1. El articulo sobre Maslenitsa, carnaval ruso

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1. El articulo sobre Maslenitsa, carnaval ruso
Máslenitsa, el carnaval ruso (en 2015: semana de 16 – 22 de febrero)
El invierno en Rusia está dando sus últimos coletazos. Las ciudades, los campos, los bosques,
siguen cubiertos de nieve y las temperaturas todavía bajan de cero grados.
Sin embargo, la primavera, que aquí oficialmente comienza el primero de marzo, se abre paso con
fuerza. Los días son más largos y el sol alegra los rostros agotados por las jornadas de falta de luz.
Rusia retoma el paso tras el letargo invernal y lo hace con una explosión de fuerza y colorido.
Es su fiesta más antigua y con más sabor: la Máslenitsa.
Es común que en los lugares con estaciones diferenciadas exista la costumbre de festejar la llegada
de la primavera. Son manifestaciones populares de gran arraigo, cuya fuerza popular las diversas
religiones casi siempre han sabido captar para incorporarlas a sus ritos eclesiásticos. En la zona de
influencia católica surgió el carnaval y en los países eslavos el mismo contenido tomó otras formas y
otros nombres, en casi todos los sitios con un barniz religioso más o menos intenso. Sin embargo, en
algunos lugares, mantuvo su carácter profano, pero con una manifestación más barroca y trabajada,
estilizada y comercial, como es el caso de las fallas valencianas, esos efímeros monumentos de cartón
piedra destinados a ser quemados.
La Máslenitsa rusa no tiene una fecha fija aunque está íntimamente ligada al equinoccio de primavera.
Su fluctuación está en relación con el calendario de base lunar de la Iglesia Ortodoxa rusa, que la ligó al
inicio de la Cuaresma. Pero las sociedades de Rusia ancestral, aquella anterior a la llegada del
cristianismo, siempre tendieron al antropocentrismo. Nunca hubo una religión aglutinante, sino que más
bien existían cultos laxos y heterogéneos a los espíritus atávicos del hogar y de la naturaleza. También
había un respeto reverencial por los antepasados destacados. Todas esas creencias pasaron con el
tiempo al santoral ortodoxo, ya que borrarlas del acervo de generaciones resultaba muy complicado y
poco útil. Por el contrario, la tradición de la Máslenitsa continuó su viaje a través de las épocas, con
diversos nombres, pero con sus formas casi inalterables, hasta comienzos del siglo XX, hasta la
revolución de octubre de 1917.
Existen varias leyendas sobre su remoto origen, que se remonta a más de ocho mil años de
antigüedad. Una de ellas, quizás la más verosímil, está relacionada con la costumbre de preparar
panqueques, o hojuelas de harina de trigo (o de cualquier otro tipo de cereal) durante estos días. En la
preparación de los panqueques se utiliza la mantequilla (maslo, en ruso) y su forma es circular y con un
color amarillo que recuerda mucho al sol. Los rusos así invocaban al astro rey para que calentara sus
heladas tierras y comenzara el renacimiento de la naturaleza y la fertilidad de los campos. Ese quizás es
el núcleo de la fiesta: la purificación y el renacimiento, el círculo de la vida. En ese sentido se enmarca la
tradición de hacer muñecos, espantajos de paja y quemarlos junto con la basura y las cosas viejas
acumuladas durante el año.
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La Máslenitsa siempre fue la fiesta más alegre y bulliciosa, la de raigambre más popular. Sus vistosas
ceremonias, plenas de colorido y de antiguo sentido transmiten el entusiasmo y temperamento emocional
del pueblo ruso.
Todo comenzaba el domingo, la víspera de la semana de la fiesta, los amigos y familiares solían
reunirse para comer en torno a una mesa cuyo plato principal era la carne. Durante la semana que
comienza no la iban a probar y había que acabar con los últimos restos de la casa.
Los días se desgranaban en una atmósfera de alborozo. El lunes se recibía a la fiesta y la gente
tomaba la calle con sus hijos para divertirse con sus trineos, en los columpios y con otras atracciones.
En los pueblos y las aldeas existía la creencia que cuanto más lejos se deslizara el trineo y más larga
fuera la risa, mejor sería la cosecha. Era un día para los niños y para resaltar su importancia dentro del
colectivo. El martes era el día de las bromas, con canciones populares y chistes. También del cortejo en
público entre los jóvenes casaderos. El miércoles goloso era una jornada muy esperada. Grandes
cantidades de empanadas, pastas, panqueques, pescados, caviar, salazones, marinados, productos
lácteos, vodka, bebidas con miel... En la mesa del hogar y de la comunidad se ponía lo mejor de cada
casa. Y también existía la costumbre de visitar a la suegra para degustar sus panqueques (blinis/блины).
El jueves era el día más importante, el ecuador de los festejos. Hasta ese momento, la diversión se
había alternado con los quehaceres diarios pero, a partir de ese momento, comenzaba la Máslenitsa
Completa y todo el mundo dejaba sus trabajos para darse al solaz: las mujeres cantaban coplas, la gente
se entretenía con juegos populares, se encendían hogueras y se saltaba sobre ellas. La competición
resaltaba el vigor masculino en carreras de caballos, combates de boxeo y lucha libre. La jornada
terminaba con el asalto y la toma simbólica de un castillo hecho de nieve: el invierno había sido
derrotado y toda su energía negativa se había disipado en la fiesta.
El viernes las suegras devolvían las visitas a la casas de sus hijos y de sus nueras, que las
agasajaban con toda la atención y el cariño que merecieran. Las relaciones sociales continuaban el
sábado, cuando las cuñadas se reunían para fortalecer los lazos del clan familiar.
El domingo las celebraciones tocaban a su fin. En ese día todos se pedían perdón (el Domingo de
Perdón) por las ofensas cometidas durante el año, relajando así las tensiones del colectivo. Iban a la
sauna rusa para purificar sus cuerpos y se preparaban la culminación de la fiesta: la quema simbólica del
muñeco de paja. En algunas zonas, a esta pira ceremonial se arrojaban hoguera muñecas cargadas con
el peso simbólico de las cosas negativas y del mal acumulado, junto con las sobras de la fiesta,
panqueques y huevos. Las cenizas, luego, se esparcían por los campos para fertilizarlos. Todo volvía
a la naturaleza.
Estas tradiciones acompañaron a los rusos hasta la revolución socialista de 1917. Durante los setenta
años de la URSS muchas cosas cambiaron. La religión pasó a estar mal vista y el acervo popular se
quedó olvidado en el pasado. El nuevo hombre soviético estaba un poco al margen del perdón y de la
culpa, la sociedad era otra y los rituales de renovación no tenían mucho sentido en unos individuos de
cuño diferente. Estandarización, austeridad y pragmatismo. El estallido de un carnaval de mil colores,
expresión del verdadero temperamento ruso, no encajaba con la nueva imagen de acero que se quería
vender. La Máslenitsa sobrevivió a todo esto porque un latido racial tan profundo no se puede reprimir del
todo. Los rusos nunca olvidaron la fiesta, estaba en sus genes. Sólo que quedó reducida a la preparación
de panqueques y a las reuniones familiares con mayor o menor contenido folclórico. Por ejemplo, visitar
a la suegra para comer sus hojuelas (blinis)...
Desde hace unos años, las cosas han cambiado mucho, muchísimo, en Rusia. El corsé emocional
soviético se ha ido disolviendo paulatinamente y el carácter emocional, alegre y alambicado ha vuelto a
flor de piel. Y la Máslenitsa es una parte de esa alegría, más bien una consecuencia, y vuelve a
recuperar el sitio que siempre fue suyo. Durante la semana que comienza, los parques y las zonas de
recreo de las ciudades y los pueblos se irán poblando de gente con ganas de disfrutar. Y muchas de las
tradiciones de los ancestros volverán de nuevo a revivir.
Colores rojos y blancos, sol y las últimas nieves. Cantos surgidos directamente desde el corazón de la
tierra rusa: alegres e hipnóticos. Ese aroma de panqueque (blinis) con nata agria y miel (блины со
сметаной и мёдом). Y el enorme muñeco de la Máslenitsa volverá a arder.
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