Persona, naturaleza y cultura

Transcripción

Persona, naturaleza y cultura
ACERCA DE LA DIGNIDAD HUMANA
Persona, naturaleza y cultura
Blanca Castilla de Cortázar
Real Academia de Doctores de España
ÍNDICE:
1. El valor de la experiencia humana elemental
2. Qué es ser persona
3. La persona como don y tarea
4. La dignidad de la persona y los derechos humanos
En los momentos de crisis es cuando –si no se cede a la desesperación-, se
plantean las cosas más a fondo y se pueden conseguir convicciones que den
sentido a la vida. ¿Qué es una convicción? Se podría describir como una verdad
que ha pasado de la cabeza al corazón. Y hay quien ha dicho que el camino más
largo es precisamente el que recorre esa senda.
1. El valor de la experiencia humana elemental
Sin embargo, ése no es el único modo. El sendero principal para llegar a las
convicciones es la propia experiencia: los filósofos le llaman la experiencia humana
elemental 1. La experiencia es saber algo porque uno lo ha vivido. Se puede tener
experiencia de la belleza de un atardecer, del miedo ante un peligro, de cómo
resolver un tipo de problemas o de haberse enamorado.
Por otra parte, no sólo hay crisis personales, sino también de toda una
civilización o de un momento histórico donde la crisis es generalizada. Hoy
querría detenerme en una convicción que alcanzó la humanidad casi al completo
tras la segunda guerra mundial. Habían sido seis largos años de mucho
sufrimiento, de privaciones, muertes, ciudades destruidas, millones de personas
perseguidas por su raza o por sus ideas. Se había vivido sin la libertad de poder
1
Cfr. SCOLA, A., La experiencia humana elemental. La veta profunda del magisterio de Juan Pablo II,
ed. Encuentro, 2005.
1
expresar las propias ideas: había que ocultarlas para poder sobrevivir, se quemaban
públicamente los libros para que la gente no tuviera en la cabeza más que las
consignas de los partidos. Y miles de personas pasaron penalidades sin fin en los
campos de concentración.
Posiblemente hayan leído alguna vez el testimonio de Víctor Frankl, las
convicciones que adquirió en un campo de concentración. Les recomiendo la
relectura de: El hombre en busca de sentido.
Cuenta Hannah Arendt –en la reciente película que lleva su nombre 2013-,
que también estuvo en un campo de concentración, que allí se fomentaba
deliberadamente el sinsentido: se humillaba a la gente de todos los modos posibles
para que se convencieran de que eran piltrafas humanas, que no valían para nada,
que era mejor que no hubieran existido. En esas circunstancias, de trabajos
extenuantes -donde no había para comer ni para beber, la gente en los huesos,
eran insultados, apaleados-, entonces no era difícil odiar. Y ese odio les consumía y
terminaban muriendo, si no habían sido antes gaseados.
Víctor Frankl, que tenía cierta experiencia, por su profesión de psiquiatra,
de bucear en la intimidad humana advirtió que el odio llevaba a la muerte. Quizá
el detonante fue el “instinto” de supervivencia, pero lo cierto es que experimentó
que por mucho que le hubieran quitado todo –el trabajo, la familia, la ropa, la
comida,..-, había algo que nadie le podía quitar: su libertad interior. Él era
poseedor de algo que era tan suyo que no pertenecía a nadie más: su intimidad, su
pensamiento, su libertad. Y comenzó a fomentar un mundo interior, en el que
tenían cabida los gratos recuerdos, el amor de su mujer, el ejercicio de su trabajo
vocacional. Mientras le molían a trabajos físicos forzados y a hambre y sed, él
pensaba en los momentos felices de su vida, en sus seres queridos y en cómo
podría contar lo que estaba viviendo para que eso pudiera ayudar a otros y se
imaginaba a sí mismo dando conferencias,… de modo que incluso aquel tipo de
vida tan absurda, sufriente y humillante comenzó a tener sentido.
Esta experiencia no fue sólo de una persona. Hubo muchas, muchísimas
que padecieron los horrores de la guerra, que se quedaron sin nada: sin seres
queridos y sin bienes materiales y llenos de heridas, mutilados de guerra incluso
sin poderse valer por sí mismos. Pues bien, tras tantos horrores, ha sido uno de
esos momentos en que había un sentimiento común de que había cosas que eran
inviolables, intocables, que si se quería que el mundo marchara mejor había que
respetar. Se fue consciente de la dignidad humana y se retomó la noción de
persona, para nombrar al ser humano –noción ausente en la Modernidad
substituía por la de individuo-, para distinguirlo de las cosas, del resto de los seres
individuales que no son humanos. Fue entonces cuando se promulgó “La
2
declaración universal de los derechos del hombre”, aprobados por todos los países,
incluso por China que carecía de esos vocablos.
¿Qué ha pasado desde entonces? Muchas cosas.
1) En primer lugar se ha perdido la convicción de que los derechos
proceden de la dignidad personal. Se reconoce que hay derechos y sobre
ellos ha de versar la justicia, pero no se quiere reconocer al menos
explícitamente la razón de esos derechos. Esa falta deliberada de
fundamentación viene a ser como si a un árbol florido y lleno de frutos
se le cortan las raíces: tarde o temprano termina perdiendo hojas y
frutos porque se ha secado.
2) En segundo lugar, y quizá por la razón apuntada, se sigue hablando de
derechos humanos hasta el empacho. Es más, los derechos humanos,
además de los fundamentales, sobre la vida, la educación, la libertad
para contraer matrimonio, la libertad religiosa o de expresión, se han
ido multiplicando en demasía. Se les ha llamado derechos de segunda o
de tercera generación. Y ya no sé si vamos por la cuarta o quinta
generación llegando al extremo de querer convertir los simples deseos o
incluso los caprichos en derechos. Y sucede una contradicción in
terminis, pues en virtud de algunos de esos derechos añadidos se
conculcan los derechos fundamentales de otros. Pensemos si no pasa
algo de eso en el supuesto derecho a abortar. Siendo así, ¿se trata
realmente de un derecho?
De hecho hoy nos encontramos en un mundo en crisis, donde toda una
civilización se tambalea impotente, sin recursos intelectuales ni directrices de
actuación, donde la corrupción y la descomposición son cada vez más
generalizadas.
Ante esta situación es preciso recordar que las crisis sólo tienen una salida:
volver a experimentar la vida de un modo genuino en busca de la adquisición
personal de convicciones, cosa que nadie puede hacer por otro.
Aquí vamos a intentar responder al menos a dos preguntas que ayuden
después a la reflexión personal:
1. ¿Quién y por qué alguien es sujeto de derechos?
2. ¿Cuál es la legitimidad de un derecho? O dicho de otra manera ¿cuál
el criterio que permite advertir si un derecho es tal y no un deseo
elevado ilegítimamente a la categoría de derecho?
La tesis a desarrollar es que el sujeto de derechos es la persona, por su
intrínseca dignidad y cómo su propia dignidad es la que permite advertir si un
derecho es realmente tal.
3
3. Qué es ser persona
Para profundizar sobre la persona y su dignidad es preciso en primer lugar
distinguir entre las cosas y las personas y después plantear una ardua cuestión
recogida en el título de esta conferencia: la distinción entre persona, naturaleza y
cultura.
Según la filosofía de los griegos los seres se distinguen por su naturaleza.
Cada ser es un individuo de una naturaleza determinada. Para saber cuál es la
naturaleza de algo se suele hacer la siguiente pregunta: ¿Esto qué es? La respuesta al
especificar lo que es, la señala, por ejemplo: esto es una manzana, un perro o un
hombre. A esto los clásicos le llamaron substancia. Pero la filosofía de los griegos
desconocía hasta la noción de persona (máscara).
Hizo falta probablemente el cristianismo para que se forjara la noción de
persona que distinguía entre la substancia y la hipóstasis o persona (unión
hipostática). Sin embargo, ese descubrimiento lo perdieron los divulgadores. Así
Boecio dio una definición de persona, que se ha repetido hasta la saciedad,
diciendo que la persona es “Una substancia individual de naturaleza racional”.
Como se advierte en ella no se distingue entre substancia/hipostasis y la diferencia
con otras substancias concretas está en lo que es, en su naturaleza, como si las
personas fueran seres algo más evolucionados.
Sólo en el s. XX se ha vuelto a recorrer la historia del pensamiento para
recuperar esa novedad. Pues la persona es algo más que una naturaleza más
compleja o elevada. La persona es un ALGUIEN. Se trata de un gran salto del
Algo al ALGUIEN y del Qué al QUIEN.
Cuando se pregunta por una persona no se pregunta: ¿Qué es esto? sino
¿Quién es este? Según san Juan Damasceno «El ser no significa en primera línea
substancia, sino subsistencia, personal o no. Y la persona significa el Ser (to
êinai)'» 2. Se trata, pues, de un importantísimo hallazgo -distinguir entre naturaleza
y ser, entre naturaleza y persona-, al que Zubiri se refiere en diversos momentos
para hablar del ser humano:
«Toda mi naturaleza y mis dotes individuales –afirma-, no sólo están
en mí, sino que son mías. Hay en mí, pues, una relación especial entre lo
2
ZUBIRI, Xavier, Naturaleza, historia, Dios, 9ed. Alianza 1987, p. 477.
4
que yo soy y aquel que soy, entre el qué y el quién, entre naturaleza y
persona. La naturaleza es siempre algo tenido; la persona es el que la
tiene» 3.
Este mismo autor, después de recorrer la época en la que se habló de la
persona, resume lo que sabe de ella diciendo que «en la articulación entre
intimidad, originación y comunicación estriba la estructura metafísica última del ser»
personal 4.
Y para explicar lo más profundo de la intimidad personal afirma que ser
persona significa tener el propio ser en propiedad: «Ser persona es ser efectivamente mío. Ser una realidad sustantiva que es propiedad de sí misma. El ser
realidad en propiedad, he aquí el primer modo de respuesta a la cuestión de en qué
consiste ser persona. La diferencia radical que separa a la realidad humana de
cualquiera otra forma de realidad es justamente el carácter de propiedad. Un
carácter de propiedad que no es simplemente un carácter moral. Es decir, no se
trata únicamente de que yo tenga dominio, que sea dueño de mis actos en el
sentido de tener derecho, libertad y plenitud moral para hacer de mí o de mis
actos lo que quiera dentro de las posibilidades que poseo. Se trata de una propiedad
en sentido constitutivo. Yo soy mi propia realidad, sea o no dueño de ella. Y
precisamente por serlo, y en la medida en que lo soy, tengo capacidad de decidir.
La recíproca, sin embargo, es falsa. El hecho de que una realidad pueda decidir
libremente entre sus actos no le confiere el carácter de persona, si esa voluntad no
le perteneciera en propiedad. El 'mío' en el sentido de la propiedad, es un mío en
el orden de la realidad, no en el orden moral o en el orden jurídico» 5.
Por tanto, se puede decir que, desde el punto de vista filosófico, ser persona
consiste, a diferencia de las demás realidades del cosmos, en tener el propio acto
de ser en propiedad. La persona está constituida por un núcleo interior del cual
nacen sus acciones, del cual ella es propietaria, y nadie más tiene derecho de
propiedad sobre ella. La persona es dueña de sí, tiene derecho a la
autodeterminación, y nadie puede poseerla a menos que se entregue. Ahí radica su
dignidad.
La persona es, por tanto, un ser que tiene valor por sí misma,
independientemente de su estado o circunstancias. La dignidad la tiene en
propiedad, no es otorgada ni por uno mimo ni por los demás. La dignidad de cada
uno es recibida, por lo que no depende de los ojos del otro, ni de lo que otros le
puedan dar. La dignidad no está en función de la utilidad de alguien, de su fuerza,
3
Ibídem, p. 477.
Ibídem, p. 475.
5
ZUBIRI, Xavier, Sobre el Hombre, Alianza 1985, p. 111.
4
5
belleza, inteligencia, riqueza o salud6. La dignidad se tiene sólo por existir, por el
don recibido del propio ser –único e irrepetible-, en propiedad. La dignidad habla
del inmenso valor del hombre y de cada hombre, por muy pobre, débil o sufriente
que sea, lo que implica la generosa disponibilidad hacia la otra persona y el
acogimiento de toda vida humana, desde el momento que se anuncia hasta el
momento en que se apaga.
Este es el fondo de lo que redescubre a través de la experiencia Víctor
Frankl.
Se puede decir algo más acerca del ser personal. Como la persona tiene que
ver con el ser más que con lo que es, propiamente no se puede definir sino sólo
describir y esto se puede hacer de distintas maneras 7. El Concilio Vaticano 2 en la
Constitución Gaudium et spes, 24 tiene un texto imponente: «Cuando el Señor
ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Io 17,21-22),
abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre
la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la
caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios
ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera
de sí mismo a los demás».
Ese texto habla por una parte de que la dignidad radica en la imagen de
Dios, pero aquí nos vamos a detener en la última frase, que es una consecuencia
de ser imagen de Dios. En primer lugar, que el hombre es única criatura terrestre a la
que Dios ha amado por sí mismo. Esas palabras tienen que ver con lo dicho ya, que la
persona tiene un ser y un valor propio (un cierto carácter de absoluto), que le hace
apto para ser amado por sí mismo. La dignidad es una consecuencia de ser persona
y ser persona es el un acto de ser (esse), único e irrepetible en cada uno, que actualiza
el resto de las dimensiones psicosomáticas humanas. De ahí que la dignidad de la
persona sea extensible al cuerpo y al sexo, porque están intrínsecamente unidos a
la persona y son además la expresión visible de ese núcleo interior y personal.
Eso conlleva que la persona sea amada por sí misma y tenga una serie de
derechos inalienables, empezando por la vida, la integridad física, el alimento, la
educación, la libertad religiosa, para contraer estado, para comunicarse, etc. Los
llamados derechos fundamentales.
4. La persona como don y tarea
6
Cfr. RATZINGER, José, El elogio de la conciencia, ed. Palabra, Madrid 2010, p. 48.
CARDONA, Carlos, Metafísica del bien y del mal, Eunsa, Pamplona 1987, p. 90: «alguien delante
de Dios y para siempre».
7
6
Pero ahí no acaba todo pues la frase comentada continúa afirmando que el
hombre (varón o mujer) no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás. Dicho con otras palabras que emplea con frecuencia
Karol Wojtyla, el ser humano es don y tarea.
Cada persona es un don, en primer lugar para sí misma. Es obvio que nadie
decide venir a la existencia, aunque tampoco es que sea arrojado a ella. Tras el
existencialismo, una antropología realista reconoce que cada ser humano “nace y
se hace” y que es tanto lo que recibe que cada cual es más de lo que sabe de sí
mismo. “Si conocieras el don de Dios”, decía Jesús a la Samaritana (Jn 4,10), de
ahí que no haya perdido vigencia ni dificultad la milenaria leyenda del templo
Delfos: “conócete a ti mismo” 8.
La persona es un don para sí misma y un don para que sea SUYO. Eso
mismo es decir que es radicalmente libre en cuando que es dueña de sí y
responsable de sí misma. Pero eso mismo le hace capaz de poderse dar y a través
del don de sí es como alcanza su plenitud.
Cada persona recibe, y recibe mucho: el Creador le dona su ser personal,
que le hace única e irrepetible 9, sus padres le transmiten la naturaleza humana –
cuerpo y mente-, con la herencia genética, y al nacer prematuramente se va
configurando culturalmente a través del cuidado familiar, la educación y las
posibilidades de su entorno, que también le son dadas y anteceden a su actuar
libre.
Ya tenemos aquí las tres distinciones del subtítulo de esta lección: persona,
naturaleza y cultura. La persona procede de Dios, los padres le transmiten la
naturaleza –esos dos elementos son el comienzo-, y a partir de ahí comienza el
crecimiento, a través de la alimentación, de la educación y del cariño, más
necesario que el comer, que a grosso modo es la cultura. Cada uno parte de unas
estructuras universales, aunque individualizadas –como la necesidad de alimento o
descanso, la capacidad de hablar, el anhelo de saber y de amar y de formar su
propia familia (Lévi Strauss 10)-, que se desarrollan culturalmente: la naturaleza
8
"Nosce te ipsum". "Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses". (Traducción latina de la
máxima griega inscrita en el Templo de Apolo (Delfos)). Esta inscripción, puesta por los siete sabios en el
frontispicio del templo de Delfos, es clásica en el pensamiento griego
9
«Lo nuevo aparece en forma de milagro. Del hombre capaz de acción cabe esperar lo inesperado,
lo infinitamente improbable. Y, una vez más, esto es posible sólo porque cada hombre es único,
de modo que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo. Con respecto a
este alguien que es único cabe decir verdaderamente que nadie estuvo allí antes que él (… de
modo que) la pregunta planteada a cada recién llegado es “¿Quién eres tú?”»: Hannah ARENDT,
La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993, p. 202.
10
Cfr. LÉVI-STRAUSS, Claude, Las estructuras elementales de parentesco, Paidós, Buenos Aires,
1981.
7
humana es intrínsecamente cultural. Este es pues el tercer elemento: el crecimiento
a través de la acción que también tiene que ver con la dignidad.
El ser humano va creciendo a través de los hábitos. La naturaleza física o
animal no tiene apenas capacidad de aprendizaje, pero el ser humano tiene que
aprenderlo todo y su capacidad de crecer es irrestricta –con el único límite del
tiempo-, pues aunque su naturaleza tiene leyes no está completamente programada,
por lo que Zubiri afirma que el hombre tiene una “esencia abierta” 11, y la mayor
parte de sus cualidades las adquiere por autodeterminación. Esta apertura se
caracteriza por la capacidad de TENER. El hombre “tiene” en su cuerpo y en su
mente, no sólo vestidos y bienes materiales sino también destrezas corporales,
manuales, atléticas, etc., que se tornan más profundas en la psique, con los hábitos
intelectuales y los de la voluntad.
Pero, además de TENER, en cuanto PERSONA el ser humano es, sobre
todo, capaz de DAR y de darse 12. La persona, ser libre e inteligente a radice, está
hecho para amar libérrimamente –“porque sí” dicen en mi tierra-, y dar y darse
gratuitamente.
Kant sostiene en su filosofía práctica que la persona es un Fin en sí misma,
por lo que nunca ha de ser tratada como medio sino siempre como Fin. Pero
siendo cada persona un Fin en sí misma, a su vez, no es fin para sí misma pues el
fin de una persona está siempre en otra persona, a la que sale al encuentro o a la
que abre la puerta. Y esto porque la persona es para la donación, para el amor:
sólo cuando se vive “para-otro” es cuando se alcanza la plenitud, que consiste
precisamente en haber aprendido a amar. Este vivir y ser-para otro no es un signo
de limitación, porque forma parte de la imagen de Dios ya que también las
Personas divinas viven cada una para las otras dos. Ciertamente, una persona sola
sería “una desgracia absoluta” 13 pues no tendría con quien comunicarse, a quien
11
Pintor-Ramos señala que Zubiri «filósofo profundamente preocupado por la persona, desde los
inicios de su pensamiento, hasta el punto de que no es disparatado pensar que la peculiaridad
metafísica de la persona como esencia abierta es el gran argumento contra el sustancialismo
metafísico tradicional»: PINTOR RAMOS, Antonio, Las bases de la filosofía de Zubiri: realidad y
verdad, Publ. Univ. Pont. Salamanca 1994, p. 288, nota 52.
12
Cfr. POLO, Leonardo, Tener y dar, en Sobre la existencia cristiana, Eunsa, 1996, pp. 103-135.
13
Polo afirma en diversos lugares que «no tiene sentido una persona única. Las personas son
irreductibles; pero la irreductibilidad no significa persona única. (...) La irreductibilidad de la
persona no es aislante»: POLO, Leonardo, Presente y futuro del hombre, Rialp, Madrid 1993, p 161.
Incluso afirma que «una persona única sería una desgracia absoluta»: Ibídem, p. 167, o «un
absurdo total»: La coexistencia del hombre, en Actas de las XXV Reuniones Filosóficas de la Facultad de
Filosofía de la Universidad de Navarra, t. I, Pamplona, 1991 p. 33, razón por la que defiende que
la persona es ontológicamente co-existencia.
8
darse 14. La irreductibilidad de la persona no es aislante, afirma Leonardo Polo, de
modo que la persona puede describirse también como “encuentro” 15 con otra
persona que se hace presente, a la que se puede amar y ser correspondido por ella.
Sin embargo, ni en Dios ni en el hombre la persona es sólo relación. En
Dios, la Teología describe a la persona divina como “relación subsistente” 16 es
decir, una relación con valor por sí misma, aunque lo propio de la relación sea
estar vertido a los demás. Algo parecido se puede decir respecto al ser humano,
porque su relacionalidad está intrínsecamente unida a su ser, donde se encuentra
su “centro”. El Ser de la persona no es un Ser a secas, como el del Cosmos, sino
un SER-CON 17, o SER-PARA 18, o co-existencia 19. La apertura relacional se
enclava, pues, en el mismo acto de SER personal.
Y si bien cada hombre nace prematuramente, inerme y dependiente en
todo, el proceso hacia la madurez consiste en conseguir independencia a todos los
niveles: físico, psíquico, profesional, económico y social. Este valerse por sí mismo,
es la condición para poder vivir inter-dependiente 20, constituyendo y construyendo
sus propias relaciones y su propia familia. Podríamos resumir, pues, esas dos
dimensiones de la persona como “centro” y “encuentro”. Centro subsistente y
abierto relacionalmente al encuentro con el otro.
4. La dignidad de la persona y los derechos humanos
La persona, al anunciarse su existencia ya ha recibido un ser en propiedad.
Cuando se confirma un embarazo, es porque se detecta que en el seno materno
14
Cfr. POLO, Leonardo, Libertas transcendentalis, en «Anuario Filosófico» 26 (1993/3) p. 714. Una
persona requiere pluralidad de personas, al menos otra. Dicho con otras palabras, «el mónon no
puede ser un transcendental personal. El transcendental personal es la diferencia, el no ser una sólo
persona. ¿A quién me doy? ¿Me doy a una idea, me doy al universo?».
15
Cfr. ROF CARBALLO, Juan, El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973.
16
Cfr. TOMÁS de AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 29, a. 4: En Dios no puede haber más
distinción que la que proviene de las relaciones de origen. Las relaciones en Dios no son
accidentales sino subsistentes. Por consiguiente la persona en Dios significa la relación de origen
en cuanto subsistente.
17
Heidegger, al elaborar una analítica del «Dasein», trata de superar el aislamiento en que queda el
yo en la filosofía occidental, incluso en el pensamiento de su maestro Husserl, a pesar de los
esfuerzos de la quinta meditación cartesiana. Concibe el «Da-sein» como «Mit-sein». El Da-sein es
siempre un ser-con-otros. Cfr. HEIDEGGER, Martin, Ser y Tiempo, FCE, Buenos Aires 1987, cap.
IV, pp. 133-142.
18
Cfr. LEVINAS, Emmanuel, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, ed. Sígueme,
Salamanca 1977; Humanismo del otro hombre, Siglo XXI, México 1974; Otro modo que ser o más allá
de la esencia, Sígueme, Salamanca, 1987.
19
Cfr. POLO, Leonardo, Antropología transcendental I: La persona humana, Eunsa 1999.
20
Cfr. COVEY, Stephen R., Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Paidós, Barcelona, 1997.
9
habita un ser distinto de la madre. Hay muchas reticencias a llamarle persona,
pero si la persona es el ser, ese ser es ya personal, valga el juego de palabras. Pues
bien, el ser y los poderes otorgados en propiedad, de los que nadie más que el
interesado es dueño implican al mismo tiempo la responsabilidad propia de
desarrollarlos y hacerlos rendir: todo eso es crecimiento y cultura en el sentido
amplio del término.
Una vez de haber descrito a la Persona, un acto de ser poseído en
propiedad, que tiene una naturaleza y una dotación recibida y otra que va
adquiriendo al golpe de sus decisiones libres, volvamos al tema de la dignidad. Se
pueden distinguir dos sentidos de la dignidad, la ontológica y la adquirida, como
describe Millán Puelles 21. En el primer sentido se trata de una dignidad radical -a
la que aquí nos hemos referido hasta ahora-, y el segundo sentido es un plus de
dignidad, que cada cual puede adquirir con su modo de vivir. En efecto, la
conciencia de la dignidad propia y ajena y ser coherente con ella, hace que algunas
personas tengan una autoritas personal, una respetabilidad y una influencia que
emanan de su honradez y que se imponen sin violencia. También puede ocurrir lo
contrario, cuando alguien no se respeta a sí mismo, y sobre todo, cuando no
respeta la dignidad de otro, su propia dignidad resulta dañada.
En el pensamiento actual, una de las cuestiones sobre las que se ciernen
más contradicciones es precisamente la libertad. Con frecuencia se la concibe
como un poder para hacer lo que me apetece, sin ningún tipo de límite. Sin
embargo, al sentido común no se le escapa que atropellar o destruir a otro no
puede quedar impune. Uno no es libre para matar, aunque pueda hacerlo, porque
la libertad no es un valor autónomo y exclusivo, sino que ha de ser compatible con
la verdad de las cosas y sobre todo de las personas. La libertad pide desde sí misma
un sentido (recordemos a Víctor Frankl), un por qué y un para qué.
Desde esta perspectiva, la dignidad es la categoría que en el lenguaje actual
podría articular verdad y libertad, al reconocer que el hombre no es sólo libertad
sino que la propia dignidad y la dignidad de los demás es la tarea y el logro de la
libertad. La libertad orientada hacia la dignidad pone de manifiesto que siendo la
persona un valor en sí misma sólo adquiere su plenitud destinándose a otro en la
donación amorosa. Dicho con palabras de Viladrich: «La excelencia del valor de la
persona consiste en ser un sujeto capaz de dar y recibir amor, generando una relación
de comunicación tan íntima, singular y única como lo es él mismo y su amado, y
pudiendo organizar esta relación de comunicación amorosa como una singular forma de vida
unida, como un modo biográfico de ser y coexistir, como una historia propia y exclusiva» 22.
21
Cfr. MILLÁN PUELLES, Antonio, Sobre el hombre y la sociedad, ed. Rialp, Madrid 1979.
22 VILADRICH, Pedro Juan, El valor de los amores familiares, ed. Rialp, Madrid 2005, p. 33.
10
Por lo tanto, respetar la dignidad propia y la de los demás no es tanto el
límite sino el éxito de la libertad. En consecuencia, se transforma el significado de
cultura, que es no sólo una herencia que se recibe por medios extragenéticos sino
también y ante todo el resultado de la acción libre y creativa, que modifica lo
exterior y al propio sujeto que la realiza, siempre frente al reclamo de la dignidad.
Si retomamos en este punto el tema de los derechos humanos, podremos
advertir que la colisión de derechos es solo aparente pues un auténtico derecho es
expresión de dignidad, que pide a uno mismo y a los otros el ser respetado y su
respeto es precisamente un incremento en dignidad.
11

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