la valoración de objetos de arte

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la valoración de objetos de arte
LA VALORACIÓN DE OBJETOS DE ARTE
La valoración de objetos singulares y obras de arte, presenta por sus
características una cierta dificultad especial en su peritación, dificultad que
se acrecienta cuando con motivo del siniestro éstos desaparecen
materialmente, como puede suceder en los casos de robo o incendio o bien
cuando a consecuencia del siniestro, el objeto presenta mermas o
deterioros que por su misma naturaleza de objeto singular, y más si esta
singularidad es de carácter artístico, es sumamente aleatoria su definición y
puede resultar controvertido el hecho mismo de la valoración pericial.
El único camino a seguir es el de la estimación; estimación que debe
contemplarse en dos sentidos: El que la valoración va a tener siempre una
fuerte carga subjetiva, incluso en peritos de amplios conocimientos y
dilatada experiencia; y, segundo, en el sentido de que la valoración tendrá
como únicos puntos de base y partida el aprecio que más o menos
generalizadamente pueda deducirse de la evolución de las cotizaciones de
objetos análogos y de similares características extrapolando en base a estos
una valoración final razonable (y por tanto defendible) que contemple
haciendo referencia a ellos, los valores inmateriales específicos que
contenga el bien patrimonial. No hablaremos para nada de la estimación
subjetiva que el propietario del objeto considerado pueda tener hacia él y
que muchas veces distorsiona por irreal el valor de oferta que éste pueda
fijar.
En consecuencia, la valoración de objetos singulares y en particular de
obras de arte requerirá por parte del perito junto a la mayor amplitud
posible de conocimientos, nunca suficientes y siempre en precario, una
exhaustiva documentación para cada caso y una cierta dosis de humildad
para constatar eficazmente incluso lo evidente; y verifica con la ayuda
profesional a los especialistas de cada materia cada afirmación que se
realice, evitando cuidadosamente los juicios de valor, excepción hecha
naturalmente del justiprecio o valor de peritación por cuya determinación, lo
más racional posible, se le paga.
En cualquier caso, lo que no puede nunca facilitarse es un recetario para la
valoración de estos objetos singulares o de obras de arte que, como
veremos, es compleja, y aleatoria en sus resultados finales.
La valoración última que se pretende determinar desde el punto de vista del
seguro no es exactamente, o no tiene porqué coincidir, con el valor venal de
los objetos (o, en su caso con el justiprecio que pueden determinar los
oportunos servicios del Ministerio de Cultura cuando con arreglo a la
legislación vigente se ejerza la reserva prevista para la enajenación o
expropiación del denominado Patrimonio Artístico). Aunque eventualmente
podamos referirnos con carácter de ejemplo a obras maestras y singulares
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La valoración de objetos de arte
del Arte y de la Cultura universales (generalmente conservadas en
colecciones consolidadas y generalmente también valoradas por convenio
estimativo) nos interesan mucho más aquellos objetos de carácter artístico
de menor rango, pero que pueden formar partes de ajuares y patrimonios
más o menos domésticos, y por tanto mucho más cercanos en la praxis
cotidiana al quehacer común del perito tasador de seguros.
En cualquier caso se pretende establecer unas primeras bases de
aproximación a los problemas que presenta la tasación de los objetos
singulares, y en particular a los considerados como artísticos.
El fenómeno artístico para el seguro plantea problemas semejantes a los
que en su día pudieron presentar los seguros de Pérdida de Beneficios o el
Todo Riesgo Construcción, aunque eso sí, con mayor sutileza, subjetivismo
y aleatoriedad. Sólo cuando de
la experiencia acumulada pudieran
extraerse datos susceptibles de tratamiento estadístico para esas
antedichas modalidades de seguro, y en consecuencia abordables por las
técnicas actuariales, pudieron incorporarse con carácter general a la
práctica aseguradora ambas pólizas de Pérdida de Beneficios y Todo Riesgo
Construcción.
Análogamente, el mayor y más generalizado (incluso hasta cierto punto
popularizado) interés por el mundo del anticuariado, la difusión del
coleccionismo, la elevación del nivel cultural general y la ya incipientemente
abundante literatura y publicaciones especializadas (lo que a su vez revela
la existencia de amplios sectores sociales interesados y motivados por estos
temas y lo que es más importante con la capacidad adquisitiva o al menos
el deseo o estímulo de posesión); todo ello, su conocimiento, sus
cotizaciones y expectativas y la apertura de las barreras aduaneras
europeas hacen que este sea el momento de plantear las bases para una
aproximación al estudio del Seguro del Objeto y Obra de Arte.
Hechas estas primeras consideraciones vamos a analizar los factores que
intervienen en la valoración (valoración de cara al siniestro y por tanto
valoración pericial), y que complementariamente a su calidad artística, o
mejor con prioridad a ella, determinan sus valores de indemnización.
En primer lugar hay que considerar que los tradicionales valores del seguro
(a nuevo, a reposición) carecen de significado en relación con el Objeto o la
Obra de Arte.
El valor venal por otra parte es de muy aleatoria determinación y aunque
puedan servir como referencias puntuales anteriores y similares
transacciones, cualquier circunstancia coyuntural incluso muy ajena a la
obra de arte en sí misma, puede distorsionar radicalmente los puntos
tomados como de base y partida.
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La valoración de objetos de arte
El factor decisivo en la valoración de la obra de arte es el aprecio de
la misma, aprecio que se acentúa ante la irrepetibilidad que su unidad
conlleva. Este aspecto de la unidad junto con el de la irrepetibilidad conduce
irremisiblemente a la imperiosa necesidad de conservar la obra de arte (o
en el peor de los casos sus restos o fragmentos) a toda costa y en la mejor
de las condiciones de conservación y observación posibles dentro de su
seguridad en el marco físico. Ello nos conduce a los mundos a su vez
complejos y superespecializados de la restauración, la conservación y la
puesta en valor de estos objetos artísticos.
En cualquier caso son válidos los conceptos de la economía clásica de
oferta y demanda, pero ambos a su vez condicionados por el nivel cultural
y las posibilidades económicas de los potenciales vendedor y comprador,
que pueden indistintamente, y a veces también involuntariamente, engañar
o ser engañados en la (equivocada por desconocimiento), transacción de lo
que parece una ganga y resulta ser falso. Cuando el vendedor puede
“resistir” o “aguantar” la pieza, como se dice en el argot anticuario, sin
verse obligado a venderla por imperativos económicos de liquidez, el objeto
se reaprecia, va al alza por el acaparamiento, por otra parte lícito por no
tratarse de bienes de consumo o de primera necesidad, que sus poseedores
realizan.
Esos conceptos de ganga y falso son conceptos comerciales y artísticos y no
aseguradores pero, que no obstante, pueden tener repercusión en el valor
asegurable y desde luego lo tienen en el valor indemnizable en caso de
siniestro. Determinar los valores de transacción puede ser importante para
el perito pero conocer de la existencia de “falso” total o parcial, con
intención dolosa o sin ella es fundamental en la peritación.
Determinar estos extremos es por otra parte imposible sin la colaboración
de los expertos en autor, época, ejecución, análisis, estilo, etc. Esta figura
del experto del “connoisseur” o conocedor de la terminología francesa es
imprescindible para acreditar las actuaciones del perito que jamás, salvo
que concurran en él otras circunstancias personales y profesionales muy
claras debe inmiscuirse en las determinaciones o “expertizaciones” del
experto o conocedor limitándose a peritar en base a las determinaciones del
experto pero no a expertizar por el mismo.
El conocedor o experto lo será en base a su trayectoria profesional y
académica, pero sobre todo en base al consenso más o menos generalizado
que de su honestidad personal y fiabilidad profesional o cultural puede
tenérselo, ya sea esta última resultado de la práctica profesional, de la
erudición y el estudio, de sus singulares condiciones personales (hijo o
hermano de un pintor por ejemplo) o de la amalgama de todas ellas.
Este mundo del experto, algo aséptico, que dictamina pero no valora o
puede no hacerlo, se complementa con las figuras del “marchante”, el
“anticuario” y el “almonedista”, figuras éstas más o menos comerciales de
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“subasta” y “ferias”, mercados y mercadillos, ya sean éstos el Rastro
madrileño, el parisino Marché aux Puces, el romano Porta Portese o el
londinense Portobello Road, todos ellos con carácter, establecimientos,
especialidades y cotizaciones que llegado el caso es imprescindible conocer,
tanto como los grandes santuarios (y sus rituales) de la venta y subasta del
objeto de arte, sus comunicadores y publicistas, sus canales de captación y
distribución, los coleccionistas grandes o medianos y los restauradores que
las cuidan y rehabilitan.
En las obras de arte es frecuente la coincidencia de los valores históricos y
artísticos fundados entre sí bajo la denominación genérica de Antigüedades.
En ellas, así como el aspecto histórico o testimonial es claro y puede ser
incluso evidente, el artístico puede quedar mucho más velado.
Pero ¿qué es un objeto artístico? Es preciso aquí hacer un poco de filosofía,
y sin entrar en demasiadas profundidades, pero siguiendo al admirado y
admirable Víctor D´Ors, que une a su condición de arquitecto y profesor
emérito una mente lúcida y precisa (y que por esclarecedora nos viene al
pelo para este caso), voy a distinguir entre la Ciencia, que plantea
“problemas” con “soluciones” únicas y concretas, la Moda o Moral, que
presenta “cuestiones” con “diversidades” múltiples, y el Arte, que propone
“temas” con “interpretaciones” varias.
La Ciencia objetiva podrá determinar si un objeto artístico es de marfil o no,
si este otro es de oro o de bronce auténticos, si un pigmento es de una
época o no. En una palabra, el ser o no ser de la falsedad o autenticidad de
un objeto artístico y su correspondencia o no con una época o un autor.
El arte subjetivo sugiere calidades, valores culturales añadidos,
inmateriales, intangibles que unidos a la rareza o unicidad de la obra podrán
elevar su cotización de forma sorprendente.
Pero la Moda, variable en el tiempo, podrá hacer a su vez que objetos hoy
poco cotizados mañana alcancen valores astronómicos y viceversa.
Aspectos coyunturales pueden poner de “moda” una época o un autor o
condenarle a los infiernos del ostracismo y del olvido. Bach, Modigliani,
Vermeer pueden ser ejemplos significativos, y la muerte de un artista
(como ocurrió en su día con Salvador Dalí) puede desencadenar la
alteración de la cotización de sus obras.
Tenemos pues en la apreciación del objeto histórico-artístico tres variables o
parámetros:
Su valor material. El objeto de arte está muchas veces realizado con
metales nobles, piedras preciosas o materiales más o menos raros y
valiosos, caoba, marfil, maderas preciosas. Este valor material suele ser
despreciable ante los posibles valores artísticos y estos a su vez mínimos
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ante las cotizaciones o valores coyunturales, es decir, a las modas que por
razones de muy distinta índole pueden hacer crecer exponencialmente y a
veces artificialmente los valores coyunturales.
Después de la Filosofía de la Historia. Existen noticias de notables
colecciones artísticas en la antigüedad egipcia, griega y romana, y por
supuesto sobre la existencia de “tesoros”, en todas las culturas, que unían a
la riqueza intrínseca material de los objetos acumulados una mayor o
menos elaboración artística que añadía a ese valor material el de la obra
única e irrepetible e, incluso testimonial o histórica.
Pero es a partir de la Edad Media cuando estas obras, reunidas en
colecciones unas veces por la Iglesia y otras por la nobleza y en particular
por las monarquías de la Edad Moderna, especialmente las de pintura y
orfebrería, adquieren un rango “per se” como objetos valiosos tanto desde
el aspecto documental o histórico como desde el artístico con la aparición de
la obra de autor firmada.
Pero el hecho más sugestivo y que más afecta a nuestro interés es el
descubrimiento en pleno siglo XVIII de los restos de Pompeya. Es el siglo de
la Ilustración, de la sistemática científica de Bufón de Linneo y las casa
reinantes en muchos estados son de estirpe borbónica y de espíritu
ilustrado. Las sucesivas apariciones de objetos de la antigüedad romana
puestas en evidencia por las numerosas obras públicas que realizan los
Borbones napolitanos, unida a la tradicional ocupación subrepticio de
muchos habitantes de aquélla zona, los “tombaroli” o buscadores de tesoros
de oros y plata entre los restos sepultados llevan a la realización de
excavaciones cada vez más sistemáticas y científicas y los objetos que se
buscan no son ya de oro y plata sino también esculturas, cerámicas y
objetos cotidianos de la vida antigua y de todo tipo.
El impacto de estos hallazgos y excavaciones sistemáticas es enorme y al
poco tiempo los hallazgos, las antigüedades, se acumulan sin orden ni
concierto en los palacios de Campania. Para ordenar esta acumulación, para
saber lo que tienen y para jerarquizarlo según su valía, es decir para
inventariarlo y catalogarlo se recurre a los incipientes teóricos del Arte y en
particular a los que procedentes del sistemático mundo germánico habían
tenido ocasión de estudiar y poner orden en las heterogéneas y variopintas
colecciones de los príncipes europeos. Entre estos teóricos destacaremos a
Winckelman.
Ya no es sólo el valor material de por ejemplo el tesoro de Boscorreale,
tampoco el testimonio vital de la antigüedad a través de las antigüedades,
de los objetos cotidianos de aquel tiempo pasado; ahora también es el valor
cultural artístico de esos objetos el que va a tenerse en consideración.
Después, las campañas napoleónicas, la piedra de Rosetta y la aparición de
los museos como colección de objetos notables, con la particularidad
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además de que son visitables y su contemplación visible para todos,
cerrarán el ciclo.
La pintura pasa de ser testimonio histórico y galería de retratos de familia
de las casas reinantes, a objeto de buen gusto. Ya no son curiosidades,
antigüedades, ni si quiera objetos artísticos o manifestación de riqueza, son
objetos manifestación de cultura, y el Patrimonio Histórico Artístico pasa a
llamarse Patrimonio Cultural.
A la riqueza material del objeto se le añade su rareza, su valor como
testimonio histórico, y esté, con una profusión de datos e incluso anécdotas
literarias, documentales, estudios y monografías, junto con el valor artístico
llega a valor cultural y éste a integrante del Tesoro Artístico Nacional, Obra
del Arte Universal, Patrimonio de la Humanidad o cualquier otra similar que
en el futuro se invente.
De la rareza o unicidad se deduce un valor: V.g.: Venus de Willendorf y
Juguetes prehistóricos. Valor material: V.g.: Tesoro del Carambolo. Valor
histórico: V.g.: Piedra Rosetta. Valor artístico: V.g.: Venus de Milo. Otros,
absolutamente inmateriales (literatura o partituras), libros, documentos,
papiros. Y como valor añadido del objeto el conocimiento de su autor sus
datos y fechas de su vida, el de la creación de la obra y sus avatares.
La obra de arte se crea o se encuentra (por casualidad o por investigaciones
científicas sistemáticas. v.g., arqueológicas) se estudia, se documenta, se
compara y según su rango cultural consolidado o no, se protege o se
destina a la transacción comercial con toda la dinámica de aprecio,
cotización, autentificación y puesta en valor.
La puesta en valor lleva a que sea preciso que consideremos:
La restauración.
La conservación (protección física, robo, humedad, etc).
La presentación (marcos, iluminación, divulgación, etc).
También hay que asociar varios objetos por época, autor, similitud,
procedencia, etc., constituyendo Colección, y ésta, por serlo adquiere un
valor cultural y crematístico superior a la suma de los objetos que la
componen.
En todo lo dicho han quedado implícitos otros objetos generalmente de tono
menor, objetos artísticos pero de tipo popular, casi nunca de autor
individual, pero casi siempre de una procedencia regional o cultural similar,
que también pueden y de hecho son de interés para el arte y la cultura
universales; son los objetos de Artesanía; y son éstos objetos no de autor
singular, sino de una pluralidad de autores que mantienen más o menos
sistemáticamente unas tradiciones formales o tipologías locales y una
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continuidad en el tiempo, respondiendo muchas veces a las necesidades
instrumentales de objetos de uso cotidiano y general, adornados o
ejecutados según esas técnicas locales y con una producción repetitiva y
semimasiva que favorece la incipiente fabricación en serie para pasar de
ésta a la producción industrial planificada.
Cuando esta producción planificada además de atender a la racionalización
científica de la producción cuida también – y con preferencia – los aspectos
estéticos, es decir, los de belleza propios del mundo artístico, llegamos a lo
que se ha dado en llamar diseño; con valores sintomáticos, simbólicos y
significativos de carácter artístico además de los específicamente de uso o
de fabricación.
El diseño vuelve a proporcionar al objete de serie una calidad de objeto de
autor y un valor añadido específico por su firma, y aunque la
industrialización permite teóricamente la producción indefinida de objetos
en el tiempo, la introducción de nuevas técnicas y los cambios de moda
hacen que determinados objetos, con el paso del tiempo, sean irrepetibles o
de fabricación imposibles por antieconómica. Volvemos aquí a la dinámica
de la rareza, el aprecio, y de éste a la réplica, la copia y por último a la
falsificación.
Estos últimos puntos abren un nuevo campo insospechado para los objetos
no sólo artesanales propios de los Museos de Arte y Tradiciones Populares
(trillas, yugos, almireces, morillos, cántaros, etc), sino también para los
industriales. Las viejas máquinas de coser o de escribir, aparatos de radio
de válvulas, máquinas registradoras mecánicas, instrumentos y aparejos
marinos en desuso, e incluso de máquinas y aparatos mucho más
voluminosos, tranvías, ferrocarriles, maquinaria de minería, de marina y
efectos navales, juguetes, estampas, postales y un largísimo etcétera.
Todos ellos serán objeto de aprecio, cotización y coleccionismo con igual
rango y a veces con superior cotización que los tradicionales objetos de
anticuariado, pintura, muebles, cerámica, hasta llegar a crear un auténtico
Patrimonio Industrial, hasta hoy poco conocido o estimado pero que tiene
sus instituciones específicas para su estudio protección universales como es
el Comité especializado de la UNESCO como el TICCHI radicado en Suecia.
Definido el anticuariado como la actividad sobre el uso, puesta en valor y
comercio de los denominados ampliamente bienes culturales, vamos a
echar un somero vistazo sobre sus actividades.
En primer término es una actividad cultural pero también vinculado a la
cultura tiene un altísimo beneficio económico.
Si esto es general para todos los fenómenos de creación (V.g., la moda del
vestido de confección firmada “de diseño” de temporada puede tener unos
valores añadidos del 300%), en el caso de la obra artesanal se puede doblar
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o triplicar este porcentaje y en el de la artística alcanzar valores muy
superiores a estos.
Esta forma de creación de riqueza es indudablemente especulativa, pero la
generalización del aprecio por la obra de arte, tanto mayor cuanto mayor es
la cultura de los pueblos, la convierte en un valor tan seguro o más que el
oro (también un objeto de valor en cuanto es universalmente aceptado
como tal por un consenso generalizado) y con mayores expectativas de
revalorización que éste.
Ello, además, en todas las épocas y en todos los países (excepto
naturalmente en épocas de bajo nivel cultural o de situaciones límite de
guerra, hambre o catástrofe. V.g. Revolución Cultural China) y tanto del
Este como del Oeste.
Así, un teórico italiano, Antonio Gramsci, predijo hacia los años 20 del siglo
pasado que las teorías marxistas referentes a la construcción del socialismo
había que ponerlas en práctica no sólo a través de la socialización de los
medios de producción sino prioritariamente sobre la actividad cultural; y es
evidente el énfasis que los países o partidos socialistas, o simplemente las
gentes de formación marxista, ponen en las actividades denominadas
culturales, en su control y acaparamiento, excluyente en forma análoga al
control del denominado Capitalismo de Estado.
Pero el fenómeno se da también en los países de tendencia liberalcapitalista. Mr Terse afirmaba que los capitales de las Fundaciones
americanas (gran parte de los cuales están literal y comercialmente
invertidos en obras de arte) alcanzaban los 16 billones de dólares,
equivalentes a su vez al 7% PIB USA.
Pero el fenómeno no es tampoco nuevo, el arte “vale” y no sólo
económicamente; también como demostración de poder y de riqueza
personal o colectiva: (V.g., Egipto, Roma, Bizancio) con intención
educacional: (V.g., arte religioso), o con ambas (Colecciones Vaticanas,
Imagen e Icono).
Excluidos a priori los objetivos artísticos de carácter inmueble (aunque las
técnicas modernas permiten traslados completos y algunas piezas o
elementos constructivos puedan ser considerados como piezas de
anticuariado mueble), quedan los muebles y sobre todo la pintura, y en
menor grado la escultura y cerámica, como los principales objetos de
anticuariado.
Superada al parecer la división entre las llamadas
el anticuariado ha hecho objeto de su actividad
sería imposible enumerar pero que poco a poco
especialidad dentro del antiacuarido. Además de
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Artes Mayores y Menores,
un sinfín de objetos que
han tomado la forma de
la porcelana o el vidrio o
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las alfombras o monedas, otros no tan conocidos recuerdos de personajes
famosos, muñecas y juguetes, instrumentos quirúrgicos o musicales,
partituras y manuscritos, vinos, artículos o trofeos deportivos, soldados de
plomo, culturas primitivas, carteles, hasta llegar, como se dijo
anteriormente, a los artefactos mecánicos de la denominada arqueología
industrial encabezados por los relojes, que, junto con la cerrajería, marcan
el paso del mueble al mecanismo pasando por el modelado, la cerámica, la
fundición y los telares y las sonerías como síntesis última.
El perito tasador de seguros debe, pues, tener en consideración todos estos
factores y estudiar cuidadosamente no sólo las situaciones de infraseguros
sino las mucho más probables de sobreseguro, derivadas de factores
sentimentales o de sobreprecio o expectativas desaforadas, pero sabiendo
que el mercado en su realidad y en su dinámica puede trastocar estas
consideraciones en muy corto espacio de tiempo.
En consecuencia, aunque el valor comercial y valor asegurables pueden ser
valores distintos, es preciso que guarden alguna relación, y para ello es
necesario o el seguimiento puntual de las cotizaciones del mercado o la
consulta y constante contacto con los especialistas.
En España la actual legislación tiene su origen en la denominada Ley del
Tesoro Artístico de 1933, que en su día fue tal vez la más avanzada del
mundo y que, aunque actualizada, reformada y complementada con otras
disposiciones, en esencia e intenciones sigue válida. El Estado puede ejercer
el derecho de tanteo y adquirir las obras que como resultado de subasta
puedan ir a parar a otro país. Las competencias en estas materias
corresponden al Ministerio de Cultura y a la Junta de Valoración y
Exportación de obras de Arte, existiendo otras jurisdicciones, como las
autonómicas, y por su abundancia, riqueza e importancia también
eclesiástica, que es preciso tener en cuenta.
En cualquier caso, aunque con muchas excepciones, la consideración de
obra del patrimonio artístico requiere una antigüedad para ésta de al menos
100 años.
La actividad cultural de muestras y exposiciones, cada vez más difundida,
lleva para el asegurador y el perito a una situación muy delicada cuando se
trata de peritar los siniestros producidos en la obra de arte como resultado
de un embalaje, transporte, manejo o presentación inadecuados, ya que en
situaciones aparentemente inocuas puede ser causa de siniestro y, lo que es
peor, de siniestro que se manifiesta pasado algún tiempo.
Esto último nos conduce al tema de la restauración de la obra artística u
objeto cultural, que debe siempre ser realizada por personas e instituciones
cualificadas y dotadas de los medios técnicos (muchas veces muy
sofisticados) que permitan una correcta restauración.
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La restauración requiere reversibilidad, sobre todo en pintura, de las
restauraciones y la conveniencia de señalar de alguna manera las partes o
elementos restaurados o sustituidos (v.g., técnica del Rigattino) y sobre
todo distinguir las restauraciones, anastylosis, restauración histórica,
científica, de completamiento, etc., que pueden degenerar en el falso por
hacer, por ejemplo, de un mueble genuino dos mitades y estas últimas
recomponerlas en dos falsos completados, derivándose de ello un beneficio
económico.
Esto último nos lleva al campo de la expertización y la falsificación. En
Francia existe un cuerpo estatal muy restringido de “conocedores”, pero a
pesar de todo ha habido casos clamorosos de falsificaciones o réplicas de las
que destaco las de Han Van Meegeren, en una auténtica novela de aventura
con sus Vermeer falsos declarados como auténticos por los especialistas, y
como tales vendidos a Goering, fue uno de los casos más clamorosos del
siglo XX.
Puede también ocurrir que al pasar las réplicas de mano puede creerse de
buena fe que son auténticas, si estas copias son de alguna calidad.
Anecdóticamente cuenta el Vasari de Miguel Ángel que ahumó un
pergamino, copió una cabeza y engaño al Ghirlandaio, cambiando el original
de éste como el suyo propio. Que la falsificación es tentadora lo atestiguan
las leyes inglesas del siglo XVI, que castigaban a los falsificadores con
cárcel, cepo, amputación de orejas y quema de nariz, confiscación de tierras
y cadena perpetua.
El problema surge en las falsificaciones de época antigua: las porcelanas
T´airg del siglo VII – X, pero con falsificaciones del siglo XVIII, La Flora
atribuida a Leornando, figuras de Alceo Dossena.
Como resumen final subrayamos los siguientes puntos:
Es preciso informarse
Consultar bibliografía
Seguimiento de cotizaciones
Expertización. Análisis científicos
Opinión de expertos
Valoración en instituciones especializadas
Saber que existen rasgos identificativos, marchamos, sellos, copyrights,
marcas y señales de identidad, pinceladas, huellas de los instrumentos
utilizados y composiciones químicas significativas que permiten avalar
con un cierto grado de seguridad una opinión pericial.
No hacer de motu proprio afirmaciones de estilo, época o procedencia
que puedan ser impugnadas por persona autorizada haciendo vacilar la
credibilidad del perito en lo que es su trabajo específico: la peritación de
bienes siniestrados (o susceptibles de siniestro) dentro de la finalidad
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propia del seguro que es la reposición de patrimonios afectados por el
mismo.
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