Jimmy Herrera Pena Máxima Camino despacio hacia el

Transcripción

Jimmy Herrera Pena Máxima Camino despacio hacia el
Jimmy Herrera
Pena Máxima
Camino despacio hacia el punto penal, con pasos pequeños y seguros. Él se ubica en la mitad del
arco, justo a doce pasos de distancia, sé que me está mirando pero lo ignoro; fijo mis ojos en el balón
que reposa sobre el césped. El árbitro me pide que acomode el esférico de nuevo. Levanto la mirada y
ahí está, pisando la línea meta, esperando; no se mueve, no agita los brazos, ni las piernas cómo otros
porteros cuando están en instancias definitivas.
Nos jugamos la clasificación al Mundial, si yo anoto el penalty y ganamos el partido, mi selección
clasifica y dejaremos a su país otros cuatro años sin saber lo que es la fiesta mundialista, pero si fallo, con
el empate, será su equipo el que disputará la copa del mundo, y mi equipo y mi país lo tendrán que ver por
televisión.
Me acerco al balón, lo acomodo en el lugar que el árbitro me indica, en medio de una imperfección del
terreno que evidentemente me hará más difícil empalmarla con el empeine; la pelota está resbalosa, por
eso la tomo con fuerza, si la dejo caer o actúo con torpeza, él se dará cuenta de que dudo y yo nunca
dudo. A mi corta edad ya he ganado el campeonato de ascenso, jugado cuatro finales de primera división
además he ganado dos copas internacionales de clubes y soy el jugador más joven en hacer goles con la
selección absoluta de mi país. En la mayoría de las finales que he participado, los comentaristas atribuyen
las victorias de mi equipo: a mi cabeza fría. Él lo sabe, pero ahora simplemente espera, sabe que puede,
y quiere hacerse el héroe atajando mi remate. Yo quería que el partido se definiera en los noventa
minutos, pero no fuimos lo suficientemente valientes; ellos a pesar de jugar de locales, sólo se atrevieron a
defenderse, y ahora en tiempo de reposición el árbitro pitó esta pena máxima a nuestro favor; una falta sin
discusión, sin protestas; soy el designado para cobrarla.
Él, le pidió calma a sus compañeros y con seguridad y confianza se ubicó debajo de los tres palos;
ya lo he visto salir convertido en héroe en otras jornadas; ha sido mi compañero y amigo; jugamos juntos
desde nuestros primeros años como profesionales; en los entrenamientos siempre nos quedábamos más
tiempo, él atajando y yo pateando; y esta escena que vivimos miles de veces en las prácticas, hoy se repite
en la final de una clasificación mundialista, definitivamente me conoce y yo lo conozco.
Estoy acostumbrado a ese tipo de momentos cruciales, me gustan; dejo el balón en su sitio y
mientras doy varios pasos hacia atrás, me concentro en el remate, pienso en la ubicación que le daré a
la pelota, no siento nervios, no escucho a la tribuna, ni sus insultos, simplemente espero el silbato del
árbitro para impactar el balón. Lo veo extender sus brazos para hacerme ver el arco más pequeño y dar
un paso hacia el frente para ganarle distancia a mi disparo; recuerdo la época en la que éramos amigos,
cuando jugábamos en el mismo club y nos informaron su transferencia a un equipo en Europa. Esa
misma temporada antes de que lo vendieran, en uno de los torneos internacionales jugamos un partido su
ciudad natal, tuvimos un permiso especial, fuimos a su casa y me presentó a su familia, sus padres me
agradecieron por tratarlo como a un hermano, pues no era fácil irse tan joven a vivir a un país extranjero;
él viene de una familia humilde, mucho más humilde que la mía; y ahora a pesar de ser joven, tiene en
sus ojos esa seguridad que le dan los minutos de juego, la experiencia y aunque no lo reconozca el rencor
que por mi siente. Llegamos al mismo tiempo al club más importante de la capital, yo desde un equipo de
segunda división y él como una contratación extranjera, éramos los más jóvenes del plantel, creo que por
eso nos hicimos amigos. En los días que pasé en su casa también me presentó a su hermana, la misma que
siguió visitándome los meses siguientes. Cuando él se enteró, me dejo de hablar; no puedo decir que se
volvió mi enemigo, pero no me perdonó que me hubiera involucrado con alguien de su familia. Siempre
me decía que yo era un promiscuo, un egoísta, que nunca sería capaz de tener una familia y tal vez tenía
razón, lastimosamente no escuché sus consejos, y tampoco los escuchó su hermana. La última vez que
hablé con él, antes de su transferencia al fútbol europeo, me advirtió: no quería que me viera más con
ella, o me tendría que atener a las consecuencias.
Estoy a punto de patear, pero le pido al árbitro que se fije de las botellas de agua y las monedas
que lanzan desde la tribuna; no me importa que me golpeen, sólo quiero aumentar el nerviosismo en los
aficionados. Él, entre tanto, hace como si no le importara, simplemente se adelanta otros dos pasos de la
línea de meta y sin decir nada me sigue mirando fijamente, de cierta manera actúa con indiferencia, como
si nunca me hubiera conocido, me evitó en todo momento durante el partido, no tuve oportunidad de ni
siquiera saludarlo; paradójicamente yo también siento indiferencia, la verdad ya no me interesa asistir al
Mundial, justo antes de la convocatoria para este partido me entregaron los resultados de los exámenes,
yo lo sospechaba, una de mis parejas tuvo la delicadeza de comunicarme que estaba infectada, que lo
mejor sería hacerme una prueba. Eso fue hace dos semanas y ahora tengo total certeza, HIV. Él no lo sabe,
como tampoco debe saber que aún salgo con su hermana y que seguramente también está contagiada. Si
mi enfermedad se hace pública seguramente será el escándalo del año para la prensa; por ahora, después
de este partido fingiré una grave lesión que terminará mi carrera deportiva prematuramente, lo haré para
ganar tiempo, ni a mi familia, ni a mi club les caerá bien la noticia. De lo que no tengo dudas es que tarde
o temprano, él, que ahora se mueve rápidamente de lado a lado del arco y me indica retándome que dispare
el balón a su derecha, se enterará de mi enfermedad y de la de su hermana.
El árbitro se mete el silbato a la boca, mis compañeros y los suyos esperan, unos para quedarse
llorando y los otros para correr a abrazar a alguno de nosotros, también están esperando nuestras familias,
nuestros amigos, nuestros países.
Desde pequeño me ha gustado tener el control de las situaciones y ahora, en este preciso momento,
siento que por fin decidiré algo. En cuanto a él que espera impaciente mi remate, de verdad lo estimo, pero
no sé si aún fallando el penal, me perdonará por haber contagiado a su hermana.
El pitazo del árbitro rompe la densa calma que sienten mis oídos, tomo impulso, le entraré al balón
con el borde interno de mi pie derecho.

Documentos relacionados