Cuentos raros
Transcripción
Cuentos raros
24 | 25 Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni Los años perdidos La disciplina es una anatomía política del detalle. Michel Foucault Molka, 2007 Salgo a la calle. Auto. Banderines. Cielo. Viento. Luz. La estela de los aviones fertilizantes. Hoy es el día de la ovulación masiva de las chicas de quinto. A mí me faltan cinco años y, como el que viene es bisiesto, son cinco años y un día. Mi abuela, que dice que desovuló a mi madre o, mejor, a la mujer que dice que desovuló esto —yo, esto que soy, que ni puedo nombrar—, me explicó que les pasa sobre todo a los varones que se mueren de tanto pensarse, porque como no lo hacen mucho, cuando lo empiezan a hacer se vuelven locos. Escriben libros, tienen teorías que los engañan, la gente los aplaude porque hablan de cosas increíbles de pensar acerca de lo que no conocemos: ¿cómo somos cuando nacemos? ¿Cómo somos en la cabeza cada uno de los que nacemos en ese momento en que nacemos? Ese tipo de cosas se preguntan, y así se vuelven locos. Yo no me veo a mí pensando, no me parece que sea sano pensarse demasiado. Las mujeres podrían trabajar con eso: pensarse; pero sería más difícil llegar a una verdad porque ya nacemos con un proyecto. En tercer año todas ovulamos a la vez, cinco años después todas desovulamos a la vez, y ¿después qué? Después ya está, no hay nada que decir. En cambio los varones no. Nacen y no saben qué hacer, entonces se ponen a especular. Yo, esto que se dice yo, en lugar de hacer lo que hace el resto de las mujeres —que se acomodaron a pensar todo alrededor del Proyecto—voy a dejar de pensar, directamente, no voy a imaginarme más, solamente voy a ser. Y si llega el día y me toca vestir el mañuequil y caminar con las demás por la Vía de la Ovalina para desovular como les tocó a esa —mi mamá—, a esa —mi abuela—, como les toca a todas, al menos me va a agarrar de sorpresa, como quiero que pase, no que me pase, como es que pasa. Todas las madres cubrieron las mismas etapas. Las de mi familia tomaron las Enseñas del Ovoón en la Caterva del Montesino Pérez. Es un curso de un año, pero debería durar toda la vida, dicen algunas. Lo hacemos a los 14, antes de la ovulación masiva. Después, si tenés suerte, ya te crece el estómago y a los nueve meses es la desovulación quinquenal de la región, en mi ciudad se hace la Arribada con las mujeres de las Regiones 6 y 7. Soy horrible siendo eso que espera a que la desovulación quinquenal me toque y después ya todo no tenga sentido, nada. Por eso empiezo ahora, nada tiene sentido para mí, solo lo que se pone delante de esto (yo). Quintiles de flores. Banderines. Vecinos que ovacionan desde los balcones. Médicos que avanzan en autitos de golf. Una procesión de mujeres redondas, rapadas, enormes, enfundadas en sus mañuequiles. Van todas al mar. Molka, 2016 Paris dice que es normal. O muy frecuente. Al final, en el cuarto y quinto año, los exámenes son casi lo único que tenemos que hacer. Dicen que es para corroborar que todo esté listo y también dicen que es para cuidarnos. Yo creo que se prueban a ellos mismos la eficacia del sistema. Arman estadísticas, se mejoran para reducir los márgenes de error en el quinquenio siguiente. En el pasado, se dice, eran pocas las que lograban preñar y casi ninguna alumbraba. Fueron los tiempos secos, antes del mejoramiento, cuando todavía era un rumor de curanderas lo que después se volvió una verdad científica: las ovulaciones pueden alinearse. Pueden lograr eso. Reunidas, las mujeres se equilibran entre sí y se pliegan al ritmo de las mareas de la luna. Hacen cálculos muy exactos, hacen matemática con nuestros ovarios. Por eso nos juntan a todas, para economizar esfuerzos estatales. El fin es únicamente utilitario. No para que entre nosotras podamos enseñarnos cosas, alentarnos. No nos necesitamos: necesitamos el número que componemos. Ahora hacemos sobre todo exámenes y algunos ejercicios intrauterinos fáciles. Comemos bien. 26 | 27 Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni Paris es el técnico psíquico de mi Centro de Preintracción, viene a hablar conmigo los días que no viene Pérez. Se turnan y después se reúnen para que nada quede suelto. Manejan un sistema de opciones aparentes. Yo lo prefiero a Paris. Tiene unos ojos verdes que me hacen pensar en algunas tortugas, tal vez será por eso que cuando hablo con él el tiempo pasa más lento, como si no hubiera relojes, como si no tuviésemos ningún apuro. Como si fuera posible que nos escapemos juntos a los Bosques del Lejos, que construyamos una casita de madera, esperarlo con la cena preparada cuando vuelve de cazar y que después, mucho después, tengamos hijos. Es por eso que lo hacen, para que produzcamos esas imaginaciones amorosas. Pero en el momento una no se da cuenta y habla. Le conté algunas cosas. Ya usaba mañuequil, pero todavía tenía mi pelo y creo que a él le gustaba, como a mí sus ojos de tortuga estatal. Me dice que es normal que durante los primeros años experimentemos temores, que pensemos en nuestras madres y abuelas, en las que nos dieron la vida o en las que pasaron por esto antes que nosotras. Normal o frecuente. En cualquier caso: nada de qué preocuparse. Es normal o frecuente imaginárselas pujando, resoplando, mordiendo los brazos flácidos de las cuidadoras viejas, tratando de meter las manos en el agua, de palpar entre las olitas la forma de una nariz, lo retorcido de una oreja, un agujero o una prominencia. Es decir, un futuro triste o uno más o menos llevadero. Eso no me lo dijo Paris. Me dijo solamente que casi todas las hembras en preparación pensamos en las que nos alumbraron y tememos. Que no obtura el proceso. Que es, incluso, necesario. Los preparadores físicos y los técnicos psíquicos casi siempre son hombres. Lo hacen para que empecemos a sentir deseo. Es fundamental. Si sus madres no hubieran sentido deseo, nos dicen, ustedes no estarían aquí. Y es raro eso, porque yo no quiero estar aquí. Pero a la vez no estar es algo imposible de concebir. Tampoco sé si es cierto, siempre es posible que nos digan lo de la necesidad del deseo para que no nos decaiga la moral; eso sí es riesgoso para la fertilidad. Igual prefiero estos meses a lo de antes: los controles ginecológicos semanales en los que nos abrían con un espéculo. La primera vez se siente como si una nave espacial te aterrizara muy adentro, en partes inconclusas de tu cuerpo. Algo como lo que debe sentir un congelador al que raspan con una cuchara de metal que está muchísimo más fría que el hielo. El ginecólogo va haciendo girar una manivela chiquita. Lo hace con sadismo, nadie le reprocha el morbo. A veces, mientras te abren y te miran con el microlupoón, dicen cosas. Palabras que rechinan. Y antes, también: inyecciones diarias para la fertilidad y para la mansedumbre. Las agujas en la panza, en el brazo, en la cabeza. Las del cuello son las peores —introyección metálica—, dejan la garganta raspada y la voz se va volviendo suave, como un arrullo, lista para dormir a una niña ajena, enfermita, en el mejor de los casos. Por eso prefiero lo de ahora, la dimensión humana del proceso —aunque sea falsa—, a lo de antes, y también a la desovulación masiva que viene. Trato de no pensar mucho en lo que sigue. Por eso cuando Paris me preguntó me quedé perpleja. Vos qué quisieras. No entiendo la pregunta, le dije. No seas tonta, me respondió y me metió la mano entre el pelo, como acariciándome, pero yo ya tenía todas las hormonas comprometidas en el trabajo de ovulación así que el pelo se me había debilitado mucho y con su mano salió un mechón. Vamos a tener que llamar a las rapadoras, me dijo. Y después insistió: vos qué quisieras. Fugarnos juntos a una cabaña en el bosque, tener hijos a la antigua usanza. Tener un varón, tener una nena fallada, que nadie la quiera y quedármela, tener una nena buena que se la lleve una rica y la salve, que no me pese el cuerpo tanto, poder escaparme antes de la desovulación, no, escaparme después, durante la preñez temprana. No sé, le dije. Paris anotó algo en su planilla y sonrió. Me sonrió. Muy bien, me dijo. Y: ya falta poco. A veces me pregunto si es así con todas. Me pregunto si a esta altura quedan diferencias visibles entre nosotras o si solo nos marca eso que nos pasa adentro; un óvulo en construcción útil o uno defectuoso no pueden distinguirse fácilmente todavía. Por eso a todas nos vienen los hombres para la intracción. Y hay que decir que si la mayoría desarrollamos preñez es por las alineaciones y los mejoramientos. 28 | 29 Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni Voy a pedir que te manden una rapadora mañana. Después se acercó a la puerta, como si ya se fuera, pero dio media vuelta y me miró. Yo estaba acostada en la cama, tratando de conservar el calor y la energía como nos enseñaron. Paris volvió y se acostó encima, con mucho cuidado de no presionar la panza, sino más abajo, de hacerme sentir su calentura, de darme ganas. Así se quedó acostado, duro, mirándome a los ojos con sus ojos verde tortuga durante unos segundos, y después sí, se levantó, siempre con suma precaución para no presionar alguna parte en proceso, apagó la luz y se fue, dejándome sola, enamorada, lista. Al día siguiente vino la rapadora y por la tarde me realizaron el último control del cuerpo. Paris ya no volvió. Y esa noche, a la hora más oscura del cielo, mandaron a los hombres para la intracción. Serían las tres de la madrugada, todas las puertas se abrieron y las mujeres supimos que había llegado el momento, nos quitamos las sábanas y las ropas como nos indicaron y abrimos las piernas en ángulo de cincuenta grados. Durante la intracción conté ovejas como me enseñaron, para no dilapidar en el cerebro la sangre uterina. El hombre me decía cosas, te hago cinco, me decía, sentí, mirá cómo te hago un varón sanito, mirá cómo lo eligen primero. Desconozco si dijo eso por algún motivo, si a ellos les dan indicaciones en el curso de fertilización, si es bueno para el deseo que hablen o si improvisan en el momento. Tardó ciento siete ovejas. Se fue y yo me quedé con las piernas en alto, conteniendo el líquido, produciendo un feto, comenzando el anteúltimo de mis años cedidos. Unos días después me confirmaron que había quedado. Una de las que no, recientemente convertida en cuidadora, pasó a anotarme en los cursos de preparto. Durante las preñeces circulan muchos rumores entre las mujeres. En general vienen de nuestras madres, nuestras abuelas. Alguna inventará también; la imaginación hormonal, se sabe, puede producir excesos. Y las ganas de creer son propias de nuestro género. Algo que se dice mucho es que conviene buscar la zona de convergencia del agua dulce, que cuanta más dulce el agua más chances tiene la criatura: les vuelve las pieles lustrosas, suaves y a la vez cerradas, inmunes. Los nenes que nacen en la convergencia casi siempre sirven. Molka, 2017 Salimos de la Oficina de Control Térmico en fila. Yo podría avanzar más rápido, pero no es así como funciona el asunto. Podría llegar antes al embalse, pero a nadie le importa eso. Delante de mí caminan unas cien mujeres. Detrás de mí no tantas, quizás cuarenta. Todas llevamos la cabeza rapada y el mañuequil, hecho de un material que se diluye al contacto con el agua, que en sus bordes indica “Propiedad del Estado”. Hace cinco días recibimos la última visita y quedamos listas para la Arribada. Ellos pronunciaban: lista. Y se iban. Quise decir algo, pero no pude. Quise decir mi pelo era hermoso, y ahora estoy lista. Pero no pude. Era necesario que este y otros procedimientos se cumplieran sin complicaciones. “La supervivencia de la especie es una misión nacional”, decían por los altoparlantes. Ahora soy una mujer de la fila, avanzo más lento de lo que podría avanzar sola. De chica pasé muchas horas espiando esta secuencia por la ventana del departamento. Nunca me había dado miedo. Ahora sí. Somos una gran serpiente imperturbable. Una hilera mansa y compacta. Ya nos inyectaron, estoy empezando a transpirar: así evitan que el instinto nos aleje del agua fría. El calor es insoportable, pero ninguna de las demás mujeres parece sufrirlo como yo. “Desovulario” dice en letras negras en los caballetes que demarcan el camino por el que nos trasladamos trescientos metros antes de llegar al estuario. La arena ya está ablandada y forma lomitas irregulares, los pies de la mujer de adelante tienen tajos en los talones, como si la piel no hubiese resistido más y explotara de tanto peso. El tratamiento con marinina a algunas les hace ajar las manos, a otras los pies, también el pelo se debilita, por eso nos raparon, el vello púbico se cae. ¿Qué se hace con todo ese pelo? El Estado usufructúa cada desecho. El griterío crece de a poco, se suman bocinazos, en la escollera se ven los autos estacionados prolijamente, formando un cuadriculado muy parecido al del Centro de Preintracción, con todas las camas ordenadas. Me cuesta caminar. Ya deben estar entrando al mar las primeras desovuladoras. Un guardia me empuja con una palmadita, ni violenta ni permisiva, con una suavidad calculada me indica hacia dónde tengo que ir y pierdo de vista a mi vecina: una chica pálida 30 | 31 Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni con nariz de muñeca. Somos de todos colores y tamaños: rubias, morochas, gordas, flacas, tibias, tontas, todas listas. Y todas de 20 años. Estoy cegada por la luz, no puedo más que mirar el cielo azul, ¿qué pasaría si lloviera, si hubiera un maremoto, si una bandada de gaviotas hubiese llegado antes que nosotras a desovular en esta playa? Esto pienso como una tonta porque ya sé la respuesta: la pregunta está mal hecha, es imposible que al Departamento de Reproducción Social de las Generaciones Futuras de la Patria se le escapen los ciclos de la Naturaleza. Nada fuera de control va a pasar hoy. Los pies ya tocan el agua, se mojan, pero el resto del cuerpo no: el líquido me resbala como si fuera aceite, el frío me sacude desde los talones hasta la nuca, me late en la espalda, justo detrás de la panza y tengo la sensación de que me voy a abrir como una nuez. ¿Quién es el feto que tengo adentro? No importa, no me importa, no me tiene que importar. “La supervivencia de la especie es una misión nacional. Señoritas, media vuelta. Oíd mortales el grito sagrado”. Ahora las parturientas hacemos una línea paralela a la costa, cada una cuatro metros adentrada en el agua, en la playa están nuestras madres, nuestros padres, no hay niños. Creo que ese punto borroso azul es mi mamá, esa que dice que me desovuló, mi mamá, mami, mami, me duelen los ojos, me pesan las piernas, el público, nuestros padres, en la arena, siguen cantando el himno, las embarazadas no cantamos, se escuchan gemidos, rezos, una chica dos cuerpos a mi derecha se agacha y con la mano sacude el agua, agarra arena del fondo y la vuelve a tirar al mar, me mira y me hace media sonrisa. Termina el himno, el altoparlante dice: “Año de la Desovulación, Regiones 6 y 7. Inspección de Articulado, fase uno: ¡Ya!”. Practicamos hace un mes la Inspección del Articulado, cada una pone a prueba su estado físico, nos agachamos hasta que la cola toque casi el agua, nos quedamos ahí cinco minutos. Una chicharra, dos, tres, y arriba, de un salto. “Inspección de Articulado, fase dos e inicio de analgesia repentina, fase de prueba de impermeabilidad: ¡Ya!”. Todas nos arqueamos hacia atrás y tocamos el agua con las manos, intentamos llegar lo más cerca posible del suelo y nos tiramos al agua, las risotadas de nuestros papás llegan hasta la línea de parto, las madres aplauden. Mi vieja debe estar llorando. Ahora, sin salir del agua, todas nos ponemos en cuclillas y puja- mos, saco la cabeza para respirar, veo el sol, esta es la línea de la que me hablaron durante todo el tratamiento, la línea tiempoespacio de parto, no sale mi defección, vuelvo a sumergirme, pujo, con la pera me empujo la panza, quiero que salga rápido, así le toca una familia rica, no puedo, vuelvo a sacar la cabeza, escucho un grito, vuelvo a meterme al agua, sigo escuchando el grito, no puedo sacarme esto de encima, ¿quién es mi hijo? No puedo verme, me toco la vagina, me la estiro, primero desde los labios, pujo, salgo a tomar aire, gritos, a mis lados las dos vecinas están sumergidas, tengo que sacarme rápido esto, chicharra, el altoparlante dice: “Desovuladoras, el Estado Nacional está orgulloso del esfuerzo en la pujanza, recuerden: son ustedes las constructoras del espíritu rector de los tiempos venideros. Desovulación en fase uno, 98% de las parturientas en proceso, faltan treinta minutos para que se abra el llamado de auxilio, recuerden: solo aquellas que puedan desovularse naturalmente aspirarán a los Centros de Postintracción Premium y sus hijos alimentarán las filas de lo mejor de…” (me sumerjo, pujo). Mi parto finalmente fue asistido. Levanté la mano en el segundo llamado. Vinieron las asistentes con las carretillas, la que me tocó a mí me dijo chiquita, ahora vas a ser feliz, vos pensá lo afortunada que sos que llegaste hasta acá y podés contribuir con tu sangre al acervo nacional, yo no pude pero me enorgullece, mi amor, estar acá con vos, agarrame la manito, no llores, es hermoso, muy sabio lo que pasa, ahora voy a agarrar la cabecita con esta pincita, ¿la ves? No le va a pasar nada, vamos a intentar coincidir las dos: vos pujás y yo activo la válvula, ¿te acordás del cursillo de instrucción sobre casos de retardo en la desovulación? Te refresco rápido: esta válvula acciona un dispositivo que hace vacío en tu vagina y por un efecto sopapa lo ayuda a salir, vos con tu manito tirás del tubo, no toques por nada del mundo a tu bebé, está cargado de células que generarían una reacción, adversa a los intereses de la Nación. Entonces pujé y ella accionó la válvula, metí la cabeza debajo del agua, quise mirar lo que salía de mi agujero, pero la panza me tapaba la visión, solo veía el tubo, la mano de la asistente, pujaba, ella jalaba y me desmayé. Me desperté en la playa, sentada en un escritorio, mirando hacia el mar. Las últimas parturientas daban a luz, las asistentes llegaban corriendo, nadando, a rastras, con las carretillas 32 | 33 Mistral Ritz Fautbender, 2018 Habíamos logrado seleccionar cinco bebés después de varios meses de analizar los expedientes de cada postulante. Eran ciento diecinueve: la partida de este año era más baja que la del año anterior, pero el ministro de Reproducción Social de las Generaciones Futuras de la Patria había declarado por cadena nacional que estaban trabajando para superarse. “Tenemos a los mejores especialistas de la región investigando para mejorar los procedimientos: para el próximo año se espera un incremento de al menos un 2,7%”. Mi marido quería una nena y casi lo consigue. Tuve que insistirle bastante hasta que aceptó la importancia de criar un varón. Pero hasta último momento dudamos: teníamos en preselección cuatro nenes y una nena. Cuando visitamos el Centro de Acondicionamiento y Selección estaba nervioso. Antes de entrar me pidió encarecidamente que no lo apurara, que él quería verlos y después decidir. Yo no necesitaba conocerlos, ya tenía mi preferido: Breton. Pero él insistía con la nenita, Maia. El Informe Proyectivo Conductual era claro: Maia iba a ser una persona conflictiva. Algo en su genética, seguramente una herencia materna. Un 25% de probabilidades de carácter subversivo. Era demasiado alto. El tope de aceptabilidad estaba apenas cinco centésimas más arriba. Pero él insistía: quería verlos, después elegir. Tuvimos que esperar unos minutos en una habitación blanca. Entró uno de los coordinadores de área y nos dijo que nos iban a mostrar a los bebés uno por uno, que teníamos diez minutos por bebé. Que esas eran las reglas y que las reglas no podían modificarse. Trajeron primero a la nena. Yo no quise alzarla. No iba a querer alzar a ninguno hasta que Breton apareciera en la sala. Él sí. Lo hizo con amor y cuidado. Con una suavidad que no parecía suya. Quizás se comportaba así para disimular que estaba nervioso, como todo padre primerizo. Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni cargadas con los bebés. Todas las carretillas seguían el mismo camino, bordeaban la costa y se perdían en el Bosque del Cerca. Nunca le vi la cara a mi feto. Apenas alcancé a verle un bracito, a él tampoco lo mojaba el agua, estaba embutido, parecía rociado con crema en aerosol. Le tocó el pelo a la nenita. La acarició. Me resultaba obsceno y le pedí que dejara de hacerlo. Pude ver una de sus cruces rojas, pero yo sabía que eran invisibles para él. Estaba enceguecido. Me miró y esa fue la última vez que intentó convencerme. Ya lo hablamos en casa, no quiero una mujer. Quiero a Breton. Sé que es perfecto. Las manos de esa nena eran demasiado pequeñas, parecían las aletas de un animal incompleto. Le pedí al coordinador que no trajera a ninguno de los otros bebés que habíamos preseleccionado, que viniera directamente con el que yo quería. Era perfecto. Rubio, la piel tan blanca y lisa. Su informe proyectivo era inmejorable. Iba a tener un coeficiente intelectual superior y una personalidad ordenada y dócil. No me iba a traer problemas de crianza. Iba a ser obediente y a crecer fuerte y sano. Nos lo llevamos. Firmé primero yo, después él. Tardó unos segundos. Antes de hacerlo volvió a mirarme. Breton no lloró ni una vez camino a casa. Todo iba a ser perfecto. Molka, 2018 Durante la hora del baño, la pinza helada, la temperatura de un cubo de hielo seco. Por las noches las agujas, los pinchazos en el pecho de este —mi cuerpo—, las extracciones de un líquido que nunca miré. Así durante casi un año: el Tiempo del Desapego. Una asistente distinta cada día se llevaba la muestra y eran otras las que me acomodaban en la cama, boca arriba, y ajustaban los posaubres a mi cuerpo. Después por muchas horas no podía volver a moverme. El tercer día en el Centro de Postintracción —todavía podía medir el tiempo— me sacaron los puntos de la vagina, me subió fiebre y se me durmió el cuerpo. La leche se la llevaban. Las asistentes no miran a la cara. Una vez vi pasar entre los biombos a la que fue mi partera. No me reconoció. Pero al final fue ella misma la que me trajo a Maia. La hija que me tocó. Maia vino con nombre: Maia. No importaba que no supiera si era realmente mi feto, el día que me la entregaron fue esperado. Así como la humanidad entera espera el descanso, ese día significaba para mí el alta. Era el final de mis días perdidos. No importaba ni siquiera si me daban un bebé, porque a veces pasa que por más que 34 | 35 Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni una haya llegado hasta este nivel, la fase final, los informes técnicos, genéticos y socioevolutivos arrojan que no estamos capacitadas para la maternidad conforme a los estándares deseables. Todos aceptamos el Sistema Estatal de Control de la Natalidad y de la Estirpe porque es la manera que encontramos de preservarnos, de ser cada vez más parecidos a nosotros mismos sin tener que estar a merced de los imponderables de la Naturaleza o de la humanidad. Igual, como mi madre me crió en la regla, y muy a pesar mío, fui cumpliendo cada paso, un día me dieron una beba, que nadie quiso, una beba tan parecida a un Yoly-Bell, tan ajena, envuelta en una mantilla rosa tejida a crochet que en una etiqueta decía: “Industria Nacional”. Me la pusieron sobre el pecho, antes la asistenta me lavó la cara con bálsamo de almendras, me desinfectó el antebrazo y las muñecas, me sonrió por primera vez y me dijo mamita al oído. Maia tiene un año y hace un año que fue mi desovulación. Ya pasamos las dos el Tiempo de Desapego, en el que las mujeres y los niños superemos ese impulso propiamente humano que nos lleva a mantenernos siempre cerca de lo conocido. Es la única manera, porque los humanos no tenemos un instinto que nos diga hacia dónde ir, cuándo, con quién juntarse, como tienen las tortugas marinas, por eso tendemos a apegarnos. Maia me mira, pobrecita, tiene los ojos del tamaño de un dedo pulgar mío, me mira desde abajo, con paciencia, parece que me evalúa, me escrutiña, como si pudiera decidir si viene conmigo o se va. Tiene marquitas en la espalda, tres cruces en la columna vertebral, una cruz verde en la sien derecha, una cruz roja en la izquierda. Con agüita tibia y Pervinox se lo sacás, mamita. Es una nena bien vulgar ¿por qué nadie la quiso? No es que sea fea, solo es del montón. Pobrecita, ya sé que no debería pensar en esto —¿o ya puedo quererla?—, la veo tan indefensa, le voy a acariciar la cabecita, tocarle el pelo negro y fino, pero ella se voltea entera y no me deja tocarla, rueda un poco por mi cuerpo y queda sentada junto a mis rodillas, me clava la mirada en la boca, gatea hasta mi cara y me mete la mano en la boca, tanto que me hace toser, se la saco despacito, ahora me clava la mirada en los ojos, y me dice Mamá. Entonces lloro, no sé si son las gotas. Lloro, pero no sé de qué. Ya tengo una hija, ella también es mujer y tiene la marca del Proyecto en el cuerpo. Nos vamos juntas a nuestra casita en la ciudad, allá estará mamá. Molka, 2038 Se hizo de noche mientras hablábamos, la voz de Bjorndal cada vez más grave en la oscuridad, como si así ocupara mejor el espacio. Me habla de Maia como si yo no la hubiera conocido, me cuenta algunas cosas de su vida juntos. Con un dedo recorre el contorno de una copa vacía hasta sacarle un chillido. Me dice que tiene miedo de que ella no sepa el instructivo. El instructivo, enfatiza, porque sabe que ese no es el término que usamos. No lo corrijo. Yo siempre la protegí, me dice. Y ahora no puedo. En los inviernos, la humedad recrudece cuando cae la tarde —será por lo acuático de la luz— y me parece que a esta hora trabajan mejor las palabras o los recuerdos. Es como si el agua del aire volviera a traerme a Maia, que toma cuerpo, se hincha, podría perdurar. Sonrío, él no me ve. No podés proteger algo si no sabes dónde está, me dice Bjorndal y me parece que el aire se mueve, las imágenes de Maia tiemblan, se amenazan, y entonces Bjorndal se estira y enciende el velador. La luz me tira el cuerpo hacia adelante: es el recuerdo del sol reflejado en el mar, fragmentándose en las olas y, del otro lado, en los paneles espejados de las ruinas del Sheraton, duplicado el brillo, triplicado en realidad, porque también encendían los reflectores de vigilancia, aunque fuera de día; la memoria de esa confusión es como un anzuelo que me engancha desde el esófago. Me aferro a la silla para sostenerme, para no hablar: para no ir hacia la luz que Bjorndal me ofrece. Me deja ir, pero solamente después de hacerme varias preguntas más. No entiendo cómo Maia pudo quererlo. Porque eso, supongo, fue lo que pasó. Se quisieron. Sólo una estupidez tan potente como el amor podría haberla perdido. Ella, mi hija; yo no le enseñé esas cosas. No sé de dónde las sacó. Yo no le enseñé esas cosas. Bjorndal dijo eso. Dijo: Necesito que me diga dónde está su hija ahora. Necesito verla, rescatarla. No sirvió de nada que le explicara que nos sacan de ahí con los ojos cubiertos, todavía muy medicadas. Que lo que viene después son unos años de algo así como un sonambulismo. Pero no es eso. Es otra cosa, más liviana pero menos dócil. Que nuestra memoria queda destrozada: como atún en lata. Partes que podrían pertenecer a diferentes peces y que se 36 | 37 Maia, 2039 Estoy parada junto a mi cama, la nº 76. No sé qué voy a ser de ahora en más. Mis compañeras están listas para irse, como yo. Nos tienen que venir a buscar. Dijeron que la salida se organizará en tandas: nos dividieron en dos grupos. Sabemos que uno de los grupos recibirá hijos y el otro no. Todo depende de cuántos se hayan llevado. De cuántos hayan desechado. Lo que nos toca es el remanente, pero es algo. Algo es más que ningún hijo. Estas cosas nos las decimos de noche, cuando las cuidadoras salen a blurrear. Ellas no saben que hablamos ni que todas acá adentro estamos simulando que la realidad es esto. Nos cuesta pensar. Nos cuesta armar oraciones. No nos dejan esperar cosas. El futuro es una máquina que no debería trabarse. No con tantos cálculos, no con tantos esfuerzos milimétricamente engarzados. Son parte del futuro mejorado, nos dicen, desde chiquitas. Me acuerdo que pensaba en todas estas cosas que me pasan ahora de otra manera: creía que la felicidad era esto. Poder. Ser útil al Estado. Ser útil a la conservación. Ser fértil, convertirme en una mujer fértil. Las cuidadoras nos odian, es cierto. Si nos odian es porque nos envidian. Yo las envidio, pero no las odio. Están tristes y se parecen a los penachos de fuego del Parque Industrial: tersas y enteras como esas chimeneas de las que salen lenguas rojas. Somos ochenta y dos en total. Hay un grupo de treinta y un grupo de cincuenta y dos. Estoy en el segundo. No sabemos qué quiere decir eso. No nos dijeron a qué grupo van a darle bebés, todavía. Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni reúnen en un sabor despedazado. Ellos dicen que así es mejor. Que es como se tolera el proceso. Que de otra manera enloqueceríamos. Las palabras no parecían de él. Mantenía el cuerpo fijo en una posición exacta, me miraba como si quisiera traspasarme. Secarme de información y tirarme. Pero ya estoy seca. Ya me sacaron todo lo que podían sacarme, Bjorndal. Inclusive a Maia. Ahora camino. Calle. Luz. No tomo una dirección, la dirección me toma a mí. Pero es tarde para cualquier cosa. También para creer que Bjorndal hará algo por Maia. Que me la traerá de vuelta, como prometió. No. Ninguna de nosotras está hecha para volver del lugar al que nos mandan. Yo volví y sólo puedo esto, no pude nada más. No hay viento. Tampoco era mi hija, tampoco duele tanto. Siento que hace siglos que no me mantengo en pie durante tantos minutos seguidos. Dicen que esta sensación de mareo se nos va a pasar en unos días, cuando estemos afuera. Que igual tenemos que seguir concurriendo a los controles en el Centro de Postintracción. Aunque se sientan bien, aunque crean que se sienten bien, nos dicen. Yo estoy tan débil ahora que podría morirme. Se escucha un disparo. Gritamos, las ochenta y dos. Nuestros gritos son tan blandos que no parecen gritos. Estamos muy cansadas y nos cuesta movernos. Estamos todas secas. Algunas se agachan trabajosamente. Yo no. No quiero cubrirme de nada: quiero que venga algo que me rompa de una vez por todas. Se escucha otro disparo, más cerca. Veo a dos asistentes salir corriendo. Ellas pueden. A nosotras nos faltaría fuerza para tener tanto miedo. Un hombre entra en la sala: lo miro y sé que es alguien, pero no sé quién. Me pregunto si lo conozco y lo espero. Viene hacia mí. Dispara al techo y ordena a todas las demás que se queden quietas. Me toma del brazo y me arrastra con él, me lleva. No me importa. Que me lleve, hagan conmigo lo que quieran. Me despierto. Bjorndal está de pie, frente a la ventana. Me mira. Me da los buenos días. Yo no puedo hablar: me dijo que no hable para que los vecinos no me escuchen la voz. Cualquiera podría delatarnos, amor, me dice. Hay que tener cuidado, mucho cuidado. Tenés que hacerme caso. Dice que me salvó. Que por fin pudo salvarme. Que tardó mucho en encontrar el lugar en el que nos tenían. Que puso en riesgo su vida, su puesto y su nivel por mí. Sólo por mí, porque me quiere. Porque yo lo quiero. Me hizo aprender su nombre de nuevo. Dijo que lo había olvidado, que eso no es lo mismo que no saberlo. Que nosotros nos habíamos querido mucho antes de la desovulación. Que el día de la intracción casi se vuelve loco, que no podía tolerar la idea de perderme. Después, dijo, se pasó los días buscándome. Pero nadie le daba información. Dice que el mes que viene va a soltarme las correas. Que están ahí para protegerme. Hasta que vuelvas del todo, dice. Me inyecta 38 | 39 Me despierto. Todavía tengo marcas en las muñecas, en los talones. Eso se va a pasar, el pelo te va a crecer y vas a volver a ser hermosa para mí, repite. En una hora va a salir y yo me voy a quedar sola. Se va a ir al trabajo y cuando vuelva va a estar feliz de que yo siga acá, de que me esté poniendo hermosa para él. De que nadie nos haya descubierto. Algo dentro de mí se obstruye y se libera: algo como una pulsión que insiste. Tengo que ir al mar. Tengo que volver al mar. Espero. Miro y espero y me mantengo quieta. Hace todo un pasado que no abro la boca. Maia, 2040 Mis piernas, mi estómago, mi cabeza. Tan pesada, mi cabeza. Mis manos que todavía sufren la presión que tuve que hacer para forzar la cerradura. Por suerte, todos los materiales de construcción son fáciles de romper. Eso es así porque la destrucción es algo con lo que aprendimos a convivir. Algunas casas viejas todavía están hechas de cemento. Eso era así porque robaban; había ladrones. Yo no sé si creer en esas cosas. Mamá me las contaba cuando yo era chica pero me resulta improbable. Sé que el mar está cerca: siento la humedad, eso que se mueve entre los reflectores apagados. En esta época no los encienden hasta las ocho. Todavía es temprano. Siento la música del mar bailando en mis venas. La cadencia eterna de las olas. Avanzo. Luz, sol, niebla. El aire me choca: el viento. Veo un pájaro cruzando el cielo. Debería pedir un deseo, como todos, pero mis piernas desean mejor que yo y siguen moviéndose. Una detrás de la otra. Bjorndal va a llegar y va a entrar en la habitación y no va a verme ahí. Va a buscar mis muñecas mejoradas y mi pelo y no. Su toda para mí no. Camino urgida por algo en mi estómago. Camino y celebro en silencio. Voy a gritar tanto en el mar. Voy a llenarme los pulmones de agua. Agustina Paz Frontera / Lara Segade / Valeria Tentoni líquidos para sacarme los líquidos que me habían inyectado allá. Líquido contra líquido dentro de mí.