Jewish Colonization Association

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Jewish Colonization Association
El Templo de Salomón
Jewish Colonization Association
Desde la conquista ibérica, el Nuevo Mundo fue percibido por cronistas, soñadores y aventureros europeos como
una tierra utópica, ese otro lugar donde era posible empezar una vida nueva. No fue casual que de la masiva emigración
transatlántica entre 1824 y 1924, éxodo de más de cincuenta y dos millones de personas del Viejo Mundo, el 93 % se
haya dirigido a las Américas: un 72 % a América del Norte y un 21 % a América Latina. En el imaginario de aquellos
inmigrantes que cruzaban el océano hacia la América del Sur había un país que simbolizaba la tierra utópica: Argentina.
No sorprende, pues, que de los once millones que llegaron a América Latina, más del 50 % haya deseado llegar a ese
país con el fin de recomenzar sus vidas en un ámbito de libertad y rápido progreso. Para muchos de ellos, las pampas
argentinas eran ese otro lugar, la alteridad lejana del Viejo Mundo, pero identificada como la Tierra Prometida.
Numerosos italianos, españoles, alemanes, franceses, sirio-libaneses y también judíos soñaban que la emigración a la
Argentina les permitiría renacer en calidad de otros en una tierra de asilo y refugio para todos los perseguidos. Algunas
utopías anarquistas han dado testimonio de aquella sed libertaria que animaba a los emigrantes en búsqueda de un
espacio ideal en el Nuevo Mundo, tan alejado de Europa. La breve experiencia de la colonia Cecilia, fundada en 1892
en el estado de Paraná, Brasil, por un grupo de anarquistas italianos, fue paradigmática. Sin embargo, sólo en la
Argentina pudo un grupo de inmigrantes que huían del oprobio crear y sostener, durante más de cincuenta años
consecutivos, las bases agrícolas de una nueva Tierra Prometida, que logró incluso competir con Sión. Eran los judíos
asquenazíes perseguidos en la Rusia zarista, que recibieron con beneplácito el proyecto del Barón Mauricio de Hirsch
para convertirlos en colonos agricultores en las pampas argentinas. En 1891, Hirsch fundó la "Jewish Colonization
Association". Esta empresa tuvo como principales objetivos: "... facilitar la emigración de los israelitas de los países de
Europa y Asia, donde ellos son oprimidos por leyes restrictivas especiales y donde están privados de los derechos
políticos, hacia otras regiones del mundo, donde puedan gozar de estos y los demás derechos inherentes al hombre. Al
efecto la Asociación se propone establecer colonias agrícolas en diversas regiones de América del Norte y del Sur, como
también en otras comarcas". En el artículo 6º precisa los caracteres puramente filantrópicos de la institución expresados
de la siguiente manera: "Las entradas y los bienes de la sociedad serán empleados exclusivamente para la realización
del objeto establecido en sus estatutos. De ninguna manera y en ninguna forma, directa ni indirectamente será
destinada una parte cualquiera de sus utilidades o bienes en calidad de dividendos o primas de beneficios a favor de los
miembros de la Asociación". El Barón estaba convencido de que sólo en la República Argentina se ofrecían todas las
condiciones necesarias para implementar una inmigración y colonización masiva de judíos rusos. No obstante, la JCA no
tuvo relación alguna con el primer contingente pionero que llegó en agosto de 1889, a bordo del vapor Wesser, con
pasajes subsidiados por el gobierno argentino. Aunque la J.C.A. tomó forma de una Sociedad Anónima por Acciones, por
una necesidad legal del país en que se constituyera, está reconocida en Inglaterra, lugar de su sede social, como
Sociedad Filantrópica (Charity Society). En la República Argentina la personalidad jurídica le fue concedida por un
decreto del Poder Ejecutivo Nacional con fecha del 17 de Febrero de 1892. Su carácter de Asociación Civil con fines
filantrópicos le fue reconocido por el entonces Presidente Roca a través de un decreto de fecha 15 de Febrero de 1900.
La inmigración judía en la República Argentina se inició a partir de la fundación de la J.C.A., y desde entonces todo el
proceso inmigratorio estuvo imprescindiblemente vinculado a su accionar en el doble carácter de empresa de
inmigración y colonización. Tras numerosas penurias fueron asentados en el norte de la provincia de Santa Fe y algunos
de ellos fundaron allí la primera colonia judía agrícola, Moisés Ville. Por su parte, el representante del Barón Hirsch, el
científico judeo-alemán Wilhelm Loewenthal, trató un vasto proyecto con el presidente argentino, Carlos Pellegrini, y
también con terratenientes privados, a fin de negociar la adquisición de la impresionante superficie de ¡3.250.000
hectáreas! Sin embargo, estos planes grandiosos de colonización no pudieron realizarse en los territorios nacionales del
norte del país. La empresa proveyó la infraestructura agrícola, la capacidad económica para hacer inversiones, así como
para afrontar pérdidas, y una tenaz política de reclutamiento de colonos en Europa y de inmigrantes judíos en los centros
urbanos argentinos. A pesar de no haberse cumplido las previsiones del Barón de asentar a centenares de miles de
colonos judíos, durante los primeros cinco años de existencia de la JCA el sueño utópico tomó cuerpo en proporciones
más humildes: se levantaron cinco grandes colonias en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, con una
superficie total de 200.619 hectáreas, donde se asentaron 6.757 colonos, con sus familias, en 910 chacras. Éste era el
balance de la mayor utopía agraria judía en América Latina en 1896. Tres años después la JCA se extendía hacia los
confines de la pampa húmeda con el establecimiento de colonias en el territorio nacional de La Pampa, sur de la
provincia de Buenos Aires, norte de la provincia de Santa Fe y en la de Santiago del Estero. Más de 18.900 almas
vivían de la producción de las chacras y un número adicional de peones, que en 1910 había alcanzado a 7.000,
trabajaban en tareas agrícolas con la esperanza de llegar a ser colonos propietarios. La superficie total de tierras
argentinas compradas por la JCA para colonización judía pronto llegaría a superar las 600.000 hectáreas Esos años
hasta la Primera Guerra Mundial, y también los posteriores, hasta fines de los años 20, han sido decisivos para la
inserción de la inmigración judía tanto en el proyecto agro - exportador del país como en el proyecto de colonización de un
conjunto de inmigrantes judíos que buscaban convertirse en productores en el campo argentino, huyendo de la opresión
del este europeo. La J.C.A. aplicó, desde el principio, un riguroso plan de selección para reclutar mano de obra
campesina a través de funcionarios enviados a Rusia, y otorgó financiamiento para el viaje trasatlántico y el
asentamiento completo. Sin embargo, la J.C.A., no estuvo dispuesta a convertir en colonos a candidatos que, amén de
sus aptitudes para las faenas agrícolas no estuviesen dispuestos a solventar parte de los gastos. La empresa aplicaba
criterios diferentes para admitir candidatos a colonizar, según su grado de solvencia y aptitudes. Así, aquellos
inmigrantes que arribaban en forma espontánea y por su cuenta a la Argentina eran aceptados a condición de que
trabajasen durante un prolongado período de prueba como peones de los chacareros veteranos. Aquellos agricultores
independientes que disponían de un mínimo de 2.000 rublos de capital solo necesitaban que la Jewish pusiera a su
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Generado: 22 December, 2016, 15:11
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disposición tierras y un modesto préstamo para la construcción de viviendas. Ante el casamiento del hijo de un colono, y
quedando en la chacra de su padre un número suficiente de trabajadores, se le admitía como candidato a la
colonización, ya fuera para ocupar por vía de transferencia el lote que otro colono, por enfermedad o incapacidad, se
habría visto obligado a abandonar; o para instalarlo sobre un lote de calidad inferior pero que en vista de su experiencia
podría mejorar con el tiempo. Luego de la primera etapa de crecimiento y desarrollo de la inmigración agrícola judía hasta
la Primera Guerra Mundial se inició un período de consolidación hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero el crecimiento de
la inmigración estuvo acompañado de fracasos y deserciones significativas desde el inicio mismo de la experiencia. El
mayor estudioso de la colonización e inmigración judía en la Argentina, Haim Avni, ha analizado la base económica y
organizativa de la inmigración judía argentina que proviene de la colonización agrícola impulsada por la J.C.A. En sus
estudios Avni demuestra que ya en 1.910 el número de los que abandonaban la colonización llegó al 48% de los
candidatos. Además de los 19.133 que la J.C.A. radicó como agricultores y que permanecieron en sus colonias, se
radicaron en ellas artesanos, obreros y agricultores independientes. El total aproximado de la población asentada en
forma temporal o permanente en las colonias se estimaba en 35.000 habitantes. El encausamiento de inmigrantes judíos
a las colonias de la J.C.A. y pueblos vecinos entre los años 1.911 y 1.913 representaba casi el 52% del total de
inmigrantes trasladados por las autoridades de Inmigración del país. La política de la J.C.A. para forjar una clase de
colonos campesinos buscaba exprofeso áreas distantes de los centros urbanos. El temprano fracaso de la colonia
Mauricio, primera colonia de la J.C.A., fue atribuido a la relativa cercanía a la Capital Federal. Precisamente esa misma
concepción impidió que la J.C.A., a pesar de sus cuantiosos recursos, sus excelentes vinculaciones con las autoridades
provinciales y nacionales, y su organización administrativa y burocrática, no se haya lanzado a un plan mucho más
amplio de colonización en una coyuntura económica que favorecía la producción agrícola para los mercados externos.
CONDICIONES DE LA COLONIZACIÓN Una gran mayoría entre los inmigrantes que la J.C.A. expidió desde Rusia no
eran agricultores de profesión, por consiguiente debieron hacer su aprendizaje en las mismas colonias, con la intervención
de técnicos de la compañía. Los principios que inspiraron la obra de colonización de estas tierras y las relaciones de la
compañía con los colonos eran las siguientes: La tierra era vendida al colono al precio de compra, aumentado con los
gastos de mensura, escrituración, establecimiento de caminos, canales de riego, etc... El colono recibía un anticipo de $
3.000.- para la construcción de su casa, el establecimiento de su familia y la adquisición de materiales de trabajo. Esta
cantidad que se entregaba al colono estaba representada por una casa habitación, elementos y animales de labranza.
Se firmaba con el colono un contrato de promesa de venta, por el cual aquel se obligaba a rembolsar a la sociedad el
precio de la tierra y el total del anticipo en cierto número de anualidades, que no podría ser superior a veinte, con un
interés del 4% anual, y después de satisfechos esos requisitos, recibía su título de propiedad definitivo. Para evitar que
el colono, seducido por el valor que pudo haber adquirido su tierra, vendiera el lote y abandonara su explotación, el
contrato primitivo contenía una cláusula que hacía difícil ese desprendimiento. En idéntico orden de idea el contrato
exigía del colono que trabajase él mismo su terreno con los miembros de su familia, siendo prohibido el subarriendo.
Los primeros colonos recibieron superficies entre 150 y 400 Hectáreas. La modificación de los métodos de producción
que dio lugar a los cultivos intensivos (con excelentes resultados) permitió reducir a 75 Ha el lote del colono y en algunos
casos hasta 25 Ha.
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