LA GUADALUPANA QUE SUFRIÓ EL ASEDIO La capilla de San

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LA GUADALUPANA QUE SUFRIÓ EL ASEDIO La capilla de San
ARTÍCULO DE DIVULGACIÓN
Chihuahua, Chih. 02 de julio 2015
LA GUADALUPANA QUE SUFRIÓ EL ASEDIO
La capilla de San Francisco de Asís en Cochos resguarda una peculiar
pintura de la Virgen de Guadalupe.
Por: Jorge Meléndez Fernández
Centro INAH Chihuahua
A casi quinientos años desde que Juan Diego hubiera extendido su tilma llena de
coloridas flores recolectadas en lo alto del Tepeyac ante Fray Juan de Zumárraga,
la imagen de la Virgen de Guadalupe sigue congregando con gran fuerza a los
mexicanos. Su culto alcanza todos los espacios, no necesariamente religiosos, a
grado tal que es difícil encontrar alguna iglesia que no contenga su efigie. Tal
como sucede en la amplitud de nuestro estado, donde se han cambiado
advocaciones de templos y pinturas de retablos para dedicarlos al de Nuestra
Señora de Guadalupe.
La capilla de San Francisco de Asís, en el municipio de San Francisco de
Conchos, resguarda una peculiar reproducción de la virgen morena, distintiva no
solo por su forma sino también su historia.
Fundada en 1604 por Fray Alonso de la Oliva, la Misión de Nuestra Señora de
Guadalupe de San Francisco de los Conchos, sufrió los numerosos
levantamientos indígenas acontecidos en la Nueva Vizcaya; dos de ellos en
particular: los conchos y los tobosos masacraron el pueblo y a los misioneros Fray
Tomás de Zigarrán y Fray Francisco Labado en 1645. Luego del restablecimiento
de la misión en 1677 y su ordenamiento como Real Presidio de San Francisco de
Conchos (1685), los tarahumaras se rebelaron en 1690, pero un acontecimiento
decantaría la victoria para la resistencia de la comunidad y comenzaría una
tradición en siglos por transcurrir entre los pobladores. Cuenta la tradición oral que
el 24 de junio de aquel año y durante los días siguientes, una pintura de la Virgen
de Guadalupe en custodia de la capilla, comenzó a sudar, lo cual habría agrupado
a los habitantes para triunfar en su defesa contra los rebeldes.
La pintura es un óleo sobre lámina y representa a la Virgen de Guadalupe tal y
como Antonio Valeriano registró las apariciones en su Nican Nopohua en 1556. La
Virgen aparece cubierta por un manto estrellado, la mirada baja y las palmas junto
al pecho; posando sobre una media luna sostenida por un querubín alado,
rodeando el conjunto una aureola de puntas doradas, como las de la corona sobre
su cabeza, única diferencia con el lienzo de Juan Diego. Pero además de tener
gran calidad pictórica, lo peculiar de esta obra son sus dimensiones, pues mide 24
x 15 centímetros, poco más de media carta, a diferencia de los 170 x 104
centímetros del manto del Tepeyac.
Sobre la procedencia de la imagen Guadalupana en Conchos la información es
escasa. En Pueblo Viejo, Víctor Mendoza indica que De la Oliva habría enviado la
pintura desde la capital de la Nueva España antes de morir. Por otro lado el
historiador Zacarías Márquez menciona a Juan Fernández de Retana,
comandante en la defensa contra los tarahumaras, como quien habría traído la
reproducción y que en agradecimiento a la Guadalupana le habría mandado hacer
una magnífica ornamentación en plata extraída de Cusihuiriachi. El decorado que
antaño lucía perlas, le otorgó mayor presencia al marco de madera que la
protegía, aumentando sus dimensiones a 65 x 50 centímetros y 30 de profundidad.
Clavado por secciones sobre un forro de terciopelo rojo oscuro, el marco
troquelado y cincelado, presenta dos ángeles sosteniendo un sinuoso enramado
de hojas y flores a los costados de la Virgen y sobre la pintura otro par de ángeles
toman con una mano un ramal de esa enredadera y sostienen en la otra una gran
corona de tres puntas igualmente decorada con hojas entrelazadas y una cruz
ensanchada.
El origen del marco se puede comprobar por la leyenda que aparece en lo alto de
este, “GLORIA YN ESELSIS DEO” (Gloria a Dios en el cielo) usanza euskera del
latín, pues el Capitán Fernández de Retana, como la mayoría de los españoles en
la Nueva Vizcaya, era oriundo del País Vasco. Sobre la oración, a manera de
remate del altar, hay un pequeño arco ornamentado con flores de ocho pétalos y
diminutas cabezas de querubines alados, como las que rodean la pintura.
Bajo la imagen está el monograma de la Virgen María, junto a otro que podría
hacer alusión a San Francisco de Conchos, y dos escalones cubiertos con láminas
repujadas con motivos geométricos de rombos y círculos, el primero, y el águila
bicéfala de la monarquía hispánica, entre hojas y flores, en el segundo.
Haber sobrevivido al incendio de la capilla en la masacre de 1945, se cuenta entre
los milagros atribuidos al pequeño cuadro, que se imponen en la leyenda a los
hechos; como el saqueo registrado que sufrió el templo aquella ocasión. Sin
embargo, la preservación de relatos que han acompañado a la pintura
Guadalupana durante más de tres siglos reafirman sus valores estético e histórico,
pues ha sido testigo del devenir en San Francisco de Conchos, que sigue
encontrándose y reconociéndose en la tradición del peregrinar a la antigua capilla
del presidio cada 24 de junio.

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