la reconciliación en el mundo misionero
Transcripción
la reconciliación en el mundo misionero
L’AZIONE DEL MISSIONARIO LA RECONCILIACIÓN EN EL MUNDO MISIONERO José Luis Domínguez, scj El documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida), al final, en el capítulo 10, antes de la conclusión, nos sorprende con un apartado dedicado a la Reconciliación titulado: “Caminos de reconciliación y solidaridad”. No es un concepto que pase inadvertido, más bien es un elemento importante para trabajarlo como misterio de salvación tanto ad intra como ad extra de la Iglesia, puesto que “la reconciliación está en el corazón de la vida cristiana”1. El servicio de la reconciliación abarca los niveles personal, social, político, cultural, espiritual, etc. Aparecida anima a los discípulos misioneros de Jesucristo a no echar en saco roto la gracia de la reconciliación, pues ésta es un compromiso por la evangelización de los pueblos, la civilización del amor, la paz, la dignidad de la persona, la amistad entre las naciones, la búsqueda de estructuras nuevas y justas, la consolidación de la democracia, etc. El servicio de la reconciliación se convierte en esperanza del Reino ya presente, de la humanidad nueva que sigue generándose en Cristo, del hombre nuevo que vive en gozosa amistad con Dios y con los hermanos2. Si el servicio de la reconciliación está en el corazón mismo de la vida cristiana, para los dehonianos es un ministerio que late en el corazón del carisma recibido del P. Dehon. La reparación, entre otras cosas, significa vivir en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor3. Acoger este amor en el don del Espíritu Santo precisa de los dehonianos estar siempre dispuestos y decididos a 1 2 3 DA 535. Para citar el Documento de Aparecida usaré la sigla: DA Cf. DA 536-543. Cf. Ef 5,1-2. 67 transmitirlo y testimoniarlo. El Espíritu de amor del Corazón de Jesús nos lanza a la misión, a ser discípulos misioneros4. El Corazón de Jesús es un corazón misionero: también lo es el de los dehonianos. La siguiente reflexión está inspirada en 2Cor 5,18-205 y se estructura en cuatro apartados. He tenido en cuenta la carta del P. José Ornelas y su Consejo “Servidores de la reconciliación. Carta con ocasión de la fiesta del Corazón de Jesús 2013”6. Las referencias a Iberoamérica son debidas a que me encuentro viviendo en esta área geográfica de la Congregación. 1. No te apropies indebidamente de lo que no es tuyo “Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo”7. La reconciliación es un don de Dios: “Y todo proviene de Dios”. El hombre por sí solo no puede reconciliarse con Dios8. Por esta razón, Dios tuvo la iniciativa de unirnos a Él por medio de Cristo Jesús, de tal manera que nadie ni nada nos pueda apartar de su amor: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”9. Dios ha unido a la humanidad entera en Cristo, como un marido se une a su esposa, para ser los dos un solo cuerpo, con el fin de que ningún miembro del cuerpo se pierda. Jesucristo es la perfección de esta unidad: Dios en el Humanidad y la Humanidad en Dios. Esta unidad indisoluble es la razón por la que el Concilio Vaticano II puede decir que Jesucristo, en cierta manera, se ha identificado con todo hombre. El mismo Jesucristo nos enseña en su Evangelio: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”10. Se entiende así que, para dejarnos reconciliar por Dios, es importante amar a la humanidad en sus 4 5 6 7 8 9 10 Incluyo como lugares de misión los cinco continentes. “Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” Prot. N. 0130/2013 del 20 de mayo de 2013. 2Cor 5,18. DA 535. Rm 8,35. Mt 25,40. Cf. DA 535. 68 alegrías, límites, esperanzas, dolores, imperfecciones11, etc. La reconciliación con Dios, por tanto, pasa por la cercanía y el amor al hermano concreto12. Esto significa que el servicio de la reconciliación impulsa a cada uno a recibir de corazón como un gran don el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Sin la acogida de este misterio, el servicio de la reconciliación estaría falto de sal y luz: no daría sabor a la humanidad ni iluminaría los senderos que conducen a la comunión. El camino de Cristo es el camino del cristiano, de ahí la necesidad urgente de sumergirnos en las realidades de pecado para dar gracia, en las de oscuridad para dar luz, en las de esterilidad para dar fecundidad, en las de sed para dar de beber, en las de dispersión para ofrecer un pastoreo que reúna, convoque, una; en las de debilidad para dar fortaleza, en las de enfermedad para dar salud, en las de violencia para dar paz, en las de división para dar perdón, en las de muerte para dar esperanza de vida en plenitud13, etc. Todas las realidades de fragilidad, de pecado, de maldad ponen de manifiesto un vacío, una carencia, que para los cristianos significa una ausencia de Dios. Estas realidades no permiten descubrir la presencia de Dios en la vida del mundo14. Y ante la “ausencia de Dios” en el corazón de muchas personas y sociedades del mundo misionero15, una respuesta adecuada es vivir con sentido nuestra presencia al lado de las personas y en medio de las sociedades16. Al hablar de “vivir con sentido nuestra presencia” quiero decir que tengamos la absoluta confianza de que somos servidores de un don recibido: somos dadores de Cristo y de su Evangelio por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Quiero significar también lo que San Pablo nos enseña en la carta a los Gálatas: tomar conciencia de quién me habita, de quién vive en mí17. Nunca estamos solos. Vivimos unidos a Cristo y con él formamos un solo cuerpo. Por eso, nuestra presencia, no anuncia la soledad triste y sin compañía, sino la amistad alegre, la paz fecunda, la alianza indisoluble. 11 12 13 14 15 16 17 Cf. Servidores de la reconciliación, 1. Cf. Ibid., 2. Cf. DA 535. Cf. DA 43-97. Cf. Servidores de la reconciliación. Punto 1. Cf. DA 43-97. Cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 21, 41, 76. Cf. Gal 2,20. 69 Dios, en Cristo, sigue reconciliando al mundo consigo a través del misionero18. El punto de partida del ministro de la reconciliación es que su ministerio es dado por Dios y que Dios mismo se lo confía: el ministro no es autor, sino servidor de la reconciliación. La obra de reconciliación no es un misterio que haya que originarlo, sino que ya se ha realizado en Cristo: “…en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo”. Si no se parte del “don que se nos ha dado”, el servidor puede echar en saco roto la gracia recibida, en el sentido de que se apropia indebidamente de lo que no es suyo, y corre el riesgo de actuar en contra de la voluntad de Dios. Es Dios, a través del misionero, quien exhorta: “dejaos reconciliar por Dios”19. Si el misionero no lo vive así, corre el riesgo de manipular el nombre de Dios, poniéndolo al servicio de sus proyectos personales e intereses propios, aunque sean muy elogiables20. Para hacer fructificar este misterio, el misionero vivirá con la alegría de haber sido reconciliado por puro amor de Dios en Cristo, en una actitud de conversión21. Esta es un hecho activo: estar vueltos a Dios e ir hacia él por sus sendas; y pasivo: dejar que Dios sea el que convierta, el que haga, el que ame y perdone. A mi modo de ver, esta es una disposición básica para ejercer el ministerio en el mundo misionero y en cualquier realidad de nuestro apostolado que nos toque vivir, con el fin de reconocerse pecador; evitar protagonismos innecesarios, rechazando cualquier forma de pelagianismo; afrontar con madurez desazones amargas por nuestras limitaciones humanas; no construir en vano; evitar anunciarnos a nosotros mismos y nuestra propia amistad, en vez de anunciar y proponer la amistad de Dios, etc. El P. José Ornelas lo expresa así: “El sentirse amados de Dios, revoluciona la forma de mirarse a sí mismos, a los otros y al mundo. Cambia el modo de ver los propios límites y necesidades, de descubrir el propio valor y la dignidad, de aceptar ser pequeño y débil en las manos de un Padre que es potente, bueno y misericordioso. Es el manantial de nueva energía y esperanza, que no aísla egoístamente a la persona, sino que la coloca dentro 18 19 20 21 Cf. 2 Cor 5,19. 2 Cor 5,20. Cf. Servidores de la reconciliación, 1. No habrá renovación de las estructuras sociales si no existe renovación de las personas. Un mundo reconciliado necesita personas reconciliadas; estructuras nuevas requieren hombres nuevos. Cf. DA 538. 70 de una amplia familia, para construir un mundo nuevo. En este sentido, la constatación del límite y del mal puede convertirse en experiencia de misericordia y en camino de esperanza”22. Vivir en actitud de conversión para anunciar el ministerio de la reconciliación ayuda al misionero a ser humilde y honesto, pues sabe que le ha sido confiado un don. El primero en ser humilde es Dios para transmitir su Misterio: la reconciliación viene a través de un ministerio, de una palabra, de una exhortación, que el mismo Dios confía a sus amigos23. Entender que “todo esto nos viene de Dios”, que por medio de la cruz de Cristo nos reconcilió consigo, ayuda también al misionero a darse cuenta de que ya no vive para sí mismo sino para Aquel que murió y resucitó por él y le ha unido a Él para siempre. De esta manera, el proyecto de vida del misionero será vivir el mismo amor oblativo con el que Cristo dio su vida por él: “que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”24. Lo único que le puede apremiar al misionero es el amor de Cristo25. Todo lo que realice como ministro de la reconciliación es obra y gracia de Dios. Dios va trabajando en él este misterio, y a través de él exhorta a que los demás se dejen reconciliar y este misterio les transforme interiormente, con una vida espiritual sólida y, exteriormente, practicando la caridad con el prójimo. 2. La urgencia de una espiritualidad equilibrada El verbo reconciliar significa, en su sentido más amplio, volver a la amistad. Eso es lo que Dios ha hecho con la humanidad en Cristo: reintegrarla a la amistad con Él. Jesús, antes de morir les indica a sus discípulos cuál ha sido su alianza con ellos: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”26. En otro 22 23 24 25 26 Servidores de la reconciliación, 3. Cf. SICARI, A., en Dimensioni spirituali della riconciliazione, Teresianum, Roma 1983, p. 79. Jn 15,12-13. Cf. 2Cor 5,14. Jn 15,15. 71 momento Jesús les había dicho: “Os digo a vosotros, amigos míos”27. Jesús enseña de corazón que Dios es amigo del hombre y por eso mismo le habla, le instruye, le corrige, le guía como amigo. Con Jesucristo, la relación del hombre con Dios pasa de ser temerosa a ser amistosa28. En el Corazón de Jesús se dio un equilibrio perfecto entre el amor a Dios y al prójimo, haciéndolos razonables y practicables. Equilibrio entre amor a Dios y al prójimo Jesús nunca vivió de una manera intimista la relación con su Padre Dios. No se desentendió de las personas de su tiempo29. Su relación con el Padre no fue un obstáculo para amar al prójimo. Esto queda corroborado cuando enseña a sus discípulos a orar. Les dice: “Ustedes oren así: ¡Padre nuestro!”30. Con esta oración, sus discípulos aprendieron que la intimidad con el Padre es verdadera si luego se vive en fraternidad, preocupándose de quienes son sus hermanos, hijos e hijas del mismo Padre. La paternidad de Dios dirige nuestra vida a un mundo de relaciones con el mismo Dios, con las otras personas y con la creación31. Una de las urgencias del servidor de la reconciliación en el mundo misionero es vivir en amistad con Dios tanto en su vida interior como en su labor de apostolado. Tiene la gran responsabilidad de ayudar a las personas a que vivan con Dios un trato de amistad serena, madura, libre de todo sentimentalismo que lo aísle de la realidad y del prójimo. El peligro de muchas corrientes espirituales y nuevos movimientos que se hacen llamar cristianos es vivir el cristianismo desde el lado exclusivamente sentimental y emocional: se atiende a la relación yo-tu (Dios y yo) y se margina la relación yo-tu-los otros (Dios, yo y el prójimo). Esto conduce a un encapsulamiento espiritual de la persona que le impide realizar el precepto del amor al prójimo. En cambio, una espiritualidad sana entiende que, vivir con y para Dios, compromete al cristiano a vivir con y para el prójimo, a dar la vida por todos: “Cristo murió por todos, para que 27 28 29 30 31 Lc 12,4. Cf. DA 132. Cf. Servidores de la reconciliación, 2. Cf. Mt 6,9. Cf. Servidores de la reconciliación, 4. 72 los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”32. Hay dos aspectos que corren el riesgo de ser dejados de lado en este cristianismo emocional: a) Cargar con la cruz de cada día: no hay reconciliación sin cruz. Lo afirma con fuerza el documento de Aparecida33. Nos encontramos en unos momentos en que es fácil olvidar la cruz: es decir, no afrontar el sacrificio de la propia vida en beneficio de los demás. Todo proceso de reconciliación pasa por la cruz, como lo hizo Jesucristo, que nos redimió con su sangre derramada en la cruz34. La cruz purifica del egoísmo, sana de la comodidad y la instalación, ayuda a tener una mirada por y para todos, hace tomar conciencia de que amar es una decisión y no un sentimiento, anima nuestra condición profética, empuja a denunciar lo que es injusto, la mentira, las realidades que esclavizan y matan al hombre35. Dice el P. Dehon que la cruz es buena para el que la lleva, para nuestros hermanos y para el mismo Dios36. b) Asumir las limitaciones, el sufrimiento, el dolor, la muerte como parte de la vida: nos encontramos en contextos donde se quiere negar el dolor y el 32 33 34 35 36 2Cor 5,15. DA 543: “Una auténtica evangelización de nuestros pueblos implica asumir plenamente la radicalidad del amor cristiano, que se concreta en el seguimiento de Cristo en la Cruz; en el padecer por Cristo a causa de la justicia; en el perdón y amor a los enemigos. Este amor supera al amor humano y participa en el amor divino, único eje cultural capaz de construir una cultura de la vida. En el Dios Trinidad la diversidad de Personas no genera violencia y conflicto, sino que es la misma fuente de amor y de la vida. Una evangelización que pone la Redención en el centro, nacida de un amor crucificado, es capaz de purificar las estructuras de la sociedad violenta y generar nuevas. La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación, como solución al conflicto, debe ser el eje cultural “radical” de una nueva sociedad”. “El don de la vida es la última y más radical señal de amor a Dios que reconcilia consigo mismo una humanidad herida por el pecado y la violencia”. Servidores de la reconciliación, 5. Cf. Ibid., 5. Cf. Juan León Dehon, Directorio Espiritual de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, El Reino, Madrid 2007, p. 224. 73 sufrimiento y se nos quiere manipular con las cosas materiales de que, exclusivamente con ellas, se puede vivir en “un mundo feliz”. Pero, ¿en esto consiste la felicidad? Tal hecho tiene un riesgo para las generaciones futuras: se pueden volver insensibles a las necesidades del prójimo. Para ser felices es necesario asumir la totalidad de la vida, tanto la propia como la ajena, en sus penas y alegrías. Hay muchas tendencias ideológicas, incluso espirituales, que únicamente inclinan a las personas a estar emocionalmente bien, cómodas, a gusto, y proponen como meta lo que únicamente da satisfacción. De este modo, la imagen de Dios se distorsiona y solo tiene sentido en la medida en que satisface; y, si no se encuentra eso en Dios, no se cree en Él o se le ignora. Volver a la amistad con Dios supone asumir y vivir todo el Misterio Pascual de Cristo: pasión, muerte y resurrección. Integración entre razón y afecto En América Latina y el Caribe urge la espiritualidad cristiana que integre bien la razón y el afecto en la vivencia de fe del cristiano. Dos ejemplos. 1º) Hay grupos que se llaman cristianos en los que existe un fundamentalismo atroz con respecto a la Biblia. A mi modo de ver, endiosan la Biblia, hasta cierto punto la “idolatran”: es decir, sólo se puede hacer y decir lo que diga la Biblia al pie de la letra37. No se da razón de la fe, y los predicadores animan a vivir en un puro fideísmo (que lleva en sí una gran carga afectiva-sentimental). Esto está creando fuertes dolores de cabeza y grandes cargos de conciencia a bastantes personas, pues genera mucha manipulación. Si no se da razón de la fe y la Biblia se interpreta al pie de la letra, dejándose llevar por lo sentimental, más que ayudar, se impide el crecimiento espiritual y se puede llegar a vivir en fuertes contradicciones. Se cumpliría aquello que dice San Pablo: la letra mata38, pues estos grupos se 37 38 Este tipo de grupos no terminan de comprender que la Palabra de Dios, si bien es la expresión más inmediata de su presencia, no se reduce sólo a la Biblia. La Sagrada Escritura es una mediación de la Palabra de Dios y es necesario tratarla como tal. No se la puede absolutizar. Si se absolutiza, en vez de ser un medio de escucha de la Palabra de Dios se puede convertir en un estorbo para la vida personal y social. Cf. DA del 247 al 250. 74 limitan a cumplir la pura letra y confían en que se salvan por lo que ellos consiguen, aunque digan en alto y anuncien con trompetas: “cree en Jesucristo y serás salvo”. 2º) El pueblo latinomericano y caribeño es muy afectuoso. Este es un gran valor digno de admirar. Muchas veces el error está en reducir la fe al aspecto afectivo-sentimental: sólo se valoran las imágenes de Dios que llenen vacíos sentimentales. Si bien estas imágenes son importantes y necesarias y pueden ayudar a vivir en un equilibrio afectivo, en cambio no son para anclarse exclusivamente en ellas. Estos doce años de vida en América Latina me han hecho ver que se vive en muchos casos sin razonar el amor y esto provoca disgustos a nivel espiritual y relacional, convirtiendo al amor en puro sentimiento. 3. El misionero, llamado a compartir su vida en internacionalidad El anuncio de Evangelio no solo se transmite de palabra sino también de obra. Así lo hizo nuestro Señor Jesús guiado por el poder del Espíritu Santo. No basta anunciar la reconciliación, es necesario testimoniarla. La misión implica el contacto con otra tierra, otra gente, otra cultura, otra manera de entender la vida, el cosmos, lo divino, etc. Donde mejor puede dar testimonio de reconciliación el misionero es en su comunidad. En una misma comunidad puede encontrar hermanos de otra cultura, raza, país o nacionalidad. En la comunidad religiosa se testimonia, con el esfuerzo de cada uno, no solo de palabra sino también de obra, que la fraternidad, el perdón, la reconciliación es posible39. La comunidad es la estructura básica 39 Cf. Const. 18, 59, 61, 65, 66. “Aunque siempre imperfectas, nuestras comunidades son signo profético de la nueva humanidad peregrina hacia la reconciliación y la plenitud. El empeño por la construcción de la comunidad es, por tanto, tarea fundamental de los que han sido reconciliados en Cristo. De ahí el escándalo del rencor y del odio entre aquellos que, habiendo sido reconciliados gratuitamente por Dios en Cristo, son incapaces de perdonar, colaborar y vivir como hermanos. Por otra parte, la aceptación e integración de nuestras diferencias, la superación de las debilidades y tensiones y la composición intercultural e internacional que vivimos en la Congregación son expresiones concretas de la acción reconciliadora del Espíritu, según el modelo de Pentecostés.” Servidores de la reconciliación, 4. 75 para ser profetas del amor y servidores de la reconciliación40. Cada año que pasa las congregaciones religiosas se vuelven más internacionales y, por tanto, más universales. Un mundo global donde todos estamos en red interpela a que cada uno sienta la necesidad de abrirse a esta realidad de la internacionalidad41. Nuestra gente no sólo necesita oír, sino también ver que es posible la reconciliación y que ésta es ya una realidad. Vivir la reconciliación en comunidades internacionales exige cosas básicas y sencillas que recoge nuestra Regla de Vida: - tener claro que es el Espíritu Santo el que nos ha reunido en una comunidad42; - no olvidar la identidad personal, es decir, quién soy y de dónde vengo; - cultivar la identidad dehoniana: quién es el P. Dehon, quién soy como dehoniano, cuál es mi carisma y misión; - profundizar en el sentido de pertenencia a la Congregación y saber a quién debo obediencia; - vivir las actitudes de la disponibilidad, la humildad, la cordialidad, el servicio43; - buscar en todo la unidad, el perdón, la acogida, la hospitalidad44; - recordar continuamente que todos los religiosos somos iguales en la profesión religiosa45. - compartir solidariamente los bienes como signo de reconciliación46; 40 41 42 43 44 45 46 Cf. Const. 7 Cf. Const. 61. Cf. Const. 67. “Las comunidades cristianas y nuestras comunidades religiosas no se fundan sobre una base común de la misma sangre, educación o identidad cultural, sino sobre la escucha de la Palabra de Jesús. Y Él desea que se inspiren en la familia humana y que se dejen regenerar por su Espíritu de reconciliación. Ésta es la experiencia de Pentecostés, que ha dado origen a las primeras comunidades cristianas y continúa engendrando vida en la Iglesia”. Servidores de la reconciliación, 4. Cf. Const. 42, 53, 54. Cf. Const. 63, 65. Cf. Const. 8. Cf. Const. 46, 51. 76 4. Optar por lo pobres47 El primero en optar por los pobres fue Dios. Esta iniciativa de Dios se revela en plenitud en Jesús de Nazaret, que es el Mesías, el Cristo, el Salvador, el Hijo de Dios. Jesucristo siendo rico se hizo pobre. La búsqueda del Reino y su justicia hizo que su opción por los pobres fuera esencial. El Corazón de Jesús se hizo cercano, amigo, fraterno de los pobres; no los juzgó, sino que los amó hasta dar su vida por ellos. Con Jesús de Nazaret, los pobres dejaron de ser los enemistados y alejados de Dios (entre otras cosas, porque no cumplían la Ley), y pasaron a ser amigos de Dios. Jesús les recuperó la dignidad de hijos de Dios que habían perdido. Los sentó a la mesa de todos donde se compartía el alimento y la palabra, donde se hablaba y se escuchaba. Jesús, en ningún momento les impuso su mensaje sino que, más bien, les pide fe y conversión, se ofrece como el cumplimiento de las promesas de su Padre, los ama y les ensaña a amar. Para ellos es Maestro. No se impone a los pobres sino que, en libertad, se les muestra como el Camino, la Verdad y la Vida. Jesús no los trató como objetos a quienes se dirige la acción sino como sujetos que son capaces de transformar este mundo y hacer presente el Reino, pues de ellos es el Reino de Dios. A la luz de Jesucristo, el ministerio de la reconciliación en el mundo misionero pide humildad en la opción por los pobres. El misterio de la reconciliación no se impone, sino que, como antes se ha indicado, se ofrece a modo de súplica, de exhortación, por medio de la palabra y del ministerio 47 Cf. DA del 391 al 398. Cf. Const. 51. “La mirada de misericordia no nos permite encerrarnos en un pseudo-edén de justicia y seguridad. A ejemplo de Cristo estamos llamados a ir al encuentro del mundo que tiene necesidad de solidaridad y ternura, como nos está recordando el Papa Francisco, en el camino de la renovación de la Iglesia. El compartir las situaciones de dolor, injusticia y miseria es el rostro concreto de la misericordia del corazón en el camino de la reconciliación. La cercanía a los más pequeños y necesitados es parte de los signos más visibles del Evangelio. Por tanto, cada uno de nosotros y de nuestras comunidades debemos interrogarnos sobre el puesto que ocupan los pobres, los que sufren y los abandonados – buenos y malos – en nuestras preocupaciones y prioridades. Según la atención que prestamos a ellos, se podrá medir la verdad de nuestro compromiso en la reconciliación de la humanidad”. Servidores de la reconciliación, 5. 77 (servicio). Dios lo ha querido así. Dios da su amistad a todos, pero no la impone ni la reprocha a quienes no quieren tenerlo como amigo. Como ha sido un don gratuito suyo, no podía pedir a nadie cuentas de sus pecados48. El amor de Dios es grande, incondicional, sobrepasa cualquier entendimiento49. Hoy el servicio de la reconciliación en el mundo misionero no puede desentenderse de la opción por los pobres50. Ellos siguen siendo marginados y muchas veces utilizados para intereses personales, espirituales, sociales, políticos, económicos, etc. No se estrechan verdaderos lazos de amistad y comunión con ellos. El misionero, a imagen y semejanza de Dios, tendrá la iniciativa de salir al encuentro de los pobres para caminar en esperanza y amistad con ellos. A continuación indico cinco aspectos en la opción por los pobres que considero importantes para el ministerio de la reconciliación del misionero: a) Caridad: se constata que a los pobres no se les hace justicia y, por ese motivo, siempre están clamando justicia, porque, como personas, no son tratados con la misma dignidad y sus derechos fundamentales no son respetados. Ante esta situación, la caridad es imprescindible, pues donde no llega la justicia alcanza la caridad. La caridad hace justicia. La caridad es justicia51. El servicio de la reconciliación en el mundo misionero debe 48 49 50 51 Cf. 2Cor. 5,19. Cf. Lc 15. Así se expresó el Papa Benedicto XVI en el santuario mariano de Aparecida: “para que nuestra casa común sea un continente de la esperanza, del amor, de la vida y de la paz hay que ir, como buenos samaritanos, al encuentro de las necesidades de los pobres y los que sufren...”. DA 537. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 6: “La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima», parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad» (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las 78 vivirse practicando la caridad. Los pobres, cuando necesitan ayuda, muchas veces acuden a quien sabe les puede ayudar: el misionero. La caridad ayuda a tratar al pobre como persona, precisamente porque le hace justicia. Y cuando se trata al pobre como persona nace la amistad y se transmite a un Dios que no se olvida de él, que le ama, que es su amigo y que, aunque inoportunamente el pobre le golpee la puerta, Dios le sabe dar de su pan52. b) Humildad: es lo contrario al paternalismo. El paternalismo oscurece el protagonismo del pobre para salir adelante en la vida. El paternalismo es un continuo dar, querer solucionar los problemas sin contar con la iniciativa del pobre. La caridad, en cambio, no sólo mueve a dar sino que obliga a la persona a recibir lo que el otro es y tiene. La caridad es caridad si es recíproca. De los pobres tenemos mucho que recibir; ellos tienen mucho que compartir con nosotros. El servidor de la reconciliación necesita aprender a recibir siempre. La caridad no es para demostrar que yo tengo y el pobre no. La caridad encierra en sí una dinámica de humildad sitúa al misionero al nivel de quien lo necesita, de manera que quien recibe la ayuda, no se sienta humillado, sino contento porque con él hay quien comparte los bienes, hay quien se pone a su nivel, hay quien se abaja, hay quien participa de sus penas, hay quien entra en sus casas y recibe lo que le dan. c) Fraternidad: es importante relacionarse con los pobres como hermanos (sujetos) y no sólo como “objetos” de acción pastoral. El misionero no realiza el servicio de la reconciliación para ayudar solamente a los otros. El misionero también sabe que es evangelizado. Los pobres son los “apóstoles” del servidor de la reconciliación. El servidor de la reconciliación es consciente de que, aunque no es un “pobre” como ellos, vive entre ellos, para ellos, con ellos y da la vida por ellos. En este sentido el misionero debe 52 personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo”. Lc 11,5-8. No entiendo la caridad como un acto paternalista o como si el pobre solo fuera alguien que necesita ayuda. La entiendo como un camino de justicia. 79 tomarse muy en serio la vida fraterna en su comunidad, para transmitir a los pobres aquello que vive. De ahí que la vida comunitaria sea el primer apostolado de fraternidad del servidor de la reconciliación53. Es la falta de fraternidad, de reconciliación la que acarrea pobreza, la que no permite compartir los bienes, la que origina injusticias. d) Inculturación: este es un aspecto que no es fácil, pero resulta muy importante para vivir en amistad con los pobres. El servidor de la reconciliación debe encarnarse en la cultura a la que Dios le ha enviado a anunciar la Buena Noticia del Reino. Para eso debe revestirse de la nueva cultura54, asumiendo sus aspectos positivos, valorando las semillas del Verbo que hay en ella, buscando en su cultura la manera propia de vivir el cristianismo (manteniendo lo esencial) y, con caridad y humildad, decir la verdad en aquellos aspectos culturales que dañan la salud, la convivencia, la estima, la confianza,… entre los pobres y los lejanos a Dios. El misionero ha de exhortar (“dejaos reconciliar por Dios”) con mucha paciencia, esperanza, verdad, fraternidad, humildad, caridad, de manera que la exhortación no se interprete como un reproche (pues no se evangeliza para pedir cuenta de los pecados), o como que el servidor de la reconciliación viene a imponer su cultura y a “quitarles” sus costumbres, inclusive las religiosas. Esto generaría distanciamiento y no entenderían al misionero como servidor de la reconciliación. e) Sentir con la Iglesia55: la Iglesia es “sacramento de reconciliación y de paz”56. Los pobres necesitan ver y vivir así la Iglesia. El misionero desarrolla su labor entre y desde ellos en nombre de Cristo y de la Iglesia, que forman un solo Cuerpo57. La historia de la Iglesia está unida, no solo a las grandes contiendas de las colonizaciones y conquistas ambiciosas, sino también, y sobre todo, a las de las gestas de muchos mártires que, por la fe y el amor a Cristo y a su Evangelio, han dado su vida por los pobres. La Iglesia es madre y quiere a todos sus hijos reunidos en una misma mesa, en la que Dios es su 53 54 55 56 57 Cf. Const. 60. No podemos obligar a los pobres de América a hacerse europeos, africanos, asiáticos, etc. Cf. Juan León Dehon, Directorio Espiritual, p. 228. DA 542. Cf. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 16 y 60. 80 Padre. En ocasiones no es fácil acompañar al pobre para que se reconcilie con la Iglesia: unas veces por cuestiones históricas, otras porque en la convivencia humana entre los pobres también existen muchas rupturas, pérdidas, desilusiones, etc., de las que no solo se culpa a Dios, sino también a la Iglesia; también porque el misionero no ha sido lo suficientemente amable en el trato y éste ha sido causa de alejamiento; otras, por el mal ejemplo de los ministros, etc. El misionero, unido a la Iglesia, muestra a los pobres que ella participa de sus gozos, de sus esperanzas, de sus tristezas y alegrías; muestra que la Iglesia quiere vivir reconciliada con los pobres y con ellos seguir siendo “sacramento de reconciliación y de paz”. Conclusión - El servidor de la reconciliación en el mundo misionero, con el don que Dios le ha dado, acerca Dios al hombre y el hombre a Dios, de manera que el hombre viva como amigo de Dios, aún más, como verdadero hijo suyo. En este ministerio el primer puesto lo tienen los pobres, pues los pobres fueron quienes primero recibieron la Buena Noticia del Reino. - Las personas que acogen el Misterio de la reconciliación en Cristo, anuncian que lo antiguo ha pasado y que lo nuevo ha comenzado, pues la amistad que Dios ofrece en Cristo es reparadora, hace al hombre nuevo y le anima a buscar, ante todo, el Reino de Dios y su justicia. - Es necesario que llegue a todos el Misterio de la reconciliación a través del misionero; en primer lugar, a los pobres, pues por todos murió Cristo. De esta manera se van aboliendo aquellos muros que enemistan a las personas entre sí. 81