Se acaba la fiesta

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Se acaba la fiesta
Se acaba la fiesta
Patricio Bañados; Periodista, hombre de radio y ex conductor de televisión.
7 de Julio de 2011
“El gobierno me roba a mí”. Eso se alcanzó a escuchar fugazmente a un muchacho esposado y
tendido boca abajo sobre el pavimento, por ladrón, en una de las tantas noticias sobre delitos que
nos presenta noche a noche la televisión.Me trajo a la memoria un documental sobre la
Revolución de los Pingüinos – jamás mostrado en televisión, por supuesto – que pude ver en
exhibición privada hace algunos años. En una de sus secuencias la cámara entra con dos
estudiantes a la casa de un conocido senador de la Concertación que los ha invitado para tratar el
tema. Al entrar al living y ver la decoración, mobiliario, lámparas y tapices, uno le dice al otro en
voz apenas audible: “Aquí están nuestros impuestos”.
La clase política, sorda, ciega, y por desgracia no también muda, no logra entender lo que está
pasando. Sigue sacando ridículos cálculos electorales que sólo a ella interesan o tratando de
sumarse a última hora a movimientos que no fue capaz de iniciar ni anticipar. No logra entender
que detrás del descontento que revienta un día por la educación, otro por la ecología, otro por el
cobre, se encuentra básicamente la rebelión contra un sistema impuesto a culatazos y que
transformó las necesidades básicas de la población en rentables negocios para una clase
privilegiada.
La Concertación sigue sin aceptar que ganó muchas elecciones nada más que porque al otro lado
estaban los que habían cohonestado la dictadura y para mucha gente era sencillamente imposible
votar por ellos.
La derecha, que instaló este régimen gracias al gendarme que le prestó la fuerza armada para
hacerlo, y después del plebiscito de 1988 encontró un inesperado aliado en la Concertación para
prolongarlo, sigue tratando de convencernos a través de los medios de difusión, que le pertenecen
casi sin competencia, que encontró la piedra filosofal. Que lo que es bueno para muy bien pagados
ejecutivos y directores, muchos de ellos en empresas creadas con el ahorro de los asalariados, es
bueno para el país. Y así una costra de parientes, relaciones de colegio y clubes exclusivos para
GCE (gente como ellos), con sus suculentas ganancias, infla engañosamente el ingreso promedio
del resto de la población acercándolo a una suma que, se supone, convertiría milagrosamente al
país entero en una sociedad desarrollada.
La Concertación sigue sin aceptar que ganó muchas elecciones nada más que porque al otro lado
estaban los que habían cohonestado la dictadura y para mucha gente era sencillamente imposible
votar por ellos. En la última elección presidencial cayó a un 29% – aunque majaderee con el 49% –
de los votos emitidos. Y si sumamos a los muchos que se niegan a participar en lo que ha llegado a
ser una componenda entre compadres –uno para ti, uno para mí – aún menos. Pero eso no es lo
importante. Lo grave es que abrazó con entusiasmo un sistema impuesto por la fuerza a la
ciudadanía, aceptó con fruición un trozo de la torta, desmovilizó a la población con la amenaza del
ogro, y mantuvo – si es que no aumentó – la brutal diferencia entre ricos y pobres que hace de
Chile una vergüenza.
Ese fatuo maridaje que nos ha gobernado más de veinte años, hoy con toda clase de intereses
comunes entrelazados, es incapaz de comprender que está asomando a la luz pública,
encontrando por fin una manera de expresarse, un malestar ciudadano latente desde hace largo
tiempo y que va mucho más allá de las demandas puntuales que lo aglutinan.

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