IDEAS / El País
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EL PAÍS, Domingo 7 de febrero de 2016 9 LECTURA A propósito del ensayo ‘Música de mierda’, de Carl Wilson, el compositor Owen Pallett analiza las baladas comerciales no dejan de formarse y fundarse clubes de lectura y talleres literarios y editoriales de todo tamaño, abundan los jóvenes que fantasean con trabajar a cambio de cama y mística en la librería parisiense Shakespeare & Co., la ciencia inexacta de la literatura ha entrado como materia en carreras para tecnócratas feroces (‘Liderato a través de la ficción’ y ‘Libros y dinero: Gatsby & Co.’ son algunas de las ofertas a considerar en programas de estudio en los que se advierte, de entrada, que “se evitará considerar al capitalista como villano”), se publican manuales de autoayuda basados en el Ulises de Hay médicos que practican la biblioterapia: leer para curarse y, previa cita, se identifica el mal y se diagnostica la lectura Un 60% de los consultados en una encuesta reciente consideraban la profesión de escritor la mejor posible El dúo escocés The Proclaimers, en 1994. Martyn Goodacre / Getty. James Joyce (con foto de Marilyn Monroe leyendo la magnum opus del irlandés en su portada y hasta un comentario de la intensidad del orgasmo alcanzado por Molly Bloom en sus últimas páginas), se confeccionan libros de arte y gastronomía a partir de cuadros y platillos degustados chez Marcel Proust, Franz Kafka es el anfitrión perfecto para una guía de Praga, y Blanes ya cuenta con una “ruta Bolaño”. Y hasta hay médicos que practican la biblioterapia: leer para curarse y, previa cita, se identifica el mal y se diagnostica la mejor lectura para su erradicación. (Cabe preguntarse si se recomendará la obra de infelices y suicidas y depresivos y enfermos geniales, que son unos cuantos de los de ahí dentro). También, por supuesto, por suerte, todavía hay suficientes especímenes de esos a los que tan solo les gusta leer a secas y a solas. Y se conforman con semejante inmensidad oceánica sin añadidos ni trucos ni distracciones. Y gracias por la gracia. Según me contó un entre sorprendido y desconsolado John Banville hace unos días, una reciente encuesta de la BBC determinó que un 60% de los consultados consideraban la de escritor como la mejor de todas las profesiones posible. Sin importarles que en Reino Unido un escritor promedio y a tiempo completo gane como mucho unas 11.000 libras al año y que esta cifra que en 2005 le tocaba al 40% del gremio ahora le llegue tan solo al 11%. Es verdad, los británicos aún no se ven en el trance de optar entre pensión y royalties. Pero todo se andará. “¿Quiénes son todas esas personas? ¿De dónde han salido? Pobres ilusos, no saben lo que les espera…”, se lamentaba Banville, a quien ahora no le va nada mal, pero al que no le fue muy bien durante tanto tiempo. “Tal vez han sido seducidos por esa vida glamurosa y tan sexy del narrador Noah Solloway en la serie de televisión The Affair”, le dije. Banville no la había visto. ¿Leer puede hacerte más feliz?, se preguntaba un ensayo de hace unos meses en la revista The New Yorker. Su autora, la narradora y antropóloga social Ceridwen Dovey, aseguraba que sí. Yo, que ya lo sabía, en cambio, prefiero amenazar con un no leer seguro que te hace más tonto. Mucho más tonto de lo que piensas. Más que eso que estás pensando. Y de acuerdo: tal vez la literatura no sirva para salvar al mundo; pero sí que te ahorrará unos cuantos billetes de esos que gastas acostado en un diván recitándole a un casi desconocido el cuento de la nunca muy bien redactada novela de tu vida. Rodrigo Fresán es periodista y escritor. Su última novela es La parte inventada (2014). UNA MALA CANCIÓN TAMBIÉN TE CAMBIA LA VIDA Por OWEN PALLETT Un tema mediocre es una ofensa para la humanidad, pero en ocasiones también puede proporcionar momentos reveladores M i canción mala preferida es I’m Gonna Be (500 Miles), de The Proclaimers. La oí por primera vez cuando tenía 12 años. A esa edad los títulos son importantes. ¿A qué viene ese añadido entre paréntesis? ¿De qué va la canción? ¿De lo que dice el estribillo, de esa distancia que los hermanos gemelos Charlie y Craig podrían caminar para terminar cayendo ante la puerta de una chica? ¿O de lo que dicen las estrofas, de las promesas vacías que los dos gemelos le hacen a esa chica? ¿O acaso el mensaje está en la parte del ba-ba-du-ba, que en el futuro haría que todos los técnicos y técnicas (pero sobre todo técnicos) de sonido en ciernes presentes en un bar eleven su voz, en un momento sublime de reconfiguración de la identidad grupal? Además el tema también me planteaba un pro- blema contextual. No entendía qué pintaba esa basura en la jukebox de mi instituto, junto a bandas mucho más interesantes como The Cure o Nine Inch Nails. Tampoco entendía quién podía gastarse 25 centavos cada mañana para escucharla. Pero lo peor era que la canción me planteaba un problema matemático. Mi yo de 12 años no soportaba que una cantante como Tori Amos, por poner un ejemplo, ignorara la gramática para conseguir una melodía potente, como en: When You Gonna Love You As Much As I Do? Con 1.000 Miles (I’m Gonna Be), y no me cabía en la cabeza que aquellos tíos tuvieran la necesidad de anunciar que primero caminarían 500 millas y que luego caminarían 500 más para recorrer un total de 1.000. Nadie habla así. “Te prepararé un pastel y luego te prepararé otro, porque quiero que tengas dos pasteles”. No. Pero recuerdo que en un momento dado pusieron el videoclip por la tele y pensé en mis hermanas gemelas idénticas, en cómo hacían gorgoritos, aplaudían al unísono y se gritaban, y en lo solo que me sentía cuando las veía y pensaba: “En toda mi vida nunca voy a estar tan cerca de nadie como ellas lo están la una de la otra”; observé los rostros de Charlie y de Craig mientras cantaban el estribillo y pensé “500+500=1.000”, como mis dos hermanas formaban un todo, o como yo y mi pareja de ensueño un día formaríamos un todo. Y tuve una revelación sobre el estado completo del ser: mi soledad era en realidad una forma completa de ser, y de pronto sentí que entendía perfectamente el título y la canción, a The Proclaimers y Escocia. Aunque la canción todavía me trae recuerdos espantosos de la época en que tocaba por dinero en pubs “irlandeses”, también me hace pensar en lo infeliz que era cuando sospechaba que estaba solo, y en lo feliz que soy ahora que sé que lo estoy. Los músicos tenemos por lo menos una cosa en común con los críticos musicales: también nosotros nos vemos obligados a escuchar mucha música mala. En nuestro caso, a menudo es nuestra. No es una tarea fácil. Un disco malo no es solo un insulto para quien lo escucha, una forma de hacerle perder el tiempo, sino también una ofensa para la humanidad, una tragedia humana. Así es como se siente un músico. Pero, como dice Carl Wilson, la música mala también puede brindar un momento de claridad, una epifanía breve pero devastadora. Y eso es lo que me ha guiado al escribir estas líneas: el espíritu de gratitud por ayudarnos a sobrellevar esa carga. Owen Pallett es compositor y músico canadiense. Música de mierda está editado por Blackie Books.