No te conformes con mirar
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No te conformes con mirar
CONTRATIEMPO No te conformes con mirar Primavera 2012 EDITORIAL Seremos fuerza, seremos cambio Algo grande está naciendo. Así, Los Prisioneros nos resumían la década de los ‘80. En medio de las solitarias y frías noches, de una atmósfera saturada de aburrimiento se estaban forjando actores principales, capaces de romper el estancamiento. Hacían el llamado explícito a toda una generación a escuchar el murmullo ya que algo se sentía venir. Han pasado 30 años y pareciera que seguimos viviendo en plena edad del plástico, donde el envase importa más que el contenido y lo accesorio cobra vida naturalizando la esencia de las cosas. Y es que las principales fuerzas políticas no han hecho más que cambiar algo para que todo siga igual, haciendo todo lo posible para impedir que desde las entrañas de nuestras ciudades surja la piel que vestirá al mundo. Ante décadas de silencio, inercia y conformidad, cansados de una política espuria con frases hechas muchos años atrás, como Izquierda Autónoma surgimos decididamente como esfuerzo, por un lado, para ser un contratiempo, un obstáculo que impida que las garras de la comercialización conviertan al malestar social en un producto más en el mercado, y por otro, mostrar que nos encontramos contra el tiempo, que es una tarea urgente y de todos luchar por mundo diferente, un llamado constante a darnos cuenta que estamos vivos. Abrir los ojos y ponerse de pie no es fácil en momentos donde todo se resuelve sin nosot ros. Un hecho que debemos entender es que la historia avanza porque otros la hacen rodar. Si no hacemos esfuerzos a contrapelo para modificar su rumbo, podremos cacarear bastante, pero jamás avanzar. Por eso nuestra rebeldía no es ingenuidad. Sabemos que esto es sólo una revista, una buena intención. Pero también sabemos que si nos callamos, morimos. Nosotros, los hijos del jaguar de latinoamérica, los que crecimos escuchando alabanzas a los niveles económicos y la estabilidad de las instituciones, al sólo darnos cuenta que no nos conformábamos con mirar, pusimos en jaque la pasividad pactada durante la transición a la “democracia”. Por eso es que levantamos “Contratiempo”, publicación que es fruto del esfuerzo de una colectividad que, a punta de aciertos y errores, ha buscado recuperar y acumular aprendizajes en pos de reinventar la esperanza revolucionaria como algo posible y necesario en tiempos en que nos intentan convencer de que la historia se acabó. En esta edición buscamos proponer varias discusiones que van en dicha dirección: desde qué orientaciones, actitudes y prácticas concretas implica el ser revolucionario hoy, hasta una lectura concreta (libre de autocomplacencias y pesimismos) acerca de qué ocurrió el año 2011 y cuáles son las perspectivas para hacer de este estallido el comienzo de un nuevo ciclo de luchas sociales en Chile, entre otros contenidos que el lector podrá ir descubriendo en estas páginas. La tarea que tenemos por delante es inmensa, pero no por ello una utopía. Instruidos, conmovidos y organizados llegamos para quedarnos. No eludiremos las críticas ni nos doblegaremos ante la apatía, porque seremos fuerza y seremos cambio ¿QUE SIGNIFICA SER REVOLUCIONARIOS? Las derrotas y fracasos de las distintas estrategias que intentaron superar el capitalismo durante el siglo XX, han abierto un profundo abismo entre las intenciones de los revolucionarios y su práctica política efectiva. A tal punto ha llegado esta fractura, que la propia condición revolucionaria aparece hoy como un enigma sin respuesta imaginable o como un trasnoche pasado de moda, más parecido a un acto de fe que a un tipo determinado de acción política. Hay quienes creen que se trata de un dilema de fácil solución. Según dicen, tiene que ver con adherir a un conjunto de ideas y prácticas propias de los revolucionarios, en oposición a las de los reformistas. Y así muchas veces, para zanjar la discusión, se le profesa ingenuamente adhesión a doctrinas abstractas, mediante declaraciones de fe al “marxismo” e incluso al rótulo estalinista de “marxismo-leninismo”, o bien a la “vía del poder popular” en oposición a la “vía institucional”. Como si el declamarlo bastara para resolver algo, eludiendo así el proceso mucho más complejo y menos homogéneo que es elaborar y ejecutar una estrategia concreta y realizable de transformación de la realidad social Este tipo de respuestas no son nuevas, de hecho calcan fielmente divergencias surgidas en el seno de la socialdemocracia rusa a principios del siglo pasado o en posteriores divisiones al interior del movimiento socialista. Pero en la práctica no son sino un refugio identitario, que en su defensa a ultranza de un pasado diferente cargan con pesadas dosis de conservadurismo que estancan la acción revolucionaria. Es una suerte de “consecuencia conservadora”, que degenera el propio espíritu de la obra y lucha de los referentes a los que apela. La condición revolucionaria, según esta divulgada visión, dependería de cuan consecuente sea una organización en la aplicación de tácticas que en su momento recibieron el apelativo de revolucionarias, 4 sición constante al tipo de mentalidad y actitud que la dominación capitalista produce y estimula y a la que nadie es inmune. José Camus cuanto uso haga en el discurso de la fraseología catalogada como tal y cuan imbuido se esté en el universo cultural ad hoc. Es decir, en función de cualquier cosa menos de cuan efectiva sea esta fuerza, a través de su práctica, en la construcción de una vía realizable de superación del orden actual. Así, los necesarios esfuerzos de conducción política revolucionaria, se diluyen entre la agitación de contenidos generales, muchas veces descontextualizados y abstractos, como toda muestra posible de “consecuencia”. No es extraño entonces que, de un tiempo a esta parte, las organizaciones que propugnan este tipo de visiones hayan optado por autodenominarse “de intención revolucionaria” y no “revolucionarias”. Sus prácticas y discursos son fácilmente aislables, incapaces de construir una fuerza social transformadora y de subvertir las relaciones de dominación, pero están tan apegados a ellas, que seguir estándolo pasó a preocuparles más que su efectividad concreta. Mala cosa, pues la máxima “la intención es lo que vale” no corre en política. La rebeldía es lo más humano que tenemos. Es la articulación entre la negación de la dominación y la afirmación de un nuevo orden, libre y justo para la humanidad. La condición revolucionaria es, antes que todo, una cuestión relativa a la acción que tiene su centralidad en la política. No es, por lo tanto, reductible ni al pensamiento ni al manejo de abstractas generalidades ideológicas o imperativos de tipo moral. Reúne algunos componentes sustantivos e indisociables. Una orientación, una actitud y una práctica, que no son fáciles de construir, pues deben hacerlo en opo- En cuanto a su orientación, implica la construcción de una mirada, de una forma de ver el mundo, dotada de disposición y capacidad para captar las exigencias que la totalidad de las relaciones de fuerza que determinan el curso de una sociedad plantean al esfuerzo revolucionario, y no tan sólo de aquellas que intervienen en el entorno inmediato (sea este una facultad o un colegio, una fábrica o una población, etc.). Esta mirada de totalidad sólo se puede crear atendiendo más allá de las relaciones que marcan nuestra cotidianeidad, mirando allí donde se relacionan todas las clases con el Estado y el gobierno, donde se relacionan de distintas formas todas las clases entre sí. En tiempos de derrota como los actuales, suelen sobreponerse las miradas localistas o gremialistas, que desatienden las dificultades y oportunidades que plantea la dinámica política global, por la preponderancia de las limitantes del entorno local o sectorial. De esa forma, o se extrapola a lo global el relieve del territorio inmediato y actúa ante el escenario nacional de la misma manera que en la fábrica, la universidad o la población, o, las más de las veces, se renuncia de frentón a actuar para alterar las correlaciones centrales de fuerza que determinan el curso de la sociedad. Además de una mirada de totalidad, la orientación revolucionaria tiene una particular concepción del poder. La concepción dominante nos dice que el poder reside en cosas o instituciones, como las armas, el dinero o el parlamento. Allí opera, siguiendo la idea de “fetichismo de la mercancía” de Marx, un fetichismo de la política, para el cual las cosas adquieren una “objetividad ilusoria”, una imagen de independencia y poder intrínseco, que oculta lo fundamental: el carácter de las relaciones humanas que están en su base y las constituyen. Esta imagen del poder nos desvía de los procesos de formación de las situaciones sociales y políticas, haciendo que solo nos concentremos en sus momentos de realización más espectaculares, cuando son ya hechos consumados y casi siempre incontestables: sean los enfrentamientos armados, las competencias electorales, o los juegos institucionales en general. Quedan así en la oscuridad los procesos mediante los cuales se conforman y reproducen, a través de múltiples factores y dinámicas específicas, las relaciones de poder; dificultando en consecuencia la elección de las armas adecuadas para intervenir en tales procesos. Los dominados quedan así limitados a actuar en escenarios que construyen sus enemigos ¡y con las armas que ellos eligen! El poder es fruto de relaciones sociales, no una condición que resida en la esencia de determinados objetos, instituciones o procesos formales. Para visualizar la política desde una perspectiva revolucionaria, de liberación de los dominados para la emancipación humana, es preciso superar la racionalidad capitalista de la política, y concebir el poder como un proceso de construcción y moldeamiento de relaciones sociales ininterrumpido y extendido por toda la sociedad, entre fuerzas sociales en pugna, en alianzas y con diferentes grados de unidad y conformación como tales. Ahora bien, lo dicho hasta aquí no basta. En la medida que la acción revolucionaria es un proyecto de vida, y que la dominación también estimula una moral y ciertos comportamientos, contempla también la construcción de una actitud particular. No ahondaremos en los aspectos sobre los cuales más comúnmente se insiste, respecto a la necesaria calidad moral de los revolucionarios. Nos detendremos en uno muy presente de la boca hacia fuera, pero poco en la conciencia diaria: el reconocimiento de la rebeldía como rasgo constitutivo y condición necesaria para la emancipación humana. Muy divulgada ha sido la idea según la cual la rebeldía sería propia de inadaptados sociales o exclusiva de los jóvenes y, por tanto, una cuestión pasajera y en última instancia, individual. No es novedad que los poderosos la difundan: lo grave es que la asuma gran parte de la propia izquierda. El conservadurismo, la disciplina entendida como imposición y no como elección libre, la negación de la creatividad y la iniciativa, en definitiva, el conformismo, son rasgos cada vez más predominantes al interior de la cultura de la izquierda y sus organizaciones. No. La rebeldía es lo más humano que tenemos, es lo que nos constituye como tales. Es un rechazo sin renuncia. Es la articulación entre la negación de la dominación de todos los hombres y mujeres y la 2011 afirmación de un nuevo orden, libre y justo para la humanidad toda. Es la fuerza de superación del conformismo y la resignación, lo que hace del futuro deseado una realidad en tiempo presente. Por lo tanto, no es nunca algo meramente individual. Es la superación del individuo por un fin común: la emancipación del hombre en todos los aspectos de la vida. La rebeldía es una actitud permanente e inherente a la acción revolucionaria. No accesoria, ni estética. No se acaba dentro las filas de la organización. Es una actitud de vida, siempre incompleta, en la medida que es la gesta colectiva por la recuperación de la libertad y la humanidad perdida a manos del poder que oprime, es el movimiento que lleva la historia hacia delante. Despiertan los hijos del jaguar Benja @cualqueira Finalmente, la acción revolucionaria en cuanto tal es siempre práctica, concreta. Dicha práctica, al ser histórica y situada, implica una apropiación colectiva del presente, una voluntad de conocer y asumir las transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales que han cambiado a la sociedad y con ello las condiciones de lucha. Transformarlas en una perspectiva revolucionaria, requerirá siempre de la acción colectiva organizada y consciente, autónoma de los intereses sociales antagónicos, y por lo tanto, masas dispuestas a hacerlo. Y ese presente, si es que se es revolucionario, debe prefigurar el futuro buscado. Los medios de lucha no pueden negar el fin que persiguen. La acción revolucionaria no es solo una tarea de conducción de la fuerza social y política transformadora: es, al mismo tiempo, un proceso de construcción. El carácter de la nueva sociedad está en juego en el carácter de la fuerza que la construye. No es un problema a enfrentar en el futuro: la nueva sociedad se edifica desde el presente. Serán necesarias enormes dosis de creatividad, astucia y voluntad para imaginar y practicar una acción revolucionaria así concebida. Siempre habrá experiencias que arrojen pistas y conocimiento que nos será útil. Pero apropiarnos nosotros mismos de las actuales condiciones de lucha es una necesidad irremplazable para reconstruir los puentes entre las intenciones de cambio revolucionario y las prácticas concretas que realizamos para conseguirlo Lee el artículo a continuación >>> 7 A estas alturas parece ocioso escribir una vez más sobre el movimiento estudiantil del año pasado. La televisión, los diarios, las mesas de nuestras casas se han llenado de interpretaciones sobre qué pasó, y en qué minuto se tambaleó ese paisaje que nos venían diciendo que era Chile. Pero a pesar de la tinta gastada es necesario volver a mirar hacia atrás, no desde el interés académico puertas afuera, o la opinología mediática apurada en decir algo antes que se pase la micro. Urge una interpretación desde los esfuerzos de transformación que gastaron sus zapatillas en la calle engrosando las filas del movimiento. No porque se trate de una visión más o menos comprometida, sino por esa profunda necesidad de tomar conciencia del lugar que se ocupa en la historia para poder actuar en ella. Esta es una de esas interpretaciones posibles. La lectura del empresariado, asumida también por sectores del oficialismo y la Concertación, plantea que la escalada de movilizaciones recientes se explica por una ciudadanía más exigente debido al nivel de desarrollo alcanzado. Siguiendo a Eugenio Tironi, cuando se han superado los 15 mil dólares per cápita la ciudadanía comienza a padecer la “enfermedad del 15M”, y el problema ya no es la desnutrición, sino la obesidad, el miedo a la pobreza se cambia por el miedo al sinsentido, en definitiva se revuelven los malestares de las “clases medias”. Con la cabeza enterrada en sus datos macroeconómicos, la elite niega hasta la estupidez las contradicciones económicas que están en el origen del movimiento estudiantil. Desde la otra vereda, igual de ciego a estas contradicciones, está el pesimismo de una izquierda que no ha pensado dos veces antes de etiquetar las movilizaciones como una mera “revuelta burguesa”. No se trata de un idealizado“pueblo pobre”en las calles y, por lo tanto, no existe potencial revolucionario alguno en el movimiento estudiantil. De uno y otro lado se confunde la reacción contra nuevas condiciones de explotación, con la defensa de unos privilegios actuales o futuros. Tampoco se avanza mucho por el lado de la izquierda voluntarista que ante la masividad desplegada en las calles ve venir la revolución a la vuelta de la esquina, desconociendo el trecho que aún queda por recorrer en la constitución de un arma política propia del pueblo. Desde esta perspectiva, la revolución se agota en el estallido, omitiendo los desafíos que impone el cambio de las correlaciones de fuerza que sostienen el actual estado de cosas. Enamorada del movimiento, conformándose con unos cuantos palmoteos de espalda, la izquierda voluntarista acaba coartando así la larga proyección histórica de la lucha revolucionaria. Lo mismo ha hecho la interpretación a-histórica, que desconecta la movilización del año pasado de las experiencias de lucha precedentes, dando mayor importancia al desgaste institucional, los procesos de “ciudadanización” y la novedad de la derecha en el gobierno. Perdida en la coyuntura, tapando el sol con un dedo, deja de lado el aprendizaje colectivo arrastrado durante la última década en que, con experiencias como el “Mochilazo”del 2001 o la “Revolución Pingüina”del 2006, se va abriendo paso un movimiento nutrido por fuera de los actores tradicionales,expresando la descomposición del sistema político, la maduración de nuevas formas de acumulación capitalista, consumo y sociabilidad a ras de calle. Los postpinochetboys Hay que ir un poco más atrás en el pasado inmediato para comprender el estallido de hace un año. El malestar con la transición pactada fue aflorando tímidamente desde mediados de los 90, mientras los partidos del arcoíris se desteñían y ya era secreto a voces que la alegría de la Concertación no llegaría. Ese malestar aparecía en focos esporádicos de movilización que, o congregaban alos más convencidos, o no lograban ir más allá de estallidos localizados (como la lucha de los obreros del carbón de Lota y las movilizaciones estudiantiles del 97). Los chilenos se fueron aburriendo del circo de las coaliciones y miraban de reojo a los payasos pegándose tortazos. Las urnas, a esas alturas ya bastante vacías, se llenaban de desconfianza. Y así, con el correr de una democracia a medias y un experimento neoliberal consolidado, sin un gran estallido, soterradamente, comenzaba a tambalearse la legitimidad de la política tradicional, del parlamento, de las instituciones “democráticas”. Esta crisis de legitimidad, incubada por décadas y últimamente tan machacada en las encuestas, fue el telón de fondo de las movilizaciones de 2011. Pero el malestar subterráneo no basta para llamar a cientos de miles de chilenos a las calles. Es el carácter social de los actores y el contenido económico y político de sus demandas lo que distingue al ciclo reciente de movilización de otras experiencias del Chile postpinochetista. Pese a que la conducción formal del proceso y sus caras más visibles provienen de los sectores tradicionales de la educación superior, se incorporan masivamente nuevos actores. Los estudiantes de lasuniversidades privadas, CFTs e IPs, despliegan una fuerza social que acaba desbordando la conducción comunista, que buscó desde un inicio la vía institucional como capital para negociar suintegración al ala “progresista” del sistema de partidos. Resistiendo las cortapisas que vienen desde arriba, se comienza a articular la suma de esfuerzos que integra al sector universitario tradicional, los pingüinos y los estudiantes de privadas, CFTs e IPs. No se trata solamente de caras nuevas. Con la entrada de los sectores emergentes, el conflicto educacional deja de plantearse solo como respuesta a un paquete de propuestas de política pública. El combate contra el lucro expresa abiertamente el enfrentamiento entre los especuladores de la educación y ese segmento que representan los 7 de cada 10 estudiantes que son primera generación en la educación superior. Se hace evidente que la riqueza de unos proviene de la extracción de los frutos del trabajo de losotros. En definitiva, se cuestionan por primera vez las estrategias de acumulación capitalista que fueron proliferando en el sistema educacional desde los 80. La radicalidad de las contradicciones materiales en la raíz del conflicto determina su explosividad. Lo que en varios países desarrollados es un derecho, en Chile se paga. Y se paga con los aranceles relativos más altos del mundo, con un arancel promedio de 41% del PIB per cápita (lo que equivale aproximadamente a $280.000 pesos chilenos). Además, desde fines del 2000 se vienen incorporando sobre todo estudiantes de los primeros quintiles de ingreso (aproximadamente un 38% de los estudiantes de la educación superior provienen de los dos primeros quintiles), de la mano del abultamiento del componente técnico profesional de la matrícula y un creciente control de la educación privada sobre el mercado1 . Precariedad ilustrada La asfixia del sistema público y un intrincado sistema de créditos, permitieron sostener la expansión de la matricula por la vía de financiamiento a la demanda. El total de créditos entregados por el estado subsidiario representaba en 2010 un 70% del total del presupuesto estatal para la educación superior. Desde 2006, el CAE profundizó los mecanismos de subvención a la demanda hacia los planteles privados no tradicionales, convirtiendo incluso a los más pobres en clientes por la vía del subsidio estatal. Dejó de ser un problema la capacidad de pago actual o futura de quienes adquieren los créditos, pues aunque el estudiante no pagara, con el CAE el Estado aseguraba el retorno de un 90% de la deuda al banco. De esta forma, a pesar del alto costo de la educación en Chile, un 60% de los “beneficiarios” del CAE pertenecía a los dos quintiles de menor ingreso, porcentaje equivalente a cerca de 100.000 estudiantes. Con ellos los bancos lograron tasas de ganancia sobre un 18%. Se enriquecieron también las instituciones privadas, legal o ilegalmente, por medio de sociedades espejo, sobresueldos, etc. Suma y sigue, la acreditación institucional no quedó ajena al hambre de ganancia, convirtiéndose en otra cara del negocio, al condicionar la entrega de créditos. Como en otros ámbitos del modo de desarrollo chileno, la privatización y posterior subsidio de derechos acabó abriendo paso a la desbocada multiplicación de ansias rentistas, que transando en el mercado una educación cara y no necesariamente buena (cuando no abiertamente mala) fue vistiéndose de cordero al satisfacer, aunque fuese solo aparentemente, ilusiones de ascenso social profundamente arraigadas en las familias chilenas. Y es que, si bien las contradicciones económicas de la expansión de la matricula se viven con mayor crudeza por debajo de la pirámide de distribución de ingreso, el saqueo se siente con fuerza en los bolsillos de la gran mayoría de las familias. La inédita convocatoria de las jornadas de protesta se jugó ahí. La amplificación del conflicto a lo largo y ancho de la estructura social se explica porque se comparten condiciones de vida materialmente similares. Muy lejos de la imaginaria clase media chilena que, según dicen, creció con la vuelta a la democracia, un 90% de las personas que trabajan ganan menos de $650.000 y un 76% gana $350.000 o menos2. Gravitantes son los efectos de esta profunda desigualdad considerando que cada vez más aspectos de la vida (salud, previsión, acceso a la educación, etc.) quedan sujetos a la capacidad de consumo individual. Y, como dice la sabiduría popular, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante. Pero no solo por este motivo las movilizaciones despiertan grandes niveles de adhesión. El acceso a la educación superior y la promesa de movilidad social que conlleva, alimenta esperanzas que justifican la conformidad con la actual estrategia de desarrollo. Por ello, las contradicciones del sistema educacional además de hacer tambalear las condiciones materiales de miles de familias, a la larga, acaban afectando también las bases subjetivas y culturales del orden vigente, es decir, la fe de que tal vez algún día exista un futuro mejor si las cosas siguen tal cual están hoy. La articulación entre promesas incumplidas y apremio económico se anuda en torno al sistema de educación superior, abriendo la puerta a los niveles de frustración, exaltación y épica que vivimos durante el año que pasó. Quienes mantuvieron y profundizaron la educación mercantil luego de la transiciónpusieron una bomba de tiempo sobre una de las expectativas más sentidas, cuya frustración resulta muy difícil de procesar por unas instituciones que, por lo mismo, vieron agudizarse problemas de legitimación arrastrados por décadas. La acumulación de estas contradicciones tomó por sorpresa la acostumbrada calma de las elites. Y es que no deja de ser paradójico que quienes irrumpieron desestabilizando el orden vigente sean precisamente aquellos jóvenes que debían encarnar todo el éxito logrado desde el retorno a la demo- cracia. Son los hijos legítimos del neoliberalismo los que defienden a sus padres en las calles. Ya no basta con twittear Debemos avanzar sorteando los riesgos que traen consigo las interpretaciones mencionadas al principio. Hacerse cargo de la centralidad del conflicto educacional, de la acumulación de frustraciones y padecimiento económico que porta, de su carácter revolucionario, obliga a tomar con responsabilidad nuestra acción política. Evitar a toda costa una instrumentalización del movimiento para adornar las calculadoras de los partidos, para maquillar el orden social que han construido las elites robándole a Chile y su gente. No dar espacio a la autocomplacencia, a los enamorados de la forma, del gesto, de la pose revolucionaria. Debemos desterrar las pretensiones gremiales, recordando que detrás de cada estudiante en la calle hay una familia endeudada, embargada, trabajadores precarios, desempleados, etc. Dejar fuera los intentos por echar tierra a las contradicciones que ponen en movimiento nuestra acción política. Apartar los divisionismos sectarios, que no ven la relevancia estratégica de aunar los esfuerzos de estudiantes secundarios, de instituciones públicas, privadas tradicionales y no tradicionales. Pero por sobre todo, es necesario comprender que el conflicto abierto hace un año no ha terminado. La posibilidad de un cierre desde las elites y sus instrumentos partidarios para clausurar el reciente proceso de organización sigue a la vuelta de la esquina. Debemos trabajar el doble, que la lucha es larga y recién comenzamos a hablar con nuestras palabras y mirar con ojos propios. 1) Orellana, Víctor (2011) “Nuevos Estudiantes y Tendencias Emergentes en la Educación Superior: Una Mirada al Chile del Mañana” en Jimenez, Mónica y Lagos, Felipe “Nueva Geografía de la Educación Superior y de los Estudiantes”, Aequalis, Santiago. 2) “¿Ingreso Ético o Salario Ético?”, Gonzalo Durán (Fundación Sol), La Tercera, 30 de Septiembre de 2011. La articulación entre promesas incumplidas y apremio económico en torno a la educación abrió la puerta a los niveles de frustración y épica que vivimos durante el año que pasó Ángel Martin y Diego Corvalán Más allá del estallido proyecciones de la lucha estudiantil El estallido social del 2011 no solo revela el agotamiento de los cimientos de la obra post-dictatorial, sino que a la vez, permite entender y analizar la estrategia revolucionaria de construcción de fuerzas como un proceso histórico. Ese año marca un antes y un después en el proceso político del Chile reciente, ya que cuán distinto sea el después respecto del antes -en función de los niveles de cohesión y articulación política de los distintos sectores en lucha- es algo que ningún factor ajeno a la lucha política misma podrá determinar. A continuación, esbozaremos un balance, particularmente del frente estudiantil durante el 2012, para proyectar su lucha para los años venideros. Los movimientos sociales y más aún, aquellos que anidan en su interior un potencial transformador, no pueden concebirse como fuerza episódica. Si así lo hiciéramos, entenderíamos a los procesos de acumulación de fuerza -agobiados por el coyunturalismo- para detonar conflictos economicistas, sin plantearse el problema de la organización social bajo una perspectiva más amplia y permanente. Por el contrario, cuando buscamos las raíces del presente en el suelo del pasado, no sólo le otorgamos un sentido de construcción a la fuerza de los movimientos, sino que de ello deriva una mejor capacidad para proyectarlos en el futuro. Por eso, el análisis del movimiento estudiantil durante el 2012 debe sobrepasar sus propios límites envolventes. Ni la temporalidad, ni el espacio de inserción, ni la fuerza desplegada deben estar en base a lo realizado o no durante este año. 12 Ahora bien, esto no quiere decir que el año no pueda ser caracterizado por una serie de particularidades, las cuales trataremos en su momento. Debemos tener una cosa clara: el movimiento estudiantil es más que convocatorias a marchas para que el gobierno responda un pliego de demandas. Se trata para nosotros de una experiencia prefigurativa, en donde los ascendentes procesos de control y dirección popular, permiten el desarrollo de relaciones sociales democráticas que potencian la vivencia colectiva por sobre la individual. Un espacio en el que no sólo se desarrolla una crítica espontánea a los de arriba: en el movimiento estudiantil además se forja, al seno y al calor del conflicto, un actor social con vocación de poder, y del que seguro un análisis año a año, episodio tras episodio, no puede abarcar en su completitud. Si no fuera de este modo, no habría forma de conectar los distintos años en que el movimiento estudiantil ha aparecido con fuerza en las calles y captar el valor que poseen esas luchas en las que actualmente se expresa. Si a mediados de los noventa la política estudiantil se reducía a derribar los resabios de dictadura militar al interior de las Universidades del Estado, hoy no sólo se ha modificado el foco del conflicto sino también su carácter social. Eso es avance y a la vez aprendizaje del movimiento social. Como estudiantes, debemos entender que las experiencias del 2001, 2005, 2006, 2008 y 2011, por sólo mencionar algunas, no son sólo precedentes, sino que a su vez son experiencias y fuerzas acu- muladas que se encarnan en el actual movimiento. La actual expresión de lucha estudiantil, por tanto, no es más que el murmullo que hace mucho se sentía venir y es necesario comprender que sin ellas, la historia hoy sería completamente distinta. vierno y con un espectro de acción muy reducido. La segunda característica era que la movilización solía mantenerse dentro de los límites naturales del propio sistema educativo. Secundarios por un lado, universitarios por el otro. Generalmente de Teniendo esto en consideración, nos detendremos en liceos emblemáticos o Universidades Públicas. el año 2012 para someterlo a una crítica evaluación. Pensar en la participación del sector privado o del No en una que nos sumerja en visiones autoflage- técnico profesional no sólo llegaba a ser una utolantes ni autocomplacientes, sino aquella que nos pía, sino que derechamente una cuestión impropermita avanzar y proyectar la lucha estudiantil. ducente. Basta recordar que a inicios de los 2000, mientras los ilustres estudiantes Para ello, hay que establecer del CONFECH desfilaban por No se trata de añorar la semidesiertas calles de la cacon certeza cómo empezó el 2012. En primer lugar, es un vieja educación estatal ni pital, le gritaban “300 puntos, error pensar que era posible mucho menos de rejuvenecer 300 puntos” a los estudiantes ni deseable que este año fuese de las Universidades Privadas. una copia fiel del 2011. Difí- el capitalismo. Se trata de cilmente tal cosa era posihacer de la educación un Por eso, la principal preocupable, no solamente porque las ción que se ha tenido durante el espacio en donde las re- 2012 ha sido no ceder ni un sólo condiciones materiales en las cuáles se renovaron las conlaciones sociales no estén centímetro del terreno conquisducciones en las Federaciones tado. Para ello, ha sido fundamediadas por el dinero. de Estudiantes en las diversas mental el re-establecer las conuniversidades aglutinadas en el fianzas, elaborando un marco CONFECH y en las organizaciones de estudiantes reivindicativo común y consensuado entre los difesecundarios, no eran precisamente de las mejores: rentes actores (emplazamientos directos al ejecutivo quiebre en las confianzas entre secundarios y uni- en Junio y Septiembre), ensanchando las espaldas versitarios, amenazas con pérdida de beneficios, del movimiento estudiantil (intensificando el ingreso estudiantes que perdieron el año, cierres de años de universidades privadas al CONFECH) y procuacadémicos fuera del período normal, predominio rando mantener la base social de apoyo (convocatodel basismo por sobre la politización, entre muchos rias a marchas desde los secundarios, universitarios, otros factores. También era difícilmente posible re- profesores, padres y apoderados, y trabajadores). plicar fielmente un año como el 2011 porque simplemente, éste hecho nunca antes había ocurrido. Podríamos hablar que se ha cavado una trinchera ideológica desde la cual el movimiento estudiantil Hasta antes del 2011, dos particularidades atrave- se puede cohesionar y reagrupar ante los ataques saban al movimiento estudiantil. La primera, era del mercado y sus fuerzas políticas. Puede que no su carácter cíclico. Los estudiantes aparecíamos haya sido tan espectacular como el 2011, que no con fuerza durante un año para luego estancarnos hubo paros prolongados, que las marchas no tuen varios de reflujo y reagrupación. Ya sea por los vieron un carácter carnavalesco, por lo que de secostos asumidos a la hora de movilizarnos o por guro hay mucho por avanzar. Pero sólo así puede la incapacidad de resquebrajar la política de go- entenderse que por más que el gobierno pretenda bernabilidad propuesta por los gobiernos de la responder las demandas estudiantiles con ajustes Concertación, nunca había sido posible estar dos o reformas neoliberales, o que los partidos políaños seguidos en movilizaciones, manteniendo ticos se muestren como interlocutores válidos de un mismo conflicto abierto y similares niveles de las demandas sociales y les presenten un apoyo intensidad. Incluso la sola idea de pensar en un irrestricto, su aprobación social sigue cuesta abajo. conflicto de largo plazo y de carácter nacional era inusitado, ya que las movilizaciones estudiantiles Inmersos en este escenario y sopesando todas solían acontecer entre Mayo y las vacaciones de In- nuestras condiciones de posibilidad, es que tene- mos que preguntarnos cuál es el programa que le permite al movimiento estudiantil avanzar en la dirección correcta y cómo podemos proyectar el movimiento hacia el futuro. Ante estos desafíos, hay que comprender que cuando exigimos educación pública, gratuita y de calidad, fin al lucro y desmunicipalización, no lo hacemos con la añoranza de la vieja educación estatal ni mucho menos con afanes de rejuvenecer el capitalismo y regular sus excesos, sino con la determinación de hacer de la educación un espacio en donde las relaciones sociales no estén mediadas por el dinero. Para que estas transformaciones sean posibles debemos atacar el corazón del problema, que a nuestro modo de ver se trata de un conflicto contra el carácter de clase del Estado. Para enfrentarlo determinadamente, debemos superar visiones caricaturescas y no dejarnos enceguecer por los distintos medios por los cuales se ejerce la dominación. La mayor parte del tiempo, la clase dominante no necesita de la represión para mantener su posición. El poder se expresa con un silencioso garrote que, a la vez de acallar cualquier intento de manifestación, sienta las bases para la existencia de una democracia antipopular y una sociedad extremadamente desigual. Para entender la centralidad de este punto debemos despejar de la discusión cualquier desviación estructuralista que entienda al Estado puramente como un aparato ideológico. Es preciso comprenderlo como un espacio en donde la síntesis entre el consenso y la coerción genera las condiciones favorables para la expansión de la clase dominante. En ese sentido, la disputa del carácter del Estado está íntimamente ligada con una disputa de clase y por ello debe ser elemento fundante de cualquier movimiento social que pretenda transformar radicalmente la sociedad actual. El tipo de Estado heredado de la dictadura y reformulado meticulosamente durante los años de la Concertación, es uno de carácter subsidiario. El impacto de este tipo de política se basa fundamentalmente en la erradicación de la idea de derechos sociales universales, mediante la focalización de recursos públicos para un determinado porcentaje de la población (bajo el nombre de subsidios, bonos o vouchers), la búsqueda de apoyo en capitales privados para la entrega de ciertos servicios (eso que Piñera llama “los bienes de consumo”) y el consiguiente sometimiento de mayoritarios sectores de la pobla- ción a endeudamiento para acceder a estos derechos. Las consecuencias sociales de estos hechos son la mantención de un determinado orden social, la profundización de las brechas sociales e imposibilitar la creación de espacios comunes donde los unos se vean iguales a los otros. De ahí deriva que hayan colegios para ricos y liceos para pobres. Que solo a algunos les hayan dado de verdad esa cosa llamada educación. De este modo, a la vez que se abren espacios de acumulación para el empresariado se cierran posibilidades de articular, organizar y canalizar los intereses de los sectores subalternos. Por eso, la revuelta estudiantil no ha sido en vano. Si de verdad queremos incidir y hacer de nuestra lucha más que anécdotas, debemos volcarnos a la construcción de actores políticos con vocación revolucionaria y transformadora que nos permitan forjar la sociedad del mañana. A su vez, debemos comprender el momento en el que nos encontramos. Estos son recién los primeros pasos de la constitución de una fuerza social que vaya más allá de un estallido episódico. No estamos en la recta final ni mucho menos ad portas de una revolución social y por ello, en la movilización constante y en el cotidiano crecimiento de nuestra organización, está el futuro de nuestras fuerzas. En ese sentido, Gramsci nos recuerda que todo acto histórico (es decir, aquel que pretende disputar hegemonía) tiene que ser realizado forzosamente por un “hombre-colectivo” sobre la base de una misma y común concepción del mundo. Por ello, no es sólo una sumatoria de procesos lo que constituye esta posición, sino un aprendizaje colectivo y un sentido de pertenencia que, como generación, tenemos por delante. Nuestro horizonte ya cuenta como antecedente de las transformaciones realizadas durante la década de los ‘70, la implementación de reformas neoliberales en los ‘80 y la profundización de la hegemonía dominante durante los ‘90 y la primera década del Siglo XXI. Como estudiantes, pero fundamentalmente como constructores sociales, debemos mejorar y desarrollar históricamente nuestras propuestas tanto en su amplitud social como en su dirección política. Y es que un proceso de transformación social sólo puede ser sostenido por inmensas mayorías convencidas de disputarlo. De nosotros depende que esto sea posible Chile es un país donde suelen pasar cosas muy particulares. El primer presidente del Frente Popular salió electo con los votos de los nacionalistas después de la “Matanza del Seguro Obrero”, fueron los conservadores los que impulsaron el voto de la mujer, y el primer presidente socialista después de Allende fue amado por los empresarios. Siguiendo con esta poco insigne tradición republicana, en pleno año 2012, después de lo que fue el mayor estallido social desde el retorno de los gobiernos civiles, todos los precandidatos presidenciales son o defienden ideas de derecha. El fantasma concertacionista y los “llamados a la unidad” @Pablo Viollier La izquierda no debe caer en los cantos de sirena, de los que por 20 años implementaron el programa de la dictadura y que hoy detrás del “todos contra la derecha” comprometen nuestro horizonte transformador. sobre la causa de esta crisis sólo se ha culpado a coyunturas particulares, o a lo sumo a una “falta de relato”. Se ha culpado a la DC por no permitir avanzar hacia políticas más progresistas, así como también se ha responsabilizado al sistema binominal, a los quórums contramayoritarios en el Congreso y a los enclaves autoritarios de la constitución. Sin embargo, la incómoda verdad es que las modernizaciones neoliberales que emprendió la Concertación no fueron resultado de ningún amarre ni impedimento externo: fueron una decisión consciente y deliberada. Tanto es así, que muchas de las reformas implementadas por la Concertación mercantilizan aspectos de la vida que ni siquiera la dictadura se propuso realizar, como lo es la entrada de la banca al financiamiento de la Educación Superior con el CAE, el copago en los colegios subvencionados y la privatización del cobre a manos de grandes empresas extranjeras. Serán muchos los que se ofendan con esta afirmación, pero es cosa de constatar los hechos para darse cuenta que Allamand, Golborne, Velasco, Parisi, Bachelet, Orrego y todas las precandidaturas que hasta ahora se han levantado defienden una concepción de la sociedad en común, una visión que es incompatible e irreconciliable con la construcción de una sociedad más humana y solidaria. Y es justamente hoy cuando esa concepción de mundo y sociedad se hace más necesaria y la tarea de empujar Políticamente, los partidos de la Concertación no ese proyecto se torna más indispensable y urgente. pueden sacar cuentas alegres. La implementación de políticas neoliberales alejó completamente a sus Sin embargo, dentro de lo que fue la izquierda tradi- bases sociales, las cuales siempre vieron en ella, cional se escucha cada más nítida la idea de que es sino un proyecto de izquierda, al menos uno soposible constituir una nueva mayoría con los sectores cialdemócrata. Todo esto se ha traducido en que, progresistas de la Concertación, una alternativa de al no existir reales discrepancias con la oposición, gobierno al neoliberalismo. Todo lo anterior detrás la discusión política se vio reducida a un concurso del discurso de la unidad de la izquierda, del “todos de discursos y caras, desencantando cada vez más contra la derecha”. Una tesis que resulta importante a los espectadores de ese triste espectáculo. Aporcombatir en miras a la constitución de una izquierda tando sólo a la despolitización de un movimiento transformadora, que sea capaz de poner en práctica popular que recién despierta hoy luego de años de lo que la gente ha exigido en las calles durante estos desarticulación. Por parte de los sectores más cerúltimos años. De lo contrario, el movimiento social canos a la izquierda del conglomerado, a pesar del corre el riesgo de desaprovechar una oportunidad constante auto-flagelamiento, no se ha visto una histórica de acumulación de fuerzas, viendo dilapi- verdadera voluntad autocrítica y reformulación darse su capital social y político en la prolongación de su política, sino más bien intentos oportunisde la inexorable agonía de la Concertación, sus fuer- tas de maniobrar y lograr montarse sobre el capizas auxiliares y la vieja forma de entender la política. tal político de los distintos movimientos sociales. La imposibilidad de levantar una alternativa Si bien dentro de estos conglomerados existen diantineoliberal con... neoliberales versos oportunismos y agendas personales, que Hace muchos años que se viene escuchando sobre la “crisis de la Concertación”, agudizada luego de su primera derrota electoral y su incapacidad de recomposición. Sin embargo, así como los economistas neoliberales sólo son capaces de explicar las crisis económicas con justificaciones externas, 18 en función de la calculadora electoral siempre se abrirán a cualquier cosa con tal de volver a ser gobierno, los arquitectos políticos e intelectuales de la Concertación siguen preocupados de como implementar el programa político de la dictadura. En el caso de la educación por ejemplo, personajes como Mariana Aylwin, Mónica Jiménez, José Joaquín Brunner y otros siguen enfrascados pensando en cómo focalizar el gasto social de una forma más eficiente que la derecha. Todo esto le da un portazo a la posibilidad de avanzar con las demandas del movimiento popular, ya que esa forma de política está diseñada específicamente por la dictadura como una forma de frenar las demandas populares. La nueva promesa: Escuchar a los movimientos sociales. Mientras tanto, el progresismo ha optado por mostrarse “en sintonía” con los movimientos sociales y ciudadanos. En un comienzo, se remitió a repetir sus consignas y demostrar su apoyo a las demandas, a contrapelo de lo que fue y sigue siendo su práctica política. Más recientemente, ha decidido convocar a los movimientos sociales a engrosar las filas de la “oposición” y construir una “nueva mayoría” capaz de derrotar a la derecha en las próximas elecciones y constituir un gobierno (esta vez sí que sí) ciudadano. Sin embargo, bajo la consigna de “los políticos deben escuchar a los movimientos sociales”, vuelven a demostrar que no ha existido un real ejercicio de reformular su forma de entender la política y queda al descubierto la abismante distancia que, para ellos, existe entre lo social de lo político. La idea de un diálogo entre los partidos y los movimientos, presupone que los primeros son los llamados a representar a los segundos en la arena política. Esta premisa es una de las bases de la democracia anti-popular que se construyó en el pacto interelite de la transición. “Lo político es para actores preparados para tal función”, reza el discurso del poder. Las renovadas convocatorias operan bajo la misma premisa, y en el fondo no buscan más que revitalizar la vieja forma de hacer política con los nuevos aires del incipiente movimiento popular. Los llamados a la unidad Más preocupantes para la izquierda resultan los cada vez más explícitos llamados de la (hasta hace poco) izquierda extraparlamentaria. La tesis sería que a través de un acercamiento con ciertos sectores de la Concertación, se podría lograr una alianza amplia de izquierda, la que junto con el centro sería capaz de derrotar a la derecha en las próximas elecciones. A través de esta táctica se buscaría “jalonear” a la Concertación, construyendo un gobierno que sí sea capaz de empujar reformas sociales que le devuelvan al pueblo chileno las conquistas que le han sido arrebatas. Sin embargo, dicha estrategia no se hace cargo de ciertos problemas que resultan indispensables para que esto efectivamente resulte y no sea solamente un discurso de justificación. La primera es que la idea de un acercamiento con el sector más progresista de la Concertación presupone que existencia de un actor constituido en torno a esa política, en este caso el Partido Radical (PRSD) y el Partido Por la Democracia (PPD). Sin embargo, la falta de proyecto colectivo ha demostrado que más que partidos, sectores o corrientes, lo que reina en la Concertación es una seguidilla de iniciativas individuales ante las cuales tienen escasa injerencia real las definiciones de partido. Es así como vemos democratacristianos comprometidos con la renacionalización del cobre, pepedés creando el CAE y socialistas privatizando las empresas del Estado. Peor aun cuando fuimos testigos del triste espectáculo del informe de la comisión investigadora del lucro en la Cámara de Diputados, donde fueron justamente parlamentarios del sector con que la izquierda tradicional se busca aliar, los que con su inasistencia a la votación terminaron blindando el lucro en la educación superior. Si la izquierda en algún momento se propone una alianza con los sectores más moderados, esta alianza debe ser en función de los objetivos que se proponga la izquierda, para levantar un efectivo proceso de acumulación de fuerza que le permita ejecutar el programa de gobierno que se plantee. Sin embargo, ha quedado claro que dichos sectores no sólo no se han replanteado lo que hicieron durante 20 años, sino que el neoliberalismo ha calado tan hondo en ellos, que lo único que tienen para ofrecerle a la gente, en contraposición a la derecha, son discursos, épicas y rostros, pero no una forma distinta de entender la sociedad. Un camino difícil para el proyecto de una izquierda transformadora En el largo y tedioso camino al que el movimiento popular le queda por recorrer, siempre existe la tentación de tomar atajos. Es importante tener presente que, cualquier esfuerzo que no sea capaz de superar el pacto de la transición (un Estado subsidiario y una democracia antipopular), no es más que la rearticulación espuria de lo mismo que el pueblo tuvo que soportar durante 20 años: precarización y desmovilización social. El camino de la transformación es mucho más difícil y escabroso, y la construcción de una izquierda moderna que sea capaz de estar a la altura del desafío no sólo resulta deseable, sino que resulta imprescindible para alcanzar el tremendo desafío y oportunidad que se nos presenta. Hoy la izquierda debe evitar caer bajo los cantos de sirena, de aquellos que durante 20 años implementaron el programa político de la dictadura pero que hoy dicen estar con el movimiento popular, y de aquellos que detrás de la consigna de la unidad y “todos contra la derecha” comprometen el horizonte transformador de la izquierda al sumarse al proyecto mezquina de los primeros. Es innegable que para transformar Chile se necesitan alianzas amplias. Pero si existe la posibilidad de dar ese paso táctico, éste nunca puede comprometer el horizonte estratégico. Levantar un proyecto político supone, al menos, tener ciertas ideas fuerza en común del proyecto de sociedad que se pretende impulsar. Es justamente eso lo que no se ve entre los sectores denominados progresistas de la Concertación y la izquierda hoy. Más bien existen proyectos irreconciliables entre ambos. ¿Urge levantar un proyecto alternativo al neoliberalismo hoy? Sí. ¿Se requerirán alianzas amplias para lograrlo? Muy probablemente. Pero siempre será necesario tener presente que dicha alianza debe estar en función de una transformación social profunda y jamás de darle continuidad al proyecto neoliberal . La pregunta que debemos responder hoy, como proyecto histórico, sigue siendo la misma que hace muchos años ¿Cómo sumar y no ser sumados? Otra sociedad es posible: otro cine también La verdad de la dominación es sutil. Nos han repetido que es posible curar el cáncer con nano-bots inyectables en la sangre, pero un sistema educativo basado en la colaboración y no la competencia es ridículo. Hace poco se anunció el estreno de una película que resultará particularmente insultante para los amantes de zombies, vampiros, alienígenas y otras (alguna vez) ñoñezas. Se titulará Warm Bodies (Cuerpos Tibios) y su trama tratará sobre un zombie que entabla una relación de amor con la novia de una de sus víctimas, algo así como una mezcla entre Twilight y The Walking Dead. Definitivamente George A. Romero se sacude en su tumba. alguna razón ha cambiado, esto nunca se le atribuye a la acción del hombre (menos colectiva), sino a algún tipo de catástrofe o acontecimiento sobreviniente, puede ser un virus, un meteorito, una invasión extraterrestre, pero nunca se abre la posibilidad de que el hombre haya abierto el camino a una sociedad distinta. Así sucede con películas como Robocop, Wall-E, Terminator, Matrix y grandes animés como Evangelion y Ghost in the Shell. Es evidente que esta película se viene a colgar del éxito que han tenido sus predecesoras. Pero cabe preguntarse ¿Qué hay detrás de la ola de películas, series y novelas acerca de zombies, vampiros y futuros apocalípticos? Sin embargo la historia está llena de ejemplos de autores que han imaginados futuros con sociedades radicalmente distintas, Terry Gilliam imaginó un Estado policíaco y totalitario de la mano de la burocracia liberal en Brazil y tanto Lang en Metropolis como H.G Wells en La Máquina del Tiempo concibieron sociedades donde la lucha de clases se profundizaba a niveles que afectaban la misma definición del ser humano. Quizás más relevante que contestar que cosas en común muestran dichas películas es lo que no muestran. En general se ha visto durante las últimas décadas una incapacidad de la cultura popular de imaginar cualquier futuro radicalmente distinto si no es a través de una explicación sobrenatural o un acontecimiento apocalíptico ¿Cuándo fue la última vez que vieron una película en donde la humanidad en el futuro se encuentra bajo un orden social distinto? En efecto, siempre que el futuro es retratado en una película, este acontece en una sociedad, en que a pesar de existir un gigantesco salto tecnológico, el orden social es básicamente el mismo, a lo sumo sucede que las grandes corporaciones ostentan mayor poder que los gobiernos nacionales. Si, por otro lado, se retrata una sociedad que por 22 ¿Qué ha cambiado desde entonces? La incapacidad de imaginar un futuro distinto es muestra de que para un porcentaje inmenso de la población parece más probable que se estrelle un meteorito contra la tierra, o que un derrame tóxico haga que los muertos se levanten como zombies, a que la humanidad sea capaz de superar el capitalismo. Orwell, Lang y Wells eran capaces de representárselo porque vivían en un mundo donde no parecía demasiado descabellado que en 20 años el planeta se pasara a otro tipo de paradigma de sociedad, o que una nueva concepción del mundo naciera de repente y cambiara el rumbo del planeta. Esta situación no es achacable a una conspiración de Hollywood o de los poderosos que controlan los medios de comunicación, la verdad de la dominación es mucho más sutil, y por lo tanto, mucho más difícil de combatir. Nos han repetido tanto, y está tan interiorizado en nuestro día a día, que cosas como curar el cáncer con nano-bots inyectables en la sangre son posibles pero que pensar un sistema educativo basado en la colaboración, y no en la competencia es ridículo, que no sólo nos lo creemos, sino que se ha naturalizado. Se ha definido así cuales son los límites de lo posible. Es por ello que nuestra rebeldía no debería comenzar solo por declararnos contra el estado actual de cosas, sino por ser capaces de pensar un mundo distinto, un mundo sin explotación del hombre por el hombre, y en función de ese mundo nuevo declararnos antisistémicos. Sólo así llegará el día en que, al ser parte de nuestra vida cotidiana, imaginar una sociedad que ha superado el capitalismo nos será mucho más fácil y natural que pensar en un apocalipsis zombie. Cuando eso ocurra, sin duda que podremos ver grandes películas ENTREVISTA A DANIELA LÓPEZ Presidenta Federación Estudiantes U. Central (FEUCEN) “La lucha es una sola: Recuperar la educación para Chile” El cuestionamiento a la educación chilena no puede ser aislado. El problema es sistémico y estamos todos llamados a converger en una misma plataforma y pelear por un mismo objetivo. Desde comienzos del año pasado los estudiantes de la Universidad Central protagonizaron una intensa movilización, a raíz del anuncio de la venta del 50% de la institución a “Inversiones Norte-Sur”, decidida por la Junta Directiva presidida por el DC Ernesto Livacic, vinculado directamente a dicha sociedad. Como resultado, lograron detener definitivamente dicho proceso de venta, así como una serie de nuevos compromisos en materia de democratización interna, en lo que sería una de las primeras experiencias exitosas de movilización en la educación superior privada. Los aprendizajes de dicho proceso, la problemática del mercado en la educación, y algunas perspectivas sobre el rol de los estudiantes de las privadas en el movimiento estudiantil, son algunos de los temas que revisamos en esta conversación con Daniela López, actual Presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad Central (FEUCEN) José Miguel Sanhueza 24 “De productoras de fiestas a actores políticos” Cuéntanos un poco acerca del contexto en que surge la organización estudiantil como la conocemos en la Central. ¿Con qué límites y potencialidades se fueron encontrando en el camino? A diferencia de la mayoría de las privadas, en la Central siempre ha existido reconocimiento formal a la organización estudiantil. Pero la política se reducía a unos pocos, era típico que los más activos egresaban y se perdía por años. A partir del intento de venta, comenzó a generarse una mayor masa crítica en la Universidad, surgieron colectivos y se constituyeron Centros de Estudiantes en facultades donde antes no existían. Las organizaciones estudiantiles han ido pasando de ser productoras de fiestas a actores políticos. Además, este año logramos levantar federaciones en las sedes regionales, que nunca antes se habían organizado, y eso significa que tanto el movimiento nacional como el de la UCEN han hecho eco. Antes primaba mucho una relación de “cliente” con la institución, ahora de a poco cobra más importancia la palabra “organización”, existiendo cada vez más compañeros que creen que los grandes cambios se hacen a través de la acción colectiva. ¿Cuáles fueron las conquistas del proceso del año pasado en la Universidad Central? La Central era la típica universidad privada, académicamente no muy buena y con nula participación estudiantil en las decisiones. En la movilización arriesgamos prácticamente todo, muchos compañeros estudian con créditos a intereses altísimos, pero la convicción era tan fuerte que llevó a la victoria del movimiento estudiantil. Logramos que no se vendiera la Universidad, pero la demanda no quedó ahí. La gente comenzó a cuestionarse por qué se llegó a esto: inexistencia de participación estudiantil efectiva, toma de decisiones entre cuatro paredes, lógicas mercantilistas y gerencialistas dentro de la institución. Entonces la problemática mayor era pensar qué universidad queremos. Esto ha generado alergia en las autoridades, pero la legitimidad que ha logrado el movimiento estudiantil de la Universidad ha ayudado a doblegar su intransigencia. Hemos avanzado en democracia, pero eso debe llevarnos a transformar otras cosas que entre todos los estamentos hemos diagnosticado: educación de mala calidad, falta de profesores de planta e investigación, mallas que no apuntan a un desarrollo integral. Bajo todo punto de vista el 2011 es positivo, pero nos trajo un desafío gigante, no podemos dejar las cosas a medias. Mientras no exista voluntad real de querer avanzar en cambios estructurales, sólo vamos a estar consolidando la educación de Pinochet La movilización nacional del año pasado evidenció el surgimiento de organización estudiantil en espacios no-tradicionales, particularmente en este caso del sector privado surgido con la reforma de 1981. ¿Qué le aporta la organización de estos sectores emergentes al movimiento estudiantil? Implica que se comienza a constituir un actor nuevo en la discusión nacional, que vive de manera más directa las contradicciones de una educación mercantilizada, y que es capaz de contribuir con esa vivencia a ensanchar las espaldas del movimiento estudiantil. Todos entendemos que la problemática es estructural, pero el que sean estudiantes de privadas los que salgan diciendo “no al lucro” le duele directamente al empresariado y al gobierno: el estudiante de privada no es su aliado. Las instituciones buscan que nuestros compañeros sientan gratitud por entregarles educación, evitando cuestionamientos sobre cómo lo hacen: con sobre-endeudamiento, entregando educación de mala calidad, derechamente estafando a las familias con sus instituciones. Pero hemos ido comprendiendo que nuestra primera labor es eliminar de ellas los criterios mercantiles de nuestras instituciones, actuando como un estudiante más, que lucha como todos por educación pública para Chile. ¿Qué le puede aportar, en términos concretos, la experiencia de la Universidad Central a la organización en otras instituciones? das sociales. Mientras no exista voluntad real de querer avanzar en cambios estructurales, sólo vamos a estar consolidando la educación de Pinochet. Se nos han acercado compañeros de varias universidades, incluso CFTs e institutos, muchos de los cuales por primera vez constituían federaciones. Nos decían que venían a partir de lo significativo que fue para ellos el proceso de la Central, y también a preguntarnos cómo, siendo universidad privada, nos organizamos, disputamos espacios y logramos cosas como lo obtenido el 2011. Hemos participado en varios procesos de democratización de universidades, nos han pedido nuestros estatutos, hemos ido a foros y otras actividades. Respecto a la oposición al lucro en educación. Desde sectores defensores del modelo se lo ha planteado como una forma de demonizar “moralmente” el legítimo emprendimiento educativo privado. ¿Qué consecuencias concretas tiene a tu juicio el lucro en la calidad de la educación? Además, a pesar de que algunas voces decían que los estudiantes no querían más paros e iban a elegir otras instituciones, este año la admisión de la Central se llenó. Y la gente que entraba te decía que eligió esta universidad porque “sus estudiantes son críticos” y “siendo privada se organizan como si fuera pública”. Ahí te vas dando cuenta de que los procesos no son aislados y son significativos para el resto. “El lucro distorsiona todo criterio académico” En los últimos años han sucedido diversos conflictos en el ámbito privado no-tradicional, siendo el más reciente el ocurrido en la Universidad del Mar. El Gobierno ha calificado estos casos como situaciones aisladas y ha mostrado voluntad para su cierre. ¿Crees que esta línea de acción contribuye a resolver el problema de la reproducción de la precariedad en la educación superior? Ver cada caso como aislado es funcional para legitimar y mantener la fe pública en este sistema educacional. Lo que ocurre con estas instituciones es un problema del modelo, y cerrarlas no va a terminar con el lucro ni su mercantilización. Nunca se ha manifestado la voluntad de sancionar a los dueños. ¿Va a existir algún proceso a los controladores de la U. del Mar por ejemplo? No, y ya se llenaron los bolsillos con las familias, que tendrán que ingresar a otra institución para seguirse endeudando y quizás sacar un cartón igualmente cuestionable. Prometer cerrar instituciones es una medida populista, para decir que se están acogiendo las deman- El lucro es el corazón del mercado educacional, y distorsiona todos los criterios existentes en una comunidad educativa. Cada peso que hoy se va a los bolsillos de los controladores y no se reinvierte en las instituciones, es un peso que falta para no tener que costear aranceles usureros, para poder contratar profesores de planta, recibir una educación de buena calidad, o contar con políticas de bienestar estudiantil que permitan que las familias no tengan que endeudarse. En la medida que se priorizan criterios comerciales por sobre criterios académicos, solo se genera un negociado para genera un negociado para intereses particulares, que a costa de las familias se llenan los bolsillos ofreciendo cartones que no valen nada. El lucro bajo todo punto de vista es nefasto para la educación, se ha demostrado con hechos concretos, y es lo que más se aleja a entregar educación de calidad. ¿Por qué, a tu juicio, desde la institucionalidad existente no se investigó ni actuó sobre las problemáticas del negocio de la educación en años anteriores? Tanto la Concertación como la Alianza tienen intereses en el mercado de la educación superior. Es cosa de repasar un poco: el PC en la ARCIS, el año pasado en la Central estaba la DC, la UDI en la UDD, y así en otras instituciones. Nunca han querido confrontar el tema, y hasta el día de hoy están buscando una forma de denunciarlo pero sin atacar la temática de fondo. Han sido cómplices de un delito, porque tienen intereses creados de manera directa con el empresariado de la educación. Y hoy les pretendemos quitar lo que les ha llenado los bolsillos por más de 20 años. El año pasado levantamos la idea de que, independiente de la institución, somos todos estudiantes, lo importante es la unidad en base a que la demanda es una sola: no es regular los excesos, lo que se busca es el cambio estructural. Y ahí donde el sistema mixto es un problema en sí, porque desnaturaliza un derecho social. En este sentido, el solo decir que existen “demandas del sector privado” y otras “de las tradicionales” es legitimar este sistema con un altísimo porcentaje del sector privado. Más que plantear cosas distintas, venimos a enriquecer la discusión nacional: por ejemplo en materia de financiamiento agregamos el problema del Crédito CORFO, que es más propio del mundo privado. Pero las demandas nos convergen: cuando decimos no al lucro es para todos los niveles, la educación gratuita la queremos para Chile en general. Plantearnos desde una defensa corporativa como privados es perdernos en la lucha, dividir al movimiento estudiantil y entregarle más herramientas al gobierno para matar definitivamente la educación pública, imponer sus ideas y legitimar aún más el mercado educacional. Además, nos volvería una agrupación sectorial, lo que se contradice con la tesis del 2011 en que queríamos avanzar de un movimiento gremial a un movimiento social, y eso conlleva a la articulación con los secundarios y otras organizaciones sociales. Entre el año pasado y este, varias federaciones de universidades privadas se han incorporado a la CONFECh. Una de las primeras en hacerlo el 2011 fue justamente la Central. ¿En qué se fundamenta esta apuesta? Salvo casos muy excepcionales, un privado siempre va a querer sacar beneficios de un campo en el que ejerce. De ahí que, independiente de nuestra institución, debemos apostar a recuperar una educación con hegemonía pública, no de univer- sidades tradicionales ni privadas, sino de instituciones que materialicen la función pública de la educación. Esto implica recuperar la educación pública con gratuidad universal y un Estado garante. Y también trae consigo una regulación al sector privado, no para maquillarlo, sino derechamente para desincentivar su explosivo crecimiento. Bajo esta lógica habrá instituciones que van a tener que cerrar si no se ajustan a un Programa Nacional de Educación, con una política de reducción de aranceles, erradicación efectiva del lucro, generación de universidades complejas y existencia de mecanismos orientados a corregir las brechas sociales con que ingresan sus estudiantes y no reproducirlas como hacen hoy. Y el sector público tiene el deber de incorporar a los estudiantes de estas instituciones que cierren. Por lo tanto, el cuestionamiento a la educación chilena no puede ser aislado. Participar en la CONFECh en lugar de generar plataformas paralelas, implica comprender que el problema es sistémico y que estamos todos llamados a converger en una misma plataforma y pelear por un mismo objetivo. Ojalá sigan democratizándose instituciones, y sean cada vez más partícipes de la discusión nacional más allá del sector que pertenezcan. Sólo podremos cambiar las cosas construyendo una organización de mayorías, donde el día de mañana podamos disputar el poder a esta clase que ha extirpado los derechos a la mayoría de la sociedad. No podemos retroceder, hay que seguir acumulando y avanzando, porque la lucha es una sola: recuperar la educación para Chile Consideraciones sobre el marxismo occidental (1976)Perry Anderson Luis Thielemann H. Tras la invasión de Hungría en 1956 se produjo una fractura irreparable en la comunidad marxista de occidente. Durante las décadas anteriores, y más aún después de derrotar a los nazis en la guerra, la Unión Soviética había recibido el cerrado apoyo de la mayoría de los intelectuales, partidos y organizaciones sociales obreristas. Sin embargo, a partir de este instante comenzó a ser vista bajo el halo de una duda, empezando a surgir cuestionamientos acerca de qué tan sustantivas eran sus diferencias con la dominación capitalista imperante en el resto del mundo. Así fue como la disidencia del marxismo-leninismo (verdadera doxa socialista emanada desde el oriente estalinista) volvió desde los márgenes a los que había sido relegada, comenzando nuevos estudios y trabajos que revisitaban la obra de autores como Gramsci, Trotsky, Luxemburgo, entre otros. Es en estos tiempos teóricos que Perry Anderson comenzó un alejamiento del comunismo oficial, acercándose al marxismo occidental desde posiciones críticas al canon de Moscú, al igual que muchos otros intelectuales marxistas ingleses de su generación, como E.P. Thompson (con quién polemizaría en los ’70), su hermano Benedict Anderson, Robin Blackburn o Stuart Hall. Los sucesos de mayo de 1968, concebidos por Immanuel Wallerstein como una revolución mundial contra el conservadurismo de la izquierda, apresuraron la búsqueda referencial de nuevas experiencias políticas que llenaran el vacío dejado por el estancamiento del mito de 1917, específicamente en el recién imaginado tercer mundo. Hasta 1976, Perry Anderson se había destacado por sus investigaciones sobre el carácter de clase del absolutismo, así como de las transiciones políticas y económicas que experimentó la antigüedad hacia el feudalismo. Aquel año realiza un cambio en su foco de estudio, lanzando Consideraciones sobre el Marxismo occidental, un libro que tiene tanto de historia del materialismo histórico como de una posición crítica respecto de la práctica política de las izquierdas en occidente. La tesis de Anderson se puede sintetizar en que el marxismo occidental, ante la derrota del impulso revolucionario tras 1920, entró en una espiral de pe- simismo y despolitización. El pesimismo fue la cara que puso el marxismo occidental ante la derrota política, ante el avance de la socialdemocracia por una parte, y del fascismo por otra. La despolitización se origina en la misma situación, y tiene que ver con la disociación entre la práctica obrera de masas y la producción teórica marxista, la que Anderson en el fondo identifica con la dislocación entre las masas trabajadoras y los partidos del marxismo-leninismo oficial. En esa línea, entra en una historia de la politización y contingencia del marxismo desde Marx a Althusser. Sus conclusiones, la salida a la tragedia recién presentada, tienen cierto aire trotskista. Además de insistir en que asumir los errores de la teoría marxista es la única forma de reivindicar su carácter científico potente, Anderson cierra con la siguiente aseveración: “La teoría revolucionaria puede ser acometida en un relativo aislamiento como Marx en el Museo Británico o Lenin en Zurich durante la guerra: pero sólo puede adquirir una forma correcta y definitiva cuando está vinculada con las luchas colectivas de la clase obrera”. Añadiendo además que “La mera pertenencia formal a una organización de partido, del tipo común en la historia reciente, no basta para establecer tal vínculo: es necesaria una estrecha conexión con la actividad práctica del proletariado. Tampoco es suficiente la militancia en un pequeño grupo revolucionario: debe existir un lazo con las masas reales. Solo cuando las masas son revolucionarias, la teoría puede completar su vocación eminente.” En el epílogo del libro, Perry Anderson matiza y modera un poco el tono de sus afirmaciones, aduciendo los errores al candor de los años posteriores a 1968. Nueve años más tarde, en 1983, lanzará una especie de segunda parte de Consideraciones..., Tras las huellas del Materialismo histórico, en donde revisa críticamente algunas de sus conclusiones, para desde ahí continuar su revisión del marxismo occidental. Ambos textos, creemos, deben leerse juntos para así formarse una completa imagen de las tesis de Anderson. Por lo demás, entre ambos no suman más de 300 páginas, las que no precisan de la excentricidad lírica para alcanzar una brillante profundidad analítica e historiográfica 29 <contenido> ¿Qué significa ser revolucionarios? 4 2011 Despiertan los hijos del jaguar 7 Más allá del estallido proyecciones de la lucha estudiantil 12 El fantasma concertacionista y los llamados a la unidad 18 Otra sociedad es posible, otro cine también 22 Entrevista a Daniela López (FEUCEN) 24 Consideraciones sobre el marxismo occidental (Perry Anderson) 29 Equipo: @PabloViollier - Benja @cualqueira - José Miguel Sanhueza Francisco Figueroa - Nicolás Berho - Angel Martín - Diego Corvalán / Invitado: Luis Thielemann / Diseño: Benja @cualqueira / Impresión: Andros Contacto: [email protected]