María, discípula y misionera de Jesús de Nazaret

Transcripción

María, discípula y misionera de Jesús de Nazaret
 Fr. Carlos Bazarra
Misionero Capuchino
Reflexiones acerca de María Virgen desde el documento de Aparecida Partes II, III y
IV
María, discípula y misionera de Jesús de Nazaret
El documento de Aparecida (V Conferencia General del Episcopado latinoamericano y del Caribe, mayo
2007) ha destacado la relación íntima entre el discipulado y la misión evangelizadora. No se puede
concebir lógicamente un verdadero discípulo que no sea a la vez misionero. Ya comenzamos en el número anterior, en este espacio, la primera reflexión del hermano Carlos Bazarra
sobre el papel de María en la infancia de Jesús. Ahora daremos la entrega completa de las restantes tres
partes que nos hacen constatar cómo, en la Santísima Virgen, se dio una armonía maravillosa entre su
condición de discípula (oyente de la Palabra) y su misión evangelizadora (trasmisora de la Palabra), con
lo que viene a constituirse modelo para todos los cristianos. Por tanto, nos acercaremos ahora a María
discípula y misionera en los relatos de la vida pública de Jesús, en la narración de la pasión y muerte de
su Hijo, y finalmente en la Historia de la Iglesia primitiva. Son temas de oración y acción.
Los relatos de la infancia terminan con
la escena en que el Hijo se muestra discípulo "escuchando y preguntando a los doctores" y al mismo
tiempo se muestra misionero pronunciando las primeras palabras suyas que conocemos, anunciando que
es Hijo de Dios: "¿No sabían que tengo que estar en casa de mi Padre?" (Lc 2, 49).
Vida pública de Jesús
Jesús es un hombre judío. Ha vivido 30 años en Nazaret, siendo fiel a la religión y cultura israelita. Se
circuncidó, guardaba el sábado, asistía a la sinagoga, participaba en las fiestas nacionales en el Templo de
Jerusalén. Pero un día escuchó al Bautista y se dejó bautizar en el Jordán. Tuvo una experiencia
trascendental en la que descubrió que Dios era su Padre, y el Espíritu Santo descendió sobre él. Asumió el
Evangelio como norma de vida. Inició su vida cristiana, abandonó la carpintería y se convirtió en
misionero del Reino.
El testamento de María
Hubo una boda en Caná de Galilea. Asistieron Jesús y María. Durante el banquete, María se acercó a
Jesús para decirle que no había vino. Tal vez fue una visión profética del banquete eucarístico. Además
del pan, se necesitaba vino para la presencia del cuerpo y sangre de Cristo. Y María, discípula y
misionera, va a pronunciar las últimas palabras que conocemos de ella.
Viene a ser su testamento espiritual. Reúne a los criados para decirles: "Hagan lo que Él les diga". (Jn 2,
5). Ella había dicho al ángel: "Hágase en mí según tu palabra". Y ahora recomienda ese mismo modo de
vivir: Escuchen a Jesús (sean discípulos) y hagan lo que les diga (sean misioneros).
María guarda silencio para que la palabra de Jesús pueda ser escuchada sin impedimentos. Con su
silencio, María es misionera haciendo posible que se escuche a su Hijo.
Su verdadera maternidad
Por eso María vine a ser modelo para todos los
cristianos. Una mujer entusiasmada gritó en una ocasión: "Dichoso el vientre que te llevó y los pechos
que te alimentaron" (Lc 11, 27). Pero Jesús subraya la verdadera grandeza de María: "Dichosos más bien
los que oyen la palabra y la guardan" (Lc 11, 28). Como si dijera: La verdadera maternidad es ser
discípula y misionera.
En esta perspectiva, todos, hombre y mujeres, podemos y debemos ser madres y hermanos de Jesús: "Mi
madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21) esto es, discípulos y
misioneros.
María no busca un papel protagónico en la vida pública de Jesús, no pretende llamar la atención; más bien
deja que Jesús sea el centro de las miradas y de los oídos de la muchedumbre, que lo amen y le sigan. Ella
permanece en la penumbra, alegrándose con la devoción del pueblo, entristeciéndose con la hostilidad de
los sacerdotes y escribas, y acompañando a las piadosas mujeres que le servían con sus bienes (Lc 8, 2-3).
Escuchar a Jesús y trabajar por el Reino
Cuando Jesús se hospedaba en Betania, en casa de Marta y María (hermanas de Lázaro), siempre se
desataba cierta tensión entre las hermanas, porque María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su
Palabra, mientras que Marta corría con todas las tareas domésticas. Pero el Señor prefería la actitud de
María, de ser oyente de la palabra, que era la condición necesaria para llegar a ser misionera.
Pudiera ser que el mismo nombre de María le recordara a Jesús la solicitud acústica que siempre
encontraba en su madre, que no quería perder ni una sola palabra que salía de su boca.
Ese era el mensaje de la predicación del Mesías: Confianza en la providencia y no afanarse por las
preocupaciones de la existencia: "La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.
Fíjense en los pájaros: no siembran ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta.
¡Cuánto más valen ustedes que las aves! Fíjense en los lirios, no hilan ni tejen. Pues si la hierba que hoy
está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¡cuánto más a ustedes, hombres de poca fe!"
(Lc 12, 23-28).
Jesús aprende de María
Jesús encontraba en su madre esa confianza plena en la
providencia divina, y se sentía reconfortado por esa docilidad total al Espíritu Santo que veía en ella. En
modo alguno Cristo padecía misoginia, desprecio por lo femenino. Al contrario, en las mujeres veía una
colaboración activa con la implantación del Reino que Él anunciaba. Y entre las mujeres, su Madre como
ninguna estaba siempre animando la realización del proyecto que el Padre le había encomendado.
El misterio pascual
Llegó la semana trágica. Hoy la llamamos semana santa por sus frutos, pero no lo fue por el
procedimiento seguido por sus enemigos.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén descubrió cómo el pueblo sencillo estaba con el Nazareno. No
así los sacerdotes y fariseos, que se atrevieron a reclamarle:"Maestro, reprende a tus discípulos".
Respondió:"Les digo que si éstos callan, gritarán las piedras" (Lc 19, 39-40).
María del silencio
En esta celebración popular, María no hace acto de presencia. Lo suyo no es el ruido ni el alboroto. Ella,
en la casa de las amistades que la hospedan, hace oración. Presiente la tormenta que se avecina. Tal vez
coincidió uno de esos días en el Templo y escuchó cómo Jesús alababa a una pobre viuda por su donativo,
más valioso a los ojos de Dios que las limosnas cuantiosas de la gente rica. También María era viuda y se
sintió identificada con aquella mujer humilde.
La cena y la mala noticia
Llegó la Pascua. Jesús pide a sus discípulos que preparen todo lo necesario. Es verosímil que las mujeres
seguidoras del Maestro colaboraran en los preparativos. En esta ocasión su madre ayuda entre bastidores.
No puede faltar el pan y el vino, como no faltó en las bodas de Caná. Y con mayor motivo, porque ahora
el pan y el vino serán cuerpo y sangre de Jesús. Una misionera como ella no puede estar ausente en el
sacramento central del Reino de Dios.
Después los varones acompañan a Jesús al huerto de los olivos para hacer su acostumbrada oración
nocturna. Las mujeres quedan en casa recogiendo y limpiando. No pasa mucho tiempo cuando les llega la
noticia escalofriante de que un grupo de soldados romanos han detenido a Jesús, y lo están conduciendo
ante el Sumo Sacerdote.
Cargar la cruz en el alma Para María fue una noche de pesadilla.
Los informes que llegan, atraviesan su alma: el Sanedrín lo considera reo de muerte y los soldados lo
maltratan sin compasión durante toda la noche. Por la mañana, lo arrastran ante Pilatos, que lo somete a
una terrible flagelación, y a continuación lo condena a ser crucificado en el Cal- vario. Jesús comienza su
viacrucis.
Ahora María no se va a quedar en casa. Sale al encuentro de su Hijo y va a subir con él al Gólgota. Ser
misionero, lo había dicho Jesús, es tomar la cruz y seguirle. María misionera acompaña al misionero por
excelencia. Jesús lleva la cruz sobre el hombro, María lleva la cruz en su alma. Quisiera ser como el
cirineo, pero los soldados no se lo permiten. Y cuando la mayoría de los discípulos huyen asustados,
María permanece al pie de la cruz. Le acompaña el discípulo amado, Juan.
María misionera y testigo
Cristo crucificado y moribundo hace pública su última voluntad: "Mujer, ahí tiene a tu hijo. Hijo, ahí
tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27). Jesús oficialmente nombra a María misionera, encomendándoles a los
nuevos hijos que nacerán por la fuerza del Espíritu Santo.
Jesús muere. Juan suavemente se lleva a María. Comienza el descanso sabático. Pero aunque no consta en
el evangelio, creemos firmemente que la primera aparición de Cristo resucitado fue para su madre. La
mujer dolorosa se convierte en la mujer más feliz del mundo. Ahora iniciará formalmente su labor
misionera en la Iglesia naciente.
La Iglesia primitiva
María ha convocado a los discípulos dispersos y los ha reunido en el cenáculo, donde permanece vivo el
recuerdo de Jesús Eucaristía. "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en
compañía de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14).Este es un logro importante de
María: reunir en una sola comunidad los hermanos de sangre y los hermanos de fe. No debe haber
divisiones por motivos de raza o de cultura. Jesús y su madre María nos unen a todos en un solo Cuerpo
Místico. Los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno, "así también Cristo" (1 Co 12, 12).
Es el hermoso relato de cómo vivían los cristianos en la primera comunidad de Jerusalén: "Acudían a la
enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los creyentes
vivían unidos y tenían todo en común, y lo repartían según la necesidad de cada uno" (Hch 2, 42-45).
Aquí podemos ver la obra silenciosa y eficaz de María, que principalmente con su ejemplo seguía siendo
una gran misionera.
Reina de todo lo creado
No se nos cuenta cuál fue el fin de la vida de María. Algunos historiadores pensaron que María no murió,
sino que fue llevada al cielo sin pasar por el trance de la muerte. Por eso se habla de la dormición de
María en la liturgia antigua. Pero hoy es creencia común que María murió, no porque haya tenido pecado
alguno, sino por asemejarse a su Hijo Jesús, que tampoco tuvo pecado, y por solidaridad con toda la
humanidad. El dogma de la Asunción recalca que María esté en el cielo en cuerpo y alma, y que fue
coronada como Reina y Señora de todo lo creado. Esto nos llena de esperanza y alegría.
La madre que protege sus hijos
Pero al mismo tiempo tenemos que afirmar que su tarea misionera no terminó con su muerte. Ella, al
igual que su Hijo, continúa siendo misionera, mediante su compasión, su intercesión y distribución de
gracias para nuestra vida eterna. Las advocaciones de María nos lo dicen muy claro. La Virgen de
Guadalupe le dice al indio Juan Diego: "Hijo mío más desamparado ¿a dónde vas? Oye y por bien en tu
corazón: es nada lo que te asusta, no se turbe tu rostro ni tu corazón, no temas... ¿Acaso no soy yo tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra y mi resguardo? ¿Acaso no soy yo tu fuente de vida? ¿No estás acaso
en el hueco de mi manto, en donde cruzo mis brazos? ¿Quién más te hace falta? Que ya nada te apene ni
te dé amarguras". Ella ha querido llamarse María Auxiliadora, Nuestra Señora de las Mercedes, la del
Buen Consejo, Divina Pastora, Auxilio de los cristianos, y sus apariciones refuerzan su celo por nuestra
salvación: Nuestra Señora de la Chiquinquirá, de Lourdes, Fátima...
Asumamos una vida misionera
No podemos dudar en lo más mínimo de que María fue misionera durante toda su vida mortal, y continúa
siéndolo desde las moradas eternas. Es una invitación clara a que también nosotros asumamos la vocación
misionera, porque, como subraya la Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe en La
Aparecida, no podemos conformarnos con ser discípulos en una actitud intimista, sino que la palabra
escuchada tiene que ser proclamada, y esta proclamación es lo que constituye la condición misionera.
Todos, discípulos y misioneros, como María, discípula y misionera. Que así sea.
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Comentario por Inés Ferrero | 26-01-2010
Estoy leyendo por primera vez por esta vía la revista (conocía la impresa) y el artículo me viene como
anillo al dedo. Mil gracias. Me falta la parte I.
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