Día 29 de diciembre de 2011 Día V de la Octava de avidad

Transcripción

Día 29 de diciembre de 2011 Día V de la Octava de avidad
Día 29 de diciembre de 2011
Día V de la Octava de avidad
1 Jn 2,3-11
Lucas 2,22-35
Las lecturas de este día de la Octava de Navidad nos permiten discernir con un
criterio muy tangible la autenticidad de nuestra pertenencia a Jesús. La relación con él
siempre tiene que tener como punto de referencia al hermano. Si esto no lo entendemos,
tampoco habremos entendido a Jesús. Estar con Jesús es estar con el hermano, y toda
espiritualidad será vana si esta realidad no se cumple en la vivencia de nuestra auténtica
fe cristiana. Esta es la clave para entender si andamos en la luz o estamos sumergidos en
las tinieblas.
Ya en el Antiguo Testamento leemos que el primer acto creador de Dios es la
luz, y los piadosos israelitas cuando rezaban a Dios decían que Él era la luz y la
salvación. San Lucas presenta a Jesús como luz que viene a alumbrar a todos los
pueblos. El mismo Jesús dice que es la luz del mundo y que el que le sigue no andará en
tinieblas. Más adelante, refiriéndose a sus seguidores les dice que ellos son la luz del
mundo que no pueden ocultar y que tienen que hacer patente con sus obras. El que está
bañado por la luz de Dios se convierte también en luz.
San Juan nos enseña el auténtico discernimiento cristiano que consiste en estar
habituado a hacer en todo momento lo que a Dios le agrada. ¿Y qué es lo que agrada a
Dios? Lo que Él hace y nos muestra a través de Jesús: que nos amemos unos a otros. El
amor a Dios y a los hermanos es lo que nos permite saber si nos dejamos transformar
por la luz de Dios o preferimos vivir aislados en nuestra oscuridad.
San Juan, que ha entendido perfectamente el mensaje de Jesús, enlaza de una
forma magistral una serie de palabras para hacernos comprender lo esencial que debe
imperar en nuestra vida. El conocimiento de Dios no se limita a una mera actividad
intelectual, sino que requiere poner en órbita las potencialidades de amor que tiene el
corazón. Conocer a Dios es amarle a Él y amar lo que Él ama, y permanecer en Él es
vivir como él, amando. Todo lo demás es accidental en nuestra vida, porque lo único
que importa es amar.
La verdad se hace luz en el amor y está en el que ama, y la luz se hace verdad en
el amor. Si queremos permanecer en Dios, si queremos ser verdad y ser luz, como Jesús,
tenemos que transformar en amor todo lo que toquemos. Tenemos que poner encima de
cada una de las personas con las que nos encontramos en el camino un trozo de amor al
que tienen derecho. Muchas personas no llegan a ser lo que deberían ser porque no han
recibido la porción de amor de Dios a través del hermano. La auténtica verdad de tu
vida la podrás comprobar si reconocer a Jesús en cada hermano, si vives con amor y
para el amor.

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