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Muestra de poesí a Gonzalo Sobejano Bilingual Press/Editorial Bilingüe Hispanic Research Center Arizona State University PO Box 875303 Tempe, Arizona 85287-5303 (480) 965-3867 “El Caballo de Troya” se publicó por primera vez en el libro Piel-Palabra (Muestra de la poesía española en Nueva York), de Francisco Álvarez-Koki, págs. 31-32. © 2003 Consulado General de España en Nueva York. “Septiembre, once” se publicó en ABC Cultural (Madrid), 7 septiembre 2002, pág. 14. VERANO 1936 LEDA Ellos, los mayores, hablan bajo, de cosas importantes. No es un niño dormido lo que mira Leda desde sus ojos almendrados; ni un héroe muerto, pues que no suspira su ánima por los labios tan callados; ni el cisne de la fábula, que expira de afán entre sus muslos nacarados. Tú y yo, hermana, nosotros, en sus asuntos no tenemos parte. Vamos, subamos pronto a la azotea, juguemos a novelas. Es nuestra y es azul toda la tarde. (Años 80) Flor de piedad, contempla su corola, íntima virginal sirena sola. (Años 90) EL CABALLO DE TROYA (Riverside Church, Claremont Avenue, Nueva York) El montañoso templo da la espalda a la avenida en calma donde vivo, cerrando su fachada solitaria al parque y a la ruta junto al río, a la otra orilla y al lejano oeste por donde el sol se pierde. Amasado en cemento que semeja pálida greda demacrada, eleva la muda mole de su laberinto, pétrea colmena de órbitas vacías, alcázar del olvido. Por una calle, en cuesta, de este barrio de pronto el caminante ve en la cima la magna tumba de pavor callado y siente la amenaza —y se desvía. Si es triste ver de cerca el monumento, aciago es contemplarlo a la distancia erguir su altura odiosa, su torva torre como el cuello tenso —con las orejas cortas— de un caballo que ve la muerte vasta. El Caballo de Troya. Templo abismal, poblado de vacío, debiera alzarse en una plaza sola. Como en un cuadro de Giorgio de Chirico: desierta luz y sepulcrales sombras. (Julio, 1996) SEPTIEMBRE, ONCE O harp and altar, of the fury fused, (How could mere toil align thy choiring strings!) (Hart Crane: «Proem: To Brooklyn Bridge») Ni un latido de viento a la despierta capital del afán nada anunciaba. De repente —y después— dos rayos sordos sangraban muerte en lívidas cascadas. La mañana era azul, desnudo el cielo, dócil la tierra al sol de la esperanza. Era un martes, un once de septiembre. Ascendía la paz entre las ramas. Dos blancos faros de presencia última, y dos hoces —dos fauces— que los tajan. La mañana se abría: martes, once de costumbre, de olvido, de bonanza. Mañana madre: desayuno, escuela, regresar al taller de la jornada. Quieta mañana. Ni el más leve soplo de brisa a las ventanas alcanzaba. Dos cóndores concéntricos, prendiendo en ambos talles sus precisas zarpas, desarbolaron a las ciegas vírgenes, violaron a las pálidas hermanas. Quedó del rapto un arenal de humos manando del osario de las brasas. Quedó un cerco de exvotos y crespones y un hervidero de banderas gárrulas. Queda esta llave de metal de piedra, este nervio de altar, plectro del arpa. Firme acorde en la red, mantiene el puente: ese brazo tendido a otra mañana.