Reflexiones en torno al dilogo a muerte entre Servet y Calvino
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Reflexiones en torno al dilogo a muerte entre Servet y Calvino
Reflexiones sobre el diálogo a muerte entre Servet y Calvino* Daniel Moreno Moreno IES Miguel Servet, Zaragoza (España) La ilusión de proyectar pensamientos propios en personajes remotos o imaginarios es sólo ilusión a medias: esos pensamientos no estuvieron nunca allí, pero estuvieron siempre aquí, llamando a la puerta; (…) Así tanto la verdad como la ilusión de la psicología literaria son bendiciones: la verdad por desvelar la mente de otros, la ilusión por expandir la mente propia. George Santayana, Scepticism and Animal Faith I. Introducción: leer es dialogar Siempre surge, a la hora de abordar el pensamiento de cualquier autor, la duda sobre cuál es el punto de vista más acertado: si intentar entenderlo desde dentro y desde su contexto histórico o desde el momento intelectual y vital del intérprete. En el primer caso, se acentúa la lejanía del autor estudiado respecto a la época del lector, en el segundo prima la cercanía, se busca aquello que pueda responder a cuestiones formuladas desde el presente. En ambos casos nos encontramos con el difícil arte que Santayana llamó psicología literaria o la técnica de comprender a otros humanos reconstruyendo su mundo interior, donde lo que cuenta no es exactamente la verdad sino la sinceridad, porque aún cuando se adivine al autor desde dentro siempre está el intérprete como intermediario. Es Hermes el invocado aquí, el dios mensajero, el que codifica y decodifica, el que traduce e interpreta cuanto cae en su campo de acción, el dios que mora en las ilusas palabras, tan iluminadoras unas veces, tan enredadoras otras. Y, como el mismo Santayana advierte, la ilusión producida es ilusión sólo a medias porque si los pensamientos proyectados no están efectivamente en el autor estudiado sí que están, al menos, en el intérprete. De modo que, habiendo estudiado en otro lugar1 el diálogo, o interrogatorio o enfrentamiento, que mantuvieron Miguel Servet y Juan Calvino durante los días 15, 16 y 17 de septiembre del año 1553 durante el encarcelamiento que acabó con la muerte del primero, me propongo ahora, animado por el espíritu de este Congreso, plantearme qué puede resultar interesante de ese hecho histórico, como tal ya pasado, para nuestra época. Y encuentro que no es poco. De igual modo que Marian Hillar y Ángel Alcalá descubren en Servet un magnífico representante de la defensa de la libertad de conciencia, o que los unitarios consideran su Casa Natal un lugar de peregrinaje o que para otros el legado de Servet es su experiencia de renovación 1 Moreno Moreno, D., “Servet y Calvino: un diálogo a muerte” en Emilio Campo et alii, Estudios sobre Miguel Servet II, Zaragoza, IES Miguel Servet, 2006, pp. 47-83. 2 interior o divinización del hombre, me gustaría reflexionar en esta charla sobre el diálogo a muerte entre Servet y Calvino. El eje de mi planteamiento es la dificultad del diálogo aún cuando se compartan numerosos presupuestos. Y no sólo del diálogo entre personas, sino del diálogo con los textos, porque toda interpretación es un diálogo del lector con el autor lejano. En el caso que me ocupa hay dos niveles que se entrecruzan: Servet disputa con Calvino, por un lado, Servet interpreta diversos textos y Calvino lee esos mismos textos sin ponerse de acuerdo, por otro. En ambos casos se llega a la ruptura. Quizás por eso no sea este evento precisamente un modelo, sino más bien un contramodelo, pero no por ello es menos interesante, dado que la discrepancia hasta la muerte está presente tanto en el siglo XVI como en el XXI. La diferencia entre ambas épocas es, con todo, notoria. Sin llegar a calificar al Renacimiento de ingenuo, se puede afirmar que compartía la creencia en la verdad en singular, de modo que cuando se dialogaba se compartía el presupuesto de que la meta, la Verdad, una vez alcanzada, pondría fin al asunto. Creo que es ese el afán que movió a Servet y a Calvino, el de convencer al otro a base de hechos, textos, argumentos y citas. Nuestra época, por el contrario, convive con la desintegración de ese ideal. Nietzsche, Santayana, Benjamin, Gadamer, Habermas y otros nos han acostumbrado a la idea de que la época de los hechos ha pasado, de que nos movemos siempre en el ámbito de las interpretaciones, con lo que esto implica de ruptura del modelo positivista y de aceptación del círculo hermenéutico: el lector parte de un trasfondo cultural que mueve su interés y su interpretación del hecho o texto al que se enfrenta que, a su vez, impone al intérprete su propia estructuración al completar los esquemas interpretativos subjetivos; una situación que cambia con el tiempo y que se retroalimenta. Somos por tanto conscientes del juego de espejos que implica el aparentemente sencillo ejercicio de leer o mirar. Se ha roto la primacía del género singular en favor del género plural. La cuestión ahora es: ¿cómo abordar la pluralidad de sentidos cuando esta pluralidad es irreductible? El diálogo de Servet y Calvino no era, como veremos, ajeno a ese peligroso juego, más bien, incluso, se podría decir que lo experimentó en grado sumo, pero quizás sin darse cuenta de hasta qué punto ser conscientes de esa situación le hubiera evitado las terribles consecuencias de su debate. O quizás no, porque los intereses en juego no eran sólo teóricos sino también políticos; y quizás tampoco porque, aún en nuestro siglo, siendo plenamente conscientes de los riesgos de la interpretación y de la necesidad del perspectivismo, tampoco hemos evitado la muerte ni el terror. II. Sobre la posibilidad del diálogo Como es sabido, cuando Servet y Calvino se encontraron cara a cara fue en septiembre de 1553 en la cárcel de Ginebra, en un momento en que la autoridad de Calvino se había puesto en entredicho en dos frentes. Jérôme Bolsec, por un lado, había hecho públicas sus dudas sobre la doctrina de la predestinación por lo que fue arrestado por herejía y desterrado tras meses de argumentaciones entre el encarcelado y Calvino, a pesar de lo cual sus seguidores repetían, insistentes, los argumentos de Bolsec. El Pequeño Consejo, por otro lado, discutía la legitimidad de la pena de excomunión decidida por Calvino para Philibert Berthelier, hijo de una de las grandes familias ginebrinas, por toser durante un sermón. De hecho, en 1553 una ola de anticlericalismo recorría Ginebra, que hizo pensar a Calvino en un nuevo exilio. Supo, sin embargo, dominar la situación y salir reforzado, entre otros motivos “gracias” al ajusticiamiento que preparaba. 3 Podría resultar sorprendente que en este contexto Servet y Calvino dedicaran varios días a un debate lleno de matizaciones sobre las más difíciles cuestiones teológicas, con la condena a muerte pesando, en principio, sobre ambos, según las leyes de la época. Sólo desde un ambiente acostumbrado al contraste de opiniones se puede entender que se llevara a cabo este diálogo a muerte2. La escena es una de las más plásticas que ofrece la biografía de Servet, salvando, por supuesto, la de su holocausto. Hay que imaginarse a Servet en su celda, tras días de encarcelamiento, reducido a las mínimas condiciones de habitabilidad, rodeado de libros, con tinta y papel, dispuesto a defender su vida y sus ideas en un debate con su principal oponente, Calvino. Los libros son: las obras de Tertuliano, de Ireneo, de Clemente romano, de Ignacio de Antioquía, su propia Restitución del cristianismo, con la tinta aún fresca, y, quizás, aunque posiblemente no fuera necesaria a fuerza de conocida, la versión Vulgata de la Biblia. La contienda, escrita en latín, tiene tres partes: i) una breve pero intensa obertura donde se presentan todos los temas; ii) una segunda parte donde Servet aporta textos de la Primera Patrística en apoyo de sus ideas, en particular: 15 referencias de Tertuliano, de sus obras Contra Marción, Contra los judios, Sobre la resurrección de la carne, Contra Práxeas, Sobre la carne de Cristo, referidas a no menos de 40 páginas, a las que Calvino responde puntualmente, citando además nueve páginas del Contra Práxeas; más 9 referencias de Ireneo, de su obra Sobre la persona humana del verbo, en las que se aluden a no menos de 30 páginas, a las que Calvino contrapone cuatro citas; más 5 referencias de Clemente romano, de sus obras Reconocimientos y Homilías, a las que Calvino contrapone las cartas de los papas Sixto, Higinio, Sotero, Eutiquiano y las cartas de Ignacio de Antioquia; iii) en la tercera parte es Calvino quien toma la iniciativa citando pormenorizadamente no menos de 50 páginas de la Restitución del cristianismo servetiana, a las que se añaden las 20 páginas aproximadamente que Servet cita en defensa propia. Pasmosa insistencia, minuciosidad asombrosa, más propias de la paz de un cómodo estudio que de las extremas condiciones en que el debate se llevó a cabo realmente. Más desconcertantes, si cabe, si se piensa que el esfuerzo era inútil puesto que la sentencia de muerte ya estaba preparada tiempo atrás. Más aún, a pesar de la insistencia de ambos en aportar textos, en señalarse mutuamente qué páginas han de leer, creo que el esfuerzo era inútil en un segundo sentido: no pedían algo tan aparentemente sencillo como leer, sino que se reclamaban mutuamente, ajenos al círculo hermenéutico, algo imposible: cambiar de lógica. Aunque utilizan el mismo vocabulario y las mismas fuentes, el modo de conceptualizar y de relacionar unos temas con otros por parte de Servet resulta incompatible con el de Calvino. No hay entre ellos por tanto propiamente diálogo, sino choque de citas, sazonado con insultos, y acuerdos puramente verbales, esto es, frágiles, sobre las formulaciones teológicas aceptadas por la tradición. En esta situación, el horizonte no pudo ser el acuerdo, sino la ruptura, no el triunfo de la Palabra de Dios, sino del fuego de la hoguera. Ante el mínimo estímulo, salta la chispa. 2 Agradezco a Ángel Alcalá la edición-composición de este diálogo tal como lo ha publicado en el volumen primero de las obras completas de Servet. Sin ese trabajo previo, el análisis que sigue hubiera sido imposible. Cf. “Proceso de Ginebra. Tercera fase: 15 al 21 de septiembre de 1553. Texto de la discusión escrita entre Calvino y Servet” recogido en Miguel Servet; Obras Completas I. Vida, muerte y obra. La lucha por la libertad de conciencia. Documentos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza [etc.], 2003, pp. 168-231. El texto del proceso será citado en adelante como PG y el libro como OC1. 4 El cruce de argumentos oscila, no obstante, entre acuerdos sobre términos, citas y formulaciones concretas, por un lado, y, por otro, mutuas acusaciones de mentir, de tergiversar el pensamiento propio y/o de contradecirse palmariamente. Sorprendente circunstancia que muestra hasta qué punto el pequeño matiz en la comprensión de un término y la mínima diferencia de grado en el establecimiento de un principio pueden marcar un abismo tan profundo entre ambos pensadores. Porque el abismo es ciertamente insalvable. Las preguntas surgen por sí mismas: ¿de dónde brota tal inconmensurabilidad de planteamientos?, ¿por qué reaccionan tan desproporcionadamente ante diferencias tan mínimas?, ¿cuestión de temperamento o de relaciones personales?, ¿lógicas que chocan?; en ese caso, ¿cómo gestionar el choque?, ¿es la muerte el único recurso? Antecedentes de la discrepancia profunda que manifestaron en la celda ginebrina hay varios. Por ejemplo, cuando Servet le hace llegar a Calvino tres cuestiones -si el hombre Jesús crucificado era Hijo de Dios, y cómo se entiende esta filiación; si existe ya en los hombres el reino de Cristo, cómo se entra en él, y cómo el hombre se regenera; si el bautismo de Cristo debe ser recibido en fe, como la eucaristía, y con qué fin fue instituida ésta en la nueva alianza-, que eran sus tres grandes cuestiones, como se puede comprobar cotejando el índice de su Restitución del cristianismo, a Calvino le pareció que la propuesta estaba hecha “como en burla”3. O cuando éste lee las anotaciones que Servet escribe en su Institución de la religión cristiana le parecen “vómitos”4. En la celda, la disputa se sitúa desde el comienzo en torno al sentido de los términos básicos: Trinidad, hijo y persona. Es sabido que Servet insiste en que el término ‘Trinidad’ no aparece en la Biblia, sino que fue puesto en circulación en el Concilio de Nicea y que entiende ‘persona’ en un sentido menos sustancial que Calvino. Por eso no acepta, en principio, hablar de ‘distinción real’ entre las personas de la Trinidad, sino que prefiere hablar de ‘disposición personal o formal’, tal como la entienden, a su juicio los Padres prenicenos. Para Calvino, si dos o más elementos se relacionan entre sí es porque son distintos realmente, así que si Servet rebaja la diferencia de sustancial a adjetiva, a Calvino le parece que el Verbo es sólo imagen, mientras que para Servet sigue siendo una entidad lo suficientemente distinta como para explicar su función y su nombre. De hecho Servet acepta la expresión ‘distinción real’, pero aplicada no a la Palabra-que-prefigura-aCristo sino a Jesucristo ya encarnado. Con todo, a él no le interesa tanto la sustancialidad del ser como las modalidades del ser, en especial, el paso de ser invisible a ser visible, donde ambos son claramente sustanciales, pero no otra sustancia, se relacionan entre sí, pero dentro del mismo nivel, de modo que el Verbo-Cristo es lo visible de lo invisible, que es Dios, pero no son dos entidades diferentes. Por esto Servet insiste tanto en las determinaciones bíblicas de Cristo como: imagen, faz, rostro de hombre, hipóstasis brillante y hablante, gloria y luz de Dios. Calvino interpreta que Servet convierte a Cristo en un espectro, en un fantasma, que le quita verdad y realidad, mientras que Servet insiste en que Cristo es imagen verdadera, sustancial, pero no sustancia. Tampoco hay acuerdo sobre qué entender por ‘hijo’. Servet descubre un matiz clave, pero que a Calvino le parece una “sutileza frívola”5: ‘hijo’ aparece siempre en la 3 “Extractos de la Defensa de la fe ortodoxa de Calvino”, recogidos en OC1, p. 317. Idem. 5 PG, p. 170. 4 5 Biblia con el sentido de ‘hijo hombre’, es decir, un hijo no es una entidad, sino un hombre. Lejos de ser una frivolidad, esta puntualización está relacionada con varias cuestiones: i) cómo era Cristo desde el principio junto al Padre, ii) cómo entender la relación Palabra-carne, iii) cómo es la carne de Cristo, iv) qué es eterno en Cristo. Puesto que tanto del Verbo como de Jesús-hombre se dice que son hijos del Padre, si se entiende siempre ‘hijo’ como ‘hijo hombre’, la humanidad deja de ser algo accidental propio de Jesús para convertirse en aspecto sustancial también del Verbo, de la Palabra. Y el cambio es trascendental. De hecho es el matiz por el que pelean ambos, no el de la eternidad del Hijo. Calvino acepta que la Palabra se hizo carne, pero considera una barbaridad afirmar que la Palabra sea carne, le parece más ortodoxo separarlas, no fundirlas tanto –por esto Servet le llama Simón Mago, adopcionista y maniqueo-, por eso prefiere decir que “la Palabra o Verbo de Dios se revistió nuestra carne” 6. La Palabra es vista con forma humana, pero la imagen es de la naturaleza humana, no de la Palabra, en realidad la carne no le pertenece de suyo, en Cristo hay dos naturalezas distintas -la divina y la humana-, mientras que para Servet la visibilidad de la Palabra, esto es, la carne, le pertenece de suyo y le pertenece siempre, no sólo cuando Jesús caminaba entre los apóstoles, sino cuando Cristo estaba junto al Padre desde el principio y ahora tras la resurrección. Para Servet hay un sólo Hijo, mientras que, a su juicio, Calvino los multiplica sin necesidad puesto que el Verbo es Hijo –incorpóreo e invisible- y también Cristo –corpóreo y visible- y entre ambos hay un salto. De igual modo que Calvino niega que la Palabra sea carne, rechaza la unión natural en Cristo de sus naturalezas divina y humana, mientras que Servet, desde una lógica que no admite fisuras ontológicas, acepta ambas cosas. No necesita acudir a la famosa communicatio idiomatum (intercambio de expresiones), recurso con que la tradición escolástica y Calvino salvan, desde el lenguaje, el hiato entre las dos naturalezas de Cristo, toda vez que rechazan la comunicación real entre ellas. Servet, por el contrario, ya desde su juventud, consideró ridículo aplicar al todo –Cristo- lo que es verdadero sólo de una de sus partes –la divina o la humana- o atribuir lo que es propio sólo de su divinidad también a su humanidad y viceversa; le parece absurdo establecer distinciones reales a nivel ontológico, que han de ser luego comunicadas a nivel del discurso, cuando basta reconocer la conexión real entre lo divino y lo humano, entre la Palabra y la carne, sin que ello borre las distinciones funcionales. Para Calvino, por tanto, Servet tiene que negar que la Palabra-carne fuera engendrada antes de los tiempos y que el Hijo sea eterno puesto que le parece imposible que la carne humana sea eterna: puesto que Cristo, engendrado desde la eternidad, participa del Padre, y es gloria y sabiduría no puede ser también hombre, que es mortal. Para Servet, sin embargo, Cristo-Hijo es siempre ‘hijo hombre’, por tanto es también hombre desde la eternidad y no como mero aspecto humano sino como hipóstasis verdadera, no hay dos naturalezas –divina y humana- sino una sola naturaleza ya visible y con forma humana, primero prefigurada, en Arquetipo, luego realizada, desplegada. Seguramente, la razón última de estas discrepancias irreductibles, elegidas como ejemplos de otras muchas, sea que se enfrentan lógicas diferentes. Sus sistemas de pensamiento difieren en que Calvino maneja conceptos definidos que se relacionan exteriormente entre sí, sin confusión posible; Servet, por el contrario, siempre encuentra una tercera posibilidad que une los términos extremos, sus conceptos son fluyentes, se relacionan entre sí de forma interna, de modo que en los extremos presentan las claras 6 PG, p. 171. 6 diferencias que tanto tranquilizan a Calvino, pero Servet piensa también las zonas de transición, donde los términos se mezclan, se unen, pasan insensiblemente de una determinación a otra por grados. Calvino se siente a gusto en lo definido, en lo quieto e inmóvil, la indefinición le marea; Servet, por el contrario, se atreve con el movimiento, la claridad le aterra. Es esta diferencia de lógicas la que enfrenta radicalmente a ambos contendientes, una diferencia que explica que Calvino acuse reiteradamente a Servet de confundir, por ejemplo, las tres Personas de la Trinidad y las dos naturalezas de Cristo, mientras que Servet le acusa, a su vez, de mentir y de malinterpretar sus escritos porque sí que los distingue, pero no al modo parmenídeo, tal como exige Calvino, sino al modo heracliteano. Por otro lado, Servet considera que Calvino, siguiendo con los ejemplos, separa tanto las tres Personas de la Trinidad o las dos naturalezas de Cristo que las hace interincomunicables, ajenas entre sí, de modo que Dios queda dividido en tres dioses y Cristo sin vida, sin verdad, sin unidad, sin realidad. Es esta diferencia de lógicas la que explica que no se interpreten correctamente porque todo lo que no sea una distinción clara se convierte para Calvino en absurda confusión, mientras que Servet, acostumbrado a esas “oscuridades” no las ve, naturalmente, tan confusas; él aprecia matices y pequeñas diferencias que son invisibles para Calvino, pero que son suficientes para rechazar legítimamente sus acusaciones. Y al revés, las evidentes y “precartesianas” distinciones de Calvino se le antojan al “prehegeliano” Servet abismos insalvables, heridas imposibles de restañar, mientras que para Calvino, naturalmente, no marcan una separación ontológica tan profunda: una vez distinguidos los elementos, nada impide que se puedan colocar de nuevo unos junto a otros. A Calvino, por ejemplo, le gustan las metáforas fuente-río y sol-rayos para ilustrar la Trinidad porque cada elemento es claro y diferente, pero ambos están relacionados, a Servet, sin embargo, esos ejemplos no le gustan si sugieren división o escisión. Como pensadores profundamente religiosos, ambos están preocupados por su salvación. Aquí es, por tanto, donde los matices en las demás cuestiones teóricas alcanzan urgencia existencial. Éste es el asunto por el que pasan todos los hilos de la discusión, el centro desde el que tanto Servet como Calvino juzgan la posición del otro. Porque si, a pesar de ser el hombre criatura de Dios, se mantiene el abismo entre ambos, es necesario que Cristo asuma la naturaleza humana, pero por gracia; mientras que si, precisamente por ser criaturas de Dios, el hombre mantiene su vínculo con Dios, es posible que Cristo forme una única sustancia con el hombre, es pensable la mezcla entre los elementos increados de su carne celestial y los elementos creados de la carne humana. Lejos de ser sutilezas soslayables, tal como aconsejaba el prudente Erasmo, son matices vividos con intensidad, especialmente por Servet. No pueden dejarse pasar porque en cada matiz se juega la experiencia de la regeneración. En ambos casos el hombre es salvado porque hay semejanza entre Cristo y el hombre, pero a costa de entender la semejanza de manera diversa. Según Calvino, Servet no le atribuye naturaleza humana a Cristo, se fabrica en su lugar un “fantasma inane para alejarle de nosotros y no ser hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne ni nosotros carne suya”7. Para Servet estas acusaciones son mentira. Es él el que acepta literalmente la afirmación paulina de que “somos miembros de su Cuerpo, de su carne y de sus huesos”, es desde su sistema desde donde puede pensarse que los hombres son “verdaderamente partícipes de su carne y de sus huesos”8. Es también diferente la manera de entender la salvación misma: para Calvino, Cristo baja al hombre; para Servet, es la carne humana la que sube a Dios, de ahí la importancia de la 7 8 PG, p. 215. Idem. Servet cita Ef 5:30 con el añadido de la Vulgata “de su carne y de sus huesos”. 7 regeneración. “A la encarnación de la Palabra –afirma Servet- le sigue la ascensión del hombre a Dios. La Palabra, al descender del cielo a la tierra, arrastra a su vez la tierra hacia el cielo, haciéndonos a todos celestiales. (... ) Y así, por Cristo se juntan el cielo y la tierra y el cielo desciende hasta nosotros para llevar la tierra al cielo” 9. Calvino, sin embargo, encuadra la regeneración dentro del arrepentimiento “que procede de un recto temor de Dios”10. Esta imposibilidad del diálogo en el interrogatorio a muerte sostenido entre Servet y Calvino, a pesar de compartir tantos presupuestos, es uno de los aspectos que da que pensar. Porque la tradición filosófica parte de los diálogos platónicos que sirvieron de modelo a los diálogos renacentistas de Juan de Valdés, de Bruno, de Galileo y del mismo Servet. Y, en esa línea, la obra de Jürgen Habermas estipula en la actualidad las condiciones del “consenso racional” y de la acción comunicativa. Pero, ¿no producen quizás algunos diálogos de Platón la impresión de que Sócrates-Platón ningunea a sus interlocutores, de que dialoga consigo mismo?, ¿tan difícil es aceptar al otro en su diferencia radical?, ¿no hay realmente alternativa al método de intimidar al interlocutor, de retorcer sus palabras incidentales, impedir cualquier respuesta extensa y conducirlo a la desesperación?, ¿hay que ser ángeles para establecer un consenso? El diálogo es difícil cuando no hay terreno común o cuando hay mar de fondo, pero la alternativa es el soliloquio o que la conversación dibuje rectas paralelas sin influencia mutua. Si no se acepta al otro en su diferencia radical, se justifica el fanatismo; pero si se acepta la diversidad no necesariamente armonizable de intereses y lógicas, desaparece también cualquier límite al terror. En un libro reciente, Giovanna Borradori cuenta cómo vivió en Nueva York el llamado “11 de septiembre”, donde la simplicidad de una fecha oculta la ausencia de un concepto, y cómo llegaron, al poco tiempo, Jürgen Habermas y Jacques Derrida a la “capital del siglo XX”. Se planteó entonces entrevistar a ambos y formularles la cuestión palpitante de qué tiene que decir la filosofía en una época de terror. El libro se abre, entre otras, con las siguientes cuestiones: “¿Es la noción política y filosófica de diálogo, tan crucial para toda estrategia diplomática, una herramienta universal de comunicación?, ¿o es el diálogo una práctica culturalmente específica que en ocasiones podría resultar simplemente inadecuada? Y, finalmente, ¿en qué condiciones es el diálogo una opción 9 Miguel Servet, La restitución del cristianismo en Miguel Servet Obras Completas V, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza [etc.], 2006, pp. 127-128 [pp. 72-73 de la paginación original]. 10 Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, Lib. III, Cáp. III. Esta obra conoció varias ediciones con sucesivos añadidos hasta la edición definitiva de 1559, que fue traducida por Cipriano de Valera (Instituzión de la relijión cristiana, [Londres], casa Ricardo del Campo, 1597), reproducida por Luis de Usoz y Río en los volúmenes XIV y XV de su Reformistas antiguos españoles, Imprenta José López Cuesta, Madrid, 1858, reproducida a su vez por la librería Diego Gómez Flores, Barcelona, 1982. Resulta curioso que Cipriano de Valera, en su “A todos los fieles de la nazión española que desean el adelantamiento del Reino de Jesu Cristo” que prologa su traducción, no haga mención de las duras críticas de Calvino a Servet recogidas en el libro ni a la circunstancias de su “reciente” muerte. Luis Usoz, sin embargo, sí que incluye en su edición dos comentarios. En “Erratas”, comentando la alusión de Calvino a su escrito de 1554 sobre la condena de Servet, escribe. “Ni yo pretenderé sostener, que Serveto, con su fin, recuerde, en un todo, la suerte de Abél: pero sí pienso, que el proceder de Calvino tuvo muchos puntos de semejanza con la acción de Cain” [p.2]. En [“Nota final”, p. 4] destaca, con énfasis decimonónico, lo poco cristiano que fue el comportamiento de Calvino con Servet y lo mal que encajaba con sus otras muchas virtudes. 8 viable?”11. Cuestiones todas ellas aún sin resolver y que atañen directamente al hilo conductor de estas reflexiones. Habermas considera que lo ocurrido en Nueva York deja quizás anticuado lo que escribió hace años sobre la acción comunicativa y reflexiona: “La espiral de la violencia comienza como una espiral de comunicación deformada que conduce, a través de la espiral de la desconfianza recíproca incontrolada, al colapso de la comunicación” (p. 67). Parece que nos encontramos todavía entonces en la celda ginebrina. Derrida, por su parte, afilando su sospecha y desmontando todo lo que rodea al atentado desde su misma denominación, cuando se ve forzado a aportar alguna salida a su análisis, ciertamente pesimista, propone, como alternativa a la paternalista y quizás eurocéntrica noción de tolerancia, la noción de hospitalidad de visitación como “hospitalidad pura e incondicional, la hospitalidad misma se abre, está de antemano abierta a cualquiera que no sea esperado ni esté invitado, a cualquiera que llegue como visitor absolutamente extraño, no identificable e imprevisible al llegar, un enteramente otro” (p. 87). Y cabe preguntar: ¿qué hospitalidad encontró Servet en Ginebra?, ¿qué hospitalidad encuentran los otros en el siglo XXI? III. Niveles de interpretación El otro aspecto que da que pensar al imaginarse a Servet buscando citas de Tertuliano o de Ireneo y consultando las Sagradas Escrituras es la complejidad en los niveles de interpretación que tenía que afrontar. Porque los textos sagrados están muy lejos de ser sencillos. Ahora sabemos que son el producto de una larga historia donde cada escritor o tradición ha dejado huellas en forma de reescrituras, reinterpretaciones de lo anterior y mensajes a veces discrepantes. Servet y Calvino leían, sin embargo, la Biblia ajenos a los avatares de su escritura; para ellos el autor último era Dios y, por tanto, el mensaje era único, presupuesto que aún hoy hace tremendamente diabólica la tarea de leerla y entorpece su interpretación. Los textos mismos, por su parte, silenciosos, se dejan interpretar. Los desajustes que de hecho presentan las Sagradas Escrituras se resolvían a otro nivel. La voz de Dios debía ser oída a veces en sentido literal, a veces en sentido moral y en otras ocasiones en sentido alegórico o analógico. San Jerónimo, santo Tomás de Aquino, Lutero o Calvino preferían la lectura literal, sin excluir, en ocasiones, las otras; Filón, Clemente de Alejandría, Orígenes y Servet preferían, también sin exclusiones, el sentido alegórico porque lo consideraban superior: así el Antiguo Testamento anunciaba alegóricamente el Nuevo, por ejemplo, o, como diría Servet, lo “prefiguraba”. Lejos de evitar las discrepancias, esta diversidad de lecturas acentuaba la complejidad porque no había acuerdo en cómo leer cada pasaje, si literal, moral o analógicamente, y en los casos segundo y tercero se añadían las diferencias en su interpretación. A la altura del siglo XVI la situación era más complicada porque Servet y Calvino se basan, además de en la Vulgata, en textos de la primera Patrística, preocupada a su vez en las disputas con distintas herejías, y tampoco se ponen de acuerdo sobre qué se establece en ellos que afirma la Biblia, cómo lo dice ni dónde. Sería interesante quizás hacer una edición de este diálogo a muerte en la que se incluyeran todos los textos que citan, buscando naturalmente en las ediciones de Tertuliano, Ireneo, Clemente romano, Ignacio de Antioquía y de los papas Sixto, Higinio, Sotero, Eutiquiano que manejaron Servet y 11 Borradori, G.; La filosofía en una época de terror. Diálogos con Jürgen Haberlas y Jacques Derrida, traducción de J.J. Botero y L.E. Hoyos, Madrid, Taurus, 2003, p. 13. 9 Calvino, incluyendo las páginas aludidas de Restitución del cristianismo, y dejar al lector actual que compruebe por sí mismo qué interpretación es más correcta, si la servetiana o la calvinista. ¿Y no proyectaría Servet en los primeros Padres ideas que estaban en su corazón, no en los textos de Tertuliano, por ejemplo? Como afirma Ángel Alcalá tendríamos que “determinar si la interpretación que [Servet] hace de esos escritores, que son el puente entre las primeras reflexiones sobre el mensaje cristiano y las formulaciones dogmáticas del mismo, es o no fiel a [su] sentido profundo”12. Si fuera fiel, tendríamos en Servet no sólo a un teólogo por descubrir, sino a un lector bíblico de referencia. Tal superposición de niveles me recuerda vivamente un momento del Quijote: cuando el curioso impertinente observa, ignorante de su propio engaño puesto que el lugar de observación ya está amañado, la escena preparada por su esposa Camila en la que ésta representa el papel de mujer ultrajada ante su asombrado amante, no del todo seguro de lo fingido de la situación; escena que pertenece en su conjunto a un libro leído en voz alta para que lo escuchen los personajes que pueblan la venta donde se hospeda don Quijote; donde personajes y venta pertenecen a su vez al libro El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha; libro que, en la época de Cervantes, sería leído de igual manera: en voz alta para disfrute de los desocupados oyentes. De modo que desde lo que Anselmo, en su compulsiva inseguridad, tenía como real pero era fingido, pasando por lo que los oyentes de la venta saben que es fingido pero toman por real el resto de la novela a pesar de ser ficción hasta el nivel en el que ellos mismos son imaginaciones del genial Miguel de Cervantes hay un largo trecho. No menor es la complejidad a la que se enfrentan Servet y Calvino a cada paso. En un momento del diálogo a muerte, cuando el asunto es “la persona visible y la forma humana de Cristo siempre refulgente en Dios”, se crea el siguiente andamiaje: en Daniel 3, 25 se habla de un hombre con aspecto de Hijo de Dios que salva a tres judíos en el horno de babilonia, este pasaje se suma a aquellos en que se dice que Cristo hombre mismo habló a Adán cara a cara, cerró el arca de Noé, descendió en forma humana a juzgar la torre de Babilonia, a hablar con Abraham, a condenar a los sodomitas y cuando fue visto por Jacob y Moisés en la zarza. Estos pasajes son citados por Tertuliano en su libro Sobre la carne de Cristo. Por otro lado en Éxodo 33, 18-22 se cuenta que Moisés quiso ver el rostro de Jahveh pero no pudo, Tertuliano e Ireneo ponen este episodio en relación con Mateo 17, 3 donde Moisés asiste a la Transfiguración de Jesús. A esas citas Servet añade Hechos 9, 5 donde Saulo ve a Jesús y Apocalipsis 1, 14-16 donde Juan describe al Hijo del hombre y concluye que Cristo tuvo, tiene y tendrá rostro. Calvino no responde directamente a esta cuestión, sino que parte de numerosos textos de Tertuliano donde éste habla de la distinción real entre el Padre y el Hijo “porque se interrelacionan”, porque el Hijo-Verbo procede de Dios-Padre y “no procedió de sí mismo”. A lo que Servet apostilla: “¿Quién lo duda?” Luego hasta aquí hay acuerdo. A continuación Calvino se basa en la lectura de Tertuliano de la composición del Salmo 110 porque el Espíritu es el que habla en él, el Padre al que se habla y el Hijo del que se habla; de modo que se distinguen las tres personas realmente. Servet, sin embargo, entiende que Tertuliano está comparando Hijo y Padre, Cristo y Dios y que el salmo recoge profecías sobre Cristo hombre, no sobre la Trinidad. Finalmente Calvino llega, aunque sólo tangencialmente, a la cuestión de la visibilidad e invisibilidad de Cristo e interpreta que según Tertuliano el Verbo era invisible en su esencia pero en dispensación era imagen de 12 Alcalá, Ángel; “La formación de Servet y su enfrentamiento antitrinitario” en Miguel Servet Obras Completas II-1. Primeros escritos teológicos, (Á. Alcalá, ed.), Prensas Universitarias de Zaragoza [etc.], 2004, p. xxxvii. 10 Dios. Para Servet, Calvino no entiende nada porque el texto de Tertuliano tiene como fin atacar a Práxeas. Con todo, Servet está de acuerdo con que el Verbo era antes invisible. En cualquier caso, Calvino sigue la discusión por el asunto de la distinción real en la Trinidad, que Servet entiende como disposiciones diferentes. Permítaseme reproducir la cita 17 de los “puntos sacados de las obras de Miguel Servet” porque es muy ilustrativa. Según Calvino, Servet, en “Sobre la Trinidad”, p. 187, “dice que Dios es Padre del Espíritu Santo. Lo que equivale a confundir las personas, incluso las que él se imagina”. Servet objeta: “Confuso es tu ánimo, lo que te impide entender. Digo eso como metáfora”. Y Calvino responde: “Si Servet se excusa aquí con una metáfora, nada habrá en la religión que no sea lícito eludir”. A lo que Servet apostilla: “Es la misma metáfora con la que Cristo dice que el espíritu nace del espíritu en Juan 3, 6. Que el Espíritu Santo nace de Dios lo enseñan Atanasio y Tertuliano”. Calvino: “Confiesa que la persona del Hijo, después de hacerse hombre, es realmente distinta del Padre. Es lo único que enseña la Escritura, pero Servet le añade el Espíritu, como segundogénito”. Servet: “¡Mientes!, pues no hay paridad”. Calvino: “¿Qué nos queda ya que salvar en la Biblia? La mutua relación postula que si Cristo es Hijo unigénito de Dios, Dios no sea padre natural –Servet apostilla, “verdaderamente”- de nadie más. Más aún, Servet equipara nominalmente Verbo, Sabiduría y Espíritu.”. Y Servet: “Por la misma figura le llama Padre del Verbo. Con razón, si se entiende Verbo sin persona de hombre. Este bribón trunca mis frases a troche y moche para embarullarme”. En fin, creo que es suficiente. La conclusión de Servet fue: “Bastante se ha gritado hasta ahora, y numeroso es el número de los firmantes. Pero, ¿qué pasajes aducen para demostrar ese Hijo invisible y realmente distinto que afirman? Ninguno aportan ni podrán aportar nunca. Así tenía que suceder, con tan grandes ministros de la divina palabra que por doquier se jactan de no querer enseñar nada que no se demuestre con sólidos textos de la Biblia. Pero nunca hallarán tales textos. Se ha reprobado mi doctrina solo a gritos, pero con ninguna razón, con ninguna autoridad. Miguel Servet firma, muy solo aquí, pero quien tiene a Cristo por segurísimo protector”. Y la pregunta surge sola: ¿Será Cristo el único protector del espíritu de Servet en nuestra época? * * * Calvino, como representante del poder, siempre con miedo a los opositores, no dudó en acabar el diálogo con la muerte ni en dirimir las distintas interpretaciones con sentencias definitivas. Nuestra época se encuentra ante la misma encrucijada: ¿Servet o Calvino?, ¿Quién es ahora Servet y quién Calvino?, ¿Qué opción elegiremos: acabar el diálogo con la muerte o defender el derecho a la discrepancia, el derecho del otro a ser otro? Y ¿Cómo entender bien al otro? * N. B. Comunicación presentada en el International Servetus Congress, organizado por Servetus International Society, celebrado en Barcelona (España), los días 2021 de octubre del año 2006.