las posiciones que considera no sólo desacertadas sino también sus contrincantes. Allí se manifiesta en
contra de que pensemos, como hacemos a menudo según él, que un determinado pueblo ha tenido tal religión
y que otro se ha dado otra, como si ellas fuesen predicados de los pueblos, agregados posteriores, elementos
prescindibles o decorativos de las culturas. Contra esta concepción, Hegel alzará la suya: los pueblos no
asisten a un mercado de religiones y se sirven de la góndola la que más les cuaje, sino que, por el contrario, la
religión está en la misma génesis de un pueblo, es la raíz del estado, es la matriz de la cultura, es la
manifestación concreta del espíritu. Consejo ineludible para el sociólogo y el antropólogo: “quieren saber
cómo ha sido un pueblo, estudien a fondo su religión”. Así como pensaban a la divinidad, así como pensaban
a Dios, así se pensaban ellos, pues Dios no es otra cosa que la idea que un pueblo tiene de sí mismo.
San La Muerte, el santo non santo, goza de una santidad merecida no a fuerza de reclamos ante el
vaticano ni en virtud de milagros acontecidos alguna vez y probados por vaya a saber uno qué documento
irrefutable, sino ganada a lo largo de siglos de estar allí, en los peligros y placeres de la vida cotidiana, junto
al que sufre por amor y al que teme a su enemigo, acompañando la angustia diaria, la fiesta comunitaria, el
dolor y la alegría. Sus milagros no necesitan más pruebas que las que acontecen a diario en la vida de los
devotos: piden protección y nada les pasa, reclaman por su amor y este oye, espantan a sus enemigos y estos
huyen. Se sobre entiende que no importa aquí en qué medida esto acontece “objetivamente” –si se permite la
inclusión de un término que este trabajo no ha reclamado para sí en ninguno de sus párrafos-, sino que
interesa que subjetivamente, quienes participan de este culto así lo viven. Esa es su realidad.
Incluso a riesgo de que se nos acuse de abusar de la mención del filósofo de Prusia, cabe recordar
que uno de los pensamientos que más han agitado aguas dentro de la marea de la historia de las ideas, es aquel
que se resume en la frase -más fácil de pronunciar que de comprender-: “lo real es racional, y lo racional es
real”.
Esta investigación forma parte de un esfuerzo colectivo que entre otras cosas intenta rediscutir la
noción de racionalidad que suele imperar aunque no solamente, sí muy fuertemente en el mundo académico.
Sin duda son dos formas teóricas bien diferentes de abordar el mundo, la práctica concreta de los sujetos: la
que discutimos, que construye una teoría que establece divisiones a veces claras a veces confusas entre lo que
supone dos ámbitos irreconciliables: lo racional y lo irracional. La que sostenemos, que supone un marco
conceptual dispuesto a incluir en su noción de racionalidad la totalidad de las prácticas humanas, esto es,
todas las manifestaciones de los sujetos que, en tanto reales, no pueden nunca dejar de ser racionales.
De este modo, particularmente en este trabajo proponemos que el culto a San La Muerte en el noreste
argentino, funda una identidad intersubjetiva que persevera en el tiempo albergando mutaciones, cambios y
seguramente contradicciones, que no son sino las mutaciones, los cambios y las contradicciones de los sujetos
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que en este culto se auto-conocen. Este proceso se plasma en rituales y oraciones que se van enriqueciendo y
redefiniendo en la medida en que nuevas generaciones se suman al culto. Desde este punto de vista, si
aceptamos que las oraciones hablan de ellos, de sus problemas y de sus angustias, es de suponer que en la
medida en que estas últimas varíen, así también lo harán las primeras.
San La Muerte, pagano y santo, paradójicamente habla menos de muerte que el santoral católico en
su conjunto. Incluso más, el hecho de que sea la muerte la santificada hace que en el mismo movimiento se
humanice, se la conciba como una experiencia más. La muerte, siempre cercana, no es una idea que haya que
alejar sino que es un Santo con el que se convive, se guardan secretos, se generan complicidades, se comparte
la vida. San La Muerte es vitalmente, una de las formas que ha asumido en el noreste argentino el complejo
proceso de construcción de identidad de los sujetos, que los liga al mismo tiempo con sus antepasados, con
prácticas de las que tienen memoria -en muchos casos- desde los más tempranos años de su niñez y a su vez,
los liga a la actualidad más inmediata, a la cotidianidad del sufrimiento, a la alegría de una fiesta compartida.
Sebastián Carassai
Trabajo preliminar
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BIBLIOGRAFIA CITADA
Acosta, Ertivio (1999): Entrevista realizada el 16 de agosto de 1999. Resistencia, Chaco.
Cerrutti, Raúl (1965): San La Muerte. En Selecciones folklóricas. Códex, Año 1, Nro. 5. Buenos Aires,
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López Breard, Miguel Raúl (1973): Devocionario Guaraní. Ediciones Colmegna. Santa Fe, 1973.
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1963.
Miranda Borelli, José (1976): San La Muerte. Un mito regional del nordeste. Facultad de Humanidades.
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Miranda Borelli, José (1999): Entrevista realizada el 14 de agosto de 1999. Resistencia, Chaco.
Noya, Emilio (1968): San La Muerte. El Litoral, Corrientes, Setiembre de 1968.
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