Prire pour la paix

Transcripción

Prire pour la paix
Oración por la paz
ESQUEMA DE LA CELEBRACIÓN
Preparación
El responsable de la celebración es el Asistente eclesiástico de la federación asignado para cada hora.. Él
acoge a los grupos que llegan a la iglesia. A la hora fijada, él explica el desarrollo de la celebración y
presenta también a la persona del celebrante que presidirá la oración. La celebración no puede durar más
de 45 minutes.
Canto de entrada
La celebración empieza. La asamblea interpreta el canto que debería expresar nuestra fe en la presencia
de Cristo en la Eucaristía. Cada grupo escoge libremente el canto.
Durante el canto, el celebrante hace la exposición del Santísimo Sacramento en el ostensorio.
Oración silenciosa
Después hay un momento de recogimiento, es decir de oración silenciosa que ayudará a centrar la
atención en la presencia de Cristo. Esta oración puede ser introducida por un pensamiento propuesto por
el celebrante o por el asistente eclesiástico.
Lectura del fragmento de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia
Como continuación de la oración personal, está previsto hacer la lectura de uno de los textos propuestos,
que describen la grandeza del Misterio eucarístico.
5. « Mysterium fidei! – Misterio de la fe! ». Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras,
los presentes aclaman: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor
Jesús!».
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su
Pasión, revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu
Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo
de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su
hontanar es todo el Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y « concentrado »
para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización
perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa « contemporaneidad » entre aquel
Triduum y el transcurrir de todos los siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y
la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una « capacidad » verdaderamente
enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este
asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo
especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad
concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le
viene del Cristo del Cenáculo, dice: « Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es
el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros ». El sacerdote pronuncia estas palabras o,
más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso
que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan
ministerialmente de su sacerdocio.
o:
6. (...) Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el « programa » que he indicado a la
Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el
entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que
Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de
su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es
misterio de fe y, al mismo tiempo, « misterio de luz ».3 Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles
pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: « Entonces se les abrieron
los ojos y le reconocieron » (Lc 24, 31).
o:
36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio
de la cual se nos hace « partícipes de la naturaleza divina » (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes
de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante
y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el « cuerpo » y con el « corazón »; 72 es decir,
hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, « la fe que actúa por la caridad » (Ga 5, 6).
La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar
plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la
atención sobre este deber con la advertencia: « Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la
copa » (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «
También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con
una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por
más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo ».73
Canto solemne
Después de la oración personal, la reflexión inspirada en el texto extraído de la encíclica se pasa al canto,
que debería expresar nuestra admiración ante el gran don de la Eucaristía. Cada grupo escoge el canto
según su idea y sus posibilidades.
Lectura del Evangelio
Como cumbre de la reflexión se propone la palabra del Evangelio. El celebrante en persona u otro
sacerdote leerá solemnemente uno de los dos textos propuestos:
Jn 14,27-29
Del Evangelio según San Juan
“Os dejo la paz. Mi paz os doy, pero no como la dan los que son del
mundo. No os angustiéis ni tengáis miedo. 28 Ya me oísteis decir que me
voy, y que vendré para estar otra vez con vosotros. Si de veras me amaseis
os habríais alegrado al saber que voy al Padre, porque él es más que yo.
29 Os digo esto de antemano, para que, cuando suceda, creáis.
Palabra de Dios.
o
Jn 15,12-17
Del Evangelio según San Juan.
Jesús dijo a sus discípulos:
12 Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he
amado. 13 No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida
por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando.
15 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os
llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha
dicho. 16 Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a
vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto
permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
17 Esto es, pues, lo que os mando: Que os améis unos a otros.
Palabra de Dios.
Homilía – reflexión del celebrante
Oración litánica
El celebrante empieza la oración con una breve invitación. Después de cada una de las invocaciones se
canta:
Dona nobis pacem
u otro canto parecido.
Celebrante: Escucha, oh Señor, las voces que se elevan hacia Ti desde
nuestros corazones temblorosos pero llenos de confianza.
Todos:
Dona nobis pacem.
Lector: Señor Jesús, Rey de los siglos, da fuerza a nuestros corazones con
tu luz y la paz que brotan de tu corazón abierto. Ayúdanos a mirar
al mundo y a los hombres que están alrededor nuestro con los ojos
llenos de paz, de amor y de optimismo. Haz de nosotros
verdaderos constructores de paz en el mundo de hoy.
Todos: Dona nobis pacem.
Lector: Mira a todos aquellos que sufren y que son perseguidos, a todos
aquellos que se sienten oprimidos por leyes injustas en los
distintos países del mundo. Salva a sus corazones del odio y del
deseo de venganza. Ayuda a los que gobiernan a construir una
sociedad más justa. Danos tu paz.
Todos: Dona nobis pacem.
Lector: Te pedimos por todos los que sufren a causa de la guerra, a causa
de las injustas estructuras económicas y a causa de las dictaduras.
Ayúdanos a ver los problemas y a buscar soluciones según el
Evangelio. Enséñanos a llevar siempre en nuestros corazones el
tesoro de tus enseñanzas y la fuerza de tu Espíritu. Enséñanos a
ayudar a nuestros hermanos a encontrar la paz.
Todos: Dona nobis pacem.
Celebrante:Unidos a Cristo,elevemos nuestra oración a Dios, nuestro Padre
Todos: Padre nuestro....
Bendición eucarística
- canto adecuado
- oración del celebrante
- bendición con el Santísimo
- canto o una breve improvisación al órgano.
Canto final
Como canto final se propone: Deus caritas est.

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