01-40 - Domingo 26 del Año A Ezeq.18.25-28 // Fil.2.1

Transcripción

01-40 - Domingo 26 del Año A Ezeq.18.25-28 // Fil.2.1
01‐40 ‐ Domingo 26 del Año A Ezeq.18.25‐28 // Fil.2.1‐11 // Mt.21.28‐32 El párroco está visitando una familia de su feligresía. En cierto momento Juanito, un muchacho de siete años, viene de la escuela y entra a la sala. Para hacerle conversación, el padre le pregunta: “Y tú, Juanito, ¿fuiste a misa el domingo pasado?” Pero Juanito, con toda la ingenuidad y franqueza de un niño, le contesta: “No padre, fuimos a la playa”. Consternada, la mamá le dice: “¡Pero Juanito, ¿qué dices?! ¡No le faltes al respeto al padre! Tienes que decirle que sí”. ‐ ¡Típico Puerto Rico! Hay que darle al mayor o al superior la respuesta que éste desea oír, para no ofenderlo o desilusionarlo: lo contrario sería falta de cortesía. Esta ‘cortesía’ no se considera como una ‘mentira’, sino actuar como persona educada y respetuosa. – Así lo hace el campesino para con el patrón: siempre dirá: “Sí, señor, ¿cómo no?”‐ pero luego no lo hace. En Puerto Rico, sería falta de respeto o de cortesía decir que no. – Cristo: el Gran ‘Sí’ de Dios Pero Cristo dice todo lo contrario: “¡Tu sí sea sí, y tu no sea no! Todo lo que pasa de ahí, viene del Maligno” (5.37). Jesús siente un aborrecimiento visceral contra toda mentira e insinceridad, por cortés que sea: “Vuestro padre es el diablo, que no se mantuvo en la verdad; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de adentro: porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn.8.44). Se indigna por la hipocresía de los líderes: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, sepulcros blanqueados: por fuera bonitos, pero por dentro llenos de huesos y podredumbre: por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad!” (23.27‐28). ‐ En cambio, Natanael es una de las pocas personas a quienes Jesús elogia, y esto precisamente por su sinceridad: “Éste es un Israelita de verdad: en quien no hay doblez” (Jn.1.47). San Pablo indica la razón fundamental de esto: ¡Cristo mismo es el gran ‘sí’ de Dios a sus promesas a nosotros! “El Hijo de Dios, Cristo Jesús, no fue sí y no; en él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios, han tenido en Él su sí; y por esto decimos por él ‘Amén’ a la gloria de Dios” (II Cor.1.19‐20). – Todo el propósito de la venida de Cristo a la tierra fue: cumplir la promesa que Dios había dado, ‐ ser el SI definitivo de Dios. Una misma actitud de fiel cumpli‐
miento es la que San Pablo, en la 2ª lectura, exige también de nosotros: “Tened entre vosotros la misma actitud que había en Cristo Jesús” (Fil.2.5). También el evangelio de hoy trata de cómo el Señor espera de nosotros que cumplamos la palabra dada, ‐ concretamente las promesas que hicimos cuando fuimos bautizados: de llevar una vida conforme al Evangelio. De ahí la contradicción en la vida de tantos Cris‐
tianos: que en su bautismo se comprometieron a vivir a fondo el ideal del Evangelio, pero en la realidad limitan su práctica Cristiana al domingo, y muchas veces ni esto. – Nota: esto plantea la urgente cuestión pastoral: si hemos de continuar la práctica tradicional de bautizar a los bebés de familias, al menos nominalmente, ‘Cristianas’. ¿No sería mejor esperar hasta que ellos mismos tengan suficiente edad para comprometerse realmente con el Evangelio? ‐ Cristo mismo: el Prototipo de Humildad y Obediencia La segunda lectura consta de dos partes bastante diferentes: (1) vv.1‐5 enumera las virtudes de la Comunidad Cristiana ideal (probablemente Pablo la describe, porque en realidad hubo dificultades: ninguna Comunidad es perfecta, vea Hch.6.1): compasión entrañable, unanimidad, compartir los mis‐
mos sentimientos, intereses y preferencias, evitando así toda rivalidad y vanagloria, con deferencia humilde de unos para con otros. – (2) Para enfatizar más este llamado a la humildad, San Pablo cita en vv.6‐11 un himno precioso (ya en uso en las Comunidades, pero no de la pluma de Pablo) que canta la ‘parábola’1 de cómo el Hijo, en todo igual a Dios, renunció a su gloria divina, para encarnarse y, en total obediencia, anonadarse en Cruz y muerte, ‐ y cómo luego fue enaltecido y revestido con aquella digni‐
dad que es exclusiva de Dios mismo (vea Is.45.23), de modo que, por su humildad y obediencia, recibe ahora la adoración del universo entero, revestido con aquel Nombre que es exclusivo de Dios mismo, a saber: “El Señor” (traducción del hebreo “Yahweh” del A.T.). Nos puede extrañar que Pablo no insiste en lo que a nosotros, quizá, nos parecería lo más importante en este himno: la igualdad en Naturaleza divi‐
na entre el Padre y el Hijo dentro del Misterio de la SS. Trinidad. Pero lo que para Pablo es importante (más que consideraciones teológicas) es el ejemplo moral y práctico que Jesús nos da: obediencia a Dios, como expresión del amor2, ‐ y humildad para con los demás: ése es el camino por el que, también noso‐
tros, hemos de llegar a Dios. – Compromiso Real, ‐ o de Boca para Fuera Hay una gran confusión en los manuscritos más antiguos del pasaje Evangélico de hoy (Mt.21. 28‐32): casi la mitad dice que el hijo mayor primero se negó, pero luego cumplió, ‐ mientras el segundo dijo que sí, pero no fue. – La otra mitad dice que el primero dijo que sí, pero no fue, ‐ mientras el según‐
do dijo que no, pero fue. Es imposible saber cuál es la versión original. Pero parece que Jesús en diferen‐
tes ocasiones ha utilizado las mismas historietas, pero con palabras y aplicaciones a veces algo divergen‐
tes: ¡lo cual es mayor riqueza! – Por tanto, veo tres explicaciones: (1) nuestro texto litúrgico presenta al mayor diciendo que no, pero luego cumplió, ‐ y su hermano al revés. Esto expresa en general y para cualquier persona, que lo que importa no es tanto la palabra material, sino el hecho de recapacitar, de convertirse y cumplir el deber (éste es el sentido de la 1ª lectura: Ezeq.18.25‐28).‐ (2) La segunda ver‐
sión, a su vez, tiene dos posibles sentidos: (a) el Pueblo Judío (= el hijo mayor) no acepta la Palabra de Jesús, mientras los Gentiles (= el hijo menor) sí la acogen y se convierten; o sea el drama histórico de la trágica separación entre Israel y la Iglesia, que se estaba realizando en días del propio evangelista. – (b) Pero yo creo que el sentido original era: que el “hijo mayor” se refiere a los Líderes en Israel (p.ej. los Fariseos, etc.), y ellos son los que rechazaron en Jesús; pero el “hijo menor” se refiere a los pecadores y publicanos (tanto de Israel, como de cualquier otra nación): que acogen a Jesús, y son salvados, a dife‐
rencia de los supuestos “puros”. Por esto dijo Jesús: “Los publicanos y las rameras entran antes que vosotros al Reino de Dios” (v.31; vea Lc.7.29‐30). De ahí la ironía de aquella parábola del fariseo y del publicano que subieron al Templo a orar: fue el publicano, que durante años había dicho que ‘no’ al Señor, pero que ahora le dio su ‘sí’ arrepentido, quien “volvió justificado a su casa” (vea Lc.18.9‐14). ‐ 1
Este himno elabora un poco más la ‘parábola’ de salida y regreso en que Jesús mismo, en la Última Cena, había resumido su obra: “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn.16.28). 2
A muchos les ha extrañado que este himno, al indicar el motivo principal por qué Jesús se sometió a Pasión y Cruz, no menciona por nada el amor, sino sólo la obediencia: como de un criado para con su amo. Pero Sto. Tomás (vea III, 47, 2, ad 2‐3) distingue dos tipos de obediencia: la ‘servil’, que es la actitud del esclavo o peón, que cumple las órdenes de su amo por miedo al castigo con que se le amenaza, ‐ y la ‘filial’, que es el respeto amoroso que el hijo tiene para con su padre admirado, con quien el hijo trata de identificarse y, por este motivo, cumple sus órdenes. O sea, la ‘obediencia filial’ no es otra cosa que la expresión concreta del amor que se tiene para con él que manda. Por esto dice Jesús al terminar la Cena: “Para que el mundo sepa que amo al Padre y hago lo que el Padre me ordenó, levantémonos y vámonos” (a Getsemaní; Jn.14.31). 

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