`commeilfaut` Dirigeuna`fábrica` depresidentes

Transcripción

`commeilfaut` Dirigeuna`fábrica` depresidentes
Juliette
Binoche
actriz
51
ARTISTAS
LA VANGUARDIA 9
V I V I R
LUNES, 9 MARZO 2015
Emma
Bonino
exministra
67
Manuel
Galiana
actor
74
Enric
Cassassas
poeta
64
Francisca Romana,
Paciano, Benito, Cirón,
Gregorio Niseno,
Catalina de Bolonia
Ornella
Muti
actriz
60
CUMPLEAÑOS
SANTORAL
mme il faut’
ENA (Ecole Nationale
d’Administration).
La directora de la
ENA, Nathalie
Loiseau. posando en
su oficina de París en
octubre del 2012
es en el Barbican londinense
donde los dictadores o los partidos tradicionales disfrazan sus
propios intereses de patriotismo,
empeñados desesperadamente
en aferrarse al poder. ¿Qué debe
predominar –se preguntaba Sófocles más de 400 años antes de
Cristo–, la lealtad a la ciudad, a la
familia, al grupo, a uno mismo?
Vivimos momentos turbulentos, y Juliette admite que al me-
La actriz francesa
ya había hecho
la ‘Señorita Julia’,
de Strindberg, en el
West End de Londres
‘Antígona’. Binoche,
durante uno de los
ensayos de Antígona ,
en Londres
AN VERSWEYVELD / HO
‘Nadie quiere la
noche’. La actriz, en
una escena del filme de
Isabel Coixet
terse en la piel de Antígona, sumergirse en los mitos y arquetipos que rodean al personaje, y
plantearse inevitablemente todos esos interrogantes, no puede
evitar pensar en los periodistas
del Charlie Hebdo asesinados en
París a principios de enero, una
auténtica tragedia griega que le
tocó muy de cerca.
Binoche llega hasta el tuétano
en sus personajes, pero no dice
mucho (defiende de manera obsesiva su vida privada y ha presentado querellas contra quienes han
intentado entrometerse en ella),
y cuando habla lo hace con rotundidad. Una de sus causas favoritas son los derechos humanos –y
especialmente de la mujer– en
Irán, país que ha visitado por su
amistad con cineastas y artistas
víctimas del fanatismo y la obcecación de los ayatolás.
En cualquier caso, no le gusta
dar explicaciones. A los 51 años
(los cumple hoy), sin cirugía estética y con mínimo maquillaje que
no oculta las arrugas de medio siglo, la actriz parece en paz consigo misma. Nunca se ha casado,
tiene dos hijos de padres distintos (el primero, un submarinista,
el segundo, el actor Benoit Magimel), ha salido con Olivier Martínez, Daniel Day-Lewis y el argentino Santiago Amigorena, ganó el
Oscar de 1996 por El paciente inglés y vive en un chalet de un privilegiado barrio de las afueras de
París. Y sobre todo trabaja sin cesar. En su currículum figura medio centenar de películas, lo mismo superproducciones comerciales que proyectos independientes de escaso presupuesto.
Pero haga lo que haga, ya sea
Antígona, Chocolate o los Tres colores, de Kieslowski, no le faltan
nunca admiradores. El expresidente norteamericano Bill Clinton la invitó una vez a que lo visitara en la Casa Blanca, y ella –prudentemente– se negó. Fue él
quien tuvo que ir a buscarla a
ella, acompañado de Hillary...c
FRED DUFOUR / AFP / ARCHIVO
Dirige una ‘fábrica’
de presidentes
Nathalie Loiseau, francesa con galones
ÓSCAR CABALLERO
París. Servicio especial
Proyección del Mayo del 68 que
proponía pedir lo imposible, Nathalie Loiseau, 50 años, publica
Choisissez tout (JCLattès), porque ella misma escogió todo. Por
ejemplo, ser madre de cuatro hijos sin descuidar veinticinco
años de carrera diplomática, cinco como portavoz de la embajada
francesa en Estados Unidos, coronados con la dirección administrativa del Quai d’Orsay, el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Primera mujer en la historia
del cargo, en el 2012 se convertiría en primera directora de la
ENA. La mítica Escuela Nacional
de la Administración, en la que
ella no estudió, considerada una
fábrica de ministros y presidentes. De ahí salieron, por ejemplo,
dos de los tres últimos mandatarios franceses, Jacques Chirac y
François Hollande. Y el actual
ocupante del Elíseo tuvo a sus
cuatro hijos con otra enarca –el
calificativo de quienes entran en
la ENA–, Ségolène Royal, ministra y la única mujer que estuvo a
punto de presidir Francia.
Por su parte, Nathalie Loiseau
tenía 16 años cuando entreabrió
un bastión igualmente reservado: entró en Ciencias Políticas. Y
se diplomó en lenguas orientales
–habla indonesio y chino– aunque “lo más complicado fue soportar la ironía de mi familia
–me llamaban ‘quiero todo’–,
más interesada por los estudios
de mi hermano".
Su libro “alienta a las mujeres
a no renunciar a nada y a luchar
para realizar los sueños”. También les advierte contra “el deseo
imposible de perfección. No pretendo ser perfecta ni como directora ni como madre. Las mujeres
nos metemos demasiada presión”.
Y si protesta contra las des-
igualdades –“a igual trabajo, en
Francia, el salario de una mujer
es el 80% del de un hombre”–,
propone “un mundo mixto, sin
enfrentamiento de sexos”.
Otra observación. “Las mujeres somos demasiado buenas
alumnas: estudiosas y dóciles. A
los chicos les incitan a expresarse; a nosotras nos prefieren calladas. Por eso, ciertas oposiciones
que parecen igualitarias tienen
trampa: en el oral, perdemos”.
Una de sus primeras medidas
como “directora de una escuela
con sólo un tercio de alumnas”
fue “obligar a juzgar los orales sobre datos objetivos y no sobre la
impresión de los examinadores.
Resultado: un 45% de aprobados
de chicas”
Antes, en el Quai d’Orsay, “para cortar a quienes descartaban
una posible embajadora por su físico, descalifiqué a un candidato.
Tiene caspa, dije. Cuando mis colegas del jurado se sacudieron las
hombreras comprendí que había
ganado”. Loiseau reconoce que
“en los momentos clave, un hombre me convenció de tirar adelante: las mujeres tenemos un complejo de inferioridad”. Y, con ironía, “como se trata de irrumpir
en el mundo de los hombres, más
vale apoyarse en un ejemplar de
la especie”.
El humor abunda en el libro.
Desde el título de los capítulos:
“¡Ponte derecha!”, “¿Para qué sirven los hombres?”, “¿Hay que sufrir para ser mujer?”.
Loiseau quiere “una sociedad
más cómoda para todos. Tenemos útiles del siglo XXI, pero trabajamos como a principios del siglo pasado, con reuniones interminables y más atención a la presencia que a la eficacia. ¡Cuánta
energía y tiempo perdidos!”. De
hecho, “cuando en el Quai d’Orsay acabé con las reuniones de
los viernes a las siete de la tarde,
los hombres, que no habían osado pedirlo, me lo agradecieron”.c

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