Vampir. Valentín Vañó.

Transcripción

Vampir. Valentín Vañó.
Vampir
Vampir
Joann Sfar
Fulgencio Pimentel, 2013
Vampir es la gran obra de juventud
de un autor que hizo de su nervio
juvenil, su impaciencia juvenil y su
encanto juvenil sus grandes señas
de identidad. El reciente y extraordinario tomo recopilatorio —con
cubiertas de tacto sensual, papel de
gramaje generoso, extras pertinentes
y traducción musical— editado por
Fulgencio Pimentel no solo nos recuerda lo grande que ha sido Joann
Sfar, sino que nos retrotrae a los
años en que empezábamos a leerle,
a él y a los otros autores que estaban cambiándole la cara al cómic y
dejándolo que no lo iba a reconocer
ni la madre que lo parió. Me refiero
a los que ya éramos lectores veteranos, durante la década de los 2000,
pero en ocasiones no sabíamos cómo evaluar estas nuevas estéticas y éticas autorales, y las
ninguneábamos con las capciosas categorías del viejo cómic que seguía haciéndose por
entonces, y que de hecho, todavía sigue. Hoy, tanto Sfar como Vampir gustan más, porque
se entienden mejor.
¿Es posible concebir y desarrollar una comedia vampírica que no trate realmente sobre
vampiros? Adelantándose a las oleadas literarias y cinematográficas que tanto nos saturaron los escaparates culturales en los últimos años, Sfar compuso, en realidad, un tratado
sobre las relaciones sentimentales en una edad del pavo permanente. El castillo oscuro,
el confortable ataúd para dormir, el colmillo afilado, el ansia de hemoglobina, son solo
accesorios estetizantes para cargar de fascinación el artefacto. El vampiro Fernand quiere
enamorarse. Y tiene muchos problemas con las mujeres. Todo son desencuentros, desavenencias, contratiempos, con sus novias reales o posibles. A Fernand le gusta Lio, pero ella
le ha engañado, y entonces conoce a Aspirina, y Aspirina se vuelve loquita por Fernand,
pero él la encuentra insoportable, y tontea con varias extranjeras, y luego descubre que
le gusta la hermana de Aspirina, Josamicina, que tiene unas tetorras, y pasan más cosas,
pero todo es así.
Vampir es un ejemplo extraordinario de cómo instrumentalizar y subvertir unos determinados códigos de género para hablar de cuestiones íntimas, personales, que afectan al
autor. En el caso de Sfar y a diferencia de otros creadores y obras con los que parece ha
sido comparado por subvertir un arquetipo del género terrorífico –Tim Burton, y Sfar
se lamentaba con razón por esa comparación–, su visión es totalmente irrespetuosa y
despreocupada: Fernand es el vampiro más incompetente y menos terrorífico que cabe
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esperar. En diversos pasajes queda explicitado que los vampiros conviven tranquilamente
con los humanos, con una falta de verosimilitud que recuerda al de las ficciones infantiles
y juveniles, donde los elementos fantásticos u oníricos suelen ser asumidos sin problemas
por los personajes. En una escena, Fernand aborda en una terraza a una joven atractiva
con ánimo seductor, pero ella en ningún momento da señales de sentirse amenazada (que
el propio Sfar realizara una versión juvenil de su personaje, Pequeño Vampiro, es perfectamente comprensible: el tono de Gran Vampir casi invitaba a ello).
Por la cercanía personal entre los autores y por sus vinculaciones temáticas y estéticas, podemos considerar que una continuación espiritual de Vampir la ha realizado Christophe
Blain en su serie Gus. Como Sfar, Blain toma en Gus un género especialmente marcado
por unos convencionalismos muy rígidos, el western, y lo transforma en instrumento
para reflexionar sobre el mismo tema, el eterno femenino. Los cowboys enamoradizos de
Blain son más canallas, maduros, menos sufridores, pero los paralelismos con el vampiro
enamoradizo de Sfar son evidentes. En ambos casos el trazo gestual y poco académico
tanto de Sfar como de Blain ayuda a acentuar la distancia del relato gráfico con esas convenciones de género de las que se apropian y subvierten.
El estilo, por volver a Sfar, es siempre una declaración de intereses. Como digo, la
irrupción de sus libros en edición española desde el principio y a lo largo de la década
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de los 2000, nos brindó la oportunidad de leer a un autor desconcertante para los
estándares de entonces, ambicioso, impulsivo, de creatividad desbordante. Un autor
capaz de lo mejor y lo peor, no diré de una página a otra, pero sí de un libro a otro.
A Sfar era muy fácil restarle crédito porque no dibujaba como creíamos que debían
dibujar los autores de cómics. Pero es bien cierto, también, que el deslumbramiento
de libros como La Java Bleue o Klezmer se veía eclipsado por otros que parecía haber
resuelto en cinco minutos, deprisa y por compromiso. En Vampir, nos encontramos
a un Sfar burbujeante, travieso y centrado; quizás porque estaba trabajando sobre
un material que posteriormente será muy importante para él, el del héroe de estirpe
dionisíaca.
A diferencia de otras concepciones de raíz anglosajona, que vinculan el heroísmo al
sacrificio, para Sfar ser un héroe está relacionado con saborear los placeres sensuales,
incluyendo el vino, el arte y las mujeres. De esto habló cuando visitó algunas ciudades
de nuestro país, como Valencia o Madrid, en 2010, en la gira promocional de su película, atención al subtítulo, Gainsbourg, vie héroïque. Según Sfar, un héroe es quien vive
la vida con intensidad. Que lo diga un hombre mediterráneo con formación clásica
en letras y filosofía es significativo. El vampiro Fernand está aún verde para competir
en la liga de otros avatares sfardianos, como Pascin, Heracles o el mismo Gainsbourg,
pero la semilla de su heroismo se encuentra en su reincidencia en querer entender lo
femenino.
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En los extras del tomo recopilatorio de Vampir de diciembre de 2013, a cargo de Fulgencio Pimentel, además de una encantadora entrevista apócrifa con Fernand y varias
ilustraciones y bocetos, nos encontramos una última página donde Joann Sfar desvela
casi uno por uno los referentes para crear el personaje y el concepto de la serie. Es muy
curioso leerlo porque parece que tal cual están ahí expuestos cualquier podría tomar esos
ingredientes y crear una pócima semejante. El autor menciona el Nosferatu de Murnau,
Gainsbourg, Klimt, Tod Browning, El gabinete del doctor Caligari, las películas de la Hammer y otras influencias; especialmente interesante resulta la arriesgadísima fusión entre
el cine expresionista y la comedia norteamericana: “Tomo a los monstruos de la antigua
Europa y les hago representar la chispa típica de Wilder y Lubitsch”. Pero no es tan
evidente que todos esos elementos pudieran conjugarse con coherencia y con resultados
satisfactorios; ha sido Sfar con su personalidad creativa y su impronta gráfica quien les ha
dado coherencia y proyección.
Según los responsables de Fulgencio Pimentel, editorial elegante y cada día más significativa, en sus planes para 2014 está el producir un volumen titulado Aspirina, que incluirá
las entregas restantes de la serie. Esperaremos, pues, con los inofensivos colmillos preparados, ese pequeño y sabroso evento comiquero de los próximos meses.
VALENTÍN VAÑÓ
Valentín Vañó ha escrito sobre cómic en El País, Rockdelux, El Manglar, Calle 20, Madriz,
La Guía del Cómic y en publicaciones subterráneas tanto de papel como digitales. Escribe
relatos literarios, y a veces los publica, como en su antología de 2011, Historias hermosas y
repugnantes. Como guionista, ha colaborado con los historietistas Joan Marín y Max Vento.
Autodidacta de toda la vida, en la actualidad es alumno del grado en Estudios Ingleses de la
UNED.
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