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SIETE MEDITACIONES SOBRE EL SACERDOCIO A LA LUZ DE SAN JUAN DE ÁVILA. LA SANTIDAD SACERDOTAL (III). Cuando la oración del sacerdote está alumbrada por la mismísima fuente de la Lumbrera, que es Dios, esta oración, oración auténtica y honesta, no puede sino “limpiar” el ser mismo del sacerdote. Para San Juan de Ávila, ésta es la limpieza que se requiere para “tratar” con el Cuerpo del Señor, que es, en la Tierra, lo más Santo entre todo lo santo. “Santidad, limpieza quiere decir”, afirma el Padre Maestro. Para tratar con el Cuerpo del Señor, el sacerdote debe evitar las posibles oscuridades que pudiera tener en su interior. San Juan de Ávila recuerda las palabras del Señor:”Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en el”; y lo hace, el Padre Maestro para hacer caer en la cuenta a los sacerdotes que “conforme el oficio así ha de ser la aptitud para el oficio”. Cuando el sacerdote recibe, por pura gracia de Dios, la llamada de Dios, entre él y Dios se establecen unos lazos de familiaridad y amistad propios de este oficio. Estos lazos se estrechan íntimamente cada vez que el sacerdote consagra y recibe sacramentalmente a Aquel que lo ha llamado a trabajar en su Viña. Este estrecho e íntimo contacto con la Divinidad transformar, debería, el ser más profundo del sacerdote llenándolo de luz, de la Luz de Dios. El Padre Maestro sostiene que si esto no fuera así, si el sacerdote no fuera capaz de “rezumar” su familiaridad con el Señor; entonces, posiblemente, Moisés, cuyo rostro reflejaba la luz de Dios, le pudiera recordar que, lo que tiene en sus manos, es la mismísima Fuente de la luz que en su rostro estaba y ¿esto, la Fuente misma de la Luz, no la va a reflejar? “Conforme al oficio ha de ser la aptitud para el oficio”. Para San Juan de Ávila, cuando la fuente de la Lumbre, que es Cristo, el Señor, prende en el interior del sacerdote, toda su persona refleja la luz que en él está prendida. De lo abundante que hay en su corazón habla no solo su boca, que también, sino sus ojos, que se convierten en ojos de Vida y Misericordia, él es el ministro de la misericordia de Dios, para todos los hombres. Y sus manos que bendicen a todos los hijos de Dios y en las que “descansa” el cuerpo del Señor durante la Eucaristía. Para San Juan de Ávila el sacerdote es el relicario de Dios.